ética. video-política y redes sociales

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Revista Memoria Política. Nueva Etapa
Vol. 2, Nro. 1/2012: 129-141
ÉTICA. VIDEO-POLÍTICA Y REDES SOCIALES
Rafael Jiménez Moreno*
Resumen
Las redes sociales se han convertido en una fuente, no solo de
información, sino de valoración del mundo político. De igual
manera, la irrupción del espectáculo en la política ha generado
una intensa disputa, en torno al valor de los medios como de los
mensajes que allí se dicen. El texto pretende mostrar algunos
puntos de vista en torno a la ética política y la libertad de
expresión.
Palabras claves: redes sociales, libertad de expresión, ética,
democracia
*
Comunicador Social (UCAB, 1994), Magister en Administración de Empresas (IESA,
2001). Actualmente se desempeña como Editor Asistente de la Revista Debates IESA.
Correo Electrónico: rafael.jimenez@iesa.edu.ve, rejimenez@cantv.net).
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ETHICS, VIDEO-POLITICS AND SOCIAL NETWORKS
Abstract
The so called 2.0 world has been increasingly a source of measure
and valuation of the political realm. The notion of spectacle in
politics has generated an intense debate on the value of the media
and its messages. This paper pretends to show some different
points of view about politics, ethics and freedom of speech.
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Karl Kraus sostiene en uno de sus más cáusticos
aforismos que los periodistas escriben porque no tienen nada
que decir, y tienen algo que decir porque escriben. No seré
yo, comunicador social de todas las horas, quien desmienta la
sospecha del brillante polemista vienés, dado que si hoy me
atrevo a concurrir ante ustedes ha sido porque previamente he
escrito unas cuantas líneas a petición de un grupo de amables
pero desprevenidos expertos en asuntos de ciencias políticas.
Me han puesto hablar de ética, video-política y redes
sociales. Y lo haré gracias a la mística todera característica
de los periodistas, profesionales que nunca se han acobardado
frente a ningún tema, a no ser el relacionado con el monto de
los sueldos. Espero que luego de una divagación inicial pueda
concluir en un aspecto vital para la salud de la democracia
venezolana: la necesaria actualización del principio de libertad
de expresión. Deseo iniciar mi intervención con un acto de
sinceridad. Las siguientes palabras no estarán teñidas de
«objetividad» alguna, debido a que esta manida entelequia
siempre me ha parecido el burladero de todos aquellos
sujetos que evitan llamar las cosas por su nombre. Por tanto,
es conveniente decir que mis reflexiones parten de una
perspectiva política liberal, aunque evitaré en todo momento
pontificar como un talibán o vociferar incoherencias como un
miembro de la barra brava.
De las muchas definiciones de democracia, me quedo
con la propuesta por Ralf Dahrendorf a partir de las aportaciones
de Karl Popper. El liberal alemán, nacionalizado británico,
singularizó el sistema democrático como «la voz del pueblo
capaz de crear instituciones que controlan el gobierno y hacen
posible cambiarlo sin violencia» (Dahrendorf; 2003, 10). Me
gusta este concepto porque no ancla el espíritu democrático en
la realización de sucesivas elecciones y consultas populares
ni en el cambiante entramado de dispositivos legales que
muchos leguleyos pretenden hacer pasar por Estado de
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Derecho. Por el contrario, se nos dice que la evolución
pacífica de una nación está vinculada con la posibilidad de
un cambio pacífico de mando, con la actuación efectiva de
las instituciones democráticas contra la voracidad del poder,
y con la participación decisiva del pueblo en los procesos de
consulta y decisión pública. Se trata, sin duda, de una visión
que, puesta a idealizar la condición humana, no apela a los
grandes hombres, sino más bien al talante republicano de la
totalidad de los ciudadanos.
Sin embargo, el concepto de Dahrendorf pierde utilidad
a la hora de vincular las nociones de democracia y videopolítica. En este sentido, resulta más ilustrativa la definición
ensayada por el investigador norteamericano Albert Dicey
(1905) quien concibe la democracia como un gobierno de
opinión. Una perspectiva teórica ha servido para dar sustancia
a los relatos distópicos construidos alrededor de los medios
de comunicación de masas. Además de la capacidad alienante
del dispositivo tecnológico, que a través de un bombardeo de
imágenes y sonidos puede, supuestamente, alterar los estados
de conciencia de las personas. También se pueden contabilizar
los efectos negativos derivados de la mercantilización de la
noticia.
El periodismo de investigación cedió su paso a un
periodismo de amplia difusión de opiniones; opiniones, raras
veces contrastadas con hechos y tradiciones ideológicas. En
un ensayo publicado en la mítica revista Vuelta, en agosto de
1994, el polígrafo italiano Roberto Calasso califica la opinión
como la túnica de Neso del pensamiento. “La opinión puede
decir de todo, pero no puede decirlo todo. Porque la opinión
tiene un estilo, y sólo estudiando sus mínimas peculiaridades
de dicción se podrá tener acceso a los crímenes desmesurados,
a los venenos familiares, al guiño de la propia muerte, en suma,
como dice precisamente la opinión, a la realidad cotidiana.
Seguimos todavía la retórica de la opinión, continuamos
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usando su figura capital: la frase hecha. ¿Cuál es el órgano
de la opinión? La entera e inmensa red de la comunicación”
(Calasso; 1994, 23).
No está solo Calasso en su suspicacia frente al
denominado cuarto poder, principal suministrador del mercado
de opiniones institucionales o subversivas. Giovanni Sartori,
en su panfleto Homo videns: la sociedad teledirigida, no se
anda por las ramas a la hora de cuestionar el profundo daño que
entraña para la vida democrática la conversión de la ciudadanía
en teleaudiencia. De acuerdo con este autor, la televisión,
punta de lanza de la industria mediática, anula la capacidad
de análisis lógico abstracto del individuo y lo condena al
mero acto de ver. Aunque las secuelas negativas también se
expresan en la escasa independencia de la clase política, que,
en lugar de atender una agenda propia de lucha, ya sólo se
ocupa de gestionar los temas coyunturales planteados por los
encuestados en programas informativos. Ellos dicen, con el
comunista francés Alexandre Rollin, «tenemos que seguirlos,
somos sus líderes».
La televisión, según Sartori, causa también la
emotivización de la política, esto es, una política dirigida y
reducida a episodios emocionales. “La cuestión es que, en
general, la cultura de la imagen creada por la primacía de
los visible es portadora de mensajes «candentes» que agitan
nuestras emociones, encienden nuestros sentimientos, excitan
nuestros sentidos y, en definitiva apasionan (…) Apasionarse
está bien cuando se hace en su momento y su lugar, pero
fuera de lugar es malo. El saber es logos, no es pathos, y para
administrar la ciudad política es necesario el logos” (Sartori;
1997, 119).
En Venezuela, el enfrentamiento de los sistemas
público y privado de televisión produjo como consecuencia
la exaltación del pathos y el surgimiento de un fuerte clima de
polarización política, que ya no tiene un correlato apropiado en
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la distribución de la propiedad de los medios de comunicación.
Tras haberse registrado una suerte de equilibrio de impotencias
(de acuerdo con el francés Alain Touraine) los acontecimientos
políticos vividos entre el 11 y 13 de abril llevaron al gobierno
a emprender una política de hegemonía comunicacional, de
dominación del espectro radioeléctrico. De llegar a contar, en
1998, con dos emisoras de radio y un canal de televisión; pasó
a tener, una década más tarde, cinco televisoras nacionales
e internacionales ideológicamente sincronizadas y 35
televisoras comunales con orientación progubernamental. Una
explosiva fuente de video-política que se ha consolidado con
el efecto propagandístico de dos circuitos radiales de cobertura
nacional (con 200 emisoras afiliadas), 600 estaciones de radio
comunales con orientación progubernamental, una agencia
nacional de noticias, 72 periódicos vecinales con orientación
progubernamental, 24 sitios web y 66 portales de comunicación
bolivariana alternativa. Bastó una década para que la revolución
bolivariana se convirtiera en el primer comunicador mediático
del país, gracias al efecto consolidado del parque propio, el
para-estatal y las 3 mil horas gastadas por Chávez en cadenas
radiotelevisivas (Pasquali, 2008).
Uno de los grandes hallazgos del historiador canadiense
Harold Innis fue darse cuenta de que cada nuevo medio de
comunicación tiende a crear un peligroso monopolio de
conocimiento (Burke; 2002). A pesar de que los gobiernos y
las grandes corporaciones de medios privados han intentado
colonizar o reglamentar los nuevos medios de comunicación,
podemos decir que existen numerosos lugares de libertad en el
ciberespacio. Y si bien, internet nos ha traído virus troyanos
y gusanos, spams e imágenes adulteradas por Photoshop
y foros de discusión que representan la antítesis del ágora
griega, también es cierto que ha contribuido a la publicación
de nuevos contenidos, y ha coadyuvado a la consolidación de
fuentes alternativas de información para una audiencia recelosa
de la veracidad de las noticias y datos puestos a circular por
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despachos oficiales y medios de comunicación tradicionales,
tal como ocurrió, por ejemplo, en el año 2003, con la invasión
de Irak por parte de Estados Unidos.
La escuela espontánea de periodismo ciudadano ha
surgido en la esfera privada como un intento, si se quiere
liberal, de oponer un contrapoder civil a un poder también
civil. Un equilibrio de poderes que pretende operar en el mundo
de la información libre, oportuna y veraz. Un mecanismo de
reforzamiento de los tejidos institucionales. Una iniciativa
que hace de la democracia una suerte de página wiki, en
permanente construcción por parte de un amplio conjunto de
usuarios «empoderados».
La masificación de la conexión banda ancha, que ha
permitido la transmisión de pesada información multimedia en
cuestión de segundos; y la creación de decenas de herramientas
de software, que ha facilitado la emisión y distribución de
textos, fotos y videos, han redundando en la consolidación
de las redes sociales tipo Facebook y Twitter; las cuales, a
pesar de tener su lado banal, como por ejemplo aquella de que
Fulano «tagueó» a Sutano en una rumbita en Playa El Agua, o
de que Pepe y María informan a todo el mundo de que están en
una relación, han servido para encender el ambiente político
en Irán, Moldavia, China y Guatemala.
Manuel Castells, en el estudio Comunicación móvil y
sociedad: una perspectiva global, nos dice: “La comunicación
inalámbrica expande el terreno de la autonomía frente a los
medios de comunicación de masas que caracteriza a Internet.
Las redes horizontales de comunicación y las múltiples
fuentes de información a escala global permiten una difusión
relativamente autónoma y el intercambio de información,
ideas e iniciativas. Las comunicaciones inalámbricas
amplifican dicha autonomía mediante la capacidad de crear
redes de información que conectan, de forma instantánea o en
el momento escogido, a individuos conocidos desde cualquier
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punto a cualquier otro punto. Esto ha creado un medio de
comunicación de gran volumen que es, al mismo tiempo,
personalizado: en la mayoría de casos, los mensajes se reciben
desde emisores conocidos. Este elemento la distingue de la
distribución masiva de mensajes desde un emisor a diversos
receptores mediante dispositivos móviles. La lógica de una red
en cadena desde fuentes identificables aumenta la credibilidad
del mensaje, y se convierte en una forma efectiva de propagar
la información que se considera fiable” (Castells; 2006, 391).
Este nuevo entorno mediático, trae consigo algunos
problemas:
•
Problemas desde la perspectiva del emisor: Las personas
que sirven de contrapeso civil a un poder civil lo hacen
bajo una formación intelectual en medios tradicionales.
Lo nuevo es la plataforma tecnológica. El enfoque
de selección y tratamiento de los contenidos es viejo.
De hecho, no pocas veces los periodistas ciudadanos
copian los vicios de los tabloides sensacionalistas o
tendenciosos. Son, pues, paparazzis ciudadanos.
•
Problemas desde la perspectiva del receptor: Demasiada
información plantea la denominada paradoja de la
plenitud, concepto que Joseph S. Nye, profesor de la
Escuela de Gobierno de la Universidad de Harvard,
aborda en los siguientes términos: “Una plenitud de
información produce una pobreza de atención. Cuando
estamos abrumados por el volumen de información al
que nos enfrentamos resulta difícil saber en qué debemos
concentrarnos. La atención -y no la información- se
convierte entonces en un bien escaso, y quienes logran
distinguir las señales valiosas de las interferencias
ganan poder. Quienes editan, filtran y asesoran cada vez
están más solicitados y esto supone una fuente de poder
para quien pueda decirnos hacia dónde dirigir nuestra
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atención (...) el poder relativo a la circulación de datos lo
obtienen quienes pueden preparar y validar fiablemente
la información, clasificando lo que es correcto y lo que
es importante (...) La credibilidad del emisor se torna
entonces un valioso recurso de poder debido al diluvio
de información gratuita y a la «paradoja de la plenitud»
propia de la era de la información (Nye; 2003, 103)”
•
Problemas desde la perspectiva del mensaje: Los
mensajes son instantáneos y multimedia, enviados de
manera simultánea a usuarios de diversas plataformas
tecnológicas. Redactados casi siempre en función de
un límite de palabras. Esto es, los 140 caracteres de
Twitter desplazan a las cinco preguntas del periodismo
tradicional.
•
Problemas desde la perspectiva del código: El surgimiento
de un nuevo lenguaje vinculado a la mensajería de texto
y los status de las redes sociales.
•
Problemas desde la perspectiva del canal: No todos tienen
acceso. Existen también los denominados analfabetos
tecnológicos. Otro peligro: Confundir al canal con la
realidad.
•
Problemas de legitimación de voceros y líderes: Ya no
son los puntos de ratings la fuente de legitimación de la
video-política, sino la cantidad de visitas en YouTube y
el número de amigos en Facebook o de seguidores en
Twitter.
Se echa de menos una ética liberal de moderación del
nuevo poder. Mientras mayor es el poder, la responsabilidad
asumida limita la libertad de expresión. La explosión de la Web
2.0 nos invita a parafrasear a Benjamin Constant y plantear la
transición de «la libertad de expresión de los antiguos» a «la
libertad de expresión de los modernos». Un nuevo concepto
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de libertad de expresión que exige la necesidad de repensar un
marco ético más completo para la experiencia democrática.
Es tiempo ya de que al socialismo del siglo XXI (¿?)
se le anteponga una concepción de la libertad de expresión
también del siglo XXI. Por ello, resulta impostergable
poner en vigor la recomendación formulada por el eminente
comunicólogo venezolano Antonio Pasquali (2009): “Con la
venia del purismo jurídico, es el momento de relativizar las
vetustas definiciones de «libertad de expresión» heredadas
de épocas cuyo menguado horizonte comunicacional era el
‘parler, écrire et imprimer libtrement’ (1789). Las tecnologías
las han envejecido, desplazando la frontera de la libertad
de «expresión» a la de la «comunicación». Llevamos dos
siglos totemizando el anglosajón ‘freedom of speech and of
the press’ norteamericanos de 1776 y 1791, y la ‘libertad de
opinión y expresión’ de la ONU de 1948 (…) La diferencia
entre mi libertad de expresarme con un artículo al mes en un
solo periódico y la del autócrata que se expresa en cadenas
multimediales ante el país entero y cuando le viene en gana,
indica a las claras que lo sustantivo del artículo 19 de la
Declaración Universal es su nunca citada parte segunda, la
que garantiza a todos una idéntica libertad de comunicarse
‘sin limitación de fronteras, por cualquier medio de difusión’.
Donde veamos «libertad de expresión» hemos pues de leer
«libertad de comunicar»”.
Compartimos con Antonio Pasquali que la «libertad de
expresión del siglo XXI» debe abandonar la concepción lineal
de tres siglos de antigüedad para sustituirla por un complejo
prisma de cinco facetas indisociables, donde se incorporen las
libertades no sólo de emisión sino también de recepción: 1)
Libre selección del código expresivo (“Franco prohibió a los
catalanes el uso de su propio idioma; lo mismo hizo Canadá
con los inuit”); 2) Libre elección del medio para envío o
recepción de mensajes (“limitar el uso de internet o cerrar por
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la fuerza un canal de televisión o una emisora de radio tipifican
un doble cercenamiento de emisión/recepción”); 3) Libre
acceso a fuentes informativas (“sus restricciones cercenan la
libertad de recepción y generan un black-out o manipulación
del mensaje”); 4) Libre escogencia de contenidos del mensaje
(“cualquier tema no expresamente vetado por las legislaciones
democráticas”); y 5) Libre selección de públicos receptores
(“es el alcance del mensaje; la vieja noción de free low”). En
palabras de Antonio Pasquali: “La «libertad de expresión del
siglo XVIII» se agota en el cuarto aspecto; hoy concebimos
que la moderna libertad de expresión no se da sin su copresencia balanceada en las cinco mencionadas áreas. Todo lo
anterior evidencia que en Venezuela sí sufrimos un importante
déficit de libertad comunicacional por graves limitaciones en
los puntos 2, 3 y 5. De los dos contrincantes, es entonces el
gobierno el que miente. En efecto, para demostrar que habría
libertad de expresión, Chávez sólo puede apelar al debilitado
argumento del siglo XVIII reduciéndola al cuarto aspecto, y
fingiendo que los demás aspectos no existen”.
Limitar la libertad de expresión a la posibilidad de
hablar o gritar en un sitio o en una circunstancia determinada
equivale, en la práctica, a señalar que hasta en el ensangrentado
espacio de un patíbulo podemos encontrar fehacientes
testimonios de libertad de expresión (¿qué víctima no ha
dirigido un postrero insulto a su verdugo antes de la ejecución
de la pena de muerte?). A nuestro juicio, parece contener
mayor hondura humana y legal que, en todo caso, el principio
de libertad de expresión, en su manifestación más libertina
e insultante, guarde estrecha relación, no con la posibilidad
de que alguien recuerde la madre del gobernante en la plaza
pública, sino con la certeza de que luego del desahogo verbal el
protestante no vaya a ser reprimido. ¿O es qué acaso los únicos
que tienen derecho a apelar a un léxico airado y pendenciero
son los poderosos. ¿El pueblo llano no? Sin embargo, para
alivio de puritanos y gazmoños, en el fondo no se trata de un
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problema de tacos y groserías, ya que resulta obvio que los
rábulas del régimen aluden a la obscenidad inaceptable para,
por carambola, cerrarle el paso a las ideas y críticas razonables
que utilizan el mismo canal –la voz, el micrófono, la cámara,
la hoja impresa– para exteriorizarse. Se busca de esta manera
penalizar el grito para acallar de paso el tono directo, sincero y
sereno. El tono verdaderamente democrático.
Referencias
Burke, P y Briggs, A (2002), De Gutenberg a Internet: Una
historia social de los medios de comunicación, Madrid:
Editorial Taurus.
Calasso, Roberto (1994), “De la opinión”, Revista Letras Libres,
México.
Castells, Manuel (2006), Comunicación móvil y sociedad: una
perspectiva global, Madrid: Editorial Ariel y Fundación
Telefónica.
Dahrendorf, Ralf (2003), Después de la democracia (en diálogo
con Alberto Polito), Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica.
Dicey, Albert J (1905), Lectures on the relations between law
and public opinion in England during the XIX, Londres:
Editorial MacMillan.
Nye, Joseph Samuel (2003), La paradoja del poder
norteamericano, Madrid: Editorial Taurus.
Pascuali, Antonio (2009), “El cuarto poder”, Diario El Nacional,
Caracas.
Pascuali, Antonio (2008), “¿Hay libertad de expresión en
Venezuela?”, Diario El Nacional, Caracas.
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Sartori, Giovanni (1998), Homo videns. La sociedad teledirigida,
Madrid: Editorial Taurus.
Sartori, Giovanni (2003). ¿Qué es la democracia?, Madrid:
Editorial Taurus.
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