Cómo derrotar al detector de mentiras Antonio Manzanera Una tarde de verano de 1985, un hombre atravesó la via Véneto para acceder a la embajada estadounidense en Italia. Los miembros del servicio de inteligencia americanos destinados en Roma recibieron a su huésped sin dar crédito a sus ojos. Se trataba nada menos que de Vitaly Yurchenko, coronel del KGB y responsable de las acciones de espionaje soviéticas en los Estados Unidos. El oficial de mayor graduación del KGB que hasta la fecha había cruzado el telón de acero, el jefe de los espías rusos en Estados Unidos, el famoso Yurchenko… había desertado. Aquél era sin duda el mejor de los sueños de la CIA hecho realidad. Yurchenko fue llevado inmediatamente a Washington en un vuelo fantasma, y a los pocos días fue sometido a la prueba del detector de mentiras. La CIA necesitaba conocer de manera inmediata si su defección era auténtica o si por el contrario aquello se trataba de un truco del KGB para engañarlos. Vitaly Yurchenko fue conducido a la sala donde se realizaría la prueba, se sentó en la silla, dejó que le pusieran los cables y fue contestando una a una a las preguntas que le hicieron. Lo que ocurrió a continuación dejó aún más boquiabiertos a los agentes del servicio de inteligencia estadounidense… El coronel del KGB fue conectado a una máquina llamada “polígrafo”, que simplemente registra en un diagrama la reacción fisiológica del cuerpo del individuo analizado ante las preguntas que se le formulan. Los sensores que se colocan son habitualmente un brazalete para medir la presión arterial y frecuencia cardiaca, unos tubos de goma llamados neumógrafos que registran la frecuencia respiratoria y unos dedales que recogen la resistencia electrodérmica para comprobar si el sujeto suda. La teoría dice que cuando mentimos nuestro cuerpo reacciona de una manera especial: sube la tensión, nuestro corazón se acelera, respiramos más rápido y empezamos a sudar. Algunas de estas anomalías se corrigen cuando volvemos a decir la verdad, y en su consecuencia la medición del polígrafo es capaz de identificar en qué momento faltamos a la verdad. Sin embargo esta teoría no ha podido ser científicamente demostrada y, por consiguiente, la prueba poligráfica no se ha considerado válida en sede judicial. A pesar de ello, el detector de mentiras es un aparato empleado en numerosas instancias. Por ejemplo, en la inteligencia estadounidense, la CIA, que hace pasar la prueba a sus aspirantes a empleados, a sus empleados y a determinadas fuentes que se han ofrecido a venderles información. En tales casos, la CIA determina qué hará con el resultado del test, y sus decisiones no van más allá de sus propias competencias. Ahora bien, el polígrafo también es utilizado por algunas policías como el FBI para la investigación criminal, y determinar si un sospechoso es inocente o culpable. Esto puede resultar sorprendente, habida cuenta de la imposibilidad de utilizar el resultado del test como prueba contra nadie. Entonces ¿por qué se utiliza el detector de mentiras? La respuesta es sencilla: la gran utilidad del polígrafo para la policía es obtener confesiones. Para ello se prepara un escenario adecuado, se sienta al sospechoso en la silla con toda solemnidad, se le conectan los sensores, se le hace el cuestionario y luego, cuando ya ha terminado la prueba, se le informa que el test confirma las sospechas. Que ha sido él. Que por qué no confiesa. Que a la policía es difícil engañarla, pero a su propio cuerpo, el del sospechoso, es imposible. Y su cuerpo ha demostrado que está mintiendo. Que ellos lo saben, que ha sido él… No hay mejor manera de obtener una confesión que convencer a un culpable de que sabes que es culpable. Y el polígrafo sirve precisamente para eso. Para intentar convencer al sospechoso de que sabes que es culpable. El modus operandi es siempre el mismo, y así la prueba poligráfica consta de tres partes. Una entrevista previa, el cuestionario conectado a la máquina y otra entrevista posterior. El objetivo de las dos entrevistas es conseguir las confesiones, y la prueba que se realiza entre medias es un medio para ello. Por esa razón, el consejo que dan los abogados a los clientes que deciden someterse a la prueba del detector es siempre el mismo: no admitir nunca nada. Pase lo que pase, da igual lo que diga el técnico del polígrafo. Todo es irrelevante, hay que negarlo. Eres inocente y si la máquina dice otra cosa no es problema tuyo. Mantén la boca cerrada, pues sin una confesión el polígrafo no sirve para nada. Sin embargo cuando la prueba del detector se realiza en otras situaciones distintas de la investigación criminal, la situación no es tan sencilla. Imagina que quieres entrar a trabajar en una empresa o agencia que te obliga a pasar por el detector. Si la prueba sale mal, tú puedes negar todo… pero te quedarás sin trabajo. En tales casos no se busca una confesión, sino un test “limpio”, es decir, un diagrama sin mentiras. ¿Cómo conseguirlo? Si sabes que el polígrafo no dirá nada malo sobre ti, entonces lo mejor que puedes hacer es dormir bien la noche antes de la prueba, no tomar ninguna sustancia estimulante y acudir sonriente y cordial al lugar del test. Crea una buena relación con el entrevistador y sigue al pie de la letra sus instrucciones. Lo normal es que todo salga bien. Si, por el contrario, temes que el polígrafo destape algún que otro pecado, no te queda más remedio que derrotar a la máquina. ¿Cómo hacerlo? Para superar la prueba del detector es preciso conocer en detalle cómo funciona el polígrafo, y la clave de ese funcionamiento son las preguntas que forman parte del cuestionario. La creencia popular es que una prueba poligráfica contiene dos tipos de preguntas, las irrelevantes y las relevantes. Un ejemplo de las primeras sería “¿te llamas Alfonso?”, “¿hoy es lunes?”, “¿naciste en Madrid?”. Las preguntas relevantes, en cambio, son las que se refieren a los hechos cuya veracidad se pretende establecer: “¿robaste los documentos?”, “¿amenazaste de muerte al director?”, “¿asesinaste a la criada?”. Así pues, siguiendo esa tesis tradicional, el operador del polígrafo verifica las mediciones ante las preguntas irrelevantes que se responden siempre con la verdad y comprueba en el diagrama si hay diferencias significativas con las mediciones de las preguntas relevantes. Sencillo, ¿no? Pues no. El polígrafo no funciona así. En realidad el operador del polígrafo no quiere saber cómo reacciona tu organismo cuando dices la verdad sino justo lo contrario: qué registra el diagrama cuando mientes. Así pues, el test no consiste en comparar las reacciones de las preguntas relevantes con aquéllas irrelevantes en las que el sujeto dice la verdad. Consiste en comparar las respuestas a las preguntas relevantes con otras en las que el operador sabe positivamente que has mentido. Estas preguntas se engloban en un tercer tipo de cuestiones que se denominan “preguntas de control”, a las que el técnico del polígrafo espera que respondas mintiendo para ver cómo lo marca el polígrafo. Más tarde, si tu reacción a la pregunta relevante es igual o superior a la obtenida en la pregunta de control, el operador concluye que has mentido. Y si ante la pregunta relevante reaccionas de manera más sosegada, has dicho la verdad. En definitiva, vemos que el secreto oscuro del detector de mentiras es precisamente ése: a pesar de que el operador del polígrafo advierte de que durante la prueba se debe decir siempre la verdad, él mismo espera que el sujeto mienta en las preguntas de control. Además, aunque el técnico suele informar que las preguntas irrelevantes sirven para registrar cómo reacciona el cuerpo cuando se dice la verdad, lo cierto es que son totalmente superfluas. No valen para nada. Detengámonos entonces en la preguntas de control, aquéllas que se espera que se respondan con una mentira y que servirán de base de comparación para las preguntas relevantes. Un ejemplo bastante habitual de pregunta de control es: “¿Alguna vez has mentido para salir de un apuro?”. Lógicamente, cualquier persona normal debe responder a esta pregunta “sí”, pues cualquier persona en algún momento de su vida habrá faltado a la verdad para solventar alguna situación complicada. Sin embargo el técnico del polígrafo quiere que el sujeto mienta y responda que “no”, y para ello advertirá de que, por ejemplo, la empresa no estaría dispuesta a contratar a alguien que mintiese para escabullirse de un problema, por lo que la única respuesta válida en el test sería “no”. Cuando el individuo responde que no, el polígrafo registrará en el diagrama las reacciones propias de ese estrés, y el técnico ya sabe cómo se representa gráficamente su mentira. Lo siguiente que tiene que hacer es observar qué indica la máquina cuando se formulan las preguntas relevantes y comparar la reacción con la mentira a la pregunta de control. Pues bien, ahora que conocemos cómo funciona el test, ya podemos elaborar una estrategia para derrotarlo. Y esta estrategia es muy simple: consiste en amplificar al máximo posible la reacción a las preguntas de control, para que el diagrama se dispare y así, al responder las preguntas relevantes, la medición del polígrafo sea inferior. Cuando el técnico vea que la reacción a la pregunta de control superó a la de la pregunta relevante concluirá que se ha dicho la verdad o, como mucho, podrá calificar la prueba como “inconcluyente”. Si además el entrevistado se niega a confesar durante las entrevistas, habrá superado el test. Ahora bien ¿cómo amplificar la reacción ante la mentira en las preguntas de control? Volvamos a las métricas fisiológicas, pues debemos trabajar con ellas: sudoración, frecuencia respiratoria y ritmo cardiaco. Respecto a la primera, ni es tan importante, ni fácilmente manipulable por lo que podemos dejarla de lado. La respiración sí que puede alterarse, y hay varios modelos de frecuencia respiratoria que señalan al técnico la presencia de una mentira y que pueden ponerse en práctica. El más sencillo de todos consiste en contener la respiración durante cuatro o cinco segundos apenas se escucha la pregunta del control. Inmediatamente el polígrafo registrará este hecho, y el operador tomará nota de él como un claro síntoma de falsedad. Conviene no pasar de los cinco segundos, pues si la respiración se contiene durante más tiempo, el técnico sospechará. Alterar el ritmo cardiaco es algo más difícil pero crucial para tomar el control de la máquina y amplificar el efecto de la mentira en la pregunta de control. La forma tradicional de alterar los latidos consistía en contraer el ano todo lo fuerte que se pudiese. Sin embargo, los polígrafos más modernos ya vienen equipados con cojines con sensores que teóricamente detectan si el sujeto utiliza la argucia del ano, con lo que tal sistema debe ser excluido. Más recientemente han aparecido otros dos mecanismos para alterar los latidos y que resultan casi imposibles de detectar, si bien no conviene usarlos juntos para no exagerar la manipulación del diagrama. El primero es de carácter psicológico y consiste en realizar operaciones aritméticas mientras se formula la pregunta de control. Por ejemplo, una multiplicación, una división, o restar de cuatro en cuatro unidades a 160. Sin embargo, en mi opinión, el segundo método es aún más eficaz: consiste en morderse el borde de la lengua lo suficiente para hacerse daño, pero sin sangrar. Esto debe hacerse con la boca cerrada mientras se escucha la pregunta de control y justo después de responderla. El efecto en el diagrama del polígrafo es inmediato, y si se ensaya delante de un espejo antes de la prueba, es casi imposible de descubrir por el técnico. De esta manera hemos conseguido el primer objetivo, amplificar la respuesta fisiológica a la pregunta de control, y el diagrama mostrará una reacción enorme ante esta mentira. El siguiente paso es conseguir que las respuestas a las preguntas relevantes muestren unos efectos menos intensos. Para ello debemos tener en cuenta otras dos cuestiones. Generalmente los técnicos de polígrafo más experimentados “sacrifican” la primera pregunta relevante del cuestionario. Es decir, la formulan pero no tienen en cuenta su efecto en la fisiología del sujeto analizado. Esto es así debido a que incluso las personas sinceras se alteran al recibir la primera pregunta relevante, y esa reacción enturbia el test. Por ello, debemos saber que cuando llegue esa pregunta lo normal es que sea “sacrificada”, y por lo tanto la reacción será menos importante de cara al resultado final de la prueba. La segunda clave consiste en mantener un ritmo constante de respiración cuando llegue una pregunta relevante. No conviene forzar o aparentar una cadencia determinada. Simplemente hay que mantener el mismo ritmo y evitar que la máquina registre una variación que pueda llamar la atención del técnico. En definitiva, el secreto para derrotar al detector de mentiras consiste en aumentar el efecto de las respuestas falsas a las preguntas de control, de manera que éstas sean superiores a las que la máquina obtendrá de las preguntas relevantes. Eso y, por supuesto, no confesar nada durante las entrevistas que se realizan antes y después del cuestionario. Como indiqué antes, una prueba poligráfica sin confesión no vale nada, y por ello los técnicos más experimentados usan algunos trucos para conseguir que el individuo confiese. Por ejemplo, si ven que la reacción de la máquina a una pregunta relevante no es la que ellos esperan paran la máquina, se sientan delante del sujeto y le preguntan si hay algo que le inquiete en esa pregunta pues su reacción ha sido problemática. Se muestran condescendientes, ofreciendo al individuo la oportunidad de que se sincere antes de repetir el test con la máquina encendida. Otra argucia consiste en preguntar al entrevistado una vez terminada la prueba cuál fue la pregunta que más problemas le costó contestar. Lo mejor en este caso es decir que lo más difícil fue responder una de las preguntas de control, pues esta contestación es coherente con el diagrama dibujado por la máquina y demostrará que se dijo la verdad. Parece complicado engañar al polígrafo, pero en realidad cualquier persona con un entrenamiento adecuado puede aprender a superar la prueba sin dificultad. De hecho, este tipo de adiestramiento lo suelen recibir los miembros de los servicios de inteligencia, como posiblemente en su día también lo recibiese el coronel del KGB Vitaly Yurchenko, al que mencioné al principio de este artículo. En el caso del coronel, tanto el resultado de la prueba a la que le sometieron en Estados Unidos como toda su deserción resultaron tan intrigantes, que al final su historia ha sido catalogada como el “último gran misterio de la Guerra Fría”. Una época en la que ocultar la verdad acabó siendo tan habitual como el empleo de ese presunto detector de mentiras al que en teoría nadie puede engañar pero muchos terminan burlando.