LECTURA 19. El niño ratero Laura, por su parte, se dedicaba a otro tipo de lectura. Cogió la novela de Miguel Delibes Las Ratas. Conocía a este autor por una película que había visto en la tele, Los santos inocentes, en la que Paco Rabal hace de un pobre viejo y decía: “Milana bonita, milana bonita”. Le había gustado mucho. Comenzó a leer: "Poco después de amanecer, el Nini se asomó a la boca de la cueva y contempló la nube de cuervos reunidos en consejo. Los tres chopos desmochados de la ribera cubiertos de pajarracos, parecían tres paraguas cerrados con las puntas hacia el cielo. Las tierras bajas de don Antero, el Poderoso, negreaban en la distancia como una extensa tizonera. La perra se enredó en las piernas del niño y él le acarició el lomo a contrapelo, con el sucio pie desnudo, sin mirarla; luego bostezó, estiró los brazos y levantó los ojos al lejano cielo arrasado: -­‐El tiempo se pone de helada, Fa. El domingo iremos a cazar ratas-­‐ dijo. La perra agitó nerviosamente el rabo cercenado y fijó en el niño sus vivaces pupilas amarillentas. Los párpados de la perra estaban hinchados y sin pelo; los perros de su condición rara vez llegaban a adultos conservando los ojos; solían dejarlos entre la maleza en el arroyo, acribillados a abrojos, los zaragüelles y la corregüela.” Laura también alzó los ojos al cielo, como queriendo imitar al Nini, y miró el cielo atlántico cubierto de nubes blancas amontonadas en formas caprichosas. Siguió leyendo: “El tío ratero rebulló dentro, en las pajas, y la perra, al oírle, ladró dos veces y, entonces, el bando de cuervos se alzó perezosamente del suelo en un vuelo reposado y profundo, acompasado por una algarabía de graznidos siniestros. Únicamente un grajo permaneció inmóvil sobre los pardos terrones y el niño, al divisarlo, corrió hacia él, zigzagueando por los surcos pesados de humedad, esquivando el acoso de la perra que ladraba a su lado. Al levantar la ballesta para liberar el cadáver del pájaro, el Nini observó la espiga de avena intacta y, entonces, la desbarató entre sus pequeños, nerviosos dedos, y los granos se desparramaron sobre la tierra. Dijo, elevando la voz sobre los graznidos de los cuervos que aleteaban pesadamente muy altos, por encima de su cabeza: -­‐No llegó a probarla, Fa; no ha comido ni siquiera un grano.” Texto original procedente de www.amejor.net Procedente de Proyecto Aula, http://lenguayliteratura.org Página 1