EL POPULISMO LATINOAMERICANO EN EL SIGLO XX. ALCANCES Y CONFUSIONES CONCEPTUALES PASADOS Y PRESENTES Dr. Arturo A. Fernández CONICET/UNSAM/UBA El objetivo del presente trabajo es aclarar conceptualmente un aspecto de la realidad política latinoamericana, con la finalidad de abordar sin prejuicios un tema sugestivo a partir de los primeros años del siglo XXI. El auge y la expansión de movimientos y partidos de “izquierda” –más o menos críticos de la economía de mercado- en la región, cuyos líderes triunfaron por la vía electoral, conquistando la primera magistratura de diversos Estados, ha reintroducido el concepto de populismo para descalificar a los partidos reformadores más radicalizados, tal como se hizo a menudo en el siglo pasado. Ello obliga a revisar el mencionado concepto “populismo” y el de “neo-populismo” y si ellos son aplicables a la realidad actual. El supuesto general que se trata de demostrar es el carácter heterogéneo y novedoso de las realidades latinoamericanas a partir de su experiencia histórica y de la cambiante coyuntura actual de los Partidos Políticos a nivel global y regional. El análisis comparado puede dar lugar a ciertos avances en el conocimiento social y político, por lo cual se analizará la evolución de los partidos llamados populistas en la región durante el período posterior a 1930, sus logros y su declive ulterior, reconociendo sus caracteres paradigmáticos y sus trayectorias disímiles . 1. EL DEBATE SOBRE EL POPULISMO EN EL MUNDO Y EN LA REGION Cabe recordar que la bibliografía de los años sesenta planteaba la diversidad y la complejidad de las prácticas populistas. Por ejemplo, un libro compilado por G. IONESCU y E. GELLNER, 1970, es un conjunto de trabajos preparados por expertos en diversos fenómenos políticos a los cuales se los calificó como “populismos”, con la finalidad de encontrar una “definición” común. Se analizaron diferentes realidades histórico-geográficas muy diversas, tales como el populismo ruso y el norteamericano del siglo XIX, el “campesinismo” del este europeo de los siglos XIX y XX y los movimientos populistas de África y de América Latina del siglo XX, para identificar sus rasgos sociales, políticos e ideológicos. El populismo ruso fue un movimiento de intelectuales que luchaba contra el absolutismo zarista entre 1880 y 1890, intentando con poco éxito movilizar al campesinado sometido a formas de servidumbre feudal; minorías populistas desesperadas y aisladas optaron por la acción directa terrorista y fueron desarticuladas por el autoritarismo estatal. Por su parte el populismo norteamericano se constituyó como una organización de agricultores que luchaba contra la concentración económica derivada del poder del gran capital urbano entre 1890 y 1905; ello permitió crear un tercer partido con perspectivas electorales pero, al no lograr apoyos urbanos, fracasó su proyecto de conformar un bloque parlamentario y se fue diluyendo como estructura política. La sensibilidad populista norteamericana reapareció después de la crisis de 1973-1980, pero tampoco pudo consolidar una tercera fuerza partidaria. En el Este europeo hubo tendencias populistas en partidos campesinos nacidos a fines del siglo XIX pero, en general, no se transformaron en organizaciones políticas centristas como en los países escandinavos o en Suiza. Algunos apoyaron experiencias fascistas surgidas entre las dos guerras mundiales o, luego, al comunismo, perdiendo identidad propia y asumiendo prácticas e ideologías autoritarias. Los populismos africanos, y en general del Tercer Mundo, fueron organizaciones políticas que lucharon por la independencia de las colonias o por una mayor autonomía de pueblos que sufrían la dominación económica occidental; a su vez trataban de transformar los Estados respectivos en agentes de desarrollo. Ello se reproduciría de forma peculiar en la región. Sin embargo, desde los años cincuenta, el término populista ha sido mayoritariamente utilizado en medios académicos y políticos latinoamericanos de forma peyorativa, homologándolo a regímenes políticos demagógicos y autoritarios que tendieron a degradar las instituciones de mediación política. Por otra parte, hubo quienes reconocieron que esos proyectos políticos pugnaron por ciertos grados de integración social y de ampliación de las funciones del Estado con el fin de combatir el subdesarrollo latinoamericano. En realidad, “populismo” pasó a ser un término que varía de acuerdo con quien lo utiliza pero con predominantes connotaciones negativas. Después de 1980 el término populismo siguió siendo usado para caracterizar formas degradadas de acción política o identificar expresiones ideológicas irracionales. En América Latina se llegó a identificarlo con el gobierno corrupto y sanguinario de Fujimori en Perú o con el de Collor en Brasil, destituido en un juicio político. Asimismo, se lo identificó con organizaciones políticas neofascistas que aparecen en Europa después de la crisis de 1973. Con ello se acentúa su carácter de concepto “comodín” que sirve para descalificar comportamientos políticos más o menos condenables. En un sentido totalmente contrario, trabajos como el de ERNESTO LACLAU, 2005, asignan al populismo caracteres permanentes propios de las democracias actuantes a fines del siglo XX y principios del actual. Ellos se basarían en algunos pocos elementos comunes asignados a partidos, movimientos e ideologías tan diferentes como los abarcados por la misma denominación “populista”, negándose a considerarla un adjetivo peyorativo. Esos elementos serían: a) una crítica al funcionamiento del capitalismo; y b) una amplia gama de demandas y movimientos sociales que conforman una unidad discursiva integradora que instituye al “pueblo”como actor social central. El discurso y la práctica populistas ocuparían el espacio que produce la ambigüedad esencial de la democracia; en ella coexisten los elementos institucionales destinados a limitar el poder estatal, pero también a constituirlo y hacerlo efectivo, y las prácticas que conforman la visión salvífica que la legitima. Por ello el populismo acompañaría a las sociedades democráticas como su sombra. En síntesis, Laclau considera al pueblo una categoría política, cuya construcción como actor histórico es lo que denomina “la razón populista”; esta construcción hace posible la emergencia de la identidad popular en el período histórico actual, denominado “capitalismo global”, por lo cual se adjudica al término populismo un valor explicativo de las profundas transformaciones sociales y políticas que sucedieron a la crisis de 1973-80. En Ciencias Sociales es habitual que los conceptos tengan diversas significaciones, las cuales varían a través del tiempo. Sin embargo, es difícil encontrar tanta diversidad y opacidad como en el caso del “populismo”. ¿Sirve para mucho dar contenidos teóricos a un término que expresa realidades sociales y políticas totalmente opuestas? ¿Es posible calificar a partidos políticos racistas como una resultante necesaria de las contradicciones de las democracias de los países desarrollados? ¿Podría la palabra “populismo”, tan ajetreada, superar la creciente opacidad del concepto de clases sociales? En los años sesenta una significativa corriente sociológica consideró al populismo como un fenómeno ambiguo y transitorio, propio de la transición de la sociedad tradicional a la moderna. Ella fue la aguda visión desarrollada, entre otros, por Gino Germani. En la actualidad el uso contradictorio del mismo término corre el peligro de convertirse en un abuso verbal y teórico, al extremo de proyectar fenómenos propios de la etapa del Estado de Bienestar “keynesiano” y de la Sociedad Industrial al período histórico posterior, derivado de la revolución tecnológica y económica concretada hacia 1970-1980, actualmente en curso. Es posible que la categoría “pueblo” ayude a comprender procesos sociales y políticos actuales, pero ella no tiene relación con los movimientos nacionales y populares que surgieron en países periféricos como Turquía, México, Brasil, India, etc., durante el siglo XX. Se coincide con Laclau en que el término populismo fue denigrado o desestimado por las Ciencias Sociales y por el pensamiento político mayoritarios en un largo período histórico; pero ¿es posible reivindicarlo sin caer en abusos de sentido? No se pretende en pocas reflexiones desestimar, ni mucho menos, una obra filosóficopolítica tan significativa pero sólo se afirma que nuevas realidades merecen ser denominadas con términos originales. Los conceptos antiguos deben deben ser actualizados a través de investigaciones empíricas actuales. Por ello, parece más prudente hasta ahora definir el populismo latinoamericano como un momento socio-político histórico e irrepetible que recorre el período 1920/30 -1980/90. 2. UN CONCEPTO DE POPULISMO LATINOAMERICANO DEL SIGLO XX El populismo latinoamericano, diferente del ruso, del norteamericano y aun de los existentes en África o Asia, es un conjunto de movilizaciones sociales que derivaron, entre 1920 y 1980, en la formación de los primeros grandes partidos políticos que representaron los intereses de diversos sectores sociales subalternos en una docena de los Estados de la región; en casi todos los demás hubo intentos fallidos de organizar la mediación integrando a dichos grupos desfavorecidos. Aun así, la diversidad de dichos Estados generó realidades diferentes y difíciles de definir bajo un único concepto. Más aún, no hubo una “internacional populista” de la región, tal era el carácter heterogéneo de los partidos y/o movimientos que integraron esta “familia política”. El populismo se presentó como un fenómeno común a muchos países y en cada uno de ellos adquirió caracteres particulares. Su difusión y extrema variedad llevaron a la literatura socio-política que se ocupaba de problemas latinoamericanos a una cierta imprecisión en el uso del término y a encontradas interpretaciones. Muchos países latinoamericanos vieron surgir movimientos políticos que, en cada caso, fueron llamados populistas. Lo que aparece a primera vista en todos los ejemplos históricos es el carácter autóctono del fenómeno populista; lo que se debe profundizar son sus fundamentos sociales y políticos para entender su verdadero alcance y contenido. Es posible emitir la hipótesis que el populismo aparece en casi todos los países latinoamericanos en un momento determinado de su evolución histórica, el cual se caracterizó por una movilización social que rompía el equilibrio marcado por la hegemonía de las oligarquías terratenientes o productoras de materias primas exportables. A menudo la etapa marcada por dicha relación de poder se denominó “Estado oligárquico”, organizado hacia 1880 y afectado por la crisis mundial capitalista que se inicia hacia 1929. Sin embargo, la crisis hegemónica de las oligarquías terratenientes sólo puede comprenderse en toda su dimensión si se hace referencia al condicionamiento económico que determinó la decadencia de los sectores sociales que se beneficiaban con las estructuras agro-minero-exportadoras de los países latinoamericanos. En efecto, en algunos casos el detonante de esa crisis fue la recesión económica mundial de 1930; en otros la causa se puede encontrar en las secuelas económicas de la Primera y/o de la Segunda Guerra Mundial. En fin, en algunos países mono-productores incide un cambio en la política económica de la potencia dominante (o sea Estados Unidos o Gran Bretaña). Como consecuencia de ello es que los populismos, en todos los casos, trataron de transformar el sistema mono-exportador de materias primas, buscando con más o menos éxito atenuar la dependencia económica exterior a través de la industrialización.. La base social de los movimientos populistas que surgieron como respuesta a la situación económico-social descripta, fue compleja. En algunos países implicó la alianza de campesinos y clases medias urbanas (ejemplo es el de México de 1930 con la constitución del Partido Revolucionario Institucional); en otros abarcó a las clases medias, a una incipiente burguesía industrial y a la clase obrera recientemente incrementada por el rápido desarrollo de la sustitución de importaciones (tal es el caso del ascenso del peronismo en la Argentina de 1945), y aún más, hay países en que el populismo se presentó como una interrelación de intereses tan dispares como los de sectores de las viejas oligarquías rurales y los de los nuevos grupos sociales urbanos en ascenso. El varguismo brasileño es el más interesante ejemplo de una alianza vasta y, por lo tanto, muy compleja, puesta en marcha gracias a un delicado equilibrio logrado por la astucia y la autoridad de Getulio Vargas. Quizás el Movimiento Nacionalista Revolucionario boliviano fue el movimiento más simple en su estructura social predominantemente popular (obreros y campesinos dirigidos por sectores medios), pero ello pudo ser una consecuencia de la realidad social boliviana sumamente polarizada hacia 1950. En fin, el poli-clasismo que caracterizó al populismo se basaba en una alianza y un equilibrio de clases que presentaban signos de inestabilidad y precariedad. Por ello, hubo movimientos populistas que se transformaron en partidos de clase o que desaparecieron. Pero también muchos sobrevivieron, sea con los componentes sociales originales, sea con modificaciones en dicha composición. Esto lleva a plantear otra característica de los partidos llamados populistas. En mayor o menor grado ellos se presentaron con una tendencia al no alineamiento y a la tentativa de romper los lazos de dependencia política que derivaban del neocolonialismo económico ejercido por los imperios anglosajones en esta área después de 1830, fecha en la que América Latina se separó de España y Portugal. Luego cabe abordar la importancia que adquirió en el surgimiento del populismo la figura del líder carismático, quien a menudo fue el verdadero mediador entre las masas y el poder partidario. Además, él solía ser el inapelable árbitro de los conflictos que planteaba el delicado equilibrio de intereses dispares de los sectores sociales aliados que constituían la base del movimiento populista. Ello otorgó un cierto cariz autoritario a la organización interna del partido populista y a la forma de ejercitar el gobierno cuando el mismo ocupó el poder estatal; pero es ese líder carismático quien tuvo la virtud de transformar el autoritarismo en algo consentido por el pueblo, convirtiéndose en un símbolo justificativo del intento de transformación social. El líder carismático, por una necesidad biológica, debe dar paso a una organización política, el Partido. Puede enunciarse así la hipótesis siguiente: si el carisma del líder no se trasladaba al partido, la existencia del populismo no duraba mucho más que la vida del mencionado caudillo. Sin embargo, la mayoría de los populismos latinoamericanos se transformaron en Partidos duraderos o fugaces. Resumiendo, los orígenes histórico-sociales del populismo determinaron ciertos rasgos comunes a esas realidades políticas; respondiendo a la crisis socioeconómica de las oligarquías latinoamericanas, los movimientos populistas: a) fueron un conglomerado social de sectores no oligárquicos-exportadores de materias primas; b) tendieron a la superación de la dependencia económica por la puesta en marcha de una industrialización acelerada; c) buscaron variadas formas de no alineamiento frente a las potencias hegemónicas que desarrollaban el neocolonialismo propio de la segunda parte del siglo veinte; d) conformaron una estructura política donde predominaba el carisma del líder, al cual sucedió el de la organización político-partidaria; e) trataron de crear un Estado regulador de la economía, diferente a los precedentes “Estados oligárquicos”, el cual ensayó adoptar políticas sociales más o menos redistributivas, imitando parcialmente a los Estados de Bienestar que aparecen en las sociedades industriales después de 1930. Hasta aquí se observan rasgos comunes que harían del populismo un fenómeno monolítico. Sin embargo, sus expresiones fueron sumamente variadas y propias de cada país en el que surgieron y, además, se presentaron como un hecho social dinámico y cambiante. Ello derivó, en gran medida, de las ideologías nacionalistas que estos movimientos desarrollaron. Estas ideologías, por una parte, consolidaron los Estados nacionales pero, asimismo, diferenciaron a los diversos partidos de tipo populista. Por todo esto, sostengo que cada movimiento populista desarrolló una ideología nacionalista con caracteres propios, adecuados al medio social, económico e histórico del país en que nació. Quizás es más preciso referirse claramente a diversas ideologías populistas, habida cuenta de los caracteres comunes de todas ellas pero también de sus diferencias. 3. EVOLUCION DE LOS PARTIDOS/MOVIMIENTOS POPULISTAS DEL SIGLO XX Y SITUACION ACTUAL A partir de estos elementos se puede observar la evolución de los movimientos populistas que esclarezca un fenómeno tan complejo, el cual abarcó buena parte del siglo XX. Prácticamente en cada uno de los países del área (con excepción de Uruguay) surgieron movimientos populistas entre 1920 y 1970 como reacción social compleja a las crisis económicas y políticas del sistema capitalista que fueron desarticulando el “modelo” agro-minero-exportador. También ellos pueden ser denominados Partidos Nacionalistas Populares sin inducir a error. Algunos de ellos inspirados en esa visión de la sociedad, pudieron realizar un cierto desarrollo industrial por sustitución de importaciones, en gran medida favorecido por la coyuntura económica mundial signada por la crisis de 1930 y por la Segunda Guerra Mundial. En otros países, los partidos nacionalistas y populares llegarían al gobierno “tardíamente” (en 1960, 1970…o 1985), cuando las condiciones para un desarrollo capitalista autónomo eran mucho menos favorables que en la década de 1940. Más aun algunos no pudieron gobernar o fueron expresiones políticas débiles e incapaces de introducir reformas en sus sociedades. A mi entender el fenómeno populista en América Latina esta limitado a la etapa histórica que se inicia con la crisis del sistema capitalista mundial de 1930 y concluye con la de 1973-1980. En ello coincido con el aporte de CARLOS VILAS, 2004, y con su precisa crítica al confuso concepto de neo-populismo latinoamericano aplicado a la realidad social y política de 1990-2000. El populismo así definido inició la participación de organizaciones políticas de sectores subalternos en el destino de los Estados de esa región, tal como sucediera en Europa con los Partidos Socialistas obreros. Ello dio lugar a la formación de partidos políticos que, en algunos casos, perduran hasta nuestros días, generalmente con programas diferentes a los planteados en el siglo pasado. Ellos fueron de tres tipos: a) de estilo “social demócrata”, surgidos en las Universidades como expresión de clases medias ascendentes y con liderazgos civiles; se trató del Partido Acción Popular Revolucionaria Americana (APRA) en el Perú, el Partido Acción Democrática en Venezuela, el Partido Liberación Nacional en Costa Rica, el Partido Revolucionario Dominicano y el Partido Roldosista en Ecuador. b) de origen militar, derivados de la misma movilización social canalizada por oficiales de las Fuerzas Armadas; se trató del varguismo, luego Partido Traballista en Brasil, del peronismo en la Argentina y gobiernos/partidos semejantes gestados en cuarteles de Paraguay (febrerismo creado por el Coronel Franco), Chile (gobierno del Gral. Ibáñez), Guatemala (gobiernos de los Coroneles Arévalo y Arbenz), Perú (gobierno revolucionario del Gral. Velasco Alvarado), Colombia (Partido Acción Nacional Popular creado por el Gral. Rojas Pinilla), Panamá (Partido Revolucionario Panameño creado por el Comandante Torrijos), El Salvador y Honduras (con gobiernos militares reformistas de corta duración). c) derivados de revoluciones sociales como las de México (el citado PRI), Bolivia (el citado MNR), Nicaragua (Frente Sandinista de Liberación Nacional) y Cuba (el Movimiento 26 de Julio creado por Fidel Castro en su primera etapa y hasta su transformación en un Partido Comunista. que gobierna la isla). Actualmente están gobernando el justicialismo en ARGENTINA, el aprismo en el Perú, el Partido Liberación Nacional en Costa Rica, el Partido Revolucionario Democrático en Panamá (perdió las recientes elecciones y pasará a la oposición en agosto), una escisión del Partido Revolucionario Dominicano (el Partido de la Liberación Dominicana) en República Dominicana y el Frente Sandinista de de Liberación Nacional en Nicaragua. A su vez, el Partido Revolucionario Institucional mexicano es la principal fuerza de oposición y sigue siendo influyente en el proceso político de su país. Se han debilitado, víctimas del derrumbe de sus Sistemas de Partidos, Acción Democrática de Venezuela y el Movimiento Nacionalista Revolucionario boliviano. Fueron extinguiéndose los antiguos partidos o expresiones populistas de Colombia, Ecuador, Guatemala, Paraguay, BRASIL y Chile. Asimismo no quedan rastros de las experiencias fugaces de ese tipo en Honduras y El Salvador. Los mencionados partidos y las más o menos fallidas experiencias nacionalistas populares sentaron las bases del desarrollo político de la región, con las limitaciones impuestas por el poder social imperante en cada país. Acusarlos de anti-políticos no corresponde con la realidad histórica. En general, esos diversos populismos latinoamericanos intentaron realizar las reformas que la socialdemocracia logró negociar en Europa Occidental después de 1930-1945. En nuestra región los grupos económicos más poderosos faltaron a la cita y no hubo pactos sociales viables que crearan Estados de Bienestar amplios y estables. Uruguay –años anteriores a la crisis de 1930- pudo realizar un proceso de relativa inclusión social negociada, lo cual explicaría la inexistencia de una experiencia populista como las definidas en este trabajo. Después de 1980 se inició una nueva era de acumulación del capital que debilitó a los partidos obreros y de masas en todo el mundo; los populismos latinoamericanos no podían ser la excepción y muchos de ellos aceptaron realizar las “reformas de mercado”, ganándose el repudio de parte de sus antiguas bases sociales. Otros populismos fueron extinguiéndose por la desaparición de las bases económicas, sociales y culturales que le dieron origen. Por ello afirmo que el populismo de América Latina es un hecho histórico que intentó, en general sin éxito, encauzar la región hacia mejores niveles de vida social y política; es inexacto o ideológico asociarlo de manera simplista a dictaduras o a mal gobierno. Quienes mantuvieron y mantienen subdesarrollados a los países latinoamericanos fueron y son los sectores sociales que gobernaron mucho más tiempo, sea a través de partidos conservadores o, sobre todo, de las Fuerzas Armadas transformadas en Partidos Militares. No hay retorno posible al populismo que realmente existió en la región y cuya evolución lo ha transformado en diversos partidos reformistas o lo ha llevado a su desaparición. 4. LA PROBLEMÁTICA DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS Y DE LOS SISTEMAS DE PARTIDOS LATINOAMERICANOS La endeble democracia latinoamericana no puede consolidarse sobre la base de partidos políticos cuya historia, tradiciones y vinculaciones entre sí y con la sociedad presentan signos de esclerosis y de decadencia. Es obvio que dichos signos son el producto de una larga evolución cuyo análisis excede los casos del populismo latinoamericano y se refieren a caracteres antiguos y permanentes de la estructura social de los países de la región. Por otra parte, algunos rasgos de los partidos son relativamente universales y, en los últimos años, existe una cierta crisis de credibilidad en sus funciones, aun en los países desarrollados. Esta crisis se debe a los profundos cambios sociales que se están operando en el mundo, al surgimiento de nuevas formas de comunicación y de organizaciones sociales y a la permanente tensión entre las aspiraciones de participación individual y grupal y las formas representativas de gobierno. Antes de abordar los citados rasgos de los partidos y sus sistemas en América Latina, relacionaremos su comportamiento con la competencia por alcanzar las funciones de mando en el Estado. Implícitamente se está analizando la realidad de Sistemas Políticos Pluralistas, es decir aquéllos en los que las organizaciones partidarias se presentan libremente en los diversos tipos de elecciones locales o generales y todos los ciudadanos tienen la facultad de escoger sus gobernantes entre los candidatos presentados por dichos partidos, según las reglas fijadas por los diversos sistemas electorales. Cabe precisar que, durante gran parte de la historia de la humanidad, ínfimos porcentajes de la población de un Estado participaban o se preocupaban de la vida política. El resto de los gobernados eran controlados estrechamente, sea a través de la coerción física, sea a través de ideologías religiosas o mágico-religiosas que “distraían” a las masas y les impedían tomar conciencia de la injusticia de su situación de subordinación. Es a partir de las revoluciones burguesas de Holanda, Inglaterra y Francia y de la lucha por la independencia norteamericana que la participación política va creciendo y universalizándose, configurando la aparición de diversas fuerzas políticas en los Estados citados y, gradualmente, en el conjunto de los países que van incorporando formas de organización social capitalista. La propia dinámica de la sociedad industrial y las luchas sociales que ella desencadenó (“burguesía vs. nobleza”, luego “proletariado vs. burguesía) explican la gradual pero rápida expansión de dichas Fuerzas Políticas mediadoras entre la Sociedad y el Estado. Entre ellas los Partidos Políticos cumplen un rol central. Por su parte, en sociedades muy poco industrializadas, el efecto de demostración y el impacto causado por el contacto con los países industrializados fueron los principales factores que impulsaron la organización de dichas instituciones partidarias. Diversas características políticas y sociales diferencian el funcionamiento de los Sistemas Pluralistas que funcionan actualmente en los países desarrollados (socialmente integrados) en relación a los subdesarrollados (socialmente desintegrados); entre estos últimos se incluyen, en mayor o menor medida, todos los regímenes políticos latinoamericanos, lo cual condiciona la realidad de sus Partidos Políticos y de las relaciones entre ellos, es decir los Sistemas de Partidos. Esas características provienen de prolongados procesos iniciados en el siglo XX, los cuales se han diversificado en tantas sociedades y Estados como hay en América Latina: Sin embargo, se afirma que los rasgos perduran y explican la mencionada debilidad de las democracias de la región. Analizaremos las características principales que forman el contexto social de dichos sistemas políticos pluralistas. Ellas son inherentes al mismo subdesarrollo. a) Una estructura económica desarticulada, cuya incorporación más o menos compulsiva al mercado mundial capitalista, ocurrida a fines del siglo diecinueve, implicó el predominio de la producción agraria y minera. Ellas se acentuaron como consecuencia de la crisis de 1930 y no se resolvieron en la medida en que los Estados mantuvieron sus lazos articulatorios intactos con el correspondiente centro capitalista. La industrialización ulterior–en algunos de los casos considerados- ha sido importante pero todavía no ha podido integrar el total de la economía, y parece no podrá hacerlo en un futuro previsible. Es por eso que aun los países más dinámicos de América Latina muestran un dualismo en su perfil económico: por un lado, un sector capitalista moderno con tendencia a la trans-nacionalización, con niveles de producción y consumo similares a los de los países desarrollados; y, por el otro, un sector tradicional basado en otras actividades productivas con poco o inexistente dinamismo capitalista. En este sector la gran mayoría de los trabajadores del campo viven en un nivel de mera subsistencia; esta situación los obliga a emigrar a las grandes ciudades en busca de mejores condiciones de vida y de trabajo, generando desempleo o trabajo informal, conformando verdaderos cinturones de miseria y empeorando las contradicciones socioeconómicas de los países. b) Una burguesía nacional débil, a menudo carente de habilidades para dirigir a la sociedad en su totalidad; lo cual puede verificarse fácilmente en los países donde las relaciones capitalistas de producción en las zonas rurales no pudieron fortalecerse. Esto también lo prueban el poco desarrollo tecnológico auto-generado en las compañías autóctonas de los países subdesarrollados y el opulento y “aristocrático estilo” practicado por muchos de sus sectores burgueses. Las reformas estructurales posteriores a 1980 desarticularon aun más este grupo social, atomizando su composición. Las limitaciones políticas de esta burguesía se reflejan en su dificultad para formar partidos políticos que cuenten con apoyo popular masivo y, en consecuencia, puedan alternar en el gobierno con los partidos representativos de las clases medias y bajas. c) Una poco numerosa clase obrera con un desarrollo organizacional dependiente de la relación con el Estado en menor o mayor escala. Su situación fue históricamente diferente de la de sus homólogos en países desarrollados y, por lo tanto, las estructuras de sus sindicatos también son distintas. La relación entre las actividades económicas en el campo y las de las ciudades también fue distinta en un caso y el otro, lo cual contribuyó a crear diversas clases de mercados laborales, con indudables consecuencias sobre la vida de los sindicatos, en la medida en que dicho mercado fue definido por el poder político. En varios procesos de industrialización en los países subdesarrollados las clases trabajadoras se organizaron en relación con el Estado y dieron lugar a la aparición de sindicatos ligados a la burocracia estatal o a un partido político nacionalista popular en un determinado período histórico. En los países donde en efecto se estableció una relación cercana entre el Estado y los sindicatos, aunque ello representó una limitación del movimiento obrero organizado, ellos crecieron en número y en poder económico, convirtiéndose en organizaciones masivas, a veces manipuladas por el Estado. Gran parte de estas experiencias se desarticularon con las reformas estructurales de los años noventa. d) Un Estado social altamente conflictivo y complejo, el cual deriva de la mencionada desarticulación de la economía y de la pobreza/indigencia de amplios grupos rurales y urbanos marginales, y también de luchas ideológicas y políticas que habitualmente tienen raíces históricas y adoptan formas étnicas, ideológicas y lingüísticas. En algunos países que practican una democracia pluralista, se observa que el conflicto económico-social característico de una sociedad capitalista se superpone con el de los grupos étnicos discriminados por la colonización y confrontados con sus dominantes. Estos conflictos ideológico-políticos –que también existen en países subdesarrollados- empeoran en un contexto de pobreza o desigualdad social, siendo mucho más difíciles –o imposibles- de negociar y resolver pacíficamente. e) Predominio de ideologías y valores tradicionales que coexisten con los peculiares en una sociedad moderna, y los condicionan o los deforman. El desarrollo capitalista dio origen a principios liberales sobre el poder y el Estado que animan la democracia política; esos principios se universalizaron y hoy prevalecen en los países desarrollados que en cierta medida practican un pluralismo democrático. Sin embargo, cuanto mayor es el subdesarrollo en los países, más frecuente es la supervivencia de ideologías políticas (o de las que afectan la vida política) que se oponen a esos principios liberales. Por ejemplo, la tolerancia religiosa (o libertad) y consecuentemente la separación de la esfera de acción del Estado en relación con las iglesias es un elemento básico en el pluralismo democrático. Sin embargo, varias naciones latinoamericanas donde esta clase de sistema político se ha probado, han sufrido de la exorbitante influencia de la Iglesia católica en asuntos temporales, afectando con frecuencia su desarrollo democrático. Las ideologías tradicionales en vigor en los países subdesarrollados están basadas por lo general en estructuras sociales y organizaciones que compiten en la lucha por el poder y a menudo predominan sobre los partidos políticos y las instituciones modernas que podrían mediar en conflictos y encontrar una forma de solucionarlos a través de la negociación. Las corporaciones eclesiásticas, militares u oligárquicas, en las cuales se desarrollan y aún subsisten los valores anti-pluralistas, son ejemplos de esas estructuras. f) Inestabilidad política. El resultado de esos rasgos del contexto social de los sistemas políticos en los países subdesarrollados es la existencia de grados variables de inestabilidad política. Primero, es necesario diferenciar inestabilidad de cambio. Por supuesto, todos los países evolucionan o se transforman social y políticamente de manera gradual, sobre todo cuando hablamos sobre el siglo veinte, pero aquí estamos tratando acerca de la inestabilidad como equivalente a cambio abrupto en la estructura del sistema político por falta de legitimidad, eficiencia y efectividad [1]. En Sudamérica, la inestabilidad política ha sido históricamente constante, fortalecida desde la crisis de 1930 en la mayoría de los Estados a causa de la falta de una hegemonía social consistente. El Estado jugó un rol central en la consolidación de la industrialización o en su relativo estancamiento, dependiendo de quiénes fueran sus líderes; en algunos casos condujeron esos Estados sectores industriales; en otros, grupos representativos de los intereses agrícola-minero-exportadores. Los sectores económicos más poderosos no tuvieron una fuerza política capaz de ganar las elecciones y por ello tuvieron que recurrir periódicamente a las fuerzas armadas con el fin de imponer los objetivos buscados, en especial después de 1950. Este hecho desvirtuó la vida democrática institucional, debilitó a los partidos políticos y de manera gradual militarizó la acción política. Las características políticas, sociales y económicas que hemos delineado hasta ahora constituyeron hábitos, regulaciones y automatismo de un patrón de desarrollo basado en la sustitución de importaciones. Ese patrón, que ofreció agudas contradicciones, estuvo en vigor hasta alrededor de 1980. En [1] Definimos el cambio abrupto como el que se hace fuera de los canales y caminos previstos en el derecho político de un país. No todos los cambios abruptos son violentos, pero hay una relación frecuente entre esta clase de cambio y la violencia. ese momento histórico la crisis general del capitalismo tuvo repercusiones brutales sobre la Sociedad y el Estado. Luego comenzó un largo período de modificación de esos hábitos y regulaciones que habían manejado nuestra vida social. Como había ocurrido desde fines de 1973 con el capitalismo “central”, en América Latina los cimientos de la industrialización de posguerra estaban también agotados y los mecanismos que permitieran posponer la explosión de la crisis dejaron de funcionar. Una de las peculiaridades de la crisis de 1975-1980 fue el marcado déficit fiscal generado por el Estado intervencionista en el área socioeconómica, financiado en casi todos los países de la región con impagables deudas externas. En materia socioeconómica este factor llevó poco a poco a la conformación de la nueva derecha, cuya teoría central y “remedios” para la crisis consistieron en “reducir” el Estado y su acción económica en favor de las leyes de mercado, restringiendo el gasto social a cambio de un desarrollo hipotético espontáneo de la solidaridad privada. Por otro lado, la acción ideológica de la elite neoconservadora, a través de los medios de comunicación, pudo modificar, al menos parcialmente, la imagen popular que el Estado había adquirido durante el período de la sustitución de importaciones. Así fue que latinoamericanos de diversa extracción social desconfiaron del Estado y lo demostraron por medio de su apoyo directo a diferentes grupos y líderes inclinados a una privatización generalizada de los roles del Estado, funcional con la nueva configuración sociopolítica del capitalismo mundial. Esta realidad se expresó en la aplicación de las recetas neoliberales del Consenso de Washington, realizada por gobiernos electos de todos los países de la región. De la breve revisión de las relaciones entre la sociedad y el Estado latinoamericanos contemporáneos derivamos algunos temas sobre los cuales reflexionar, que explican las raíces de la crisis de representatividad en la región. a. En el caso más generalizado de la región, el rol eminente jugado por cada Estado en la inserción de su país en el mercado mundial, en su integración social, en sus procesos de industrialización y en los intentos de desindustrializar la economía, nos conduce a reafirmar que ese Estado es un actor central en los procesos sociales presentes y futuros. Las deformaciones que nuestros Estados han acumulado no son extrañas a las de la sociedad y posiblemente no se rectificarán sino en una interrelación creativa recíproca entre los actores sociales y políticos, entre la economía y la política, entre el Estado y el contexto social. b. El análisis político comparado demuestra que ninguna sociedad se ha desarrollado en forma exitosa sin generar un Estado sólido y eficiente; aún más, los Estados sólidos y eficientes han podido, en algunos casos, fortalecer a la sociedad civil, en particular a sus grupos gobernantes. Parte de la aguda crisis en América Latina se explica por las deficiencias de un Estado débil y deformado que expresa una igualmente desintegrada sociedad, incapaz de proyectar un Estado modelo, el cual pueda facilitar las tareas de desarrollo. El actual desafío es, para la sociedad y el Estado, fortalecer en forma genuina el binomio Estado-sociedad civil. c. Con respecto a las circunstancias de lo años noventa, debemos subrayar que el recorte del Estado, el cual en realidad nunca incluyó un Estado de Bienestar integral, puso en riesgo la misma subsistencia de millones de seres humanos en países periféricos. Si no puede darse una mínima respuesta a esta trágica situación, el escenario político-social previsible es el de “sociedad caos, donde una de las principales características es el conflicto de desintegración extrema y des-estructuración del Estado”. [2] Por supuesto algunos países de la región están en una posición más caótica en relación con los otros, pero las islas de prosperidad serán asediadas por la turbulencia de las zonas más conflictivas y descontroladas. La consecuencia de este contexto fue una creciente crisis de credibilidad en los políticos y en los Partidos que ocuparon las funciones directivas en los Estados sudamericanos durante la década de los noventa. Se puede constatar fácilmente que en siete de diez países de América del Sur (no incluimos a Surinam ni Guyana) hubo un marcado deterioro de la representatividad del Sistema de Partidos Políticos entre 1990 y 2008, lo cual proviene de antiguas causas estructurales y del citado debilitamiento de los Estados, agudizado por la aplicación de las políticas derivadas del citado Consenso de Washington. Tomando alguno de los casos tratados, encuestas fiables demuestran que la mayoría de los votantes no confían en los partidos políticos después de más de dos década de vivir con libertades públicas, situación desconocida hasta entonces en muchos Estados del área. Esta falta de legitimidad de los políticos no puede ser extraña al antiguo fenómeno del subdesarrollo, empeorado por las consecuencias del proceso de globalización. Algunos problemas de la década pasada generaron dos niveles de conflicto en los regímenes políticos con agudas crisis de los Partidos, es decir Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Paraguay (pese al avance que significa el triunfo de la oposición al Partido Colorado hegemónico durante más de 50 años) y Argentina. Ellos son: Por un lado, las clases altas han sido cuestionadas por amplios sectores subordinados, porque no son capaces de dirigir un proceso de crecimiento de la economía que sostenga un desarrollo integral de la región. Ese cuestionamiento es y será en orden inversamente proporcional a la mayor o menor capacidad de negociación que demuestren dichos grupos privilegiados. Sólo entonces dejarán de ser minorías dominantes y comenzarán a jugar un rol integrador de burguesía dinámica. En segundo lugar, el tipo de representación política democrática implica un acuerdo moral entre los electores y sus representantes, a través del cual los últimos se comprometen a mantener sus promesas electorales. En la medida en que este acuerdo no fue honrado y la voluntad de los votantes no se respetó, la acción partidaria y los Sistemas de Partidos se deterioraron en los países citados. 5. EMERGENCIA DE GOBIERNOS Y PARTIDOS REFORMADORES. SUS DIFERENCIAS CON LOS POPULISMOS DEL SIGLO XX Desde principios del siglo XXI, uno de los temas de análisis más sugestivos y recurrentes en las producciones académicas de nuestra disciplina ha sido el auge y [2] Éste fue uno de los escenarios desarrollados por Fernando Calderón y Marcelo Dos Santos en el documento “Hacia un nuevo orden estatal en América Latina”, como Conclusiones al Proyecto Regional PNUD-UNESCO-CLACSO-RLA 86/001, que hizo una aproximación al tema de la crisis y requerimiento de nuevos paradigmas en la relación Estado, sociedad y economía. expansión de movimientos y partidos de izquierda en América Latina, emergidos como una alternativa renovadora y viable a la cosmovisión neoliberal. En la mayoría de las investigaciones se distinguen básicamente dos modelos, a los cuales se identifica hipotéticamente: el ‘rupturista’ (ejemplificado en Venezuela, Bolivia y Ecuador) y el ‘institucionalista’ (simbolizado en Chile, Uruguay y Brasil), considerando a Argentina y Paraguay como casos intermedios y ambivalentes. En América Central también hay situaciones difíciles de clasificar en Nicaragua, Honduras y próximamente El Salvador. La pauta diferenciadora de los diversos modelos deriva de las características genéticas y organizacionales de los partidos políticos que viabilizaron el cambio, distinguiendo aquellos pertenecientes al patrón rupturista y aquellos provenientes del esquema institucionalista. Es muy distinto el funcionamiento interno de los partidos de uno y otro tipo, tomando como ejemplo el Partido Socialista de Venezuela, el Movimiento Alianza País de Ecuador y el Partido Movimiento Acción para el Socialismo de Bolivia, dentro del rupturista; la Coalición Concertación de Chile, el Partido de los Trabajadores de Brasil y el Frente Amplio de Uruguay, dentro del institucionalista; y el Partido Justicialista-Frente para la Victoria de Argentina y la Alianza Patriótica para el Cambio de Paraguay como los casos ambivalentes. También es diversa su actuación en diversas esferas, que expresarían el grado de satisfacción que el partido presenta en su rol de eje de la relación representativa. Los citados modelos de Alianzas, Coaliciones y Partidos Políticos procedentes de cada uno de los arquetipos estudiados difieren mucho entre sí y, sobre todo, con el de las organizaciones políticas llamadas populistas en el siglo XX. En la era del capitalismo globalizado pretenden, por diversas vías, desarrollar e integrar sus sociedades. Podría plantearse la hipótesis que las fuerzas políticas provenientes del modelo rupturista, dada cierta radicalidad de sus posiciones, parecen simbolizar con mayor eficiencia el clivaje social que ha sumido en el subdesarrollo a la región; a su vez las posturas del modelo institucionalista; es decir de las fuerzas partidarias pertenecientes a este último esquema, exhiben mayor capacidad para cumplir sus funciones sociales e institucionales y presentan una organización interna más estructurada y permanente. El caso intermedio del PJ/ FPV ha mostrado una notable capacidad de supervivencia, en tanto ha logrado conjugar un cierto de representatividad política con una retórica fundacional, que se pudieron mantener sobre todo gracias al apoyo de una organización sindical mayoritaria. No obstante las claras discrepancias entre los modelos descriptos, todos emergieron como una alternativa renovadora y viable a la cosmovisión neoliberal de los 90´ y como reacción a la crisis integral de la política, que puso en entredicho la capacidad de los partidos políticos para desempeñarse como agentes representativos y para afrontar las transformaciones orgánicas y funcionales que afectaron a las democracias de la región. Esta coyuntura histórico-social nada tiene que ver con aquella que dio lugar a los populismos del siglo precedente. Por lo tanto, seguir usando las denominaciones “populismo” o “neo-populismo” desgastadas, y a menudo descalificadoras, pareciera a priori una confusión teórica. En algunos casos se trata de criticar, tal como en el pasado, cualquier intento que se genere en América Latina para revertir un orden económico, social y político que genera extrema desigualdad y opresión. Quizás se desee el fracaso de estos nuevos caminos, tal como en el siglo XX, con el fin de mantener el orden establecido a nivel interno e internacional. Será preciso analizar los diversos modelos político- partidarios, sus características genéticas y organizacionales, distinguiendo aquellos pertenecientes al patrón rupturista, surgidos de la fragmentación partidista y del desprestigio de los partidos tradicionales y exhibiendo condiciones deficitarias como órganos representativos; y aquellos provenientes del esquema institucionalista que despliegan programas que fijan su ideología y proyecto político, con una organización fornida y un funcionamiento interno que se ajusta más a los criterios de una democracia representativa moderna. Cabe realizar esta indagación sin la contaminación de categorías nacidas en una realidad mundial y local totalmente distinta al pasado. Cabe hacer referencia a todo el proceso de cambios estructurales de las décadas de los años ochenta y noventa, lo cual suscitó un debilitamiento de la denominada ‘democracia de partidos’, provocando una alteración significativa en la representatividad partidaria. (Offe, 1982) Además en América Latina, a partir de los años ochenta, la matriz estado céntrica -es decir, el patrón de comportamiento político en el cual la política se organizaba preponderantemente en torno a las acciones del Estado- se agotó y fue reemplazada por otra matriz, vertebrada en el mercado y fundada en la doctrina neoliberal (Cavarozzi, 2002). Así, se erosionaron las viejas lealtades y se rompieron los lazos que los partidos políticos -otrora, organizados y consistentes- habían tendido con los actores sociales durante el siglo XX (Roberts, 2002); de este modo perdieron relevancia los grupos colectivos típicos de la era industrial, y se terminó con el encapsulamiento monopólico de la representación política por los Partidos. CONCLUSIONES De anteriores investigaciones propias y de la bibliografía consultada, derivamos algunas observaciones significativas. a) En Sudamérica los sistemas de partidos existentes al comienzo de las transiciones democráticas (años ochenta) se deterioraron en siete de los diez países. Las tres “excepciones” relativas son Chile, Uruguay y Brasil. En el caso brasileño se pusieron las bases de un inexistente sistema de partidos antes de 1990. En México, América Central y el Caribe se mantienen o se han reforzado los Sistemas de Partidos, salvo en el caso de Guatemala y Haití. b) Los modelos de partido “institucionalista”, “rupturista” y/o equidistante, aparecidos en América del Sur, son el producto de la diversa intensidad del mencionado deterioro de diversos Sistemas de Partidos. Ninguno de esos modelos son equivalentes a los populismos latinoamericanos del período 1920-1980 ni reproducirán sus comportamientos intra o inter-partidarios. En todo caso merecen un cuidadoso estudio a partir de categorías novedosas. c) Finalmente, el concepto de populismo ha sido utilizado en los medios y en las Ciencias Sociales, ideológica y teóricamente, para desprestigiar y/o combatir los fallidos cambios sociales intentados en el siglo pasado. Una mayoría de autores pretende actualmente repetir dicho discurso con esa misma finalidad, usando nuevamente el término de populismo o, a veces, el de neopopulismo para pre-juzgar y combatir regímenes políticos reformadores en América del Sur y en América Central. La obra de Laclau y sus seguidores es una excepción valiosa que debería verificar la extrema generalización de su concepto acerca de la razón populista. El presente aporte pretende criticar el uso conceptual que confunde populismo y mal gobierno en el pasado y el presente latinoamericanos; y, por lo tanto, exhortar(me) a estudiar con rigor el viraje antineoliberal que se vive en la región a partir de fines de los años noventa. Bibliografía Aboy Carles, G. 2005. Populismo y Democracia en la Argentina contemporánea. Santa Fe: Estudios Sociales. Aron, R. 1967. Les étapes de la pensée sociologique. Paris: Gallimard. Barros, S. 2006. Espectralidad e inestabilidad institucional. Acerca de la ruptura populista. En: Estudios Sociales. Revista Universitaria Semestral, XVI, núm 30, pp. 145-162. Bartolini, S. 1993. Partidos y sistemas de partidos, en varios autores, Manual de ciencia política, Alianza Universidad Textos, Madrid. Bobbio, N. 1995. Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política, Taurus, España. Botana, N. 1986. El orden conservador, Hispanoamérica, Buenos Aires. Canovan, M. 1999. Trust the People. Populism and the two faces of Democracy. Oxford: Political Studies. Cavarozzi, M. 1978. Elementos para una caracterización del capitalismo oligárquico, en Revista Mexicana de Sociología, 78/4, México. De Ípola, E. y Portantiero J. C. 1989. Lo nacional-popular y los populismos realmente existentes. En: E. De Ípola. Comp. Investigaciones Políticas. Buenos Aires: Nueva Visión. Downs, A. 1992. Teoría económica de la acción política en una democracia, en varios autores, diez textos básicos de ciencia política, Ariel Ciencia Política, Barcelona. Galissot, R. 1997. Les populismos du Tires Monde. L’Harmattan: París García Delgado, D. 1994. Estado y Sociedad, Tesis/Norma, Buenos Aires. Germani, G. 1965. Política y sociedad en una época de transición. Buenos Aires; Paidos. Horowitz, I. L. 1964. Carisma del partido: un análisis comparativo de las prácticas y los principios en las naciones del Tercer Mundo. Buenos Aires: Instituto Di Tella. Howarth, D, Normal, A. J. y Stavrakakis, Y. comps. 2000. Discourse Theory and Political Analisys: Identities, Hegemonies and Social Change. Manchester University Press. Inglehart, R. 1977. The Silent Revolution: Changing Values and Political Styles Among Westerns Publics, Princeton University Press. Jackish, C. 1990. Los partidos políticos en América Latina. Desarrollo, estructura y fundamentos programáticos. El caso argentino, CIEDLA, Buenos Aires. James, D. 1988. Resistance and Integration: Peronism and the Argentine Working Class. En: Journal of Latin American Studies, 21 (1), pp. 168-170. Kitschelt, H. 1994. Los partidos socialistas en Europa occidental y el reto de la izquierda libertaria, en Merkel, W., ed., Entre la modernidad y el posmaterialismo, la socialdemocracia europea a finales del siglo XX, Alianza Universidad, Madrid. Laclau, E. 1993. Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Nueva Visión, Buenos Aires. Laclau, E. 2005. La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Lambert, J. 1963. Amérique Latine: structures sociales et institutions politiques. París: PUF. Liphart, A. 1991. Las democracias contemporáneas, Ariel Ciencia Política, Barcelona. Lipset, S,M., y Rokkan S. 1992. Estructuras de división, sistemas de partidos y alineamientos electorales, en varios autores, Diez textos básicos de ciencia política, Ariel Ciencia Política, Barcelona. Mackinnon, M y Petrone A. comps. 1999. Populismo y neopopulismo en América Latina. El problema de la cenicienta. Buenos Aires: EUDEBA. Mora y Araujo, M. 1995. De Perón a Menem. Una historia del peronismo, en varios autores, Peronismo y menemismo, avatares del populismo en Argentina, El cielo por asalto, Buenos Aires. Müller-Rommel, F. 1985. The greens in western Europe, similar but different, en Internacional Political Science Review, vol. 6, num. 4. Nohlen, D. 1991. La reforma institucional en América Latina. Un enfoque conceptual y comparativo, en Dieter Nohlen y Liliana de Riz, Reforma institucional y cambio político, CEDES-Legasa, Buenos Aires. Nun, José. 1967. Amérique Latine: la crise hégemonique et le coup d’Etat militaire. París: Sociologie du Travail. O‘Donnell, G. 1993. Acerca del Estado, la democratización y algunos problemas conceptuales. Una perspectiva latinoamericana con referencias a países poscomunistas, en Desarrollo Económico, núm. 130, vol. 33, Buenos Aires. Offe, C. 1982. Parlamento y democracia. Problemas y perspectivas en los años ochenta, Fundación Pablo Iglesias, Madrid. Panizza, F. comp. 2005. Populism and the mirror of democracy. Londres. Verso. Pitkin, H. 1967. El concepto de representación. Berkeley. Riz, L. de. 1986. Política y partidos. Ejercicio de análisis comparado: Argentina, Brasil y Uruguay, en Desarrollo Económico, núm 100. Roberts, K. 2002. El sistema de partidos y la transformación de la representación política en la era neoliberal latinoamericana. En: M. Cavarozzi y J. M. Abal Medina. Comps. El asedio a la política. Los partidos latinoamericanos en la era neoliberal. Rosario: HomoSapiens, 2002. Sartori, G. 1969. Democracia e Definizioni, Bolonia. Taguieff, P. 1997. Le populismo et la science politique: du mirage conceptuel aux vrais problèmes. París, Vingtième Siècle. Touraine, A. 1965. Sociologie de l’action. París, Ed. Du Senil. Vilas, C. M. 2004. Populismos reciclados o neoliberalismo a secas? El mito del neo-populismo latinoamericano. En: Estudios Sociales, XIV, primer semestre de 2004.