EL VERDADERO VALOR DEL REGALO DE DIOS Por

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EL VERDADERO VALOR DEL REGALO DE DIOS
Por Rogelio Pérez Díaz
El confundido corazón de los hombres se goza con el deleite efímero de las cosas materiales que posee
acá en la tierra, y mientras, pierde la plena satisfacción de algo incomparablemente mayor, sin aquilatar el
justo y enorme valor del regalo de la gracia salvadora. Y no nos referimos tan sólo a las cosas que el
hombre cree haber obtenido por sí mismo, sino a algo mayor aún, a algo lo cual los que nos decimos
cristianos creemos haber recibido como regalo de Dios, pues en nuestra confusión estamos demeritando la
magnitud de tal presente.
Pudiéramos permanecer callados ante ello. Lo haríamos por ignorancia o, lo que es peor, por ingratitud.
Ciertamente, a veces no aquilatamos el verdadero valor de lo que Dios ha hecho por nosotros. Hablo con
autoridad en ese sentido porque mi vida es un sólido argumento de ello, pues a pesar de haber caído
rendido a los pies de Cristo hace ya algunos años, no ha sido hasta hace unos pocos días que he
comprendido en su plenitud, la valía de la dádiva divina. Siempre sentí, aunque aparentaba otra cosa, que
la plenitud de la vida en Cristo se limitaba a vivir una existencia acá en la tierra que le glorificase a él y
me hiciera sentir feliz a mí. Respecto a la eternidad me decía que, si venía que viniera, pero ya me sentía
plenamente recompensado con lo que acá en la tierra estaba recibiendo. Y creo que he sido ingrato, muy
ingrato.
Déjeme poner un ejemplo para que se me entienda, porque puede algún otro estar en el mismo error:
Usted recibe de alguien una fruta de exquisito sabor, la cual, según el decir de quien se la ha regalado es
muy buena, más que al paladar, para sanar sus constantes malestares de los huesos. Pero toma la fruta, la
consume y se goza con el regalo que la misma constituye para su gusto mientras piensa: “bueno, si esto
sana mi enfermedad, ¡perfecto!, pero si no lo hace, no puedo negar que me la he comido con enorme
placer”. Al actuar así usted está mostrando ser un desagradecido no merecedor del regalo que recibió. Más
aún, usted se ha conformado con lo inmediato y, en tanto, ha perdido el pleno disfrute de lo duradero.
Eso es lo que sucede, multiplicado miles de veces, con la salvación perfecta y completa que Jesucristo
obtuvo para nosotros. Más aún, porque usted estará disfrutando lo presente tan solo a medias, mientras su
mente divaga en la incertidumbre del futuro y, además, lo que se está perdiendo no es tan solo duradero,
sino más aún, se está perdiendo algo ETERNO.
El propio Jesús, en este sentido, lo pone bien en claro a la multitud que le siguió hasta Capernaúm después
de haber comido hasta saciarse del otro lado del mar. Él les dice exactamente, en Juan 6:26-27: “De
cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan
y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece,
la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre.” Es evidente entonces que no
son las cosas de este mundo (la “comida que perece”) el más importante efecto del regalo recibido de
Dios. Es la consecuencia inmediata, es verdad, pero no debemos permitir que, por lo maravillosa,
enceguezca nuestro entendimiento, porque nos espera algo aun más grande y maravilloso (la “comida que
a vida eterna permanece”). No lo estoy afirmando yo, el propio Jesús así nos lo está diciendo.
Y debe ser algo muy importante que no somos los primeros en pasar por alto porque, como se ve, ya en
los tiempos mesiánicos, las personas acusaban tal tipo de confusión. No por gusto, en casi todo el Nuevo
Testamento se hace constantemente referencia a tal cosa. Algunos ejemplos de ello los puede encontrar,
además del aludido pasaje, en diversos sitios de los evangelios. Por ejemplo: Marcos 10:17-23 y 29-30,
Mateo 19:29, Juan 4:11-14 y 35-36, Lucas 10:25-28 y multitud de ellos más.
Es bueno pues, que la manifestación más inmediata y tangible del resultado que ha tenido el sacrificio
sustituto de Jesucristo en usted, no eclipse la bendición mayor, cercana y eterna: la salvación total y
completa, ahora y en la eternidad.
Entonces, “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la
diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y
vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces
vosotros también seréis manifestados con él en gloria. Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros:
fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría cosas por las
cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis
en otro tiempo cuando vivíais en ellas.” (Colosenses 3:1-7) y vive cada día como si fuera el último que
has de habitar acá en la tierra, eso es, como si estuvieras “…de ambas cosas… puesto en estrecho,
teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23).
Que Dios permita que sea para ti y para mí en esa manera.
Este escrito es una contribución de la agrupación para eclesiástica cubana: Ministerio CRISTIANOS UNIDOS.
Puede comunicarse con MCU al correo: cristianosunidos2012@gmail.com
Usado con permiso
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