UNIDAD EDUCATIVA MONTE TABOR – NAZARET Área de Lengua y Literatura Actividades de refuerzo académico PRIMERO BACHILLERATO 2014 - 2015 NOMBRE: _______________________________ CURSO: __________________ FECHA: __________________ Contenido: Caligrafía: Presentación Ortografía: 10 PROFESOR/A: ______________________________ Instrucciones sobre las actividades de refuerzo: Estas actividades de refuerzo académico tienen como objetivo mejorar el desempeño académico de los estudiantes que han obtenido una nota inferior a 7/10 en el examen quimestral y/o en el promedio quimestral, lo cual indica de acuerdo a la escala cualitativa de evaluación que el estudiante está próximo a alcanzar los aprendizajes requeridos o no ha alcanzado los aprendizajes requeridos. La actividad desarrollada debe entregarse al profesor de la asignatura a partir del 15 de abril en la primera hora de clases de esa asignatura. Se realizará una retroalimentación del trabajo y la calificación corresponderá como lección del primer parcial del primer quimestre. Semana 1 1. Elabora un diario respetando la intención comunicativa, situación, tono y registro, además de la estructura de esta tipología textual. Situación: Angélica se siente demasiado triste porque no puede estar con Cleante. Intención comunicativa: Abordar la intimidad de la tristeza de Angélica y los sentimientos que desencadena. Tono: Subjetivo y solemne Registro: Poético informal 2. Analiza la estructura, intención comunicativa, tono, registro y situación; y las características de su tipología textual del texto presentado a continuación. Guayaquil, 9 de enero de 2015. Querida tía Rosy: Espero que te encuentres muy bien, el motivo de mi carta es para contarte una gran noticia, fíjate que voy a ser abuela, mi hija Lore está embarazada. Primero fue una gran sorpresa el enterarnos puesto que ella aún es muy joven, pero una vez que pasó la sorpresa inicial tanto mi esposo Ramón como mis otras hijas y yo aceptamos muy bien la buena nueva. Lore y su esposo están muy contentos por su primer bebé, los dos están muy enamorados y también ilusionados, así que van a preparar todo para que pronto estén juntos ya como una familia. Te comparto esto con mucha emoción y sé que a ti también te dará mucho gusto, espero verte muy pronto y ya te estaré mandando fotos de la pancita de Lore, ojalá que para cuando nazca el bebé puedas venir a conocerlo. Te mando un fuerte abrazo con mucho cariño, Tu sobrina Lucy Semana 2 3. Lee el cuento “Continuidad de los parques” de Julio Cortázar y explica a qué género del Boom Latinoamericano pertenece de acuerdo a las características vistas. Continuidad de los parques Julio Cortázar Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer. Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela. 4. Lee el cuento “La luz es como el agua” de Gabriel García Márquez y explica a qué género del Boom Latinoamericano pertenece de acuerdo a las características vistas. La luz es como el agua Gabriel García Márquez En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos. -De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena. Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían. -No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí. -Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha. Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación. -El bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible. Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio. -Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué? -Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está. La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa. Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces. -La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale. De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido. -Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo. -¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel. -No -dijo la madre, asustada-. Ya no más. El padre le reprochó su intransigencia. -Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro. Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad. En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso. El papá, a solas con su mujer, estaba radiante. -Es una prueba de madurez -dijo. -Dios te oiga -dijo la madre. El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama. Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños. Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz. Semana 3 5. A través del siguiente fragmento realice un análisis de personaje y caracterícelo de acuerdo a la situación expuesta en la novela Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez Durante años no pudimos hablar de otra cosa. Nuestra conducta diaria, dominada hasta entonces por tantos hábitos lineales, había empezado a girar de golpe en torno de una misma ansiedad común. Nos sorprendían los gallos del amanecer tratando de ordenar las numerosas casualidades encadenadas que habían hecho posible el absurdo, y era evidente que no lo hacíamos por un anhelo de esclarecer misterios, sino porque ninguno de nosotros podía seguir viviendo sin saber con exactitud cuál era el sitio y la misión que le había asignado la fatalidad. Muchos se quedaron sin saberlo. Cristo Bedoya, que llegó a ser un cirujano notable, no pudo explicarse nunca por qué cedió al impulso de esperar dos horas donde sus abuelos hasta que llegara el obispo, en vez de irse a descansar en la casa de sus padres, que lo estuvieron esperando hasta el amanecer para alertarlo. Pero la mayoría de quienes pudieron hacer algo por impedir el crimen y sin embargo no lo hicieron, se consolaron con el pretexto de que los asuntos de honor son estancos sagrados a los cuales sólo tienen acceso los dueños del drama. «La honra es el amor», le oía decir a mi madre. Hortensia Baute, cuya única participación fue haber visto ensangrentados dos cuchillos que todavía no lo estaban, se sintió tan afectada por la alucinación que cayó en una crisis de penitencia, y un día no pudo soportarla más y se echó desnuda a las calles. Flora Miguel, la novia de Santiago Nasar, se fugó por despecho con un teniente de fronteras que la prostituyó entre los caucheros de Vichada. Aura Villeros, la comadrona que había ayudado a nacer a tres generaciones, sufrió un espasmo de la vejiga cuando conoció la noticia, y hasta el día de su muerte necesitó una sonda para orinar. Don Rogelio de la Flor, el buen marido de Clotilde Armenta, que era un prodigio de vitalidad a los 86 años, se levantó por última vez para ver cómo desguazaban a Santiago Nasar contra la puerta cerrada de su propia casa, y no sobrevivió a la conmoción. Plácida Linero había cerrado esa puerta en el último instante, pero se liberó a tiempo de la culpa. «La cerré porque Divina Flor me juró que había visto entrar a mi hijo -me contó-, y no era cierto.» Por el contrario, nunca se perdonó el haber confundido el augurio magnífico de los árboles con el infausto de los pájaros, y sucumbió a la perniciosa costumbre de su tiempo de masticar semillas de cardamina. Doce días después del crimen, el instructor del sumario se encontró con un pueblo en carne viva. En la sórdida oficina de tablas del Palacio Municipal, bebiendo café de olla con ron de caña contra los espejismos del calor, tuvo que pedir tropas de refuerzo para encauzar a la muchedumbre que se precipitaba a declarar sin ser llamada, ansiosa de exhibir su propia importancia en el drama. Acababa de graduarse, y llevaba todavía el vestido de paño negro de la Escuela de Leyes, y el anillo de oro con el emblema de su promoción, y las ínfulas y el lirismo de la primípara feliz. Pero nunca supe su nombre. Todo lo que sabemos de su carácter es aprendido en el sumario, que numerosas personas me ayudaron a buscar veinte años después del crimen en el Palacio de justicia de Riohacha. Parte Quinta .Crónica de una muerte anunciada, García Márquez (2012). Bogotá: Grupo Editorial Norma. 6. A partir del siguiente relato explica cuál es la función del héroe en esta aventura, utiliza las características del héroe del relato de aventuras para poder descartar o afirmar tus respuestas. El viaje de Martín Romel Velasco Vaicilla Todos los niños esperan con impaciencia la hora de salida de la escuela, más aún cuando se trata del último día de clases. Eso es lo que le sentía Martín, un niño de nueve años, que no paraba de mirar el reloj en la pared hasta que éste, de la hora de salida, las despedidas de los maestros continuaban, unos con gran entusiasmo y nostalgia se despedían de sus alumnos, mientras para otros fue como cualquier otro día, a Martín esto no le distraía, ya que tenía planeadas casi todas sus vacaciones, primero estaba la playa con sus padres, luego donde su tío Memo, al que tanto quería, sobre todo porque le dejaba jugar hasta muy tarde con su primo Marcelo, el cual era mas o menos de su edad. En fin, todo sería juego y diversión en sus vacaciones. El día de clases terminó, Martín y sus compañeros se despidieron antes de tomar el autobús que lo llevaría de regreso a su casa. Ya en el autobús solo podía pensar en lo grandiosas que serían sus vacaciones. Para Martín y los demás, todo parecía normal en el recorrido, hasta que de pronto el cielo se empezó a oscurecer más y más a cada momento, los niños empezaron a gritar todos con desesperación, el conductor se detuvo hasta entender que es lo que sucedía, cuando de pronto un enorme sonido se escuchó sobre sus cabezas, era una gigantesca nave espacial, posada sobre el autobús. Todos, incluido Martín pensaron de inmediato en los extraterrestres, cosa que no estaba ni siquiera cerca. La nave al final se detuvo en la carretera justo al frente del autobús. Para ese momento ya la oscuridad se había disipado lentamente, los niños y el conductor salieron lentamente del vehículo a mirar más de cerca el enorme artefacto, tenía la forma de una bandeja más bien redonda, con destellos plateados en sus esquinas, sorpresivamente salió del centro de la nave, una especie de rampa o escalera que llegó al piso de la vía, y una enorme puerta dejo entrar la luz. Empezaron a salir tres personas, eran como nosotros, pero vestían de una manera un tanto extraña, con enormes vestidos de color azul rey y con cuellos blancos que cubrían perfectamente su cuello. Estos personajes caminaron hasta los niños y conductor que se encontraban al frente, preguntaron cuál de ellos se llamaba Martín, todos de inmediato miraron a Martín con expectante asombro, y Martín que no comprendía nada en ese momento, respondió aún más sorprendido –Soy yo. Los tres individuos se le acercaron y en seguida lo invitan para que los acompañen, todos los presentes incluido Martín, no salían del asombro, por lo tanto Martín accedió a acompañarlos, ya que nadie les había ofrecido resistencia alguna. Subieron los cuatro a la nave y se marcharon enseguida. Martín se encontraba dentro de la nave, miró a su alrededor y encontró todo muy familiar, como si se tratara de una casa moderna, de esas que uno veía en alguna revista futurista de ciencia ficción o científica. Las personas que lo habían hecho subir a la nave, empezaron a explicar a Martín, que ellos eran personas como él o como cualquier otro que el recordaba, la diferencia, es que ellos venían del futuro, del Dos Mil Quinientos Veinte, para ser más exactos. Ellos también le explicaron, que la única razón para llevarlo con ellos, era la supervivencia de la humanidad, nada menos, ya que el poseía, a pesar de ser muy pequeño, el conocimiento y la creatividad que los de su época ya habían perdido. Estos conocimientos, no eran más que los de cualquier otro niño de nuestra época, los cuales consistían en jugar, en divertirse con cualquier cosa, amar la naturaleza, querer a los demás, apreciar el arte, etc. Todos en ese futuro no tenían ya estas cualidades, Martín les enseñaría nuevamente una manera para volver a ser niños, y enseñar a los suyos como comportarse desde su nacimiento. El tiempo pasó y Martín se convirtió en el ser humano capaz de salvar a la humanidad, de la manera menos sospechada, lo cual nos resume, que Martín viajó al futuro para que salvemos nuestro presente. Semana 4 7. Elabora un análisis de personajes de la Escena I del Acto I del libro de El enfermo imaginario de Molière. 8. Elabora un retrato de mínimo 300 palabras y máximo de 400 palabras de Lázaro de Tormes. El texto a continuación servirá como referencia para la elaboración del mismo. Tratado primero Cuenta Lázaro su vida y cúyo hijo fue Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí me llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antonia Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre; y fue de esta manera: mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una hacienda que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y, estando mi madre una noche en la hacienda, preñada de mí, le llegó el parto y me parió allí. De manera que con verdad me puedo decir nacido en el río. Pues cuando yo era un niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo cual fue preso, y confesó y no negó, y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre (que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho), con cargo de arriero de un caballero que allá fue. Y con su señor, como leal criado, perdió su vida. Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se vio, determinó arrimarse a los buenos por ser uno de ellos, y fue a vivir a la ciudad y alquiló una casita y se metió a dar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban se conocieron. Éste algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras veces, de día llegaba a la puerta en achaque de comprar huevos, y entraba en la casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él y le tenía miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas, de que vi que con su venida mejoraba el comer, lo fui queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne y en el invierno leños con los que nos calentábamos. De manera que, continuando con la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y me acuerdo que, estando el negro de mi padre trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía de él con miedo para mi madre, y señalando con el dedo decía: “¡Madre, cuco!”. Respondió él riendo: “¡Muchachito malcriado!” Yo, aunque bien muchacho, noté aquella palabra de mi hermanito, y dije entre mí “¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!”