La Historiografía Romana R oma llegó a ser un gran imperio. Este es un dato no desdeñable puesto que solamente aquellos pueblos que, por el azar de la historia, tuvieron cierta relevancia, llegaron a un estado de prosperidad tal que algunos de sus ciudadanos pudieron instruirse y dedicarse a actividades que, en aquella época, no eran remuneradas, como la literatura. Es así que, cuando Roma alcanzó cierto poderío, empezó a haber gente con la capacidad cultural suficiente y con el desahogo monetario necesario para dedicar parte de su tiempo a poner por escrito todo tipo de obras, entre ellas libros de historia. Roma fue un imperio triunfante, lo que permitió que muchas de esas obras llegaran hasta nosotros. Otros imperios, como el cartaginés, debieron tener también historiadores, pero Roma se encargó de destruir la civilización cartaginense de tal manera que, hoy en día, no tenemos más noticias de los propios cartaginenses que las que nos cuenta Roma, y nuestro conocimiento de ellos en aspectos que no interesaban al Imperio es tan escaso que ni siquiera conocemos bien qué idioma hablaban. Los primeros historiadores. Roma comenzó a ser una gran potencia a partir de las guerras púnicas. No es extraño, pues, que los primeros historiadores romanos aparecieran precisamente tras la derrota de Aníbal en la segunda de estas guerras. Son los llamados Analistas o Annalistas. Los analistas fueron personas que, por primera vez, tomaron conciencia de que Roma estaba llamada a ser un gran imperio. Es así que comenzaron a pensar en poner por escrito las hazañas de esta nueva superpotencia y, además, indagar en el pasado para conocer los motivos y el modo como se realizó este ascenso. Estos analistas partían “ex nihilo”, es decir, de la nada, puesto que no había ninguna tradición histórica en Roma, por lo que tuvieron, para informarse, que manejar diversas fuentes. Tenemos en primer lugar la “historia” que se había transmitido de boca en boca a través de los siglos. Una historia, evidentemente, plagada de lagunas e inexactitudes y mezclada muchas veces con la leyenda, como suele suceder en estos casos. 1 Dentro de esta “documentación” hay que señalar, especialmente, algunos documentos públicos y privados, tanto religiosos como no. Cada colegio religioso (grupo de personas encargadas de un templo) de Roma solía tener un archivo con sus estatutos, fórmulas rituales (cantos, vestimenta, etc.) y otro tipo de documentos. Entre todo este tipo de documentos destacaban los Annales Pontificium, unas tablas que señalaban, año por año, el calendario con todos los días fastos y nefastos, y en el que se dejaban anotados los principales acontecimientos de cada año y sus protagonistas. Igualmente, Roma, como república que era, ponía por escrito todas las leyes, tratados, etc. en columnas o tablas de bronce colgadas de las paredes en las principales partes de la ciudad, para que cualquier persona que supiera leer las pudiera consultar. Los diversos colegios de magistrados (censores, cónsules, pretores, etc.) también tenían sus propios archivos en los que guardaban la información que les concernía. Por último, las principales familias (Fabios, Claudios, Cornelios, etc.) tenían también archivos particulares de sus familias en los que se guardaba recuerdo de los antepasados gloriosos. En resumen, una historia, más o menos mítica o real de su familia. Evidentemente, todos estos archivos se crearon al mismo tiempo que aquellos colegios o custodios se crearon. Por lo tanto, no tenemos ni siquiera noticia de nada anterior al siglo V. a.C. Además, en el caso de los documentos privados, suelen mezclar la historia con una visión idealizada de los personajes para favorecerlos. El propio Cicerón ya señala que “las oraciones fúnebres han llenado nuestra historia de embustes. Se encuentran en ellas hechos que no han existido, triunfos imaginarios, consulados cuyo número se aumenta, falsas genealogías, …, haciendo nacer a personas de una familia oscura en el seno de una familia ilustre con el mismo nombre, como si yo pretendiese descender de M. Tulio, que era patricio y que fue cónsul con Ser. Sulpicio diez años después de la expulsión de los reyes”. Es este hecho normal y se ha venido repitiendo a lo largo de la historia. Casi todos los países tienen una historia antigua más o menos mitificada. Pero los historiadores actuales tienen medios para intentar separar el trigo de la paja, pero los antiguos no. Las dificultades de estos primeros historiadores estaban hasta en la propia cronología. Por un lado, para establecer una cronología hay que tener un punto de referencia (como nosotros el a.C. y d.C.) y ellos no tenían una precisa, puesto que se usaban varias. Al final se optó por un punto de referencia ficticio: el del supuesto año de la fundación de Roma, 753 a. C. Pero después había que lograr colocar los hechos en esta cronología, y no siempre estaba claro, en los hechos más antiguos, qué fue 2 primero y qué después. Esto aparte de que cuanto más atrás en el tiempo vamos, más confusas son las historias, si las hay. Y cuando no hay, se inventa. Por ejemplo, nadie sabía cuál fue el origen de la ciudad. La leyenda de Rómulo y Remo era exactamente eso, una leyenda, pero muy conveniente para rellenar el vacío en el conocimiento de ese periodo histórico. Lo mismo podemos decir de Eneas. Por otra parte, cuando la historiografía comenzaba a existir en Roma, en Grecia era ya antigua. Los annalistas completaron toda la información anterior con textos griegos. Estos llevaban siglos asentados en el sur de Italia y Sicilia y hacen referencia, si bien secundaria, a los pueblos de más al norte. Estas menciones fueron usadas por los analistas. Con todo este conglomerado, más un poco de imaginación y, si llegaba el caso, la falsificación o manipulación de documentos, estos historiadores construyeron sus obras. En realidad, lo que tenemos de la obra de estos autores es escaso y todo lo dicho anteriormente lo sabemos por unos pocos textos que nos han transmitido autores posteriores sobre ellos. Fabio Pictor, Catón, C. Licinio Macer son algunos de estos analistas. Roma Graecia capta Tras la segunda guerra púnica, Roma es una gran potencia y su siguiente paso es Grecia. En estos momentos Grecia ya no es ni la sombra de lo que fue militar y políticamente, pero su cultura sigue conservando un halo de prestigio que cautivó a los propios romanos. Roma se heleniza, se rinde ante la cultura griega. En los círculos más pudientes la lengua, la literatura, la pintura, la arquitectura, etc. griegas penetran con fuerza. En literatura comienzan a surgir los primeros escritores dignos de tal nombre y, por supuesto, historiadores. Caius Iulius Caesar (Julio César) Nació en el año 100 a. C. en una ilustre, pero venida a menos, familia romana. Su linaje le abría las mismas puertas que su escasez de medios le cerraba. Pero César mostró desde joven que era hábil para conseguir esos medios que no tenía. En Bitinia (parte de la actual Turquía), a donde fue enviado como delegado de Roma, consiguió la amistad del rey (algunos dicen que más que la amistad) hasta tal punto que volvió con bastante riqueza. De vuelta en Roma se alió con Pompeyo (el militar más ilustre) y Craso (el romano más rico) para formar un triunvirato que pusiera fin a la época sangrienta de Sila. Gracias a este triunvirato consiguió ser procónsul de la Galia. En ese momento la Galia romana era lo que actualmente llamamos Provenza (del latín provincia), es decir, el sur de la actual Francia. Durante su proconsulado (prorrogado varias veces) consiguió demostrar sus capacidades militares y se apoderó de toda la Galia, lo que lo convirtió en un general tan ilustre como Pompeyo y un personaje bastante rico (aunque no tanto como Craso). Estos dos hechos suscitaron las suspicacias del Senado, que veían en él ansias de dictador. Por ello pidió a César que dejara todos sus cargos y se dedicara poco menos que a la vida contemplativa. Pero él no estaba dispuesto y ese fue el comienzo de la Guerra civil. 3 Esta guerra civil acabó con la victoria militar de César, pero Roma seguía llena de republicanos. Hasta él, lo normal era que el general vencedor ejecutara a todos sus adversarios, pero César obró de otra manera y los perdonó. Estos republicanos siguieron conspirando hasta que consiguieron asesinarlo en los famosos Idus de Marzo del año 44 a. C. Todas las hazañas militares de César fueron contadas por el mismo en sus obras De bello Gallico y De bello Ciuile. Escribió otras obras, pero no las conservamos y tampoco son históricas. Como sus títulos señalan, la primera cuenta la conquista de la Galia y la segunda los acontecimientos de la guerra civil. En ellas César quiso dar apariencia de imparcialidad y, para ello, habla de sí mismo como si fuera otro, en tercera persona. Sin embargo, no se puede olvidar que escribe sobre sí mismo y, por lo tanto, presenta la historia como más le favorece. Por ejemplo, en vez de presentarse como el conquistador de la Galia, presenta la historia como una sucesión de acontecimientos que le obligaron a conquistar la Galia, por así decirlo, sin planteárselo. Sus victorias son presentadas como grandes y sus derrotas como errores livianos. Los galos, en función de sus intereses, son presentados con rasgos favorables o desfavorables, y sus lugartenientes igual. En definitiva, por muy objetivo que se pretenda presentar, se trata más de libros de propaganda personal que de verdadera historia. Lo mismo se puede decir de su otra obra. Todo ello no quiere decir que sus obras no tengan ningún valor. En primer lugar, su prosa es de gran calidad. En segundo, nos da conocimientos de geografía y de etnografía de los pueblos de la Galia que no conoceríamos si no fuera por él. En tercer lugar, aunque los hechos estén contados de manera que favorezcan a César, los hechos sucedieron y nos lo cuenta alguien que estuvo allí. César es el primer historiador romano digno de ese nombre. Caius Salustius Crispo (Salustio) Como es habitual, Salustio no era romano de Roma, sino un romano de otra parte de la república (César fue una excepción). De familia plebeya enriquecida, tuvo una buena educación y su fortuna le permitió integrarse en los círculos políticos de Roma. Recibió una buena educación y, en principio, parecía más interesado por la política que por las letras. El siglo I a. C., como ya hemos visto, es un siglo convulso para la historia de Roma. La Roma de toda la vida, tradicional, austera, campesina, etc. es ahora una gran metrópoli llena de gente de todo origen y condición en la que los lujos, las religiones extranjeras, nuevas costumbres, etc. fluyen. Para alguien romano, pero venido del campo, como Salustio, es un choque cultural entre aquello en lo que se ha criado de niño y esa vida mundana de la capital. En ese choque 4 entre la Roma tradicional y la nueva Roma, una persona reacciona convirtiéndose en un firme defensor de la tradición y rechazando esa Roma “escandalosa” o todo lo contrario, se deja seducir y se convierte en el mayor de los libertinos. Esto último parece ser que fue el caso de Salustio, que se entregó a todas las novedades que ofrecía la capital y que se integró completamente en la azarosa vida política de la época. Entre republicanos y demócratas Salustio se alió con los demócratas. Ocupó cargos como cuestor y tribuno de la plebe que le permitieron entrar en el Senado. La carrera política de Salustio estuvo muy unida a la de César, de manera que le fue bien cuando a César le fue bien y mal cuando a César le fue mal. Por estos motivos fue expulsado del Senado y años después readmitido. Cuando César derrota a Pompeyo, Salustio, como recompensa a sus servicios, es nombrado procónsul de Numidia (más o menos las actuales Argelia y Marruecos). Parece ser que aprovechó este proconsulado para varias cosas, entre ellas, hacerse inmensamente rico, por lo que fue juzgado en Roma a instancias de los ciudadanos romanos de la provincia. Consiguió ser absuelto, pero ya ni César lo apoyaba, pues todo el mundo pensaba que, en el fondo, las acusaciones eran ciertas. Así las cosas y, puesto que poco tiempo después César fue asesinado, decidió retirarse a sus propiedades y dedicarse a la buena vida y a la literatura. De su obra destacan la Catilinae Coniuratio (La conjuración de Catilina) y el Bellum Iughurtanum (La guerra de Yugurta) porque las conservamos completas. Su gran obra, las Historiae (Historias), en cinco libros, que narraban diversos episodios de la historia romana, se han perdido casi por completo y solo poseemos unos cuantos fragmentos. Tenemos también algunas otras pequeñas obras de más dudosa atribución. La conjura de Catilina narra un intento de golpe de Estado hecho por el noble Lucio Sergio Catilina junto con otros miembros de la nobleza. Cuenta, por lo tanto, un episodio de la lucha entre republicanos y demócratas ya comentado anteriormente. La guerra de Yughurta cuenta el ascenso al poder en Numidia de Yughurta, hijo ilegítimo del último rey, Masinisa, y su intento de recuperar el reino perdido (no olvidemos que Numidia se había convertido en provincia romana) de su padre. Las obras de Salustio son al mismo tiempo tratados de historia y de moral. Tras retirarse de la vida política, Salustio volvió a retomar los valores tradicionales romanos con los que se había criado y a los que había renunciado en su juventud cuando llegó a Roma. Es decir, renegó de todo aquello que había hecho, pero no renegó de los resultados (recordemos por qué era inmensamente rico) y se convirtió en un defensor de los principios morales de los antiguos romanos. Estos principios morales aparecen 5 continuamente en sus obras que no se limitan a contar los hechos, sino a juzgarlos moralmente. Esta su vuelta a los antiguos se manifiesta también en otros aspectos de su obra, como en su manera de narrar los hechos. Al estilo del historiador griego Tucídides, introduce el análisis de los hechos, la busca de causas y el mostrar cómo determinadas maneras de obrar producen necesariamente determinadas consecuencias; la explicación de los hechos, en definitiva. Crea, por tanto, la Historia, entendida no solo como la narración de hechos (como hacía César) sino como una explicación de los mismos. Tras su retirada del mundo político, Salustio se vuelve un conservador, lo que no deja de ser llamativo en un personaje que hizo toda su carrera al lado de César. En su obra elogia la “uirtus”, es decir, el conjunto de cualidades de los antiguos que se entendían como la base sobre la cual Roma consiguió su poder. Esta “uirtus”, a su modo de ver, unida al destino que, indudablemente, los dioses tenían reservado para Roma, hizo de Roma el gran imperio que era. Los dioses dieron a Roma la fortuna que negaron a otros. La Fortuna es un elemento importante en la obra de Salustio, pues determina el éxito o el fracaso. Las personas y los pueblos son un juguete en sus manos. No hay que entender de todo esto que Salustio fuera un ferviente religioso, todo lo contrario. Salustio ve en la religión una manera de conseguir unas bases morales que ayuden a la fortuna, pero al final es ésta la que decide. Hechos en principio intrascendentes, por la propia fortuna, pueden variar la historia. Un interés de Salustio, ampliamente demostrado en su obra, es la psicología. Salustio no se conforma con contar la historia, busca en la psicología de los personajes las coordenadas que nos evidencien el por qué la historia fue así. Este estudio psicológico lo evidencia en los discursos de los personajes, pero también en sus retratos o en supuestas cartas enviadas por ellos. Salustio era un arcaicista, no solo en su pensamiento, sino hasta en la manera de escribir. En sus obras vemos continuamente arcaísmos, palabras y modos de expresión que en su época ya prácticamente nadie utilizaba. Otra forma más de agarrarse a las viejas costumbres, a la “uirtus”, tan querida por él. Titus Liuius Patauianus (Tito Livio) Titus Liuius Patauinus nació, como su cognomen indica, en Patauium (la actual Padua, cerca de Venecia) el 59 a.C. El 17 d.C. murió en su localidad natal. De familia noble y tradicional, como suele ocurrir con la nobleza rural. Estudió primero en su lugar natal y después fue a Roma a terminar su educación. No hizo carrera política, no sabemos si porque no pudo, porque no supo o porque no quiso. Se dedicó al estudio y a la escritura y llegó a ser amigo personal de Augusto, al que alaba en varios pasajes, por restaurar la religión, las costumbres y traer la paz al mundo. Su vida fue tranquila, dedicada a escribir su monumental obra, y discurrió entre Roma y Padua. Parece ser que no era amigo de viajar y conocer mundo. Ya en vida tuvo gran fama. 6 Ab urbe condita Como señala el título de su única obra, se trata de una historia de Roma desde la fundación de la ciudad hasta el momento en que vivió. Empresa ambiciosa en la que pretendía contar toda la historia de su patria. Durante cuarenta años fue escribiendo y publicando, libro a libro, su trabajo. Se trata de ciento cuarenta y dos libros y acaba en el año 9 a.C. con la muerte de Druso. Probablemente esté inacabada y su proyecto final fueran ciento cincuenta libros. Ciento siete. Este es el número de libros que se perdieron y que por tanto, no conocemos más que de referencias. Los restantes, los que sí conservamos son: Libros I-X: Desde los orígenes de Roma hasta la tercera guerra Samnita (293 a.C.) Libros XXI-XXX: Segunda guerra púnica. Libros XXXI-XLV: Desde la segunda guerra púnica hasta la conquista de Macedonia (167 a.C.) Hay algunas lagunas en los libros XLI al XLV. El resto parece estar completos. Su obra era tan monumental que ya desde antiguo se publicaban resúmenes y conocemos parte de lo perdido por alguno de estos resúmenes que han llegado hasta nosotros. El método de Tito Livio ¿Cómo consiguió Tito Livio recopilar tanta información, ordenarla y por último escribir su monumental obra? Tito Livio no fue un viajero, ni un investigador “in situ” de los hechos. Como decíamos, su vida transcurrió entre Roma y Padua. Pero es un lector infatigable que consulta todas las obras de sus predecesores y elige entre las distintas versiones la que le parece más plausible o, si le parecen varias, las narra todas. Consultó todos los libros que pudo, tanto de autores romanos como griegos. Como su obra fue publicada a lo largo de muchos años, vemos en su método una evolución. Según su obra y sus años van a más, fue eligiendo mejor sus fuentes. Como prácticamente todas las obras en las que Livio se inspiró están hoy desaparecidas, no podemos juzgar cuan fielmente las siguió. Es de sobra sabido que la historia está habitualmente mezclada con mitos y que esta verdad lo es tanto más cuanto más atrás nos vamos en el tiempo. Los pueblos, muchas veces, creen lo que quieren creer y los historiadores son los de los pueblos vencedores, que cuentan la historia entremezclada con sus propios deseos. Es por ello que un historiador de verdad necesita un método que minimice esta manera de 7 escribir la historia. Ya Tito Livio se planteó este problema y de ahí su manera de proceder, cotejando diversas fuentes y eligiendo entre ellas las más verosímiles. 8 Tito Livio al servicio de la política de Augusto Tito Livio era amigo de Augusto y firme defensor de su política de vuelta a las costumbres y manera de actuar que habían convertido a Roma en potencia. Como su emperador, piensa que Roma vive en una degeneración moral que la lleva a su destrucción si los romanos no rectifican y vuelven a los antiguos valores. Estos pensamientos recorren su obra y son su justificación. Su obra sigue los mismos parámetros, desde su posición de historiador, que la obra de otros autores literarios de la época como Virgilio u Horacio. Como dice en el prólogo de su obra “lo que me falta es que, cada uno por su parte, se dedique con ahínco a conocer cuáles fueron las costumbres, cuál fue la vida en Roma, por qué hombres y por qué medios fue fundado y se acrecentó este imperio, en la paz y en la guerra. Que se siga entonces el movimiento insensible por el cual, al relajarse la disciplina, primero se quebrantaron las costumbres, luego cayeron cada día más bajo y por fin, se precipitaron hacia la ruina, hasta que se llegó a estos tiempos en que no podemos sufrir ni nuestros vicios ni sus remedios”. Publius Cornelius Tacitus (Tácito) Publius Cornelius Tacitus (Tácito) es el último de los grandes historiadores romanos. No sabemos mucho de su biografía. Nació hacia el 55 d.C. y murió hacia el 120. Por su obra deducimos que recibió una excelente educación dentro de una familia de caballeros muy tradicionalista. Fue senador y emparentó vía matrimonio con la familia de Agrícola, cónsul de Roma. Tras la muerte de Domiciano (uno de los emperadores más sanguinarios que tuvo Roma) llegó a cónsul y procónsul de Asia. Políticamente había llegado al cénit de su carrera y fue entonces cuando se decidió a escribir. Los ideales de Augusto hacía ya más de un siglo que estaban enterrados, aunque algunos, como Tácito, los siguieran reverenciando. Tácito es el historiador de las épocas más sangrientas y vergonzosas de Roma, y ya no piensa, como Livio, que tenga vuelta atrás. Es un pesimista. Su obra Comenzó escribiendo pequeños pero brillantes libros sobre retórica (Diálogo de los oradores), la biografía de su suegro Agrícola o un tratado etnogeográfico sobre los germanos (Germania). Pero sus grandes obras son fundamentalmente dos: Historiae (Las Historias) que narran la historia de Roma desde la muerte de Nerón (69d.C) hasta la de Domiciano (96 d.C.). Conservamos los cuatro primeros libros y el comienzo del quinto. Annales (los Anales) narran la historia de Roma desde la muerte de Augusto (14 d.C.) y la de Nerón (68 d.C.). Conservamos los libros I-V y XI-XVI, aparte de algunos fragmentos. Tácito se preocupa mucho por dar información exacta, detallada, comprobada. Tácito tenía una ventaja sobre Tito Livio, escribió sobre una época en la que había mucha más documentación. Antes que él otros historiadores y geógrafos habían 9 escrito diversas obras y documentos como las Actas Senatoriales, en las que aparecían discursos del emperador y otros senadores, se redactaban con regularidad. Muchos personajes célebres redactaban sus biografías o las encargaban. Además, los hechos de los que escribe no eran tan lejanos y todavía había gente que había vivido aquella época o que conocían historias de sus padres o abuelos. Tácito desconfiaba del género humano y era profundamente pesimista. Estas circunstancias hacían que toda esta información fuera pasada por su criba particular buscando la realidad de los hechos. Busca además los motivos, intenta penetrar en la psicología de los personajes y es un maestro en la descripción de la psicología tanto individual como de masas. La historia, para Tácito, es una disciplina moral. Consiste en poner de relieve tanto las virtudes como los vicios para poder aprender de ellos. Es por ello que le interesan más los móviles que llevan a una persona o a un pueblo a hacer algo que las causas que lo provocan. Y, aunque reconoce que hay excepciones, en general es pesimista. Ese pesimismo, ese pensamiento de que los vicios normalmente vencen a las virtudes, llena su obra del pensamiento de que, inevitablemente, siempre vamos a peor, como si un fatum, un destino inevitable, nos condujera a ello. El estilo de Tácito. Tácito tiene un estilo de escribir original, nuevo. Rico vocabulario lleno de arcaísmos, neologismos y giros poéticos marcan ese estilo. Busca la concisión, el contar más con menos y dejar, muchas veces, que el lector saque sus propias conclusiones. Otros historiadores romanos Acabamos de ver las características principales de los cuatro grandes, pero esto no quiere decir que fueran los únicos historiadores romanos. Cornelio Nepote Amigo de Cicerón, escribió biografías, resúmenes de otras obras y anecdotarios. Sus biografías carecen de profundidad y son más bien una sucesión de anécdotas de escaso valor histórico. Sin embargo, como corresponde a este tipo de “historia”, sus libros fueron muy populares. Veleyo Patérculo Contemporáneo de Tiberio, escribió una Historia romana que, en realidad, es un tratado sobre la fundación y organización de colonias y provincias. Es un obseso de la precisión y la cronología. Valerio Máximo Más que un historiador es un recopilador de anécdotas de tipo moral, ordenadas por temas. Para él la historia es una sucesión de anécdotas de las que, supuestamente, se puede aprender. Vivió en los tiempos de Augusto y Tiberio. Quinto Curcio No lo sabemos con exactitud, pero vivió aproximadamente en los tiempos de Tiberio hasta Vespasiano o quizás Domiciano. Escribió una novela de aventuras que se 10 incluye en la historiografía solo por su título: Historia de Alejandro Magno. Hoy en día la consideraríamos una novela histórica con ciertos datos verídicos pero mayormente fabulada. Como novela no está mal, bien escrita y con buen ritmo literario pero, como decimos, no es exactamente historia, aunque lo quiera parecer. Suetonio Cayo (léase Gayo) Suetonio Tranquilo es el mejor de estos otros historiadores. Vivió a finales del siglo I y principios del II d.C. Era un erudito de saber enciclopédico, como su protector Plinio el joven. Escribió mucho, al parecer, pero prácticamente todo se perdió. Conservamos algunas de sus biografías de su obra De uiris illustribus, obra dedicada a personajes considerados importantes. Concretamente tenemos las biografías de Terencio y Horacio y la parte que trata de maestros de la retórica. Su única obra completa que conservamos es la Vida de los doce Césares. Publicada en el 120 d.C. narra la biografía de Julio César y sus once seguidores. Es una obra interesante por la cantidad de datos que aporta, pero deficiente en su planteamiento, puesto que es más esa sucesión de datos que un estudio histórico real. Decadencia de la historiografía. Tras Tácito y Suetonio los historiadores, más que tales, son autores de resúmenes de alguna de las obras mencionadas o de otras que ni siquiera han llegado hasta nosotros. Floro Lucio Anneo Floro, contemporáneo de Suetonio, resumió la ingente obra de Tito Livio en dos libros. Como se puede comprender, resumir 142 libros en dos es mucho resumir, así que su obra está llena de lagunas e, incluso, errores. Justino Marco Juniano Justino, autor del siglo III d.C. escribió una Historia Universal a partir de otras obras. Se trata de una obra desordenada y de poco valor. También resumió las Historias Filípicas de un autor de origen galo: Trogo Pompeyo. Historia Augusta No sabemos su autor o autores. Es una compilación de biografías probablemente escrita en la época del emperador Teodosio. Amiano Marcelino Escritor del siglo IV, escribió una Historia en la que intenta imitar a Tácito, pero de mucha menor calidad. 11