VI Certame de contos e lendas de Mondariz Balneario: CONTO Nº 21 “ El agua de los sueños” Infantil Soplaba el viento en el exterior, los pocos cristales que quedaban pendulando del armazón de hierro oxidado de una de las ventanas de la casa, parecían estremecerse de frío con cada nuevo soplo de viento, o quizá por el miedo a acabar siendo un escombro más de aquel lugar perdido entre eucaliptos, pinos y alguna exótica palmera traída desde otro clima, por algún emigrante gallego que crecía resignada entre extraños. Por aquel entonces, éramos pocos los que vivíamos aquí, después del incendio del Gran Hotel, del que solo se había salvado el palco de música, la gente había decidido olvidar… Tan solo algunos viejos nostálgicos y yo, un solitario guardabosques, rondábamos por este lugar. Esa tarde de tormenta estaba paseando con mi paraguas entre los cascotes de unos sueños malogrados, pisando con rabia la hojarasca que se tendía a mis pies como un atardecer de verano y oyendo su crujido. De pronto, noté algo duro bajo la suela de mi bota, instintivamente me agaché, y, con la yema de mis dedos, toqué algo bellísimo, puro, pude sentir su magia, algo intenso, una sensación única, lo mismo que un explorador al descubrir un sarcófago. Se trataba de un camafeo de marfil surcado por una estela de plata vieja y con una deslucida perla en uno de los extremos. Desde pequeño no había visto nada así, era una joya muy especial, similar a la que solían llevar las esposas sudamericanas de los gallegos que volvieron enriquecidos de la diáspora. Recuerdo que mi madre, cuando cocinaba para 1 VI Certame de contos e lendas de Mondariz Balneario: CONTO Nº 21 “ El agua de los sueños” Infantil una de estas señoras, me decía que, por las noches, practicaban vudú y hacían extraños rituales para hablar con sus antepasados y con sus parientes criollos envueltas en una atmósfera cargada de olores a hierba mojada y a almizcle. Por eso, al principio, cavilé unos segundos antes de levantar la corroída bisagra que lo mantenía cerrado, pensando en todo lo que podría ocurrir: un mal de ojo, una maldición… (Ya se sabe la fama de las meigas gallegas) pero no pensé mucho más porque un ruido que venía de unos arbustos me sacó de mi ensimismamiento… Guardé el medallón todavía cerrado en el bolsillo de mi pantalón, levante el cuello de mi parka y, como ya había parado de llover, cerré mi paraguas de cuadros y con paso rápido me fui para casa. Al llegar, lo primero que hice fue ponerme cómodo, me puse un pijama de franela que me protegiese del intenso frío y me senté cerca de la estufa. Tras pasar un rato acariciando el guardapelo, decidí dar el paso y abrirlo, nada más levantar la solapilla, el sol se coló por las cortinas de la sala iluminándola de arriba abajo y llenando la estancia de un color extraordinario que me cegaba por completo. Al encaminarme hacia la ventana mis ojos se posaron en el sol que ahora lucía entre los restos de la tormenta como la pulpa de una granada madura y, aunque corrí la cortina, el sol siguió llenando de color ámbar el salón. Por fin, y con mi impaciencia incrementada por las continuas interrupciones abrí aquel colgante y lo que vi a continuación fue quizás lo último que habría imaginado 2 VI Certame de contos e lendas de Mondariz Balneario: CONTO Nº 21 “ El agua de los sueños” Infantil ver, nada, nada de nada, el camafeo estaba vacío, ni un retrato, ni unos cabellos, ni las manecillas paradas de un reloj, nada. Lo único que había era una superficie de nácar irisado que no tardé en tocar y que bajo el reflejo de aquella luz brillaba como de si oro se tratase. Al hacerlo, imágenes de desesperación, de sueños rotos, de pena e impotencia empezaron a pasar por mi mente, llantos, muchos llantos, y gritos, y de fondo, una obra de música clásica interpretada por violines y flautas que iba siendo cada vez más aguda, y más aguda… Era tal el malestar que producía aquella melodía cada vez más rápida y penetrante, acompañada por aquellas terribles imágenes, que solté la medalla dejándola caer al suelo y me tiré con la cabeza hacia atrás en mi butaca varios minutos antes de volver a ver aquel objeto. Tras un tiempo reflexionando, decidí que lo mejor era guardar el collar y no volver a tocarlo por algún tiempo. A los pocos días, era tal la atracción que ejercía sobre mí, que volví a abrirlo pero, para mi sorpresa, donde antes había nácar ahora solo había una superficie lisa y negra. Concluí que lo mejor sería vender la joya, la envolví en papel de periódico y me la metí en un bolsillo de la chaqueta, pero al salir de casa las cosas estaban muy cambiadas, donde solían estar los escombros calcinados del antiguo hotel ahora se alzaba un majestuoso edificio del que salía gente muy elegante y familias sonrientes, la orilla del río estaba plagada de familias que jugaban en el agua y ancianas caminaban del brazo por las aceras saludándose unas a otras. No 3 VI Certame de contos e lendas de Mondariz Balneario: CONTO Nº 21 “ El agua de los sueños” Infantil entendía lo que pasaba, ¿a qué se debía tanta animación en el pueblo? No tardé en darme cuenta de que todo lo que estaba viendo se había teñido del mismo color que vi tiempo atrás en el nácar. Como si de un pergamino o un retrato antiguo se tratase, todo estaba en un tono sepia que daba al entorno una apariencia de recuerdo. Pestañeé un momento y cuando abrí los ojos todo volvió a ser normal, menos una cosa, el lazo de cuerda con el que había envuelto el medallón, ahora se encontraba desatado, al coger el paquete, me di cuenta de que el camafeo estaba abierto, y al querer cerrarlo, algo me lo impidió, la superficie de lo que yo suponía azabache ahora había adquirido relieve, en él se podía apreciar un grabado del que surgía la cara de una anciana con el rostro surcado por el tiempo, con el pelo canoso y salpicado de copos de nieve, y tan largo, que su final no cabía en la reducida superficie del collar. Sobre su cabeza reposaba el viento acurrucado y rodeando su cuello, había dulcísimas moras y fresas silvestres, y hojas secas, y plumas y ramas. Su sonrisa parecía un torrente de agua fresca y en su mirada se veía una luz mágica que bajaba desde la bóveda celeste y, dividiéndose en infinitos colores, penetraba en el océano y salía de él al chocar con la concha esmaltada de una caracola. Era la mirada más hermosa que jamás había visto, irradiaba ternura, sabiduría y unas gotas de tristeza. Absorto en esta imagen, introduje la punta de mis dedos en la piedra, como tratando de acariciar su pelo sin despertar al viento que descansaba sobre él como si fuese un nido de pájaro. Entonces la 4 VI Certame de contos e lendas de Mondariz Balneario: CONTO Nº 21 “ El agua de los sueños” Infantil anciana me habló sin decir nada, hizo penetrar su mensaje en mí, y, entonces, se desvaneció. Ahora yo sabía algo que muy pocos creerían, sabía el secreto para devolverle a Mondariz su alma, su espíritu, su alegría y su bullicio. La solución se encontraba bajo los viejos tablones de madera corroída del palco de música. Había sobrevivido al paso del impasible ejército del fuego años atrás, y ,bajo ese escenario de madera que rompí con relativa facilidad, pude notar algo que palpitaba con un ritmo constante dentro de la tierra. Clavé el camafeo en el centro del círculo que formaba el palacete, y, al instante, un manantial de agua brotó del suelo liberando cientos de burbujas que contenían los sueños atrapados de tanta y tanta gente, sus esfuerzos, sus lágrimas… que se vieron al fin liberados y se dispersaron en el viento, que hizo una peculiar labor de polinización por todos los rincones del pueblo. Volvió a sonar una música de violines y flautas, pero esta vez era una melodía esperanzadora, que mecía las hojas de los árboles lentamente. Y ahí radica el secreto de este pueblo, en que en sus aguas burbujeantes van disueltos sueños y alegrías, recuerdos y tristezas: almas. En cuanto al camafeo, no supe nunca más a dónde fue a parar, esperemos que el agua lo haya llevado a otro pueblo o a otra ciudad, allá donde alguien necesite recuperar su ilusión. 5