H E C H O A MA NO / HA N DM A DE 15 52 Julio Toaquiza: Arte en Tigua /Art in Tigua Quién hubiera pensado que este sereno hombre de la pequeña aldea de Tigua, en la serranía oculta detrás de Latacunga, fuera el responsable de todo un folclor. Que sus cuadros sobre piel de oveja curada vendrían a representar la vida rural de estas tierras de una manera tan conmovedoramente arraigada, llegando a representar el arte andino con tanta vehemencia… Uno pensaría que estos cuadros son parte de una tradición milenaria que tomó a cientos de artesanos y varios siglos en gestarse. Pero no, el estilo naif que conocemos y llamamos “Tigua” viene de un solo hombre: Julio Toaquiza, y solo ha estado en estas tierras desde que él empezó a pintar. Encuentra también todo surtido de máscaras de fiesta en el taller Also find the popular ‘fiesta’ wood masks at the workshop. En realidad, Julio insistiría que no viene de él, sino que viene de sus sueños. “Cuando me despierto, lo primero que hago es agarrarlos... tan rápido como pueda. Como este de aquí ... ”, dice y muestra un cuadro en el que una turba de campesinos enojados, armados con palos y piedras, aterrorizan a una víctima arrodillada. “Ese era yo”, dice Julio, “todos venían hasta mí, pero salí con vida”, agrega con una sonrisa. Julio ha ilustrado y narrado todo un libro sobre el tema: Juliopak Mushuykuna: Los sueños de Julio. Cuando su subconsciente recién empezaba a quererle decir algo, allá por 1973, Julio era aún un campesino como la mayoría de su comunidad. Un sueño en particular, en el que volaba sobre los valles de Tigua –que en realidad suena a una experiencia extracorporal cuando lo describe– lo incitó a pintar su primer tambor. Este tambor captaría la atención de Olga Fisch, una inmigrante húngara que viviría para convertirse en una de las personas que mayor valor y fomento le han deparado a las artes y oficios en la historia nacional. Su impresión inicial debió ser intensa, pues no solo ofreció comprarle el tambor, sino que terminó pidiendo muchos 92 Julio se aleja de sus montañas para inspirarse en temas religiosos. Julio also ventures away from his neighboring hills to depict religious themes in his work. más. Julio hizo lo que pudo. La dificultad de reunir los materiales –la piel de oveja, por un lado, pero lo que era mucho más difícil, la madera necesaria para el marco del tambor– hizo que la producción a gran escala fuera imposible. Los tambores tampoco son muy fáciles de desplazar. Y Olga Fisch había establecido una clientela internacional, por lo que sugirió que fuera más práctico. El “lienzo” de piel de oveja, de hecho, terminó siendo un toque de gracia, haciendo del producto “Tigua” una verdadera obra de arte, así como otorgándole a dicha obra un soporte por demás exótico. Pintó la cosecha, pintó fiestas locales, pintó las mujeres tejiendo, pintó los animales de la finca, pintó, por supuesto, al majestuoso cóndor, y en numerosas ocasiones, a la propia Olga Fisch... creando todo un universo artístico de la vida rural cotopaxense, un universo artístico que rápidamente llegó a ser irresistible. La pregunta permanece: ¿cabe la palabra folclor para la obra de Julio Toaquiza? Cientos de artesanos de la zona siguieron sus pasos. Juan César Umaginga, quien vive en Quilotoa, es ávido pintor y le da todo el crédito: “todos hacemos lo nuestro, por supuesto, pero ¿por qué iría a mentirles?, todo comenzó con Julio Toaquiza”. La familia de Julio, todos sus hijos e hijas, son pintores. Sus respectivos esposos y esposas también son pintores. Todos ellos juntos, y todos los demás que hacen el llamado arte de Tigua –ahora incluso en comunidades al otro extremo de los Andes– han hecho de la obra de Julio sobre piel de oveja un ítem del folclor ecuatoriano. Pero cuando estamos en aquel pequeño taller, frente a un cuadro que ha estado labrando durante varios meses, asentado al caballete con sus pinceles de plumas de gallina y óleos de colores intensos dispersos por doquier, cuando se sabe que es Julio Toaquiza quien está contactando a su propio subconsciente para crear esa pieza, uno se dice: estamos delante de un Julio Toaquiza y su mujer María Francisco, emblemas del arte en Tigua / Julio Toaquiza and his wife María Francisca: bearers of art in Tigua . verdadero eslabón perdido. Cuando se piensa en todas las piezas del folclor ecuatoriano –sea música, vestimenta, danza…– ¿es posible que, en algún momento, todas ellas vinieran de un “Julio Toaquiza”? De un hombre o una mujer que tuvo la idea de expresar el mundo de una manera tan irresistible que todos los vecinos tenían que imitar. Por supuesto, no todo arte popular puede ser descrito de esta manera. Pero, uno no siempre está tan cerca de un sujeto tan inspirador como, hoy en día, se ha vuelto alguien como Julio: un verdadero artista que desde su pequeño hogar de Tigua, hace algo mucho más profundo que producir cuadros: él crea folclor. It’s hard to believe that this soft-spoken man from the tiny hamlet of Tigua, in the back-road highlands that overlook Latacunga, came up with all of this on his own. His paintings depicting rural life in the Cotopaxi heartland on cured sheepskin are so poignantly indigenous, and have come to represent Andean art in such a comprehensive way, they feel like an ageless tradition that took hundreds of artisans and several centuries to coalesce. But no, the naif style we know and call “Tigua” today comes from one man, Julio Toaquiza, and has only been around for as long as he’s been doing it. Actually, Julio would insist that it doesn’t even come from him, per se, but from his dreams. “As soon as I wake up, the first thing I do is grab them… as fast as I can. Like this one here…” he says and shows me a painting that illustrates a mob of angry peasants, armed with sticks and stones, terrorizing a kneeling, frightened victim. “That’s me…” says Julio, “they were all coming at me, but I got out alive…”, he adds and giggles. Julio illustrated and narrated an entire book on the subject, titled “Juliopak Mushuykuna: Julio’s Dreams“. Back in 1973, when Julio’s subconscious was first itching to tell him something, he was still a peasant farmer like most people in town. One dream in particular, something about flying over Tigua hills – which sounds mostly like an outerbody experience when he describes it – incited him to paint away at a bass drum he owned. This very bass drum would then catch the attention of one Olga Fisch, a Hungarian immigrant who would live to become one of the most prominent arts-and-crafts dealers in the country. Her initial impression of the drum must have been intense, for she not only offered to buy the piece, but asked him to make a rather excessive number of follow-up examples. Julio did what he could. The difficulty of gathering the materials – the sheepskin, on one hand, but what was much harder, the wood needed for the drum’s frame – made large-scale production impossible. Drums aren’t easy to carry, either. And, since Olga Fisch had established an important international clientele, she suggested Julio turn to something simpler, more transportable. The sheepskin canvas, in fact, was a stroke of genius, making the “Tigua” product a veritable art piece, as well as lending that art piece a most exotic support. He painted the harvest, he painted celebrations, he painted women weaving, he painted the farm animals, he painted, of course, the majestic condor, and numerous times, Olga Fisch herself… single-handedly creating an entire artistic universe of life in the Ecuadorian backcountry, an artistic universe that quickly became irresistible. The question remains: Is this folklore? Hundreds of artisans in the area followed in his footsteps over the years. Juan César Umaginga, who we met at Quilotoa, is an avid painter, and he gives him all the credit: “everyone does his thing, of course, but why would I lie to you: it all began with Julio Toaquiza”. Julio’s family, all of his sons and daughters, are painters. Their respective significant others are also painters. All of them together, and everyone else who does so called Tigua art – now even from communities on the opposite end of the Andes – have made Julio’s sheepskin oeuvre a folkloric item. But when you stand at his small one-room workshop and look at a painting he’s been working on for several months, sitting on its easel with chicken-feather brushes on the side and oil paints scattered about, when you know it is Julio Toaquiza who’s reached out into his own subconscious to create it: are we standing in front of a veritable ‘missing link’? When you think of every piece of so-called folkloric expression –music, dress, dance, etc. – found throughout this folkloric nation… is it possible that it all, once, came from a Julio Toaquiza? From one man or woman who had the inkling to express the world in a specific, irresistible way that everyone just had to imitate… Surely, not all folk art can be defined this way… but we aren’t always that close to such an inspiring individual as we are, today, to someone like Julio: an influential artist, who, in his quiet Tigua home, does something so much deeper than produce his customary paintings: he actually creates folklore. 93