“Así habló Zaratustra” Por Raymund Andrea, Gran Maestro, AMORC Gran Bretaña [De “The Rosicrucian Digest” Febrero 1952] Zaratustra, cansado de su soledad en la montaña, fue ante el sol y declaró que él, también debía bajar entre los hombres, porque había crecido cansado de su sabiduría y necesitaba manos extendidas para tomarlo. Luego comenzó sus discursos únicos para todo tipo de gente que conoció en sus travesías a través de muchas tierras. Los discursos consisten en cuatro series. Sin embargo, después de completar la primera serie, otra inspiración vino a Zaratustra, quizás tan inesperada como la primera, que le había traído fuera de su retiro en la montaña. Fue llamado a volver a su soledad. Hasta ese momento había dado abundantemente de su sabiduría a quien le escuchara. Audaces, revolucionarias, incomprensibles palabras había hablado, y pocos deben haber sido quienes podrían aceptarlas. Tenían un doble significado y sólo el sabio podía interpretarlas acertadamente. Pero habló con el golpe del trueno de inspiración tal como descendieron sobre él, sin cuidar nada si se entendían o no, sin alabanza o culpa. Cuando el fuego de la sabiduría superior se apodera de un hombre, no puede argumentar con ella, ni puede andar con rodeos o diluirla para complacer o conciliar a quienes lo escuchan. Y considerando que una considerable porción de las Escrituras consiste en este tipo de elocución que personas de todas las naciones aceptan sin mucho problema, ya que se cree que son inspiradas, nos preguntamos sobre la incoherencia de la naturaleza humana. ¿Por qué hoy en día, el mismo espíritu de inspiración, cuando encuentra una voz entre los hombres, es recibido con una actitud tan diferente? Así, también, con Zaratustra. Él miraba a la gente y decía en su corazón: “Ahí están; allí se ríen; no me entienden; Yo no soy la boca para estos oídos.” Eso sucedió incluso durante el prólogo de sus discursos: y él dio veintidós discursos antes de su primer regreso a la soledad. Los años pasaron, y Zaratustra vino otra vez entre los hombres y dio una segunda serie de veintidós discursos. Ellos fueron tan atrevidos y revolucionarios como la primera serie. El discurso concluyente de su serie se titula: “El gran silencio.” Este cuenta sobre el segundo retiro de Zaratustra a su soledad. Cito de el: ¿Qué me ha ocurrido, amigos míos? Me veis trastornado, acuciado, dócil a pesar mío, dispuesto a marchar - ¡ay, a alejarme de vosotros! Sí, una vez más tiene Zaratustra que volver a su soledad: ¡pero esta vez el oso vuelve de mala gana a su caverna! ¿Qué me ha ocurrido? ¿Quién me lo ordena? - Ay, mi irritada señora lo quiere así, me ha hablado: ¿os he dicho ya alguna vez su nombre? Ayer al atardecer me habló mi hora más silenciosa: ése es el nombre de mi terrible señora. Y esto es lo que ocurrió, - ¡pues tengo que deciros todo, para que vuestro corazón no se endurezca contra el que se va de repente! Y después de que Zaratustra en su orgullo había varias veces cuestionado y repudiado la perentoria voz del silencio, le fue dicho finalmente: Y por última vez algo me habló: « ¡Oh Zaratustra, tus frutos están maduros, pero tú no estás maduro para tus frutos! Por ello tienes que volver de nuevo a la soledad: pues debes ponerte tierno aún.» Una y otra vez esto sucedió a Zaratustra: un deambular entre muchos pueblos en diversas ciudades, y un retiro a la montaña y su cueva. Durante este período dio la tercera y cuarta serie de sus discursos. A veces los dio a personajes extraños que encontró en el camino, a veces a los animales que conversaban con él, y muy frecuentemente un soliloquio con sí mismo. Ahora, si realmente la experiencia de la que nosotros a menudo hemos leído como “la noche oscura del alma” se indica en esta periódica retirada de Zaratustra en el aterrador silencio, una interpretación tal nos viene inmediatamente a la mente y nos impresiona. El desarrollo de Zaratustra procede en alternados ciclos de actividad y retiro: cada período de soledad y silenciosa meditación es seguido de una inspiradora actividad y una exhortación a sus semejantes. Nuevamente la hora de inspiración pasa: el mensaje se entrega; y él es llamado nuevamente al silencio del corazón y de la solitaria comunión con el espíritu de sabiduría. Palabras y Enemigos Mis lectores seguro saben que el libro titulado “Así hablaba Zaratustra” fue considerado por Nietzsche como su mejor obra. He caracterizado los discursos como audaces, revolucionarios e incomprensibles; sin duda fueron y lo son para el lector general. Pero para aquellos que han recorrido un largo camino en el camino de la evolución y están acostumbrados a lo audaz y revolucionario en los escritos de videntes y profetas, estos discursos tienen una decidida calidad mística y pueden ser apreciados en su verdadero valor. Sólo un hombre sabio y un vidente podría haberlo escrito. Que él sabía que tenía una misión que cumplir es corroborado por el hecho de que a los 30 años de edad Nietzsche salió de su casa y pasó diez años en la soledad de la montaña y búsqueda tras la verdad de la vida. Tenía un amplio conocimiento de la literatura. Había estudiado exhaustivamente las religiones de Oriente y Occidente y todas las grandes filosofías. Sus críticas sobre el Cristianismo ortodoxo son audaces y algunas veces profanas; tanto es así que sus más enconados enemigos se encuentran en Gran Bretaña, donde sus libros desde hace mucho tiempo han sido difíciles de obtener. Sin embargo, él es un pensador original y audaz que es reconocido en todo el mundo hoy día; y cabe señalar que casi todo gran escritor en filosofía, religión y arte le cita y valora su amplia erudición y su penetrante comprensión de cada uno de los temas que manejo. Nietzsche no es un autor que sea recomendable para todo lector. A aquellos de inteligencia y apreciación limitada algo de su trabajo puede demostrar ser pernicioso y engañoso. Al muy inteligente, aunque de mente cerrada y tendencias ortodoxas, él será rechazado como un innovador peligroso y destructivo. Al religioso profeso él le parecerá Anatema y denunciado como un traidor del alma del hombre. A aquellos que atestiguan la decadencia rápida de Occidente hoy y luego consultan sus páginas, su resonante palabra probará ser tan siniestra como para hacer que un cristiano lo odie. A aquellos que buscan la verdad dondequiera que pueda ser encontrada, quiénes saben que es una espada de doble filo que expone la belleza y la fealdad de la vida con indiferencia suprema, él puede ser una inspiración y de muchísima guía. Esto depende del tamaño y la calidad del pensamiento de un hombre. Y se puede decir que aquellos que han mostrado verdadera apreciación de Nietzsche y lo han citado más en sus propios trabajos, han sido exactamente aquellos que sobresalen por su amplitud de visión, profundidad de entendimiento de la naturaleza y el alma del hombre. La naturaleza del desarrollo de Zaratustra es indudablemente análoga a aquella fase de la evolución conocida como “la noche oscura.” E inmediatamente viene a la mente el clásico tratado místico de San Juan de la Cruz que trata completamente con la materia. No tengo duda que Nietzsche conociera bien este trabajo e hiciera un estudio particular de ello en el curso de su lectura omnívora. Concediendo que él fue un severo crítico de ciertas enseñanzas religiosas, habiendo discernido en ellas que obstaculizan y encadenan la mente más que aclararla, su aguda intuición expuso las fases positivas y negativas de estas enseñanzas con indiferencia despiadada y desprecio completo de los sentimientos de aquellos que habían sido nutridos en ellas desde la infancia y descansaron toda su esperanza de futura salvación sobre ellas. Incluso, vemos en el desarrollo de Zaratustra algo análogo a la doctrina y práctica mística de San Juan de la Cruz en su trabajo. San Juan comenta sobre ciertas imperfecciones que acosan a los aspirantes que empiezan el camino, imperfecciones tales como orgullo, avaricia e inactividad espiritual, cólera, envidia, y tibieza espiritual. Él muestra por qué estas imperfecciones asaltan al aspirante y dificultan su progreso. Zaratustra, en sus discursos, alude a las mismas imperfecciones con aquella originalidad de tratamiento, la fineza de percepción y agradable discriminación como es aplicado al desarrollo individual, para hacernos sentir que él es quién entró en la soledad de la montaña para buen propósito; y ese propósito era bajar al cimiento de la verdad sobre ella y la vida, registrándola para los pocos quiénes tenía oídos para oírlo. Pero, ¿cuál fue el punto de esta devastadora crítica que suscitaba el odio amargo y la venenosa denuncia de aquellos que se sintieron mucho mejor que él? ¿Cuál era su ideal? Este, fue el mayor hombre del futuro, el suprahombre. Ahora bien, si usted desea traer lo peor del político o religioso, y los hombres de aprendizaje y la ciencia, sólo se necesita apuntar a un personaje que los empequeñezca y ensombrezca. La recepción dada al suprahombre de Nietzsche lo demuestra. Él aborreció algunas de las enfermizas enseñanzas sentimentales del cristianismo ortodoxo y las trató, sin piedad. Sin embargo, él estaba buscando todo el tiempo al hombre ideal. A cada paso propinó golpes de martillo a los grilletes que atan a los hombres y les retienen en su condición de percibir la verdad. Y cuando es recordado que Cristo dijo: "La verdad os hará libres", yo no dudo en decir que el hombre que se atreva a opinar públicamente y poner en peligro su reputación en una audaz y honesta búsqueda por ella, al igual que Nietzsche, debe merecer el respeto de los hombres honorables. Nietzsche ha sido condenado porque él era un destructor despiadado de falsos valores. Él ha sido más condenado por aquellos que temieron cuestionar esos valores, quiénes temen a cualquiera que se atreva a interrogarlos abiertamente, porque ellos han vivido tanto tiempo con esos valores y saben que cierta prosperidad mundana descansa sobre esos valores. Él ha sido condenado por comunidades cristianas porque dirigió una descarga con un efecto sorprendente contra los fundamentos putrefactos de la ortodoxia. Desde ese día (él murió en 1900) aquellas fundamentos han sido sujetos a preguntas implacables y críticas de izquierda y derecha, desde dentro y fuera de la iglesia. Y es interesante notar cuán escasa ha sido la oposición levantada contra aquellas declaraciones de hombres y mujeres pensantes. El hecho es que por mucho que nosotros podamos retomar sobre algunos términos vituperados que Nietzsche permitió a sí mismo en la materia, nos encontramos sin embargo, incapaces de refutar sus conclusiones. Un Falso Discípulo La condenación de Nietzsche en Gran Bretaña sin duda ha sido realzada por el hecho conocido que el pervertido Hitler estaba interesado en sus escritos. Con una aptitud diabólica característica para tergiversar lo bueno en malo y convertir la verdad en una mentira, Hitler asumió que él mismo era el suprahombre de su tiempo; mientras que él, solo era un asesino común. Entonces el juicio de Nietzsche descansa sobre un error lógico. Hitler estudió a Nietzsche: Nietzsche enseñó el suprahombre: Hitler creyó que él era el suprahombre, y por lo tanto, Nietzsche era responsable de Hitler. Tenemos que agradecer al Profesor Lichtenberger de Francia, por una evaluación imparcial y su sólido y equlibrado juicio sobre Nietzsche. Una cita de su libro "El Evangelio del Suprahombre” mostrará a primera vista lo que Nietzsche hubiera pensado de Hitler como exponente de su suprahombre si hubiera podido presenciar la colosal vanidad y descaro de esta caricatura del gran hombre del futuro. “El suprahombre de Nietzsche era esencialmente una de esos grandes Iniciadores que, como Cristo o incluso Buda o el profeta Mahoma, han ejercido influencia sobre las almas de los hombres. Por tanto, el tipo de guerra que interesaba a Nietzsche no fueron las que fueron promulgadas en el campo de batalla y que, en su violencia ciega, atacaron indiscriminadamente la riqueza, los tesoros del arte, y la vida y felicidad de los hombres. Este tipo de guerra podría ser una fatalidad, pero fue sobre todo una barbarie de la que el alma de Nietzsche, tan fácil de conmover a compasión, sintió más que la mayoría de los hombres el trágico horror. Pero el tipo de guerra que encendió su entusiasmo fue la silenciosa, invisible, misteriosa lucha que tiene lugar en lo más íntimo del alma entre los grandes principios que rigen la vida humana, y que en última instancia deciden la dirección que la evolución tomará. La guerra material y visible tiene por objeto la hegemonía de un pueblo o una raza. La guerra espiritual determina lo que podría llamarse en el sentido más amplio de la palabra, el futuro religioso de la humanidad. El verdadero discípulo de Nietzsche es el hombre que con toda la fuerza de su ser se encamina a la creación de una idea que regirá a la humanidad, en el triunfo de un ideal religioso, antiguo o moderno. El hombre que es fanático de la causa de su raza o país no tiene derecho a conectarse con el nombre de Nietzsche.” *** Este articulo prosigue a “El regalo rechazado.” Traducido por P.C.D.G. F.R.C.