REGLAS DE JUEGO 2 Comentaba anteriormente que la equivocada manera de interpretar cuál es el verdadero fin que debe perseguir la cría de la paloma belga de carrera, al cabo de cierto tiempo acabará por destruir a las entidades creadas para fomentar dicha actividad y también a las mencionadas palomas. Sé bien a lo que me expongo al afirmar esto, porque en todas las épocas y en todos los lugares han existido personas que, como decía Voltaire, o bien no saben razonar, o razonan a medias, o razonan que hay que matar al mensajero. ¡Allá ellos! Lo que está en juego es demasiado importante como para que, atendiendo a mis conveniencias personales, haga mutis por el foro. A sesenta años de haberme iniciado en nuestro quehacer, creo que tengo pleno derecho a decir lo que pienso acerca de él, aunque a algunos pueda llegar a disgustarles. El primer problema que pone en serio riesgo la supervivencia de las entidades que nos nuclean y de las palomas de nuestra predilección, radica en que a más de dos siglos de haber sido ella creada, sus actuales adeptos creen que trabajan con una paloma “mensajera”. Se trata de un error garrafal. Los mismos que la formaron alrededor de 1803 se dieron cuenta de que se trataba de una nueva raza, y por eso la denominaron “Ordinaria, mixta o viajera belga” y hasta le pusieron un nombre científico: Columba livia viator (viajera) el que si bien se adaptaba al modo de conceptuarla en aquellos primeros escarceos, para ser más exactos, hoy deberíamos denominarla Columba livia currens (de carrera). La confusión de identidad sobrevino después de la Guerra franco-prusiana (1870-71), cuando los franceses, durante el sitio de París, tuvieron que usar obligadamente como mensajeras las belgas de carrera que criaban los aficionados parisinos. Su desempeño como tales fue tan brillante que las fuerzas armadas de todos los países quisieron tener una buena cantidad de ellas a su disposición. Los que las conocieron bajo esas circunstancias excepcionales, las llamaron “mensajeras”, desconociendo u olvidando su verdadera aplicación, porque mientras eso ocurría, las palomas belgas de carrera no militarizadas continuaron desempeñando su oficio sin solución de continuidad. ¿Qué mal les pudo hacer a ellas y a nosotros esta confusión de identidad? Pues, primero que nada, que los despistados de turno creyeran que eran lo que no eran; o para decirlo mejor, que no supieran quiénes eran realmente, lo que trajo consigo unos cuántos problemas. Por ejemplo, cuando llegó la hora de tener que reunir a sus dispersos criadores en una entidad que fomentase de una manera orgánica la cría de estas aves singulares, no se llamó a la misma “Asociación de criadores de palomas de carrera”, sino “Sociedad colombófila”. Para empezar, las “asociaciones” no tienen fines de lucro, las “sociedades” sí. Fue éste el primer error. Pero si se las hubiera llamado “Asociación de criadores de palomas mensajeras” tampoco hubiera resultado apropiado, pero el yerro hubiese sido menor que el de llamarlas “Colombófila”, porque no fueron ellas creadas para reunir a todos los “amantes de las palomas” en sus diferentes especializaciones, sino sólo a los criadores de las de carrera, de las mal llamadas “mensajeras”. ¿Reúne acaso la “Federación Colombófila Argentina” a todos los criadores de las distintas razas de palomas existentes en nuestro país? ¿Aglutina nuestra “sociedad colombófila” a todos los criadores de palomas (buchonas, colipavas, capuchinas, etc.) de nuestro entorno? Pues si eso es lo que anuncian sus respectivas denominaciones, deberían hacerlo. No hubiera resultado ambiguo, en cambio, llamarlas “Federación Argentina de criadores de palomas de carrera” y “Asociación de criadores de palomas de carrera de tal lugar”. Pero, desde luego, como veremos en el próximo comentario, esto no fue todo, porque fatalmente las primeras equivocaciones siempre conducen a las subsiguientes desorientaciones. Autor: Juan Carlos Rodolfo Ceballos García