Woman del Adiós Miento si digo que Norah Brightman era bella. Tenía, en verdad, esa singular fascinación que atenúa cualquier defecto. Cantaba blues en unaTabernacéntrica de Puerto Espiro,unalejana localidaddel Sur, en los años tempestuosos de la dictadura. La recuerdo con sus tics frenéticos y su voz desgarradora,aquel verano en que la vi por únicavez, con sus cabellosempapados de sudor y su delgadafigura dominando el escenario durante sus shows. Norah había nacido en Irlanda en los años '40, y era hija de un militar galés y de madre alemana.La pequeñadublinesatuvo una infanciasignadapor la desventura:huérfanaa los ochoaños,fue a parar a un asilo de las Hermanasde la Misericordia, en el condado de Wexford, en el sudeste de la isla. Entre su indocilidad y los abusosa los quefue sometida,la joven forjó un carácter impetuoso del quejamáspudodespojarse. Conoció en París a Eduardo Rozner, un intelectual argentino vinculadoa la Sorbona,en plena euforia del Mayo francés. El se enamoróde su voz áspera y enérgica, el día en que la vio por primera vez cantandoLe Méféquedurante un mitin. Ella era pura genética irlandesa: apasionaday melancólica,de ese tipo de personajesenrevesadosque Joyce retrató con su pluma.¡Nous sommesle pouvoir! repetía la joven Norah, inflamadade delirio y alcohol, aquella tarde inconfundiblemente parisina de 1968, con un acento británico. Eduardo, por el contrario, era circunspecto y racional, un joven refinado con ideales contestatarios o, si se prefiere, un revolucionariocon aparienciade burgués.En verdad, confluíaen él -como en algunos otros idealistas de su tiempo- esa extraña conjunción de cualidades irónicas. Su sobriedad equilibraba los exabruptos de ella. Se enamoraronlocamente,en la bohemia de una París encendiday convulsionada. Lo que para ambosiría a ser una aventura se convirtió en un amor irrevocable. Tortuoso, intenso, pero no exento de felicidad. Juntos vivieron la pasiónde la revuelta parisina en cada acto, en cada manifestación estudiantil, en cada asambleapopular. Ella emulaba a Janis Joplin entonando A woman left lane/y, con su minifalda escocesay los cabellos al viento. El estaba comprometido políticamentecon la causarebelde: Norah, en cambio,sólo exhibía su indisimulablerebeldía genuina. Una leyenda inscrita en las paredes de la ciudad los reunía en su excéntrica condición redentora: E/ que hab/a de/ amor destruye e/ amor. En los añossetenta él retornó a BuenosAires, trayéndolaconsigo. La ciudadvivía por entoncesla primaveracamporista,la ilusión de un nuevotiempo político que pronto se disiparíatrágicamente.Eran felices, vivían con holgura,pero de repente algo comenzóa andar mal: la dictadura militar convirtió a Eduardo en un perseguido político. Ella le cantabaPieceof my heart y lo esperabatodas las noches con su salto de cama, su SCOTCÍ! con soda y una sonrisa obstinada. Tiempo despuéslas cosas habrían de complicarseaún más: una mañana,al salir de su casa, Eduardo fue secuestrado por un Grupo de Tareas de las Fuerzas Armadas. Como sucedió con otros miles de militantes, su cuerpo no aparecería nunca más. Poco pudo hacer Norah para investigar la desapariciónde su pareja. Los contactos de la mujer no le sirvieron de mucho, y apenas le sugirieron una salida: el exilio. Presionaday amenazada,logró fugarse al Sur gracias a los oficios de Ricardo,un amigode su pareja y antiguomilitante, quela albergó en su casa,en aquellalejana ciudad patagónica.Allí vivió su duelo, entre la incertidumbre por el destino de Eduardo y su propio desconsuelo.La mujer retornaba así al horror de su pasadode pérdidas,esta vez en un mundoajenoy distante. Con el tiempo se acostumbróa las heridas, al país, al estado de conmocióny a la fragilidad de la hora. Alguiende su entorno la llevó a cantar a Octubre, una tasca en la ancha avenida que atraviesa el centro de PuertoEspiro,paradade bohemiosy noctámbulosde toda laya. Incluso también de algunosmilitantes empujadosal exilio interior, como los hermanos Amancay, dueños de la taberna, que construyeron en ese espacio un lugar de resistencia culturalmente activo. El sitio no era el deseado, pero resultaba un desahogopara solucionar sus dificultades y comenzarde nuevo. Conlos showsobtuvo cierta autonomíaeconómica,pero sus excesos se agudizaron.El alcohol la encendía,al tiempo que la angustiaba hasta la depresión,y el sexo ocasionalsuplíasu carenciaemotiva.En efecto, mantuvo relaciones pasajeras con algunos parroquianos del bar, pese a los consejos de sus allegados para que preservase la imagen. 1 Años después,un ex amantesuyo hubo de recordarlo comouna mujer de naturaleza ¡ndómitay pasional,pero con frecuentes ciclos de euforia y depresión.Segúnsus palabras,desbordaba vehemenciay, sin embargo,pedíaternura a gritos. Por momentosera inmanejable,casi siempre, dócil". Su voz habíaperdidoel brillo de los añosfelices de París.No obstante,aúnlucíatalentosay sugestiva. LaGringa-comole decíancantabade pie en unaustero escenarioacompañada por un pianista. El bar tenía un salónamplioy pocoiluminado, conreminiscencias marinas,burdamente decoradoconmotivosafines:untimón,peces de cristal tornasoladosy un ancla grabada sobre un vitral. Las viejas mesasde maderamostrabanlas huellasde leyendasfurtivas talladas por los visitantes a lo largo del tiempo. El piso de un percudidomosaico exhibíacadanocheinfinitosrestosde cortezas de maní,un artículo de consumocasi tan obligadocomola cerveza. Pese a todo, Octubre era uno de los sitios nocturnos más concurridos de la ciudad,en especiala partir de la épocaen que comenzóa cantar la Gringo. Cadanoche,Norah permanecía solitariaa la esperade susshows. Fumaba demasiadoy pasaba largo tiempo absorta, como si un pensamientorecurrente volvieseuna y otra vez sobre sus pasos. Solíaesparcirde su bocaaureolasconel humodel cigarrillo,y sus ojoslucíancomoel brillode doscandelasintermitentes.Quienesla conocieronrecuerdanaquellasonrisaa la vez triste y minuciosa, forjada probablemente en losjóvenesañosde opresión y rebeldía. Y, sobretodo,aquelAdiósconel quese despedíaal finalizarcada show,y quesusurraba conunsingularacentoanglosajón. En el veranode 1980 conocióa Alfredo, un sujeto misteriosode quienla Gringase enamoróconpasión.Habíarecaladoen la ciudad pocotiempoatrás, y solíaasistir al bar a muyaltas horasde la madrugada,cuandola tertulia comenzabaa sosegarse.Corpulento, de bigotesy miradapenetrante,sabíapresenciarde pie el último showde la noche,casi siempre con una copa de whiskyentre sus manos.Norah le dedicaba To love somebody y lo seducíadesdeel escenario con sus guiñosenfáticos. Cuandobebía, la Gringa hablaba demasiado.Y si bien los años más inclementes de la dictadura habían quedadoatrás, el horizonte de la libertad aun no se divisaba. Y Alfredo -que era, en realidad, un agente de inteligencia castrense- supo explotar aquella debilidad. Hacía años que Norah trabajaba en la taberna, y conocía sobradamentea muchoshombres que, a lo largo del tiempo, pasaron por allí. Fácil le resultó a él manipularla mente de una mujer desvalida y vulnerable, Qrmar un rompecabezascon fragmentos de militantes políticos desarticuladosy dispersos por la región, y cerrar un círculo trágico funcional al poder opresor de turno. De este modo Ricardo, el viejo amigo de Norah, y uno de los hermanos de la taberna -Rafael, que había sido su amante- fueron desaparecidos sin ser jamásencontrados. Toda la ciudadentró en pánico.El orgullosoaire de enclavecostero que lucía se modificó dramáticamente.De repente, los habitantes comprendieronque sus códigos habíansido ultrajados. El horror, comonuncaantes, se instaló en la pequeñaciudad,justo cuandosu gente habíadistraído el reflejo defensivo.La paranoiadesbordóa todos. En el entorno de la Gringa le apuntaron a su misterioso amante.Y la sospechade delaciónrecayó,por cierto, sobre ella. El enigmático hombre se marchó de Puerto Espiro despuésde los sucesos,con lo que Norah quedóaunmuchomásexpuesta.Ella, que había padecido el infortunio de perder a su gran amor por la intoleranciade la represión,sin quererlo contribuyó -como un sino trágico de su destino- con la maquinariasangrienta de la que había sido víctima. Entendióinoportunamenteel valor de los códigosde silencio en un tiempo de horror y fatalidad. comprendióque había perdido la chance de una improbable redención, y que esta vez no tenía escapatoria.Presumo,por mi parte, que jamás fue conscientede haber cumplidoel rol de informante. Quienes estuvieron junto a ella en aquellosaños finales han corroborado su endeblez emocionaly el derrumbe anímicoen el que había caído. Muy lejos de su espíritu parecíanestar la intriga y la especulación: nada menos calculador que su genio trasparente y despojado de ambages.Las causaspolíticas nuncala habíanseducidomásallá de su compromisocon la rebeldía misma.Haber sido pareja de Rozner le otorgó un hóndicapmilitante queella nuncaposeyó.Sospechoque recién fue en aquellosdías cuandoNorah comprendióla verdadera magnitud de los hechos. Hasta entonces, había corrido detrás de un amor, de una quimera, de un sueñoroto. Pero ya era ineludiblemente tarde. La Gringa tuvo una muerte horrible: apareció colgadadesde los pilotes sobre los que estaba montado el escenario de Octubre, una fría mañanade mayode 1980. Una sentenciasumarísimaexpedida por una asamblearevolucionariala había condenadoa muerte por alta traición. Teníatreinta y siete años. Octubre cerró al pocotiempoen forma definitiva. Sobre su vereda, una placa recuerda hoy la desaparición física de todos los ciudadanos de Puerto Espiro que militaron contra la dictadura. Norah, en cambio,yace en el cementeriolocal,debajo de unalápida quealgúnpiadosodecidiócolocartiempodespuésquiénsabepor qué razón: Adiós, as you were saying, sweet woman./.Forgive your d/S/oya/fy. Gabriel Cocimano ® 2014