Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / Agradecimientos Agradecemos en este número a todos y todas las y los integrantes del Núcleo que colaboraron activamente. Al Departamento de Sociología cuyo aporte es crucial para esta publicación. Editora: Silvia Lamadrid Subeditora: Cecilia Loaiza Comité Editorial Claudia Acevedo Lorena Armijo Violeta Arvin Andrea Baeza Catalina Bustamante Juan Manuel Cabrera Claudio Duarte Paulina Espinoza Bárbara Martínez Gabriela Rivas Marcelo Robaldo Denisse Sepúlveda Rosario Undurraga Patricia Zamora Consejo Editorial Catalina Arteaga, Universidad de Chile Manuel Antonio Garretón, Universidad de Chile Gabriel Guajardo, Flacso Chile María Isabel Matamala, Fundación Henry Dunnant, Chile Sonia Montecino, Universidad de Chile Kemy Oyarzún, Universidad de Chile Gabriel Salazar, Universidad de Chile Dariela Sharim, Universidad Católica de Chile María Emilia Tijoux, Universidad de Chile Teresa Valdés, Observatorio Género y Equidad. Ximena Valdés, CEDEM Carla Braga, Eduardo Mondlane University, Mozambique Jasmine Gideon, University of London, Inglaterra Liuba Kogan, Universidad del Pacífico del Perú, Perú Verónica Oxman, Australian National Universit, Australia María Luisa Tarrés, Colegio de México, México María Candelaria Ochoa Ávalos, Universidad de Guadalajara, México Evaluadores y evaluadoras Externos Alejandra Ramm, Universidad Diego Portales, Chile Javiera Correa, Universidad de Chile, Chile Ana Cárdenas, Universidad Diego Portales, Chile Juan Pablo Sutherland, Red de Estudios de Masculinidades Anahí Farji, Universidad de Buenos Aires, Argentina (FLACSO) Andrea Pequeño, Universitat Autònoma de Barcelona, Leandro Oliveira, Universidade Regional do Cariri, Brasil España Liliana Salazar, Universidad Academia de Humanismo Angélica Benavides, Universidad de Concepción, Chile Cristiano, Chile Antonio Ramírez, Instituto de Estudios Integrales de California María Angélica Cruz , Universidad de Valparaíso, Chile (CIIS), Estados Unidos María Elena Acuña, Universidad de Chile, Chile Ari Sartori, Universidade Federal da Fronteira Sul, Brasil María José Cumplido, Universidad de Chile, Chile Augusto Obando, Universidad de La Frontera, Chile Mercedes Moglia, Universidad de Buenos Aires, Argentina Carla Braga, Eduardo Mondlane University, Mozambique Olga Grau, Universidad de Chile, Chile Catherine Valenzuela, Universidad de Chile, Chile Paloma Abett de la Torre Díaz, Universidad Academia de Cecilia Anigstein, becaria CONICET-UNGS. Humanismo Cristiano, Chile Christian Matus, Universidad de Concepción, Chile Patricia Rotger, Centro de Estudios Avanzados, UNC, Claudia Dides, MILES, Chile Argentina Claudia Lagos, Universidad de Chile, Chile Paula Palacios, DIBAM, Chile Darío Ibarra, Centro de Estudios sobre Masculinidades y Paulina Vidal, Universidad Academia de Humanismo Género, Uruguay Cristiano, Chile Facundo Boccardi, CEA-UNC CONICET, Argentina Raphael Bispo, Instituto Universitário do Estado do Rio de Flávia Cristina Silveira Lemos - Universidade Federal do Pará. Janeiro (IUPERJ/ UCAM), Brasil Gabriel Guajardo, FLACSO-Chile Renata Nagamine, Universidade de Sao Paulo, Brasil Hillary Hiner, Universidad Diego Portales, Chile Rubén Campero, Centro de Estudios de Género y Iara Maria de Araújo, Universidade Regional do Cariri, Ceará, Diversidad Sexual, Uruguay Brasil Tamara Vidaurrázaga, Universidad de Chile, Chile Isabel Pemjean, Universidad de Chile, Chile Teodora Hurtado, Universidad de Guanajuato Diseño logo de la Revista Camilo Soto PUNTO GÉNERO/1 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / Índice Presentación A organização social do trabalho doméstico e de cuidado: considerações sobre gênero e raça. Cíntia Engel y Bruna C. J. Pereira Las relaciones de género en la producción de software: los límites de la autonomía en el trabajo. Mariela Quiñones y Erika Van Rompaey Madres narcotraficantes: Las motivaciones de ingreso al narcomundo en mujeres internas en el Centro Penitenciario Femenino de Chillán, Chile. Gustavo Riquelme Ortiz y Omar Barriga Contextos de vulnerabilidad en la infancia/adolescencia e inicio prostitucional. Evidencias para el caso uruguayo, período 2004 – 2014. Pablo Guerra El amor y las furias: Reflexiones en torno al amor, el maltrato y la violencia en el seno de las relaciones de pareja lesbiana Angelina Marín Rojas Niños y niñas transgéneros: ¿nacidos en el cuerpo equivocado o en una sociedad equivocada? Ximena de Toro 3 4 24 42 59 85 109 PUNTO GÉNERO/2 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 3 Presentación En este quinto número de nuestra revista hemos continuado el proceso preparatorio para el ingreso a nuevos índices y bases de datos. También, dejaremos de publicar la versión impresa, y nos mantendremos como revista electrónica. Los artículos de este número comienzan con la revisión conceptual sobre las categorías que articulan la organización social del trabajo doméstico y de cuidado, enfatizando la importancia de la raza y del género. Aunque referido a Brasil, no cabe duda de su validez para toda Latinoamérica, considerando la extensión de las cadenas internacionales de cuidado. Continuando en la línea del análisis de los trabajos, el segundo artículo aborda el análisis de las trayectorias diferenciales de las mujeres en el sector económico que produce software en el Uruguay para reconstruir los núcleos conceptuales a partir del cual se analizan las relaciones y desigualdades de género, enfatizando el concepto de autonomía, y problematizando con información empírica la rearticulación de las desigualdades en el mundo del trabajo remunerado. Los dos artículos siguientes analizan también con datos empíricos los procesos de cambio que están ocurriendo en la participación de las mujeres en las actividades en los márgenes de la legalidad. En la primera investigación buscaron comprender las situaciones y agencias para practicar el narcotráfico relatadas por mujeres encarceladas, encontrando que la búsqueda de autonomía económica que las atrae se ve seriamente limitada por la reformulación de las relaciones de opresión en un nuevo contexto. En la segunda investigación analizan los cambios ocurrido en los últimos 10 años en Uruguay en el trabajo sexual, en que se observa una tendencia a una incorporación tardía a este actividad, sin que por ello deje de ser mayoritario el inicio prostitucional asociado a situaciones de vulnerabilidad en la infancia. Los últimos dos trabajos apuntan nuevamente a una discusión conceptual sobre los nuevos (o viejos) problemas que empezamos a reconocer en la medida que validamos a la diversidad sexual como expresión de la diversidad humana. La primera autora profundiza y discute en torno al concepto de amor romántico como construcción ideológica y en los mecanismos mediante los cuales viene aprendido, incorporado y suscrito por las mujeres, en particular por las lesbianas, y como ello, articulado con la lesbofobia social, la heteronormatividad y los modelos de amor hegemónicos, conflictúan las parejas lésbicas. Finalmente, la última autora presenta una revisión de teorías que nos pueden hacer comprender mejor el desarrollo de los niños transgéneros, reflexionando sobre algunos elementos a considerar en el espacio terapéutico con niños transgéneros en el contexto escolar, reconociendo las dificultades que ellos y ellas tienen que enfrentar en las distintas etapas de su desarrollo. PUNTO GÉNERO/3 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 A organização social do trabalho doméstico e de cuidado: considerações sobre gênero e raça The social organization of care and domestic work: considerations on gender and race Cíntia Engel Bruna C. J. Pereira Resumo Este artigo tem por intento observar como a raça, enquanto categoria social, constituise como eixo articulador da organização social do trabalho doméstico e de cuidado no Brasil. Iniciamos o texto com a retomada de discussões sobre a Divisão Sexual do Trabalho, tendo em conta a produção dos estudos feministas e de gênero que se ocupam da temática. Dando prosseguimento, procuramos apreender a associação simbólica das mulheres negras ao servir e ao cuidar em uma narrativa largamente aceita sobre a identidade nacional. Adiante, fazemos uma apresentação de dados sobre a associação das mulheres negras ao trabalho doméstico. Finalmente, nos debruçamos sobre reflexões, conexões e caminhos interpretativos possíveis. Abstract This article aims to observe race – understood as a social category – as an axes along of which domestic labor and the work of care are structured in Brazil. First, we resume the recent debate on Sexual Division of Labor, taking into account feminist and gender studies and propositions. Next, we seek to grasp the symbolic association of black women to servitude and care work in a widely accepted narrative about national identity. Following, we present data on the association of black women to domestic labor. Finally, we present some considerations, connections and possible interpretive paths. Palavras-chave: cuidado; trabalho doméstico; gênero; raça; mulheres negras. Keywords: care, domestic labor, gender, race, black women. Mestra em Sociologia pela Universidade de Brasília (UnB), coordenadora de Pesquisa do Departamento de Pesquisa, Análise da Informação e Desenvolvimento de Pessoal em Segurança Pública da Secretaria Nacional de Segurança Pública do Ministério da Justiça. Mestra em Sociologia pela Universidade de Brasília (UnB) e pesquisadora do Núcleo de Estudos e Pesquisas sobre a Mulher (NEPeM/UnB). PUNTO GÉNERO/4 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 Introdução O objetivo deste artigo é apresentar reflexões e elencar dados que permitam observar a operação da raça, entendida como categoria social, como “princípio regulador da provisão de care” (Sorj e Fontes, 2012:105) no contexto brasileiro. Para tanto, propomos discussões de cunho teórico-conceitual entre determinada bibliografia sobre cuidados e certa vertente dos estudos sobre relações raciais no Brasil, de maneira a jogar luz em questões ainda pouco exploradas, porém estruturantes na organização social do care. Resgatamos inicialmente conceitos e argumentos caros à bibliografia sobre cuidados, aos quais contrapomos, em seguida, representações racializadas do trabalho doméstico e de cuidados presentes no imaginário hegemônico sobre identidade nacional, conforme codificadas em obras clássicos dos estudos sobre relações raciais. Com o intuito de observar transformações e continuidades, elencamos então dados atualizados sobre o desempenho dos cuidados no Brasil, seguidos de algumas propostas iniciais, formuladas a partir do exercício proposto. Como será visto no decorrer do texto, propomos que gênero e raça fazem parte de uma lógica complementar de manutenção da divisão sexual do trabalho e constroem hierarquias próprias de atribuições de funções e papéis de reprodução social. Para construir nossa argumentação, ateremo-nos ao desempenho dos afazeres domésticos e de cuidado, que serão abordados tanto pela promoção de uma discussão simbólica sobre o lugar das mulheres negras na narrativa hegemônica de formação da identidade nacional, quanto por meio de dados quantitativos que revelam a histórica concentração de mulheres negras em tarefas de cuidado. Antes de adentrar a discussão central à qual nos dedicamos, exporemos brevemente alguns dos temas e abordagens centrais para os debates atuais sobre o care. Divisão Sexual do Trabalho: definições e contextos A bibliografia sobre cuidado utiliza, geralmente do termo care ou care work para definilo. O uso do termo em inglês é devido à influência anglo-saxã sobre tal produção, uma vez que a consolidação dos cuidados como um objeto de estudos ocorreu primeiramente nos países de língua inglesa. Ele deriva, ainda, da polissemia do termo, que dificulta uma tradução exata: care pode significar cuidado, solicitude, preocupação com o/a outro/a ou ainda atenção às necessidades do/a outro/a (Hirata, 2009: 42). Contudo, não há consenso sobre a terminologia mais adequada, seja porque a formulação dos conceitos não se mostra satisfatória a pesquisadores/as que partem de perspectivas teóricas e interesses diversificados, seja devido à complexidade do fenômeno, que comporta dimensões distintas (Carrasco; Borderías; Torns, 2011: 71). Afinal, o conceito de care engloba, com efeito, uma constelação de estados físicos ou mentais e de atividades trabalhosas ligadas à gravidez, criação e educação das crianças, aos cuidados com as pessoas, ao trabalho doméstico e, de forma mais PUNTO GÉNERO/5 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 abrangente, qualquer trabalho realizado a serviço das necessidades dos outros. (Molinier, 2004: 227). A dificuldade de captar todos esses estados em uma única definição e as ambiguidades quanto aos termos empregados contribuem para a existência de divergências quanto aos conteúdos considerados como pertinentes ao cuidado ou care, assim como sobre o seu significado e natureza. Tendo em vista os intuitos deste artigo, aderimos a um conceito ampliado dos cuidados – termo que será utilizado de maneira intercambiável com “cuidado”, “trabalho reprodutivo”, “trabalhos de reprodução social”, “trabalhos de cuidado” e “care”. Pretendemos com isso facilitar uma visão panorâmica da organização social do cuidado e de como os sujeitos se envolvem nessas complexas relações, por meio do diálogo com perspectivas teórico-conceituais e escolas diversas, que se utilizam de termos específicos. O foco então é no cuidado ou care como prática, assim, são consideradas como pertinentes ao care aquelas atividades, qualidades e disposições relacionadas ao trabalho reprodutivo, desempenhadas de forma remunerada ou não, que demandam ou não a interação face a face e o vínculo afetivo, que são direcionadas a pessoas dependentes e autônomas, e que se voltam para a reprodução e para o bemestar de todos os indivíduos e sociedades. Os trabalhos de cuidado envolvendo a casa e as pessoas são fundamentais para a manutenção das lógicas de funcionamento dos lares. Trazer à tona o debate sobre a divisão dos trabalhos de cuidado não é uma iniciativa nova: os estudos feministas têm se ocupado bem em demonstrar, por meio de uma série de metodologias quantitativas e qualitativas, além de propostas teórico-conceituais, como as divisões de tarefas entre homens e mulheres representam uma das principais consequências cotidianas da atribuição dos papéis e funções relativas às relações de gênero. Historicamente, estudiosas francesas insistiram muito no termo “Divisão Sexual do Trabalho”, utilizado como referência às atribuições de trabalho entre homens e mulheres, estas responsáveis diretas pelo cuidado com a casa, com os filhos e com a reprodução social de todos os membros da residência. Para Helena Hirata e Danièle Kergoat, o termo pode ser resumido como: A divisão sexual do trabalho é a forma de divisão do trabalho social decorrente das relações sociais entre os sexos: mais do que isso, é um fator prioritário para a sobrevivência da relação social entre os sexos. Essa forma é modulada histórica e socialmente. Tem como características a designação prioritária dos homens à esfera produtiva e das mulheres à esfera reprodutiva e, simultaneamente, a apropriação pelos homens das funções com maior valor social adicionado (políticos, religiosos, militares, etc.)(Hirata e Kergoat, 2007: 5). Além dos estudos sobre divisão sexual do trabalho, o termo “reprodução social” também é bastante conhecido dos estudos de gênero, indicando a função que atividades de cuidado e manutenção da casa e das pessoas têm na reprodução das lógicas sociais, afetivas e financeiras e pode ser descrito como “o conjunto de atividades e relações envolvidas em manter as pessoas, tanto no plano do dia a dia quanto intergeracionalmente” (Glenn, 1992: 1). PUNTO GÉNERO/6 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 Recentemente, os estudos sobre o trabalho de care têm retomado com peso o foco nas discussões sobre as divisões de tarefas de cuidado e atentado para as novas configurações de atendimento das necessidades dos indivíduos, inclusive investigando soluções encontradas pelo mercado e pelo Estado para suprir tais serviços. Leva-se em consideração a existência de uma crescente população envelhecida que demanda cuidados específicos, aliada à prevalência de famílias menores, com mulheres ocupadas de trabalhos no mercado e pouco disponíveis para o exercício das funções de atenção ao outro. As reflexões sobre o cuidado retomam sua centralidade e chamam atenção para as tensões, estratégias e dilemas em mantê-lo e em como fazer isso. Na gama dos estudos recentes sobre o care, encontram-se diferentes trabalhos e propostas de estudos (Hirata e Guimarães, 2012). Alguns deles continuam a se aproximar da ideia de reprodução social e discutem com maior atenção as divisões sexuais de trabalho envolvidas (Hirata e Kergoat, 2007; Melo, Considera e Di Sabbato, 2007) e também as implicações que as lógicas simbólicas e hierárquicas de gênero têm no desenvolvimento desses trabalhos – como no caso dos estudos específicos sobre usos do tempo(Fontoura, 2010; Aguiar, 1981; Bandeira, 2010). Em conjunto, existem iniciativas dedicadas às análises dos discursos produzidos acerca do cuidado e de sua relação direta com os símbolos envolvendo feminilidade e concepções de cuidado (Molinier, 2004; Lagarde, 2003). A discussão volta-se também para um novo campo das relações de trabalho. Nesse caso, aborda-se o crescimento na área dos serviços destinados às pessoas e a consequente diversificação dos trabalhos disponíveis. O afeto e cuidado ao outro tem representado boa parte das demandas contemporâneas por serviços – essas envolvendo desde os vários serviços de cuidado direto com as pessoas (Hochschild, 2003), até aqueles que providenciam espaços de interação erótico-afetiva1. Essa linha de estudos desenvolve análises específicas relativas ao trabalho de care e suas implicações nas relações de trabalho e nas subjetividades envolvidas nesse labor afetivo. Outros estudos investem maior fôlego nas políticas de cuidado desenvolvidas pelos Estados, suas limitações e paradigmas principais. Nesse quesito, existem comparações entre países que possuem políticas de cuidado já implementadas (Lisboa, 2007; Glucksmann, 2012; Gutiérrez-Rodríguez, 2012) e, o que nos interessa de forma particular, reflexões específicas sobre a resistência em estabelecer contextos apropriados para o desenvolvimento igualitário das reproduções sociais e políticas de cuidado. Estudos sobre Estados latino-americanos apontam para um histórico de políticas intensificadoras do apoio da instituição familiar, entendida política e simbolicamente como espaço nuclear ideal e responsável pela reprodução dos sujeitos (Arriagada, 2005; Sunkel, 2006). 1 Parreñas (2012) observa o trabalho de mulheres que acompanham e participam de interações e flertes com homens, dentro de clubes próprios para isso. As acompanhantes agem como se estivessem interessadas e participam de um jogo inicial de conquista, o que por vezes leva à troca de telefonemas e flertes que perduram por dias, embora não haja, na maioria dos casos, relações sexuais. Esse é considerado um trabalho de cuidado pela disposição de tempo e atenção para com o bem-estar dos clientes. PUNTO GÉNERO/7 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 No Brasil, algumas estudiosas compartilham de uma visão que poderíamos definir como paradigma brasileiro de cuidado (Camarano, 2007; 2012). Nosso país não possui políticas específicas de cuidado; suas iniciativas – como creches e atendimentos domiciliares a pessoas com idade avançada –, constituem-se de ações limitadas em espaço, tempo e contingente. Além disso, funcionam como auxílios muito específicos e não como uma política constante e extensiva de cuidado. A principal saída vislumbrada pelas classes médias e altas tem sido, historicamente, a contratação de empregadas domésticas e babás, mais recentemente, e cuidadoras de idosos. As mulheres de classes baixas fornecem a principal mão de obra para esses serviços (Sorj, 2010) e também estão ocupadas com outras atividades nas esferas do mercado; ao mesmo tempo, são destituídas dos tempos de cuidado interno, ou contam com troca de favores entre vizinhos e pessoas aparentadas fora do núcleo familiar principal para suprir demandas de reprodução social. Dados sugerem que as classes altas e médias são “as mais cuidadas” no Brasil. Bila Sorj e Adriana Fontes (2012) divulgam, com base nos dados da POF 2008-2009, que as classes altas contam com auxílio externo para a manutenção de atividades de cuidado com a casa e com as pessoas em uma porcentagem alta dos casos: 51,7% dos lares de renda mais alta gastam com a contratação de terceiros, número que aumenta para 73% no caso de famílias com filhos menores de 6 anos. Em comparação, nos lares de menor renda essa opção é quase inexistente: a porcentagem reduz-se para 2,2% e tem um aumento para 2,4% no caso de famílias com filhos menores de 6 anos. Essa configuração gera uma série de consequências para as famílias de classes baixas – e principalmente para as mulheres. Se mulheres de todas as classes sociais são sobrecarregadas pela responsabilidade de cuidado e das atividades básicas de reprodução social, são as mulheres pobres que atendem a essa demanda do mercado de trabalho, limitando suas possibilidades de escolha profissional e investindo-se em repetidos turnos sob os mesmos afazeres para dar conta da casa onde recebem salário e de suas próprias residências. Em trabalho recente sobre a divisão de cuidados, Hirata e Kergoat (2007) sugerem que as mudanças sociais relativas às mulheres e à ocupação de espaços públicos revolucionaram os postos que elas podem ocupar nomercado de trabalho, promoveram maior liberdade sexual e de relacionamento, dentre outras. Contudo, em termos estatísticos, a divisão de tarefas de cuidado e reprodução social sofreu poucas modificações – as mulheres continuam responsáveis principais por tais funções. A inserção dos homens nas tarefas de reprodução social ainda é muito pouco representativa em distintas realidades. O quantitativo de horas empregadas pelos homens nas tarefas domésticas sugere a falta de uma divisão abrangente de trabalho com os mesmos, principalmente no que se refere a pesquisas desenvolvidas com base em núcleos familiares heterossexuais e com filhos2. 2 Segundo pesquisa da FDA (2001), no caso do Brasil, as mulheres mais ocupadas de tarefas domésticas eram aquelas envolvidas em relações maritais. Essas gastavam, em média, 48 horas semanais com tais funções; seus maridos 5 horas semanais. A média era menor para mulheres de maneira geral – com 39 horas gastas. PUNTO GÉNERO/8 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 Uma consequência da falta de modificações na estrutura de divisão de tarefas de reprodução social entre homens e mulheres – aliada ao aumento do trabalho destas – foi o acirramento das hierarquias funcionais entre as mulheres. Conforme observado por Hirata e Kergoat, a possibilidade de que certo grupo de mulheres exerça funções públicas e continue mantendo lares familiares com funções de reprodução está diretamente conectada à delegação destas. Ao mesmo tempo em que cresce o número de mulheres com formação acadêmica e bons empregos na esfera pública, aumenta a quantidade de mulheres em empregos precarizados e diretamente relacionados com a manutenção da esfera privada. As autoras estão se referindo à realidade europeia, analisando ainda uma etnicização das delegações de tarefas. Essas mulheres de países desenvolvidos, bem formadas e com bons empregos, além de disporem do trabalho de mulheres francesas em situações de baixa renda, importam outras mulheres (latinas, africanas, da Europa oriental, etc.) para dar conta das tarefas domésticas. Essas imigrantes deixam de atender seus lares e seus filhos para aumentar sua renda e suprir financeiramente suas famílias (Duffy, 2007; Lisboa, 2007; Gutiérrez-Rodríguez, 2012; Parreñas, 2012). O trabalho de outras mulheres é necessário para que europeias, brancas e de renda alta consigam sustentar a lógica de funcionalidade reprodutiva de uma família heteronormativa clássica, com existência de filhos; ou, mais recentemente, de idosos que necessitam de cuidados. A lógica de funcionamento de uma família assim configurada demanda atenção e tempo de cuidado que não podem ser supridos sem a dedicação específica de uma ou várias pessoas e de seu(s) trabalho(s) repetido(s) nessas funções. Nesse sentido, existe um crescimento de demanda por tais serviços. A lógica de divisão de tarefas de reprodução social continua estruturando cotidianos e intensificando relações de gênero; continua, além disso, a intensificar posições hierárquicas entre mulheres. No caso do Brasil, a delegação de tarefas entre mulheres remonta aos primórdios de nossa constituição histórica. Mulheres negras e indígenas foram e têm sido demandadas como mão de obra escrava ou precarizada na realização das funções domésticas. A racialização dessas relações no Brasil apresenta sobreposições e também divergências em relação à etnicização de cuidados presente no texto de Hirata e Kergoat e em muitos outros aqui citados. A discussão mencionada sobre o trabalho de cuidado aponta para uma divisão de tarefas entre mulheres no que se refere à classe. O recorte racial, por sua vez, tem suscitado pouco interesse no que se refere ao tema, talvez pelo pressuposto de que a questão racial poderia ser esgotada na questão de classe, dado o processo histórico de formação das subalternidades brasileiras. Sem deixar de reconhecer os avanços obtidos pela tendência analítica que privilegia a classe como categoria, entendemos que existem adicionalmente importantes lógicas raciais que regulam a distribuição social do trabalho de care, entendido como trabalho doméstico e de cuidado ao outro. Afinal, o sequestro, tráfico e escravização de africanos e a dominação genocida de populações indígenas deu início, entre outros, à exploração de sua mão de obra, sobretudo pela sua alocação junto às atividades de menor status social – no caso das mulheres, a limpeza e manutenção da PUNTO GÉNERO/9 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 casa e dos indivíduos. Cabe observar como aspectos dessa associação vêm transformando-se ou mantendo-se na sociedade brasileira contemporânea. Um episódio recente é bastante ilustrativo da fixação simbólica sobre o exercício de funções domésticas. Uma jovem médica, branca, comentou de forma extremamente pejorativa em uma rede social que médicas cubanas negras3pareciam-se com empregadas domésticas. O racismo brasileiro constitui-se a partir da articulação de subalternidades econômicas e funcionais, que se combinam à dimensão simbólica. Atentamos então para o fato de que o processo histórico de formação da nação brasileira orquestrou-se articulando as divisões de poder e de trabalho entre mulheres. Como consequência, a constituição de identidades femininas comportaram – e comportam -diferentes realidades e hierarquias. Existem, portanto, anunciadas limitações em tratar de maneira indistinta as experiências subjetivas, sociais, econômicas e simbólicas das mulheres brancas e negras (pretas e pardas). Sem negar a existência de um status de gênero partilhado, sublinhamos a importância de que se considere a multidimensionalidade da experiência das mulheres e, especificamente, da observação de como distintas identidades raciais impactam a inserção social e as vivências de mulheres de diferentes grupos raciais. Adiante, daremos continuidade à discussão proposta abordando com maior atenção como o trabalho doméstico e o cuidado, vinculados à raça, têm sido tratados no ideário brasileiro acerca da identidade nacional. Trabalho doméstico, cuidado e raça na formação da identidade nacional Diversos autores que tiveram suas obras consagradas como estudos clássicos do campo das Relações Raciais fazem menção a alguma forma de protagonismo das mulheres negras. Gilberto Freyre (2003), Roger Bastide (Bastide e Fernandes, 1955), Florestan Fernandes (1978) e Otávio Ianni (1972) atribuíram a esse grupo de mulheres algum tipo de atuação social proeminente4, ainda que em setores e dimensões diversos. A despeito da existência de múltiplas perspectivas nos cânones das Relações Raciais, compreendemos que a apreensão da experiência social das mulheres negras como veiculada em Casa Grande e Senzala(Freyre, 2003), constitui um exercício capaz de alicerçar as reflexões a que nos propomos, tendo em vista o enfoque e a importância conferidos pelo autor às relações travadas no âmbito doméstico. Dessa maneira, nos voltamos a resgatar a maneira como as mulheres negras aparecem representadas na obra em relação aos trabalhos de cuidado, com vistas a observar seu papel quanto a tais funções naqueles contextos. Vale a ressalva de que, para os propósitos desse artigo, não tomamos a obra como um relato etnográfico, mas sim como codificadora de um imaginário hegemônico sobre a formação nacional. Contemplaremos ainda as diferentes formas como são representadas mulheres negras e 3 A jovem estava referindo-se ao Programa de Governo Mais Médicos (2013), que tem como objetivo abrir vagas para médicos/as brasileiros/as e estrangeiros/as para atuação na área de atenção básica no Norte e Nordeste, periferias de grandes cidades e municípios do interior em todas as regiões do Brasil. 4 Sobre o tema, ver Maria Aparecida Silva Bento (1995), Sônia Giacomini (2006) e Laura Moutinho (2004). PUNTO GÉNERO/10 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 brancas, quanto às funções que desempenham, de maneira a descortinar nesta narrativa sobre o que se entende ser um momento fundante da sociedade brasileira a existência de uma divisão racial do trabalho reprodutivo. Com isso, esperamos embasar a observação de como e em que medida tal imaginário foi e é encarnado na organização social do cuidado. Por esse motivo, essa seção está diretamente vinculada com a próxima, se aqui trazemos essa narrativa, no momento seguinte discutimos dados concretos sobre a organização social do care no Brasil. A obra em questão foi publicada pela primeira vez no ano de 1933 e figura ainda hoje nas ciências sociais como leitura indispensável para a compreensão da construção de uma identidade nacional e também para o entendimento das relações raciais brasileiras. No livro, o autor expressa a sua preocupação em recuperar o que chama de “formação da família brasileira”, detendo-se, com esta finalidade, nos parâmetros e configurações assumidos pelas relações sociais peculiares ao cenário rural do sistema escravista. Propondo-se a fornecer uma perspectiva culturalista (contraposta a vieses sociológicos apoiados na biologia), Freyre buscou traçar uma genealogia de hábitos e formas culturais que derivariam, em sua visão, do hibridismo das culturas indígena, africana e portuguesa. Essencialmente, Casa Grande e Senzala dedica-se a um olhar descritivo e explicativo das relações interpessoais travadas no âmbito doméstico. A constelação familiar em foco é formada pelo grupo branco e proprietário, em torno da qual orbitam, avulsos/avulsas, os/as trabalhadores/as negros/as e indígenas. A abordagem da experiência social desses sujeitos não se dá quanto aos seus próprios afetos e relações de parentescos, e sim reduz-se ao seu contato com a família branca. Afinal, no entendimento do autor, a casagrande é completada pela senzala (Freyre, 2003: 36). A senzala, como espaço físico ocupado exclusivamente pelos/as escravos/as e como espaço simbólico representativo do conjunto de relações familiares dos/das negros/negras, está subordinada às demandas e lógicas inerentes à família patriarcal branca. As mulheres negras, cujas práticas sociais aparecem na obra como desvinculadas de regras e padrões característicos da família patriarcal branca (Giacomini, 2006) figuram como mediadoras, como “elo de ligação” entre a população branca e a população negra, a “pedra fundamental da miscigenação” – que constitui, por sua vez, a base da possibilidade de uma identidade nacional brasileira. Na constelação da família patriarcal um segundo papel social é protagonizado pelas mulheres negras, cabem a elas as tarefas de cuidado e afeto, bem como toda a execução do trabalho doméstico necessário à manutenção do bem-estar da família patriarcal branca na casa-grande. Destaca-se a relevância atribuída às atividades de cuidado desempenhadas pelas amas negras, que, de acordo com Freyre, constituíram as bases de uma efetiva miscigenação das culturas portuguesa e africana. Como responsáveis pela socialização das crianças brancas, as amas negras teriam propiciado o seu contato também com a cultura africana, disseminando assim entre a população branca cosmovisões distintas da europeia. PUNTO GÉNERO/11 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 Contudo, não foram apenas as crianças as beneficiárias diretas das tarefas domésticas e de cuidado desempenhadas pelas mulheres negras. Freyre descreve uma família patriarcal branca que se acostumou a ser servida em suas mais singelas necessidades cotidianas: Escravos que se tornaram literalmente os pés dos senhores: andando por eles, carregando-os de rede ou de palanquim. E as mãos - ou pelo menos as mãos direitas; as dos senhores se vestirem, se calçarem, se abotoarem, se limparem, se catarem, se lavarem, tirarem os bichos dos pés (Freyre, 2003: 385). Como resultado, o trabalho das mulheres negras tinha como contrapartida para brancos e brancas a predominância de vivências pautadas pelo ócio: “Os dias se sucediam iguais; a mesma modorra; a mesma vida de rede, banzeira, sensual. E os homens e as mulheres, amarelos, de tanto viverem deitados dentro de casa e de tanto andarem de rede ou de palanquim.” (Freyre, 2003: 387). Percepção que se confirma no relato de viajantes estrangeiros em suas visitas ao Brasil: Todo o serviço doméstico é feito por pretos: um cocheiro preto quem nos conduz, uma preta que nos serve, junto ao fogão, o cozinheiro é preto e a escrava amamenta a criança branca; gostaria de saber o que fará essa gente quando for decretada a completa emancipação dos escravos (Von Binzer apud Kofes, 2001: 134). Não se pode dizer que o ócio a que se refere Freyre fosse suficiente para igualar o status social e o conjunto de atividades atribuídas a homens e mulheres brancos. As diferentes prerrogativas de sua inserção social podem ser também encontradas nos escritos de Freyre. Especificamente sobre as mulheres brancas, diz o autor que as tarefas domésticas mais leves eram desempenhadas por elas de forma opcional, como antídoto ao tédio predominante para esse segmento numa sociedade em que todo o trabalho braçal foi relegado aos/às negros/as cativos/as, e em que os valores patriarcais, simultaneamente, restringiam as possibilidades de circulação das mulheres brancas fora da casa-grande e o escopo das atividades a que poderiam dedicar-se naquele ambiente rural e escravista: […] as brasileiras [brancas] envelheciam depressa; seu rosto tornava-se logo de um amarelo doentio. Resultado, decerto, dos muitos filhos que lhes davam os maridos; da vida morosa, banzeira, moleirona, dentro de casa; do fato de só saírem de rede e debaixo de pesados tapetes de cor […](Freyre, 2003: 428). Casadas [as mulheres brancas], sucediam-se nelas os partos. Um filho atrás do outro. Um doloroso e contínuo esforço de multiplicação [...], deixando as mães uns mulambos de gente (Freyre, 2003: 445). A reprodução social da família patriarcal branca, em sua dimensão biológica – isto é, como produção de corpos –, emerge na narrativa de Freyre como a tarefa das mulheres brancas por excelência. De fato, esta parece ser a única atividade social desempenhada PUNTO GÉNERO/12 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 exclusivamente por elas. O mesmo não se pode dizer quanto às mulheres negras, que, além de relacionadas primordialmente à satisfação sexual dos senhores e aos trabalhos domésticos e de cuidado, viam suas possibilidades de reprodução bastante restritas em virtude das péssimas condições de alimentação e abrigo de que dispunham, bem como do trabalho árduo a que estavam submetidas mesmo durante os períodos de gravidez (Giacomini, 1988). Ao recuperar dos escritos de Freyre os papéis sociais desempenhados por mulheres brancas e negras, é possível vislumbrar que o seu status compartilhado de gênero está atravessado de forma drástica pelos demarcadores raciais. Na sociedade que o autor descreve, a diferença entre ser mulher branca ou negra é imensa, pois cada uma está destinada a papéis muito distintos, e que reservam a cada um desses grupos tarefas específicas. Cabe ainda destacar que a atribuição de diferentes lugares e papéis sociais para brancas e negras não se dá apenas como indicação de diferença, do vislumbre de identidades sociais distintas, e sim como classificação hierárquica (Moreira, 2007). Na sociedade escravista, o trabalho manual era visto como desqualificado e aviltante. Assim, não é irrelevante que o trabalho doméstico e de cuidado da casa-grande tenha sido atribuído exclusivamente às mulheres negras e vetado às mulheres brancas (Kofes, 2001). O convívio diário e a divisão de tarefas entre mulheres obedeciam a lógicas de dominação social, assentadas em relações de autoridade, dependência e hierarquia (Souza, 2012). Simultaneamente, na obra de Freyre, os pressupostos que amparam o desempenho dos mencionados papéis para negras e brancas não apenas são distintos, como divergem também em sua natureza. Na perspectiva do autor, fica subentendido que o papel reprodutor das mulheres brancas decorre, sobretudo, de configurações sociais, e que o seu desempenho precoce e excessivo as prejudica em seu bem-estar físico (percepção que não se descola de uma suposta fragilidade do corpo feminino branco, em relação ao corpo feminino negro) e nas suas possibilidades de realização pessoal. O mesmo não é observado quanto à abordagem da experiência social das mulheres negras. Embora pontue ocasionalmente crueldades de sinhôs e sinhás contra as cativas e perversidades inerentes ao regime escravista, o desgaste corporal e emocional decorrente do desempenho das atividades domésticas e de cuidado não parece, para Freyre, ter impactos negativos para as mulheres negras. Sua análise funda-se, portanto, na compreensão de que a estrutura física e a subjetividade das mulheres negras foram talhadas para o desempenho do trabalho doméstico e do cuidado. A primazia da familiaridade e da proximidade entre brancos e negros – que caracterizam a descrição freyriana das relações sociais brasileiras e que teriam sido forjadas na casagrande – emerge mediante a supressão da complexidade das relações pessoais entre os sujeitos da família branca patriarcal e os escravos domésticos, sobretudo com as escravas domésticas. Contrapondo-se a esta visão romântica, alguns estudos historiográficos e sociológicos indicam que o cuidado desenvolveu-se e desenvolve-se sob fortes tensões e conflitos, em cenários nos quais de misturam vínculos de afeto, PUNTO GÉNERO/13 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 exploração e violência (Bernardino-Costa, 2012; Machado, 2012; Souza, 2012), e com desfechos quase sempre desfavoráveis às trabalhadoras. O escrutínio das relações na casa-grande presta-se, tanto neste artigo como em Casa Grande e Senzala, à análise de dinâmicas sociais mais amplas. Para além das relações interpessoais, diretas e imediatas, o autor procura compreender o nascimento de uma identidade nacional, que é representada na obra pelo microcosmo da casa-grande. O que o instiga é a busca por uma genealogia de formações sociais que entende serem peculiarmente brasileiras. Dessa forma, a nossa referência a marcadores raciais que instituem clivagens nas identidades e papéis sociais dos sujeitos femininos tem a intenção de tornar visível a posição de centralidade que elas ocupam no ideário freyreano de nação brasileira. Para além do domínio da família e do domicílio, a forma como o trabalho doméstico e de cuidado organiza-se e distribui-se socialmente embasa o modelo privilegiado de reprodução social e também o que se entende por identidade nacional brasileira. Seria precipitado supor que as análises desse autor sobre o modelo patriarcal, agrário e escravista de algumas famílias proprietárias, da elite, possam ser adotadas como referência da formação de uma identidade nacional e mesmo como uma etnografia representativa da sociedade brasileira da época. De fato, a escravidão doméstica compreendeu uma das principais modalidades de trabalho dos cativos, e as escravas tornaram-se figuras indispensáveis para a manutenção doméstica tanto dos lares simples, como dos abastados, durante todo o período colonial (Souza, 2012). Entretanto, as análises freyrianas são baseadas em um contexto social muito específico e restrito. A análise de suas considerações justifica-se pela importância atribuída a esse autor na sistematização de um imaginário da nação e na sua influência simbólica inegável sobre a mesma. Freyre representa um exemplo ideal de representações simbólicas sobre o imaginário nacional das divisões do trabalho doméstico e de cuidado. Essas concepções não podem ser transpostas de forma imediata à sociedade brasileira, principalmente a atual. No hiato temporal que separa os dois períodos, fatos históricos como a abolição da escravidão, a industrialização, a urbanização, a implementação de políticas públicas eugênicas e de embranquecimento da população brasileira, bem como a mobilização política de distintos segmentos sociais, produziram transformações significativas tanto nas dinâmicas das relações raciais quanto na divisão social do trabalho. Especificamente quanto ao trabalho doméstico e de cuidado, as mudanças mais significativas podem ser observadas no perfil das trabalhadoras, nas modalidades de inserção no emprego e nos rearranjos da organização doméstica (Motta, 1992). A seguir, procuramos delinear o perfil da divisão racial do trabalho doméstico e de cuidados na sociedade brasileira contemporânea, de forma a observar continuidades e rupturas. A divisão racial do trabalho doméstico remunerado No Brasil, em 2009, 17% das mulheres que compunham a população economicamente ativa o faziam na condição de trabalhadoras domésticas – setor de maior colocação feminina no mercado de trabalho até então. Em oposição, apenas 1% dos homens PUNTO GÉNERO/14 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 desempenhavam trabalho doméstico. Para além das desigualdades de gênero, as desigualdades raciais entre mulheres também eram marcantes. No mesmo ano, 21,8% das mulheres negras ocupadas eram trabalhadoras domésticas, contra 12,6% das mulheres brancas. Isso significa que mais de uma em cada cinco mulheres negras ocupadas inseriam-se no mercado de trabalho como prestadora de serviços domésticos. Cabe ainda observar que as diferenças raciais acentuam-se em determinadas regiões do país: elas eram mais elevadas nas regiões Sudeste, Sul e Centro-Oeste, nas quais o trabalho doméstico empregava respectivamente 25,1%, 24,5% e 23,7% da população negra feminina (IPEA et al., 2011). Como resultado, as mulheres negras representavam, em 2009, 61% da mão-de-obra feminina ocupada no trabalho doméstico (IPEA, 2011). Entendida como herança da escravidão, a menor escolarização e maior inserção da população negra em contextos de pobreza, em relação à população branca, são frequentemente mencionadas como fatores explicativos exclusivos da acentuada concentração das mulheres negras no trabalho doméstico e de cuidado. Tal entendimento contraria os achados da vertente sociológica que, a partir de 1970, identificou por meio de estudos quantitativos que a raça/cor – e não apenas a classe social – é determinante na posição dos indivíduos na sociedade brasileira (Hasenbalg, 1979; Oliveira et al., 1985; Berquó, 1988; Silva e Hasenbalg, 1992). O preconceito e a discriminação racial não são apenas um resquício do passado: raça, enquanto categoria social, adquiriu no decorrer da história funções e significados específicos, que estão entremeados ao funcionamento do capitalismo brasileiro. Além disso, a progressiva elevação dos níveis de escolaridade das mulheres negras possibilitou a este grupo populacional atingir níveis em média maiores do que aqueles alcançados pelos homens negros. A transformação, sem dúvida significativa, não foi capaz de reverter quadros de exclusão social que atingem ainda preferencialmente as mulheres negras: este é o grupo que apresenta o menor rendimento e maior índice de pobreza na sociedade brasileira, e também apresenta menores níveis salariais que homens brancos, mulheres brancas e homens negros, mesmo quando considerada a mesma faixa de escolaridade (Paixão et al., 2011). Tampouco a maior escolarização foi capaz de reverter a concentração de mulheres negras no desempenho dos trabalhos domésticos. Há, portanto, a necessidade de se pensar a vinculação entre feminilidade negra e trabalho doméstico a partir de uma perspectiva que considere também uma associação simbólica entre a categoria social “mulheres negras” e as tarefas cotidianas de cuidado e manutenção do lar, e que já foi constatada por autoras como Lélia González (1983) e bell hooks (1995). Mais do que isso, é necessário procurar compreender como tais associações construíram-se e modificaram-se historicamente e como se conjugam a fatores econômicos e sociais na criação de hierarquias entre grupos sociais distintos. Não fazê-lo significa adotar, ainda que de forma não intencional, o argumento de que a inserção desigual da população negra (e feminina) no mercado de trabalho (e no trabalho doméstico e de cuidado) deriva de problemáticas internas à população negra, e não de dinâmicas e construtos simbólicos, políticos e econômicos que são coletivamente articulados e partilhados (Bento, 1995; Pinto, 2012). PUNTO GÉNERO/15 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 O recurso a dados adicionais sobre a ocupação indicam alguns caminhos possíveis de reflexão. Segundo o IPEA (2011), ao considerar a distribuição da população por setor de atividade, é possível identificar que “as mulheres, especialmente as negras, estão mais concentradas no setor de serviços sociais (cerca de 34% da mão de obra feminina), grupo que abarca os serviços de cuidado em sentido amplo (educação, saúde, serviços sociais e domésticos)” (IPEA, 2011: 27). Mesmo entre as mulheres negras que atingem o ensino superior, a tendência mantém-se: elas estão mais concentradas em áreas como enfermagem, fisioterapia e serviço social, que ocupam no mercado de trabalho posições de menor prestígio social e remuneração, implicam em uma relativa subordinação e ainda estão vinculadas ao cuidado e ao servir (Querino et al., 2011). Também a exposição de dados de censos demográficos de períodos históricos anteriores agrega novos elementos para se pensar o cenário do trabalho doméstico no Brasil atual. O primeiro Recenseamento Geral do Brasil data de 1872 e, embora não apresente os dados de ocupação da população residente desagregados por raça/cor, faz distinção entre escravos/escravas e livres. Da população de mulheres escravas, 24,3% dedicavamse ao serviço doméstico, percentual superado apenas pelo número de cativas dedicadas à lavoura (57,1%). Ausente nos Censos de 1900 e 1920, o quesito “cor” voltou a ser incorporado ao Censo de 1940. Os dados de então classificam conjuntamente serviços domésticos e atividades escolares, setor no qual se empregavam 11,7% das ocupadas brancas e 24,8% das pretas, pardas e de cor não declarada (Paixão et al., 2011). Existem, de fato, diferenças metodológicas significativas na coleta de dados em períodos distintos. Contudo, não deixa de ser notável a semelhança do retrato apresentado pelos censos de 1872/1940 e pelos dados atuais (21,8% das mulheres negras e 12,6% das mulheres brancas ocupadas eram trabalhadoras domésticas). Ademais, sublinha-se que mesmo entre mulheres de classes baixas, brancas e negras, sediadas em empregos domésticos e de cuidado existem diferenças significativas. Dados analisados pelo IPEA indicam que a remuneração média das trabalhadoras domésticas negras era de R$ 364,84 em 2009; essa média para as brancas empregadas na mesma função e no mesmo período era de R$ 421,58. Em 2009, a taxa de formalização de mulheres empregadas com tarefas domésticas era sempre menor que 30%; contudo, entre mulheres negras essa taxa era de 24,6%, comparado a 29,3% das mulheres brancas (Pinheiro et al., 2011). Para além das desigualdades de salário e condições de trabalho internas às funções de trabalho reprodutivo, estudiosas do care têm encontrado pistas sobre distintas elaborações simbólicas sobre mulheres brancas e negras alocadas nessas funções. Guita Debert (2013) analisa a realidade das trabalhadoras importadas pela classe média italiana. De acordo com contratantes de cuidadoras de idosos entrevistadas pela autora, as mulheres africanas são as preferidas no desempenho de tarefas domésticas, com base no entendimento de que “esses trabalhos requerem mais energia e força física” (Debert, 2013: 17). A despeito das diferenças contextuais, sobrepõem-se representações semelhantes sobre mulheres africanas ou afrodescendentes em situações diaspóricas. Observa-se que muito distantes do ideário de fragilidade física que os estudos de gênero identificam PUNTO GÉNERO/16 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 como associados às mulheres, as mulheres negras são retratadas como fisicamente fortes, naturalmente talentosas para atividades braçais e agressivas. Trata-se, como já assinalado por hooks (1995: 486), de uma imagem de “presença feminina ‘natural’, orgânica, mais próxima da natureza, animalesca e primitiva”. A perenidade com que as mulheres negras têm estado associadas ao trabalho doméstico ampara-se em mecanismos sutis de perpetuação de representações e dinâmicas que, sem precisar enunciar abertamente a vinculação da feminilidade negra ao desempenho das tarefas de trabalho doméstico e cuidado, não deixam por isso de moldar subjetividades e estruturar relações interpessoais e sociais. Mediante os elementos elencados, faz-se necessário aprofundar as reflexões sobre o entrecruzamento de gênero e raça, de modo a tornar visível como ele configura uma divisão racial do trabalho com impactos na experiência social de distintos grupos de mulheres. Sobretudo, é preciso fomentar análises sobre os cuidados que os reconheçam, como ponto de partida, não apenas como trabalho genderizado, mas também como trabalho racializado, o que permitirá flagrar as nuanças da operação do atributo racial na organização social do cuidado. Care e a divisão racial do trabalho No decorrer deste artigo, apontamos que a associação entre emprego doméstico e raça demanda compreensões que ultrapassam os argumentos exclusivamente econômicos ou a instrução formal dos distintos grupos raciais. Existem associações simbólicas que, em conjunto com fatores econômicos, sociais e culturais, seguem perpetrando determinadas imagens acerca do trabalho doméstico, de sua característica intrínseca de subserviência e de quais mulheres são ideal e “naturalmente” aptas para os mesmos. Ao reconhecer a raça como uma categoria relevante para a compreensão dos parâmetros conforme os quais se organiza socialmente o trabalho de cuidado, detemonos nessa estruturação triangular entre diversas atribuições de reprodução social divididas entre homens e mulheres e entre mulheres brancas e mulheres negras, procurando recuperar e também forjar chaves analíticas que evidenciem as interconexões entre gênero e raça. Em estudos sobre o care e acerca das atribuições de reprodução social entre homens e mulheres, evidencia-se de pronto que existe uma divisão entre esses personagens que pouco mudou no que se refere ao cuidado com a casa e com as pessoas, a despeito das grandes transformações observadas quanto à inserção das mulheres no mercado de trabalho. A categoria analítica de gênero, então, é citada em quase todos os trabalhos de referência nessa área, sendo bem sublinhado que a reprodução social e as famílias continuam sendo um lócus privilegiado das estruturações da experiência (e desigualdades) de gênero. Por outra feita, existe uma conexão também aclamada sobre o trabalho doméstico remunerado no Brasil ser desempenhado majoritariamente por mulheres negras e ao fato de que essas têm suas subjetividades constituídas em meio a uma série de produções simbólicas sobre relações de subserviência. PUNTO GÉNERO/17 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 Menos comum, no entanto, é uma reflexão que conecte uma realidade à outra. Como já discutido, Hirata e Kergoat apontam para um acirramento hierárquico entre mulheres, referindo-se a realidades de países desenvolvidos e a fluxos migratórios de trabalho doméstico. Para essas autoras, a falta de mudanças significativas nas divisões de tarefas de reprodução social fez com que o sucesso das mulheres casadas e com filhos nas suas carreiras profissionais e de estudos dependesse da delegação de tarefas. Em relação ao Brasil, a possibilidade de que as classes médias continuem mantendo-se e, principalmente, mantendo suas famílias heteronormativas, com filhos bem atendidos de cuidados, mulheres trabalhando fora e maridos pouco ativos na esfera doméstica, às voltas com um Estado pouco afeito a políticas de cuidado, é a possibilidade de delegar essas tarefas para outras mulheres – mulheres negras. Como indicado por Sandra Azerêdo (1989), a divisão racial do trabalho doméstico constitui um lócus privilegiado para a observação da separação – ou das diferenças – entre mulheres. A aclamada hierarquia entre gêneros deve ser situada por meio de considerações acerca das vivências distintas para mulheres brancas e negras. A oposição simples de gênero invisibiliza o fato de que determinados aspectos da experiência cotidiana de trabalho doméstico e de cuidado são minimizados para mulheres brancas e de classes médias e altas, com base na possibilidade de transferir boa parte de suas responsabilidades com a reprodução social para a figura das empregadas domésticas. A divisão sexual do trabalho é mantida pela divisão racial do serviço doméstico e de cuidado. Bastante comum, no Brasil, encontrar operadores de ensino, direito, justiça, saúde, etc. citarem a “desestruturação familiar” como a causa principal dos problemas enfrentados por adolescentes – principalmente quando envolvidos com drogas, violência urbana e baixo desempenho escolar (Abramovay, Cunha e Calaf, 2009). Sem discutir a amplitude e insistência com que se tem consagrado um determinado modelo normativo de família como único espaço ideal de subjetivação e reprodução social, destacamos que o tempo imaginado para que mães passem com seus filhos e os eduquem da forma modelar é muito relativo. As mulheres brancas inseridas no mercado de trabalho não possuem tempo para desempenhar essas tarefas sozinhas, poucas têm auxílio de seus maridos e muitas trazem mulheres negras para suas casas – as quais possibilitam que uma estrutura de cuidados determinada coexista com a busca de sucesso profissional e desenvolvimento pessoal por parte das mulheres brancas. As famílias das mulheres negras, em contrapartida, encontram-se despojadas em boa parte do tempo daquelas que constituem muitas vezes a única figura parental e potencial cuidadora, bem como permanecem alijadas de serviços públicos (escassos) ou privados (onerosos) que poderiam suprir tal demanda. As tarefas domésticas são estruturantes das relações desiguais entre homens e mulheres e a família, assim, é um lócus privilegiado das estruturações de gênero. A divisão hierárquica entre mulheres, com base na raça e na classe social, não está dissociada dessa configuração de cuidados com a casa e com as pessoas. Pelo contrário, as lógicas hierárquicas somam-se e ponderam-se, elaborando de forma bastante complexa um esquema de assujeitamento de gênero envolvendo experiências sociais e PUNTO GÉNERO/18 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 subjetivas cortadas pela necessidade de dar conta da casa e das pessoas para que famílias no modelo ideal possam existir para um determinado segmento social. É importante apontar que a segmentação racial do trabalho é ilustrativa de como, para além do status subalterno de gênero, as diferentes inserções sociais de brancas e negras, articuladas em torno do atributo racial, formatam desigualdades. Muitas vezes, os papéis sociais e tarefas associadas às feminilidades brancas e às feminilidades negras operam de forma dialógica e complementar, naquilo que constitui o âmbito mais geral do que se entende como feminino – o que não exclui, obviamente, a existência de sobreposições e rearticulações. Essa lógica funda hierarquias que operam na constituição de relações de exploração e que configuram subalternidades e também privilégios. Ao observar tais relações, tende-se em geral a notar apenas a distância da experiência social entre distintos grupos de mulheres, como se o problema dissesse respeito apenas a mulheres. Entretanto, cabe observar que seu alcance é muito mais extenso e formata as relações entre todos os grupos sociais, resultando em impactos coletivos e difusos. Como buscamos indicar, a delegação de tarefas domésticas e de cuidado às mulheres negras, em nosso país, remonta à constituição da miscigenação física e cultural, que emerge como fundamento identitário da nação brasileira. Assentada em tão sólida referência, ela desempenha funções relevantes tanto na perpetuação da divisão sexual, quanto na segregação racial do trabalho. Por outro lado, não se pode deixar de indicar que a operação constante e vigorosa da lógica a que nos referimos somente se torna possível dentro de um cenário em que são escassas e insuficientes as iniciativas para a desprivatização dos trabalhos domésticos e de cuidado e inexistentes aquelas que buscam redistribuir o trabalho de cuidado entre homens e mulheres, de modo que o exercício de tais funções por grupos subalternizados figura como condição indispensável para o desempenho do trabalho tido como efetivamente produtivo – ao menos nos moldes com que ele se desenvolve atualmente. Com esse artigo procuramos estabelecer conexões entre subjetividades hierarquizadas, inseridas em um contexto amplo de atribuições de papéis de reprodução social. Em paralelo à abertura de espaço a uma discussão importante e ainda pouco esmiuçada por pesquisadoras e pesquisadores atentas/os a refletir sobre cuidado, gênero e relações raciais, procuramos chamar atenção para uma agenda de pesquisa. Sugerimos que tais conexões demandam elaborações de diversos tipos, levando em conta as novas propostas legislativas e de políticas públicas, como, por exemplo, as iniciativas de regulamentação do trabalho doméstico; além de olhares empíricos diversificados. BIBLIOGRAFIA Abramovay, Miriam; Cunha, Anna Lúcia e Calaf, Priscila Pinto (2009): Revelando tramas, descobrindo segredos: violência e convivência nas escolas. Rede de Informação PUNTO GÉNERO/19 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 Tecnológica Latino-americana - RITLA, Secretaria de Estado de Educação do Distrito Federal - SEEDF, Brasília. Aguiar, Neuma (1981): “Um Guia Exploratório para a Compreensão do Trabalho Feminino”, em Anuário Ciências Sociais Hoje, Vol. 1, 1981, p.3-15. Arriagada, Irma (2004): “Cambio de las familias en el marco de las transformaciones globales: necesidad de políticas públicas eficaces”, em Serie Seminarios y Conferencias No. 42 (LC/L.2230-P). 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Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 Las relaciones de género en la producción de software: los límites de la autonomía en el trabajo. Gender relations in the production of software: the limits of autonomy at work. Mariela Quiñones, Erika Van Rompaey Resumen Este artículo se centra en el análisis de las trayectorias diferenciales de las mujeres en el sector económico que produce software en el Uruguay para reconstruir los núcleos conceptuales a partir del cual se analizan las relaciones y desigualdades de género. Más específicamente, se problematiza el concepto de autonomía el cual es concebido como un aspecto central del trabajo en el sector a partir del cual se estudia la desigual y desventajosa inserción laboral de las mujeres con respecto a los varones en el mismo. Mediante una estrategia de investigación cualitativa basada en entrevistas semiestructuradas a trabajadoras-es en la industria de producción de software, se analizan las vivencias y percepciones de mujeres que sortean o deciden lidiar con barreras tanto objetivas y visibles, como subjetivas e invisibles ligadas al desempeño laboral en un ámbito fuertemente masculinizado. El artículo se propone explicar desde el campo específico de la sociología del trabajo, algunas dinámicas y mecanismos que profundizan la reflexión en torno a la problemática del género y las desigualdades derivadas del mismo en el mundo del trabajo desde la revisión de viejos conceptos mediante la adopción de nuevas perspectivas conceptuales. Palabras clave: autonomía, autogestión del trabajo, desigualdades de género, producción de software Summary This article focuses on the analysis of differential trajectories of women in the economic sector that produces software for reconstructing the Uruguay conceptual cores from which relationships and gender inequalities are analyzed. More specifically, the concept of autonomy which is designed as a central aspect of working in the sector from which the unequal and disadvantageous employment of women is studied with regard to males in the same becomes problematic. Through a strategy of qualitative research based on semi-structured interviews workers-it is in the industry of software production, the experiences and perceptions of women that bypass or decide to deal with both objective and visible barriers, as subjective and invisible linked to analyzes job performance in a strongly masculine domain. The article explains from the specific field of the sociology of work, some dynamics and mechanisms that deepen the reflection on Doctora en Sociología, Profesora Agregada Departamento de Sociología (Uruguay), mariela.quinones@cienciassociales.edu.uy Candidata a Doctora en Sociología, Universidad Autónoma de Barcelona, Asistente de investigación, Departamento de Sociología (Uruguay), evrgiuria@gmail.com PUNTO GÉNERO/25 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 gender issues and inequalities derived therefrom in the workplace from reviewing old concepts by adopting new conceptual perspectives. Keywords: autonomy, self-management of labor, gender inequalities, software production PUNTO GÉNERO/26 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 Introducción A medida que avanzamos en una sociedad centrada en los servicios, el paradigma del trabajo se desplaza del trabajo físico propio del modelo industrial taylorista al basado en la producción de conocimientos y servicios. En este contexto, si bien las condiciones para la incorporación de las mujeres al mercado laboral han mejorado en muchos sectores, su integración a la industria de producción de software se encuentra rezagada. El artículo se centra en el análisis de las trayectorias diferenciales de las mujeres en el sector de producción de software, para reconstruir los núcleos conceptuales que permiten abordar el estudio de las relaciones de género, a partir de la reflexión y problematización del concepto de autonomía, en tanto aspecto central para comprender la desigual y desventajosa inserción laboral de las mujeres respecto a los hombres. Para ello se analizan las trayectorias laborales de mujeres, tanto en posiciones gerenciales como subordinadas en la industria del software1.. A partir del análisis de un conjunto de entrevistas se aborda el análisis del concepto de autonomía en el trabajo, en torno al cual se estructura el trabajo en el área de la producción del software. Dicha autonomía está vinculada a la necesidad de autogestión de los conocimiento requerida para el desempeño laboral en el sector, así como del manejo de la propia carrera profesional por parte de los/as trabajadores/as. Ambos aspectos condicionan la entrada, permanencia y movilidad en el sector e, incluso, determinan los niveles de remuneración. En este marco, el análisis de la autonomía es clave para comprender las condiciones de trabajo de las mujeres y la desventajosa posición de éstas respecto a la de los hombres a nivel de la producción de software. Más específicamente, la demanda de permanente formación, la alta dedicación y amplia disponibilidad horaria requerida por el sector, son aspectos difícilmente conciliables con los roles asociados a los proyectos de maternidad y cuidado de personas en situación de dependencia (entendiendo por tales a las personas que no pueden valerse por sí mismas, a raíz de un proceso de envejecimiento, de alguna enfermedad o accidente), asociados tradicional e históricamente a las mujeres, lo cual constriñe la construcción de proyectos profesionales exitosos para éstas. Antecedentes de investigación y enfoque teórico Diversos autores y, en especial, los enfoques feministas, han abordado el fenómeno de la segregación de las mujeres en el mercado laboral desarrollando teorías e hipótesis orientadas a darle explicación. El sector de la informática en general, así como el subsector de la producción del 1 Este artículo es resultado de una investigación llevada a cabo por el “Grupo de Sociología del Trabajo y de la Gestión de los Recursos Humanos, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Uruguay", cuya estrategia metodológica combina la recolección y el análisis de datos cuantitativos y cualitativos. Este artículo se centra fundamentalmente en el análisis de la evidencia empírica recabada a partir de la realización de entrevistas semi-estructurada a mujeres y varones en distintos puestos de trabajo en la industria de producción de software en Uruguay. PUNTO GÉNERO/27 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 software en particular, al igual que las disciplinas académicas asociadas a proveer mano de obra y conocimientos a este tipo de industria, muestran una fuerte infrarrepresentación de las mujeres, no alcanzando a nivel mundial el veinte por ciento de los y las trabajares-as ocupados-as en el mismo. Más concretamente, la presencia de las mujeres en este sector se concentra (casi un 80%) en actividades relacionadas con la comunicación, diseño, manejo de personal o tareas administrativas (Novick, Rojo y Castillo, 2008). Ello refleja que la segregación vertical y horizontal de género en el mercado laboral se produce también en esta industria (Ghosh et al, 2002; Gupta y Houtz, 2000; Hapnes y Sorensen, 1995; Krieger, Nafus y Leach, 2006; Habtu, 2003 y Miller y Jagger, 2001). Como factores asociados a este fenómeno, la literatura mencionada refiere a que la baja incorporación de las mujeres al mundo de la tecnología está relacionada con procesos de socialización que se ven afectados por los roles y estereotipos de género, los cuales condicionan y predisponen tanto a varones como a mujeres a establecer vínculos diferenciados con los otros seres humanos así como con los objetos, entre los que se encuentran la ciencia y la tecnología. Esto configura procesos bien conocidos en la Sociología como profecías autocumplidas: en la medida en que los empresarios se orientan por estas representaciones, las mujeres al enfrentarse a contextos masculinizados, reprimen sus iniciativas de desempeño en estos campos. Así, diversas investigadoras argumentan que en estadios tempranos del desarrollo de las personas, los procesos de socialización se caracterizan por estar condicionados por tales roles y estereotipos, a partir de los cuales se producen y reproducen relaciones con los otrosas, así como con los objetos, que son diferenciales entre niños y niñas. Por ello, varones y mujeres construyen relaciones distintas con la tecnología, posicionándose de manera diferencial respecto al mundo tecnológico. Un ejemplo de esto tiene que ver con el uso de los video-juegos (Dumett, 1998) o los estereotipos en relación al pensamiento y habilidades de niñas y varones para las matemáticas y sus aplicaciones (Terlon, 1996) – tales como la microinformática a partir de la cual se origina la programación y su transferencia a las computadoras– en base a lo cual se construyen social y culturalmente mujeres desinteresadas y alejadas de estos terrenos. Al respecto, Wajcman (2009), investigadora pionera en temas de tecnología y género, sostiene que el desafío inicial de las feministas2fue demostrar la identificación entre tecnología y masculinidad como algo no inherente a las diferencias biológicas entre los sexos, sino como el resultado de una construcción histórica y cultural de las relaciones entre los géneros. Asimismo, en términos generales, la literatura feminista comparte la idea de que las relaciones sociotecnológicas se manifiestan no sólo en los objetos e instituciones, sino también en los símbolos, el lenguaje y las identidades, entre ellas las asociadas al género. Adentrándonos en el terreno de la producción de software, de acuerdo con Yansen y Zukerfeld (2013) existen barreras de acceso al mercado de trabajo de las mujeres programadoras asociadas específicamente a las representaciones estereotípicas y sesgadas por el género que los empleadores suelen tener. En este sentido, sostienen que algunas de las creencias socialmente compartidas están ligadas a que las mujeres no pueden o son menos capaces de realizar las tareas físicas necesarias para desarrollar 2 Entre las cuales cita a Cockburn (1985) y Mc Neil (1987). PUNTO GÉNERO/28 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 la actividad, ya que sus cuerpos resultan disruptivos o no acordes para ello, así como también que los varones no tienen experiencia trabajando con mujeres y, por lo tanto, su incorporación constituiría un riesgo para el sector al introducir un factor de impredictibilidad. Por último, plantean que los empleadores suelen creer que en un clima laboral fuertemente masculinizado, tal como es el caso del sector de tecnologías, las mujeres no se sentirían cómodas en sus puestos de trabajo. En síntesis, ha sido ampliamente estudiado que el género del trabajador/a marca diferencias a nivel del acceso y permanencia a puestos de trabajo en el campo de la tecnología, incidiendo en las relaciones de trabajo que se construyen en ámbitos laborales fuertemente masculinizados. Así, el género y las construcciones sociales y normativas vinculadas al mismo pautean vínculos y patrones diferenciales de varones y mujeres en relación al uso de la tecnología desde la temprana edad, lo cual se refuerza y reproduce durante la pubertad y la adolescencia, momento donde comienzan a perfilarse las elecciones profesionales. Dichas elecciones se encuentran caracterizadas por una menor tendencia de las mujeres hacia el uso instrumental y exploratorio de la tecnología. Ello conlleva a que éstas se inclinen en menor medida que los varones a optar por formaciones y carreras vinculadas a la producción de software (Courtoisie, 2013), así como que, cuando lo hacen, encuentran distintos tipos de barreras de acceso a puestos de trabajo en ámbitos altamente masculinizados y así ven constreñida la posibilidad de construir trayectorias profesionales exitosas. Estos antecedentes teóricos y empíricos dan cuenta de que el análisis de la dimensión de género en la construcción de trayectorias profesionales en el sector de la tecnología amerita ser abordado. Existen barreras de género y romper su construcción social, desarticular los mecanismos en base a los cuales operan, es una problemática sobre la que reflexiona la Sociología. Sin embargo, las mencionadas investigaciones poco profundizan acerca del mundo del trabajo que se construye en torno a las tecnologías y la vivencia de las mujeres que, sorteando o decidiendo lidiar con estas barreras, tienen que desempeñarse diariamente en un ámbito fuertemente masculinizado. Si a esto agregamos que se trata de un sector que se vincula de forma horizontal con casi todas las actividades productivas, el problema toma aún más relevancia. En este marco, el artículo propone explicar desde el campo específico de la sociología del trabajo estas dinámicas y contribuir a la reflexión en torno a la problemática del género y las desigualdades derivadas del mismo desde nuevos conceptos y perspectivas. Es a partir de esta problemática que en el Grupo de Investigación en Sociología del Trabajo3, cuya línea de investigación se centra en los últimos años en el trabajo inmaterial y la problematización de la gestión de recursos humanos, ha visto como decisivo ampliar su mirada sobre estas realidades y cubrir la necesidad de incorporar la perspectiva de género. En tal sentido este artículo es producto de la reflexión en el marco de una investigación cuyo objetivo es interrogarse sobre la emergencia de un nuevo paradigma del trabajo en relación a algunos trabajos que surgen en torno a la producción de software, ligadas por su naturaleza muy íntimamente con la gestión de 3 El Grupo de investigación en Sociología del Trabajo funciona en el marco del Departamento de Sociología de la Universidad de la República en articulación con la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC), siendo su producción actual ligada a la producción en el marco del trabajo inmaterial. PUNTO GÉNERO/29 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 los conocimientos, tales como el trabajo de desarrollo de software. Partimos de la hipótesis que si antaño el modelo de trabajo de la industria automotriz sirvió como referencia para estudiar el trabajo de buena parte del pasado siglo, hoy empieza a instalarse otro modelo, el de los servicios, y en particular de la industria de las tecnologías de la información (TI). En este artículo retomamos un hallazgo de esta investigación que refiere al fuerte componente de autonomía sobre el cual se construye el trabajo y el trabajador en estos ámbitos, siendo un aspecto central de este último su capacidad de autogestión, la que abarca tanto aspectos de su trayectoria, como de su aprendizaje, y se traduce en una fuerte capacidad de autonomía en todas las dimensiones de la gestión de los recursos humanos. En este sentido, esta función para este tipo de actividades no queda solamente o básicamente centrada en la empresa, como lo fue en el modelo industrial (en sus diferentes modalidades de gestión, desde la patronal hasta las más especializadas que descansan en departamentos que dominan esta función) incorporándose la voluntad del trabajador4. En base al concepto de autonomía nos interrogamos acerca de qué consecuencias tiene su irrupción en el mundo del trabajo bajo estas nuevas modalidades de expresión, en la construcción social de las diferencias de género y en la persistencia de algunas desigualdades en este terreno: ¿se configura un nuevo espacio de negociación donde las mujeres encuentran vías de acceso y en condiciones más equitativas en el mundo del trabajo?; ¿es posible que el trabajo inmaterial fije nuevas condiciones para el desarrollo de un mundo del trabajo sin barreras de género?. Para llevar a cabo esta reflexión nos sostenemos en el análisis minucioso de entrevistas recogidas en un trabajo de campo dirigido por una estrategia de muestreo teórico, cuyas principales interrogantes han sido orientadas por el relevamiento de las dimensiones claves que desde el punto de vista de los actores aportan al mantenimiento de los espacios de autonomía en el sector, centrando la atención en las trabajadoras ocupadas en el sector, y buscando comparar analíticamente sus relatos, buscando que los mismos abarquen el más amplio rango de posiciones en el grupo en cuanto a antigüedad, jerarquía, estrategias de inserción, entre otras5. Trabajo y autonomía en la industria del software La industria uruguaya de las TI tuvo un rápido desarrollo en la década de los noventa, con una clara orientación exportadora, convirtiéndose rápidamente en el tercer exportador de América Latina en términos absolutos y el primer exportador per cápita. 4 Esto podemos verlo descrito con las palabras de un trabajador, cuando ante la pregunta por sus condiciones de trabajo nos relata: “en muy poco tiempo cambian las tecnologías. Vos tenés que pensar que el software se desarrolla usando un lenguaje y ese lenguaje varía constantemente y las herramientas para escribir ese lenguaje van cambiando. Tanto de JAVA o de HTML, y hay varias versiones. Empieza a ser obsoleto lo anterior. Es lo que pasa con los bancos que usan COVER que es un lenguaje que ya ni en la facultad lo aprendes. Es un lenguaje que ves a los dinosaurios, que tienen 50 años en las empresas y ves que están desarrollando. Que es rarísimo porque el desarrollo de software es para gente joven porque tenés que estar todo el tiempo viendo como lo solucionas. Ya cuando llegas a los 30 y poco, querés gestionar el proyecto y no estar viendo eso”. 5Finalmente se llevaron a cabo un total de catorce entrevistas. PUNTO GÉNERO/30 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 Su crecimiento ha sido sostenido y se ha configurado buscando ser un líder tecnológico como una plataforma basada en el reconocimiento de la excelencia de sus productos y servicios, la flexibilidad en la comprensión de las necesidades de los clientes, el diseño y adaptación de la mejor solución tecnológica existente a precios competitivos y la diversidad de servicios que ofrece6. Entre 1999 y 2009 este fue uno de los sectores productivos que gozó de beneficios fiscales con miras a potenciar su desarrollo. En dicho lapso logró duplicar las exportaciones e incrementar en más del 50% el número de empleados. Particularmente en el caso del sector software el 69% de su facturación fue por exportación (IECON, 2011). A partir de los últimos datos disponibles en 2011 esta industria se expandió 22%, el mayor ritmo en los últimos cuatro años (Encuesta Anual, CUTI). En Uruguay, la producción de TIC se ha centrado en el sector de software y servicios informáticos, en particular en tres segmentos: desarrollo de software, consultoría y servicios informáticos e Internet y transmisión de datos. Para estos segmentos existían para el 2013, 320 empresas y 1600 unipersonales de profesionales, de las cuales un 48% son desarrolladoras de software y un 43% se dedican a consultoría y servicios informáticos. El 90% de las empresas están en Montevideo (Consejo Sectorial, TIC, 2013). El empleo generado en este sector se caracteriza por la alta concentración de trabajadores hombres jóvenes (el 60 % no supera los 35 años y entre 70 y 80 % son varones) y se estima que unas 12 mil personas se desempeñan en el sector, más los varios miles de trabajadores indirectos. Entre el 2005 y el 2010 el incremento de personas ocupadas en el sector fue del orden del 110%. Se trata de un sector con pleno empleo, por lo que las empresas se ven obligadas a competir por los trabajadores calificados. El sector presenta una formalidad del 80%, de los cuales un poco más de la mitad son asalariados, seguidos de un 40 % de quienes trabajan por cuenta propia sin local. En general la remuneración es superior a la media nacional, y los trabajadores tienen un nivel educativo más bien alto (ingenieros, analistas, programadores, técnicos informáticos y otros profesionales universitarios) contando con 4 años más de escolarización que la media ocupada. La situación y perspectiva de expansión del mercado laboral, limitado por la falta de mano de obra calificada y la baja producción de tecnólogos del país, se ven agravadas por la expatriación de talento local, estimulado por políticas migratorias de varios países que enfrentan también una escasez de personal calificado en estas áreas. Por otra parte, el ritmo desarrollo y la diversidad de servicios que caracteriza al sector TI en el mundo, impone la permanente actualización y especialización de los conocimientos de los profesionales del área. Actualmente, esta necesidad se resuelve de forma autodidacta y con la formación en las propias empresas. Asimismo, el número de egresados de las diversas propuestas de formación (pública y privadas) en áreas afines no están en línea con las perspectivas de fuerte crecimiento del sector. 6 En términos productivos y económicos puede observarse el papel destacado que ocupa el sector en la trama productiva del país si se considera su aporte al PBI el cual se ubica en un 2 % considerando los tres segmentos vinculados al desarrollo de software, consultoría y servicios informáticos e Internet y transmisión de datos juntamente PUNTO GÉNERO/31 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 Otro de los aspectos que caracteriza al sector de producción de software del Uruguay es la ya mencionada masculinización. Según Courstoise (2013), las mujeres no llegan a representar el 5% de las personas contratadas por la empresas productoras de software en áreas relativas al Desarrollo (100% hombres) e Infraestructura/Operaciones (88% hombres). En definitiva, el sector adolece de un problema de oferta de mano de obra, no solo en cuanto a desarticulación con el sistema nacional de formación, sino también en cuanto la persistencia de barreras para la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, transformándose este último en un factor a revertir el problema de oferta orientadas al desarrollo del mismo. Todas estas características del mercado de trabajo, sirven de marco para acercarnos a la realidad del trabajo y se conjugan con el mismo para comprender las dinámicas de género en las organizaciones. A nivel de proceso de trabajo, una de las características más significativas del trabajo de producción del software y que lo desliga de las lógicas típicas del trabajo industrial es que su actividad es, en su núcleo central, relacional. La actividad de trabajo deja de estar centrada en la relación del trabajador con la materia para pasar a caracterizarse en la relación del trabajador con un “otro”, sea éste cliente, usuario o público en general. En particular, producir un software significa trabajar en base a un intercambio de información con el otro, fundamentalmente empresa, cliente o usuario, generando confianza. Esta postura del trabajador en el sector del software dota al trabajo en el sector de características muy distintivas con respecto al trabajo industrial que tradicionalmente se toma como referencia en los análisis del trabajo y las dinámicas atadas al mismo. En primer lugar, las unidades de trabajo y las relaciones que establecen entre sí y con su entorno cambian muchísimo en esta industria. Por ejemplo, el dominio de la producción de bienes materiales en el mundo industrial genera la expectativa de la perdurabilidad en el tiempo de las empresas, que incluso en su expectativa a largo plazo proyectan la búsqueda de la monopolización de la producción de los bienes que produce para el mercado. En la medida en que la demanda comienza a ser dominante, como es el caso del software, la estabilidad de las empresas fluctúa en función de los cambios de la misma y de su capacidad de adaptarse a ella, pero sobre todo de anticipar estos cambios. En este contexto, aparece una fuerte necesidad de las empresas existentes hoy en el mercado de seguir el movimiento provocado por la demanda, lo que hace de este último algo sumamente dinámico: es posible que muchas empresas desaparezcan o que el centro del conocimiento sobre el cual produce hoy una empresa de software cambie, y también es posible que otras empresas finalmente nazcan para cubrir los nuevos espacios de la demanda que van apareciendo. Esta gran labilidad de las empresas es muy distintiva del sector y especifica fuertemente el escenario sobre el cual se mueve el/la trabajador/a. Esto tiene distintas consecuencias. En segundo lugar, las relaciones de trabajo tanto horizontales como verticales suelen no ser estables. Suele experimentarse una alta rotatividad externa de los trabajadores en función de los proyectos dominantes en la empresa (de la vida útil de un proyecto)7, o 7 A modo de ejemplo, una trabajadora de 38 años y programadora explica lo siguiente: “Lo que pasó es que PUNTO GÉNERO/32 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 bien, una alta rotatividad interna en la medida en que los/as trabajadores/as tengan que ir ocupando distintas funciones para sostener su permanencia en la empresa. Pero por otro lado, esta labilidad del entorno genera en muchos/as trabajadores/as una disposición a ir cambiando de empresas en función de la existencia de proyectos que le generen ocupación, mayores expectativas de estabilidad o en el sentirse “cómodos”, "desafiados" en las mismas. Las trayectorias laborales de los/as trabajadores/as de la informática en la producción de software muestran una extrema movilidad, en consecuencia. A su vez, en este contexto de alta volatilidad, el tipo de contrato, formal o no formal, de estabilidad o a término, deja de ser una problemática crucial en la vida del/a trabajador/a informático, máxime cuando de todas formas los salarios son muy altos y aparentemente el mercado de trabajo no está saturado en el Uruguay de hoy en día8. En concreto, en el trabajo clásico (industrial) el conocimiento del/a trabajador/a como referencia de su estabilidad estaba ligado a su formación profesional o su aprendizaje o experiencia adquirida, que fijaban al individuo a una posición laboral, ya sea en un puesto o la empresa, construyendo así su carrera. Los fuertes cambios a los que se ve enfrentada la industria del software, exigen del/a trabajador/a una permanente actualización de conocimientos como condición necesaria para alcanzar la estabilidad, aun cuando muchas veces, una constante actualización sea, incluso, insuficiente. En este sentido, no sólo cambia su vínculo con el conocimiento, sino también cambia la naturaleza del conocimiento de referencia, ya que éste se vuelve mucho más lábil, difícil de probar a través de certificaciones o por medio de la experiencia o antigüedad en el sector. Este tipo de experiencia genera una representación del trabajo desligada de una posición fija. Por este motivo adquiere dominancia en el sector el mecanismo que hace que la empresa deje de ser el marco comprensivo desde el cual el/la trabajador/a piensa su trayectoria laboral, adquiriendo mucha más relevancia la movilidad individual horizontal: cambiar de empresa o de posición dentro de un proyecto. Todas estas circunstancias creemos son claves para entender la mayor autonomía de los/as trabajadores/as del sector. Posicionarse respecto de esta realidad pasa a ser una estrategia individual para mejorar su conocimiento, para crecer profesionalmente o estabilizarse en su vida profesional. En base a ello decimos que la gestión del trabajo en este sector suele tener un fuerte componente de autogestión por parte de los/las después de esta experiencia con este proyecto, el área no fue rentable y redujeron. Hubo pila de gente que se fue en realidad, de los consultores, distribuyeron algunos y con ella quisieron hacer un trato para transferirla a otro sector y ella no aceptó y terminaron arreglando algo ahí y ella se desvinculó. A partir de ese momento hay una única área de consultorías, no se separa por productos ni nada y básicamente todos los consultores pertenecemos a esa área. Y se trata de que puedas mover las piezas a medida que las vas necesitando. Eso es más fácil de hacer con la gente técnica porque de última te adaptás más fácil pero el equipo funcional que trabajó históricamente con este producto, no es tan fácil adaptarlo. Estamos en ese período de transición. Y yo un poco por eso fue que pedí la reducción de horario porque no estaba teniendo cosas ni desafiantes ni nada, además tuve algunos temas personales”. 8 Aun así el trabajador del software debe asumir las tensiones de grandes tensiones por los desafíos a que se ve expuesto, sean estos existenciales, de convivencia en el trabajo o simplemente cognitivos, lo que produce que las carreras en este sector sean relativamente cortas y que los trabajadores del mismo emigren a otros sectores vecinos en donde las tensiones son menores y los proyectos de vida por lo tanto más estables. PUNTO GÉNERO/33 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 trabajadores/as. Autogestión construida en torno a sus conocimientos, al aprendizaje y que se hace extensiva a las remuneraciones, carreras internas y externas, las que se caracterizan por ser fuertemente individuadas (Quiñones et al, 2013). Las dinámicas y representaciones del trabajo construidas en el sector dan cuenta de un nuevo modelo de trabajador-a, altamente reflexivo en relación a su trabajo. Reflexividad aplicada no sólo a la actividad de trabajo, sino que también se proyecta sobre toda su trayectoria laboral, sobre su propia vida, su futuro, la de su entorno directo, su familia y, eventualmente, su entorno más general, el mundo en que vive. Esto implica que el corte o ruptura entre el mundo del trabajo y mundo del entorno del trabajo se vuelve crecientemente artificial en la órbita de la producción de software. Una vez caracterizado este proceso de creciente autonomía de los y las trabajadores en el sector, ¿qué implicancias tiene en las desigualdades de género esta apuesta a una mayor autonomía en el trabajo propia de la industria del software y en la trayectoria profesional de sus trabajadoras/es? La autonomía en el software como expresión de la adaptación cognitiva y simbólica y substituto del modelo formalista de autoridad que en el modelo industrial se expresaba mediante el control directo jerárquico y la presencia de reglamentos y prescripciones, puede conllevar a superar o reforzar los mecanismos de sujeción del trabajador-a. En este último caso, ¿es posible que se refuercen los mecanismos de invisibilización de las barreras que enfrentan las mujeres en el mundo del trabajo? Hace tiempo ya la sociología ha llamado la atención sobre la trampa de la mayor autonomía y auto regulación en el ámbito del trabajo. En el siglo XIX los asalariados no eran necesariamente los más condicionados por los reglamentos en el taller o por el control de las jerarquías directas, ni tampoco eran los que soportaban los horarios más extensos o las peores condiciones de trabajo, sino otros, como los trabajadores a domicilio (sobre todo aquellos que disponían formalmente de una relativa autonomía en la gestión de sus actividades)9: ¿ vuelve a pasar algo similar en la actualidad en relación al poder de sujeción voluntaria cuando la intensificación del trabajo en el sector de producción de software rivaliza con una mayor heteronomía en el trabajo?. Por último, por autonomía entendemos, siguiendo a Reynaud (1993), como una forma de regular el proceso de acción e interacción: en la medida que los individuos actúan ejerciendo su autodeterminación, tanto para escaparse de la dependencia de un sistema heterónomo de control como para intentar controlar el dispositivo normativo que se instala y de afirmarse por sus juicios y sus decisiones, su pretensión es la de instalar las reglas de funcionamiento que considera apropiadas. En base a esta definición Reynaud distingue entre “reglas autónomas”, en oposición a las “reglas de control”. Las reglas autónomas emergen de una racionalidad de afirmación de sí mismo y ello ligado más a una lógica de eficacia en la acción por parte del-a trabajador-a en situaciones concretas. Sostiene también que las direcciones o gerencias de las organizaciones buscan controlar el comportamiento de los trabajadores subordinados, mientras que los últimos intentan escaparse del mismo afirmando su autonomía. De ello, el autor deduce que existe una 9 Ver Prieto (2007). PUNTO GÉNERO/34 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 pluralidad de fuentes de legitimidad e intenta comprender cómo estas reglas se forman, se oponen o se combinan e incluso se negocian. En esta línea, la regulación autónoma expresa una voluntad de producir y de imponer reglas: ella designa una fuente de reglas que se oponen a las reglas venidas de “arriba” o impuestas y que por ello se definen como “reglas de control” (Quiñones et al, 2013). Las trayectorias laborales de hombres y mujeres en la industria del software Bajo el enfoque anteriormente desarrollado, la pregunta que orientó la investigación fue la siguiente: ¿están las mujeres en posición de definir reglas autónomas? o dicho de otra manera, ¿cuál es la capacidad que tienen hoy las mujeres de negociar sus propias regulaciones de modo de contribuir a la orientación general que tiene hoy la industria del software (donde los clientes inciden más que el empleador en la fijación de las metas)? Asimismo, nos preguntamos cuáles son los límites de lo negociable en un contexto de individualización del trabajo e individuación de los contratos a cada trabajador. Por último, surge la interrogante respecto a cómo pensar la problemática de la inserción de las mujeres en un marco de relativa autonomía en la industria del software. En relación a dichas preguntas, los hallazgos de la investigación llevada a cabo se orientan en varias direcciones. En primer lugar, aparece como evidente que el retroceso de la regulación heterónoma no se ha visto acompañado en el sector de producción de software por un crecimiento de los espacios de regulación autónoma que complete los vacíos dejados por la ausencia de regulación. En la medida en que dimensiones tales como los tiempos de trabajo, de aprendizaje e incluso de movilidad espacial quedan librados a la gestión del trabajador-a, su resolución depende de los márgenes que éste-a disponga para destinarle a dichos aspectos y, por ende, la promoción de su carrera laboral se construye en detrimento del tiempo dedicado a otros aspectos de su vida personal. En esta línea, una de las consecuencias de esta especificidad de la relación laboral es la baja problematización que en el sector hay de las condiciones de trabajo. Bajo las condiciones que impone el modelo dominante de cuidados –basado, fundamentalmente, en el cuidado no remunerado familiar-, en que la gestión del tiempo es un problema general en las familias y la carga y responsabilidad en relación al mismo recae sobre todo en las mujeres. Ahora bien: ¿tienen hoy las mujeres y los hombres del sector capacidad para conciliar sus proyectos de vida familiar o personal y el proyecto profesional? A título de ejemplo, una trabajadora de 36 años y programadora expresa lo siguiente: “El cliente ofreció eso a la empresa (pagar más por más horas de trabajo). Pero no fue algo que nos pareció serio, decir te cambio la tarifa, el tema es la vida…Aparte mi compañero, pobre, ya está con problemas con la esposa porque tiene un bebé chico”. La demanda de horas extras aparece como una declaración, ya sea espontanea o a partir de una pregunta directa en todos los entrevistados a los cuales se les demandó una PUNTO GÉNERO/35 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 pregunta en la investigación marco, y en todas las entrevistadas, la mayoría expresándolo espontáneamente como una restricción de su trabajo. El ejemplo en particular vincula el problema de la disponibilidad a una demanda concreta por parte del cliente y ejemplifica el lugar que el mismo está asumiendo en la relación laboral. A modo de ejemplo otra trabajadora (programadora de 37 años) nos cuenta lo siguiente: “El servicio informático es un costo fijo. Si ellos requieren algo es así, te contratan. Mi empresa, no es que te obliga, es voluntario, vos decís que sí o decís que no. Si el cliente pide una guardia, vos tenés la opción de decir que sí o que no. Pero bueno, siempre es una situación que te deja en un compromiso. Igual que lo que pasó ayer, estás en conferencia telefónica y los clientes te presionan para que sigas. Te ponen en un compromiso complicado. Son los gajes del oficio”. La disponibilidad como núcleo conceptual clave aparece en este contexto múltiples veces. En este otro ejemplo, podemos apreciar que aparece interiorizado (como lo indican múltiples indicadores en el marco de las entrevistas) como habitual que las empresas operen bajo condiciones de incertidumbre en los tiempos de entrega, conllevando esta exigencia traducida en demandas tales como “cubrir turnos de trabajo las 24 horas del día” o la “capacidad de emprender viajes frecuentes al exterior”10. Frente a estos requisitos, que normalmente aparecen ya en las instancias de selección de personal, hemos constatado que normalmente son asumidos por mujeres jóvenes que, o bien no poseen o bien postergan su proyecto familiar, pero que aún no generan reflexividad en torno a la disfuncionalidad que plantea el modelo de trabajo en el sector frente a estas cuestiones. Para las jóvenes priman los atractivos que ello puede conllevar en el plano financiero y el crecimiento personal. En este sentido, sirva de ejemplo las expresiones de otra entrevistada (programadora de 23 años), quien nos dice lo siguiente: el recorte del diario decía consultor para trabajar 6 meses en EEUU, disponibilidad para salir en dos semanas. Cuando fui, la primera entrevista todo bien, y cuando fui a la segunda entrevista me dijeron -bueno, entonces estás dispuesta a viajar por la región. Y yo dije -por ahora a irme 6 meses a EEUU y después veré, y ahí me dijeron que eso podía ser pero que también podría ser…que se contrataría a un consultor internacional, alguien que fuera como un consultor internacional, que ese era uno de los proyectos que tenían pero que tenían otros en Perú, en Bolivia…(…) y me preguntaron si yo tenía algún problemas con que fuera en otro país, y yo dije “no, el problema que yo tengo es que no es a lo que vine”. O bien, otra programadora de 29 señala: “No sé si soy muy joven porque tengo 29 años, pero sí soy muy joven en el espíritu capaz y que sigo con eso de “ah, bueno si me 10 Sobre todo en aquellas caracterizadas por desarrollar productos o servicios que o bien por las exigencias relativas a vencimiento de plazos de entrega del proyecto, dificultades no previstas a ser trabajadas, etc. o bien porque implican coordinar el trabajo con clientes extranjeros y, por ende, con distinto uso horario, o bien porque involucran la coordinación del trabajo en equipo conformado por trabajadores localizados en distintas zonas geográficas PUNTO GÉNERO/36 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 interesa me voy, y después vengo”, y me parece que el mundo lo tengo como muy abierto, hoy estoy acá, mañana estoy allá, o voy y vengo, y mi familia va a estar acá y adoro mi familia, siempre es mi prioridad número uno pero no implica que tenga que vivir acá todo el año…obviamente no tengo hijos, también por eso aprovecho, porque después se me va a acabar.” En relación a lo relatado por la anterior trabajadora es preciso resaltar el predominio que están adquiriendo los recorridos externos a las organizaciones en las trayectorias individuales de los/as trabajadores/as en el sector, así como la valoración también individual de las competencias. Al adoptarse esta estrategia en relación a sí mismos-as y al colectivo, este sector constituye uno de los sectores ocupacionales donde más ha retrocedido la acción corporativa. Justamente porque su carácter externo e individualizado no habilita las condiciones para que ésta se desarrolle; mucho menos si se trata de la acción sindical, propia del modelo industrial, de la cual este sector ya se encuentra bastante distanciado. Esto debe ser visto como un refuerzo que contribuye a que la problemática de la desigualdad o las condiciones de trabajo en la industria del software permanezcan invisibilizadas11. En tercer lugar, la fuerte necesidad de autogestión de los conocimientos por parte de los y las trabajadores-as del sector y los requerimientos de auto dirección del aprendizaje que éste tipo de trabajo supone, conlleva que el ciclo de vida laboral del/a trabajador/a devenga sumamente corto y tenga que reiniciarse frente a cada nueva demanda. En estas condiciones, es frecuente que los/as trabajadores/as deban buscar en el tiempo estrategias para reducir este ciclo laboral, buscando a cierta altura de su carrera nichos en los cuales obtengan estabilidad laboral y una exigencia menor en materia de actualización. En efecto, hemos constatado que la mayor autonomía bajo estas condiciones no facilita el desarrollo profesional de las trabajadoras, quienes a partir de ciertas edades estimadas de madurez les significa emprender la búsqueda de estrategias que le permitan desenmarcarse de la lógica dominante del sector. Es el caso de esta trabajadora de 38 años y programadora que, reflexionando sobre su ciclo laboral y de vida expresa lo siguiente: “Capaz que lo digo sin fundamentos porque no lo he intentado, pero yo como me especialicé en ese producto que es bien específico, y no hice tampoco MBA o algo más, más allá de esta certificación que te contaba, no tengo mucho más académico. Y con este producto en otro lado, es complicado porque de hecho acá en Uruguay hay un par de empresas más nomás y no lo están vendiendo mucho. Por ahí para el exterior sí pero yo al exterior en esta época no es lo que preciso. Por eso se me hace la idea de que sería complicado porque tendría que buscar un cambio en otra cosa, a una edad ya medio avanzada y por ahí sin haberme formado más. Es confiar en la experiencia que tengo y yo sé que no puedo tomar nuevas cosas y responsabilidades”. 11 En otras investigaciones (Quiñones et al; 2015) hemos dado cuenta de la posición que no sólo parte del trabajador sino también de la no capacidad de incidencia del actor sindical frente a estas lógicas laborales. PUNTO GÉNERO/37 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 En otros ejemplos, como el aportado por una trabajadora de 36 años y programadora, que pospone la búsqueda de un puesto de trabajo más atractivo para poder conciliar su vida laboral con la familia: “Bueno, ahora también estoy planeando maternidad de nuevo y entonces no quiero hacer un cambio de trabajo en este período, si bien me encantaría hacerlo ahora, por ahí no es el mejor momento. Aparte tuve dos experiencias que no funcionaron, entonces quiero estar tranquila. Por ahora estoy en un plan así, me sirve y lo disfruto porque comparto más cosas con mi hijo, lo llevo al colegio y demás pero me preocupa más a futuro, yo ya tengo 38 y no es tan fácil hacer un cambio a esta edad...”. O esta otra trabajadora de 39 años, programadora y actual socia de una empresa productora de software que da cuenta de una trayectoria en la cual pudo moverse y cambiar de rol, sin descuidar su preferencia por la programación: “Yo por lo menos en mi experiencia, gestionaba y desarrollaba, porque como que va muy pegada la parte técnica con la gestión, o sea, vos te ponés a ver cómo está trabajando una persona que tenés que supervisar, pero tenés que saber qué es lo que está haciendo y entonces te metés mucho en la parte técnica o quizás porque me gusta a mí eso y entonces me metía. En definitiva, yo nunca me alejé de lo que es programar y conocer la parte técnica, soy como muy técnica en ese sentido. Nunca me gustó alejarme, pero la mayoría de la gente en mi profesión a medida en que van pasando los años, prefiere zafar”. Conclusiones Una mayor autonomía como tendencia general en la organización del trabajo en las actividades relativas al sector del software encuentra sus límites en la capacidad que tienen trabajadores y, sobre todo, las trabajadoras del sector para gestionar algunas condiciones de trabajo dominantes en el mismo: la necesidad de gestionar tiempos y conocimientos, de aceptar los cambios frecuentes de tareas al interior de una empresa pero sobre todo, entre empresas, incluso, de distintos países, a lo que se suma una alta demanda de disponibilidad para sostener proyectos que son altamente demandantes en términos de vinculación con el cliente. Esta autonomía encuentra aún condiciones más restrictivas ante la ausencia de acciones colectivas orientadas a regular estas demandas que se imponen en el sector. Pero además, este modelo parece no tener sustentabilidad en la construcción subjetiva de los y las trabajadoras a mediano y largo plazo, siendo que, alcanzados ciertos estadios de madurez y enfrentados-as a requerimientos y desafíos no laborales, fundamentalmente, los provenientes del ciclo de vida familiar o natural, aparece la necesidad de estabilizar las trayectorias o carreras, por definición fuertemente ligadas a la incertidumbre y la capacidad de adaptación al cambio. Esto plantea fuertes problemas para el/la trabajador/a pero también para las empresas, en la medida en que estas aparecen cada vez más, tal como lo dijimos en la presentación del sector, como dependientes de los requerimientos de la demanda. Una demanda que se construye hoy sobre todo bajo el imperativo de confianza entre cliente /usuario y los/as trabajadores. Siendo la confianza un dispositivo que se construye en el tiempo y en cuya relación el trabajador/a cumple un rol central. Es por esto que, muy por el contrario de lo que plantean estas nuevas lógicas laborales, los problemas de retención, de estabilización, de motivación siguen siendo centrales en la gestión de PUNTO GÉNERO/38 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 recursos humanos. Es decir, aunque hayan cambiado sus referentes y la significación que éstos tienen para el personal. Creemos entonces que en el marco de esta reflexión sobre los lazos de confianza cabe la posibilidad que las empresas puedan sensibilizarse a las desigualdades de género. Esto es importante además para poder enfrentar los problemas de oferta de mano de obra que adolece hoy el sector, por lo menos en Uruguay. Pero además, la problemática de género tiene que ser introducida también en el campo de reflexividad del/a trabajador/a. En la medida en que el sector imponga una imagen naturalizada en torno a la construcción social de un trabajador flexible y las fronteras de las empresas dependan cada vez más de las demandas externas de clientes y/o usuarios, aparece como cada vez más imperativo discutir la necesidad de abrir espacios de diálogo y repensar colectivamente cuales son los límites que los trabajadores y trabajadoras del software necesitan construir para poder sostener esta actividad dentro de los parámetros que exige una concepción digna o decente del trabajo, en los términos que lo entienden los gobiernos y los organismos internacionales que trabajan en la materia. Por último, otro aspecto relevante en la construcción de una sociedad más igualitaria lo percibimos a nivel más general: en el capitalismo cognitivo las empresas también constriñen la autonomía de los y las trabajadores limitando la circulación de conocimiento y a veces evitando la construcción colectiva de conocimiento común, apoyándose en la regulación de la propiedad intelectual o en contratos que imponen el secreto e impiden la movilidad de los empleados hacia empresas de la competencia por cierto tiempo, así como también estableciendo incentivos como participación en las acciones y otras formas atractivas para que el trabajador-a devenga en "emprendedor" y se individualice más. Ello, nos lleva a cuestionar las instituciones de la propiedad intelectual y a la necesidad de construir modelos de trabajo cooperativo y comunal, donde las condiciones laborales permitan conciliar la vida familiar y laboral y de esta forma, algunas de las barreras de acceso y permanencia de las mujeres al sector sean más fácilmente sorteables. Es justamente bajo las condiciones de una nueva reflexividad que debe instalarse, tanto del lado de las empresas y/o empresarios, como del lado del trabajador/a, individual o colectivamente organizados/as que parece aparecer la posibilidad de revertir la situación que sobre la cual hoy funciona el sector. Bibliografía Consejo Sectorial TICs (2013): Presentación Lanzamiento del Consejo TIC, Gabinete Productivo, Uruguay. CUTI (2013). Encuesta Anual. Cámara Uruguaya de las Tecnologías de la Información. Uruguay. Courtoise, D. (2013). "Relevamiento de la situación de las mujeres uruguayas en el PUNTO GÉNERO/39 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 4-24 sector ocupacional de las Tecnologías de Información y Comunicación en el marco del Sistema de Información de Género”. Informe final de consultoría INMUJERES – MIDES. Dumett, S. (1998). “Surfing like a girl. Breaking through cyberspace’s glass ceiling”.Pretext, may’98. Recuperado de http://www.pretext.com/may98/features7story4.htm. IECON (2011). "Caracterización y evolución reciente de la industria del Software y de Tecnologías de la Información". Instituto de Economía-Universidad de la República. Convenio MIEM-IECON. Prieto, C. (2007). Trabajo, tiempo y tiempo social. Madrid. Editorial Complutense. Quiñones, M., Acosta, M. J.; Supervielle, M. y Van Rompaey, E. (2013). “Desafíos para una gestión de recursos humanos en la industria del software”. En: El Uruguay desde la Sociología X. Departamento de Sociología. Montevideo. Udelar. Quiñones, M., Acosta, M. J.; Supervielle, M. 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Los principales hallazgos son relativos a los beneficios económicos asociados al tráfico de drogas, pero además, a las distintas significaciones otorgadas por las mujeres a este negocio; sobre todo en lo que compete a sus hijos y a la posibilidad de generar relativa autonomía respecto a sus parejas. Además, se describió un tránsito desde un machismo cultural hegemónico, que influye a las mujeres a ingresar al narcotráfico en busca de generar recursos sin desligarse de los roles tradicionalmente femeninos, hasta un machismo cultural delictivo, caracterizado por el estancamiento estructural al que el narcotráfico condena a la mujeres, otorgándole status de mayor riesgo, menores excedentes y menores cuotas de poder. Palabras Clave: género, machismo, tráfico de drogas, metodología cualitativa, cárcel. Abstract The purpose of this research is to comprehend the situations and agencies in play during the practice of dealing drugs described by the female inmates of the Chillán Correctional Center. The principal findings deal with the economic benefits related to drug dealing, but also the diverse meanings that these women ascribe to this activity; primarily, those related to their children and the possibility of gaining relative autonomy from their partners. Furthermore, we describe a transition from a hegemonic cultural machismo, which influences women to enter drug dealing in search of new resources without abandoning their traditional feminine roles, to a delinquent cultural machismo characterized by the structural stagnation to which drug dealing relegates these women, granting them greater risks, fewer profits and even less amounts of power. Keywords: gender, machismo, drug-dealing, qualitative methods, jail. Sociólogo, gustavoriquelmeortiz@gmail.com ** PhD en Sociología, Profesor Asociado del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Concepción, obarriga@udec.cl. PUNTO GÉNERO/42 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 El narcotráfico, consideraciones teóricas y empíricas Chillán es una ciudad intermedia ubicada en la provincia de Ñuble, región del Biobío, cuya población es alrededor de 175.000 habitantes. Este centro urbano es una urbe emergente y tradicional, cuyo principal sustento económico es la agricultura y los servicios. En este contexto se ubica el Centro Penitenciario Femenino (CPF) de Chillán, recinto pequeño que al momento de la investigación contaba 85 internas en régimen cerrado y semiabierto. Se caracteriza por ser una cárcel “folclórica” con buenas relaciones entre internas y funcionarias, cuyo espacio está anexado al Centro de Cumplimiento Penitenciario Masculino de la ciudad desde 2010. Al revisar la literatura sobre el problema, se aprecia que la criminalidad en Latinoamérica se ha configurado como un problema social que ha influenciado a los Gobiernos y Organismos Supranacionales a desarrollar políticas y programas tendientes a solucionar esta situación (Galindo y Catalán, 2007). De acuerdo a la descripción estadística de Gendarmería de Chile (2013), hacia finales de 2013 la Institución atendía una población total de 294.696 reclusos a lo largo del país en los distintos subsistemas carcelarios (Subsistema cerrado, semiabierto, abierto y post-penitenciario), donde las mujeres representan el 11,27% de la población penal. De ellas, 1755 mujeres están privadas de libertad a raíz del tráfico y consumo de drogas, de acuerdo a las infracciones a la Ley 20.000 y al Artículo 5 de Tráfico Ilícito de drogas, lo que representa el 37% del total de las mujeres reclusas, destacando el microtráfico de drogas como la principal causa en el ingreso de mujeres a Recintos Penitenciarios. A diferencia de los hombres cuyo motivo de ingreso más común es el robo con intimidación (Gendarmería de Chile, 2013; Cárdenas y Undurraga, 2014). En las últimas décadas se ha desarrollado un aumento exponencial en el ingreso de mujeres a recintos penitenciarios para cumplir condenas privativas de libertad, superando la tasa de crecimiento de los hombres en el mismo periodo (Gendarmería; 2013); observándose que cada vez más mujeres participan de (y son detenidas por) el tráfico de drogas en Chile. En general, se ha asociado la criminalidad con el uso y tráfico de drogas ilícitas, donde se pueden distinguir tres hipótesis. La primera asegura que la droga es un factor causal de la delincuencia, pues la necesidad de obtener drogas introduce a los sujetos al mundo delictual con el fin de conseguir recursos para financiar su consumo; la segunda hipótesis plantea que la delincuencia es un factor causal del consumo de drogas al introducir a los sujetos a un mundo donde está presente la droga; sin embargo, la tercera hipótesis es la más respaldada, es decir, no existiría vínculo causal entre estas variables, describiendo una relación espuria, a pesar de la evidencia que afirma que la drogodependencia contribuye a la criminalidad de forma indirecta (Rodríguez, Paíno, Herrero y González, 1997). Por otro lado, diversos autores (Arriagada y Hopenhayn, 2000; Hopenhayn, 2001; Cooper, 2002; Galindo y Catalán, 2007) plantean que el tráfico de drogas es un problema difícil de suprimir por el carácter lucrativo que ofrece a sus agentes, cuestión complementada con la generación de “una cantidad importante de empleo directo en actividades conexas e indirecto en el lavado de dinero” (Arriagada y Hopenhayn, 2000:17). Siguiendo este argumento se ha planteado que los sujetos participan del PUNTO GÉNERO/43 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 tráfico de drogas dependiendo de los sacrificios y ganancias potenciales, cuestión modelada por la estructura de preferencia y los valores morales presentados por los sujetos (Galindo y Catalán, 2007); es decir, el tráfico de drogas viene dado por un análisis costo-beneficio en conjunción con el sistema de valores. Cárdenas y Undurraga (2014) han planteado que las mujeres ingresan al narcotráfico en busca de un sustento para sus familias, pues las actividades delictivas aparecen como una vía rápida para conseguir lo que materialmente necesitan, a pesar de las consecuencias como la inseguridad o el riesgo de encarcelamiento. “Es la inmediatez de las necesidades y su satisfacción mediante el dinero rápido (ilegal) lo que ha solido orientar las acciones de estas mujeres hacia el micro-tráfico” (Cárdenas y Undurraga, 2014:294). En un sentido menos centrado en el sujeto, el contexto influye en las conductas delictivas – el tráfico de drogas – donde la participación en estas actividades está influenciada por un historial familiar delictivo – contextual –más que por un análisis personal costo/beneficio (Ordóñez, 2006). En un sentido económico, Doris Cooper afirma que en la economía informal alternativa ilegal: surgen oportunidades laborares ilegales asociadas a las clases sociales más bajas del sistema y en consecuencia a la sobrevivencia, entre las que destacan la contracultura del hampa (ladrones), la Mafia del tráfico de drogas, particularmente en pequeña escala, prostitución infanto-juvenil, el trabajo infantil y juvenil, y el Comercio Ambulante (2002:545). Y sintetiza afirmando que “se trata de la economía de los pobres y extremadamente pobres, constituida por roles que les permiten sobrevivir” (p.548). En definitiva, todas estas visiones sobre las causas del narcotráfico aparecen como complementarias y conflictivas a la vez. Por un lado la perspectiva de costo-beneficio involucra la evaluación de las posibilidades reales de emprender una ocupación remunerada, reconociendo la marginalización de algunos sujetos del mercado laboral y productivo, donde las posibilidades de ingreso antes mencionadas se ven limitadas, por lo que el narcotráfico se aprecia como una alternativa que permite sobrevivir a una masa de marginados y marginalizados (Cooper, 2002). La tesis que la exclusión del mercado impulsa a ciertos sectores al narcotráfico es apoyada por Arriagada y Hopenhayn, pues “el narcotráfico se constituye fácilmente en una estrategia de supervivencia adoptada por mujeres con jefatura de hogar e incluso por personas de tercera edad de escasos recursos” (2000:18), donde resalta la dimensión contextual de los traficantes por sobre la pura elección racional, es decir, aparecen como más influyentes las condiciones de vida. Se puede identificar la familia y la pareja como los principales agentes socializadores de los modos de vida y del aprendizaje de los oficios ilegales, por lo que el sentido del microtráfico para las mujeres se encuentra estructurado por las propias vivencias en el proceso de socialización en contextos marginales, donde el acceso a dicha formación e información es más inmediato y cotidiano (Cárdenas y Undurraga, 2014). Sin embargo, el sólo hecho de considerar el ingreso al narcotráfico como beneficio no significa que el o los sujetos puedan efectivamente entrar a estas redes, pues como han dicho Silva y Anaya (2004) en un estudio del narcotráfico en Brasil, las redes de tráfico de drogas están compuestas en su PUNTO GÉNERO/44 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 mayoría por amigos y familiares que tienen vínculos de afecto. Estos sujetos normalmente ocupan puestos importantes dentro de la jerarquía de la red, por lo que se puede establecer una asociación diferencial (en el sentido de Sutherland) entre estos sujetos, pues se van integrando y cohesionando en la medida que son cómplices del narcotráfico. La articulación de estas redes se ven favorecidas, por la práctica de códigos y valores morales y por “las dimensiones tecnológicas que generaron un incremento de la circulación de capitales, información y personas a una escala mundial” (Silva y Anaya, 2004:142). Tomando estos antecedentes en cuenta, parece precipitado buscar y hablar de “causas” del narcotráfico, como ha planteado Goffman, en cuestiones delictuales como el narcotráfico intervienen una multitud de variables, pues son comportamientos pluriformes y complejos (en Galindo y Catalán, 2007). En tal sentido, parece más adecuado hablar de influencias y motivaciones al tráfico de drogas, como se ha tratado en el estudio recién citado. El narcotráfico no debe ser entendido tan sólo como una conducta criminal o una actividad económica ilícita, sino como una forma de vida que genera cambios en las condiciones culturales, económicas y sociales de existencia, pues el tráfico de drogas en muchas urbes latinoamericanas genera (o refuerza) una cultura de la ilegalidad basada en la violencia, la cual termina por corroer las normas mínimas de sociabilidad (Arriagada y Hopenhayn, 2000; Silva y Anaya, 2004; Ovalle y Giacomello, 2006). Esta idea es reforzada en el estudio de Silva y Anaya del 2004, donde explican que los habitantes de las favelas, los cuales se ven rodeados de una narcocultura, establecen una división y oposición entre el morro – la favela – y el asfalto – Rio de Janeiro –, donde cada entidad tiene sus propias reglas y códigos de conducta, que aunque tienen elementos comunes, tienen también elementos notoriamente contradictorios. Doris Cooper (2002) también ratifica esta idea, planteando que en la Economía contracultural los marginados y marginadas encuentran un nicho de desarrollo personal que les permite alcanzar prestigio alternativo y reconocimiento social en ese contexto. Sin embargo, estas dos economías – y culturas – no están fracturadas una de la otra, no son dicotómicas, más bien generan un “continuum” (Silva y Anaya, 2004:149) entre los polos. En tal sentido, si bien Cooper habla de una Contracultura delictual (2002), parece más acertado hablar de una subcultura del narcotráfico, en tanto existen convergencias y divergencias en el contenido cultural de ambas, sin plantear necesariamente una nueva alternativa al orden sociocultural. Valores como la solidaridad, amistad y lealtad, entre otros, son apreciados en ambos polos (Ovalle y Giacomello, 2006). Así, el narcotráfico se apodera de espacios que tienen un determinado ethos –entendiéndolo como las actitudes que toma un grupo ante condiciones de existencia determinadas, es decir, como el estilo de vida aprobado– ya existente, propicio para reproducir la estructura del crimen organizado (Silva y Anaya, 2004). Contrario a esta propuesta, Ovalle y Giacomello (2006) han planteado que el narcotráfico genera una serie de cambios y trasfiguraciones sociales y culturales relacionadas directamente con el establecimiento de nuevas pautas de interacción, cambio en los valores, procesos de legitimación, entre otros. En este sentido, queda claro que el narcotráfico establece pautas definidas de interacción social entre los PUNTO GÉNERO/45 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 diferentes actores; y es a partir de dichas manifestaciones que (…) plantean la existencia de una cultura del narcotráfico o “narcocultura”” (Ovalle y Giacomello, 2006:300). De esta manera, sería el narcotráfico quien genera un ethos y ocupa un espacio determinado, modificando las relaciones sociales y las estructuras morales para generar crimen organizado. Ambas posiciones tienen asidero empírico, por lo que se podría considerar que el narcotráfico aporta en la creación de un espacio y una cultura, y a su vez, dicho espacio ocupado debe tener características culturales y sociales relativas al narcotráfico, por lo que hay un diálogo entre el ethos de la comunidad y el ethos del narcotráfico. El delito del tráfico de drogas se constituye como un ilícito característico de espacios urbanos e industriales que rinde ganancias significativas e involucra diferentes estratos socioeconómicos a nivel mundial (Cooper, 2002), pero sin embargo reviste otras características al interior de los centros penitenciarios. En general, los reclusos –al interior de una cárcel– son sujetos institucionalizados, es decir, sujetos donde la institución carcelaria se ha entrometido forzosamente en su intimidad, controlando todos los aspectos de su vida y su rutina, ejerciendo poder sobre su cuerpo (Ordoñez, 2006). Esta cuestión viene a ratificar la tesis de Foucault1 que ve en las prácticas penales una consecuencia de la anatomía política más que de las teorías jurídicas (1975) y que entiende por disciplina “métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad” (1975:141). De esta forma, el encarcelamiento y disciplinamiento carcelario que habla Foucault genera dos rupturas importantes en la historia de vida de las reclusas (Ordoñez, 2006) –quienes fueron las entrevistadas en este estudio–, la primera es la separación y pérdida de contacto con los hijos que genera un sentimiento de culpa e impotencia, y la segunda ruptura es la infantilización de la interna, es decir, la sumisión a un régimen tutelar que imposibilita a las reclusas tomar decisiones adultas, tener autonomía y libertad, degradándola a un status infantil, cuestiones favorecidas por la existencia de una vigilancia invisible en el sentido foucaultiano. Sin embargo, también hay relaciones de poder entre reclusas que, en el caso de las narcotraficantes, suelen ser utilizadas como asesoras domésticas de las Ladronas – dependiendo del status de la traficante – y marginadas del resto de las reclusas (Cooper, 2002). Con todos estos antecedentes, se hace necesario analizar la criminalidad y el narcotráfico en relación con las mujeres, los sujetos estudiados en esta investigación. Cooper (2001) distingue dos nichos etiológicos fundamentales en la delincuencia femenina, se habla de la pobreza y la extrema pobreza y el machismo cultural al interior (y exterior) de la esfera del narcomundo (Cooper, 2001). Sin embargo, aunque en el libro de Cooper aparecen al menos conceptualmente separados, en términos reales son dos 1 Aunque el concepto de Foucault es relativo a la prisión, también puede ser extendido a la narcocultura, pues como se dijo, está basada en el uso de violencia, el cual justamente busca imponer una relación de poder y docilidad con los sujetos de las redes de narcotráfico. Sin embargo, el uso disciplinario de la violencia también se conjuga con compromisos mutuos de reciprocidad (Silva y Anaya, 2004) PUNTO GÉNERO/46 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 caras de una misma moneda. Diversos autores (Cánovas, 2001; Cooper, 2001; Kalinsky, 2003a, 2003b; Carrillo, 2012) sostienen que ante la inseguridad y dependencia económica de la mujer en una sociedad claramente patriarcal, el narcotráfico representa una alternativa laboral atractiva para esa masa de mujeres marginadas que, conscientes de los riesgos que implica el narcotráfico, los menosprecian ante los beneficios económicos. De hecho, se caracteriza el perfil de las traficantes de drogas como madres solteras que son fuente de ingreso para su familia o como ancianas solas, sin cónyuge y de escasos recursos (Cooper, 2001). Las mujeres, además, representan una ventaja para la estructura del tráfico de drogas, pues se cree que despiertan menos sospechas ante las autoridades, al punto que en momentos de crisis y desempleo, a las mujeres se les ofrece más oportunidades laborales ilegales que a los hombres (Del Olmo, 1992). Esta imagen de la mujer como un sujeto-objeto que presenta menos riesgos también se demuestra en otras investigaciones. Por ejemplo, Héau (2007) muestra la posición subordinada de la mujer ante la figura teatralizada del hombre en los narco-corridos mexicanos, donde el varón es un sujeto valiente, bravío y violento frente a una mujerobjeto en términos sexuales y amorosos. Esta imagen subordinada se conjuga con la de malas madres para aquellas traficantes y consumidoras de drogas, pues introducen a sus hijos a vivir en medio de un mundo caracterizado por la ilegalidad. Al respecto, Cárdenas y Undurraga (2014) han planteado que las mujeres involucradas en el tráfico y microtráfico de drogas cuestionan el orden de género y la noción de trabajo. Argumentan que esto se debe, en primera instancia, al no cumplir las expectativas sociales de género respecto a sus roles domésticos y reproductivos, especialmente bajo la etiqueta de “malas madres”; y en segunda instancia al evidenciar la segregación laboral que sitúa a las mujeres en status de menor poder y subordinación, tanto en el mercado laboral legal como ilegal. Actualmente se sabe que las mujeres que trabajan en el narcotráfico lo hacen al menudeo, ventas al por menor, como una suerte de economía de subsistencia, ubicándose en los últimos eslabones de la larga cadena de intermediarios de la droga (Cooper, 2001; Kalinsky, 2003a), pues el rol de la mujer es secundario y aunque algunas logren integrar espacios jerárquicos en la estructura del narcotráfico, es por un reflejo de los cambios en el mercado laboral legal donde, a pesar del aumento de la participación femenina en la esfera del trabajo, éstas ocupan puestos subordinados, no estratégicos y de alto riesgo (Carrillo, 2012). Enfoque metodológico El objeto de estudio son los factores que influyeron a las mujeres de la cárcel femenina de Chillán para practicar el narcotráfico. Por una cuestión estratégica, el campo de estudio para la temática de investigación es la cárcel de Chillán, pues en ella se cuenta con la seguridad necesaria para no exponer al investigador a situaciones peligrosas. La población estudiada son las mujeres internas por narcotráfico en la cárcel de Chillán, población que alcanza un total de 27 mujeres cumpliendo condena por causas relacionadas al tráfico de drogas, bajo los delitos de infracción a la Ley 20.000 de control de microtráfico de drogas. La información oficial para determinar los criterios de PUNTO GÉNERO/47 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 muestreo fueron limitadas (edad, tipo de infracción, tipo de sustancia y condena); sin embargo las informantes claves desarrollaron un rol trascendental para caracterizar la población y encontrar variedad en la muestra. Las Informantes fueron mujeres que tuvieron buenas relaciones con las internas, además de un conocimiento acabado de la situación de cada una de ellas y con los contactos necesarios para conseguir entrevistas y facilitar los procesos administrativos para entrar al Centro Penitenciario. Las informantes claves fueron una voluntaria de la Pastoral Penitenciaria y una de las trabajadoras sociales del CPF de Chillán. Para la selección de entrevistadas se utilizaron algunos criterios considerados importantes en investigaciones similares, como los hijos (Ordoñez, 2006), el consumo de drogas y la experiencia laboral (SENDA, 2010), junto a otros criterios tendientes a encontrar variedad en la muestra seleccionada, los que fueron controlados a través de las mismas entrevistas y de las informantes claves, pues muchos de ellos no podían ser controlados de otra manera por falta de información disponible. De esta forma, los criterios utilizados fueron: Etapa en la vida de la mujer, hijos, tipo de droga que traficaba, tipo de tráfico, consumo de drogas, antecedentes familiares de tráfico y/o consumo de drogas, educación, nivel socioeconómico y reincidencia. Las entrevistas fueron voluntarias siguiendo los criterios anteriores. Por cuestiones estratégicas, se comenzó entrevistando a la interna de mayor edad, por ser una mujer querida y respetada por las internas, considerada la “madre” en el encierro, facilitando el trabajo de campo al socializar la experiencia de “ser entrevistada”. Es importante señalar que las entrevistas se realizaron en la escuela de la penitenciaria sin supervisión de gendarmería. De esta forma, 10 mujeres fueron seleccionadas de acuerdo a los criterios anteriores, de las cuales dos negaron su participación en las entrevistas y sólo se logró reemplazar a una de ellas bajo los mismos criterios, por lo que se constituyó una muestra de 9 mujeres entrevistadas en una o dos sesiones, generando alrededor de once horas de grabación durante las primeras dos semanas de diciembre de 2012. Debido a la imposibilidad de continuas visitas a las internas de la cárcel y con el objetivo de conocer los relatos y experiencias que tienen dichas mujeres, se utilizó como técnica de recolección de datos la entrevista semi-estructurada, desarrollada en base a preguntas abiertas que guiaron la conversación con las entrevistadas. Las entrevistas, luego de ser transcritas, fueron analizadas según la técnica de análisis de contenido, pues es un “técnica de investigación destinada a formular, a partir de ciertos datos, inferencias reproducibles y válidas que puedan aplicarse a su contexto” (Krippendorf, 1990:28). La ventaja que plantea esta técnica es que permite un análisis lingüístico de las estructuras formales del lenguaje y comparar los sentidos de los discursos para identificar componentes y experiencias revelados a través del lenguaje (Blanchet y Gottman, 1992 en Baeza, 2002). De esta forma se permite, en base a unidades de análisis (frases y oraciones), formar síntesis temáticas y sub-temáticas (Flick, 2007; Baeza, 2002) ad-hoc a la entrevista semi-estructurada. En tal sentido, se utilizaron los criterios de categorización propuestos por Ruiz Olabuénaga (2007), construyéndose un sistema de codificación abierta en un comienzo para progresivamente delimitar las categorías hasta finalizar con un sistema de codificación PUNTO GÉNERO/48 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 cerrado. Los temas, subtemas y categorías generadas a partir de los datos y desde el marco referencial (Ruiz Olabuénaga, 2007; Baeza, 2002) fueron procesados con el programa Atlas.ti, para manejar de forma más eficiente las entrevistas. Análisis y principales resultados Para contextualizar el análisis, se debe tener en cuenta que las entrevistadas son de distintas ciudades, pero fueron detenidas y formalizadas en Chillán, ciudad intermedia que no se caracteriza por rasgos cosmopolitas; más bien es una ciudad emergente y tradicional. En tal sentido, el Centro Penitenciario Femenino tiene características distintas como manifestó la informante clave “Esta es una cárcel bastante… em… folclórica como puedes ver” (I.C.1)2, lo que ha influenciado en evaluar la permanencia en la cárcel por sobre el traslado a la ciudad de origen “pero tampoco me quiero ir porque acá hay buenos beneficios. Cárcel más chica, allá es grande [Santiago], hubiese ido mal allá” (C-E6, 25). Tomando esto en cuenta, se pueden establecer algunas relaciones basadas en los datos, las cuales serán expuestas a continuación. La principal motivación para ingresar al mundo del narcotráfico fueron los beneficios económicos percibidos, pues en la mayoría de los casos la venta de drogas se hace en el mismo sector de residencia, por lo que no implica movilidad continua por la ciudad. Sin embargo, afirmar lo anterior no es nada nuevo, es sólo la confirmación de hipótesis que ya han sido validadas: que el narcotráfico es un negocio altamente lucrativo (Córdova, 2007; Galindo y Catalán, 2007; Ovalle y Giacomello, 2006; Silva de Sousa y Anaya, 2004; Cooper, 2002; Arriagada y Hopenhayn, 2000), aunque no a todo nivel, sino principalmente para traficantes con mayores cuotas de poder. A pesar de lo anterior, se puede realizar un análisis más exhaustivo de esta categoría que devela una densa red de relaciones, sobre todo cuando se analiza el género y los hijos. A saber, los beneficios económicos de la venta de drogas actúan como motivación y como consecuencia del ingreso al mundo del narcotráfico. La distinción en la forma en que actúan los beneficios económicos (motivación o consecuencia), es sólo una distinción analítica, pues en el campo actúan conjuntamente, con mayor o menor importancia cada una, de acuerdo a los datos obtenidos. Cuando actúan como motivación es porque las mujeres ya conocen el mundo del narco de antemano, ya sea por el consumo de sustancias ilícitas, porque en el lugar donde vive es conocido cómo funciona dicho mundo, es decir, es parte de su contexto diario de desenvolvimiento, y de cierta forma, ha sido naturalizado: “En la población donde vivo yo, casi toda la gente hace eso, casi todos vendían po. No era drama” (A-E2, 52). El conocimiento sobre las drogas, entonces, proviene del consumo, de la presencia de droga en el lugar de residencia y/o de la relación que sostengan familiares con el mundo de la droga (es decir, que los familiares consuman o sean 2 Este tipo de paréntesis posterior a las citas textuales de las entrevistas corresponde al rotulado de las entrevistadas para no señalar su nombre. Para este caso, corresponde a la Informante Clave 1 (I.C.1). El resto de los rotulados corresponde a la inicial del nombre de la entrevistadas, luego el número de su entrevista y su edad, por ejemplo “(C-E6, 25)”. PUNTO GÉNERO/49 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 traficantes), por lo que el conocimiento previo que se tenga sobre el mundo de la droga es una puerta de entrada al narcotráfico, pues las mujeres nunca entran sin saber los riesgos, siempre hay una información que media la decisión de entrada al negocio. Como relata una entrevistada: “Ya, me dieron la mano pa comprar coca y ya po, me puse a vender coca sin saber. ¡O sea! Una a sabiendas igual… si yo no voy a decir que a mí me pusieron una pistola en la boca y que tení que vender, no. Pero a mí me iba a bien y ¡todos vendían po!” (S-E1, 63). El conocimiento sobre las drogas permite a las mujeres realizar una evaluación previa antes de ingresar al mundo del narcotráfico, donde se comprenden los riesgos pero se desestiman, primero, por la importancia de las motivaciones, y luego, por el cumplimiento de las expectativas económicas y las consecuencias positivas asociadas, pues se sabe que en cualquier momento “iba a llegar la mano que aprieta” (Y-E5, 32). Sin embargo, para el caso de las reincidentes, la mano que aprieta, es decir, todo el proceso judicial posterior al allanamiento o la detención por tráfico de drogas, es sólo un costo que están dispuestas a pagar por recibir los beneficios asociados al narcotráfico, “… pa qué te voy a mentirte que no voy a seguir viviendo del tráfico… seria mentirosa. Esto que he estado aquí igual me ha servido para pensar hartas cosas, pa recapacitar… pero no sé po, igual me gusta” (J-E7, 22). Además de los beneficios económicos, existen al menos tres agencias que actúan como motivación para el ingreso y permanencia en el mundo del narco. Primero están los hijos, donde se hace una evaluación personal que incluye la forma en que las mujeres vivieron su infancia y como quieren que sus hijos vivan la suya, donde siempre hay mayores aspiraciones, no tan solo económicas, sino también educacionales y relativas al nivel de vida, como relata una de las entrevistadas: Si po. Si igual cuando yo estudiaba mi papi era de los que llegaba fin de año, pedíamos ropa nosotros y él decía “ya, les compro ropa pa navidad o les pago las cuotas del curso”, entonces nos daba a elegir, era una sola cosa, entonces yo no quería eso pa mis hijos. Ojalá comprarle ropa todos los meses, pagarle en el colegio para que vaya a una fiesta a fin de año. Yo lo hago. Entonces no quiero que mis hijos pasen por eso, ¿cachai?” (A-E3, 29). También el deseo de tener la casa propia es una motivación para el ingreso al narcotráfico. Todas las entrevistadas manifestaron ese anhelo, que con los excedentes de la venta de drogas se trasforma en meta, y para algunas, en realidad. La casa propia entrega independencia, status y estabilidad en la vida, transformándose en un punto de inflexión de la vida de las mujeres, permitiéndoles proyectarse en la vida de manera independiente, rompiendo la lógica machista que domina el narcotráfico: “…yo me lo pasaba en la casa, porque igual no me dejaba trabajar, no me dejaba tener mis cosas, nada” (Y-E5, 32). En tal sentido, ante la dependencia económica de las mujeres para alcanzar sus deseos, el narcotráfico aparece como una forma de generar dinero sin romper con la lógica tradicional de los roles de la mujer, pues les permite estar en casa, seguir criando a los hijos y esperar al marido cuando este llegue del trabajo. La lógica PUNTO GÉNERO/50 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 machista, sin embargo, no es solamente impuesta; sino reproducida por las mismas mujeres, ya que abalan dicha situación y sólo se dedican a “ayudar” al marido cuando el negocio del narcotráfico es una empresa familiar; y lo hacen a escondidas de él cuando es un emprendimiento personal, pues es mal visto que una mujer sea vendedora de droga. Así, el ingreso al narcotráfico permite trasformar en realidad el sueño de la casa propia, sobretodo en contextos de vulnerabilidad donde vivían como allegadas, arrendatarias o en tomas de terreno. La casa propia es una agencia que actúa como motivación para el ingreso al mundo del narco, pero sin romper con la lógica machista que establece los roles tradicionales de género a las mujeres: Él igual trabajaba en las dos cuestiones [obrero y traficante] pero no me daba, no me daba y yo quería igual vestirme de otra forma, tener más cosas… no sé po, yo dije este va a ser mi hombre y con él me voy a quedar el resto de mi vida. Yo así pensaba, pensé que iba a tener mi casa, mis cosas… güeá que nunca logré porque siempre tuve mi pieza no más, la pura pieza. Me entendí. Nada más que eso (J-E7, 22). Por otro lado, los beneficios económicos del narcotráfico también actúan como consecuencia, de una manera obvia, como se dijo anteriormente. Sin embargo, estos beneficios no son significados de la misma forma por las entrevistadas, pues se distingue una diferenciación, dependiendo del lugar que ocupan en la jerarquía del mundo del narco, pues para quienes sólo actuaron como palo blanco, las ganancias económicas sólo servían para darse vuelta3, es decir, para satisfacer necesidades básicas, cubrir deudas o mejorar la calidad de vida, como relata una entrevistada “… porque el tráfico pa lo que me dió fue pa darme vuelta, pa comer bien, pa tener exquisiteces, pero yo no te puedo decirte que con el tráfico yo me compré un tele, un refri, no.” (M-E5, 32). Por otro lado, las pica´s a ñoña, es decir, las mujeres que alcanzaron alto status en el narcotráfico, lo hicieron por ser pareja de varones con altos status –una mujer difícilmente podrá alcanzar altos espacios de poder sin ser cobijada por un varón– y describieron otra forma de valorar el dinero, pues al superar las expectativas de ganancias no desarrollaron ánimos de acumulación, por el contrario, comienzan a repartir los excedentes entre familiares y vecinos, vendiéndoles a precio de costo y buscando nuevas formas de encontrar emoción delinquiendo, como el robo hormiga o la mecha4. Dentro de la muestra, la única mujer que alcanzó un status mayor por ser pareja de un ñoño5, relata: 3 La lógica de darse vuelta es la siguiente. Cuando las mujeres utilizan el narcotráfico como segundo ingreso, no como ingreso principal, el dinero recaudado es destinado a dos objetivos: cubrir gastos que antes no podían como deudas, mejorar la alimentación, tapizarse (vestir ropa de marca), etc. Y también a comprar nuevamente la misma cantidadde droga para comercializar.Esto último resulta interesante, pues sólo los palos blancos no desarrollan el afán de reinvertir capital (de hecho, ni siquiera utilizan la palabra capital), cuestión que sí hacen los y las narcotraficantes que venden o trasportan drogas al por mayor, quienes incluso utilizan jerga económica como capital, capitalizar, invertir, reinvertir, riesgos de inversión, etc.; además de términos provenientes del coa como darse vuelta. 4 Robo de artefactos tecnológicos, ropa y accesorios al interior de multitiendas. 5 Los ñoños son los narcotraficantes conocido y respetados, que no solo vende drogas al por mayor; sino también tiene personas trabajando para él como guardias, empaquetadores, trasportadores, etc., alcanzando ciertas PUNTO GÉNERO/51 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 Por ejemplo, ya, yo siempre tenía dos palos [blancos], en uno tenía más, tenía todo el ballaco, todos los gramos, y en otro manejaba 50 gramos en la casa y ese poco se lo pasaba siempre a la machucá, entonces de repente pa’ no andar todo el día vendiendo, le decía después ya, cuando no tenía pa’ qué ver tanta plata, hacia como sesenta pitos y vendía esos sesenta y me entraba. ¡Era! (…) me empecé a aburrir y a mí me gustaba la mecha a mí, me pitiaba los aros en Falabella, ropa, poleras, zapatillas, botas, todas esas cuestiones pa mí, porque después ya no me interesaba estar todo el día traficando, ¿cachai? (J-E7, 22). Los beneficios económicos, al ser consecuencia del narcotráfico, están asociados a beneficios emocionales de dos tipos: (a) con ellas mismas, pues la generación de dinero les demuestra que son capaces de ser autónomas y no depender de nadie, les aumenta la autoestima y la confianza y (b) la posibilidad de darle lujos a sus hijos que ellas no tuvieron en su infancia, fruto de las expectativas que tienen para los suyos. Por supuesto, las entrevistadas también relatan consecuencias negativas asociadas al tráfico de drogas. La estadía en la cárcel es la principal consecuencia negativa, tanto para primerizas como reincidentes, aunque las últimas tienen una valoración menos negativa que las primeras, pues saben que haciendo conducta6 pueden acortar su pena. Estar en la cárcel para las internas significa dos cuestiones fundamentales, (a) perder calle que se refiere a perder la libertad de transitar por la ciudad, pero también perder la autonomía al ser constantemente vigiladas: Aquí no se sufre nada de pan, porque hay demás comida, pero el hecho de estar encerrada, a las 5 de la tarde estar en dormitorio, a las 8 tomando desayuno, esas cosas uno en su casa… toma cuando quiere, se levanta a la hora que quiere. En el dormitorio hay 3-4 teles, como 5 radios y uno no sabe qué pasa y eso a uno hace que se arrepiente (E-E8, 47) Por otro lado, también significa (b) perder relación con las familias, principalmente los hijos, donde la culpa se relaciona con el tiempo, ya que la infancia de los hijos no volverá y es un tiempo que no se puede recuperar con nada; además del contacto físico limitado que tienen con ellos, lo que deriva en desapego o en tristeza de parte de los mismo niños y niñas. El testimonio más significativo al respecto es el de C25, santiaguina, quien relata que su hijo comenzó a decirle tía y a reconocer como madre a su abuela, producto del poco contacto físico que mantenían: No, no, no… yo tuve que aclarárselo que era la mamá (dice con vergüenza) ¿Y TE DOLIÓ? Mucho (toma aire), mucho po. Más encima yo llevaba como un año acá, como que se había olvidao de mí (C-E4, 25). cuotas de poder. Del mismo modo, ser pica’s a ñoña es un intento por ser ñoña y sólo eso, pues no podrán seguir escalando en la jerarquía al ser mujer. 6 Cumplir con ciertas condiciones para rebajar la pena como asistir a cursos de perfeccionamiento laboral, no causar problemas, buena convivencia, etc PUNTO GÉNERO/52 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 A pesar de ello, y para subsanar la lejanía con sus seres queridos, las mujeres mantienen plásticos escondidos al interior de la cárcel, es decir, teléfonos celulares para permanecer en contacto con sus familias al exterior de la cárcel. Situación que es conocida por gendarmería, pero es parte de una cierta negociación de las normas para mantener calmadas a las internas, pues, como se dijo ser astuta está permitido, por lo que existen espacios de libertad donde las internas pueden romper las normas, pero de manera menos evidente. Las internas también relatan consecuencias morales de la venta de droga, sin embargo de maneras diferenciadas según el tipo de drogas y la etapa de sus vidas, estableciéndose un vínculo con el conocimiento sobre las drogas, ya sea previo al ingreso al narcotráfico o desarrollado durante el ejercicio de éste. En tal sentido, las vendedoras de marihuana no sienten culpabilidad, pues existe una valoración para cada droga traficada, a saber, la marihuana no es vista como una sustancia mala, pues sus consecuencias no son devastadoras y sus consumidores son de toda índole, desde vecinos hasta empresarios y universitarios. Una de las internas no consumidoras relata sobre su hija: El pito no me complicaba porque se fumaba un pito y en la taaaaarde se fumaba otro y era, pero la pasta base… a lo más las ollas pasaban susto…pero ya con la pasta no, no comía, no dormía, no le importaba nada, podía estar dos tres días con la misma ropa y no se complicaba (E-E8, 47). Del mismo modo, la pasta base es una droga perversa, mata-choros7, pues los consumidores son los mismos vecinos, jóvenes que en muchos casos comienzan a vender su ropa y parte de los artefactos de sus hogares para conseguir el dinero para el vicio, afectando directamente a sus vecinos, a gente como ellas. Respecto al comportamiento de los consumidores de pasta base, A52 dice: …si salió de un buzo de marca, un buzo bonito y por ahí llegó con un pantalón rasca, una chalequita que se la lleva el señor… ¿dónde está la ropa? …¡la cambió por vicio! ¡¡Y esas miradas!! Esas miradas como… así como… como andan los looocos, una mirada como asustada (A-E2, 52). Por otro lado, la cocaína es una droga de elite, el daño que podría provocar sobre las personas es sólo sobre personas con dinero, lejanas a su realidad, pues los pobres no pueden comprar cocaína. De esta forma, la culpa o las consecuencias morales son más fuertes en las traficantes de pasta base, y sobre todo, hacia las traficantes que tienen más familia (hijos y nietos), pues cuando se les pregunta por la evaluación del periodo en que se dedicaban al narcotráfico, reflejaban en sus clientes a su propia familia. “Entonces yo por eso me he arrepentido y no quiero hacerlo más, porque yo no quiero que el día menos pensado vea a un muchacho que yo le he vendido intoxicado, en silla de rueda, yo culpable me voy a sentir” (S-E1, 63), relata una traficante de pasta base no consumidora de 63 años. 7 Referido a que los consumidores de pasta base son ladrones o choros de esquina (Cooper, 2002) que una vez adictos dejan sus actividades legales e ilegales, se mueren, como relatan las internas PUNTO GÉNERO/53 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 Las consecuencias anteriormente desarrolladas fueron relatadas por las entrevistadas cuando se conversaba sobre el presente, es decir, sus apreciaciones eran desde la cárcel hacia la dinámica del narcotráfico; sin embargo, una consecuencia percibida por ellas durante el ejercicio de la venta de drogas es dormir a saltitos, es decir, perder la tranquilidad al interior del hogar, ya que ellas saben que están desarrollando una actividad ilícita –como se dijo anteriormente, existe un conocimiento de la actividad, de los beneficios y los costos–, desarrollando conductas de prevención para pasar piola, es decir, para que sean conocidas en el entorno inmediato y por los consumidores como vendedoras de drogas, pero desconocidas en las fronteras de sus poblaciones, pues representa un peligro al ser identificadas por las autoridades: Siempre tuve miedo, nunca dormí tranquila, siempre dormía a saltos, por el miedo de que vinieran a reventarme [allanarme] en la noche, pero yo no te vendía en la noche, te vendía durante el día no más, en la noche me estaba en mi casa, (…) yo hacía como que iba a comprar y me descargaba en la misma calle y yo en la mañanita después tempranito iba a dejar a mi hijo a la escuela y rescataba mis weas; nunca menos mal la perdí (Y-E5, 32). Reflexiones finales A modo de conclusión, y en vista de los hallazgos y propuestas teóricas realizadas por distintos autores, se puede señalar que las motivaciones para ingresar al narcotráfico de las mujeres recluidas en el Centro Penitenciario Femenino de Chillán son variadas y actúan conjuntamente, describiendo las mismas características señaladas por muchos los autores referidos, aunque con relativas particularidades. Estas motivaciones, aunque íntimamente relacionadas, pueden separarse analíticamente de la siguiente forma. Por un lado existe una motivación de índole contextual, específicamente, el conocimiento sobre el mundo del narcotráfico asociado a consecuencias positivas –que más tarde se desarrollarán– por sobre las negativas. Este conocimiento se debe entender como una compleja red de relaciones y flujos de información que se encuentran y circulan entre los habitantes de un sector específico –barrio, población, ciudad– y sobre los consumidores de drogas caracterizados en su nivel socioeconómico pues, como ha dicho Hopenhayn (2001), las drogas también llegan diferenciadas a las clases sociales, drogas finas para barrios exitosos y veneno para barrios en crisis. Las mujeres comienzan a vender drogas motivadas por las expectativas de ganancia que pueden o no corresponderse una vez integradas en el narcotráfico y que en general son permeadas por el sistema de valores y la significación de cada droga traficada, por lo que se puede apoyar y complementar la tesis que la entrada al narcotráfico está dada por una evaluación costo-beneficio en conjunción con un sistema da valores (Arriagada y Hopenhayn, 2000; Galindo y Catalán, 2007) propios de los actores, por un lado, y códigos éticos delictuales, por otro; y no necesariamente por un historial familiar (Ordoñez, 2006). Esto último, sin embargo, debe ser especificado, pues sí afecta en el ingreso al narcotráfico los lazos afectivos de las mujeres con otros actores, familiares o no, involucrados en actividades delictivas (Carrillo, 2012). Otra gran motivación relatada por las entrevistadas, y que guarda relación con la PUNTO GÉNERO/54 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 literatura especializada, es el efecto de dependencia producido por el machismo cultural sobre las mujeres marginadas, pues al ser económicamente dependiente de sus parejas, el tráfico de drogas ofrece la posibilidad de generar ingresos sin dejar de lado los roles tradicionalmente femeninos. Esta tesis no es nueva, es apoyada por variados autores (Cooper, 2001; Kalinsky, 2003a, 2003b; Ovalle y Giacomello, 2006; Carrillo, 2012; Cárdenas y Undurraga, 2014), pero se puede complementar al analizar la doble influencia del machismo cultural sobre las mujeres narcotraficantes, pues por un lado es un factor de ingreso –como se dijo anteriormente– y por otro es una sentencia de estancamiento estructural, porque no pueden alcanzar grandes cuotas de poder en la jerarquía del narcotráfico, integrando eslabones menores en el tráfico de drogas como palos blancos o vendedoras al menudeo (Cooper, 2001; Kalinsky, 2003b; Ovalle y Giacomello, 2006; Carrillo, 2012) esto les significa, en definitiva, un ingreso menor al de los hombres, desarrollándose una suerte de economía narcotraficante de subsistencia donde la mujer transita del machismo cultural hegemónico al machismo delictual, siendo la única excepción las mujeres pareja de varones de alto status en la jerarquía del narcotráfico. Resulta especialmente gráfico el término “pica’s a ñoñas” (J-E7, 22) que utilizó una de las entrevistadas para figurar esta idea de que las mujeres, por su género, no pueden ser-ñoñas; sino únicamente ser picadas-a-ñoñas, es decir, querer serlo, sin serlo. Los beneficios económicos del narcotráfico ya son conocidos (Córdova, 2007; Galindo y Catalán, 2007; Ovalle y Giacomello, 2006; Silva de Sousa y Anaya, 2004; Cooper, 2002; Arriagada y Hopenhayn, 2000). En el caso estudiado, no actúan como estrategia única de supervivencia, más bien como complementos de actividades legales en las mujeres que son parte de la base de la jerarquía dentro del mundo del narco, ya sea como actividades económicas que apoyan el aporte del hombre al hogar – mediado por el machismo que rodea este mundo – o las pensiones de vejez. Sin embargo, esta situación es distinta para las pica’s a ñoñas, pues en ese punto el tráfico es el sustento de vida, no es el complemento de otras ocupaciones, por el contrario; si se realizan actividades son vistas como entretención y no como forma de ganarse la vida, por ejemplo, siendo peluqueras ocasionales para vecinas y amigas sin recibir pago de por medio. Respecto a los conocimientos antes mencionados, estos vienen asociados a valores que son socialmente compartidos. Cooper (2001) escribe quince valores para el mundo del hampa, pero en el caso de la presente investigación no encontraron sustento. Sin embargo, su modelo teórico enriquece la posibilidad de afirmar que efectivamente existen valores y códigos de conducta en la subcultura del narcotráfico, donde destacan los valores de la responsabilidad ante los compromisos hechos, ser fuerte de mente, es decir, no dejarse amedrentar y estar preparado para los avatares de la vida delictual o, como se maneja en el coa, no ser perkin8 de nadie. Este valor está muy asociado al respeto, más que hacia las autoridades, hacerse respetar en los contextos delictuales demostrando la choreza9y ser de una línea, es decir, no torcer la conducta regular que los caracteriza, lo que se dice se cumple, implica además de ser choro, ser correcto. 8 El perkin es un sujeto sometido, casi un sirviente de otro actor que tiene influencia o mayor cuota de poder en un sistema determinado. 9 En el coa, la choreza es la cualidad de ser agresivo, matón, no-sumiso, etc. PUNTO GÉNERO/55 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 42-58 Para terminar, se está en propiedad de afirmar y corroborar la existencia de conocimientos, valores, conductas y cosmovisiones asociadas al narcotráfico, pero sin establecer la existencia de una narcocultura; sino más bien una cultura de la ilegalidad que rebasa la especificidad del narcotráfico, coincidiendo con lo dicho por Cooper “intentamos seriamente con ahínco encontrar en las mujeres condenadas chilenas de clase baja algún indicio de contracultura mafiosa, y sinceramente, nos fue imposible” (2001:343), ratificándose la hipótesis que plantean Silva y Anaya (2004) de la existencia de una continuación entre la cultura hegemónica y la delictual. Los mismos autores plantean que las redes del narcotráfico se caracterizan por estar compuestas por grupos primarios, que es corroborado por los hallazgos de esta investigación, pero dista del carácter positivo que tiene la tecnología al interior del mundo del narcotráfico de acuerdo a los mismos. En el caso de una ciudad intermedia como Chillán, las mujeres prefieren la vinculación cara a cara, pues los aparatos tecnológicos son fácilmente intervenidos por la policía. Este rasgo del narcotráfico puede ser influenciado por el pensamiento provinciano de la ciudad, porque en general se desestima la utilización de tecnologías para la comunicación entre traficantes, materializada en el miedo a los cubos (celulares), valoración que cambia una vez interna en la cárcel, ya que al interior, cualquier medio de comunicación tecnológico es valorado y utilizado para informarse de lo que ocurre al exterior de la cárcel, sobre todo para la comunicación con los hijos. Esto supone un cambio o una ruptura importante en el curso de la vida de las internas (Foucault, 1975), destacando las dos consecuencias encontradas por Ordoñez (2006) y que se reafirman en esta investigación, la infantilización de las internas en un régimen tutelar dentro de la cárcel y la pérdida de contacto físico con la familia, principalmente los hijos. Los hallazgos y conclusiones de este estudio son relativos al espacio donde se trabajó y al muestreo que se realizó, presentando algunas limitaciones que deben ser explicitadas para sugerir nuevas cuestiones que puedan ser utilizadas en otras investigaciones. No se tuvo acceso a la única interna que tenía un nivel socioeconómico más alto, pues se encontraba en labores de cocina como beneficio por su conducta; además, todas las entrevistas fueron realizadas al interior de la cárcel, por lo que resultaría interesante poder acceder al mundo del narcotráfico en los espacios de libertad como poblaciones, villas, ciudades, etc., pues es muy probable que algunas evaluaciones y valoraciones cambien al no tener la experiencia del encarcelamiento. Bibliografía Arriagada, Irma; Hopenhayn, Martín (2000):“Producción, tráfico y consumo de drogas en América Latina” en Serie Políticas sociales, No. 41, 3-49. Baeza, Manuel (2002):De la metodología cualitativa en investigación científico-social. Diseño y uso de instrumentos en la producción de sentido. Primera Edición, Concepción: Universidad de Concepción. Cánovas, Elena (2001):Quién le puso a mi vida tanta cárcel. Madrid:Dirección General de la Mujer. PUNTO GÉNERO/56 Revista Punto Género Nº 5. 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Pablo Guerra Resumen En este artículo analizaremos los vínculos entre contextos de vulnerabilidad infantil e inicio prostitucional, contando para ello con la evidencia empírica de un estudio basado en entrevistas a 188 trabajadoras sexuales del Uruguay en 2014. Partiremos de un esfuerzo de comparación respecto a un estudio similar desarrollado en 2004. Entre las conclusiones que exponemos, destacamos un tipo específico de prostitución que ha aumentado en Uruguay en los últimos diez años, a saber, lo que hemos denominado prostitución tardía (inicio con 25 años o más), con un perfil diferente a la prostitución infantil o juvenil en el sentido que existe una menor asociación de situaciones de vulnerabilidad vividas en la infancia con los hechos que desencadenan su ingreso a la prostitución. Por lo demás, el estudio muestra una alta proporción mantenida en el tiempo de estudio (2004 – 2014) de la prostitución infantil (inicio con menos de 18 años de edad). Palabras claves: prostitución, trabajo sexual, explotación infantil, género, Uruguay. Abstract In this article I explore the links between contexts of child vulnerability and onset of prostitution, with empirical evidence from a study based on interviews with188sex workers in Uruguay in 2014. I start from an effort of comparison to a similar study conducted in2004Among the conclusions that we present, we highlight a specific type of prostitution that Uruguay has increased in the past decade, that we called “late prostitution”(beginning with 25 years or more), with a different profile to child or young prostitution in the sense that there is less association vulnerabilities experienced in childhood with the events that trigger their entry into prostitution. Moreover, the study shows a high proportion held in the time of study (2004 - 2014)of child prostitution(less than 18years old). Keywords: prostitution, sex work, child abuse, gender, Uruguay. Doctor en Ciencias Humanas. Profesor e Investigador en la Universidad de la República (Montevideo – Uruguay). Licenciado en Sociología, Magíster en Ciencias del Trabajo. Investigador Activo del Sistema Nacional de Investigadores. Autor de numerosos libros y artículos publicados en revistas especializadas. PUNTO GÉNERO/59 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 Introducción En la investigación de Guerra sobre las condiciones de trabajo de la prostitución en Uruguay se partía de una hipótesis que aludía al vínculo entre una infancia problemática y cierto recorrido hacia una prematura actividad sexual mercantilizada (2004). Se partía de una hipótesis que aludía al vínculo entre una infancia problemática y cierto recorrido hacia una prematura actividad sexual mercantilizada. Se desprende de ese trabajo que una mayoría relativamente importante de quienes respondieron sobre su infancia (69,4%) vivieron esta etapa de su vida de manera “Problemática” o “Muy Problemática”. Un porcentaje similar (65.1%) comenzó a prostituirse antes de los 20 años, en tanto el 31,4% lo hizo como menor de edad (Guerra, 2004: 34). Entendemos que la vulnerabilidad social en la etapa de la niñez y adolescencia puede ser vista como un factor predisponerte (De León, s/f: 9) con capacidad explicativa para comprender el contexto del recorrido prostitucional. Un estudio clásico en este sentido es el de Silbert y Pines (1981), quienes encuentran en una muestra de prostitutas de la calle en California altos índices de explotación sexual en sus etapas de niñez/adolescencia. También es de destacar el estudio de Siegel y Williams (2003) buscando conectores entre abuso sexual infantil y posteriores inclinaciones hacia la prostitución o el delito: “Child sexual abuse was a statistically significant predictor of certain types of offenses, but other indicators of familial neglect and abuse were significant factors as well” 1 (Siegel y Williams ,2003). La hipótesis que seguiremos en este trabajo, en consonancia con cierta evidencia internacional, es que existen conexiones entre el ejercicio prostitucional y el contexto de vulnerabilidad en las etapas de niñez/adolescencia de las mujeres que ejercen la prostitución en Uruguay2. Lo haremos sin ánimo determinista, así como a sabiendas que un número importante de casos no responde a circunstancias de vulnerabilidad específica en tiempos de infancia/adolescencia, así como a sabiendas de la existencia de circunstancias que en ningún caso responden a vulnerabilidades visibles en el discurso de las entrevistadas. Dicho de otra manera, nuestra mirada y los resultados de nuestras investigaciones confirman que no podemos apegarnos ni a la prostitución como opresión absoluta (feminismo radical) ni a la prostitución como empoderamiento absoluto (feminismo liberal). Nuestra postura, que no podemos desarrollar en este texto, expresa una suerte de “tercera vía” entre la posición clásica del abolicionismo 1 El abuso sexual infantil es un predictor estadísticamente significativo de determinados tipos de delitos, pero otros indicadores de abandono familiar y abuso fueron factores igualmente importantes. Traducción nuestra. 2 Para un análisis del contexto uruguayo Cfr. María Elena Laurnaga (1995), Mariana González y Sandra Romano (2000), UNICEF (2003), RUDA-UNICEF (2008), González y Tuana (2009), Martinez et alt (2010), Purtscher y Prego (2013) y Purtscher et alt (2014). PUNTO GÉNERO/60 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 (más vinculada al feminismo radical) y la posición reglamentarista (más vinculada al feminismo liberal), sugiriendo tender puentes entre ambas posturas 3. Respecto al concepto de vulnerabilidad, no nos afiliamos ni a los modelos meramente “naturalistas” centrados en los procesos físicos, ni a los modelos puramente constructivistas que ponen su acento en las dimensiones simbólicos, prefiriendo un enfoque mixto que incluya las amenazas físicas así como la percepción de esas amenazas (Ruiz Rivera, 2011: 12). En tal sentido, entenderemos que una persona ha vivido una infancia/adolescencia en situación de vulnerabilidad, ya sea si se dieron en ese momento de sus biografías determinadas amenazas concretas, ya sea si se valorizaron de esa manera por parte de los sujetos. Nuestro propósito en primer lugar es comparar las cifras vinculadas a las hipótesis sobre el efecto de la infancia en el inicio de la actividad prostitucional respecto a la investigación llevada adelante por Guerra en 2004. En segundo lugar intentaremos mostrar evidencia acerca de cómo ocurre ese tránsito entre la infancia y el inicio en la prostitución. Los vínculos entre cierto contexto de violencia física o simbólica, así como otras formas de vulnerabilidades ocurridas en los primeros años de vida con el origen prostitucional tienen evidentemente ciertos antecedentes de estudios y literatura especializada en la materia (Matthews, 2008; Bagley y Young, 1987; Farley, 1998; Gorkoof y Runner, 2003; NCMEC, 1992; Phoenix, 1999. Para el caso latinoamericano: Silvestre, Rijo y Bogaert, 1992; UNICEF: 2010; OIT, 2002; Treguear y Carro, 1997) y remiten a los primeros estudios sobre la prostitución moderna en la sociedad victoriana (Walkowitz, 1980). Por ejemplo, en sintonía con las evidencias que mostraremos en este artículo, el NCMEC de Estados Unidos de América establecía lo siguiente respecto a un estudio realizado en 1992: “The following case histories support the fact that entry into prostitution may begin in the teens or earlier. These histories reveal that the majority have been sexually abused as children—usually by fathers, stepfathers, or other trusted adults. Many also suffered physical abuse and neglect. For most of these young women the only way to stop the violence was to run away from home. Young, frightened, with limited skills, and unable to find shelter, teenagers are easy prey for pimps who promise them friendship, romance, and riches. Once involved in prostitution both pimps and customers replicate the abuse these teenagers endured in their families” (NCMEC, 1992: 12)4. 3 Para una lectura de las diferentes posiciones feministas sobre la prostitución Cfr. Justa Montera (2006), Lasheras Díez (2010). Una posición cercana a la nuestra puede verse en Gimeno (2013). 4 Las siguientes historias de caso apoyan el hecho de que la entrada en la prostitución puede comenzar en la adolescencia o antes. Estas historias revelan que la mayoría ha sido abusado sexualmente cuando niñas -por lo general por los padres, padrastros, u otros adultos de confianza. Muchos de ellos también sufrieron abuso físico y negligencia. Para la mayoría de estas mujeres jóvenes la única forma de detener la violencia era huir de casa. Joven, asustada, con habilidades limitadas, e incapaz de encontrar un refugio, las adolescentes son presa fácil para los proxenetas que les prometen amistad, romance y riquezas. Una vez involucrados en la prostitución tanto los proxenetas como los clientes replican el abuso que estas adolescentes sufrieron en sus familias. Traducción nuestra. PUNTO GÉNERO/61 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 Si bien en este artículo no nos detendremos en la presencia de la figura del proxeneta (“pimps”), sí expondremos sobre cómo las historias de vida muestran en un número significativo, la necesidad de escapar de sus hogares como mecanismo para evitar la violencia. La siguiente definición sobre prostitución dada por Luis Garrido Guzmán en su estudio jurídico y criminológico, también pone el acento en la importancia que se le asigna al período de la infancia y adolescencia: "Un sistema en el cual las mujeres se dejan atrapar como consecuencia de su miseria económica, de su falta de instrucción cultural, de su ausencia de formación profesional, de las carencias afectivas y educativas de su infancia y su adolescencia, y de los conflictos psicológicos y sexuales padecidos en su juventud" (Garrido Guzmán, 1992) (subrayado nuestro). Si bien es ésta una definición arcaica, expone claramente aquella visión que encuentra las causas de la prostitución en las carencias y conflictos padecidos en los años de infancia y adolescencia. En otros términos, nos aproximamos a Barriga y Trujillo cuando señalan que: “Se considera que existe una población de alto riesgo particularmente apta para caer en la prostitución: aquella que carece de mecanismos de afirmación social como consecuencia, muchas veces, de carencias afectivas o de violencia física o sexual (incesto) en la infancia” (Barriga y Trujillo, 2003: 103). En esta línea, los estudios para el caso uruguayo sobre prostitución revisados por Musto, señalan también un vínculo entre la familia de origen y el inicio en la prostitución mediante dos vías: la existencia de familiares ya involucrados en los circuitos de prostitución, y los contextos de desintegración familiar, violencia y abusos perpetrados en la niñez (Musto, 2011: 17). El propósito de este artículo no es buscar evidencia sobre las causas de la prostitución. En ese sentido, cualquier estudio que pretenda indagar sobre las causas de la prostitución debería incorporar una mirada también desde la demanda, hoy fundamentalmente masculina por el contexto de poder simbólico, social y mercantil del que parten los demandantes en el mercado del sexo, esto es, por una relación de género inequitativa5. En nuestro caso, se trata más bien de indagar sobre las experiencias particulares de las mujeres que se dedican a la prostitución y cómo cierto contexto de vulnerabilidad en una etapa fundamental de sus vidas termina influyendo en la decisión de prostituirse, coadyuvando en este proceso los tres factores ya señalados por Benjamin & Masters, a saber: factores predisponentes (de acuerdo a nuestro estudio refieren a los ejes de relacionamiento en el hogar y contexto 5 Los vínculos entre masculinidad tradicional y prostitución han sido detectados por investigaciones que justamente analizan el fenómeno desde el consumo. Al respeto Cfr. Ranea (2014). Para el caso nacional Cfr. Rostagnol (2011) PUNTO GÉNERO/62 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 socioeconómico); factores atrayentes (refieren a lo que hemos denominado atractivos del consumo y la posibilidad de acceder a ellos por medio de ingresos rápidos y mayores a la media); y factores precipitantes (que como veremos más adelante difieren según el momento de inicio prostitucional). Metodología y recorte operacional En los meses de Junio y Julio de 2014 se realizaron 188 entrevistas en profundidad semiestructuradas, aplicadas a trabajadoras sexuales6. La muestra es estadísticamente representativa con un margen de confianza del 95% y límite aceptable de error muestral de 7.0% Para el cálculo del tamaño de la muestra se utilizó la siguiente fórmula: Donde: n = el tamaño de la muestra. N = tamaño de la población. Desviación estándar de la población (valor 0,5). Z = Tomado en relación al 95% de confianza equivalente a 1,96. e = Límite aceptable de error muestral del 7.0% Se partió de un N tentativo de 10.000 casos. Ese número responde a un estimativo máximo teniendo en cuenta que los registros sin depurar por parte del Ministerio del Interior, elevaban a 11.157 el número de mujeres inscriptas en el Registro Nacional de Trabajo Sexual. Obviamente ese número no contempla las bajas que naturalmente se dan con el paso del tiempo. Un estimativo más preciso del número de personas que ejercen la prostitución en Uruguay nos lo pueden dar las estadísticas depuradas del ex Departamento de Orden Público de la Jefatura de Policía de Montevideo. Es así que para 2014 eran 2600 las trabajadoras sexuales inscriptas en Montevideo, a lo que debían sumarse unas 530 trabajadoras transexuales. Estos números depurados coinciden más o menos con los que maneja el Ministerio de Salud Pública: unas 3700 mujeres han pasado en el período anual Junio 2013 – Junio 2014 por las Policlínicas de Profilaxis de todo el país. Si bien la mayoría de las personas que trabajan en locales están comprendidas en estas estadísticas, también es importante señalar que la prostitución callejera y prostitución ocasional no está correctamente representada en estas cifras, lo que nos lleva a pensar que el número de personas que se prostituyen en el país oscila entre las 6 mil y 10 mil personas. La pauta de entrevista fue elaborada a los efectos de conocer las condiciones de trabajo de quienes ejercen la prostitución, así como la opinión sobre diversos tópicos. 6 Esta investigación se detiene en la prostitución femenina. No reporta evidencia de las denominadas prostitución masculina y prostitución trans, las que serán incorporadas en próximas líneas de investigación. PUNTO GÉNERO/63 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 Las entrevistas fueron realizadas mayormente en Montevideo a una muestra de carácter aleatoria de trabajadoras sexuales mediante estrategia de dispersión para establecer contactos en variadas fuentes prostitucionales previamente establecidas. A los efectos de esta investigación se entenderá como trabajadora sexual a toda mujer que tenga como principal ingreso económico las retribuciones monetarias obtenidas a cambio de realizar cualquier tipo de servicio sexual directo. Quedaron excluidas de la muestra aquellas personas que ocasionalmente se prostituyen. A fin de obtener información sobre los distintos tipos de prostitución, se procuró indagar sobre los siguientes campos específicos: prostitución de la calle, prostitución en locales específicos (burdeles, casas de masajes, whiskerías) y otras vías de prostitución (catálogo, Internet, avisos clasificados, call girls, etc.). De acuerdo a los objetivos establecidos en la investigación, se ordenó el trabajo de recolección de información en torno a 26 variables de estudio. En este artículo haremos referencia a los resultados en torno a dos variables iniciales, esto es, “contexto de la infancia” y “edad de inicio prostitucional”. Para el análisis cuantitativo de las entrevistas se utilizó el SPSS luego de las tareas de crítico - codificación. El análisis cualitativo mientras tanto, es utilizada en apoyo a la primera, en el marco de los denominados métodos mixtos (Hernández, 2014) tomando como referencia algunos de los principios de la Teoría Fundamentada (Grounded Theory). Notas metodológicas: 1. la letra E seguida de un número entre paréntesis al final de una frase, refiere al número de entrevista. 2. Las frases de las entrevistadas se reproducen tal como fueron generadas en el trabajo de campo Limitaciones metodológicas: Las limitaciones del tipo de muestreo generan cierto sesgo hacia aquellas personas más dispuestas a aceptar ser entrevistadas. En tal sentido, probablemente la información referida a aspectos más controvertidos, por ejemplo, asociados a prácticas ilegales (caso de trata de personas, proxenetismo) esté minusvalorada habida cuenta que la probabilidad para que una persona en estas situaciones quiera o pueda responder las entrevistas, es baja. Corresponde señalar que hubo varios rechazos, sobre todo en prostitución callejera, lo que puede estar asociado a este fenómeno. También hubo una importante tasa de rechazos en el sistema tipo call girls, particularidad que explicamos por el hecho que el contacto primario se establece telefónicamente o por medio de emails, lo que permite un rechazo a la entrevista más sencillo y directo. Procedimientos éticos: PUNTO GÉNERO/64 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 Para el trabajo de establecieron criterios persiguiendo fundamentalmente un “consentimiento informado”: cuando se establecía contacto con las personas seleccionadas se les informaba sobre las características de la investigación y se les consultaba si podían ser grabadas. Se garantizó la libertad de expresión y sentimientos. No se utiliza información dada en off. Se aplicó una política de reserva de la identidad garantizando el anonimato: por ejemplo, fueron cambiados todos los nombres de las entrevistadas así como otros nombres particulares. No se realizaron entrevistas a menores de 18 años de edad. La construcción de los indicadores. Construiremos categorías típicas ideales7 para representarnos numéricamente y estadísticamente, a un nivel general los “tipos de infancia” que vivieron las entrevistadas. Las categorías (C) que siguen están basadas a los efectos comparativos en el trabajo de Guerra (Guerra, 2004): C1. Una entrevistada integra la categoría “Infancia Muy Problemática” cuando: -exprese directamente que vivió situaciones “muy problemáticas” o “muy difíciles” en su infancia. -aluda a elementos que pueden hacernos pensar que vivió situaciones “muy problemáticas” en su infancia Consideramos que la infancia de una entrevistada fue (pudo ser) “muy problemática” si: -vivió situaciones de violencia (violaciones, abusos sexuales, acoso, maltratos físicos o psicológicos). -se crió o pasó al menos parte de su infancia en instituciones o ámbitos no familiares (en un sentido amplio), caso de hogares públicos, instituciones de encierro, etc. C2. Una entrevistada integra la categoría “Infancia Problemática” cuando: -exprese directamente que vivió situaciones “problemáticas” o “difíciles” en su infancia. -aluda a elementos que pueden hacernos pensar vivió situaciones “problemáticas” en su infancia Consideramos que la infancia de una entrevistada fue (pudo ser) problemática si: -vivió la separación de sus padres y / o se crió en una familia recompuesta (con uno de sus padres y un padrastro o madrastra), en un hogar monoparental (madre o padre solamente), con sus abuelos, etc.; salvo que expresamente se refiera a estos casos de manera positiva o neutral. -fue adoptada y no pudo integrarse en el nuevo hogar. -se crió en una “familia numerosa” (hogar con más de 7 hermanos) en condiciones de gran precariedad material (pobreza, carencias etc.) - desertó del sistema educativo y/o empezó a trabajar muy joven (con menos de 15 años). -tuvo graves problemas afectivos o de salud. 7 Noción weberiana de tipo-ideal. PUNTO GÉNERO/65 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 C3. Una entrevistada integra la categoría “Falta de Elementos Decisivos” cuando: -no expresa directamente que vivió situaciones “problemáticas” o “muy problemáticas” (según los criterios que definimos en 1. y 2.) en la infancia. -no aluda a elementos que pueden hacernos pensar que vivió situaciones “problemáticas” o “muy problemáticas” (según los criterios que definimos en 1. y 2.) en la infancia. C4. Una entrevistada integra la categoría “Falta de Elementos” cuando: -no se cuente con ningún elemento sobre su infancia. Debemos precisar que la pertenencia a una categoría excluye (o engloba) la pertenencia a otra simultáneamente. Quisiéramos reiterar además, que estas situaciones de infancia/adolescencia pueden conducir a la vulnerabilidad de las personas, sin que ello signifique que luego experimentarán el recorrido prostitucional. Notoriamente solo una porción de las personas que pasan por momentos traumáticos terminan ejerciendo la prostitución, esto es, más allá de ciertas condiciones del ambiente, cada persona cuenta con diferentes capacidades, posibilidades, recursos y resiliencias que ponen en juego dadas las circunstancias. Los resultados Tomando como base de cálculo las entrevistas donde hay respuestas sobre la infancia, tenemos que una mayoría de las entrevistadas presenta relatos que nos aproximan a una infancia muy problemática o problemática (58,2%). Cuadro 1 Los contextos de la infancia. Categorías tipo Infancia muy problemática Frecuencia 40 Porcentaje 21.3% Fuente: elaboración propia Infancia Problemática 67 35.6% Falta de elementos decisivos 77 41.0% Falta de elementos 4 2,1% Como se dijo antes, estas categorías refieren a relatos que evidencian varios problemas vividos en carne propia por parte de las involucradas. La mayoría de las veces, estos relatos hacen referencia a dos ejes que son percibidos negativamente por las entrevistadas. El primer eje (eje de las relaciones de convivencia en el hogar) incluye relatos de violación, violencia reiterada entre integrantes del hogar; presencia de alcoholismo o drogas entre integrantes del hogar; dificultades de relación entre integrantes, etc. El segundo eje (eje de las dificultades de corte socioeconómico) refiere a la escasez de ingresos monetarios, dificultades para satisfacer necesidades básicas, deserción temprana del sistema escolar, estrategias de calle, etc. Es de destacar que esos ejes generalmente aparecen unidos: PUNTO GÉNERO/66 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 “Mi infancia no fue muy feliz por cosas que vi, como le pegaban a mi madre, y también ella tenía relaciones con su pareja, después cuando tenía doce años, fui acosada por la pareja de mi madre. No fue una infancia como me hubiera gustado tener”. (E1) “(Silencio).Y muy feliz no fue, me crié con mis hermanos, a mi madre no la conocí, vivía con mi padre que era alcohólico, con mis hermanos me llevaba bien, ahora ya no me llevo. Fue una infancia triste, no muy fue linda”. (E26) “Horrible, mi infancia fue horrible, muy fea. Viví con mi padre hasta los 9 años, casi cerca de los 9, falleció y me fui a vivir con mi madre, lo peor. Mi madre me pegaba y mi padrastro también”. (E29) “Mirá, mi padre y mi tío me violaban de niña y bueno, creo que ahora busco revancha sacándole plata a los tipos como ellos. (E54)” “Me acuerdo poca cosa, pero lo que nunca se me borró y nunca se me va a borrar que fue a partir de los nueve años más o menos, pasé por mucha cosa cuando chica, empezando que veía el “hijo de puta” de mi padre pegarle casi siempre a mi madre /.../ Pero lo que nunca me voy a olvidar es cuando veníamos llegando a casa y estaba rodeado de policías y mi abuela llorando discutiendo con mis tíos, llegamos y mi abuela nos abrazó fuerte me acuerdo (lagrimeando estaba la mujer), me agarro en la upa y mis tíos agarraron mis hermanos y nos llevaron para su casa, no entendía nada, me acuerdo que preguntábamos por mamá y por qué habían tantos “milicos” en las casa. Mis tíos no querían que mi abuela nos contara pero me dijo a mí y a mis hermanos que mi padre se había emborrachado y que había matado a mi madre y que después se había matado él, me acuerdo que lloré mucho esa tarde, mis hermanos pobres no entendían nada (E69) “Fue difícil, con un padre preso muchas veces y una madre alcohólica... hermanos drogadictos... jodida. Por más que uno quisiera ir por el buen camino la corriente te arrastraba. No tengo muchos recuerdos felices de cuando era niña” (E80) “La mía realmente no fue una infancia. Tengo recuerdos hasta los cinco, seis años y después no. Después de golpe cambió todo /…/ Mi primer cliente fue otro vecino. Cuando llegaba a mi casa mi madre me pegaba con el cordón de la plancha, así que no quedaba otra que arrancar a trabajar. Me cuesta decir “a trabajar” cuando hablo de prostitución, porque en ningún trabajo te desnudan, te penetran, te humillan, para mí no es un trabajo” (E103). Por fuera de los dos ejes señalados antes, corresponde señalar que las biografías respecto a las infancias problemáticas o muy problemáticas no encuentran necesariamente siempre su epicentro en la vida familiar. Puede darse el caso de una vida familiar que las entrevistadas describan más o menos “feliz” o “normal”, pero que luego se vea interrumpida por un acontecimiento que les termina marcando a fuego. Eso puede suceder con algunos casos de trata de personas. A continuación un relato donde se puede observar cómo la adolescencia de una persona se ve interrumpida violentamente mediante el engaño y posterior explotación: PUNTO GÉNERO/67 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 “- Mi infancia fue normal, tuve educación, me iba bien en el colegio, tuve amigos. Pasaba bien. Mira, creo que la “cagada”, aunque no lo creas, fue que mama me crió sola, era hija única, me dio todo, vivía entre “nubes de algodones”. Mama siempre fue trabajadora, siempre la “luchó” digamos. La cosa es que ta, a los 15 años me mandó a trabajar, ahora no se ve tanto que jóvenes trabajen. Yo cuidaba niños. Un muchacho de unos 25 años y su novia vinieron a visitar a su prima, la mama de los niños que yo cuidaba en ese momento. Venían de Italia, me hice muy amiga de esos chicos porque me parecían buena gente, y como te digo yo era muy inocente en todos los sentidos. Ahí fue que ellos me comentaron que tenían un varoncito, que allá en Italia pagaban mucho más que acá, que fuera y que mientras trabajaba con ellos podía vivir ahí, y también ir juntando para un alquiler e ir buscando otro empleo si quería. Vos imaginate, estuvieron acá en Uruguay mucho tiempo, yo los conocía, mama también y eran amigos, confiaba en ellos, la cosa es que le pedí a mama que me autorizara y firmara los papeles para poder salir del país, ella se negó muchas veces, pero al final cedió, porque quería que yo saliera adelante, y ella me veía como alguien que podía tomar sus decisiones propias. Bueno, así fue que me fui a Italia, al llegar fue horrible, porque no entendía nada, me cortaron todo tipo de comunicación, me hicieron una tinta en el pelo, me pusieron tacos y me vistieron como una puta, yo no entendía nada. Hasta que bueno, pasó…. -¿Qué fue lo que pasó? - El trabajo no fue lo que me habían dicho, me tuvieron encerrada un mes al oscuro, en una pieza chica, venían una vez por día a darme de comer, me drogaban. Me violaron y golpearon reiteradas veces. Me dijeron que mi vida podía cambiar y que podía ganar dinero y me sacarían del cuarto solo si yo aceptaba prostituirme. Era lo mismo que me hacían, solo que ganaría dinero. Bueno, ta, ya sabes, me comencé a prostituir, a drogarme” (E81). Las drogas están presentes en varios relatos sobre la infancia y observamos que en caso de adicción puede transformarse en uno de los principales motivos para comenzar con el ejercicio de la prostitución: “Comencé hace como 5 años. Empecé a fumar pasta base y no tenía otra forma de pagar, por eso empecé a parar acá” (E167). El 41.8% de la muestra, sin embargo, no arroja elementos decisivos para incluir los relatos en las categorías de infancia problemática o muy problemática. En este porcentaje, se incluyen varios casos donde explícitamente se hace referencia a una infancia “feliz” o al menos “normal”: “Mi infancia creo que fue bastante normal supongo no sé, eehh.. Madre, padre, hija única, nieta única… capaz que sí, en la relación con mis padres no fue la mejor, pero cero abuso. Y maltrato y eso no hubo, capaz que falto comunicación eso sí. Y ta”. (E2) Incluso, surgen de entre las entrevistas, algunos perfiles que definitivamente desligan PUNTO GÉNERO/68 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 cualquier vínculo o conexión posible entre la infancia y el posterior ejercicio de la prostitución: “Bueno, mi infancia fue en el interior, por lo tanto en el interior las cosas son más sanas, nos divertíamos con cualquier juego simple, esa fue mi infancia y fue feliz o sea no tengo nada que reprocharles a mis padres de que haya tenido pena o no haya podido vivir mi infancia, fue bien” (E75). Edad de iniciación prostitucional A partir de la Convención de los Derechos del Niño (1989) que exige a los Estados proteger a los niños frente a la explotación y los abusos sexuales, se suceden encuentros internacionales que van posicionando el tema de la explotación sexual infantil en la agenda pública. El de mayor notoriedad es sin duda el Primer Congreso Mundial contra la Explotación Sexual de los Niños (Estocolmo, 1996) que coloca en el debate público el concepto de Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA) y aprueba un Plan de Acción que continuaría en posteriores Congresos (Yokohama en 2001 y Río de Janeiro en 2008): “La explotación sexual comercial infantil es una violación fundamental de los derechos del niño. Comprende el abuso sexual por adultos y la remuneración en efectivo o en especie para el niño o una tercera persona o personas. El niño es tratado como un objeto sexual y como un objeto comercial. La explotación sexual comercial de niños constituye una forma de coerción y violencia contra los niños, y equivale a trabajo forzoso y una forma contemporánea de esclavitud” (Estocolmo, 1996). Aunque la mayoría de los países del mundo cuentan con legislaciones que prohíben el comercio sexual con menores de 18 años, lamentablemente es un hecho recurrente en nuestros países. Esta flagrante violación a los derechos humanos, comienza operando 8 dentro de contextos de alta vulnerabilidad en las familias de origen desatando luego los procesos de iniciación prostitucional a edades muy tempranas. En Chile, por ejemplo, un estudio de 2003 señala que la mayoría de las víctimas de la explotación sexual infantil fueron iniciadas en el comercio sexual a las 12 años de edad (SENAME, 2014), aunque otro estudio focalizado en trabajadoras sexuales señala que 11% de la muestra comenzó como menor de edad (Fasic, 2007: 3); un estudio para el caso de Costa Rica ubica entre los 14 y 16 años la edad de comienzo prostitucional para la mayoría de las víctimas niñas y adolescentes (Claramunt, 2002: 112); un estudio de 2001 para el caso de República Dominicana indica que 60% de sus trabajadoras sexuales se iniciaron con menos de 18 años de edad (UNICEF s/f: 6). Fuera de la región, en España, un estudio publicado en 2003 informa que 8.8% de quienes ejercen prostitución callejera comenzaron siendo menores de edad (Meneses Falcón, 2003: 65) aunque otro estudio para el caso de Andalucía señala los 16 años como edad media de ingreso (Defensor del Pueblo Andaluz, 2002: 19). En los Estados Unidos hubo hace algunos años una intensa polémica 8 Un estudio en Costa Rica, por ejemplo, señala que más del 50% de las niñas y adolescentes abusadas fueron víctimas en sus hogares antes de cumplir los 12 años de edad (Claramunt, 2002: 93). PUNTO GÉNERO/69 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 9 a partir de datos que afirmaban en 13 años la edad de inicio en el comercio sexual , lo que evidencia la dificultad de generar estadísticas fiables en estas materias. Un estudio de 1998, por ejemplo, señala en 14 años la edad promedio de ingreso al comercio sexual en los EUA (Farley et alt. 1998), en tanto otro estudio de 2010 refiere a un rango que va desde los 13 a los 18 años de edad, según la fuente (Chandrika, 2010: 19). Tomando como base las respuestas donde hay evidencia sobre la edad de inicio, tenemos de acuerdo al Cuadro 2, que el 31,7% de nuestra muestra comenzó siendo menor de edad, 23,1% comenzó apenas con mayoría de edad (18 y 19 años), en tanto el restante 45,2% lo hizo con más de 20 años de edad. Cuadro 2: Tramo de inicio prostitucional C.E.I.P. Menos [14-18] de 14 años. años. Frecuencia 8 51 [18- 20] Años. [20-25] años. [25-35] años. Más de NS/NC 35 años. 43 42 34 8 2 Porcentaje 22.9% 22.3% 18.1% 4.3% 1.1% 4.3% 27.1% Fuente: elaboración propia En el siguiente capítulo observaremos las conexiones entre una infancia problemática y el inicio en el ejercicio de la prostitución. Sin embargo, por fuera de estas conexiones, también operan en edades jóvenes, inicios que obedecen a otras peripecias de la vida. Por ejemplo, la maternidad luego de la mayoría de edad, pero sin acompañamiento de la familia y en situaciones de vulnerabilidad económica también tienen un peso significativo. A continuación, se expone el relato de un caso donde no se evidencian problemas en la infancia y adolescencia. El activante es un embarazo no deseado próximo a la mayoría de edad (18 años) que deriva en un aborto y en ruptura con la familia de origen. Luego, de una nueva relación con otro joven queda embarazada y se hace cargo de una niña. Con un empleo apenas suficiente para lo mínimo, bastó una enfermedad de su hija para que necesitara ingresos extras que solo pudo conseguir por medio de la prostitución: “Entonces me ennovio de nuevo y caigo embarazada. Tuve a la bebe, otro aborto no podía hacer, y tampoco tenía nadie que supiera donde hacerlo /…/ empecé a buscar trabajo, pero no conseguía nada, ni siquiera de limpiadora, y al decir que estabas sola con un bebe menos. Ahí en la pensión había un señor que me llevaba la carga, parecía amable y me consiguió trabajo en una empresa de limpieza. Él era guardia, yo trabajaba 8 horas, y me arriesgaba a dejar a la bebe en la pensión sola con una nena de 12 años que la cuidaba… Pero un día la bebe se enferma, no tenía plata ni para llevarla a emergencias del Pereyra, tenía muuucha fiebre y no paraba de llorar, ni nada, mucho escándalo en la pensión, mucho ruido, despertamos a todos, y el señor que me consiguió el trabajo me dio plata para que fuera al Pereyra, al otro día, me pidió la plata 9 Véase por ejemplo Mc Keel (2010) PUNTO GÉNERO/70 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 porque dice que era lo único que tenía, pedí un vale en el trabajo pero me lo negaron porque ya había cerrado la fecha de vales, así que cuando volví le dije que le iba a pagar pero cuando consiguiera. A todo esto y por los reiteradas veces de llantos y ruidos molestos me piden que me busque otro lugar porque ahí no se admitían más niños, además de que subían los precios de los cuartos, ¿a dónde iba a ir??? Sin plata, faltaba para cobrar, así que el buen señor de mi vecino, me dijo que él me podía ayudar, pero a cambio de algún favor. Yo no entendí enseguida, pero al minuto me di cuenta, solo pensaba en irme de ahí, y no verles más la cara, así que cerré los ojos y lo hice, lo hice. Yo aún era joven y no soy fea, así que con casi 21 años ésa fue la primera vez que me prostituí. Me pareció horrible, horrible pero fue un alivio irme y me pagó muy bien, entonces pensé ¿por qué no? (E86) Dado que la explotación sexual infantil es perseguida, muchas veces, la edad se “maquilla” para poder entrar en algunos circuitos de forma clandestina: “Al no tener educación y mucho dinero se me hacía muy difícil conseguir trabajo. Arranque en una whiskería muy conocida. Tenía 17 años, tuvimos que maquillar un poco mi edad para trabajar allí” (E98) Otro caso en el mismo sentido: “- Trabaje en una casa de una vecina haciendo limpieza y tendría más o menos ella trabajaba en una whiskería y veía que ganaba bien. Andaba siempre bien empilchada, que se había comprado una moto nueva y todo! Y ahí lo pensé. Un día le pregunte que tal era el trabajo, y me dijo que no, porque era muy chica. - ¿Entonces no arrancaste a esa edad a trabajar? - No, mas adelante ya tendría los 17 años - ¿Pero en esos lugares no tenés que ser mayor de edad para trabajar allí? - Jeje (se ríe irónicamente), sí pero ahí era media clandestina, estaba media tapada” (E123). Esta práctica ilegal se confirma por varios testimonios de entrevistadas que aseguran la existencia de menores en locales 10, “Siiii, en las whiskerías y cuando venia orden público, lugar donde yo trabajaba sin libreta, las escondían en los cuartos debajo de la cama, atrás de la barra como que eran, sobrinas y ya se iban” (E130). En otros casos y de forma más generalizada, el comienzo como menores de edad se da en la calle, o bien con conocidos, o bien mediante redes clandestinas. A continuación un ejemplo de comienzo infantil vinculado a ámbitos vecinales: 10 Esta práctica incluso ha sido confirmada a nivel judicial. En 2012, por ejemplo, se procesó con prisión a un policía por proxenetismo al comprobarse que varias menores se prostituían en una whiskería que éste regenteaba en la Ruta 102 y Melilla (Subrayado, 2012). PUNTO GÉNERO/71 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 “Como a los quince años tuve que salir a trabajar para ayudar a mi madre, porque si no, no comíamos, viste. Empezamos a salir con unas vecinas del barrio y ahí algo de plata conseguíamos. Íbamos pa´ las casas de unos vecinos, más grandes que nosotras y ellos nos pedían que hagamos cosas y nos daban plata. Poca, no mucha pero ta” (E161). En el siguiente relato se muestra también un comienzo temprano en redes vecinales, aunque con móviles diferentes al caso anterior: “Comencé allá por la zona donde vivía. Yo quería conseguir plata para mí como sea y había muchos gurises que todavía eran unos pichones a esa edad, por más que hasta eran mayores que yo. Además, como estaba casi todo el tiempo sola podía hacer lo que quería que ni se enteraban /…/ “Tendría 15. Pero yo no lo veía como prostitución. Va, creo que ni siquiera sabía que significaba prostituirse. Lo hacía con conocidos para agarrar algo de plata y hasta a veces sin cuidarme. Era bastante inconsciente todavía (E169)” En algunos casos, las redes se originan en el mismo contexto familiar. En el siguiente testimonio la explotación sexual se origina con el marido de una de nuestras entrevistadas: “Yo me case de muy joven, tenía 15 años y mi marido tenía 35 años. Me fui de mi casa a vivir con él y ta, al principio fue todo muy lindo. Él me trataba bien de bien y bueno, como te dije, yo era muy chica, es más: él fue mi primer hombre y yo estaba contenta, porque sentía que me había independizado y mis padres apoyaban mi relación. Los primeros meses pasamos bien de bien, después yo quedé embarazada y tuve a mi primera hija, Antonella y ta, ahí empezó toda el tema. Él empezó a tomar y me pegaba, igual no era muy seguido pero ta, después empezó a presentarme amigos de él y hacia que me acostara con ellos (risa irónica). Sí, sí, así como lo escuchas, así empezó todo” (E139). En otros casos, las redes de explotación infantil se van tejiendo desde estructuras profesionales: “Me fui de la casa de mi madre cuando tenía 16 y una amiga me presento a un tipo en la Ciudad Vieja que nos dio trabajo en su bar, ahí me dijo lo que tenía que hacer para ganar buena plata y no lo pensé 2 veces” (E179). Aún así, existe un tipo ideal de comienzo tardío en la prostitución, que, por lo que pudimos observar, se encuentra más ligado a la necesidad de muchas mujeres por lograr sustento económico autónomo luego de generarse la separación con la pareja, divorcio de sus maridos o incluso viudez. A continuación ejemplos en esta materia: “Bueno yo me case siendo muy joven, las cosas en el interior no marcharon para mi esposo, viajamos a Montevideo con mis dos hijos que eran pequeños, este… acá pensamos que Montevideo nos abría las puertas, para la gente del interior y no PUNTO GÉNERO/72 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 funciono el matrimonio acá y él me deja con mis dos pequeños hijos y bueno, lo que comprende los gastos de la casa yo no sabía, este…que hacer ni como desempeñarme. Fui a una empresa de limpieza y me pagaban muy poco en realidad y mis hijos necesitaban calzarse, alimentarse y ya no era la misma vida que afuera y comentando con una vecina mis tristezas y mis cosas ella me invita a ir a la prostitución y de esta manera me involucre en eso /…/ Y… tendría treinta y pocos años” (E75). “Después de 10 años de casada me separé de mi marido y empecé a trabajar porque no consigo trabajo y tengo que mantener a mis 3 hijos” (E84). “Hace tres años que me quede sola, yo estaba casada, estuve casada 22 años, este…mi marido estaba trabajando y entraron a robar en el supermercado y lo mataron. Y yo me quede con mis hijas, tengo una nena de 18 y una nena de 9. Me quede sola con ellas y ta el dueño del supermercado me ayudo pero ta no daba para nada y ta no conseguía trabajo, nada” (E96). En esta tipología de iniciación (iniciación tardía por recomposición familiar) incluso hay casos que refieren a cortes económicos medios donde se aprecia una abrupta caída de ingresos que asociada a importantes gastos típicos de clases medidas terminan por desencadenar la decisión de obtener ingresos por medio de la prostitución: “Me separé y quedé con un montón de agujeros que, de préstamos y cosas que me quedaron de mi pareja, y él se fue para Argentina, entonces toda la plata que entraba en el almacén, no podía comprar mercadería, entonces, me fui fundiendo, fundiendo fundiendo. Como tengo una nena que va al colegio, va a natación, va a inglés, va a esto y lo otro, busque por todos lados, y los sueldos son muy bajos y no me cubrían nada, y bueno no me quedó otra que ésta /…/ Empecé hace dos semanas a mis 38 años de edad” (E174). Una variante en este tipo de comportamiento, en parte presente en este último relato, tiene que ver con el vínculo entre la maternidad responsable y el ejercicio de la prostitución. Este fenómeno contribuye a legitimar entre las implicadas su opción por este oficio. Eso significa, que la prostitución termina viéndose como una suerte de sacrificio para que los hijos nopasen necesidades, o como dice nuestra siguiente entrevistada, para que no pasen las necesidades que muchas de estas mujeres tuvieron que vivenciar en sus infancias: “Fue hace dos años. El tema fue que me separé. Yo lo quería a mi ex marido y fue un golpe muy duro volver a quedarme sola, mi hijo se había encariñado con él y fue difícil volver a estar sola. Además él me ayudaba con los gastos, bueno, éramos un matrimonio donde nos ayudábamos pero tá, él un día encontró algo mejor y se fue y ahí fue cuando empezó. El sueldo donde yo trabajaba era $10.000: ¿qué hago con diez mil pesos? Nada. Empezamos a comer arroz y todo eso, pero ya no aguantaba más y dije no! mi hijo no puede pasar lo mismo que pase yo! no, negativo, lo que yo sufrí no quiero que lo sufra él y ahí fue cuando agarre el diario y dije ya está” (E149). “Bueno, comencé a través de una conocida que me comentó de lo que trabajaba y PUNTO GÉNERO/73 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 cuanto ganaba, y bueno fui y probé, no era lo que más me gustaba pero bueno, todo sea por mis hijos” (E156). En algunos casos, cuando la decisión de prostituirse está asociada a una imperiosa necesidad de obtener ingresos económicos, se registran relatos traumáticos como el que sigue: “(llorando) a veces me pregunto ¿qué hago yo con un tipo acá adentro, si mi madre no me crió así?, ¿entendes?, no me crió así como para estar trabajando acá… ¿a quién le gusta? ¡A nadieee!, no me gusta que vengan diez tipos y te toquen ¡nooo! No es para mí. (E87) Hay sin embargo relatos que se alejan del tipo ideal de quien llega a la prostitución como última estrategia de sobrevivencia. En las antípodas con esta tipología se encuentran aquellos relatos donde la propia entrevistada no muestra evidencia de infancia problemática y se refiere a su ocupación como la más aconsejable cuando se aprecia el dinero fácil: “Yo comencé en esto porque necesitaba una cierta cantidad de plata, que no la puedo conseguir con un laburo normal, aparte yo nunca termine mis estudios, entonces la ganancia de dinero que gano por día en esto no es lo mismo que con un trabajo normal /…/ el trabajo éste es plata fácil y bastante” (E131). En el mismo sentido se expresan otras entrevistadas, por ejemplo: “La mayoría de las mujeres siempre asocian que hay que tener una infancia complicada para entrar. En mi familia tengo asistente social, tengo policías, tengo maestra, son de entorno bien, nunca nadie estuvo preso, nunca nadie tuvo problemas con nadie. Yo empecé a los 26, porque me gustaba la calle… cuando empecé la plata, era otra época, se trabajaba distinto, se trabaja bien, era buena plata” (E132). “Yo tengo otra profesión, soy esteticista y nada, para cumplir ciertas metas y ciertas aspiraciones económicas no llegas, es así, ¡no llegas! Acá es más complicado pero llegas mucho antes. ¿Entendés? Yo a los 23 años me fui a vivir sola y equipé toda mi casa. Otra chica en mi otro laburo, otra chica en otro laburo normal, por más de que hagas 12 horas, y estudies y tengas toda una carrera no lo logras; ¡mentira! No logras las metas económicas que acá es un poco más complicado pero las logras mucho antes” (E178). Los vínculos entre infancia e inicio en la prostitución A los efectos de visualizar los posibles vasos comunicantes entre el contexto de vulnerabilidad que podría generarse en los momentos de la infancia y el comienzo en la prostitución, hemos creado las siguientes categorías: Indicio de conexiones directas (ICD). Se considera que existe indicio de conexiones directas cuando las narraciones marcan una salida directa del ámbito de la infancia al ejercicio de la prostitución. PUNTO GÉNERO/74 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 - Indicio de conexiones indirectas (ICI) Se considera que existe indicio de conexiones indirectas cuando las narraciones exponen otros hechos sociales entre la infancia y el inicio en el ejercicio de la prostitución, siendo que esos hechos podrían estar asociados a vulnerabilidades surgidas en tiempos de infancia. Son considerados hechos que contribuyen al ICI: Inicio temprano de vida en pareja con posterior crisis y necesidad de generar ingresos rápidos Maternidad temprana y necesidad de generar ingresos rápidos Problemas con drogas Falta o inexistencia de indicios en las conexiones (FIC) Se considera existe falta de indicios en las conexiones, cuando no se observan ni ICD ni ICI. Aplica, por ejemplo, cuando el inicio en el ejercicio de la prostitución se desplaza un tiempo respecto a la infancia y adolescencia. También aplica cuando en la entrevista no existen suficientes elementos de vinculación. Estas categorías de análisis tienen antecedente en una rica discusión de teoría e investigación sociológica que analiza las conexiones entre las situaciones vividas en la infancia/adolescencia con el inicio en la prostitución y ciertas relaciones directas o indirectas. Es así que Musto y Trajtenberg, cuando analizan en la literatura comparada los factores asociados al inicio en la prostitución, se refieren a algunas explicaciones que ponen el acento en las edades tempranas, a saber: la pertenencia a arreglos familiares problemáticos o disfuncionales, el abuso físico, sexual o emocional, tipos de experiencias sexuales vividas en la juventud (precocidad, mayor cantidad de parejas, etc.), situación de calle o estrategias de huída del hogar, y consumo problemático de drogas (Musto y Trajtenberg, 2011: 9-10) Una vez cruzadas estas categorías con las de IMP e IP, obtenemos 25 relatos de IMP con ICD, 12 relatos con ICI y 4 co FIC. Mientras tanto, las entrevistadas con IP presentan 20 casos con ICD, 19 casos con ICI y 27 con FIC. De acuerdo a esta información, y como era de esperar, las conexiones directas operan de forma muy contundente entre las personas entrevistadas que narraron episodios de infancia muy problemáticas (doblando su presencia respecto a los ICI), en tanto las conexiones indirectas tienen un aporte similar a los ICD entre población con IP. A continuación expondremos algunos pasajes que describen cómo se vivencian las conexiones entre infancia y comienzo en el ejercicio de la prostitución. Ejemplos de Infancia Problemática o Muy Problemática y conexiones directas: “Al ver que mi madre venía con plata y yo quería vestirme, salir, pasear, igual que mis amigas, tomé la decisión de trabajar de lo mismo que ella hacía. No sabía bien qué era al principio, pero tuve la oportunidad de acompañarla una noche a una parada de ómnibus dónde ella me enseñó cómo se hacía y qué se hacía (E5) En este pasaje se observa cómo en una situación de extrema vulnerabilidad, la PUNTO GÉNERO/75 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 prostitución es transmitida de una generación a otra mediante un activante, que es el deseo de “vestir” y “salir”. La prostitución aquí es vista como una salida normal para hacer frente a las necesidades de la sociedad de consumo. “A los 15, creo, mi padre me regalaba por unas copas a sus amigos… y yo me quedaba con algo para la merienda del liceo (E54)” Este pasaje corresponde a las vivencias en un contexto de alta vulnerabilidad social y económica. Nuevamente el contexto familiar es el que activa la prostitución de forma directa, aunque a diferencia del caso anterior, la entrevistada es víctima de las decisiones del padre. A continuación, otro relato de iniciación intergeneracional, generado en un contexto de vulnerabilidad familiar: “Me acuerdo poco, éramos 3 hermanos, yo la menor. Mi vieja iba y venía, todo el tiempo entraba y salía gente. Mi hermana, la mayor, era la que me cascaba a mi pero la que me despertaba y me mandaba a la escuela. Ahí era donde aplacaba el hambre, teníamos una vecina que era hincha pero, a veces nos arrimaba algo, pero solo cuando mi vieja no estaba. Al final, uno de los tipos que venía, se fue quedando, un día lo vi que manoseaba a mi hermana, y aunque apretaba los dientes, me hizo seña de que me callara. Yo estaba acostumbrada a ver a mi vieja, pero no me gustó verla a mi hermana así, después supe que la había iniciado mi vieja, creo que no llego a dos años más, que me tocó a mí. Ahí, mi vieja se quedaba con la guita, pero por lo menos había de comer todos los días. Al año me fui a la mierda con una amiga que tenía un año más que yo y ya tenía algunos clientes, ahí la plata era solo para mí” (E77). En otros casos no se aprecia transmisión intergeneracional, pero sí una conexión directa entre infancia problemáticas o muy problemáticas e inicio en la prostitución en edades muy tempranas: “Comencé en unos de esos días que salía a pedir en la calle desde monedas, hasta algo de comer. Un hombre bastante mayor me ofreció dinero a cambio de que pasara la noche con él. Tenía 15 años” (E67). En este pasaje se observa con nitidez la conexión entre pobreza extrema y prostitución infantil. Si bien el hogar “expulsa” a la niña en búsqueda de dinero, la prostitución no fue una estrategia del hogar, sino una oferta ajena. Otros ejemplos parecidos al anterior: “Ehh… si tuve una infancia complicada. Mi madre es alcohólica, somos cinco hermanos. Tuve que salir a trabajar desde chica. Estábamos de intrusos. Tenía que hacer algo por mis hermanos, y la verdad no sabía hacer nada. Al tener a mi madre alcohólica, no me enseñó nada /…/ Ta. Y lo único que supe hacer fue acercarme a hombres, y bueno fue lo que hice. Tenía 14 años… Al principio tenía miedo, pero me largué sola…” (E91) PUNTO GÉNERO/76 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 “Empecé a los diecisiete años y empecé por… por rebeldía más que nada, bueno porque no me llevaba bien con mi madrastra, como entenderás porque tampoco debe haber sido, debe haber sido fácil para ella criar una hija que el marido tuvo con otra mujer, entonces no…no nos llevábamos muy bien desde la niñez /…/ como que ella se vio obligada a criarme, entonces nunca me trato demasiado cariñosamente como se trata realmente a un hijo. Bueno ta, y entonces nunca nos llevábamos bien y eso se presentó en la adolescencia, bueno… un día me echó y no tenía yo donde vivir, donde comer, que comer no tenía nada y bueno ta empecé (E24). Aquí se observa cómo en situaciones de vulnerabilidad familiar, la rebeldía, el afán de libertad, de desprendimiento de un contexto que oprime, se elevan como motivos que empujan a este tipo de salidas. La prostitución pasa a ser un mecanismo de ingresos económicos rápidos que permiten cortar con un vínculo familiar ya descompuesto y que es visto como opresor por parte de la entrevistada. Esta “huida del hogar” ha sido ya expuesta y estudiada en los clásicos trabajos de Silbert: “What the results of the study do suggest is that some victims of juvenile sexual abuse run away from home because they have no other way of avoiding the various abuses inflicted on them”11 (Silbert y Pines, 1981: 3). Otro relato en el mismo sentido: “Lo peor de mi vida esos años. Yo nací en Paysandú y vivía con mi madre y el novio, que no estaban casi nunca en casa y ninguno de los dos tenía un peso, imagínate...y lo poco que tenían se lo gastaban en cigarros y vivían chupando cada vez que podían. Mi padrastro se puede decir que era alcohólico de verdad y se ponía bastante violento a veces. Era inaguantable para mi estar en mi casa porque no tenía nada para hacer cuando estaba sola y era un embole, pero era peor todavía cuando llegaban mi vieja y el novio que vivían discutiendo, Yo prefería estar en la escuela que es lo mejor que recuerdo de cuando era niña. Apenas cumplí 16 años me vine para acá…” (E169). En el siguiente relato también se manifiesta una conexión entre contexto familiar vulnerable e inicio prostitucional: “Con 15 años pasaba todo el día en la calle. Un día paró un hombre y me invito a que subiera a su auto, y me ofreció plata para acostarse conmigo. Y como no tenía nada que perder me fui con él, así comencé; él iba cada vez que tenía ganas o me mandaba amigos como clientes. Yo y mis amigas vimos que era un buen negocio, solo por sexo que es algo fácil teníamos plata para lo que quisiéramos” (E173). En todos estos casos, la salida hacia la prostitución es vista por las entrevistadas como una estrategia para cambiar hacia una mejor vida en relación con un contexto familiar que ya no soportan. Nótese cómo este último pasaje se refiere a cómo se consigue 11 Los resultados del estudio sugieren que algunas de las víctimas de abuso sexual de menores huyen de casa porque no tienen otra forma de evitar los diversos abusos infligidos a ellos. Traducción nuestra. PUNTO GÉNERO/77 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 dinero de manera “fácil” que podían gastar en lo que quisieran, en obvia referencia a ganar en libertad, al menos en el plano del consumo. El siguiente ejemplo muestra también la necesidad de dejar un contexto familiar que en este caso por su situación económica, resultaba asfixiante para la entrevistada. Con 18 años, y debido a los deseos de tener un mejor nivel de vida decide prostituirse mirándose en el espejo de la hermana de una amiga: “Y tenía… 18 años. Estaba harta de no tener nada, no podía salir a bailar porque no podía pedir plata para eso. Mi madre se había puesto a coser para gente del barrio, pero no daba para mucho. Un día me pudrí después de haber discutido con ella, no me acuerdo bien por qué, pero nos habíamos peleado mal. Y yo conocía una muchacha del barrio que sabía que se prostituía y siempre la veía súper arreglada y con la mejor ropa; y era hermana de una compañera del liceo. Fui a la casa de esa compañera, así como que la iba a ver a ella y la hermana estaba ahí; en un momento cuando me iba ella salió a abrirme el portón y junté coraje y le dije que yo sabía lo que ella hacía y que yo quería hacer lo mismo, me miró se rió y me dijo: “¿vos estás segura de que querés trabajar en lo que hago yo?” y le dije que sí. Después que me fui a mi casa me puse a pensar y dije como esta mina no me pegó una piña (risas). Y ta, como a la semana me llevó a la casa de masajes donde trabajaba, habló con un tipo que estaba ahí, que supongo que le dijo que yo iba a ver cómo era el trabajo, se ve que le dijo que si y ta, al otro día empecé a trabajar ahí” (E117). Ejemplos de infancias problemáticas o muy problemáticas con conexiones indirectas. “Faa… Mi infancia fue brava, mi infancia fue muy sufrida. Yo fui abusada de niña, por mi padre, no abusada con penetración pero viste que a veces el abuso va por otro lado y marca más secuelas. Y bueno, después quede embarazada a los 14 años y tuve mi hijo a los 15 y de ahí disparé de mi casa. Si bien rogaba en el embarazo que mi hijo naciera varón para que no pasara lo que yo había pasado, disparé y me fui. Salí a rodar, salí a buscar trabajo, pero claro ‘la gurisa’ tenía 15 años y en ningún lugar me daban trabajo. Me metí con cama, trabajé con cama durante un tiempo, me re basureaban, era la primera en levantarme y la última en acostarme. Me aislaban, me ponían en un cuartito chico a comer sola, aparte como un perro. Después salí a vender libros. Y después conocí a un loco, que me puso a trabajar… “(E35) En este relato se observa un periplo de penurias que terminan activando la búsqueda de ingresos mediante prostitución. Nuevamente el contexto familiar es visto como opresivo, pero a diferencia de los casos anteriores, hay otros hechos biográficos que se suceden en el medio, caso típico de un embarazo adolescente y la necesidad de contar con un trabajo para constituir un nuevo hogar. “Yo perdí la virginidad con 13 anos, me quede embarazada y ahí fue cuando comencé a necesitar plata. Primero conocí a un señor mayor que me ayudaba siempre, después este señor falleció y no me quedó otra que ir a una esquina, después a una parada. Al principio tenía miedo pero después me fui acostumbrando” (E61) PUNTO GÉNERO/78 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 Casos como éstos, reflejan cómo el embarazo adolescente en determinados contextos de alta vulnerabilidad, activa la necesidad de encontrar búsqueda inmediata de ingresos. La entrevistada explica que sentía miedo al hacerlo, aunque luego se acostumbra. “A los catorce años quedé embarazada de mi hija. Me fui de mi casa y viví dos años con el padre de mi hija, pero no era fácil. Empecé a trabajar como moza en un boliche nocturno y ahí se dio porque tenía otras compañeras en mi trabajo que lo hacían. Y no me quedó otra, no me quedó otra… yo me separé del papá de mi hija y estaba sola. Fue como lo más fácil que encontré. No pude estudiar, que me hubiera gustado. Fue la opción que tenía. Era eso o la calle. Yo tenía que sacar a mi hija adelante, darle de comer, donde vivir” (E79). En este ejemplo podemos ver una serie de conexiones: hogar fracturado, embarazo adolescente, constitución de nuevo hogar, necesidad de empleo, concreción de ingresos mediante empleo. Luego de la separación, sin embargo, los ingresos del empleo no son suficientes y como trabajaba en el “ambiente” se decide por la vía del trabajo sexual. La entrevistada en la encrucijada afirma que no tenía opción, reconociendo que la falta de estudios y la responsabilidad como madre le conducen directamente a esa dirección. CONCLUSIONES Comparando los resultados de las investigaciones en los años 2004 y 2014, encontramos un leve retroceso en el porcentaje de entrevistadas que afirman haber tenido una infancia problemática o muy problemática. Mientras que en 2004 respondieron de esa manera el 69,4% de la muestra, diez años después el porcentaje desciende al 58,2 %. ¿Esta caída podría interpretarse como una tendencia hacia un tipo de trabajadora sexual que no explica su situación por contextos de vulnerabilidad? ¿Podría ello favorecer una lectura del tipo feminista liberal? Creemos que aún no tenemos suficiente evidencia para dar una respuesta categórica en estas materias. Ciertamente que, al menos para el caso uruguayo, el cambio de valores que ciertas encuestas de opinión pública muestran hacia una mayor tolerancia en general (Raffaniello et alt, 2010), así como una mayor visibilidad social del fenómeno de la prostitución, puede llevar a que aumenten los casos de ingresos a esta actividad por decisión fundada y sin que medien ciertos factores de riesgo como los analizados en este artículo. Sin embargo, aún no disponemos de los elementos necesarios para dar una respuesta categórica. Por otra parte, las cifras siguen mostrando una mayoría absoluta de trabajadoras sexuales que han nacido y crecido en contextos de vulnerabilidad socioeconómica y ese contexto directa o indirectamente está condicionando el inicio prostitucional, lo que nos lleva a pensar que el mundo de la prostitución se sigue nutriendo fundamentalmente de mujeres en situación de vulnerabilidad, además de un fuerte componente de niñas y adolescentes que en sí mismas se encuentran en situación de explotación. En cuanto a la segunda variable analizada, tenemos que las edades de inicio en la PUNTO GÉNERO/79 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 59-84 prostitución descienden levemente en el corte que va hasta los 20 años (65,1% en 2004 y 55,4% en 2014), aunque se mantienen casi en los mismos niveles cuando el corte es la mayoría de edad: quienes comenzaron como menores representaban el 31,4% de la muestra diez años atrás y representan 31,7% en la actualidad: una de cada tres personas que ejercen la prostitución comenzaron siendo menores de edad, lo que obviamente nos lleva al campo más explícito de la explotación sexual comercial. Donde sí se observan mayores distancias es en el corte de iniciación tardía. Mientras que en 2004 el 15,4% de la muestra respondió haber comenzado luego de los 25 años, ese porcentaje aumenta al 22,6% en 2014. Por lo tanto tenemos aquí una relación bastante interesante entre la caída en el porcentaje de entrevistadas con infancias problemáticas y el aumento en el número de casos de prostitución tardía. Esta asociación podría estar mostrando la mayor presencia de un tipo prostitucional específico, a saber, el de mujeres que entran en la prostitución a edades tardías, activadas fundamentalmente para obtener ingresos económicos luego de algunos de los quiebres analizados antes (separación, divorcios, urgencias para atender necesidades de los hijos, etc.). En estos casos, como es lógico, hay una mayor disociación con los elementos de la infancia o directamente no hay presencia significativa de elementos traumáticos en los relatos de la infancia entre quienes se prostituyen tardíamente. Respecto a nuestros resultados, solo un caso de los ocho analizados entre mujeres que se prostituyeron con más de 35 años, presenta elementos problemáticos en los relatos de su infancia. Este indicio se apoya además en el hecho que mientras el 31,7% de la muestra comenzó a prostituirse siendo menores de edad, ese porcentaje asciende al 58% cuando nos detenemos en los relatos de infancia muy problemática. En resumen, estos datos parecen confirmar que el contexto de vulnerabilidad en la infancia impacta mayormente para el inicio prostitucional temprano (menores de edad) y conforme se aplaza en la línea de tiempo el inicio prostitucional, la asociación con un contexto de infancia problemática o muy problemática se va desvaneciendo. Bibliografía Bagley y Young (1987). Juvenil prostitution and child sexual abuse en Canadian Journal of Community Mental Healt N. 6, p. 5-26. Barriga, S, Trujillo, I (2003). Prostitución ¿Libertad y Esclavitud?, Revista Andaluza de Ciencias Sociales N. 3, p. 95 – 111. Barry, Kathleen (1996). The Prostitution of Sexuality, New York, NYP. Chandrika, Uma (2010). “Clinical Bias: Do Counselors' Perceptions of Prostitution Impact Their Work?, Boston College Electronic Thesis or Dissertation. Claramunt, María (2002). “Costa Rica: explotación sexual comercial de personas PUNTO GÉNERO/80 Revista Punto Género Nº 5. 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Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 El amor y las furias: Reflexiones en torno al amor, el maltrato y la violencia en el seno de las relaciones de pareja lesbiana Love and the Furies: Reflections about love, mistreatment and violence inside of lesbian relationships Angelina Marín Rojas Resumen El presente trabajo corresponde a una síntesis de parte del tercer capítulo de mi tesina de máster titulada El amor y las furias, segunda etapa de la investigación de continuidad en torno al maltrato y la violencia en el seno de las relaciones de pareja lesbiana, cuya primera fase culminó el año 2009. Retomando la conclusión de la intersección de diversos sistemas de opresión que se articulan y actúan en el espacio relacional construido por la pareja, fortalecidos y catalizados por la actuación de la lesbofobia social e internalizada, la heteronormatividad y los modelos de amor hegemónicos, estableciéndose como un continuo de discriminación, maltrato y violencia, se profundiza y discute en torno al amor romántico como construcción ideológica y en los mecanismos a través de los cuales viene aprendido, incorporado y suscrito por las mujeres, en particular por las lesbianas. Palabras clave: Lesbianismo – violencia – feminismo – amor romántico. Abstract This article it is a synthesis of the third chapter of my master thesis entitled “Love and the Furies”: the second stage of a research about abuses and violence inside lesbian’s relationships, whose first phase was completed in 2009. In the paper, I retake the thesis’ conclusion about the intersection of various systems of oppression that articulate and act on the relational space created by the couple. This mechanism isreinforced and catalysed by the action of the social and the internalized lesbophobia, heteronormativity and hegemonic love models, establishing like a continuum of discrimination, abuse and violence. Finally I discuss in depth romantic love like an ideological construction and the mechanisms through which is learned, incorporated and signed by women, particularly by lesbians. This work corresponds to a synthesis of the third chapter of my master's thesis titled Socióloga, Universidad de Chile. Máster Erasmus Mundus en Estudios de las Mujeres y de Género, Universidad de Granada- Università di Bologna. PUNTO GÉNERO/85 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 Love and the Furies, the second stage of the investigation of continuity around the abuse and violence within relationships of lesbian couple, whose first phase ended in 2009. Returning to the conclusion of the intersection of various systems of oppression that articulate and act on the relational space built by the couple, strengthened and catalyzed by the action of social and internalized lesbophobia , heteronormativity and love hegemonic models , establishing itself as a continuum of discrimination , abuse and violence , and discusses deepens around romantic love as ideological construction and the mechanisms through which is learned , built and signed by women , particularly lesbians. Key words: lesbianism – violence – feminism – romantic love Introducción A principios del año 2009 presenté en la Universidad de Chile mi tesis de grado: Violencia y maltrato al interior de las relaciones de pareja lesbiana: El segundo closet (2009), dando cuenta de un fenómeno complejo e invisibilizado, enmarcado en el continuo estructural de violencia contra las mujeres. Los resultados de dicha investigación evidencian que la comprensión del fenómeno requiere atender a la intersección de diversos sistemas de opresión, que se articulan y actúan en el espacio relacional construido por la pareja, fortalecidos y catalizados por la actuación de la lesbofobia social e internalizada, la heteronormatividad y los modelos de amor, en particular aquel basado en el amor romántico de carácter parejil-familista1. El año 2013 presenté en la Universidad de Granada y la Università di Bologna, una segunda investigación titulada El amor y las furias: Amor romántico en el cine lésbico y su relación con el maltrato y violencia en relaciones de pareja lesbiana a fin de dar, en primer lugar, continuidad a la temática de investigación, profundizando a su vez en algunos conceptos claves; en segundo lugar, abordar y profundizar teóricamente en las nociones de amor, en particular en el amor romántico de carácter parejil-familista, enfatizando en los aspectos ideológicos de dicha conceptualización y en su implicancia en las relaciones de pareja lesbiana; y, finalmente, una discusión y reflexión crítica de las representaciones del amor romántico de pareja y familiar en fuentes cinematográficas con temática lésbica, referenciales en el seno de la llamada cultura lésbica y que conforman lo que podría denominarse un cine lésbico mainstream2. El presente artículo 1 Según conceptualización de modelo amatorio parejilfamilista desarrollada por Margarita Pisano. No profundizo aquí sobre las categorías temática lésbica ni cine lésbico mainstream. Para referencia véase:Marín Rojas, 2013. 2 PUNTO GÉNERO/86 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 constituye una síntesis de parte del tercer capítulo de esta investigación, presentando algunas de las conclusiones de la primera investigación y una profundización en torno al amor romántico como construcción ideológica. Quisiera señalar, antes de comenzar, que para abordar el maltrato y violencia en las relaciones de pareja lesbiana es ante todo necesario desmontar, desde una mirada lesbofeminista, una serie de presupuestos y estereotipos en torno al lesbianismo, fundamentados en una interpretación del mundo enmarcada en el pensamiento heterosexual (Wittig, 1980/1981)y que, o sugieren la imposibilidad de relaciones de poder entre dos mujeres dadas las características de su género o bien, que las relaciones de poder, en caso de existir, se producen por la adhesión a roles heterosexuales por parte de cada una de las integrantes de la pareja, de modo que una lesbiana masculinizada será activa y violenta per se, como pasiva y no violenta será una lesbiana feminizada, lo cual niega cualquier posibilidad fuera de los roles heteronormados. Estos dos presupuestos han contribuido a la negación e invisibilización de la existencia de relaciones de maltrato en las relaciones lésbicas que alcanzan inclusive al movimiento feminista como a los movimientos LGBTIQ. Teniendo en cuenta lo anterior, este trabajo pretende ser una aportación para pensar las relaciones amorosas entre lesbianas, las dinámicas de maltrato y violencia que ocurren en su seno y las posibilidades de crear otros paradigmas amatorios, en donde los afectos no compitan entre sí, donde las subjetividades sean libres y autónomas y no sea la aniquilación el único destino. 1. Ideología Amorosa y Heteronorma La heteronormatividad es un entramado complejo que estructura las relaciones sociales que, a fin de mantener la cohesión y estabilidad, requieren de la organización de las emociones, los afectos, los cuidados, a la vez que de las prácticas eróticas y sexuales. Así pues, no sólo hablamos de una práctica sexual buena y una mala o de la jerarquía de valor de las mismas, hablamos también de una pauta, una guía de afectividades, emociones, consecuentes comportamientos y relaciones interpersonales que serán también definidos como correctos y deseables. Los movimientos feministas, lésbicos feministas y desde hace ya algunos años el queer, han dado cuenta y denunciado el vínculo de las instituciones del matrimonio y la familia patriarcal como parte fundamental del sistema de opresión hacia las mujeres, denunciando a su vez la existencia de una construcción ideológica de los afectos - el amor- que promueve la sumisión de las mujeres a la autoridad masculina (Estado, padre, hermano, esposo, hijo). Dicha posición de sumisión se sostiene mediante la acción de una retórica que “adormece” la capacidad crítica de las mujeres y las convierte no sólo en dóciles súbditas inconscientes de su cautiverio, sino que también en posibles cómplices y colaboradoras del poder heteropatriarcal. La teórica feminista Marcela Lagarde ve, ya en la literatura feminista del siglo XVIII, un profundo análisis PUNTO GÉNERO/87 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 crítico del amor, siendo el primer aporte revolucionario del feminismo el de “ubicar el amor en la historia” (2001: 19), rechazando de este modo la naturalización del amor y revelando el carácter socialmente aprendido del mismo. El aporte del feminismo viene a desestabilizar la idea de que existe El Amor o,en palabras de Lagarde, implica una crítica a la visión de que “el amor es universal y ahistórico, es eterno, tiene valores universales idénticos y se rige por una moral universal” (Ibíd.). 1.1. El amor en Occidente: Mito, cortesía y romanticismo3 El amor es una construcción ideológica a la cual se atribuyen una amplia gama de emociones, conductas, prácticas, discursos, símbolos, etc. y que como tales forman parte del aprendizaje social. Implica la reproducción arquetípica de los elementos que incorpora, a modo de un sistema que se retroalimenta y recrea a sí mismo. La construcción ideológica del amor no es única ni universal, está dotada de historicidad, por lo que refleja en sus muchas y diversas expresiones la realidad sociohistórica y geopolítica, tanto como las diversas doctrinas y tradiciones filosóficas con las que convive; así también el amor no es eterno, en tanto que los ideales y valores de los pueblos tampoco lo son. Denis de Rougemont ve en el amor un fenómeno histórico con un marcado referente en la construcción ideológica del amor cortés, cuyo carácter es fundamentalmente religioso. A modo de ejemplo, en el popular mito de Tristán e Isolda, señala, se oculta la doctrina de los Cátaros quienes veían en la renuncia a la materia una vía de purificación, conocimiento y acceso a la salvación. Es en los valores de dicha doctrina que se construye la retórica del amor cortés, donde el objeto y relación de adoración deben permanecer sin mácula que les corrompa, estableciendo un vínculo entre amor y pasión, relacionada esta última ineludiblemente con el sufrimiento, con la desgracia asociada al abandono a la materialidad y al cuerpo, es decir, la corrupción de lo sacro. El amor pasión es el amor mortal, “amenazado y condenado por la propia vida” (Rougemont, 2010:16), del cual emergen los ideales del amor cortés donde el obstáculo, la desgracia y el sufrimiento significan una ascesis4 que encuentra su mayor expresión en la muerte, superación radical del obstáculo de la materia y la posibilidad del encuentro en la Unidad. La poesía, el “lenguaje del amor”, género que en Europa encuentra algunos de sus exponentes fundamentales en los trovadores, para Rougemont no es otra cosa que “la exaltación del amor desgraciado” (ibíd.: 77). La poesía de los trovadores cuenta con una retórica y un sistema fijo de leyes - las leysd’amors- con las que se construye el relato del “amor perpetuamente insatisfecho” (ibíd.). Este amor no apela al matrimonio, sino 3 Tomaré como principal referente en este punto el trabajo de Denis de Rougemont (2010; 1939), quien dedicó gran parte de su vida a escribir y revisar su obra El amor y occidente, en la que realiza una exhaustiva revisión de mitos Europeos y en particular del popular mito de Tristán e Isolda. 4 El concepto de ascesis refiere al seguimiento metódico de reglas, prácticas y desprendimientos necesarios para alcanzar la virtud y la liberación del espíritu de las trabas de la materia y el cuerpo. PUNTO GÉNERO/88 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 más bien lo cuestiona en su limitación meramente funcional y material, siendo la unión deseada aquella que está más allá de los límites mundanos de la vida. Ahora bien, tal como con un objeto de adoración sacro, la ritualidad es relevante, apunta el autor, siendo fundamental el “domnei o donnoi5, vasallaje amoroso” (ibíd.: 78), mediante el cual se accede a la gracia a través del homenaje y la ofrenda de servidumbre. Las raíces místicas y paganas del Roman comienzan a desaparecer a partir del siglo XIV; sin embargo, su retórica permanece, volviendo material a la mujer y dirigiendo el amor a una versión idealizada de ella, que la mantiene “inaccesible en su jardín escarchado de alegorías *…+ El obstáculo6 a la unión amorosa está representado por la exigencia moral, y ya en modo alguno religiosa: ya no es una ascesis mística, sino un refinamiento del espíritu, que debe llevar al amante a merecer el don” (ibid:78). El romanticismo es para Rougemont la vulgarización y democratización del mito, en donde la pasión se ha convertido en un derecho que no es más que “vaga obsesión de lujo y de aventuras exóticas” (ibíd.: 238) totalmente ajena a una ascesis. Numerosos cuentos infantiles famosos hasta nuestros días ponen en evidencia la existencia de dos fuerzas en conflicto, por una parte la burguesa y por otra la romántica, respondiendo a lo que Rougemont llama “influencia anarquizante de la pasión” (ibíd.: 239). Por una parte, la inclusión de la lógica del mérito transforma la relación romántica en una relación de carácter económico, a la cual todos pueden acceder en virtud de su esfuerzo, coincidiendo con el advenimiento de doctrinas filosóficas que promueven la lógica del trabajo y los bienes materiales como un camino de salvación en la Tierra. La mujer es un premio concreto que se traduce en alianzas y estatus, donde por supuesto la idea de consentimiento no tiene ninguna importancia. Pero el burgués moderno ya no desea la muerte, dice Rougemont, sino que requiere conciliar “*el+ deseo de que nada se arregle y *el+ deseo de que todo se arregle; deseo romántico y deseo burgués” (ibid:.240-241), para lo cual se ha valido - sobre todo en el cine- de la figura estilística del happyend, el cual constituye una acción radical que resuelve rápida y eficazmente el conflicto de deseos mediante la supresión oportuna del obstáculo y la cancelación estratégica de la imaginación hacia el futuro: manos unidas, un beso, una imagen “que compense la decepción del romántico ante el alivio del burgués” (ibid:241). El amor romántico no sólo instala y reproduce una lógica de meritocracia de los afectos, conectada con los valores -y deseos- de la burguesía y el capitalismo, sino que también se convierte en un exitoso producto del sistema económico, a la vez que en relevante promotor de sus valores, en tanto que exalta la propiedad privada, la división social y sexual del trabajo, la entrega gratuita del trabajo reproductivo y de cuidados, la idea de movilidad social a través de la acumulación y el mérito. Como “producto especializado del capital” (Esteban, 2011: 106), el amor romántico vende su pasión a través de los diversos medios culturales y de comunicación, a través de la publicidad, de bienes materiales, rituales, cenas, viajes, etc., todos catalogados como “románticos”. 5 6 Cursiva en el original. Cursiva en el original. PUNTO GÉNERO/89 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 ¿Cuáles serían las transformaciones, adaptaciones o correcciones ideológicas necesarias para la subsistencia del amor romántico en el capitalismo neoliberal? Si el modelo capitalista exalta la propiedad privada, la competencia y la meritocracia, éstas debieran adaptarse y volverse superlativas en un modelo de carácter neoliberal, lo que implica abrir los mercados a la participación de todos los agentes que actúan, buscando alcanzar el mayor beneficio - en virtud de su audacia y mérito-, y desde la gestión privada crear un universo de oportunidades que, aunque impliquen grandes sacrificios como el endeudamiento, den la posibilidad al audaz de alcanzar la gloria. ¿Significa esto que la construcción ideológica del amor romántico se abre a la participación de nuevos sujetos, por ejemplo las lesbianas? ¿Qué pruebas deben pasar estos nuevos sujetos? ¿Cuál es la gloria? 1.2. Un amor conducente a la aniquilación La noción de amor para Rougemont está en principio asociada a la búsqueda de sufrimiento, relacionada a su vez con la noción de mujer contenida dentro del popular mito de Tristán e Isolda, la idea de “sufrimiento fecundo7 que halaga o legitima oscuramente, en lo más secreto de la conciencia occidental, el gusto por la guerra” (ibid:247); esto queda en evidencia tanto por el lenguaje guerrero del amor como por el uso de metáforas bélicas que reproducen las ideas de conquista, estrategias de combate, tácticas militares y triunfo sobre la mujer. Si el lenguaje del amor es privado de su relación mística, se convierte en un relato de fuerza cuya ascesis es totalmente material, aquella de los derechos adquiridos por las leyes de la guerra y la conquista, y por lo tanto, con una concepción androcéntrica de la sociedad en la que prevalece el derecho del mejor guerrero, más allá de las voluntades y de la verdad8. El mito de Tristán e Isolda narra una épica donde los amantes se ven involucrados involuntariamente y les envuelve la fuerza arrolladora de la pasión. El encuentro de los amantes sucede por la acción de un encantamiento, un filtro de amor - por error bebido- que permite “describir una pasión cuya violencia no puede ser aceptada sin escrúpulo” (p.49). El encantamiento después de tres años desaparece y la cordura retorna, de modo que cada quién se verá enfrentado a tomar el camino que se le ha señalado de acuerdo a su género y rango. El arrepentimiento opera como una posibilidad de redención, pero si la añoranza de la pasión lleva a buscar formas de revivirla, el destino será el sufrimiento, una vida de penitencia para alcanzar la redención. Pero el objetivo del mito es la ascesis, señalar el camino de la virtud y liberación del espíritu, que, en su versión original, debe redimir tanto la falta como el hecho de haber nacido en el mundo de las tinieblas, el mundo de lo material: el cuerpo y la vida en este mundo son el más grande obstáculo y la muerte el mayor triunfo. La acción del filtro de amor, convertida románticamente en fatalidad amorosa, introduce 7 Cursiva en el original Ej.: los duelos de honor. 8 PUNTO GÉNERO/90 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 desde mi visión, en primer lugar, la idea de finitud de la pasión amorosa: tres años, que corresponden a la duración del filtro; en segundo lugar, la legitimidad de una búsqueda permanente de la emoción de la pasión, un deseo de sufrimiento sin unidad en la muerte; y, en tercer lugar, la idea de intercambiabilidad del objeto de amor, es decir, la idea de una mujer intercambiable (Rougemont, 2010:30; Guiducci, 1977: 27) y que en su reemplazo deviene inmutable. Una búsqueda eterna de Isoldas, una búsqueda que se rebela a la idea monógama de fidelidad masculina donde no es posible la traición, pues Isolda es una idea, que sólo toma forma una vez tocada por el caballero (Sánchez Espinoza, 2006). La pasión es un camino hacia la gloria, pero una de la cual Isolda(s) no participa(n) salvo mediante la fortuna de haber sido alcanzada por la pasión del caballero. En la ópera Tristan und Isolde de Wagner, basada en el homónimo mito medieval, se representa, en gran parte del Acto II, la tragedia de los amantes incapaces de trascender al obstáculo del cuerpo mediante un encuentro nocturno furtivo donde se lamentan de la existencia de la conjunción “und” (“y”) que separa sus nombres. Pero la desaparición del “und” vinculante es insuficiente para alcanzar la “verdadera felicidad” pues, mientras permanezca el nombre, la individualidad, no será posible el encuentro en la Unidad, por lo que es necesario renunciar inclusive a la individualidad, renunciar inclusive a aquello que se respeta y admira: “*…+ ¡Es necesario que el otro deje de ser el otro, y por tanto que ya no sea, para que deje de hacerme sufrir y que sólo haya “Yo-elmundo”9!” (Rougemont, 2010: 313.). Esta ansiedad fuera del sentido místico no es más que una búsqueda de asimilación de la subjetividad del otro u otra, a la subjetividad del uno o una, en definitiva: la aniquilación. La construcción ideológica amorosa cortés y romántica revelan en su retórica una interpretación del mundo en un eterno binario: una separación original radical que enfrenta en polos opuestos toda la realidad, pero que en su conflicto pareciera recordar a un estado unitario perdido; una interpretación polar del mundo en eterno conflicto de absolutos10, donde la fuerza del deseo de cada una de las partes, es lo que mantiene el equilibrio del universo. En él se enfrentan la noche y el día, el sol y la luna, que representan principios irreconciliables cuya única posibilidad de encuentro pareciera ser siempre la aniquilación simbólica de uno (como en el caso de los eclipses de luna y sol) o ambos. El obstáculo, cumple en la retórica romántica la función de señalar la separación (“und”, “/”), por lo tanto, mientras más grande e insalvable el obstáculo, mayor la pasión. Si el más grande obstáculo es la muerte, su transgresión es el motivo de mayor gloria pues “el hombre creado, que pertenece a la Noche, no puede encontrar la salvación más que dejando de ser y “perdiéndose” en el seno de la divinidad” (ibid:69).La tragedia de la pasión, en un sentido místico, permite la superación momentánea de lo que divide y la participación fugaz en una Unidad divina, por lo que los amantes “se sienten arrebatados “más allá del bien y del mal” en una especie de trascendencia de nuestras comunes condiciones, en un absoluto indecible, incompatible con las leyes del mundo, pero que experimentan como más real que este mundo” (ibid:40). 9 Cursiva en el original. Bien/Mal, Masculino/Femenino, Guerra/Paz, Sacro/Profano, Vida/Muerte, etc. 10 PUNTO GÉNERO/91 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 El romanticismo alemán, señala Rougemont, expresa el mito dando cuenta de una relación dialéctica entre los principios que componen, en su forma más elemental, lo que he llamado eterno binario. Esta dialéctica, de origen maniqueo, viene a significar que: “El mismo impulso que llevaba el alma hacia la luz y la unidad divina, considerado desde el punto de vista de este mundo no es más que el impulso hacia la muerte, una separación esencial” (p. 226). ¿Y si es el camino de la razón ilustrada la nueva ascesis? ¿Y si el burgués ilustrado no desea renunciar ni al deseo ni a la pasión? Es pues la guerra lo que resta en la retórica amorosa, la fuerza, la apropiación violenta de la subjetividad del otro que en su otredad encadena; por medio de la violencia de la conquista se reedita la pasión que lleva a la liberación, que no es más que amor a sí mismo y deseo asimilación de la otredad, que en caso de resistirse deberá ser conquistada por la leyes de la guerra: La violación a manos de Don Juan o la muerte a manos de Sade (ibid:215-219), imperio o guerra (ibid:265-269). 1.3. La construcción ideológica del amor romántico El análisis del mito amoroso evidencia un ideal construido sobre base negativa, donde confluyen la tragedia, la pasión y la muerte, porque “*e+l amor feliz no tiene historia. Sólo el amor mortal es novelesco” (Rougemont, 2010:16). La retórica amorosa repite una y otra vez la fórmula “iniciación, pasión, cumplimiento mortal” (p.234) ocultando mediante la idealización amorosa el gran misterio de su complicidad con la muerte, un misterio que no queremos admitir. Esta gran contradicción amorosa es posible por el carácter ideológico de la construcción del amor: “*…+ El amor como lo sublime y el amor como engaño, no se afectan, no se invalidan entre sí, sino que se entienden como perfectamente compatibles” (Esteban, 2011: 53). Así, como dice Margarita Pisano “el amor viene mal nacido” (2004b: 93-95), está basado en un modelo de sufrimiento: la eterna carencia; un incompleto esencial que, en el ideal de amor enseñado actualmente, sólo es posible de resolver mediante la acción de otro u otra que se posee o nos posee. Un amor que no es más que exaltación de un yoindividual que no ama al otro - ama la idea de amor- sino que además desea su aniquilación en sí mismo; un amor que ha transformado en retórica a los sujetos de amor y les ha simplificado en el “caballero” y la “princesa”. En estas condiciones: “¿Cómo concebir un afecto humano entre dos tipos simplificados de esta manera?” (Rougemont, 2010: 41). La simplificación de los sujetos, la contradicción entre lo sublime y el engaño, la alegría y la muerte segura, insisto, sólo son posibles de concebir dado el carácter ideológico del amor romántico. El amor romántico no es un mito, es un constructo ideológico específico que exalta la negatividad como camino a la trascendencia, valiéndose para ello de una retórica y un espectro de representaciones que cumplen una fórmula PUNTO GÉNERO/92 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 narrativa11 específica donde el obstáculo y la superación del mismo, cobran centralidad. La clave negativa del amor romántico se basa en la pasión que no es otra cosa que desgracia, un suicidio, una clave ideológica que instala y exalta ”la escasez, no la abundancia. El encarcelamiento y no la libertad. Una muere siempre de alguno de estos males: duelen lo mismo, matan lo mismo” (Pisano, 2004a: 66-67). Conceptualizar el amor romántico como un mito o como un conjunto de mitos, ubica al amor en un espacio de irrealidad fabulosa, mágica e irracional, omitiendo las implicancias políticas, materiales y simbólicas del amor, a la vez que se irracionalizan e irresponsabilizan los discursos y prácticas de quienes en su nombre cometen atrocidades y vejaciones de todo tipo. Si bien las construcciones ideológicas cortés y romántica comparten la clave negativa de su retórica, no comparten sus ideas de trascendencia; mientras una observa la trascendencia en la unidad divina por medio de la moderación y la castidad, la construcción romántica trasciende en vida material y alcanza la gloria en una forma equivalente a la victoria militar. Por supuesto, en ambas construcciones la mujer tendrá un rol diverso; en la primera representa la divinidad, la pureza y debe ser adorada, mientras que en la segunda debe ser conquistada. Coincido con Mari Luz Esteban cuando describe al amor romántico como: *U+n tipo de ideología cultural *…+ que incita a la búsqueda de la trascendencia, incluso de la felicidad, a través del amor, y se convierte así en la modernidad en un sustituto de la religión; que vincula la pasión a la tragedia y la muerte, y otorga el máximo valor a cualquier proceso amoroso que implique superar dificultades; que idealiza la relación e hipertrofia la parafernalia amorosa(2011: 44) El amor romántico expresa una determinada ideología de género en la cual los roles son diferenciados, respondiendo a un binario que ubica “hombre/mujer” en posiciones no sólo antagónicas, sino que también en total desequilibrio. Mientras el amante transita “de puerto en puerto”, ella se mantiene fija en su espera, porque la representación de la mujer, aunque vinculada a la divinidad, carece de movilidad, salvo de la mano de un interventor masculino: el padre o el héroe. Mientras la retórica romántica enseña a los hombres la guerra, la conquista, la aventura, el valor del mérito y la competencia, a las mujeres les enseña la necesidad de prepararse para convertirse en un objeto deseable de ser conquistado, pues el único modo de sobrevivir en sociedad -de acuerdo a los ideales sujetos “simplificados” del romántico- es que las mujeres dediquen su vida a “enseñar a sus hijas los trucos para sobrevivir dentro del patriarcado, haciéndose gratas y uniéndose a hombres poderosos o económicamente solventes”12 (Rich, 1973: 136). Mujeres de merecer, hombres merecedores. La mujer es construida como “el otro” cuya diferencia inquietante es suprimida, permitiendo así el mantenimiento del orden y la exorcización de los miedos más 11 Obstáculo>Encantamiento>Pasión>Fin del encantamiento>Superación total y/o cancelación del obstáculo. Véase Marín Rojas, 2013. 12 AdrianneRich analiza aquí el libro Women and Madness de Phyllis Chesler. PUNTO GÉNERO/93 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 profundos - la pérdida y la muerte- y, dando cuenta a su vez del deseo humano de reincorporación tanto a la unidad como al universo (Monticelli 2007: 67-82). Sin embargo, en el amor romántico no basta la construcción de la mujer como “el otro” para la subsistencia del “yo-el-mundo”, es necesario, tal cual lo ha hecho el Dios, el control sobre la otredad radical, su asimilación en la propia y única subjetividad. El amor romántico y su modelación amatoria es “masculinista en esencia” (Pisano, 2004a: 66) y, en consecuencia, su realización en la construcción de pareja “está patriarcalizada en el dominio” (ibíd.: 66). Así también su retórica, sus representaciones, su visión del mundo, son los de la dominación masculina (Bourdieu, 2012) que “convierte a las mujeres en objetos simbólicos” (ibíd.: 86). Este no-ser autónomo se encuentra ubicado por efecto de la dominación en un “estado permanente de inseguridad corporal o, mejor dicho, de dependencia simbólica” (ibíd.:86). El amor romántico se pretende a su vez como una “configuración emocional e identitaria, la romántica, que jerarquiza las distintas interacciones amorosas”, de modo que “su pasión” ”entra en tensión con otros tipos de amores, lo que posibilita a su vez la consolidación de un determinado orden social, desigual” (Esteban, 2011: 44). Pero ante todo es heterosexual, siendo la plenitud sólo posible por la acción del otro heterosexualmente normado pues, ideológicamente requiere de la conformación binaria de las relaciones; en consecuencia, “implica no sólo privilegiar una forma de deseo frente a otras posibles, sino una forma de entender las relaciones entre lo masculino y lo femenino absolutamente dicotómica y complementarista” (ibid:48). Así pues, las narrativas y discursos del amor romántico dan por sentada la heterosexualidad y reproducen la idea de que la tensión heterosexual es fundamental para la existencia y reproducción de la sociedad (Rich, 1980; Wittig, 1980). 2. Pensamiento Amoroso y Modelos Amatorios El amor romántico como construcción ideológica forma parte de una particular concepción del mundo, de la vida, de las relaciones sociales e interpersonales, que exalta la idea del mérito y la acumulación para alcanzar la gloria, lo que no sólo hace referencia a los afectos sino que a todos los aspectos de la vida, instalando una lógica de competencia permanente. Sin embargo, en tanto que el romántico exalta la pasión de carácter más bien anómica, el amor requiere articularse con otras construcciones ideológicas que “canalicen su comportamiento”, entre las cuales se encuentran otras ideologías y modelos amorosos que tienen por fin estructurar no sólo la sexualidad, sino también los afectos, los cuidados y los vínculos entre las personas, de acuerdo a la norma social, es decir, patriarcal y heteronormada, androcéntrica y adultocéntrica, sexista, clasista, racista, misógina y homo/lesbo/trans fóbica. El pensamiento amoroso13(Esteban, 2011) como articulación alcanza e influencia todos los espacios sociales e institucionales y, en consecuencia directa, las prácticas de la 13 Conjunto articulado de símbolos, nociones y teorías en torno al amor. PUNTO GÉNERO/94 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 gente, “estructurando unas relaciones desiguales de género, clase y etnia, y un modo concreto y heterosexual de entender el deseo, la identidad y, en definitiva, el sujeto” (ibíd.: 23). Según Esteban, el pensamiento amoroso, como ideología cultural, comparte con el amor romántico la pretensión de prevalencia por sobre otras emociones, afectos, valores o facetas humanas; por ejemplo el amor familiar14 puede prevalecer sobre la justicia o la alegría; oel amor de pareja sobre la verdad. El pensamiento amoroso implica también “una representación y una organización concreta del parentesco, de la familia, del matrimonio, construcciones que van todas a la vez” (ibíd.: 48). Por lo tanto, el pensamiento amoroso es histórico, cultural e ideológico y, señala Esteban, serán unas determinadas coordenadas las que lo producen y consolidan. De la articulación en el pensamiento amoroso emergen modelos y sistemas amatorios (Pisano, 2004b) que estructuran la orientación y la práctica amatoria dirigiéndola a ciertos sujetos y/u objetos en vez de a otros. Estos modelos son aprendidos ya no sólo a partir de una retórica, narrativa y representaciones particulares, sino también a través de una ritualización, cuyo ejercicio dura toda la vida (Esteban, 2011: 50), promovida por un amplio y extenso aparataje cultural de relatos, imágenes, juegos, canciones, fiestas, etc. La ritualidad corresponde a la práctica de una determinada performatividad amorosa (ibíd.: 51) que imita las referencias y representaciones del aparataje cultural mencionado, a la vez que lo articula con las referencias provenientes de espacios de socialización como la familia y la escuela. La performance amorosa y los rituales son fundamentales para la consolidación y reproducción de los modelos amatorios, configurándose como mecanismos de integración y participación social en tanto que forman parte de una concepción de mundo “compartida” en el mejor de los casos; por fuerza, hegemónica, en la mayoría. Las construcciones ideológicas que se articulan en el pensamiento amoroso se aplican diferenciadamente para hombres y para mujeres, se aplican según la heteronorma; del mismo modo sucede con el amor romántico y su performance amorosa, en la que se simplifica diferenciadamente a los sujetos, correspondiendo a la mujer la representación de la eterna espera y al hombre la eterna conquista: “la princesa” y “el caballero”. Si pensamos en afectividades no heterosexuales cabe retomar y replantear la pregunta de Rougemont15: ¿Cómo se puede concebir un afecto humano entre dos mujeres o dos hombres simplificados de esa manera? ¿Cómo se puede concebir un afecto no heteronormado entre sujetos que han nacido, crecido y aprendido el amor de esta manera? ¿Cómo se puede concebir un afecto entre dos mujeres formadas en la espera y la desolación? 2.1. La idealización romántica Uno de los elementos que conforma la retórica del amor romántico es la idealización del mismo, de sus dinámicas relacionales - el momento del encuentro, el 14 Que ya implica en la mayoría de los casos definiciones heteronormadas y burguesas de familia. ¿Cómo se puede concebir un afecto humano entre dos sujetos simplificados de esa manera? 15 PUNTO GÉNERO/95 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 enamoramiento o la pasión y la muerte (o en su defecto el happyend)- y de los sujetos de amor. La primera y principal de todas las idealizaciones es aquella de El Amor en sí mismo, que convierte al amor en un “sentimiento y experiencia sublime” (Esteban, 2011: 52-53), de modo que aunque sea vivido de forma dolorosa y terrible, es mágicamente asociado a felicidad, se tiene “el deber” de ser feliz16. La idea del amor como “el mayor de los sublimes” es lo que hace que tenga centralidad y prevalencia frente a otros aspectos de la vida de las personas, pues le otorga el carácter de “lo más genuino del ser humano, el motor por excelencia” (ibíd.: 53). La segunda idealización está relacionada con la carencia, con el miedo, el miedo a los otros y el miedo a la soledad, y corresponde a la idea de que el amor es un refugio donde las personas se encuentran a salvo de la orfandad permitiendo una “verdadera” realización del sí mismo (Esteban, 2011; Lagarde, 2012, acceso online: 10/08/2013). La idea de refugio es construida diferenciadamente para hombres y para mujeres, constituyéndose el hombre en el “protector” de la mujer que ha sido a su vez educada en el miedo, la dependencia y la creencia de que nunca está completa, plena por sí misma (Pisano, 2004b; Lagarde, 2012). Si para las mujeres los hombres son el sosiego, para los hombres las mujeres deben ser el “descanso del guerrero” a la vez que amantes complacientes de los deseos del caballero-soldado. La idea del amor como refugio por una parte exalta una idea androcéntrica de virilidad que impone a los hombres un “deber ser” patriarcal, que les obliga a ser “fuertes y valerosos caballeros” a la vez que un “eficientes proveedores”; mientras que a las mujeres exige una extraña pero por siglos entrenada- mezcla entre madresposas, virgen-monja, putas, hijas y esclavas17 (Lagarde, 2011). Otra idealización amorosa ubica la experiencia y la simbólica del amor dentro del ámbito de lo irracional (Rougemont, 2010: 49, Pisano, 2004b: 94; Esteban, 2011: 53), de modo que las decisiones y los actos cometidos en su nombre están desprovistos de razón y como consecuencia, desprovistos de conciencia y responsabilidad. La irracionalidad es central en la ideología romántico amorosa, “perder la cabeza”18 es una de las condiciones del romántico, una medida del amor. Así, en tanto que se “recupera la cabeza”, se “sienta cabeza”, se termina la acción del filtro, se pierde el amor. Bajo el amparo de esta idea se han cometido - y se seguirán cometiendo- miles de crímenes “de amor”. De la articulación de estas tres principales idealizaciones amorosas románticas -sublime, refugio, irracional- derivan un sin número de idealizaciones que tanto tienen que ver con la experiencia concreta del amor, como con la percepción de la realidad del vínculo y la sanidad del mismo. También derivarán idealizaciones y distorsiones asociadas a cada uno de los sujetos que participan de la relación amorosa romántica y, que les 16 Es la dialéctica de base negativa que se ha expuesto con antelación. Categorías que desarrolla Lagarde en Los cautiverios de las mujeres. 18 … y el cuerpo, agregará Pisano. Perderse entera precisaría yo, para no mantener en el lenguaje la estructura del eterno binario. 17 PUNTO GÉNERO/96 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 comprometen a determinados comportamientos y parafernalia amorosa hipertrofiada” (Esteban, 2011: 44). performatividades: “una Las nociones de propiedad, territorio, celos, dolor, angustia, miedo, ahogo, muerte, cobran en la construcción romántica un sentido positivo, puesto que son la “prueba” de que se está efectivamente “enamorado”. Estas nociones se encuentran asociadas en el significado al deseo de asimilación de la subjetividad alterna como un modo de asegurar su control y al deseo de fusión aniquilante en el “Yo-el-mundo”, porque “las proyecciones de propiedad sobre otra persona son las formas de buscar finalmente nuestras seguridades” (Pisano, 2004b: 185), un modo de resolver el miedo de orfandad (Lagarde, 2012). En la misma línea se encuentra la idea de fidelidad amorosa, siendo el reconocimiento explícito, la ruptura del tabú, de que el amor romántico está basado en el dominio, en la relación amo/siervo. El dolor, la angustia, el miedo, el ahogo, la muerte son positivas en la dialéctica de la negatividad, que sugiere que aquello más deseado es, precisamente lo que lleva a la perdición. Todas estas emociones, sensaciones y símbolos, están relacionadas con el miedo: a no encontrar, no reconocer, a que no dure, a que se vaya, que no retorne, que se pierda, que se apague, que escasee, que se acabe… El Amor. Porque, como faceta humana ideológicamente prevalente, El Amor se pretende cómo único y eterno, lo cual nos lleva a la idea romántica del “amor de la vida”, el “verdadero amor”, único e irrepetible, que aunque fracasado permanece como huella indeleble y reconocible para las próximas experiencias que deberán “conformarse con lo que ha quedado”. 2.2. El modelo amatorio romántico parejil-familista De la articulación en el pensamiento amoroso (Esteban, 2011) de diversas construcciones ideológicas, símbolos, nociones y teorías en torno al amor emergen modelos amatorios (Pisano, 2004a/b), que estructuran y orientan la práctica amatoria, estableciendo marcos y pautas de comportamiento en relación con las diversas dimensiones y espacios de la vida social. Los modelos amatorios son a su vez socio-geohistóricos y por lo tanto se encuentran relacionados con la particular sociedad, cultura y tiempo en el que se desarrollan y, valga la redundancia, responderán a las ideologías hegemónicas del contexto. En consecuencia, los modelos amatorios serán diversos y diversamente entenderán, agruparán, clasificarán, regularán y jerarquizarán, por una parte (al menos), idealización, erotismo, intimidad y durabilidad; por otra, la interacción entre los individuos y el parentesco (Esteban, 2011). Así, en una sociedad basada en la supremacía de algunos sobre otros, los modelos amatorios serán en consecuencia jerárquicos: heteronormados, clasistas y racistas. Y, puesto que responden a una base ideológica fundamentada en un eterno binario, serán también modelos pares, es decir, en pareja. PUNTO GÉNERO/97 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 Margarita Pisano (2004a) plantea que las mujeres nos encontramos atrapadas en un modelo amatorio que además de romántico es parejil y familista19, cuya profundidad y asentamiento en el simbólico es de tal modo hegemónica, que tiene la capacidad de recuperar para sí las experiencias afectivas que intentan subvertir la heteronorma. Según este modelo, la experiencia amatoria tiene sólo un camino: la pasión amorosa, la pareja y la familia, y todas las relaciones debieran conducirse del mismo modo. En esta “religión amorosa” la unidad divina se alcanza en la pareja, en el matrimonio, y la trascendencia, en la familia. Es el triunfo final de una particular visión de la trascendencia, posible sólo a través de la comunión Sujeto/Religión/Estado: la trinidad. El modelo parejil-familista está a su vez idealizado, atribuyéndosele características que de per se no posee: “no es comprensivo, honesto, fiel ni tampoco un lugar de derechos humanos. Todas estas condiciones las tienen o no las personas por sus valores y creencias culturales” (Pisano, 2004b: 93-94), porque si nuestra socialización “mujeres” es en la dominación, en un no ser que se materializa a través del ser masculino, no es posible una relación de horizontalidad, porque la base es el dominio. Este modelo impulsa a las mujeres a la pareja, la convivencia, el matrimonio, y bajo este mismo se sostienen los imperativos relacionados con la maternidad y la familia. La articulación del romántico, la pareja, el matrimonio, la maternidad y la familia es posible mediante el espacio vacío del happyend que le sitúa “*…+ en el mundo del matrimoniofamilia-consanguinidad con su proyección de fidelidad para toda la vida” (Pisano, 2004b: 94). Es el definitivo alivio del burgués frente a la incertidumbre romántica. Así como el amor implica una felicidad obligada, no ser parte del modelo implica el supuesto de infelicidad, carencia, in-completitud20 e imposibilidad de trascender. Por ello, indica Pisano, “ante esta perspectiva la gente se queda aferrada a una pareja por el miedo de transitar por estas soledades, que expresan - para lo establecido - el sin sentido del vivir *…+ un ser solo, sin pareja establecida, empieza a ser un apartado” (2004b: 94). Pero el modelo amoroso romántico parejil-familista fracasa siempre o casi siempre (Bosch et al. 2004-2007), porque “viene mal nacido y en estas condiciones es el lugar de la violencia, física, intelectual y psicológica. *…+ es el gran espacio de las decepciones y las ilusiones nunca alcanzadas” (Pisano, 2004b: 95). Pero no es sólo una desgracia, es también tremendamente peligroso para las mujeres, porque han sido socializadas en la dominación masculina, que les lleva a creer que sólo por la intervención del amor proveniente de un otro-pareja-masculino, con quien se constituye pareja y familia (y se vive feliz para siempre…), cobra sentido la vida (Bosch et al. 2004-2007). Así, el amor deviene un elemento estructural de la feminidad (Esteban, 2011: 107) que convierte a las mujeres en una identidad trágica: “alguien que espera” (Ibíd.). Y, “aunque todas las mujeres no aspiren a encontrar un hombre rico o ni siquiera se sientan atraídas por hombres, y/o estén satisfechas con sus propios proyectos, sí siguen fantaseando (muchas) con alguien que está en algún lugar esperándolas. O más bien ellas esperan” 19 Conceptualizaciones acuñadas y desarrolladas por Margarita Pisano. La palabra incompletitud no existe en el diccionario RAE sin embargo si existe completitud referido a la cualidad de completo, por este motivo se ha separado con un guión del prefijo negativo in. 20 PUNTO GÉNERO/98 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 (Ibíd.). Uno de los mayores riesgos de este modelo amatorio es su valoración distorsionada de la dificultad y el riesgo, pues ve en ellos las pruebas del amor. El amor redime al pecador, al maltratador; el amor salva al perdido y al condenado; porque el amor es devoción y pertenencia; porque el amor resiste a todas las dificultades; porque “contigo a pan y cebolla”; porque “con sangre de mis venas te marcaré la frente, para que te respeten y sepan que tú eres mi propiedad privada”21. Este amor no es más que “el deseo de tener-poseer para completarse” (Pisano, 2004b: 95), puro deseo egótico, puro deseo capitalista, pura violencia; y, la presencia permanente y continua de su retórica en los diversos medios culturales - literatura, música, cine, publicidad - no hace más que reproducir y recrear el modelo, extendiéndolo y eternizándolo al infinito (Bosch et al. 2004-2007). 3. El Segundo Closet Hace años que el movimiento lésbico feminista denuncia y busca problematizar desde una perspectiva política el maltrato y la violencia en las relaciones de pareja lesbiana. Sin embargo, el fenómeno continúa siendo invisibilizado y silenciado pues, en primer lugar, en torno a él se articula un complejo entramado de prejuicios que niegan su existencia basándose en los roles y estereotipos que derivan de la construcción de género heteronormada (Tron, 2004; Marín Rojas, 2009); en segundo lugar, por la invisibilización y aislamiento de las parejas lésbicas, consecuencia de la discriminación y la lesbofobia, social e internalizada, (Sardá, 1996; Viñuales, 2002; Falquet, 2006; Marín Rojas, 2009); y, por último, por las dificultades “estratégicas” que implica para ciertos sectores del movimiento LGBTI centrados en la lucha por el matrimonio y la adopción, pues enturbia las posibilidades de aceptación al relacionar a la pareja no heterosexual con comportamientos violentos socialmente indeseables (Marín Rojas, 2009). El programa argentino Desalambrando aborda el maltrato y la violencia entre lesbianas desde el año 2002, un tema que en Latinoamérica, dadas las condiciones de discriminación y exclusión hacia las personas no heterosexuales, fortalecidas entre otros factores por el imperio de las dictaduras y su herencia, ha sido relegado y visto dificultades para su debate y reflexión. Pese a lo anterior, gracias a Desalambrando y a la insistencia y compromiso de diversas activistas se ha logrado generar e iniciar la sistematización del conocimiento y reflexiones en torno al fenómeno, comenzando a hablarse del Segundo Closet (Eiven, 2006; Marín Rojas, 2009) dada su similitud con la situación de ocultamiento, encierro, invisibilización, negación y angustia (como falta de aire) que viven las personas no heterosexuales al verse forzadas, por temor o seguridad, a no revelar su orientación diversa, siendo este el primer closet. Salir del closet22 implica una serie de riesgos para las lesbianas: el rechazo del entorno 21 22 Del vals peruano “Propiedad Privada”, de Modesto López Otero. Salir del armario, coming out. PUNTO GÉNERO/99 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 social significativo, la violencia, la marginación, la ridiculización y la discriminación, son algunos de ellos. Sin embargo, salir del segundo closet implica, primero, una ruptura con las expectativas de refugio, salvación y paz, creadas en torno a la pareja y que se sustentan en los ideales del amor romántico y el modelo amatorio hegemónico de tipo parejil-familista; segundo, implica asumir los problemas con la pareja y entrar en tensión con una compartida comunidad lésbica constituida como espacio de acogida, aceptación y seguridad que tiende (por los motivos ya expuestos) a negar, silenciar o invisibilizar la existencia de maltrato y violencia; tercero, pone en riesgo la seguridad del secreto de una lesbianidad no reconocida en los espacios de interrelación social y; por último, el mayor riesgo: la incredulidad, fundamentada en los estereotipos y roles de género que asignan a lo femenino la suavidad y la pasividad (Marín Rojas, 2009). La investigación que presenté el año 2009 habla de las características que constituyen el contexto social, político y personal de quienes conforman pareja, donde se promueven y articulan la lesbofobia, la heterosexualidad obligatoria, los modelos de poder basados en el género, el modelo de amor basado en la perpetuidad de la pareja y la familia y que constituyen un marco continuo de discriminación, maltrato y violencia, enmarcado a su vez en el continuo estructural de violencia contra las mujeres. Afirmar que la violencia y el maltrato se enmarcan en un continuum23 de violencia hacia las mujeres señala tanto el carácter estructural de la misma como enfatiza en que los hechos de violencia, maltrato y discriminación no están aislados entre sí, sino que se encuentran articulados e intersectan con otros sistemas de opresión. Una salida real del segundo closet requiere ir a la base del mismo, es decir cuestionar y deconstruir la realidad que sostiene los mencionados continuos. Cuando hablamos de violencia y maltrato al interno de una pareja lesbiana no estamos necesariamente y/o exclusivamente hablando de aquella ejercida por parte de una de las componentes hacia la otra o viceversa24, hablamos de un sistema particular donde el continuo queda en evidencia mediante la articulación de la discriminación, lesbofobia, misoginia, invisibilización y otras formas de privilegio y poder que construyen la opresión y la subordinación25. No se trata sólo de un contexto o una historia de violencia, sino de una estructura basada en la desigualdad y en la sanción de cualquier intento de subversión, mediante mecanismos de culpabilización, marginación y exclusión, de los cuales el maltrato y la violencia forman parte. Esta estructura se sostiene a partir de constructos ideológicos que dan origen a modelos de afectividad, sexualidad, familia y comunidad. No pretendo con esto victimizar a las lesbianas ni exculpar a quienes ejercen violencia por el hecho de ser parte de un colectivo discriminado. Mi intención es señalar que, si la violencia es un continuo estructural, son necesarias ciertas claves que la legitimen como forma de ejercicio y perpetuación del poder, que legitimen a su vez los sistemas jerárquicos de poder y, mecanismos de culpabilización que lleven a quienes la padecen a 23 La noción de la violencia como un continuum fue desarrollada por Liz Kelly en 1988. Utilizo durante todo el texto la palabra castellana continuo. 24 En la primera investigación se rechaza la idea de la existencia de un maltrato y violencia mutua y equivalente. Véase Marín Rojas 2009. 25 Racismo, clasismo, privilegios coloniales, territoriales y otros. PUNTO GÉNERO/100 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 aceptarla como legitima sanción a sus transgresiones. Esas claves encuentran su lugar en la construcción ideológica del amor. Como se ha dicho, abordar el maltrato y la violencia en relaciones lésbicas significa ir a la base que estructura las desigualdades, cuestionarla y deconstruirla, afrontando a su vez las particularidades que implica el pertenecer a un colectivo excluido como lo es el de las lesbianas, sin perder de vista la articulación de los diversos sistemas de opresión con la construcción ideológica hegemónica del amor. Según mi investigación del año 2009 dicha articulación está presente en distintos niveles y ámbitos de la biografía de las lesbianas, sea en un nivel estrictamente individual, de pareja y/o colectivo, como opresiones, reconocidas o no, que se vivencian como provenientes de un externo, pero también como prácticas y discursos que se reproducen hacia sí mismas, a modo de un continuo de discriminación, maltrato y violencia. Éste es, en sí mismo, un elemento de conflicto en la medida que la relación y experiencia individual con él puede establecer jerarquías de poder diversas basadas, por ejemplo, en la visibilidad, redes, aceptación familiar y otras. Para ilustrar lo anterior, operacionalizo tres ámbitos de la experiencia biográfica personal de las lesbianas -individual identitario, social contextual y relacional (Marín Rojas, 2009)- interrelacionados circularmente entre sí, en cada uno de los cuales el continuo es confrontado e internalizado como modelo de sufrimiento proyectable tanto hacia otras lesbianas como hacia sí mismas y que, en tanto experiencia vital, está presente en la construcción de pareja lésbica, cerniéndose como una amenaza al amparo de la construcción ideológica romántico amorosa parejil-familista. En cada uno de estos ámbitos son fundamentales los procesos de asumirse26 lesbiana y de salir del closet27, pues implican una puesta en tensión de la heteronorma y un enfrentamiento material y simbólico de las sanciones asociadas a su transgresión. Asumirse y salir del closet no son procesos con principio y fin, sino que se retorna permanentemente a ellos, en tanto que las experiencias personales y los espacios social-simbólicos se modifican. Al ser procesos continuos y en constante revisión, son relevantes en la construcción de relaciones amorosas lésbicas, pues en ellas es necesario acordar la gestión de los procesos individuales en relación con los espacios sociales significativos, sean estos familiares, de amistad, formación, trabajo u otros, donde la norma heterosexual se manifiesta explícitamente y sanciona. El enfrentamiento permanente de la heteronormatividad atraviesa todos los espacios de la vida como un imperativo particularmente coercitivo sobre las mujeres y por tanto sobre las lesbianas, debido a que su autonomía y autodeterminación es más ampliamente negada y su vida, pública y privada, su afectividad, cuerpo y sexualidad son objeto de mayor control. Así, el continuo se manifiesta de formas diversas, desde el exterior y también desde el interior, articulándose de múltiples modos con la ideología amorosa, tensionando a la 26 Proceso que implica el reconocimiento personal e íntimo de atracción, orientación o preferencia sexual hacia personas del mismo sexo, a la vez que el proceso de reconocimiento de las consecuencias personales, sociales y políticas de no adherir totalmente a la heteronorma (Véase Marín Rojas, 2009). 27 Proceso de tránsito del ámbito privado al ámbito público donde se explicita la orientación o preferencia sexual hacia las personas del mismo sexo. Puede hacer diferenciación de espacios sociales, separando aquellos donde la salida es efectiva de otros en los que en muchas ocasiones se observa un comportamiento que no “levante sospechas”. PUNTO GÉNERO/101 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 pareja al tiempo que actúa como el obstáculo de la narrativa romántica, dotando a la relación de la necesaria épica dolorosa propia del modelo. En el ámbito individual identitario28, relacionado con el proceso autorreflexivo e individual de asumirse, la pareja enfrenta tensiones necesarias de gestionar, tales como la proyección de la culpa lesbofóbica29, la introyección de la lesbofobia, el “grado” de asumida30, la asociación de valor del ser lesbiana y la dificultad para nombrarse. A estas tensiones sobre la pareja, propias de la acción e internalización del continuo, se suman aquellas que emergen del dar a conocer la orientación sexual o preferencia al entorno emocional y socialmente significativo: ámbito de la experiencia social contextual; relacionado con el proceso de salir del closet, lo que se produce en diversos niveles de relación, intensidad y publicidad. En este ámbito el continuo toma múltiples formas, entre las cuales se encuentran: la obligación al “ghetto” para manifestar afecto; la doble vida; la necesidad de dinero para asistir a lugares “gayfriendly”, miedo a las agresiones lesbofóbicas; miedo a la pérdida de la fuente de ingresos por motivos lesbofóbicos y la reducción de las redes de apoyo31, son algunas. En un tercer nivel, el del ámbito de la experiencia relacional, relacionado con los procesos de conformación de relaciones afectivas, eróticas y sexuales con personas del mismo sexo - no necesariamente relaciones de pareja ni duraderas-, “realizando” el deseo y confrontándolo al de un/a otro/a diverso, se acumulan nuevas tensiones que interactúan sinérgicamente con las otras, convirtiendo a la pareja en un espacio de riesgo, un espacio romántico. Entre estas tensiones encontramos: soledad y dependencia de la pareja; precipitación de la convivencia32; miedo a no representar el mismo atractivo sexual que un hombre; adecuación de la relación a modelos tradicionales con el fin de obtener aceptación; amistades en común; negación y ocultamiento de la relación; entre otras. Como se ha dicho, las tensiones son expresiones del continuo de discriminación, maltrato y violencia que afecta a las lesbianas y, por lo tanto, operan a modo de controles heteronormativos. Los controles heteronormativos comprenden desde la omisión en el lenguaje de las alternativas sexuales distintas a la heterosexual, a la discriminación y la amenaza social, limitando de este modo no sólo los espacios de relación sino que las posibilidades de supervivencia, sea en términos económicos (trabajo) y de acceso a derechos (salud, educación, etc.), como en la reducción de las redes de apoyo, solidaridad y cuidados. La misoginia, la discriminación y la lesbofobia son formas de violencia social que no sólo se experimentan individualmente, sino que afectan y tensionan la construcción de 28 Los ámbitos y sus tensiones se encuentran ilustrados gráficamente a modo de mapas de tensiones acumuladas. Véase: Marín Rojas, 2009; 2013. 29 Si la otra no existiese no se sería lesbiana. 30 Jerarquía que algunas lesbianas establecen sobre el cuánto se reconoce y se “es” lesbiana. 31 El ocultamiento de ciertos aspectos de la vida a personas que conforman la red de apoyo es uno de los efectos críticos de la lesbofobia social e internalizada en tanto que genera y profundiza el aislamiento, el encierro de a dosy por tanto las relaciones de dependencia afectiva, emocional y económica en la pareja. 32 Se agudiza en casos en los que la lesbofobia social obliga a la huida de alguna de las partes. PUNTO GÉNERO/102 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 relaciones afectivas, inclusive las de amistad. En el caso de las relaciones de pareja lésbica la violencia estructural las hace más proclives al aislamiento social, al encierro de a dos (Falquet, 2006) y a la dependencia, en tanto que la pareja constituye la única red de apoyo (Marín Rojas, 2009). Del mismo modo los modelos de afectividad de carácter romántico promueven idearios en torno a la pareja en los que, sin aparente contradicción, confluyen tanto la salvación, la contención y el refugio frente a la hostilidad lesbofóbica, como los celos y la propiedad sobre la otra persona (Marín Rojas, 2009). Los modelos de afectividad son heteronormados y regulados en sus posibilidades de ejercicio. En el caso de las relaciones afectivas en las cuales la sexualidad esté involucrada, ésta sólo es aceptada en el caso de que se ajuste a lo promovido como bueno y sano: heterosexual, en pareja, intramatrimonial, con fines reproductivos, intrageneracional, etc. (Rubin, 1989). Quienes cumplen con todos o la mayoría de los requerimientos y prácticas sexuales heteronormativas gozan de ciertos privilegios, siendo el más importante de todos, la legitimidad social de sus prácticas. El imperativo heterosexual, el modelo amatorio hegemónico y su pulsión hacia el establecimiento de la pareja única y para toda la vida, forman parte de la estructura dentro de la cual se conforman las relaciones amorosas lésbicas y que, con el fin de obtener parte de la esquiva aceptación, reconocimiento y legitimidad social, adscriben a valores heteronormados, heterosexualizados, binarios y jerarquizados. Cabe preguntarse: si el modelo es heteronormado y heterosexual, si está basado en las jerarquías y el dominio, si es un modelo que se sostiene en el miedo, el maltrato y la violencia ¿cómo y por qué las lesbianas suscribimos a él?, ¿es acaso una suscripción instrumental basada en la búsqueda de legitimidad y garantías de derechos?, ¿o es más bien que este modelo penetra particularmente en las lesbianas en tanto que socializadas como mujeres y viene luego adaptado a la propia realidad? 4. Reflexiones finales El capítulo de la investigación que da origen a este artículo parte de la premisa de que el sistema heteronormado, que es heterosexista, misógino, racista y clasista, se vale de distintos mecanismos para sostener su hegemonía, en la cual las mujeres carecen de una subjetividad propia más allá del deseo masculino. A partir de éste, sostengo como una de las principales conclusiones el carácter ideológico del amor romántico, el cual se modifica continuamente según los contextos sociales, geográficos, históricos y políticos en los que se desarrolla. Siendo así, en una sociedad capitalista neoliberal, por lo tanto heteronormada, los valores que encarna el amor romántico son los del capitalismo neoliberal: la propiedad privada y la meritocracia. Vinculado a lo anterior, sostengo que el modelo amatorio promovido en dicho sistema es parejil y familista, mediante el cual se estructuran heteronormativamente las relaciones de afecto, solidaridad y cuidados tanto como el erotismo y las prácticas PUNTO GÉNERO/103 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 sexuales, estableciendo una jerarquía de vínculos que privilegia, simbólica, material y legalmente, un cierto tipo de relaciones por sobre otras, como podrían ser por ejemplo las relaciones de amistad. En este contexto, la desobediencia y la disidencia vienen normalizadas y adecuadas a los intereses de un sistema que reproduce su lógica binaria de jerarquía y poder no sólo sobre las lesbianas, las mujeres y otras desobedientes, sino también sobre todos los seres humanos y la naturaleza en su conjunto. En efecto, la representación de la afectividad lésbica en el cine33 y la literatura, está basada en la construcción ideológica del amor romántico, la cual es en esencia de carácter heteronormativa, generando pautas relacionales e imaginarios afectivos que exaltan la negatividad, el sufrimiento, la muerte y la aniquilación como parte fundamental y necesaria del amor. En dichas representaciones no sólo “se representa” sino que también se difunde, promueve y perpetúa el amor romántico parejil-familista como un modelo de afectividad deseable para las lesbianas. En el caso del cine, las películas de temática lésbica se valen de la estructura narrativa romántica, cuya retórica de dialéctica negativa es resuelta mediante la suscripción al modelo amatorio hegemónico. A partir de esto, afirmo que esta estrategia tiene por fin servir a la heteronormalización y recuperación por parte del sistema neoliberal de las lesbianas, como sujetos desobedientes o disidentes frente al imperativo heterosexual, convirtiéndolas en agentes cómplices del mantenimiento y reproducción del sistema. Sin embargo, pese a la oferta de legitimidad social que significa la suscripción al modelo amatorio parejil-familista, esta no resuelve el continuo de discriminación, maltrato y violencia que afecta a las lesbianas, por el contrario lo refuerza, pues les orienta a un tipo de relación permanentemente amenazada por la lesbofobia social e internalizada. Lo anterior, asociado a la pulsión hacia el deseo de establecer pareja según la idealización romántica de refugio, el deseo de terminar con la marginalización, el deseo de propiedad y el miedo a la pérdida, tensionan el espacio relacional convirtiéndolo en un escenario fértil para la emergencia de dinámicas de maltrato y violencia en su seno. La narrativa romántica lésbica culmina siempre en la conformación de la pareja, omitiendo, cancelando, la omnipresencia terrorista de la heteronorma, al tiempo reforzando los contenidos ideológicos de la construcción del amor romántico parejilfamilista. La promesa de felicidad eterna del amor romántico parejil-familista es no sólo una falacia, sino también un peligro para las mujeres y las lesbianas. Sin embargo y pese a todo, las lesbianas adherimos, pues la heteronorma constituye un obstáculo tan omnipresente como la materialidad del cuerpo, de modo que la promesa romántica de superación de aquello que separa y margina constituye en muchos casos un anhelo real, porque el continuo es real. Pero como el amor (tramposamente) feliz es romántico, parejil y familista, no sólo tendemos a adherir a él, sino que además permanecemos, aunque nos haga profundamente infelices, porque como lesbianas “debemos ser felices” dentro de este modelo, porque es el que otorga el acceso, aunque sea mínima y efímeramente, al tan ansiado mundo de los privilegios del sistema heteronormado. El continuo de discriminación, maltrato y violencia está en el centro de la construcción 33 Véase Marín Rojas, 2013 PUNTO GÉNERO/104 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 ideológica romántica parejil-familista. Luchar contra él implica cuestionar y avanzar en la desconstrucción de la base ideológica que sostiene y perpetúa al amor romántico, su modelación amatoria neoliberal y el conjunto de imaginarios, expectativas, dependencias y realidades que de ella derivan. La investigación que da origen a este artículo tiene como uno de sus resultados relevantes el desarrollo y profundización de un marco para la reflexión en torno al amor romántico, el maltrato y la violencia en el seno de las relaciones de pareja lesbiana. Este artículo da cuenta de dicho marco, en un contexto de casi total ausencia de literatura e investigación en torno al tema, debido a la invisibilización de la existencia lesbiana, la negación de la existencia del maltrato, la idealización del amor lesbiano y, por supuesto, a los énfasis que el financiamiento da al desarrollo de investigación. El presente es, por lo tanto, una invitación y una provocación al desarrollo de investigación y estudios lésbicos, al debate, la reflexión y la acción tendientes al cuestionamiento y deconstrucción de los modelos hegemónicos de afectividad, a la vez que un desafío a la necesidad de profundizar y perseverar en la lucha política radical contra toda forma de discriminación, maltrato y violencia. PUNTO GÉNERO/105 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 85-108 Bibliografía Bosch, Esperanza et al. (2004-2007). Del mito del amor romántico a la violencia contra las mujeres en la pareja. Universidad de les Illes Balears. Bourdieu, Pierre (2012) La dominaciónmasculina. 7ma edición. Trad. de Joaquín Jordá, (2000). Barcelona:Anagrama. Eiven, Laura (2004) “Infierno y discriminación o paraíso y diversidad”. Ponencia presentada en el Foro de salud sexual: Los paraísos de la sexualidad, infierno y discriminación o paraíso y diversidad. 25 de Marzo, Buenos Aires, 2004. 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Sin embargo, en vez de ser una amenaza, los niños/as transgéneros son parte de la diversidad humana y nos hace comprender la identidad de género como un conjunto de posibilidades. El objetivo de este ensayo fue explorar en el desarrollo de los niños transgéneros a la luz de influyentes teorías, enfatizando sus limitaciones y fortalezas, junto con reflexionar sobre algunos elementos a considerar en el espacio terapéutico con niños transgéneros en el contexto escolar. Para ello se examinó qué es lo que se conoce actualmente acerca de los niños/as transgéneros y las dificultades que ellos y ellas tienen que enfrentar en las distintas etapas de su desarrollo. Palabras claves: niños transgéneros, identidad de género, diversidad humana, terapia, escuela Abstract Some children have a gender identity that does not match their anatomical sex. Trangender children are often seen as problematic because they threaten the binary construction of gender embedded in the society. However, rather than a threat, transgender children are part of the human diversity, and make us understand that gender identity is a fluid continuum. The aim of this essay was to explore in the transgender child’s development in light of relevant theories, emphasizing their limitations and assertiveness, in addition to some elements to consider when counselling transgender children in a school setting. This essay examined what is currently known about transgender children and the difficulties that they have to cope with in the different stages of their development. Key words: transgender children, gender identity, human diversity, counselling, school Trabajadora Social de la Pontificia Universidad Católica de Chile; Magíster en Estudios de Infancia de la Universidad de Edimburgo; Diplomada en Niñez y Políticas Públicas; Diplomada en Intervención en Abuso Sexual Infantil; Diplomada en Género, familia y políticas públicas. Actualmente es parte del equipo nacional de Chile Crece Contigo del Ministerio de Desarrollo Social. Ha ejercido como docente y ha colaborado en investigaciones vinculadas a familia e infancia. PUNTO GÉNERO/109 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 Una vida es todo lo que tenemos y vivimos según como creemos que hay que vivirla. Pero, sacrificar lo que eres y vivir sin creer, es un destino más terrible que la muerte. Juana de Arco (n.d) Introducción El propósito de este ensayo es examinar el desarrollo psicosocial de los niños y niñas transgéneros, brindando ciertas orientaciones a los terapeutas que trabajan con ellos en el contexto educacional. El argumento basal es que las teorías propias de la psicología del desarrollo, tales como la teoría de Erik Erikson, son insuficientes y limitantes para comprender y trabajar con la diversidad de niños, niñas y adolescentes. Por lo tanto, otras corrientes teóricas, junto con un rol más amplio del terapeuta involucrado en el sistema de salud o en el contexto educacional se requiere para trabajar con ellos y ellas. Los especialistas concuerdan en que muy poco es conocido acerca de cómo ayudar a los niños transgéneros (Brill y Pepper, 2008; Kennedy y Hellen, 2010; Wester, McDonough, Maureen, Vogel, y Taylor, 2010), aunque existen mayores probabilidades que ellos se vean envueltos en conductas que amenacen su vida (Grossman y D’Augelli, 2007). Este ensayo es altamente relevante en la discusión generada hoy sobre cómo abordar la equidad de género en el contexto educacional, tema que cobra importancia a partir del auge de movimientos sociales apuntando a un mayor respeto de la diversidad sexual y de géneros, y la inclusión de dichos elementos en la agenda pública. Desde la experiencia profesional de quien escribe este artículo, llama la atención como la realidad de los niños transgéneros ha surgido como una nueva temática dentro del SENAME e instituciones educacionales, sin tener necesariamente los profesionales de dichas instituciones las herramientas para abordar esta realidad, teniendo como foco el respeto intrínseco a los derechos de niños y niñas. Cabe destacar cómo los medios de comunicación han levantado distintas historias de niños transgéneros y sobre cómo sus padres y colegios han reaccionado, debiendo los primeros lidiar con la discriminación del sistema escolar. Junto a ello un conjunto de películas han aportado a la discusión y a la comprensión de la realidad de los niños, niñas y adolescentes transgéneros1, levantando la reflexión sobre la temática. Sin embargo, la inexistencia de un cuerpo de investigación relevante sobre la temática en español o que no se conozcan muchos niños transgéneros en Chile, no significa que no existan, sino que da cuenta de cómo el tema se invisibiliza, esconde, desconoce y niega. Nos encontramos con padres que no saben cómo enfrentar las demandas de sus hijos de desarrollarse acorde a su propia identidad de género y no de acuerdo a la identidad asignada al nacer, con el riesgo de caer en dinámicas de malos tratos; colegios que obligan a los niños a vestirse de una manera distinta a cómo los niños se sienten; y 1 Algunas películas son: Mi vida en rosa (Francia, 1997); Los chicos no lloran (Estados Unidos, 1999); Tomboy (Francia, 2011) PUNTO GÉNERO/110 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 niños y niñas que desconocen qué les está pasando por no contar necesariamente con el apoyo de adultos con conocimiento de que su proceso es normal y responde a la diversidad humana. En definitiva, la existencia de niños y niñas que viven una infancia de negación, malos tratos y rechazo simplemente por comportarse como ellos y ellas se sienten es, sin duda, un tema que debe ser considerado por la agenda pública. Primero, este ensayo proveerá antecedentes generales del tema, ilustrando el análisis con un caso real vinculado a la experiencia profesional de la autora, caso que, de acuerdo a la revisión bibliográfica, no difiere de las experiencias que los niños transgéneros enfrentan en otros contextos (Brill y Pepper, 2008; Mallon y DeCrescenzo, 2006; Malpas, 2011). Asimismo, este caso permite reflexionar sobre las consecuencias de no garantizar dentro del sistema público un trato y una atención psicológica pertinente y oportuna a todos los niños y niñas transgéneros, independiente de sus ingresos. Esta atención debiese ser un derecho frente a las dificultades que han de enfrentar en comparación a otros niños que se sienten cómodos con el género asignado al nacer. Posteriormente este ensayo explorará los aspectos significativos del desarrollo de los niños transgéneros, junto con las barreras que deben enfrentar en el proceso de formación de su identidad. Este análisis se hará mirando críticamente la teoría de Erick Erikson. Siguiendo este análisis crítico, se presentarán algunos elementos del enfoque centrado en la persona, cuyo principal referente es el psicólogo Carl Rogers, destacando la pertinencia de dicho enfoque para el trabajo con niños transgéneros en un contexto terapéutico, específicamente en el medio escolar. Finalmente, en la última parte de este ensayo se darán a conocer algunas reflexiones. Género, infancia y diversidad En diversas sociedades, y por muchos años, se ha concebido como normal una clasificación binaria de las identidades de género, comprendida como una extensión de los genitales con los que una persona nace. Asimismo, y siguiendo a Brill y Pepper (2008), para muchas personas los términos “género” y “sexo” son lo mismo. Esta idea se ha vuelto tan común en las sociedades occidentales y raramente es cuestionada. Sin embargo, sexo y género son diferentes, y el género no necesariamente está conectado con nuestra anatomía. El sexo es algo biológico e incluye aspectos relativos a nuestras hormonas, cromosomas, aparato reproductivo y los genitales, aspectos que son utilizados al nacimiento para identificar a una persona como hombre o mujer. Para estos autores, el género es más complicado y refiere a la compleja interrelación entre los rasgos físicos y nuestro sentido interno como hombre, mujer, ambos o ninguno, así como a las conductas asociadas a ese sentido interno. Nuestra identidad de género puede entonces ser la misma o diferente de nuestro sexo. El género es entendido como un principio básico de organización de la vida social y para la asignación de deberes, derechos y poderes (Acker, 2004) a partir de su vinculación con significados, representaciones sociales y funciones asociadas a las diferencias físicas, las cuales influyen directamente en las maneras de comportarnos y en nuestras subjetividades. Su importancia radica en que se nos enseña sobre el género desde el PUNTO GÉNERO/111 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 momento de nacer. Expectativas y mensajes sobre cómo ser y comportarse de acuerdo al género nos bombardean constantemente. Nuestra crianza, la cultura, los pares, la comunidad y los medios de comunicación son algunas de las múltiples influencias que forman nuestra comprensión de qué es el género, aspecto central de nuestra identidad. Siguiendo a Brill y Pepper (2008) las interacciones entre los padres y sus hijos/as que hacen alusión al género comienzan tan pronto cuando el sexo del bebé es conocido. Finalmente, cómo aprendemos e interactuamos con el género desde la primera infancia influye directamente en la forma de ver el mundo de hoy. Sin embargo, y contrario a algo natural, el género es un concepto construido socialmente. Lo que entendemos por ser hombre o mujer varía a través de las culturas y periodos históricos, como así también varían los atributos considerados “femeninos” o “masculinos”. Al igual que otras construcciones sociales, el género es monitoreado de cerca por la sociedad. Prácticamente a todo en la sociedad se le asigna un género. Los juguetes, los colores, la ropa y los comportamientos son algunos de los ejemplos más evidentes. Sin embargo, es importante comprender que la típica vinculación entre el rosado y las niñas, así como entre el azul y los niños, son nociones relativamente nuevas en nuestra historia (Brill y Pepper, 2008). Distintos movimientos a lo largo del mundo, como el movimiento queer, han cuestionado esta visión binaria, luchando por una concepción más amplia del género, y han dado la batalla por una progresiva integración de las personas que no se ajustan a los estereotipos de género y a las expectativas que la sociedad tiene sobre los hombres y mujeres (Martínez-Guzmán y Montenegro, 2010; Waites, 2010). Estos movimientos han sido claves en levantar la discusión y normalizar el que algunaspersonas tengan una identidad de género que no coincide con su sexo anatómico. Si bien las personas transgéneros han logrado salir a la luz pública, la existencia de niños y niñas transgéneros, esto es, niñas que sienten, piensan, hablan y se comportan como niños, y niños que sienten, piensan hablan y comportan como niñas, sigue siendo un tema tabú. Para muchos, puede ser incluso inconcebible, como si el ser transgénero fuera una transformación decidida en la vida adulta, aunque la literatura señala que las personas transgéneros se dan cuenta que su identidad de género no coincide con su sexo biológico generalmente en la primera infancia (Brill y Pepper, 2008; Kennedy y Hellen, 2010; Mallon y DeCrescenzo, 2006). Niños y niñas transgéneros son a menudo vistos como problemáticos (Kennedy y Hellen, 2010), dado que amenazan una construcción de género tan enraizada en nuestras sociedades que asimila una identidad de género con una genitalidad indicada, así como también amenazan una visión de la infancia entendida como una etapa de la vida desvinculada de la sexualidad. En definitiva, son vistos como problemáticos porque cuestionan una imagen que entiende a los niños como seres moldeables por los adultos, no cómo sujetos que pueden cuestionar también los parámetros sociales. Esto sugiere que existe una invisibilización y negación de la diversidad de género en la primera infancia. Sin embargo, contrario a una amenaza, los niños transgéneros son parte de la diversidad humana, y evidencian cómo la identidad de género, más que una PUNTO GÉNERO/112 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 construcción estática y binaria, es un abanico de posibilidades (Malpas, 2011). ¿Atrapados en el cuerpo incorrecto?: Niños transgéneros y la adversidad del contexto. María tenía 12 años cuando fue derivada a un centro de diagnóstico debido a serios problemas de conducta que gatillaron un episodio de violencia bidireccional entre ella y su madre. La primera impresión al ver a María era que se estaba frente a un niño. Nadie podía dudarlo. Al preguntarle su nombre, María se refería a sí misma como Mario2. De acuerdo a los antecedentes recopilados, desde que tenía tres años de edad, Mario había empezado a mostrar “non-conforming gender mannerisms”, o comportamientos y modos de ser que daban cuenta de una disconformidad con el género asignado al nacer y/o comportamientos y modos de ser que no se ajustaban a lo que la sociedad espera para el género femenino. Desde que tenía tres años, él había empezado a sentirse y comportarse como Mario. Contrario a las creencias existentes, Mario, al tratar de expresarse conforme a como él se sentía, no estaba desafiando la autoridad de sus padres, ni tampoco requería mayor disciplina para comportarse como una niña o estaba pasando por una etapa. Él quería ser un niño y se sentía así. La prevalencia de niños que presenta diversidad de género, incluyendo los niños transgéneros, se estima es 1 en 500 niños (Brill y Pepper, 2008). Se entiende por diversidad de género aquellas conductas o intereses que trascienden el límite de lo considerado como normal para un determinado sexo biológico asignado a una persona (Brill y Pepper, 2008). No todos los niños que despliegan una diversidad de género llegan a ser adultos transgéneros (Rosin, 2008), o desarrollan una sensibilidad, concientización y un sentir con respecto a su género que es incongruente con su sexo biológico (Wester et al., 2010). La transgeneridad es una realidad que cruza cultura, razas, religiones y periodos históricos. Contrario a lo que se piensa, esto no es causado por una crisis familiar, por un abuso sexual, por un estilo parental de tipo estricto o liberal. La gente tiende a pensar que es una fase (Rosin, 2008), una elección o incluso una enfermedad. Sin embargo, para algunos niños que expresan una diversidad de género constante en el tiempo, no es una fase ni una elección racional, sino una expresión de la diversidad humana, y si bien no hay claridad con respecto a sus causas, es posible que la transgeneridad pueda ser explicada por razones biológicas más que por componentes sociales o por la historia de vida de una persona (Brill y Pepper, 2008). Sin embargo, a pesar de varios progresos en cuanto a equidad de género, la hostilidad de la sociedad que culpa a los niños y sus padres por no adaptarse a las tradicionales normas de género continúa (Mallon y DeCrescenzo, 2006). Junto con la distinción entre sexo y género, cabe añadir una segunda distinción entre género y orientación sexual. Esa última se encuentra “determinada por el deseo natural, tanto sexual, como amoroso y erótico; hacia otras personas” (Movilh, 2010, p.7). Esta distinción cobra relevancia dado que el ser transgénero no tiene ninguna relación con la 2 Para hacer referencia al caso expuesto se hará uso del nombre Mario, acorde a la identidad de género del niño. Cabe añadir que los nombres fueron modificados para proteger su identidad. PUNTO GÉNERO/113 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 orientación sexual: “en otras palabras, el hecho de ser y sentirse hombre o mujer no se vincula con el gusto por personas de igual o distinto sexo” (Movilh, 2010, p.10).Así entonces, nos podemos encontrar hombres transgéneros (personas que nacieron con genitales del sexo femenino y que tienen una identidad de género masculina) y que tienen una orientación homosexual (siente atracción hacia los hombres) y otros que pueden tener una orientación heterosexual (siente atracción hacia las mujeres). Como la homosexualidad en el pasado, ser transgénero continúa teniendo tintes de patologización. Hasta el año 2013, ser transgénero se vinculaba a la categoría de los trastornos sexuales y de la identidad sexual de acuerdo al Manual Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM-IV). Esta categorización es bastante controversial, pues si bien algunos especialistas distinguen las variaciones en el género como una enfermedad mental, para otros, los síntomas que presentan los niños transgéneros, tales como baja autoestima, automutilación, pobre imagen de sí mismo, abuso de drogas e intentos suicidas (Chen-Hayes, 2001; Grossman & D’Augelli, 2007) son el resultado de las restricciones que viven, el rechazo de terceros y las estigmatizaciones por parte de sus familias y la sociedad (Conroy, 2010) en vez de características propias de la naturaleza de las personas transgéneros (Mallon & DeCrescenzo, 2006). La desventaja de dicha clasificación reside además en la negación de la existencia de personas transgéneros sanas y funcionales (Lev, 2005), así como en el negativo impacto que tiene en las formas de comprender la diversidad de género y por ende en las políticas y programas que apuntan a una mayor equidad de género. Tales controversias son profundizadas por las autoras Martínez-Guzmán y Montenegro (2010) para quienes el debate entre el modelo psiquiátrico y las teorías queers (teorías que han surgido para visibilizar el carácter de construcción social de las identidades de género concebidas como naturales), ha dado pie a un complejo mapa de tensiones, conflictos y acuerdos entre las distintas posiciones, discusión que se encuentra vinculada a un conjunto de “intereses políticos, estrategias de supervivencia y adaptación social, negociaciones y reconfiguraciones” (p.28). De esta manera, para ambas autoras, el transtorno de la identidad sexual, visto desde los lentes de los transconocimientos o de una aproximación alternativa a la cuestión transgénero que se escinde del modelo patológico y que enfatiza las múltiples y complejas posiciones sobre las identidades trans, es: despojado de su aura esencialista-estigmatizante, para quedar abierto a múltiples cuestionamientos y transfiguraciones pero incorporando las perspectivas, los intereses y las vidas de quienes se relacionan con él en carne propia (Martínez-Guzmán y Montenegro, 2010, p.35). En la última versión de dicho Manual (DSM-V) se desestima la aparición del llamado trastorno de identidad sexual que asimilaba el ser transgénero con un desorden mental, y pasa a ser una categoría en sí misma, bajo el nombre de disforia de género, para referirse a un descontento cognitivo y afectivo con el género asignado al nacer, siendo definido más específicamente cuando es usado como una categoría diagnóstica (APA, 2013). Lo anterior, pues disforia de género se refiere al estado de angustia o estrés que viene acompañado con la incongruencia del género que la persona manifiesta y el PUNTO GÉNERO/114 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 género asignado al nacer. Aunque no todos los individuos expresan tal nivel de estrés como resultado de dicha incongruencia, de acuerdo al DSM-V muchos llegan a estarlo si la posibilidad de una intervención física ya sea por hormonas o por cirugía no está disponible (APA, 2013). Según el manual, este término es más descriptivo que el término previo usado en el DSM-IV, pues enfoca el problema clínico en la disforia y no en la identidad (APA, 2013). Sin embargo no deja de ser un término y clasificación controversial. Cobra entonces sentido la postura inclusiva de Martínez-Guzmán y Montenegro (2010, p. 34): no son las identidades las que deben circunscribirse a los lineamientos teóricos o a los paradigmas de turno, sino la producción de conocimiento la que debe mutar para generar espacios materiales y simbólicos más habitables; es la ciencia la que puede aprender de las rupturas y las excursiones extra-normativas y extraacadémicas que llevan a cabo identidades y prácticas no normativas. Niños y niñas transgéneros a la luz de las teorías del desarrollo El desarrollo es el proceso por el cual un organismo, humano o animal, crece y cambia a lo largo del transcurso de la vida (Smith, Cowie, y Blades, 2003), varía entre un niño y otro, así como también varía el sentido del sí mismo, lo que en inglés se denomina el sense of self. El sentido del sí mismo ha sido ampliamente analizado por diferentes escuelas de pensamiento en la medida que los individuos traen tal sentido del sí mismo a terapia (Brinich y Shelley, 2002). Para efectos de este ensayo, y con el fin de comprender el desarrollo de los niños y niñas transgéneros, dos conceptualizaciones del sentido del sí mismo serán consideradas y puestas a discusión. La primera, una perspectiva psicoanalítica a la mano de Erik Erikson quien en su teoría propone un sentido del sí mismo maleable (Brinich y Shelley, 2002), enfatizando el proceso de formación de la identidad y el puente entre lo intrapsíquico y lo intersubjetivo (Bohleber, 2010). Segundo, una perspectiva humanista sostenida por Carl Rogers quien sostiene una perspectiva relacional del ser (McMillan, 2004; Hawkins, 2008). La infancia: la concientización de la diferencia. Mario tenía tres años cuando empezó a sentir una fuerte identificación con niños, prefiriendo estereotipos masculinos de juguetes y actividades. Como todos los niños, Mario trataba de encontrarse y definirse a sí mismo por medio de la identificación con objetos y clamando ciertas características como propias (Bohleber, 2010). Su madre inicialmente lo animaba y trataba de que adquiriera costumbres femeninas, pero sus intentos fueron infructuosos. Al mismo tiempo, ella era criticada por no forzar a su hijo a usar ropa y peinado característicos de las niñas. La familia extensa se sumó a las críticas, rehusando invitar al niño a las fiestas familiares hasta que aceptara usar ropas femeninas. La madre de Mario, confundida sobre cómo criar a su hijo, intentó buscar apoyo psicológico. Fue así como se encontró con un conjunto de profesionales que la llenaron de diferentes consejos pero que no fueron capaces de explicarle qué realmente PUNTO GÉNERO/115 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 le pasaba a su hijo. Diversas teorías vinculadas a la psicología del desarrollo han surgido para comprender a los niños y niñas, teniendo dichas teorías una fuerte influencia en nuestras concepciones sobre la infancia, siendo varias de ellas criticadas por tratar a la infancia como una etapa de preparación para la adultez, aminorando el valor que la infancia tiene por sí misma. No obstante lo anterior, la influencia de dichas teorías sigue siendo preponderante, de allí la pertinencia de mirarlas críticamente a la luz de las experiencias de los niños transgéneros. Una de estas teorías más influyentes ha sido la teoría psicosocial de las ocho etapas de desarrollo humano de Erik Erikson3. Cada una de estas etapas o estadios psicosociales se caracteriza por contar con una crisis o un conflicto que deben enfrentar los individuos. Con respecto a la primera etapa, que abarca desde el nacimiento hasta los dos años, Erikson sugiere que si el afecto y los cuidados no son suficientes, el niño crece desconfiando de sí mismo y de las otras personas. Esta etapa depende principalmente del cuidado y el afecto entregado por los cuidadores (Hopper, 2007). La siguiente etapa, desde los dos a los tres años de edad, trata sobre el desarrollo de la autonomía o por el contrario, de la vergüenza y dudas acerca del sí mismo (Hopper, 2007). Analizando esta etapa a partir de la literatura sobre los niños transgéneros, es posible añadir que en este periodo los niños empiezan a desarrollar las habilidades del lenguaje e identificarse con un género, centrando su atención en aquellos estereotipos y modelos del mismo género que los guían cómo actuar (Brill y Pepper, 2008). De acuerdo a Brill y Pepper, la mayoría de las personas tiene una comprensión de su identidad de género entre los dos y tres años de edad, pero incluso antes los bebés pueden distinguir a las personas por su presentación y voz, y rápidamente aprenden de sus pares y los adultos acerca del género de los colores, juguetes, ropas. Una vez que los niños van adquiriendo conciencia de su identidad de género, van buscando activamente actuar de acuerdo a los modelos por género. A partir de una combinación de los condicionamientos sociales y las preferencias personales, a los tres años la mayoría de los niños prefieren actividades y exhiben comportamientos típicamente asociados con su género. Para la mayoría, esta conciencia de su género permanece estable en el tiempo, y tiende a refinarse aún más con el inicio de la pubertad. Lo mismo sucede entonces con los niños transgéneros, quienes luchan activamente por actuar y socializar acorde al género con el que se identifican, tal como Mario, quien, según informa su madre, empezó a demostrar sus preferencias vinculadas al género en cuanto empezó a comunicarse. Según lo reportado, Mario tenía las mismas pataletas que Erikson sugiere que los niños despliegan cuando no se les permite seguir adelante con sus planes (Hopper, 2007). Estos sentimientos de frustración son probablemente más experimentados por los niños transgéneros en la medida que los padres o 3 Para efectos del presente ensayo, el análisis se centrará en las etapas relativas a la infancia. PUNTO GÉNERO/116 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 cuidadores tienden a desaprobar y rechazar preferencias incompatibles a su sexo biológico, profundizándose de esta forma fuertes conflictos con el niño que no actúa acorde a los estereotipos, generando angustia en los cuidadores y posibles problemas en la pareja. Sin embargo, y siguiendo a Erikson, si los deseos de un niño o niña son continuamente restringidos y los niños tienen que renunciar constantemente a sus deseos para complacer a los padres, es posible suponer que un sentimiento de vergüenza puede surgir de dichas discrepancias. La siguiente etapa, de los tres a los cinco años, es aquella en donde de acuerdo a Erikson el niño o niña desarrolla la iniciativa o la culpa. Según Erikson (1963, citado en Franz y White, 1985, p.29), en esta etapa las diferencias de género tienden a polarizarse a partir de una socialización de los roles asignados para cada sexo biológico: “boys and girls are differentiated not only by differences in organs, capacities and roles, but by a unique quality of experience"4. Adicionalmente, en esta etapa los niños y niñas empiezan a adquirir mayor conciencia de sus diferencias anatómicas y a incorporar estereotipos de género en sus conductas y juegos, haciendo uso de los códigos establecidos por género (Brill y Pepper, 2008). A esa edad, los roles de género se empiezan a refinar a partir de la interacción con otros y de lo que aprenden de sus familias, medios de comunicación y valores sociales. Siguiendo a estos mismos autores, los niños a esta edad, aunque vean a personas que actúan en roles que comúnmente se vinculan con el sexo opuesto, todavía tienden a dividir las conductas por género. Sin embargo, investigaciones sugieren que cuando a los niños de este tramo de edad se les entregan ejemplos distintos a través de cuentos o exposición a situaciones reales, ellos pueden adaptar sus constructos (Brill y Pepper, 2008; Gender Spectrum, 2014). Con suficiente información, niños de cualquier edad son capaces de comprender que hay más de dos categorías de género reconocidas por la sociedad, y cuando se les explica de una manera sencilla y apropiada a su edad, la diversidad de género es un concepto fácil de comprender (Gender Spectrum, 2014). De allí la importancia que tiene el sistema educativo en la promoción de la tolerancia hacia las diferencias de género desde la primera infancia. En esta etapa, los padres o cuidadores probablemente se van a preocupar si su hijo prefiere jugar con muñecas y maquillaje que con camiones, o si una niña prefiere realizar actividades más rudas que estar jugando con barbies y usando un vestido rosado. Al igual que en los estadios anteriores, dado que es más probable que los niños transgéneros reciban presión para ajustarse a las normativas sociales, serían más propensos a sentir culpa de sus propios deseos y necesidades. Ellos todavía no comprenden que los problemas de género son malentendidos como problemas sociales (Ettner, 1999). Posteriormente, de acuerdo a la teoría de Erikson, de los seis a los nueve años de edad los niños tienen que lidiar con nuevas demandas sociales y académicas, y pueden desarrollar un sentimiento de competencia si logran desarrollar ciertas habilidades y 4 Niños y niñas se diferencian no solo por sus diferentes órganos, capacidades y roles, sino que también por la calidad de las experiencias propias (traducción propia) PUNTO GÉNERO/117 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 responder de manera efectiva a las tareas. Si un niño o niña recibe una retroalimentación positiva, él o ella se motivará y animará para continuar con nuevas tareas. Por el contrario, si reciben criticas constantemente, ellos pueden desarrollar un sentimiento de decepción e inferioridad, situación posible de experimentar por los niños transgéneros que de cierta forma no estarían cumpliendo con ciertas expectativas sociales. Complementando las características de este estadio psicosocial con la literatura relativa a los niños transgéneros, cabe mencionar que en general a los siete años los niños que han mostrado una identidad de género cruzada por varios años, estarían dando a conocer que pueden ser transgéneros, aunque algunos niños deciden no desplegar su verdadera identidad de género hasta años posteriores (Kennedy & Hellen, 2010). Siguiendo a Erikson, el consiguiente impacto de una continua desaprobación y rechazo sobre la autoestima y los sentimientos de competencia de un niño en caso de no alcanzar una resolución adecuada de cada uno de los conflictos de las etapas mencionadas (Confianza básica Versus Desconfianza básica; Autonomía Versus Vergüenza y Duda; Iniciativa versus Culpa; Industria Versus Inferioridad) es comparable con aquellos efectos descritos por Brill y Pepper (2008) para aquellos niños cuya identidad de género ha sido reprimida y restringida por terceros, tales como un pobre sentido del sí mismo, depresión, ansiedad, miedo y rabia. Por ejemplo, en el caso de Mario, al ir creciendo empezó a exponerse a actividades de riesgo, bajar sus notas, y desarrollar actitudes desafiantes tanto en el colegio como en su casa. Esto coincide con las experiencias recopiladas en la escasa literatura en el tema, donde se señala que los niños transgéneros empiezan a desplegar conductas problemáticas para proteger el sí mismo, intentando en algunos casos desplazar sus sentimientos de inferioridad al convertirse en personas que quieren agradar o entretener constantemente a otros, o al desplegar conductas agresivas y hacer bullying a sus compañeros (Hopper, 2007), como Mario, quien al mismo tiempo que era víctima de rechazo, reaccionaba agresivamente contra terceros. Mario también tenía serios problemas con los profesores, quienes juegan un papel crucial en la infancia, pero lejos de respetar su identidad de género lo exponían a situaciones sumamente vergonzosas, tales como preguntarle si usaba ropa de interior femenina o masculina. Dichos episodios humillantes no son extraños para los niños y niñas transgéneros (Gender Spectrum, 2014), situaciones ejemplificadas en la películas mencionadas en la primera parte de este ensayo, en historias de niños transgéneros descritas por medios de comunicación (Rosin, 2008) o en relatos de familiares (Mansilla, 2014). Otro problema surge cuando las conductas de riesgo son a menudo consideradas como evidencia de que algo malo sucede con el niño, como parte de la naturaleza de los niños transgéneros, en vez de comprender dichas conductas como una respuesta normal en el intento de acomodarse a un ambiente hostil (Mallon & DeCrescenzo, 2006). De la misma manera, los profesionales fallan al desconocer la influencia de otros sistemas en dichas actitudes, tales como el colegio o el sistema de protección, culpando al niño o a la familia de estas acciones, (Oaklander, 2006). Finalmente, y es aún más preocupante, las descripciones negativas que se hacen en relación a las conductas disruptivas de los niños transgéneros o sobre sí mismos pasan a ser parte de la PUNTO GÉNERO/118 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 identidad del niño. Por ejemplo, Mario solía describirse a sí mismo como raro e inútil, lo que no es extraño, toda vez que sus profesores lo culpaban del desorden de la sala, y su padrastro de los conflictos maritales, al tiempo de referirse hacia él como un monstruo y la vergüenza de la familia, haciendo uso del castigo físico en caso de un comportamiento disruptivo. Sin embargo, el uso de la violencia para “curar” a Mario no alivió la crisis familiar, por el contrario, terminó agravándola. Adolescencia: enfrentando los cambios corporales. Después de la niñez temprana y la pre pubertad, la adolescencia es la tercera época más común en que un niño o niña se da cuenta que es transgénero (Brill y Pepper, 2008), aunque no necesariamente se definan a sí mismos como tal, ya que en general hay un desconocimiento que pueden existir niños y niñas transgéneros. Esto se puede vincular al escaso número de especialistas y la falta de información que hace más difícil para los niños transgéneros y sus padres enfrentar estos cambios (Ettner, 1999). Este desconocimiento y falta de información queda en evidencia con los hallazgos de un estudio realizado con adultos transgéneros en el Reino Unido, que señalan que en promedio las personas no aprendieron las palabras que los describían hasta los 15,4 años. Una diferencia de 7,5 años desde que fueron conscientes de su identidad transgénero. Este descubrimiento fue significado por los participantes del estudio como un alivio (Kennedy y Hellen, 2010). Siguiendo la teoría de los estadios del desarrollo psicosocial de Erikson, el desarrollo de la identidad personal caracteriza la etapa de la adolescencia, así como las luchas con las interacciones sociales y las cuestiones morales. Si un adolescente no es capaz de aceptarse a sí mismo, de encontrar un satisfactorio sentido del sí mismo, él o ella se verá confundido (Hopper, 2007), como Mario, quien entrando a la adolescencia empezó a golpear a su madre. Incluso la policía estaba interviniendo cuando los problemas se volvieron inmanejables. Esta exacerbación de la confusión y la crisis familiar puede ser vinculada a la emergencia de los caracteres sexuales secundarios, un aspecto significativo de esta etapa. Mientras la mayoría de los niños tienden a aceptar dichos cambios superando ciertos inconvenientes, los niños transgéneros tienden a enfrentar dichos cambios con estrés, angustia, vergüenza y aversión (Brill y Pepper, 2008). Así como el caso de otros niños transgéneros, estos cambios gatillaron conductas autodestructivas en el caso de Mario. El solía esconder sus senos con desesperación por medio de una faja. A ello cabe añadir que la exploración sexual es también vivida por los niños transgéneros con mayor ansiedad, sobre todo cuando interactúan sexualmente con terceros que desconocen su sexo biológico. Las limitaciones de la teoría de Erikson para comprender la diversidad humana. Esta teoría, ampliamente abordada en el campo de la psicología del desarrollo, tiene varias limitaciones para comprender la realidad de los niños transgéneros. En primer lugar, no considera la existencia de conflictos de género en la infancia. En contraste a la teoría de Erikson, quien supone que los principales conflictos y crisis en torno a la PUNTO GÉNERO/119 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 identidad surgen en la adolescencia (Smith et al., 2003), las luchas que deben enfrentar los niños transgéneros nos llevan a entender que las crisis de identidad pueden aparecer en la primera infancia, cuando los niños y niñas aprenden acerca de su cuerpo, del sexo biológico y las expectativas y roles basados en el género (Grossman y D'Augelli, 2007), al tiempo que se dan cuenta que las percepciones que tienen de ellos mismos no coinciden con la percepción de los demás. En segundo lugar, si bien Erikson tomó en cuenta la influencia del contexto en el desarrollo infantil, él explica las diferencias entre hombres y mujeres principalmente por aspectos biológicos en vez de aspectos sociales, construyendo su teoría en una concepción dualista del género y entendido éste como una extensión del cuerpo biológico: “one way in which sex permeates personality, as conceived by Erikson, is in his notion that a woman is never-not-a-woman, a man is never-not-a-man”5 (Franz y White, 1985, p. 227). Este concepto binario no logra dar cuenta de un abanico de posibilidades de ser hombre o mujer. En lugar del modelo estático y binario producido a través de una comprensión exclusivamente física del género, nuestra biología, nuestra expresión de género y nuestra identidad de género pueden cruzarse de maneras múltiples (Brill y Pepper, 2008). La diversidad de género es un término que reconoce que las preferencias de muchas personas y sus expresiones de género no pertenecen a lo que comúnmente hemos comprendido dentro de las normas de género, siendo parte de las expresiones humanas documentadas a lo largo de todas las culturas y la historia. En tercer lugar, de acuerdo a Geldard y Geldard (2008), una integración estable del individuo de acuerdo a la teoría de Erikson está orientada a la identidad heterosexual, fallando en reconocer un amplio espectro de orientaciones sexuales. En cuarto lugar, y siguiendo a Rose (1990), otra crítica posible a la teoría de Erikson, crítica que se puede hacer extensiva a la psicología del desarrollo, es que en general muestra un retrato de la normalidad para los niños a una edad. Esto permite a distintos profesionales evaluar la normalidad de un niño en comparación con esta norma (citado en Jenks, 2009), en detrimento de los niños que están fuera de esas normas construidas socialmente, como lo son las del género. En quinto lugar, y como fue explicado anteriormente, para Erikson un sentido de competencia surge si un estadio es adecuadamente enfrentado, comparado a un sentimiento de incompetencia que surge si este es manejado pobremente (Hopper, 2007). Sin embargo, debido a la intolerancia en las sociedades frente a la diversidad de géneros, las trayectorias del desarrollo de los niños transgéneros para convertirse en adultos tienen más barreras y son más complicadas. Estas luchas nos llevan a suponer que el objetivo de una identidad estable no necesariamente se alcanza al final de la adolescencia, más aún si se asocia una identidad estable con una visión heteronormativa. Además, los adolescentes transgéneros se enfrentan a incertidumbres futuras que no les animan a alcanzar la adultez: ¿Es el comercio sexual el único lugar donde puedo trabajar? ¿Puede la persona que ame aceptarme cómo soy? Teniendo esto 5 Una forma mediante la cual el sexo permea la personalidad, tal como lo concibe Erikson, es su noción de que una mujer no es nunca una no-mujer y un hombre nunca un no-hombre (traducción propia dela autora) PUNTO GÉNERO/120 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 en cuenta, se podría dar por sentado, y es la visión criticada en este ensayo, que los niños transgéneros son menos capaces de desarrollar una personalidad sana e interacciones sociales adecuadas, incluso cuando estos conflictos se pueden resolver con éxito más tarde. Un enfoque teórico más amplio capaz de incorporar la diversidad de género parece ser entonces más pertinente. Esto es, un enfoque que comprenda el sentido de competencia como la integración de una identidad de género diversa en el sentido de sí mismo, un logro alcanzado por las personas transgéneros a menudo en la adultez más que en la adolescencia (Kennedy y Hellen, 2010). Por ejemplo, el enfoque psicoanalítico de Carlo Strenger (1997, 2000) quien defiende las múltiples construcciones de la individualidad, etapas de la vida, roles de género, clase de las familias y sexualidades (citado en Bohleber, 2010). A partir de dicho enfoque, otras alternativas de individualización para alcanzar la autorealización y la autenticidad son posibles (Bohleber, 2010), visión que puede ser considerada como negativa para algunos cientistas, es sin duda una oportunidad para la integración social de los niños transgéneros. El aporte del enfoque humanista para abordar la transgeneridad. Mario había visitado varios especialistas en materia de salud mental que trataron sus problemas de conducta, sin ayudarlo a comprender qué estaba pasando con él, incluso un profesional de la salud le ofreció realizar una prueba genética para confirmar si era hombre o mujer, lo que aumentó su angustia frente a la posibilidad que dicho examen corroborara que biológicamente era una mujer. Sin embargo, los comportamientos desplegados por Mario fueron definitivamente un grito no verbal de ayuda después de un largo tiempo de lucha con su identidad, sus relaciones sociales y su autoestima, que son algunas de las razones por las que los niños van a la terapia (Oaklander, 2006). Si bien Mario no tuvo acceso a una terapia de calidad en su consultorio, debido a lo corto de ésta y a la rotación de profesionales, el tener acceso a un sistema de salud mental no es garantía suficiente. Los terapeutas deben estar preparados para hacer frente a esta realidad. Aunque algunos elementos de la psicología del desarrollo son relevantes para ayudar a los niños transgéneros para consolidar el sí mismo a través de la resolución exitosa de las crisis de desarrollo (Geldard & Geldard, 2008, p. 32), una perspectiva humanista centrada en ayudar a los niños a desarrollarse de acuerdo a su propia naturaleza, a aceptar sus diferencias y a conciliarse con el sí mismo, ha demostrado ser una perspectiva más adecuada que tratamientos de corte psicoanalítico (Ettner, 1999). Aquí cabe destacar la perspectiva centrada en la persona de Carl Rogers fundada en la creencia de que los seres humanos tienen una tendencia inherente hacia el crecimiento, el desarrollo y el funcionamiento óptimo (Nash, 2008). A través de una relación terapéutica que no juzga y es cálida, es posible sugerir que los niños transgéneros pueden alcanzar una verdadera aceptación del sí mismo y desarrollar su potencial. Acá PUNTO GÉNERO/121 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 el papel del terapeuta es facilitar un espacio seguro donde esta tendencia se puede trabajar de forma constructiva (Bryant-Jefferies, 2004) y evitar que sea distorsionada por las condiciones desfavorables (McMillan, 2004). El apoyo a los niños y niñas transgéneros en el contexto escolar. Es posible señalar que hay un alta probabilidad que los niños transgéneros sean derivados a espacios terapéuticos o consejerías dentro de sus establecimientos escolares (en los que los hay) ya que ellos son más susceptibles de ser juzgados y de ser víctimas de bullying (Brill y Pepper, 2008). Ser transgénero en una sociedad que discrimina la diversidad de géneros puede gatillar sentimientos de vergüenza, aislamiento, desconfianza y un sentido negativo del sí mismo que requieren un apoyo adicional. Vale la pena destacar un debate en relación al objetivo del tratamiento que puede recibir un niño o niña transgénero. Persuadir a los niños para ocultar sus propios deseos, a fin de cumplir con las expectativas sociales, puede llegar a ser una alternativa sumamente destructiva que puede aumentar la confusión de los niños. Del mismo modo, esta práctica no es considerada ética en países anglosajones (BACP, 2010; COSCA, 2011;WPATH, 2012), y ha demostrado su ineficacia, a diferencia de las estrategias encaminadas a apoyar a los niños transgéneros a desarrollar la confianza en sí mismos y su integración social, ofreciendo una plataforma de reflexión sobre las múltiples opciones relacionadas con la expresión del género y la identidad (Malpas, 2011). Asimismo, se considera relevante apoyar a los niños a comprender que el ser transgénero es parte de la diversidad humana, normalizando sus experiencias. En este segundo enfoque, el cambio viene por medio de la liberación de lo que ya existe en el sujeto (McMillan, 2004). Para ello es recomendable que los terapeutas manifiesten una disponibilidad a comprender y aceptar las distintas experiencias de los seres humanos (Bohleber, 2010) y sean capaces de reconocer los costos sociales, culturales y políticos de ser transgénero para evitar una patologización de los síntomas. Se trata de apoyar su empoderamiento (Lev, 2000), la realización de su máximo potencial y la búsqueda de encontrar la comodidad con su identidad de género y su cuerpo (Ettner, 1999), para fortalecer y mejorar sus relaciones sociales. Los terapeutas deben examinar sus propios prejuicios para evitar una doble victimización y un contratransferencia negativa (Hopper, 2007), junto con ser sensibles, empáticos y respetuosos frente a las múltiples configuraciones del sí mismo. Los terapeutas también deben tener en cuenta que los niños transgéneros no son un grupo homogéneo, y ser transgénero masculino o femenino tiene diferentes implicaciones sociales y culturales. Además, una condición previa es respetar las preferencias de los niños transgéneros asociadas a su propia identidad de género, tales como sus elecciones en cuanto a ropa, corte de pelo y nombre (Brill y Pepper, 2008). Por otra parte, los terapeutas tienen que respetar los tiempos de cada proceso, ya que empujar a un niño a aceptar una identidad transgénero y asumir una transición podría ser aún más perjudicial. Una transición se refiere al período que el niño revela, se apropia y asume una identidad de género cruzada frente a otros, debiendo estar preparado para todo tipo de reacciones (Brill y Pepper, 2008; Lev, 2000). En este PUNTO GÉNERO/122 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 contexto los terapeutas tienen que desarrollar las competencias para más tarde orientarlos si deciden someterse a tratamientos de hormonas o una cirugía de reasignación de sexo, con el fin de hacer frente a estos cambios (Malpas, 2011). Barwick (2002) describe cómo las terapias en las escuelas a menudo pueden ser un refugio en la última parada antes de la exclusión (citado en Hawkins, 2008) y convertirse en un espacio donde los niños pueden confiar sus aflicciones, encontrar significado a sus experiencias (Lev, 2000), aliviar la culpa de la tensión que sus expresiones de género han provocado en su familia (Brill y Pepper 2008), fortalecer su autoestima y desarrollar sus capacidades resilientes para hacer frente a la discriminación. Junto a ello, algunos autores (Chen-Hayes, 2001; Lev, 2000; Malpas, 2011) recomiendan un rol más amplio de los terapeutas que trabajan con los niños transgéneros en los colegios, debido a la falta de capacitación de padres y profesores para atender los temas vinculados a la diversidad de género. A pesar de que el canon más apreciado en psicoterapia es que el terapeuta permita al cliente encontrar sus propias soluciones frente a los problemas, el trabajo con los niños transgéneros a menudo requiere violar este principio (Ettner, 1999). Brill y Pepper (2008) sugieren que los terapeutas deben involucrar a profesores y padres con el fin de ampliar una red de aceptación, con tal de impedir nuevos abusos y conductas de riesgo, y al mismo tiempo que se respete la privacidad y confidencialidad de la terapia. Cualquier revelación debe incorporar el permiso del niño o niña. Además, el terapeuta debe ser consciente de que algunas dificultades pueden aparecer en la interacción con otros profesionales (Mabey y Sorensen, 1995), como las presiones para obligar al niño o niña a cumplir las expectativas de género. Dada la influencia de los profesores sobre los niños transgéneros y sus compañeros, es recomendable proporcionarles herramientas para atender temas relativos a la diversidad de las expresiones de género en el aula (Brill y Pepper 2008), defendiendo una política de tolerancia cero a la discriminación a través de la promoción de una cultura organizacional de apoyo escolar. Teniendo en cuenta que las escuelas suelen tener reglas rígidas por género, es importante promover una mayor flexibilidad para garantizar que todas las identidades de género sean tratados con dignidad (Chen-Hayes, 2001). De la misma manera, dado que los niños transgéneros tienden a “perturbar” a quienes normalizan la polaridad de las expresiones de género, especialmente a los padres (Mallon y DeCrescenzo, 2006), es importante que los terapeutas puedan guiar a los padres a una verdadera aceptación de sus hijos, quienes sin excepción necesitan sentir que sus padres creen y confían en ellos. Además, algunos padres podrían necesitar ayuda para manejar las conductas del niño a través estrategias que no avergüencen a sus hijos y terminen erosionando su autoestima (Ettner, 1999). Del mismo modo, los terapeutas deben ser sensibles al impacto en la familia de tener un integrante transgénero y el impacto que pueden generar la transición del niño (Lev, 2000). En vista de los temores de los padres respecto al bienestar futuro de sus hijos, el miedo a la condena, la pena, la auto-culpa y sentimientos de pérdida y vergüenza (Brill y Pepper, 2008), pueden necesitar ser derivados a otro apoyo psicológico. PUNTO GÉNERO/123 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 Sin lugar a dudas, atender a niños que han tenido que traicionar al sí mismo para complacer a los demás, ser objeto de rechazo y vivir con la vergüenza (Ettner, 1999) es una tarea difícil. Aún más teniendo en cuenta que la vergüenza interfiere con otras actividades y en la formación del carácter. Por lo tanto ayudar a los niños a comprender la incongruencia de su ser interno y externo (Ettner, 1999) y pasar de una experiencia del rechazo al respeto del sí mismo (Lev, 2000) puede llegar a ser una experiencia de liberación transcendental de los niños transgéneros. Ellos y ellas no nacieron en el cuerpo equivocado. Una mayor apertura a la diversidad nos permite comprender que no hay una correlación exacta entre nuestro sexo y el género, lo que es vital de trasmitir a los niños transgéneros. Su cuerpo es igual de valioso que los otros cuerpos, es la sociedad la que se ha equivocado en discriminarlos. La importancia de las intervenciones tempranas. Después del diagnóstico y debido a la falta de recursos económicos, Mario volvió a ser derivado al sistema público de salud mental. Al año siguiente, Mario falleció al estar practicando una actividad ilegal de alto riesgo. Es entonces cuando surgen las siguientes preguntas ¿si Mario hubiera recibido el apoyo que necesitaba de manera oportuna, se hubiera involucrado en actividades de alto riesgo? ¿Si el sistema de protección le hubiera brindado el apoyo que requería él y su familia, podría haber vivido? Conclusiones y reflexiones finales Los roles y expectativas sociales de género están tan arraigados en nuestra cultura que la mayoría de la gente no puede imaginar ninguna otra manera de concebir el género. Como resultado, la mayor parte de los individuos encajan en estas expectativas y rara vez cuestionan qué significa realmente el género, porque el sistema generalmente ha funcionado para ellos, sin embargo para algunas personas es distinto Si bien la mayoría de las personas desarrollan una identidad de género que coincide con su sexo biológico, para algunos niños y niñas su identidad de género es diferente a su sexo. Algunos niños pueden tener un sentimiento intuitivo que su identidad de género no coincide con el género asignado al nacer. Como padres, verse en esta situación puede ser uno de los mayores desafíos a enfrentar. Nadie espera que su hijo o hija no actúe de acuerdo al género asignado al nacer. Sin embargo, en la realidad algunos niños no están conformes con dicha asignación, y esa disconformidad de género puede mantenerse en el tiempo. Si bien para algunos esa disconformidad puede ser una fase, para otros niños no lo es. La respuesta se va a clarificar en el tiempo. Independientemente del resultado final, la autoestima, el bienestar y la salud en general de un niño o niña que no está conforme con el género asignado al nacer se basará en gran medida en el amor, apoyo y aceptación incondicional de sus padres. Las personas transgéneros han demostrado que núcleos centrales del sí mismo, como el sexo biológico y la identidad de género, son diferentes. Sin embargo, al romper la construcción binaria y hegemónica del género, ellos y ellas se han convertido en parte de los grupos más excluidos, muchos de ellos prácticamente limitados a desarrollarse PUNTO GÉNERO/124 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 laboralmente sólo en el comercio sexual. Ahora, si ser transgénero es particularmente difícil, ser un niño transgénero lo es aún más dada la existencia de un gran desconocimiento de esta realidad. Sin embargo, se ha prestado poca atención a cómo las familias, los profesores y terapeutas pueden apoyar las distintas expresiones de género. Una tendencia a la patologización no ayuda a cambiar esta situación. Es importante comprender que la diversidad de género no es una enfermedad o un resultado de la mala crianza. No es el resultado de un divorcio o un indicador de abuso sexual. La diversidad de género no es causada por la crianza liberal, o permisiva, o por un padre que secretamente deseaba que su hijo fuera el sexo "opuesto". Es normal. La investigación actual apoya que hay explicaciones biológicas que permitirían comprender por qué esto sucede (Brill y Papper, 2008). Por lo tanto, los padres no pueden provocar que su hijo no actúe conforme a su sexo ni tampoco puede intervenir para que un niño cambie su identidad de género y actúe conforme a su sexo; pero, y es vital, sí pueden tener un profundo impacto en el bienestar de sus hijos y en cuanto a cómo ellos se sienten en relación a sí mismos en la medida que los acepten tal y como ellos se expresan. Las teorías del desarrollo que se sustentan en una heteronormatividad pueden profundizar la estigmatización sufrida por los niños transgéneros, quienes tienden a desplegar varios síntomas y comportamientos que deben ser entendidos como estrategias para afrontar el dolor de ser objeto de discriminación, en lugar de una parte de su naturaleza transgénero. Por el contrario, el enfoque humanista centrado en la persona ofrece una oportunidad para que los niños transgéneros puedan transformar la percepción acerca del sí mismo a través de una relación terapéutica basada en la aceptación y la confianza (Hawkins, 2008). Un auténtico reconocimiento de la amplia gama de expresiones humanas y la singularidad de los niños son elementos primordiales. Por el contrario, cualquier intento de obligar a los niños a suprimir su identidad de género con el fin de cumplir con las expectativas sociales más aceptadas ha demostrado ser infructuoso y poco ético. La propuesta de trabajo con niños transgéneros acá planteada propone un rol más amplio del terapeuta frente al posible estado de confusión en que los padres podrían estar inmersos, a la probabilidad que los niños transgéneros puedan involucrarse en conductas de riesgo para ellos o para terceros y de ser víctimas de bullying en los colegios. Independientemente de las capacidades de los padres y los profesores, la mayoría de ellos no están preparados para hacer frente a la diversidad de género y necesitan orientación para avanzar hacia una mayor integración y aceptación de los niños transgéneros en los colegios y en sus familias. Las políticas públicas orientadas a fomentar la equidad de género dentro de los establecimientos escolares tienen bastante que decir al respecto. Por último, se requiere más investigación para apoyar la formación de profesionales de distinta índole en el trabajo con niños transgéneros, siendo importante difundir estos conocimientos a los países donde las prácticas y estructuras discriminatorias hacen PUNTO GÉNERO/125 Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719-0417 / 109-128 considerablemente más difícil la integración de las personas transgéneros. Del mismo modo, los terapeutas deben abogar por el reconocimiento social de los niños transgéneros, que han sido inmensamente valientes por defender su verdadero ser en un ambiente hostil. El reconocimiento podría haber cambiado la trayectoria de vida que tuvo Mario. Bibliografía BACP (British Association for Counselling and Psychoteraphy) (2010) Ethical Framework for Good Practice in Counselling and Psychotherapy. [On Line]. Disponible en: http://www.bacp.co.uk/ethical_framework/. Accedido el 13 de enero del 2013. 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