La antigua parroquia de Nª Sra. de los Villares, en Fuendetodos JOSÉ LUIS ONA GONZÁLEZ Durante siglos, posiblemente desde la conquista cristiana a comienzos del siglo XII, la parroquia de Fuendetodos se alzó en el extremo nororiental del casco urbano, en el arranque del camino de Zaragoza. Su advocación, Nuestra Señora de los Villares, denota relación con yacimiento arqueológico o restos de cierta antigüedad. Su mal estado y la relativa lejanía del centro urbano movió a los vecinos, el 15 de agosto de 1722, a solicitar la construcción de una nueva parroquia. Atendiendo su petición, Felipe V concedía licencia para aprovechar el viejo castillo-palacio de los condes de Fuentes, en el Barrio Alto, cuyos bienes se hallaban confiscados por su actitud anti-borbónica durante la pasada Guerra de Sucesión. Inaugurada la nueva iglesia en 1728, donde está ahora, la antigua quedaría relegada para funciones religiosas secundarias. Por la visita pastoral efectuada el 3 de noviembre de 1583 se sabe que el altar mayor, bajo la invocación de Nuestra Señora, era un retablo “de pincel”, mientras que el sagrario estaba trabajado en madera. En el lado del Evangelio había altar dedicado a Santa Águeda y en el de la Epístola estaba el de San Blas, ambos de pincel. Por entonces el campanario se hallaba en mal estado y las campanas por el suelo, rotas. Había peligro de que la torre se desplomara sobre el coro, por lo que se vio la “grandísima necesidad” de levantar nuevo campanario. Para guardar los ornamentos (casullas, dalmáticas, albas y objetos de plata), carecía de sacristía, que se construiría tiempo después. Tras la edificación de la nueva parroquia la antigua mantuvo el culto, si bien convertida en ermita dedicada a Nuestro Señor del Santo Sepulcro. Desde entonces esta parte del Barrio Bajo se denominaría “Barrio del Sepulcro”. Hacia 1780, en tiempos de Goya, presentaba un deficiente estado de conservación, obligando a efectuar diversas obras Planta de los restos conservados (cabecera hipotética) De las Artes 221 Fachada hacia la calle del Sepulcro, libre de la actual vegetación (9-V-1990) de mantenimiento, ejecutadas por el Ayuntamiento a instancias del párroco. Los apaños, sin embargo, no consiguieron atajar la ruina progresiva que afectaba al templo donde fueron bautizados, se casaron y fueron enterrados los feligreses fuendetodinos antes de 1728. Gracia Lucientes, la madre de Francisco de Goya, fue bautizada aquí hacia el año 1715. El histórico edificio, falto de los debidos cuidados, sufrió el desplome de sus bóvedas en algún momento del siglo XIX, y tras su ruina, el despojo de sus mejores materiales. Pasó a llamarse popularmente “la iglesia hundida”, como se le conoce hoy. Solamente queda en pie su fachada meridional, donde abría la puerta principal, más la base de la torre de campanas. De su interior, afectado por el derrumbe, restan los arranques de las bóvedas y parte del arco que sustentaba el coro. Cuando se efectúan obras en sus alrededores suelen aparecer enterramientos, pues aquí se ubicaba el antiguo cementerio parroquial. Pese a su aparente modestia, es edificio merecedor de un tratamiento acorde con la carga histórica que atesora. Una cuidadosa excavación arqueológica acompañada de la debida consolidación de sus restos devolvería al pueblo natal de Goya un monumento hoy perfectamente olvidado. Aspecto actual de exterior de la torre 222 Comarca de Campo de Belchite Juan Bautista Contini y erigido, tras la colocación simbólica de la primera piedra en 1681, entre los años 1686 y 1704 por los maestros aragoneses Pedro Cuyes, Gaspar Serrano y Jaime Borbón. Hablamos, por lo tanto, de torres compuestas por varios cuerpos de diferente planta, cuadrada en los inferiores, de igual forma pero con los cantos redondeados en los intermedios y octogonales en los superiores, y levantados mediante un lenguaje arquitectónico de cuño clasicista, a base de columnas, pilastras, zócalos y entablamentos, todo ello coronado por chapiteles apiramidados. Ahora bien, como no podía ser de otro modo, las hay que engalanan su fábrica clasicista con adornos en ladrillo resaltado de tradición mudéjar, haciendo audibles, junto con la nueva volumetría de sabor italiano de La Seo, los ecos de los campanarios mudéjares aragoneses. Esto ocurre en la torre de la parroquial de Lécera, integrada por cuatro cuerpos de planta ochavada y de altura decreciente, más el cuadrado inferior, en la que se incorporan paños de rombos y de esquinillas con arreglo a una disposición muy similar a la de la torre de la parroquia turolense de Valdealgorfa realizada por Valero Catalán entre 1743 y 1745. Análoga fisonomía, aunque algo simplificada, muestra la torre de la iglesia de Santa María de las Nieves de Letux, en la que los motivos mudéjares también quedan reducidos a algunos paños de esquinillas al tresbolillo, mientras que en las levantadas en Plenas y junto a las ruinas de un antiguo monasterio de Samper del Salz, esta última de porte espectacular, los motivos de tradición mudéjar pasan casi desapercibidos. E igualmente la torre de la parroquial de Codo presenta motivos en ladrillo resaltado, si bien esta vez volumetría, a base de cuerpos octogonales con contrafuertes angulares, recuerda más a los campanarios mudéjares tardíos de inspiración bilbilitana. En cambio, el ornato de tradición mudéjar desaparece en los cuerpos barrocos añadidos a las torres quinientistas de Moneva y de Almonacid de la Cuba, ya analizadas por Carlos Lasierra. Y otro tanto sucede en el también octogonal de la torre del antiguo santuario de Nuestra Señora del Pueyo, sito en las afueras de Belchite, o en las que flanquean la fachada de la parroquia de Azuara, comentadas por Gonzalo Borrás. Finalmente, más humildes, en consonancia con las fábricas de sus respectivas iglesias, y carentes de motivos mudéjares son la torres de La Puebla de Albortón y Valmadrid, las dos culminadas por un cuerpo y un remate ochavados. La nómina de iglesias barrocas hasta aquí nombradas acredita la notable importancia que en estas latitudes adquiere arquitectura religiosa de los siglos XVII y XVIII, especialmente desde que logra remontarse el fuerte retroceso demográfico y económico causado por la expulsión de los moriscos en 1610. Pero con mayor razón lo hará si le añadimos el buen número de ermitas y santuarios edificados en las mismas fechas en honor de la Virgen, de Cristo o de santos de arraigada veneración comarcal o local. Sitios de devoción nacida al amparo de una suerte de religiosidad eminentemente popular a la que, hablando de estos territorios, se refería Ponz a finales del siglo XVIII con estas palabras: “Cosa es bien extraña lo que aquí se complacen, como en otras mil partes, de ermitas santuarios y cofradías, prefiriendo todo esto De las Artes 223 en su devoción a las iglesias matriz y parroquiales”. Santuarios y ermitas, por cierto, que también contribuyen por aquel entonces a la implantación de novedades tipológicas al incorporar la cúpula como elemento de cubrición. Ejemplo de ello es el mencionado santuario de Nuestra Señora del Pueyo, en las cercanías de Belchite, sin duda el de mayor prestancia de la comarca y cuyo nombre proviene del altozano donde se ubica, antaño ocupado por la Belia romana. Edificada junto a la primitiva, la iglesia es de planta de cruz griega inscrita en un cuadrado, con brazos cubiertos con bóvedas vaídas y crucero cerrado con cúpula sobre pechinas, sostenida Planta del Santuario de Nª Sra. del Pueyo, en por cuatro pilares octogonales y rodeaBelchite da por otras cuatro más pequeñas que cubren los espacios angulares. Tal disposición subraya el aspecto de templo centralizado que ofrece su exterior, cuyos muros articulan doce robustos contrafuertes, mientras que un zócalo de azulejos polícromos contribuye a conformar la imagen barroca en el interior. Según datos publicados por Jesús M. Franco Angusto, las obras se iniciaron en las postrimerías del siglo XVII y fueron impulsadas por el citado párroco de Belchite y obispo de Lérida don Gregorio Galindo, siendo inaugurado el nuevo templo el 25 de mayo de 1725 por el arzobispo de Zaragoza don Manuel Pérez de Araciel. Y en cuanto a su artífice, fue levantada por el maestro de obras belchitano Juan Faure y rematada por su hijo de igual nombre, ocupándose de la visura los maestros Miguel de Belasco, de Zaragoza, y Antonio Nadal, de Belchite. La ermita de San Clemente de Moyuela, desde el aire 224 Comarca de Campo de Belchite Análoga solución ofrece la ermita de San Clemente de Moyuela, de planta de cruz griega inscrita en un cuadrado, con cúpula central rodeada por otras cuatro volteadas en los ángulos, aunque con la particularidad de que tres de sus brazos terminan de forma semicircular mientras que el cuarto, donde se abre el acceso, presenta una fachada de sillería, en contraste con el resto obrado en mampostería y ladrillo, con portada en arco de medio punto entre columnas y remate con hornacina. Ya iniciada en 1733 y bendecida en 1758, José María Carreras Asensio atribuye su traza al carmelita Fr. José Alberto Pina, natural de Moyuela y experto arquitecto, y su construcción a Miguel Borgas, maestro de obras que vivió en la localidad, y a su hijo Miguel Borgas Blesa. Más sencillas son las ermitas de la Virgen de los Dolores de Letux, de la misma advocación de Almonacid de la Cuba y de Santo Domingo de Guzmán de Lécera, ésta encomendada en 1732 por el ayuntamiento al maestro de obras Joseph Bielsa, natural de Belchite, a cambio de 525 libras jaquesas. Estrechamente emparentadas con algunas de la vecina área de la provincia de Teruel (la del Santo Sepulcro en Lagueruela, la de Santa Ana en Cucalón, la de San Bartolomé en Santa Cruz de Nogueras y la de San Roque en Loscos), están formadas por una nave de desigual longitud que desemboca en un espacio cuadrado cubierto con cúpula y al que se abren otros tres espacios de perfil semicircular o poligonal, uno que hace las veces de presbiterio y los dos restantes de crucero, que definen los brazos de la cruz y que proporcionan al edificio un aspecto centralizado. Y otro tanto puede decirse del santuario de la Virgen del Carrascal de Plenas o de la ermita de Nuestra Señora de los Dolores de La Puebla de Albortón, si bien en éstas los ensanchamientos alrededor de la cúpula adoptan formato rectangular. Finalmente, aunque menos abundantes que en otros territorios limítrofes, especialmente en el cuadrante nororiental de la provincia de Teruel, todavía cabe incluir en este apartado las llamadas capillas abiertas: capillas que tienen la particularidad de estar construidas en alto, por lo común sobre los accesos a los recintos amurallados que, con la mengua o pérdida de su congénita misión militar, pasaron a convertirse en lugares de uso religioso como resultado de la promoción de hábitos devocionales de carácter popular. Almonacid de la Cuba. Ermita de la Virgen de los Dolores Sobre un cuerpo inferior, que deja paso a la calle a través del hueco del portal, muestran un segundo cuerpo que constituye la capilla propiamente dicha, de planta cuadrada, cubierta con un casquete esférico y abierta intramuros mediante uno o varios vanos. Pues bien, a esta tipología básica obedecen varias levantadas en Belchite Viejo, como el arco de la Villa, recientemente restaurado, el de San Roque, ya mencionado a propósito de las yeserías mudéjares que ostenta y en curso de restauración, y el perdido de San Miguel, todos emplazados en las entradas de la cerca que protegía la villa. En cambio, el destruido arco de San Ramón, de volumetría más espectacular, con capilla abierta por los dos frentes de la calle y culminado por una espadaña, se alzaba en el interior de la población. De las Artes 225 Campanarios barrocos Belchite Viejo. Torre-campanario de la iglesia conventual de San Agustín Lécera. Torre-campanario de la parroquial Letux. Torre de la iglesia parroquial Torre de la iglesia vieja de Samper de Salz 226 Comarca de Campo de Belchite