1 La repetición bajo dos puntos de fuga

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CUADRANTEPHI No. 21
Julio – diciembre de 2010, Bogotá, Colombia
La repetición bajo dos puntos de fuga: el psicoanálisis y la filosofía *
David Santiago Mesa Díez
Carrera
Universidad
Ciudad
davidsantiagomsdz@gmail.com
Resumen
El siguiente escrito presenta algunas de las ideas más destacadas de Freud y Lacan sobre el
concepto de repetición en psicoanálisis. La intención es poner en evidencia los aportes que
cada uno de estos dos pensadores hicieron respecto al concepto de repetición, procurando
resaltar el enfoque a partir del cual cada uno trabajó. Al final se entabla un diálogo entre
psicoanálisis y filosofía, a partir de las ideas del filósofo danés Sören Kierkegaard sobre el
concepto de repetición.
Palabras clave: repetición, objeto a, saber, principio de placer.
Abstract
The following writing presents some of the most distinguished ideas from Freud and Lacan
concerning the concept of repetition in psychoanalysis. The intention is to put in evidence
the contributions that each of these two thinkers did with regard to the concept of repetition,
trying to highlight the approach from which each one worked. At the end one begins a
dialogue between psychoanalysis and philosophy, from the ideas of the Danish philosopher
Sören Kierkegaard on the concept of repetition.
Keywords: repetition, object a, to know, pleasure principle.
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Expreso un especial agradecimiento a la profesora Beatriz Elena Maya, por los aportes y aclaraciones que
me brindó desde el psicoanálisis para la elaboración de este escrito.
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Résumé
L'écrit suivant présente certaines des idées les plus détachées de Freud et Lacan a propos du
concept de répétition dans l‘ensemble du psychanalyse. L'intention est de mettre à évidence
les apports que chacun de ces deux penseurs ont fait par rapport au concept de répétition, en
remarquant le point de vue à partir duquel chacun a travaillé. À la fin on commence un
dialogue entre psychanalyse et philosophie, à partir des idées du philosophe danois Sören
Kierkegaard sur le concept de répétition.
Mots clefs : répétition, objet à, savoir, principe de plaisir.
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El presente escrito tiene por objeto hacer un recorrido por las ideas más sobresalientes de
Freud y Lacan respecto al concepto de repetición en psicoanálisis, haciendo una referencia
al finalizar, y con la intención de mirar posibles rendimientos de ese concepto en filosofía,
algunas ideas del filósofo danés Sören Kierkegaard sobre la repetición. En el tratamiento
del tema, y con el fin de hacerlo de una manera ordenada, el texto está dividido en tres
partes. En la primera parte, se intenta mostrar los progresos que fue haciendo Freud en la
elucidación del concepto de repetición desde 1914 hasta 1920. Luego, en la segunda parte,
se introduce algo del decir de Lacan sobre la repetición y se busca señalar a qué apunta él
cuando afirma que en la repetición hay un saber que es medio de goce para el sujeto.
Finalmente, en la tercera parte, se exponen algunas ideas sobre el concepto de repetición en
Kierkegaard y se indican posibles puntos de encuentro y de desencuentro entre filosofía y
psicoanálisis.
1. Freud ante el advenimiento de un más allá del principio de placer
A todas luces 1914 representa un año de trascendental importancia para la humanidad; el
inicio de la Primera Guerra Mundial produjo delicadas consecuencias para el orden mundial
vigente hasta entonces, y creó fuertes conmociones al interior del continente europeo. En
medio del tal alboroto, un hombre nada descortés, siguiendo el hilo de su experiencia e
intentando lograr mejores formalizaciones para sus hallazgos, se encargaba de hacer, al
mismo tiempo, la guerra al interior de las fronteras del aparato anímico. Este hombre –que
para nadie es un secreto que se trataba de Freud– estaba tras la pista de un hallazgo que
partiría su ―decir‖ en dos, ya que con éste no sólo lograría una mejor articulación del
inconsciente, sino que a la vez abriría espacios para nuevas elaboraciones, todas ellas
plagadas de abominables y prodigiosas consecuencias.
Justamente en 1914, al igual que la guerra, aparece el texto de Freud Erinnern,
Wiederholen und Durcharbeiten (Recordar, repetir y reelaborar), marcando nuevos
rumbos para el psicoanálisis vigente. Por vez primera, el concepto de «compulsión de
repetición» es usado por Freud y articulado medianamente. De acuerdo con la perspectiva
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de aquel texto, a Freud se le hace muy singular que los pacientes que han seguido con él
una terapia psicoanalítica, muchas veces no recuerden nada de lo que pudo haber
ocasionado su padecimiento subjetivo pero que, a su despecho, se vean obligados a
repetirlo. Según Freud, esto sucede sin ninguna autorización consciente de su parte, pues en
el interés de fortalecer las resistencias frente al recuerdo, su conciencia —que mejor resulta
aquí nombrarla yo, en tanto hay una parte inconsciente que también resiste— ha
obstaculizado la verbalización del texto del malestar pero ha dejado espacio al inconsciente
para manifestarse de formas más evidentes, a saber: por medio de la reproducción en acto.
Tal como lo expone Freud, el analizado no se libera de actuar lo que su yo le impide
recordar, hasta que sean vencidas sus resistencias y lo reprimido inconsciente pueda
recobrar el lugar que ocupó en el origen —que no es otro que la conciencia—, y ser
depurado por los caminos que por entonces se hicieron imposibles. Lo anterior deja en
evidencia que el acontecimiento causante del padecimiento subjetivo no es para nada un
episodio histórico que sólo se rememora, como si al repetirlo no se produjera ningún
malestar; al contrario, las exteriorizaciones actuadas de esos recuerdos olvidados son tan
displicentes e insoportables para el sujeto, que pareciera que los recuerdos que se repiten se
trataran de episodios actuales, vigentes en las condiciones fácticas del momento.
Igualmente, en Recordar, Repetir y Reelaborar, Freud hace hincapié en la transferencia y
dice que su causa es la compulsión de repetición. El fenómeno neurótico de la
transferencia, inevitable y grávido de consecuencias para el trabajo analítico, es el intento
inconsciente del analizado de tomar como objeto de eso que repite, ya sea en sus relaciones
interpersonales o en aquellas que hacen parte de su cuadro clínico, a la persona del analista.
Por esto, Freud considera que el efectivo cuidado de la neurosis de transferencia influye
enormemente en el éxito de la terapia psicoanalítica; éxito que para Freud consistía en
convertir en recuerdo, venciendo las resistencias, todo aquello que sólo es repetición. Así,
cuando el sujeto logra vencer todas las resistencias que encubren el recuerdo, es posible
conseguir la reelaboración. El término ‗reelaboración‘ es usado por Freud para indicar la
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pieza del trabajo analítico en la que se logra la catarsis o el reencuentro entre un afecto y su
huella mnémica correspondiente.
¡No obstante, como lo revela la historia de la producción intelectual de Freud, solamente
hasta 1920 logrará mejores rendimientos sobre lo que en 1914 había dado en llamar
«compulsión de repetición». Por aquella época la atención de Freud sobre la compulsión de
repetición se había centrado en ella como un fenómeno clínico; después de 1920, como lo
haremos ver a continuación, la compulsión de repetición adquiere para Freud las
características de una pulsión.
Pues bien, a finales de 1920 aparece un texto bajo el título Jenseits des Lustprinzips (Más
allá del principio del placer), en donde Freud habla de la compulsión de repetición como
una función del aparato anímico que actúa independientemente del principio de placer. Con
este texto Freud confirma las intuiciones que desde 1914 lo habían invadido en el ejercicio
de la clínica, cuando observaba que sus pacientes incurrían en una inevitable repetición
siempre que querían dar cuenta de los recuerdos que podían ser la causa de sus
padecimientos subjetivos. De esta manera, con el texto Más allá del principio de placer,
Freud afina el concepto de repetición e inaugura la fase final de sus articulaciones.
La tesis que sostiene Freud a lo largo del texto de 1920, consiste en que la repetición es
algo que está adelante del principio de placer o actúa más allá de las legislaciones que él
ejerce sobre el aparato anímico. De acuerdo con Freud, aunque el imperio del principio de
placer reciba una particular hegemonía en todo individuo, no puede lograr sus exquisitos
resultados si al interior del aparato anímico no se llevan a cabo, de una forma adecuada,
todos los procesos excitativos que de continuo exigen tanto las condiciones externas como
las mociones pulsionales que se originan al interior del propio organismo. En suma, existe
un imperio del principio de placer sobre el decurso de los procesos anímicos, mas no todos
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los procesos anímicos van acompañados de placer o llevan a él; el placer sólo se logra con
toda regularidad cuando se alcanza una adecuada ligazón de investiduras 1.
Estas afirmaciones se hacen evidentes para Freud por el análisis de tres fenómenos en los
que la ligazón de investiduras falla e instaura, como consecuencia, una tendencia a la
repetición. Se trata del juego infantil, de la neurosis traumática y de las neurosis de
transferencia. Excluyendo el comentario a la última, pues tal ha sido el objeto de las
elaboraciones que hemos reseñado arriba respecto al texto de 1914, intentemos mirar qué
dice Freud, grosso modo, respecto al juego infantil y a la neurosis traumática.
En primer lugar, sobre el juego infantil, Freud relata el siguiente caso: un niño —
seguramente su nieto de 2 años—, con el que tuvo la oportunidad de vivir cierto tiempo,
exterioriza una relación muy afectuosa hacia su madre y no parece sentir ningún dolor
cuando debe despedirse de ella y verla partir para el trabajo. Este niño tiene la costumbre de
realizar siempre el siguiente juego: lanza un carrito asido de un carretel y lo hace perder
detrás de su cuna, cuando tira el juguete balbucea una expresión ‗o-o-o-o‘ que todos en casa
interpretan como «se fue» y luego lo hace aparecer y dice al tiempo ‗da‘ que quiere decir
«aquí está» (Cf., Freud, 1999 pp. 14-15).
Para Freud es imposible que la partida de la madre resulte agradable para el niño o le fuera
indiferente. Pero el niño, al realizar su particular juego, pone las cosas de su lado y
convierte una experiencia desagradable en algo sobre lo cual él tiene el control. Con la
observación del juego infantil queda claro que la existencia y el imperio del principio de
placer no impide que otros medios y otras vías más originarias —e independientes—
conviertan en objeto de recuerdo y elaboración anímica lo que en sí mismo es
displacentero. De este modo, cuando no es alcanzado el proceso de ligazón de investidura
de una forma adecuada, entra a operar la compulsión de repetición hasta lograrlo. Como el
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Es una de las funciones más tempranas e importantes del aparato anímico y consiste en ―ligar‖ las mociones
pulsionales libres que llegan a éste desde el exterior, que siempre están gobernadas por un proceso primario o
de energía libremente móvil, por energía segundaria o de investidura predominantemente quiescente (es decir,
de quietud cuando dicha energía pudiera permanecer en movimiento).
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niño está menos adiestrado para hacer esas ligazones, sus acciones y actividades suelen ser
más repetitivas. No obstante, no siempre es verdad que la repetición en los niños sea
contraria al principio de placer, pues en el niño ―es palmario que la repetición, el
reencuentro con la identidad, constituye por sí misma una fuente de placer‖ (Freud, 1999 p.
35).
En segundo lugar, mirando de cerca la neurosis traumática e intentando distinguir la lógica
a la que ella obedece, podríamos decir con Freud sintéticamente lo siguiente: la angustia, en
la neurosis traumática, busca una sobreinvestidura energética, última trinchera de la
protección antiestímulo. Cuando alguien se enferma de neurosis traumática sus sueños se
convierten en repeticiones continuas del evento causante del trauma. Con ello el aparato
anímico está buscando dominar el volumen elevado de excitación que en aquel momento
irrumpió irrestrictamente sobre el organismo. Los sueños en la neurosis traumática
obedecen por ello a algo más primario que el principio de placer, lo cual, resuelta su tarea,
busca devolverle su imperio. Eso más primario es una compulsión de repetición, que lo que
quiere es convocar lo olvidado para poder reprimirlo. Por esta razón, los sueños de angustia
no pueden verse como cumplimiento de deseo, y aun cuando ellos se encaminan hacia el
cumplimiento de deseo tienen que salvar primero un requerimiento para llegar a él; ese
requerimiento consiste en lograr la represión del recuerdo traumático a través de su
repetición onírica, proceso que se renovará continuamente hasta que por fin se consiga una
tramitación satisfactoria del hecho trágico que fue vivido, que permanece como un
recuerdo, y que es causante del trauma que ocasionó la neurosis.
Recogiendo todo lo dicho sobre estos fenómenos es posible puntualizar ahora lo que Freud
está nombrando cuando habla de algo que está Más allá del principio de placer. A saber,
existe una transposición que lleva a cabo el aparato anímico y que consiste en cambiar la
energía libremente móvil por energía ligada o quiescente, es decir, el aparato anímico
realiza una transformación de la energía excitativa mudando su tendencia por una que sea
capaz de ―armonizar‖ bajo sus propias legislaciones. De esta manera, dice Freud, ―la
ligazón es un acto preparatorio que introduce y asegura el imperio del principio de placer‖
(Freud, 1999: 60). No obstante, el proceso de ligar energía excitatoria no puede
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comprenderse como ajeno al principio de placer, al contrario, está a su servicio y se pone en
marcha para asegurar su imperio. No es el mismo caso, en cambio, el de la compulsión de
repetición, pues ella no sirve a los fines directos del imperio del placer y antes, por el
contrario, le estorba en sus propósitos.
En síntesis: la compulsión de repetición es lo que se opone al principio de placer. ¿Y por
qué osa ésta estorbar el imperio de aquél? Porque un proceso de ligazón de investidura no
fue hecho como se debía.
Resulta, por consiguiente, que más allá del principio de placer se encuentra la compulsión
de repetición, cuyo trabajo es forzar al proceso de investidura a llevar a buen término la
ligazón de las excitaciones cuyo influjo se mantiene libre dentro del aparato anímico. Por
eso, para Freud, ―[l]as exteriorizaciones de una compulsión de repetición que hemos
descrito en las tempranas actividades de la vida anímica infantil, así como en las vivencias
de la cura psicoanalítica, muestran en alto grado un carácter pulsional y, donde se
encuentran en oposición al principio de placer, demoníaco‖ (Freud, 1999, p. 35).
Si espejamos con más detalle una descripción de la compulsión de repetición, teniendo en
cuenta el carácter pulsional que la acompaña, podríamos decir lo siguiente: la compulsión
de repetición procura que el individuo repita o convierta en actual un momento pretérito de
la vida inhibiendo el imperio del principio de placer, que se esfuerza siempre por procurar
una descarga. Por lo tanto, el mecanismo de la compulsión de repetición es hacer evidente
un plus de energía que no pudo ser tramitado antes y que se esfuerza por una descarga
directa. Sin embargo, esta descarga que ahora busca no puede ser satisfecha por los
antiguos medios y se mantiene obstinada en una investidura libremente móvil (Cf., Freud,
1999, p. 60-62).
En este orden de ideas, el sometimiento que se opera debido al proceso de ligazón de
investidura y al principio de realidad que se erige como instancia reguladora del placer,
hace imposible una descarga no mediada por un proceso de transposición de energía. El
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problema es que las mociones pulsionales de perturbaciones anímicas del pasado han
quedado libres y abogan por una descarga directa, soslayadas por las demandas del
principio de placer. Ante estas circunstancias entra a operar la compulsión de repetición e
intenta sobrellevar estas descargas no tramitadas; por eso la compulsión de repetición ―nos
aparece como más originaria, más elemental, más pulsional que el principio de placer que
ella destrona‖ (Freud, 1999, p. 23). El desentrañamiento que Freud hace de la compulsión
de repetición deja en evidencia una nueva caracterización de la pulsión, y la ilustra como
queriendo siempre restablecer estados anteriores. El carácter pulsional de esta cuestión se
entrama en el hecho de querer reincidir en vivencias de satisfacción ancladas en el pasado,
en tanto huellas mnémicas, y en el querer encontrar por ellas una satisfacción actual. ―Una
pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un
estado anterior‖ (Freud, 1999, p. 36).
La noción de objeto de deseo es aquí muy importante, pues la idea central que se pone en
juego al introducir esa noción es que no existe ninguna pulsión sin objeto. Por lo tanto, lo
que se origina con la «compulsión de repetición » es una tendencia a encontrar en nuevos
objetos aquello que pueda obturar las demandas de satisfacción que permanecen unidas a
vivencias [de satisfacción] pretéritas.
Pese a que todo lo dicho resulta por sí mismo escandaloso, Freud va mucho más allá, ya
que para él la «compulsión de repetición», en tanto fuerza pulsional, no sólo empuja hacia
vivencias de satisfacción pasadas, sino que llevada hasta el extremo puede conducir a la
muerte. Esto puede resultar irrisorio, pero en realidad no lo es. La muerte es el estado
anterior más elemental que se puede alcanzar, y la compulsión de repetición obliga a Freud
a considerar este hecho como posible. Si la compulsión de repetición tiene características
regresivas, el punto más anterior al que puede alentar está en el regreso a la muerte. En este
mismo orden de ideas, buscar siempre la repetición puede resultar mortífero. El hecho
importante que hay que resaltar es que Freud, a partir de la consideración de la
«compulsión de repetición», admitirá la existencia de dos tipos de pulsiones únicamente:
las pulsiones de muerte, o del yo, que fuerzan al individuo a restablecer estados anteriores a
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la animación de la sustancia viva, por caminos que ellas mismas determinan; y las
pulsiones de vida, o sexuales, que comandan el motor de la existencia y buscan la
renovación de la vida a través de la unión de los sexos.
2. El decir de Lacan sobre la repetición
Si la función de la repetición es pulsional, podemos deducir con Freud la existencia de un
objeto perdido que la inaugura. Con relación a este punto se abre el decir de Lacan respecto
de la misma. Freud es claro, se repite, siempre se repite algo, y eso que se repite está en
relación con algo no tramitado, con algo que se escapó en un momento dado y permanece
perdido, con algo que obstaculiza el transcurrir de la vida anímica y merma la fibra del
principio de placer. En este orden de ideas, Freud articula la repetición alrededor de un
fracaso, se repite en tanto existe una deficiencia, un saldo que permanece sin abono, algo
frente a lo cual el aparato anímico sólo puede reaccionar repitiendo. Con esto Freud hace
patente la guerra que se libra al interior del aparato anímico, y desde 1914 —en parte sin
darse cuenta— introduce la causa, la verdadera dialéctica del objeto perdido, la función que
él instaura, el movimiento que nunca cesa, la repetición.
Lo que Lacan resalta en Freud es, precisamente, la función del objeto perdido, la función de
lo que él va a llamar el objeto a. Desde esta perspectiva se introduce en la dimensión del
goce, pues el goce es lo que está en juego en la repetición, es decir, la repetición se funda
en un retorno al goce. La justificación de este hecho la encuentra Lacan en el mismo Freud,
en la medida en que toda repetición tiende hacia una satisfacción, su búsqueda es
esencialmente esa. Pese a esto, el resultado siempre suele ser otro, y ―la diferencia entre el
placer de satisfacción hallado y el pretendido engendra el factor pulsionante‖ (Freud, 1999:
42) que es la causa de un profundo displacer. El término que utiliza Lacan para referirse a
este movimiento pulsional que lleva al displacer es el «goce» (Cf. Lacan, 1988 pp. 217230; Cf. Lacan, 2002, p. 41-56), con él señala el lugar de la satisfacción —en tanto
repetición— e insiste que de lo que se trata es de una proporción aritmética de sustracción,
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en la medida en que el resultado va implicar siempre una resta, es decir, siempre con la
repetición habrá más displacer que placer.
El papel del objeto a es lo que se introduce en la dimensión del goce porque es lo que surge
en el lugar de la pérdida que implica la repetición. Todo se remonta a la primera vivencia
de satisfacción, porque allí es donde adviene el objeto a como agujero. ¿Cuál es el
significado de esto? Lacan lo intenta explicar por medio de tres registros: el Real, el
Simbólico y el Imaginario 2.
Empecemos por el registro de lo Real, que es donde toma raíces el goce y en donde adviene
el objeto a como agujero, el cual tiene su razón de ser en un primer encuentro con un Real
que se instaura en el sujeto. En propiedad, el advenimiento de lo Real se funda por la marca
que produce el lenguaje y que hace ver al sujeto que se encuentra en sí mismo dividido.
Pero bien, ¿cómo sucede esto? Para ello recurramos al objeto a e intentemos articular lo
siguiente: en todo instante el sujeto se percibe a sí mismo como algo completo, esa es la
ilusión que lo sostiene aun cuando muchas veces la experiencia sepa mostrarle lo contrario;
en los albores de su existencia esto fue radicalmente así. Sin embargo, ocurrió un encuentro
inesperado: un encuentro que instauró un Real en el sujeto, y desde entonces una parte de lo
que creía propio pasó a no pertenecerle. En otras palabras, lo Real adviene cuando el objeto
a cae del propio cuerpo3. En la propedéutica psicoanalítica se intenta figurar este encuentro
con lo Real con el momento en el que el niño se da cuenta que el seno de su madre, que
creía propio y parte de sí mismo, se le aparece como ajeno o más bien se le desaparece
como parte de sí.
El advenimiento de lo Real es un momento grávido de consecuencias. El sujeto, además de
perder algo que creía propio, ve que algo cae de sí mismo y lo divide, y como si esto fuera
2
Los pongo en mayúsculas para señalar que son tres términos acuñados por Lacan para nombrar los campos,
dimensiones o ―lugares‖ topológicamente representados, por medio de los cuales él explica que cómo ocurren
los registros en el aparato anímico humano.
3
Aquí es donde se encuentra el momento inaugural de la hiancia, del agujero insalvable que lo extrañó por
primera vez consigo mismo; a partir de entonces el sujeto se juega la vida en el intento de recuperar lo
perdido, y lo hace recurriendo a diversos tipos de objetos.
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poco, el sujeto queda marcado y señalado por la pérdida. Diferentes objetos pueden venir
alternativamente durante su vida e intentar obturar esa pérdida, pero nunca se podrá
deshacer de la marca que lo marca, es decir, el sujeto nunca se podrá librar del rasgo
unario4. Con esto Lacan nos introduce en el registro de lo Simbólico, en la medida en que
el rasgo unario en su repetición inaugura la entrada del sujeto en lo Real. De esta manera, al
advenimiento de lo Real, por la caída del objeto a, no le corresponde una mayor relevancia
respecto a lo Simbólico, como podemos concebirlo desprevenidamente si tomamos sin
cuidado lo que se ha dicho en el párrafo anterior; al contrario, es el rasgo, en tanto marca al
sujeto en el orden Simbólico, lo que permite la entrada de lo Real en el horizonte en donde
se juega la vida anímica del sujeto. Por lo tanto, lo que corresponde en propiedad al registro
de lo Real es indicar el campo en donde se cifra todo aquello que por el advenimiento del
rasgo unario impide al sujeto concebirse como algo completo.
Consiguientemente, dado que el sujeto no soporta la situación en la que ha quedado
plantado, el registro Imaginario es donde introduce los objetos que cree que pueden obturar
la falta y ―borrar‖ el rasgo. Éste es el ámbito de lo que Lacan llama el fantasma, pues en
tanto lo Real es siempre algo que se escapa, solamente de manera imaginaria el sujeto
puede poner objetos en el lugar de la falta y construir su propio fantasma.
Teniendo como telón de fondo la caracterización de estos tres registros, podemos
introducirnos en el decir de Lacan respecto a la repetición. Lo primero que hay que señalar
es que para Lacan la repetición encierra un saber del sujeto, un saber inconsciente que lo
lleva inexorablemente a repetir. Esto se debe a que la repetición, para Lacan, encuentra su
punto de anclaje en el registro Simbólico del sujeto. La repetición tiene que ver
esencialmente con la marca que ha dejado el lenguaje al introducirse la pérdida del primer
4
Concepto que Lacan introdujo en su discurso, después de haber hecho una lectura atenta de los textos de
Freud e inspirándose en ellos, con la intención de hacer referencia a la identificación simbólica que todo
sujeto hace con un objeto que funciona en su psiquis particular como causante de su deseo e instaura, por lo
tanto, un rasgo que siempre determinará la elección de los objetos con los cuales busca dar satisfacción a su
deseo. De acuerdo con Freud, en el momento en el que el objeto se pierde, la investidura libidinal que se
dirigía a él es remplazada por una identificación que es parcial, extremadamente limitada y que toma
solamente un rasgo del objeto. A partir de esta noción freudiana de identificación con un rasgo único, Lacan
elabora el concepto de rasgo unario.
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objeto de satisfacción, es decir, tiene que ver con el rasgo unario que ha marcado al sujeto y
produce la caída del objeto a. En este orden de ideas, el rasgo unario, como significante de
la tacha que marca al sujeto con un Real, se convierte en la expresión de una deficiencia
que se proyecta en diversos ámbitos de la existencia del sujeto, dando lugar, de esta
manera, a un sistema de continuas repeticiones.
En consecuencia, es la incidencia del rasgo unario lo que inscribe al sujeto en el goce
propio de la repetición. Repetición que, por un lado, lleva al sujeto a gozarse en reavivar la
pérdida del objeto y a regodearse en ella y, por otro, porta en sí misma el deseo del sujeto
por propiciar un reencuentro con el objeto perdido, frente a lo cual éste sólo puede
conformarse con construcciones imaginarias alternativas, que se sostienen en la ilusión de
tomar objetos ―reales‖ del mundo pero que no dejan de ser, finalmente, meros bastimentos
antiasmáticos que construye el sujeto alrededor de su falta.
Por consiguiente, siendo el rasgo unario el significante originario de la falta, a él apuntan
todos lo demás significantes con los que el sujeto construye su fantasma. La incidencia del
rasgo unario en la articulación significante es lo que inscribe al sujeto en el goce propio de
la repetición.
Visto desde esta perspectiva, el goce tiene para Lacan su fuente y su razón de ser en el
efecto del rasgo unario que marca al sujeto en su falta. Y es goce porque nada volverá a
completar al sujeto en su unidad, haciendo que su búsqueda por el objeto perdido, antes de
lograr un aumento de placer, tienda hacia una disminución del mismo. A esto es a lo que
Lacan se refiere con el efecto de entropía del goce (Cf. Lacan, 2002 p. 51), con el punto de
pérdida de toda repetición; entropía que en la articulación significante se descubre como la
incidencia del significante falta, del cual parten todos los significantes y al cual regresan
todos, forzosamente, en su intento infructuoso de apuntar a él y dotarlo de significación.
La dimensión de la pérdida es lo que caracteriza al goce, y por consiguiente, la repetición
adquiere sentido porque siempre hay algo que recuperar. ―De hecho —dice Lacan—, el
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goce sólo se caracteriza, sólo se indica en este efecto de entropía, en esta mengua. Por eso
lo introduje en un principio con el término Mehrlust, plus de gozar. Precisamente porque se
capta en la dimensión de la perdida‖ (Lacan, 2002 p. 53). De acuerdo con esto, y teniendo
en cuenta lo dicho en el párrafo anterior, el saber del sujeto frente a la repetición se
manifiesta en el efecto creador de todo lo que se puede articular en la cadena significante;
esto se hace patente en el hecho de que el sujeto se empeña en apuntar siempre a lo mismo
—al significante falta o S1— pero sirviéndose cada vez de nuevos y renovados
significantes para hacer cadena con el mismo, es decir, con el S1.
De lo anterior se desprenden las palabras de Lacan cuando afirma que el saber es medio de
goce, ya que el saber del sujeto frente a la repetición es un saber que trabaja introduciendo
nuevos significantes para bordear la falta original. De aquí se sigue que la repetición apunta
siempre hacia lo mismo pero intentándolo por nuevos caminos, es decir, trata siempre de
bordear un S1. Sin embargo, todos lo intentos del sujeto son infructuosos y lo dejan sumido
en el goce, frente a lo cual el sujeto vuelve a intentarlo de nuevo, porque con cada
repetición siempre hay un plus de goce que recuperar. De esta forma, todo se cifra en
intentos fallidos, en los cuales el saber del sujeto frente a su falta se convierte en un medio
para caer de nuevo sobre las sendas del goce.
¿Qué sentido tiene entonces para el sujeto intentar atrapar con otros significantes lo que hay
de cierto en el significante falta o S1? ¿Qué encierra ese significante para que el sujeto se
dirija a él tan insistentemente, incluso a despecho de su propio placer? ¿Es el S1 en donde
se encuentra lo que el sujeto cree saber? ¿Es el S1 el saber por el que se repite? Sólo una
cosa es posible adelantar aquí: el intento del sujeto por profundizar en su falta y llegar a
aquello que se esconde tras el S1 puede ser prueba de que allí, precisamente, se encuentra el
saber del sujeto; un saber que parece inaprensible para el sujeto porque él mismo no ha sido
su autor, en tanto en su advenimiento lo único que pudo hacer fue padecerlo; pese a esto él
insiste en volver sobre S1 e intentar atrapar algo de lo que allí se esconde. Con todo, lo que
el sujeto sabe, en tanto repite, es que en su repetición va en búsqueda de un saber al que le
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atribuye una verdad, una verdad que cree que puede ser develada, y por eso es insistente en
un eterno retorno sobre lo mismo.
Finalmente, es preciso reiterar que el saber del que habla Lacan no se trata de un saber con
las cualidades que le atribuye la ciencia. Se trata, más bien, de un movimiento repetitivo en
el sujeto que figura tener un saber, porque siempre apunta hacia lo mismo —hacia el S1—
intentando llegar a él por nuevos caminos. No obstante, como no logra el fin propuesto, se
genera un efecto tensionante a través del cual el sujeto tiene acceso al goce, y por el cual se
siente motivado a seguir repitiendo. En este orden de cosas, lo que Freud expone en
términos económicos sobre la repetición, debido a la energía pulsionante que ella exhibe,
Lacan lo hace tomando apoyos en el lenguaje y refiriéndose a ella como ‗repetición
significante‘, ya que de acuerdo a sus investigaciones en psicoanálisis, no hay fenómeno
como la repetición que muestra con más evidencia que el inconsciente está estructurado
como un lenguaje.
3. Perspectivas en filosofia: Kierkegaard y la repetición
En el ámbito de la filosofía ningún pensador antes de Kierkegaard se había atrevido a
calificar la repetición como una nueva categoría filosófica. Esta nueva forma de pensar la
repetición toma toda su fuerza en la filosofía griega, en las ideas de dos pensadores
presocráticos que sostuvieron puntos de vista contrarios sobre la naturaleza del mundo: por
un lado Parménides y los Eleatas, que pensaban que no había movimiento en el mundo y
que todo permanecía estático, y por otro lado, el enigmático y oscuro Heráclito, que
explicaba que la esencia del mundo era el movimiento y que todo era un continuo devenir
de los contrarios. El contraste entre estos dos pensamientos, entre la inmovilidad y la
movilidad del mundo, trae como resultado la nueva categoría filosófica propuesta por
Kierkegaard: la repetición, categoría que se vincula más estrechamente, por supuesto, con
el pensamiento de Heráclito y sus ideas sobre el continuo devenir del mundo.
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¿En qué consiste entonces la repetición? Kierkegaard es categórico, la repetición es la vida
misma y toda la vida es una repetición; incluso considera que sólo la vida que constituye
una auténtica repetición puede hacer feliz (Cf. Kierkegaard, 1997, p. 5) al hombre. Al
respecto se expresa el filósofo:
¿Qué sería, al fin de cuentas, la vida si no se diera ninguna repetición? ¿Quién desearía ser
nada más que un tablero en el que el tiempo iba apuntando a cada instante una breve frase
nueva o el historial de todo lo pasado? ¿O ser solamente como un tronco arrastrado por la
corriente de todo lo fugaz y novedoso, que de una manera incesante y blandengue embauca
y debilita al alma humana? (Kierkegaard, 1997, p. 5)
La repetición es la condición de lo humano, y el olvido de la filosofía moderna para
Kierkegaard es no haber considerado que la vida sea una repetición. Kierkegaard señala que
la repetición, tal como él la entiende, expresa de un modo decisivo lo que la reminiscencia
representaba para los griegos en el ámbito del conocimiento. De esta manera: como todo
conocimiento es reminiscencia, toda la vida es una repetición (Cf. Kierkegaard, 1997, p. 4).
De acuerdo con lo anterior, la inmanente característica de la existencia es renovar en la
actualidad estados de cosas pasados pero sin implicar por ello ningún retroceso en el
tiempo. Es más, la idea de repetición sostenida por Kierkegaard se aleja radicalmente de
cualquier atisbo de involución. La repetición, lo afirma el filósofo con un total
convencimiento: ―es y siempre será una trascendencia‖ (Kierkegaard, 1997, p. 42), es decir,
lleva en sí misma la consigna de que con ella se puede ir más allá.
En este punto es preciso señalar un posible lugar de encuentro entre la concepción
filosófica de la repetición en Kierkegaard y la que el psicoanálisis encuentra en su
experiencia y estudio de la vida anímica del ser humano. En ambas se descubre que la
repetición siempre implica un querer ir más allá y trascender los límites de lo establecido.
Para Kierkegaard cada repetición hace trascender al hombre hacia algo nuevo, hacia algo
que no había considerado y que ahora se hace evidente por un retorno del pasado en el
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presente; no obstante, la repetición no se agota sólo en esto, pues Kierkegaard también
habla de la repetición como trascendencia en la medida en que lleva al hombre hacia
nuevos estadios de su perfeccionamiento, lo cuales se plenifican en la experiencia del
hombre religioso y en una relación más profunda con todo lo que está por fuera de los
límites de lo meramente humano y vive en unidad con Dios. Para el psicoanálisis el sentido
del más allá es completamente diverso, pero cuando se dice que el sujeto repite no se está
hablando de una rememoración de los acontecimientos del pasado sin ninguna finalidad
ulterior, se sostiene, por el contrario, que con la repetición el sujeto va hacia un más allá del
principio de placer —hasta el estadio del goce o incluso hasta la muerte— porque quiere
alcanzar, con cada nuevo retorno de lo mismo, algo que trasciende los límites de su
existencia actual y se acerca a una experiencia de plenitud, próxima a la que había
experimentado en los albores de su existencia, antes de la caída del objeto a. Esto, sin
embargo, es imposible para el psicoanálisis porque el deseo de trascender del sujeto con
cada repetición no lo conduce a mejores estadios, sino que lo lleva más y más atrás, como
si se tratara de un movimiento de trascendencia siempre fallido.
No obstante, lejos de bifurcar la filosofía y el psicoanálisis diciendo que para ambas la
repetición encierra un movimiento de trascendencia pero con diferentes sentidos, Lacan
recuerda que las reflexiones de Kierkegaard sobre la repetición surgen de una experiencia
que para el filósofo constituyó un verdadero fracaso:
Kierkegaard quiere escapar a unos problemas que son precisamente los de su acceso a un
orden nuevo, y encuentra la barrera de sus reminiscencias, de lo que él cree ser y lo que
sabe que no podrá llegar a ser. Trata entonces de cumplir la experiencia de la repetición.
Vuelve a Berlín, donde en ocasión de su última estadía había sentido un infinito placer, y
vuelve sobre sus propios pasos. Verán lo que le sucede, por buscar su bien en la sombra de
su placer. La experiencia fracasa por completo. Pero a consecuencia de ello nos guía por el
camino de nuestro problema, a saber, cómo y por qué todo lo que significa un progreso
esencial para el ser humano tiene que pasar por la vía de una repetición obstinada (Lacan,
1983, p. 138).
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De acuerdo con lo anterior, para Kierkegaard la repetición encierre muchas cosas buenas
que la alejan de todo el sentido de lo ominoso que descubre en ella el psicoanálisis, el
filósofo danés también constata que la repetición lleva en sí misma el carácter de lo
adverso. Pese a esto, el punto en el que quizás no puedan estar de acuerdo el psicoanálisis y
la filosofía, es que para el psicoanálisis es palmario que la repetición es un asunto de
causalidad psíquica del que difícilmente se pueda derivar con toda regularidad la
posibilidad de una verdadera trascendencia; en cambio, para la filosofía, toda repetición
conlleva en si misma la posibilidad de una trascendencia que progresa hacia los mejores
estadios de la existencia.
Ahora bien, si renovamos un regreso a Kierkegaard e indagamos cuál sería la dialéctica que
él descubre en la repetición, nos dirá lo siguiente: ―La dialéctica de la repetición es fácil y
sencilla. Porque lo que se repite, anteriormente ha sido, pues de lo contrario no podría
repetirse. Ahora bien, cabalmente el hecho de que lo que se repita sea algo que fue, es lo
que confiere a la repetición su carácter de novedad‖ (Kierkegaard, 1997, p. 16). Fuera de lo
que podría dar a entender Kierkegaard con estas palabras, ellas introducen otro lugar de
encuentro entre la filosofía y el psicoanálisis con respecto al delicado asunto de la
repetición. Freud y Lacan lo sostienen, y el último apunta a Kierkegaard en el seminario
once, sobre los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, cuando expresa que la
repetición no se asienta sobre lo natural, sobre el retorno del instinto que siempre apunta a
la misma necesidad, por el contrario, la repetición exige lo nuevo; todo en la repetición
puede variar y ser diverso cada vez que se repite, pero lo único que siempre permanece
igual es su sentido: la hiancia hacia la cual se dirige el sujeto (Lacan, 2003).
Finalmente, vale la pena destacar una idea respecto del diálogo intentado aquí entre
filosofía y psicoanálisis. Ha sido evidente el interés que encuentra el psicoanálisis y la
filosofía en el concepto de repetición para dotar de sentido a muchos fenómenos que tienen
que ver con el psiquismo humano; ambas, desde su campo teórico particular, proponen
cosas que parecen contraponerse y muchas otras en las que parecen tener un punto de vista
análogo. Fuera del debate que se podría generar alrededor de estas cuestiones, el diálogo
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entre filosofía y psicoanálisis no sólo es oportuno sino que también es algo necesario; los
progresos de ambas disciplinas han señalado la pertinencia de ponerse en contacto para
afinar conceptos e ideas, y sería insensato afirmar que el problema que ambas tienen entre
manos no establece correspondencias entre ellas. Con todo, muchos de nuestros círculos
filosóficos reniegan con revelada aversión e indiferencia los progresos que por otros
caminos realiza otras disciplinas, como el psicoanálisis, con respecto a los problemas que
consideran que son netamente competencia de la filosofía. Sin embargo, no se trata de
concederle la razón al psicoanálisis ni de rebajar el valor de las reflexiones filosóficas. Por
el contrario, se trata de entablar vínculos de comunicación que revelen la verdadera
naturaleza de lo humano, manteniendo siempre el ánimo de lo que señalaba Platón en la
República (395b) cuando afirmaba: ―la naturaleza del hombre está desmenuzada en piezas
menores‖, y por lo tanto, es imposible que un sólo saber pueda tener la única verdad sobre
toda la magnitud de aquello que corresponde a lo humano.
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