El cuidado y la atención de los enfermos

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EL CUIDADO Y LA ATENCIÓN ESPIRITUAL DE LOS ENFERMOS
“Dios de mi salvación, ante ti estoy clamando día y noche; llegue hasta tí mi
súplica, presta oído a mi clamor”. (Salmos 88, 1)
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
1. CUIDAR Y ATENDER FISICA Y ESPIRITUALMENTE A LOS ENFERMOS
Cuando alguien de nuestra familia, amistades o cualquier persona está enferma, no
sólo tiene el derecho del cuidado físico en su enfermedad, además tiene el derecho del
cuidado y atención espiritual y a nosotros nos importa proporcionarle ayuda. Bien
respondió a una pregunta que le hizo un que quería poner a prueba al Señor sobre
cómo ganarse el derecho a la vida eterna y esto es posible si se cumple lo que él dijo;
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y
con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. (Lucas, 10-25-28), es decir,
tenemos el encargo de amar a Dios y a nuestros semejantes y hacemos bien, en
cuidarnos y en cuidar y atender a los demás. El mismo Jesús, nos relata para que
tomemos el ejemplo de que es de buen corazó n el deseo de ayudar a los enfermos en
la parábola del buen samaritano. En esta parábola, se relata que bajaba un hombre de
Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y
golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un
sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio
le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle
tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y
montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día
siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas
algo más, te lo pagaré cuando vuelva." ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo
del que cayó en manos de los salteadores? Él dijo: El que practicó la misericordia con
él. Y le dijo Jesús: Vete y haz tú lo mismo”. (Lucas, 10-30-37)
En efecto, un gran gesto de amor, una actitud de caridad, algo importante que podemos
hacer por un ser querido, o un hermano enfermo, es ayudarle. Y como nos enseña
Jesús, en la parábola del buen samaritano, no debemos ser como el sacerdote que al
encontrarse con el herido le hizo el quite “y al verle, dio un rodeo” o como el levita que
pasaba por aquel sitio le vio y “también dio un rodeo”. También debemos considerar
que esta ayuda, no solo debe ser con el auxilio que podemos prestar según sea
nuestros medios, además debe ser con nuestras oraciones y cuidados espirituales.
Es necesario destacar, que el Señor dice “y a tu prójimo como a ti mismo”, por tanto
esto significa que los cristianos si estamos enfermos debemos procurar en primer lugar
cuidar de nuestra salud, nosotros somos creación del Señor, por tanto patrimonio de
Dios, por lo cual tenemos el deber de cuidarnos la salud física y no descuidar la salud
del alma, y si padecemos de alguna enfermedad, aprovechar la oportunidad de ofrecer
los sufrimiento a Cristo y acercarnos más a él, con la misma fe de esa mujer que
padecía flujo de sangre desde hacEDa doce años, y que no había podido ser curada
por nadie, entonces se acercó ( a Jesús) por detrás y tocó la orla de su manto, y al
punto se le paró el flujo de sangre. (Lucas 8,43) San Josemaría Escrivá, decía algo que
interpreto así: “Si las cosas salen bien, alegrémonos y demos gracias a Dios, y si salen
mal, alegrémonos por esta oportunidad de ofrecer al Señor la dulce carga de la Cruz de
Jesús”
2. LA AYUDA DE SUS HERMANOS, DE SUS FAMILIARES Y DE SUS AMIGOS
El cuidado de la salud de los hombres requiere la ayuda de sus hermanos, de sus
familiares, de sus amigos, como también del resto de la so ciedad en la cual viven, a fin
de lograr las condiciones de calidad de vida que permiten crecer, estudiar, formar
familia, formarse espiritualmente, como alimentarse, vestirse, tener vivienda, trabajo y
jubilarse o pensionarse. No olvidemos que los pobres, los enfermos, los angustiados,
los pecadores, son hombres y mujeres víctimas de los males y dolores físicos, sociales,
psíquicos, morales, con los que Jesús se encuentra. En efecto, en Jesús, Dios sale al
encuentro de la humanidad que sufre para liberarla de la tiranía del dolor y el mal. Los
milagros de Jesús son el signo de la compasión de Jesús y de la irrupción de la fuerza
del reino de Dios en el mundo humano. Los milagros de Jesús son la demostración
visible del deseo de Dios de liberar al hombre del padecimiento y de restituirle una
plena humanidad.
Dado el valor inestimable de la salud, el padecimiento de los amigos no puede menos
de ser fuente de dolor y de tristeza, por tanto cuando atendemos o acompañamos a un
amigo es su padecer, estamos mostrando el valor de la amistad, caso contrario le
sucedió a Job, que ade más de las pruebas indescriptibles, de las desgracias de todo
tipo y de la enfermedad horrenda, saboreó la amargura del abandono de los amigos, y
por ello se lamenta: "Tienen horror de mí todos mis íntimos, los que yo amaba se han
vuelto contra mí" (Job 19,19). Análoga es la experiencia por la que atravesó el salmista:
"Mis compañeros, mis amigos se alejan de mis llagas; hasta mis familiares se
mantienen a distancia" (Salmos 38,12)
San Pablo llegó, no ciertamente sin esfuerzos ni fatigas, a la región de Galacia al
comienzo de su segundo viaje misionero. Una enfermedad importuna, que le obligó a
entretenerse allí más de lo previsto, y en su gratitud a sus amigos escribe: "Y aunque mi
enfermedad fue para vosotros una prueba, no me despreciasteis ni me rechazasteis,
sino que me acogisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús" (Gálatas 4,14).
3. EL HOMBRE NO ES DUEÑO DE SU VIDA NI DE SU SALUD
Hay un problema que desafía desde siempre no sólo a la inteligencia humana, sino a la
misma fe, y es el problema de la enfermedad que no tiene curación médica, donde hay
dolor por padecerla y su término es inevitable, la muerte. Pero en todo caso, debemos
tener cuidado de tener una actitud por un excesivo cuidado por conservar la salud a
toda costa cuando esta se interpreta como una señal de egoísmo y falta de confianza
en Dios, es decir, cuando alguien padece de una enfermedad que sabemos es terminal,
procuremos llevarla a buen término y en paz, porque debemos considerar que si hay
que dar el paso, este paso será a un vida de mayor gozo junto al Señor.
No obstante, de mismo modo como procuramos y recomendamos a nuestros familiares
y amigos el cuidado de su salud y de su alma, hagamos lo mismo nosotros. Cuando
escribo estas líneas, recuerdo a mi padre, que me enseñaba desde pequeño la
necesidad de cuidar el cuerpo de manera razonablemente, porque también no debemos
olvidar que es templo del Espíritu Santo. Es así, como la vida y la salud física son
bienes preciosos confiados por Dios, razón importante para cuidar a los enfermos,
teniendo en cuenta sus necesidades y la de los demás y el bien común.
También es bueno recordar, que el hermoso don de la vida está en manos de Dios. En
efecto, el hombre no es dueño de su vida ni de su salud y perjudicarlas por desidia, falta
de cuidado o negligencia es una ofensa a Dios, es así entonces que no debemos ser
indisciplinados con los buenos consejos médicos, no tomar los medicamentos
recomendados o hacernos el desentendido con ciertos síntomas que nos advierten de
alg ún peligro de enfermedad. “Hijo, en tu enfermedad, no seas negligente, sino ruega
al Señor, que él te curará” (Eclesiástico 38, 9)
También me parece, que no debemos engañar a un hermano enfermo si está cerca de
la muerte, no estaría bien decirle que todo anda bien y que no hay que preocuparse.
Seamos misericordiosos con esto, ya que se trata de un tiempo que el enfermo debe
aprovechar para que prepare al encuentro con el Señor, los últimos días de vida pueden
ser decisivos para su vida eterna, es cuando el hermano enfermo debe recibir los
Sacramentos de Penitencia y Reconciliación, esto es, la Confesión y la Comunión. Yo
tengo mi experiencia personal en esto, en una etapa de mi vida durante 18 meses
estuve acompañando a mi difunta esposa, la cual sufrió de un Cáncer irrecuperable, y
así fue como estuvimos preparando las maletas para su viaje a la vida eterna, en el
momento que el Señor dispusiera, y está grabado por la eternidad en mi corazón el
minuto cuando ella me sonrió y a los pocos segundos partió en su viaje.
4. LA ASISTENCIA ESPIRITUAL
Por otra parte no dejemos de lado, la Unción de los Enfermos, esta se debe recibir tan
pronto se sepa que hay enfermedad, especialmente si es grave, en todo caso se debe
explicar que este sacramento no es para pacientes desahuciados, es para entregarnos
en las manos de Dios y decir que estamos abiertos a la curación, y dedicar este
sufrimiento para llevar la cruz de la enfermedad con gracia y para nuestro bien. “¿Está
enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él
y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el
Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados”.
(Santiago 5, 14-15)< /o:p>
He sido durante muchas ocasiones testigo del bien que hace la “Unción de los
Enfermos”, yo mismo la he recibido cuando ha sido necesario. En una ocasión, hace
algunos años atrás, junto a un Tío Presbítero, se la dimos a mi padre que en ese
entonces tenía 78 años, el cual estaba bastante mal y temíamos por su vida, poco
después de orar, nos alegrábamos, porque a él le veía sonreír por continuar viendo a
diario su familia que el formó con los fundamentos de nuestra fe.
Oremos entonces con y por los hermanos enfermos, lo podemos hacer de muchas
maneras, según la devoción de cada cual, a mí me parece que no hay una receta de
saber que orar y como orar, solo, hay que realizar un confiado dialogo con Dios,
también lo podemos hacer con el rosario acordándonos que la Virgen María jamás
desoye a sus hijos, o con otras oraciones, en lo perso nal, a mí me gusta la meditación
de las enseñanzas del Señor en los Evangelios y responder en oración con los salmos.
Recordemos que estamos con Nuestro Señor, con su Hijo Jesucristo, con nuestra
Madre la Santísima Virgen. Ellos están siempre con nosotros hasta el fin de los tiempos
y por supuesto con el hermano enfermo. Ayudar también al hermano enfermo a estar en
gracia de Dios. “No descuides visitar al enfermo, que por obras de éstas ganarás amor”.
(Eclesiástico 7,35)
ORACIÓN
¡Oh mi amado Dios!, Dios de mi debilidad y de mi fortaleza, compañero de mi tristeza y
fuente de mi alegría, amigo en mi soledad, compa= 1ía en mis ratos de inseguridad y
fuente de mi esperanza. En la noche de mi enfermedad, oscuridad de mi razón, me
pongo en tus manos de Padre amoroso para rogarte me alumbres en esta oscuridad
que nubla por mi dolor con un rayo de tu Luz, para que se pase por una abertura a mí a
alma y me de esperanza, y así, mi alma se colme con tu Presencia y aleje de ella la
soledad que produce la enfermedad. ¡Oh mi amado Dios!, que el sufrimiento no me
aplaste, para que también ahora sienta el alivio de tu Amor eterno, ¡Oh mi amado Dios!,
que sea yo también tu eterno gradecido a la generosidad de cuantos sufren conmigo y
de cuantos me acompañan en oración, para recibir tu alivio y consuelo. Amén.
El Señor nos Bendiga
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Año 2002
Los textos bíblicos, están extraídos de la Biblia de Jerusalén
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