¿Ya no es el imperio el principal enemigo de la

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¿Ya no es el imperio el principal enemigo de la
“revolución bolivariana”?
Fernando Dorado
Activista social
“La teoría del complot tiene el peligro de velar las causas profundas de los
problemas y desdibujar la realidad”.
François Houtart
El presidente Chávez consideraba a Uribe un “peón del imperio”. Y estaba en lo
cierto. Uribe en ese momento tenía el Poder y el gobierno. EE.UU. lo respaldaba
y contaba con una fuerza paramilitar organizada que, a su vez, era apoyada por
el ejército oficial. La mayoría de empresarios y terratenientes nacionales y
extranjeros habían decidido jugársela con su política guerrerista. Además,
aprovechó los graves errores de la guerrilla para construir un fuerte apoyo
popular que es lo único que parcialmente le queda en la actualidad.
Ahora, las circunstancias son diferentes. La estrategia imperial no está centrada
en una intervención armada inmediata en Venezuela y menos desde el exterior.
Eso es cosa del pasado. Las “revoluciones de colores” son su método actual.
Para ello están implementando la guerra económica –la de verdad–, que tiene
como eje el auto-abastecimiento de petróleo utilizando la tecnología del fracking
(gas de esquisto), bajar artificialmente los precios internacionales del
combustible y, de contrapeso, debilitar la economía de países productores de
hidrocarburos como Venezuela, Ecuador, Irán y otros.
De esa manera, preparan condiciones para generar la inconformidad popular,
estimulando sobre todo a las clases medias para derrotar o derrocar a los
gobiernos “indóciles” o que muestren cierto grado de independencia y
autonomía. Los estrategas del imperio han aprendido de experiencias pasadas
(Cuba, Nicaragua, Vietnam) en cuanto a entender que las operaciones armadas
imperialistas con fuerzas extranjeras o mercenarias generan fuertes resistencias
nacionalistas que no son fáciles de derrotar.
Esa nueva estrategia imperial requiere de los pueblos y gobiernos que desean
mantener su independencia y soberanía, unas respuestas internas de carácter
integral. No basta la alerta sobre la intervención extranjera. Se necesita
coherencia en el manejo económico, construir una base productiva propia,
apoyarse realmente en el pueblo para profundizar la revolución democrática en
todos los aspectos: sociales, económicos, culturales, políticos e incluso
espirituales. Para ello se necesita coherencia ideológica y estrategia política.
La “pequeña” guerra económica interna en Venezuela, que causa escasez y
desabastecimiento de algunos productos, es resultado, por un lado, de la
incapacidad del gobierno para organizar a la población para construir un nuevo
aparato productivo y, simultáneamente, controlar el comercio exterior
apoyándose en empresas sociales (cooperativas, mutuales, solidarias) y en
monopolios estatales. Pero por otro lado, dicha guerra económica es producto
de la resistencia de la burguesía parasitaria que se niega a aceptar su derrota
política y económica, y utiliza todos los mecanismos legales e ilegales para
mantener un negocio lucrativo y especulativo de importación de mercancías del
exterior. La burguesía emergente también quiere heredar ese fabuloso negocio
y desde el gobierno ha saboteado la línea que trazó el presidente Chávez.
Estas verdades las conocen y las repiten a diario los principales dirigentes
bolivarianos de Venezuela. Lo dejó escrito y grabado en sus discursos el
presidente Chávez. Pero no ha sido fácil implementarlas por cuanto la burguesía
emergente ha ido copando los espacios de dirección del "proceso de cambio", y
ella no está interesada en profundizar la revolución. Sólo le interesa mantenerse
en el gobierno, controlar la renta petrolera y reemplazar a la burguesía parasitaria
entreguista y pro-imperialista.
Maduro es consciente de esta situación. Sin embargo, debido al deterioro de la
situación interna, se ve obligado a recurrir al nacionalismo estrecho, a la
demagogia anti-colombianista que todos los gobiernos venezolanos –de derecha
o de izquierda– han utilizado en el pasado para ganar apoyo popular y triunfar
en las elecciones.
Es por ello que Maduro hizo lo que hizo.
La campaña contra el paramilitarismo y la delincuencia de origen
colombiano
Ahora Maduro quiere convertir a Uribe en el enemigo principal. Con la consigna
de que la causa de los problemas de Venezuela está en la acción paramilitar que
llega desde Colombia, y la utilización por esas fuerzas ilegales del contrabando,
el bachaqueo y todo tipo de delitos, se pretende radicalizar a los venezolanos
contra el supuesto enemigo externo, que ya no es el imperio sino un debilitado
Uribe. Éste lo único que está buscando con su pataleo es negociar su propia
impunidad y la de sus cómplices, y aprovecha el momento para generar ruido.
Nada más.
Estudios muy serios de académicos venezolanos demuestran que la presencia
de diferentes clases de violencias y de diversas expresiones de la delincuencia,
no sólo se observa en la frontera con Colombia sino que está presente en todo
el territorio nacional venezolano. Y además, identifican como las causas más
visibles, primero, el deterioro de la situación económica del país y, segundo, a la
corrupción de las mismas fuerzas armadas (Guardia Nacional y Ejército) y de las
autoridades civiles (Ver. http://bit.ly/1NYyjPu).
Para enfrentar estos flagelos se requiere una política integral de seguridad que
obliga al Estado a apoyarse en el pueblo. Pero esa línea política, que ideó el
presidente Chávez, implicaba atacar al burocratismo, la corrupción y los
intereses de la burguesía emergente, y ello no ha sido ni va a ser posible en el
corto plazo. Es más fácil utilizar un enemigo externo, discriminar y golpear a
inermes colombianos de la frontera, hacer apariencia de mano fuerte, mostrar
shows mediáticos y paralelamente, engrandecer a Uribe.
Las consecuencias para el gobierno de Santos y el proceso de paz
El actual “incidente” con Venezuela, va a traer consecuencias inmediatas para el
proceso de paz en Colombia. Es un hecho que el cierre de la frontera de forma
unilateral es un acto inamistoso y grave. Afecta a colombianos y venezolanos de
la frontera, lesiona intereses económicos, deteriora la confianza entre los dos
gobiernos, y – de la forma como se realizó la expulsión de más de un millar de
colombianos – es una violación flagrante de los derechos humanos de esas
personas inmigrantes y desplazadas.
Santos, así él no lo quiera ni Maduro tampoco, es el gran damnificado. Su
debilidad es manifiesta y trágica. Su cara de susto y la actitud temerosa de sus
funcionarios en el discurso del pasado martes 25 de agosto, así lo delata. Le faltó
decir que el presidente Maduro no le pasa al teléfono. Lo único que Santos
realmente ofreció en esa intervención televisada, fue conseguir camiones y
permiso con el gobierno de Venezuela para ayudarles a los colombianos a traer
sus “corotos”. ¡Qué desgracia y qué indignidad!
El presidente colombiano ha quedado en medio de un emparedado. Está
atrapado entre la teoría del complot imperial y paramilitar, que respalda el
expresidente Samper desde la UNASUR, las FARC y algunas fuerzas políticas
de izquierda colombianas, y los análisis de diversos sectores políticos que
identifican los problemas de Venezuela con la corrupción, la mala gestión
económica, el derroche, la agudización de la dependencia del petróleo, el fracaso
en la generación de nuevas áreas productivas y el paternalismo excesivo, entre
otras.
Así, el presidente Santos ha mostrado una enorme indecisión y debilidad. No
pudo identificar a tiempo que Maduro va con todo pensando en las elecciones
de diciembre. Creía –equivocadamente–, que un tratamiento diplomático
prudente y bilateral podría hacer recapacitar al gobierno venezolano para reabrir
la frontera y darle un tratamiento legal y humanitario a los inmigrantes
colombianos, especialmente a los ilegales e indocumentados. Pero se equivocó
de cabo a rabo.
Se argumenta que Santos actuaba de esa manera para proteger el “proceso de
paz”. Sin embargo, los hechos demuestran que el mayor riesgo para ese proceso
es la inmensa debilidad de Santos. Ahora, su posición se ha debilitado más,
mucho más cuando las FARC han salido a respaldar al gobierno bolivariano. La
tensión entre los dos gobiernos y países va a crecer, y la paz negociada entrará
en un enfriador por un buen lapso de tiempo.
Uribe ha recibido un segundo aire de Maduro, una oportunidad de oro, no para
sabotear el proceso de paz sino para debilitar a Santos. Así podrá obtener
mayores ventajas en el proceso de negociación de su impunidad.
Mientras tanto, la crisis económica y fiscal que avanza a diario en ambos países
le pondrá su toque de realismo a un ambiente político cada vez más caldeado y
confuso, en donde la polarización juega a favor de quienes acusan a Santos de
frágil e incoherente. La tormenta recién arrecia y el grifo que abrió Maduro tal vez
se convierta en un río y en una avalancha. Ojalá no sea así.
Nota: Los medios de comunicación colombianos han hecho su fiesta contra el
régimen bolivariano. Ahora son solidarios con los colombianos expulsados de
Venezuela pero nunca han dicho nada con los expulsados y desplazados de El
Quimbo, Ituango, indígenas de Corinto o “invasores” de lotes en muchas
ciudades que son desalojados a sangre y fuego.
E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado
Edición 461 – Semana del 28 de agosto al 3 de septiembre de 2015
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