XIII. DE LA TEORÍA DE LOS CULTURAL STUDIES A LOS CULTURAL STUDIES COMO METATEORÍA Como indica su nombre, el concepto de “cultura” ocupa un lugar central en esta corriente teórica. Cultura entendida no ya solo como “alta cultura” sino en un sentido amplio, casi omniabarcador, con una especial inclinación por la cultura con minúsculas, la “cultura popular” —desvestida del componente folklórico— en una sociedad de masas. Situándose en los márgenes del discurso dualista sobre la cultura de masas y la cultura de élite, el concepto de cultura de los cultural studies funde ambas manifestaciones en una sola. Su molde, aquel en el que se da forma al concepto, ya no es sólo del orden de los “contenidos”. Cultura se confunde casi con comunicación. Son los productos más o menos cristalizados de la comunicación a nivel popular y las prácticas adyacentes. Y en especial se trata de una forma muy concreta, que ha remodelado la cultura tradicional oral: la comunicación de masas. Serán esencialmente los productos de este tipo de comunicación los que centrarán el interés de los esta corriente, fundada en torno al Center for Contemporary Cultural Studies de Birgminghan por R. Hoggart, E. P. Thompson, R. Williams y S. Hall, contando entre sus filas a D. Hebdige, D, Morley y T. Eagleton entre otros. Su institucionalización tendrá lugar con la creación de dicho Centro en 1964, cuyo primer director será Hoggart y que se daría por objeto: “las formas, las prácticas y las instituciones culturales y sus relaciones con la sociedad y el cambio social” (Mattelart-Neveu, 1996). El giro radical que los cultural studies introdujeron con su perspectiva fue precisamente dar a lo banal, a lo hasta entonces 240 Teoría de la Comunicación Mediática considerado mayormente “indigno de teorización”, a la cultura popular, al entretenimiento, al “ruido”, el merecido lugar en una teoría sobre los media. No cabe duda de que fue una aportación decisiva. Como lo fue la más que necesaria reflexión de Williams acerca de la vis cambiante de la ideología, que en las sociedades capitalistas avanzadas sólo podía ser rastreada en la mercancía por antonomasia, completamente alejada ya de las mercancías características de la primera industrialización y vinculadas con la “industria pesada”: la mercancía simbólica, de base comunicativa, generada en el marco de la industria cultural; la mercantilización creciente de los bienes simbólicos, esencialmente a través de los medios de masas y de su producto: la cultura de masas: “En una nota a pie de página de los Grundrisse se explica que un fabricante de pianos es un trabajador productivo, comprometido con el trabajo productivo, pero que un pianista no lo es desde el momento en que su trabajo no es un trabajo que reproduce capital. La extraordinaria insuficiencia de esta distinción en cuanto al capitalismo avanzado, en el cual la producción de música (y no solamente de sus instrumentos musicales) constituye una rama importante de la producción capitalista, puede ser solamente una ocasión de ponerse al día. Pero el verdadero error es mucho más fundamental … “el reino del arte y las ideas”, la “estética”, la “ideología” o, menos halagüeñamente, la “superestructura” … son, en realidad, prácticas reales, elementos de un proceso material total; no un reino o un mundo o una superestructura, sino una numerosa serie de prácticas productivas variables que conllevan intenciones y condiciones específicas”1. En un célebre artículo de S. Hall titulado “Encoding and decoding in the television discourse” (1973) que quedó como uno de los manifiestos comunicativos de los cultural studies, como la aportación de esta corriente al patrimonio modelizador, Hall buscaba marcar las distancias con tres de las corrientes dominantes en el estudio de los medios de comunicación: el 1 R. Williams, Marxismo y literatura, Barcelona, Península, 1980. Pilar Carrera 241 mecanicismo causalista, es estructuralismo más rigorista y el funcionalismo americano, tomando como clave el concepto de ideología, no desde la rigidez y unidireccionalidad gramsciana, sino desde su poder pervasor y su potencial de disimulo, recuperando ciertas posturas de Althusser. No hay que olvidar que los cultural studies se caracterizaron siempre por la práctica del sincretismo, por recuperar conceptos provenientes de corrientes teóricas muy marcadas y readaptarlos, conjugando lo que parecía inconjugable. “Encoding and decoding in Television Discourse” se presenta como modelo comunicativo alternativo al modelo clásico, atomista y lineal y en el fondo personalista y voluntarista, de la comunicación. Hall parte de una crítica al análisis contenutista behaviorista de los medios, en este caso en su aplicación al medio TV. Propone conceptualizar el proceso comunicativo en términos no personalistas (emisor, receptor…) sino de instancias sistémicas, estructurales e impersonales (producción, circulación, distribución, consumo, reproducción…) como una articulación de estas cuatro modalidades diferenciadas: “ No somos plenamente conscientes de que esta re-entrada en las prácticas de recepción y “uso” de la audiencia no pueden ser comprendidas en términos simplemente behavioristas … Los códigos de codificación y descodificación pueden no ser perfectamente simétricos” (Hall, 1973: 220). Hall considera que hay que diferenciar al menos tres tipos de códigos: el “código dominante”, el “código negociado” y el “código oposicional”. Incluso aquellos modelos que contemplaban el feedback, sostiene Hall, lo concebían como una especie de rebote lineal de la información implementada, algo así como un partido de tenis. Hall propone pensar este modelo en términos estructurales, ya no partiendo de instancias atomísticas o individualistas sino de instancias socializantes y dinámicas, procesuales: (“producción” por ejemplo y ya no “producto”), es decir, “prácticas sociales” que sustentarían el proceso, y cuyo objeto serían signos y mensajes. Cada uno de los momentos es necesario para concebir un circuito articulado como un todo. 242 Teoría de la Comunicación Mediática Una aportación fundamental de los cultural studies a la teoría de la comunicación fue le reconceptualización del concepto de ideología, haciéndolo derivar de la clásica instancia política al seno mismo de lo cotidiano. La ideología se convierte así en un texto que se deja rastrear en terrenos aparentemente tan inocentes como el mobiliario o el diseño de los objetos, o los objetos ociosos… es decir es un elemento pervasivo que no queda reducido a la instancia política sino que circula a través de todas las instancias de lo social, que forma parte de la savia misma de lo social, no es un discurso aislado, coyuntural, sino parte del tejido social mismo, hasta en sus formas más banales y aparentemente inintencionales. La entrada de lo hasta ese momento marginal desde el punto de vista teórico, desde los estudios de género y la perspectiva feminista, a las cuestiones de la raza y etnicidad, evidentemente comportaban el riesgo, que no elimina en absoluto lo innovador de la opción, de caer en ocasiones en lo políticamente correcto y sustituir la teoría por las buenas intenciones. Otra de las características de la aproximación de los cultural studies a la cultura de masas y a los medios de comunicación, y que distinguirá esta corriente en sus inicios con el marchamo de lo nuevo será su decidido antisociologismo —Bourdieu constituye la excepción a su rechazo de plano a lo sociológico, por razones que parecen evidentes— la negativa a adoptar una perspectiva sociológica, y la tentativa de conjugar ya no lo subjetivo y lo social, sino de convertir al individuo —no a un individuo concreto, no a una subjetividad con nombre y apellidos— en una instancia teórica tan válida como el “hombre medio” sociológicamente postulado. Y de paso liberarse un poco de la autolaceración heteronómica y sin embargo en apariencia gozosa de cierta sociología —Luhman no es un caso aislado—. Las críticas a los cultural studies desde suelo británico provinieron del grupo conformado por Halloran, Golding, Eliot, Murdock y Garnham en la Universidad de Leicester, quienes criticaron a Hall por su idealismo, por su visión platónica de la ideología y el descuido de la historia y de la economía, amén de cierto solipsismo textual cercano al inmanentismo semiótico. Pilar Carrera 243 A. Mattelart y E. Neveu compusieron un réquiem por los cultural studies titulado “Cultural studies’ stories: la domestication d’une pensée sauvage?” (1996) sobre “un grupo de angry young men que tenían veinte años y compromisos marxistas en los años 60, convertidos un cuarto de siglo más tarde en los campeones consagrados de una disciplina domesticada” (Mattelart-Neveu, 1996). El “viraje etnográfico” de los cultural studies en los años 80 es caracterizado por Mattelart como “el prolongamiento de una crisis de la izquierda y participa de un diagnóstico político” (Mattelart-Neveu,1996). Pero no se puede reducir la impronta de esta corriente al activismo, ni su “domesticación” a un creciente conservadurismo que consumaría la traición a los orígenes. El activismo y la teoría poseen lógicas tangenciales, como bien sostenía Hanna Arendt: “Suponer alguna influencia directa de la teoría sobre la acción … es suponer algo que, de hecho, no es ni nunca será así2”. Su “domesticación”, la pérdida de tensión teórica de los cultural studies, su “ablandamiento” progresivo, no se debería en todo caso a una pérdida de tensión política, sino a una pérdida de tensión teórica. Dicha tensión teórica posiblemente haya mermado por no haber sabido mantener esa sensibilidad fundacional por la “pequeña forma” y haber sucumbido en cierto modo al “misticismo misticismo de las pequeñas cosas”, por no haber llevado hasta el final su renuncia programática a aplicar a lo popular un discurso heroico como forma de legitimación teórica. Puede considerarse que el “proceso de expansión planetaria de los cultural studies” desde mediados de los años 80, coincide precisamente con una pérdida de vitalidad dogmática, que, por otra parte, garantizaría una mayor popularidad, un creciente universalismo, y cierta tendencia al imperialismo teórico que se resume en una progresiva subsunción de toda corriente teórica o autor que supuestamente haya teorizado sobre la cultura, 2 H. Arendt, De la historia a la acción, Barcelona, Paidós, 1995, pág. 141. 244 Teoría de la Comunicación Mediática bajo el paraguas de los cultural studies, aún cuando la producción de dichos autores fuese anterior a la aparición misma en el universo teórico de dicha corriente. El “síndrome del reader” en teoría de la comunicación ha afectado especialmente a los cultural studies. Parece que “los huérfanos del compromiso” se han lanzado a empresas más gloriosas. Según Carey también los USA tuvieron sus cultural studies. En los años 50 se podrían distinguir en América tres grandes campos teóricos respecto a la cuestión de los media y sus efectos. Lo que Carey denomina “cultural studies americanos”, supondrían una alternativa a la trinidad dominante de teorías sobre los media que resume en: el psicologismo de corte behaviorista (Schramm), el funcionalismo o estructural funcionalismo (Parsons, Merton, Katz, Lazarsfeld) y una tercera opción: el debate sobre la cultura de masas. los tres podían coincidir en lo que Carey denominaba el discurso liberal optimista de América encaminándose into a progressive future (Carey,1983). Si retomamos esta consideración de Carey es porque consideramos interesante ver como desde los USA se conceptualiza “de rebote” a los cultural ingleses, definiendo lo que se considera su corriente homónima al otro lado del océano. Para Carey la corriente americana estaría encabezada por Wright Mills, Riesman, Innis y Burke, formados o tocados por el pragmatismo y su deriva sociológica: el interaccionismo simbólico, y por el marxismo. El equivalente británico a este pensamiento radical americano serían los cultural studies (Williams, Hoggart y Hall reunidos en torno al Center for Contemporary Cultural Studies en la University of Birmingham. Las principales influencias según Carey serían la teoría marxista y el estructuralismo francés. Es decir, estos cultural studies “a la americana” no quedarían definidos por una perspectiva teórica (que antes hemos definido como una voluntad de teorizar desde abajo y sobre asuntos hasta entonces despreciados teóricamente, uno de ellos elemento constitutivo esencial de la cultura de masas, como es el entretenimiento) sino con un compromiso ideológico muy preciso que les llevaría a interpretar los mass media en relación con un Pilar Carrera 245 problema aislado, sino en relación con un whole way of live: “La ebullición circundando los intereses de los cultural studies americanos es la habilidad para conservar lo suficiente de los orígenes, ideas y tono del pragmatismo mientras se enfrenta directamente al hecho de que las sociedades se estructuran no solo comunicativamente sino también a través de relaciones de poder y dominación” (Carey, 1983: 313). Sin embargo consideramos que si hay que hablar de manifiesto fundacional de los cultural studies ingleses, antes de recurrir al compromiso político, habría que evaluar su novedad teórica, que consideramos que esencialmente consistió en dar cabida en su momento a algo que había sido despreciado por los estudiosos de la comunicación de masas: el entretenimiento; en dar entrada a lo cotidiano bajo una forma nueva, totalizadora, ni folklórica, ni mítica ni simbólica —aunque progresivamente estos dos últimos rasgos irían acentuándose— ocupándose de un tema de especial relevancia y escasamente considerado: la gestión del ocio, que puede ser definido también como el tiempo por excelencia de la cultura de masas. Respecto a la deriva de los cultural studies a la que antes hemos aludido, a su tendencia “fagocitadora” o “panteoricismo”, si observamos los títulos y autores de un reader tomado al azar: —During, S. (ed.), The cultural studies reader, Londres, Routledge, 1993, Reprinted 2004—, encontramos, junto a autores autoadscritos a esta corriente, presencias tan desconcertantes y anacrónicas como las de Horkheimer y Adorno, Barhtes, Foucault, Lyotard o Bourdieu… (SIC). Lo cual nos indica que el término cultura, que había adquirido unos contornos muy precisos en los comienzos de los cultural studies, contornos que precisamente le habían conferido operatividad teórica, se ha convertido en un gran cajón de sastre, en un gran estómago, en un axioma que comporta el absolutismo de lo dado por supuesto y la vacuidad de lo que puede significarlo todo y por tanto no significa nada. En ese sentido es ilustradora la definición de During de los cultural studies: “Es, por supuesto, el estudio de la cultura, o más en concreto, el estudio de la cultura con- 246 Teoría de la Comunicación Mediática temporánea” (During, 1993). La perspectiva sobre el objeto, el descenso fundacional a los abismos de lo banal y el posterior establecimiento en el “territorio del lápiz” walseriano, el método en resumen y la mirada teórica, el camino hacia el objeto, todo eso parece haberse olvidado en esta definición, haberse esfumado el “acto filosófico” dados de “existencia teórica”. La bandera de la “multidisciplinariedad” no es sino una manera de declarar la propia inmunidad e intangibilidad como discurso. La desproblematización del mismo y la autoindulgencia teórica, lo llevan a declararse la red teórica por excelencia en tiempos globales. Por otra parte no cabe duda de que han sabido aprovechar también para su propia autopromoción teórica las nociones de entretenimiento y espectáculo, nociones a cuyo esclarecimiento, en las sociedades actuales, contribuyeron de manera radical y novedosa.