Segunda Sección Educación y Pedagogía EL ROL DE LOS DOCENTES EN LA CONTROVERSIA SOBRE LINEAMIENTOS, ESTÁNDARES Y POLÍTICAS EDUCATIVAS PARA LA ENSEÑANZA DE LAS CIENCIAS SOCIALES * TEACHERS’ ROLE IN THE CONTROVERSY ABOUT GUIDELINES, STANDARDS AND EDUCATIONAL POLICIES FOR SOCIAL STUDIES TEACHING Por Elkin Darío Agudelo Colorado* elkindario68@yahoo.com Resumen Ante las nuevas orientaciones curriculares para la enseñanza de las ciencias sociales en Colombia (lineamientos y estándares básicos de competencia), se ha desatado un fuerte debate acerca del papel que maestras y maestros cumplen respecto al diseño, implementación y evaluación de dichas políticas. Hoy nos preguntamos por la capacidad que tiene el sistema educativo de excluir de la formulación de dichas políticas a los docentes, quienes, en su desempeño cotidiano, asumen la enseñanza de esta importante área para la formación de los estudiantes colombianos. También nos preguntamos por la incapacidad de los sindicatos, asociaciones de profesionales y facultades de Educación de organizarse y movilizarse para la incidir con propuestas en la formulación de estos instrumentos, que, si bien se deben asumir como “orientaciones” porque se supone que respetan el principio fundamental de la autonomía curricular propuesto por la Ley 115 de 1994, en el trabajo cotidiano de muchas instituciones educativas se convierten en el fin que guía la enseñanza y la evaluación/medición externa. En medio de este debate nos preguntamos: ¿dónde queda el saber pedagógico de las y los maestros para llevar a cabo su trabajo, es decir, para asumir la enseñanza de las ciencias sociales como intelectuales y trabajadores culturales? Palabras claves: orientaciones curriculares (lineamientos y estándares), políticas educativas, enseñanza de las ciencias sociales, autonomía curricular, saber pedagógico. Abstract New curricular orientations to the teaching of Social Studies in Colombia (Guidelines and basic standards of competencies) have sparked a heated debate about the teachers’ role in respect to the design, implementation, and evaluation of these orientations. Today, there is a permanent question inrelation to the capacity of the educational system to exclude teachers from the formulation of these policies, the same teachers who in their daily performance assumed the teaching of this crucial area with Colombian students. We also ask for the in-ability of unions, associations of professionals, and faculties of education to organize and mobilize with proposals that impact on the formulation of these instruments. Although, these instruments must be assumed as * El presente documento es resultado de una ponencia presentada en noviembre de 2009 en el marco del seminario internacional “La educación en ciencias sociales: ¿En qué estamos y hacia dónde vamos?”, convocado por la Universidad Nacional de Colombia. Las disertaciones descritas en él se presentaron en el panel “Controversias sobre lineamientos curriculares, estándares y políticas educativas en la enseñanza de las ciencias sociales”. * Licenciado en Educación: Geografía e Historia. Universidad De Antioquia. Magister en Educación y Desarrollo Comunitario. Docente, investigador. Licenciatura en Educación Básica con Énfasis en Ciencias Sociales. Grupo de Investigación Amautas Universidad Distrital. • Este articulo fue recepcionado para evalución por los árbitros de nuestro comité científico el día 17de febrero de 2010 y fue finalmente avalado para edición y publicación final el día 12 de abril de 2010 “guidelines” because they are supposed to respect the fundamental principle of curricular autonomy proposed by for the Law 115 of 1994, in the daily work those “guidelines” become the aim that carry out the teaching and the external evaluation and measurement in many educational institutions. In the middle of this debate we ask about where is the pedagogical knowledge of teachers to accomplish their labor or their pedagogical knowledge to assume the teaching of social studies as an intellectual and cultural worker? Key words: curricular orientations (guidelines and standards), educational policies, teaching of Social Studies, autonomous curriculum, pedagogical knowledge. En ese sentido, la revisión exhaustiva que atraviesa la indagación de este seminario –en qué estamos y hacia dónde vamos respecto a la educación en ciencias sociales– pasa por identificar, analizar y polemizar las controversias que desde la promulgación de la Ley General de Educación vienen presentándose respecto a la enseñanza de las ciencias sociales, particularmente aquellas que se ubican en la relación/tensión entre lineamientos curriculares, estándares y políticas educativas. Introducción El problema fundamental, de naturaleza política, está coloreado por tintes ideológicos, a saber: quién elige los contenidos, a favor de quién y de qué estará su enseñanza, contra quién, a favor de qué, contra qué. Qué papel le corresponde a los educandos en la organización programática de los contenidos; cuál es el papel, en otro nivel, de los y las que en las bases –cocineras, porteros, cuidadores– están involucrados en la práctica educativa de la escuela; cuál es el papel de las familias, de las organizaciones sociales, de la comunidad local (Freire, 2007: 105). Para dar cuenta de esa relación/tensión que existe en la triada que nos proponen los organizadores de este evento académico he aprovechado elementos de mi práctica profesional como sujeto de la educación en diferentes espacios72 donde se ha pensado y discutido el qué, el para qué y el cómo de la enseñanza de las ciencias sociales en la educación básica y media. Tomando como base esa experiencia profesional, me permito presentar, sustentar y someter al debate las controversias que, desde mi sentir, enmarcan, definen, potencian y limitan la enseñanza de las ciencias sociales, y que responden a la siguiente cuestión: ¿cómo entender el lugar de los y las docentes de ciencias sociales en la relación/tensión que se presenta entre las políticas educativas y las orientaciones curriculares que emanan de ella? Pensar la educación en ciencias sociales, particularmente aquella que se lleva a cabo en las instituciones donde se desarrolla la educación básica y media, es incursionar en un campo de placeres, tensiones y contradicciones que nos lleva a preguntarnos por las prácticas pedagógicas que se desarrollan entre sujetos (estudiantes, docentes, familias, organizaciones sociales, instituciones del estado), y por cómo dichas prácticas configuran y definen un sujeto social y político que no solo se interroga por el tipo de sociedad en la que vive, sino también por la sociedad que quiere construir a partir de la visión de ser humano y sociedad que se presenta en la interacción entre sujetos de la comunidad educativa. 1. El desempeño profesional de los y las docentes y su relación con las políticas públicas para la enseñanza de las ciencias sociales.Las políticas públicas en educación se enmarcan en una relación/ tensión determinada por el poder que faculta a las instituciones del Estado para definir los sentidos, propósitos y alcances de la política. En ese sentido, la construcción e implementación de las políticas ocurren en una relación de exclusión o de limitada representación que pone solamente a una de las partes a definir la manera como se interviene en un asunto que es de interés público (en este caso la enseñanza de las ciencias sociales). Obviamente, las políticas públicas se encuadran en unos intereses superiores, que son determinados por una serie de referentes de orden constitucional, legal, político, económico, cultural, etc., donde a veces priman más los intereses gremiales o de partido que el interés general. Al respecto, el profesor Alejo Vargas nos recuerda que la política tiene dos usos diferentes: como fenómeno de lucha por el poder o como marco de orientación para la acción, un programa o una perspectiva de actividad. En el marco de estas dos posturas está la política pública, es decir, “los actos o no actos comprometidos” de una autoridad pública frente a un problema o en un sector relevante de su competencia (Vargas, 2001: 90). Artículo 77. Autonomía escolar. Dentro de los límites fijados por la presente ley y el proyecto educativo institucional, las instituciones de educación formal gozan de autonomía para organizar las áreas fundamentales de conocimientos definidas para cada nivel, introducir asignaturas optativas dentro de las áreas establecidas en la ley, adaptar algunas áreas a las necesidades y características regionales, adoptar métodos de enseñanza y organizar actividades formativas, culturales y deportivas, dentro de los lineamientos que establezca el Ministerio de Educación Nacional (Ley General de Educación, 1994). En ese orden de ideas, es importante preguntarnos hasta dónde las políticas públicas en educación, y particularmente las que tienen que ver con la enseñanza de las ciencias sociales, son el resultado de una acción, comprometida o no, de la autoridad pública para orientar y fortalecer la enseñanza de esta área obligatoria y fundamental, o, por el contrario, corresponde a una acción de poder/dominación encaminada a responder a sus intereses, en este caso para que la enseñanza de las ciencias sociales sea utilizada como instrumento de perpetuación de prácticas sociales que mantienen y sustentan un sistema inequitativo y antidemocrático. Como principio y punto de referencia legal, la Ley General de Educación orienta la política pública en educación a promover, valorar y respetar la autonomía curricular de que gozan las instituciones educativas. En ese sentido, el MEN dispuso para la enseñanza de las ciencias sociales un paquete de orientaciones curriculares (Lineamientos curriculares, 2002 y Estándares básicos de competencias, 2004) para que, conjuntamente con el PEI de las instituciones educativas, se ponga en marcha un proceso educativo pertinente y básico, ajustado a las necesidades culturales y científicas de la sociedad colombiana. Frente a lo anterior, es necesario señalar que la Ley 115 de 1994 reconoció la autonomía curricular como principio que permite a las instituciones pensar su PEI de acuerdo con las necesidades, intereses y problemáticas que definen la vida de su comunidad, para conectar dicha realidad con los fines de la educación colombiana, lo cual podría interpretarse como un diálogo horizontal entre los propósitos e intenciones que se presentan en lo local (institución educativa) con los propósitos regionales y nacionales. Para corroborar lo anterior, detengámonos en el siguiente artículo: Ahora bien, ¿hasta dónde estas disposiciones son comprendidas y utilizadas como referencias y no como el currículo nacional obligatorio que encasilla los procesos para la enseñanza de las ciencias sociales que se desarrollan en los ámbitos escolares? ¿Cuál es el análisis y la lectura que se hace de estos instrumentos por parte de los docentes para recontextualizarlos en el marco de los PEI y de los planes de área? ¿Qué tanto los libros de textos escolares limitan o potencian este ejercicio de comprensión? O, en últimas, ¿tienen más fuerza reguladora y orientadora los libros de textos escolares que las mismas orientaciones curriculares expedidas por la política educativa y por los PEI? En el marco de los procesos para la enseñanza de las ciencias sociales, es evidente que se presenta una tensión respecto de quién define los propósitos, los contenidos, las metodologías, los recursos y las estrategias de evaluación para facilitar la educación en ciencias sociales, entre otros componentes curriculares. Esa disputa aparece fundamentalmente entre tres actores: el MEN, las instituciones educativas y las editoriales de textos. Se supone que el primer actor, el MEN, define, promulga y vigila el desarrollo de las políticas educativas. Los otros dos acatan y ejecutan la política educativa con base en dos principios, ambos en el marco de las orientaciones curriculares que defina el MEN: la autonomía curricular para las instituciones educativas y la libertad de empresa para las editoriales de textos. Ahora bien, de acuerdo con mi conocimiento y acercamiento a las prácticas educativas de las instituciones escolares, considero que las escuelas, y dentro de ellas los docentes, son las que menos capacidad de injerencia tienen en la definición de lo que se debe enseñar en ciencias sociales, a pesar de contar con un marco legal que las faculta para ello (me refiero al ya citado artículo sobre autonomía curricular). Lo peligroso de esta situación es la manera como se desdibuja la profesión docente, en cuanto que el docente queda atrapado entre las orientaciones que le define la política educativa para la enseñanza de las ciencias sociales y la amplia oferta que le brindan las editoriales de textos, con el agravante de que este último actor le oferta bajo el supuesto de que ha recogido e interpretado la “orientación oficial” y que, por lo tanto, no desborda los parámetros legales para el desarrollo de la política. Frente a este panorama, quienes terminan definiendo e interpretando los sentidos y alcances de la política educativa son las editoriales, no la institución educativa y sus docentes. El docente, en su pleno derecho a ejercer la “libertad de cátedra”, autónomamente decide violar la autonomía curricular de las instituciones educativas y le concede al texto escolar todo el poder para dirigir y orientar la enseñanza de las ciencias sociales. Esta situación se manifiesta fundamentalmente en aquellos ejercicios docentes que han renunciado –de manera consciente o inconsciente– a las tareas y funciones de la pedagogía, es decir, a la esencia y naturaleza de su profesión como docentes. Frente a esta deplorable tendencia, que desvirtúa el sentido de pedagogía, surge una voz crítica que nos recuerda nuestra función como intelectuales: Las condiciones materiales bajo las cuales trabajan los profesores constituyen la base, tanto para delimitar como para potenciar el ejercicio de su función como intelectuales. Consecuentemente, los profesores, como intelectuales, necesitan reconsiderar y, posiblemente, transformar la naturaleza fundamental de las condiciones en las que se desarrolla su trabajo. Es decir, los profesores deben estar en condiciones de conseguir que sean el tiempo, el espacio, la actividad y el conocimiento los que vertebren la vida diaria en las escuelas. Más específicamente, para llevar a cabo su misión de intelectuales, los profesores han de crear la ideología y las condiciones estructurales que necesitan para escribir, investigar y colaborar entre sí en la elaboración de currículos y el reparto del poder. En definitiva, los profesores necesitan desarrollar un discurso y un conjunto de hipótesis que les permitan actuar más específicamente como intelectuales transformativos (Giroux, 1997: 36). Ahora bien, ¿cómo ejercer nuestra función como intelectuales transformativos cuando el énfasis de la política educativa actual centra la función docente en el desarrollo de contenidos (léase contenidos de orden conceptual y procedimental), en detrimento de los contenidos de orden ético, valorativo y socializador, que son los que le dan sentido y significado al aprendizaje de las ciencias sociales, en tanto que conectan los problemáticas locales, la realidad que viven y afrontan los estudiantes y sus comunidades, con los saberes que se producen en el interior de las ciencias sociales? Infortunadamente los currículos, y dentro de éstos los planes de estudio, se han convertido en procesosformativos a prueba de evaluaciones externas (Saber, Icfes, pruebas internacionales). Al parecer, la calidad y la finalidad de la educación se miden por los “buenos resultados” que se obtengan en este tipo de pruebas y no por las capacidades/habilidades/competencias que adquiera el estudiante para, como propone la Unesco (1996), aprender a ser, aprender a conocer, aprender a hacer y aprender a convivir con los demás. Frente a esta situación, las instituciones educativas –afortunadamente con honrosas excepciones– han respondido con una racionalidad de tipo instrumental, que cosifica el proceso educativo, porque se termina asumiendo que ser una institución de calidad es alcanzar los mejores resultados en las evaluaciones externas anteriormente referenciadas, a veces sin preguntarse por los niveles de comprensión del conocimiento expuesto, los niveles de utilidad de dichos conocimientos en la vida cotidiana e incluso los niveles de satisfacción y felicidad de los niños y niñas, jóvenes, docentes, padres y madres. Respecto a esta tendencia, conviene insistir en que la escolarización no necesariamente es educación, que se necesitan unas ciencias sociales que tengan la capacidad de contribuir a la formación de estudiantes que se reconozcan y se asuman como sujetos críticos en el seno de comunidades que construyen sociedad, tarea que obviamente no se realiza exclusivamente en la comunidad educativa sino también en la comunidad local, un espacio que ha desaprovechado la escuela para conectar y vincular los procesos de formación que ocurren dentro de las instituciones con los procesos de formación que se gestan en las organizaciones sociales y comunitarias que basan sus procesos educativos en dinámicas que articulan la investigación, la acción, la participación y la transformación de su realidad. Considero que las escuelas formales tienen como reto y tarea vincular la educación en ciencias sociales con la educación que se imparte en los espacios comunitarios, lo cual ayudaría enormemente a romper la tendencia escolarizadora en la que han caído las escuelas y de la cual no escapa la enseñanza de las ciencias sociales. En ese sentido Giroux (2003), en su ya conocido texto sobre la escuela y la lucha por la ciudadanía, nos habla de las ventajas que representa para la educación fortalecer la relación de los maestros con los movimientos sociales. Al respecto afirma: los educadores tienen que establecer alianzas con otros movimientos sociales progresistas, en un esfuerzo por crear esferas públicas en las que se pueda debatir el discurso de la democracia y en las que se pueda actuar colectivamente respecto de las cuestiones que salgan a relucir en tal contexto, de manera política si es necesario. Creando vínculos activos y orgánicos con la comunidad, los maestros pueden abrir sus escuelas a los diversos recursos que ofrece la comunidad. Y al hacer esto, pueden darles a las escuelas el acceso a aquellas tradiciones, historias y culturas comunitarias que con frecuencia se hallan sumergidas o desacreditadas dentro de la cultura escolar dominante (2003: 173). Con lo anterior se hace evidente que una educación de calidad no depende exclusivamente de la obtención de buenos desempeños en las diferentes pruebas de evaluación externa que se practican para la educación básica y media. Si bien el sistema educativo tiene todo el derecho de evaluar los desarrollos y alcances de las políticas, su calidad no se determina exclusivamente por los resultados que arrojan dichas pruebas, en el sentido de que una educación de calidad, y de calidad integral, implica valorar otras dimensiones que por lo general se excluyen en dichas mediciones. Me refiero, por ejemplo, a la comunicación, la afectividad, los proyectos de desarrollo social, los vínculos con otros actores sociales por fuera de la escuela, que también construyen proyectos educativos comunitarios. Ahora bien, es importante que en el curso de esta controversia entre lineamientos, estándares y políticas educativas, nos preguntemos qué estamos entendiendo por calidad de la educación. Una aproximación a dicho significado quizás nos permita entender parte de las tensiones que se enmarcan en esta relación. Para citar un punto de vista al respecto me apoyo en Luis Rigal (1995), quien aborda el concepto de la siguiente manera: Entendemos por calidad de la educación el grado en que el conjunto de propuestas y acciones que formula un sistema educativo está destinado a formar actores que puedan desempeñar el conjunto de tareas socialmente significativas en la conducción y gestión de una sociedad democrática. La orientación democrática de la educación significa, en última instancia, que la sociedad desarrolle desde esa institución una propuesta que sitúa a todos los ciudadanos en condición de ser gobernantes. La escuela así debe fomentar desde lo pedagógico el pensamiento crítico, desde lo curricular la relevancia y pertinencia de los saberes que transmite, desde lo institucional, una organización que conjugue eficiencia y democracia. Concebir así la educación pública, requiere trascender los límites que le impone hoy el dominante modelo neoliberal a nuestra democracia, que mantiene a ésta altamente imperfecta, en muchos aspectos más formal que sustantiva, y tiene como importante asignatura pendiente la extensión de la ciudadanía –condición de protagonista activo y organizado– a vastos sectores sociales” (p. 178). En el centro de la reflexión que nos ofrece Rigal está una reflexión sobre la democracia, que necesariamente debemos trasladar a las políticas educativas para la enseñanza de las ciencias y las prácticas pedagógicas de las maestras y maestros que enseñamos ciencias sociales. Respecto a la función y el alcance de las políticas debemos preguntarnos: ¿en qué proporción el enfoque y la propuesta curricular esbozada en los lineamientos curriculares y en los estándares básicos de competencias son un dispositivo para problematizar, fortalecer y vivir los valores democráticos? ¿A partir de lo planteado en estas orientaciones es posible desatar procesos formativos que permitan a los estudiantes no asumirse como seres controlados y gobernados, sino como sujetos que tienen la capacidad de construir proyectos de de vida y de sociedad? No podemos olvidar que la escuela está llamada a velar por la formación de las libertades, la autonomía, el pensamiento crítico, los derechos humanos, la democracia, la cultura, la ciencia, etc. Por lo menos, así lo exigen los fines de la educación colombiana, pero la manera como se concibe y se organiza la educación en las escuelas lleva a que las prácticas pedagógicas que allí se hacen tengan relación directa con tradiciones y prácticas conservadoras que niegan o desconocen los propósitos esenciales de una educación de calidad. No es casual que se acuse a la escuela de formar para la heteronomía y no para la autonomía, lo cual resulta más funcional a la hora de imponer una serie de valores que sustentan el statu quo a través de la utilización de las escuelas como regímenes de control disciplinar. Sin embargo, debe señalarse que a las funciones sociales de la formación ciudadana y desarrollo del conocimiento asignadas a la escuela como centro especializado para la educación moderna y el desarrollo de la sociedad, se sumó desde el siglo XVII una función central de control social de la infancia y de la juventud mediante el establecimiento de un régimen disciplinario. Esta última función adquirió tal peso, que vale la pena preguntarse hasta qué punto ha llegado a desplazar sus fines principales, llegando inclusive a obstaculizar el logro de las metas de formación humana. Es por esto que la pregunta por la calidad de la educación adquiere una relevancia tan grande en el actual momento de evolución de nuestras sociedades (Cajiao, 1994: 39). No es función de esta disertación evaluar en qué medida las prácticas pedagógicas que se utilizan en la enseñanza de las ciencias sociales se acercan a un ejercicio democrático en la construcción delconocimiento y de nuevos proyectos de vida y sociedad, pero lo que tengo que advertir es que si los y las docentes de ciencias sociales no asumimos la responsabilidad ética y política de contribuir con nuestro trabajo a romper el cerco instrumental y dominador en el que han convertido a las escuelas, será muy difícil rescatar la educación formal como espacio cultural y político para concebir otra sociedad, otras relaciones humanas que no estén determinadas por el mercado y el consumo. En ese mismo sentido, esa responsabilidad que convoco debe llevarnos a rescatar la profesión docente como ejercicio de creación y transformación permanente, es decir, rescatar y visibilizar nuestro lugar como intelectuales de la pedagogía y no limitarnos a la administración y ejecución de currículos prescritos sin ninguna mediación y transformación de nuestra parte. Aunque en esta reflexión puedo aparecer como juez y parte, ya que tengo responsabilidades en la formulación de algunas orientaciones curriculares emanadas de las políticas educativas, asumo que dichas orientaciones en ningún momento pueden desplazar la responsabilidad intelectual del docente en la construcción de propuestas educativas para la enseñanza de las ciencias sociales, toda vez que el docente es el único que puede garantizar que los contenidos de las ciencias sociales cumplan con los criterios de pertinencia y significación que reclaman nuestros estudiantes y las diferentes corrientes pedagógicas contemporáneas. Finalmente, defender y rescatar el papel de los docentes como intelectuales de la pedagogía implica exigir y garantizar nuestro lugar en los procesos de diseño, implementación, evaluación y ajuste de las políticas educativas. Nosotros no podemos ser simples receptores y actores pasivos de las políticas que enmarcan y definen el desarrollo y el futuro de la educación. Debemos encontrar rutas y estrategias que hagan posible nuestra participación; no una participación consultiva sino una participación donde podamos discutir, concertar, disentir (sin que se nos tilde de terroristas) y decidir conjuntamente con otros actores qué educación queremos para estas nuevas generaciones que tanto nos inquietan, desestabilizan y emocionan. Pelearnos ese lugar en las políticas educativas es comenzar a hacer viable eso que nuestra Constitución denomina democracia participativa, en cuanto que las políticas públicas de educación – entendidas como un asunto de interés público– no son de responsabilidad exclusiva del gobierno: son también responsabilidad de la ciudadanía. En ese sentido, el profesor Roth (2003) expresa lo siguiente: Hoy la exigencia de una mayor participación democrática por parte de los actores sociales y políticos implica la imposibilidad de pensar y actuar en política desde una posición ‘cientista’ y externa a la sociedad: la política no puede ser una actividad reservada y exclusiva de los expertos (p. 212). De nuestra capacidad de organización y movilización, de las propuestas que logremos diseñar y de la manera como interpelemos el sistema educativo, depende que la participación de los y las maestras en el diseño de las políticas públicas en educación para el área de ciencias sociales sea una realidad y no una ilusión; de lo contrario corremos el peligro de renunciar al saber pedagógico, disciplinar e interdisciplinar que nos convoca y seguiremos padeciendo las imposiciones desde arriba y contribuyendo a instrumentalizar cada vez más la enseñanza de las ciencias sociales, despojándola de su carácter crítico y transformador. Bibliografía CAJIAO, Francisco. (1994). Poder y justicia en la escuela. Bogotá, Fundación FES. FREIRE, Paulo. (2007). Pedagogía de la esperanza. México, Siglo XXI, séptima edición. GIROUX, Henry. (2003). La escuela y la lucha por la ciudadanía. Buenos Aires, Siglo XXI Editores. _______(1997). Los profesores como intelectuales. 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