EL niño de ojos tristes

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EL NIÑO DE OJOS TRISTES
Miró aquellos ojos. Estaban tristes y con un brillo acuoso que le hizo
estremecerse e interiorizar aquella tristeza, sintiéndola por sí misma.
– ¿Por qué estás tan triste? - preguntó.
Se cruzaron las miradas y él cayó dentro de aquellos ojos negros como si
cayese por una cascada, precipitado en las emociones que aquella mirada
transmitía. Sintió miedo, pero no hizo nada por evitar aquellas emociones y
sentir aquella tristeza en todos los poros de su piel.
–
¿Por qué estás tan triste? – volvió a preguntar, insistente y sintiéndose
indiscreto y metomentodo; algo que no era nada en común en él. El niño de
ojos negros le mantenía la mirada. Debía tener alrededor de diez años o tal
vez menos. No estaba seguro de ello.
–
¿Qué te ocurre? ¿Puedo ayudarte?
–
No. No puedes. Nadie puede. Es demasiado tarde.
–
¿Demasiado tarde? ¿Tan grave es lo que te ocurre?
–
¿Grave? No sé, nadie parece darle importancia.
–
Cuéntamelo, tal vez pueda hacer algo por ti.
El niño esbozó una sonrisa tremendamente triste. Dejó de mirarle por un
instante mientras esta desaparecía paulatinamente.
–
De acuerdo. Como quieras.
Hubo una pausa. El niño miraba a su alrededor, quizá ordenando las ideas,
y cuando parecía que no iba a hacerlo el niño habló.
–
He estado pensando en que quiero ser de mayor.
–
Eso está bien, y ¿Qué te gustaría?
–
Me gusta dibujar, inventarme cosas.
–
Eso son buenas cualidades.
–
Me encanta tumbarme en mi cama y dibujar gente, imaginarme aventuras
con ellos, y cosas así.
–
Eso es bonito, igual eres un gran pintor cuando seas mayor, un gran artista.
–
El niño volvió a mirarle con una mirada despierta y viva que le llamó mucho
la atención.
–
Mi padre dice que eso es muy difícil, quiere que estudie mucho, que saque
buenas notas y cuando sea mayor vaya a la universidad.
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–
¿Y tú que piensas?
–
No está mal. Cuando termine y tenga un buen trabajo podré vestirme como
mi papá, con esos trajes tan bonitos y podré tener una mujer tan guapa como
mi mamá.
–
–
¿Te parece buena idea?
No está mal. Aunque no me gusta cuando mi padre se levanta tan
temprano y tampoco cuando llega a casa con esa cara tan fea. Parece uno de
esos malos de los dibujos animados, que nunca están contentos. Mi padre
siempre está enfadado, y mi madre… mi madre siempre está en casa y yo
creo que está triste por algo, aunque no sé por qué. A veces, cuando estoy en
mi cuarto, se acerca y juega un rato conmigo y a veces me da muchos besos y
me abraza sin venir a qué. Mi madre está muy triste y no sé que hacer para
que esté contenta. Todo eso no me gusta.
–
¿Que te gustaría?
–
Me gustaría no tener que ir a trabajar. Levantarme cuando me apeteciera,
coger mi block de dibujo y salir por ahí cada día. Dibujar a la gente y los
árboles, la playa, el cielo… inventarme historias con la gente, los árboles, la
playa y el cielo y contárselas a mis amigos y a mi madre. Historias que les
hicieran felices.
–
Es muy bonito. Pero, ¿De qué ibas a vivir?
–
Eso dice mi padre. Se pone muy serio cuando dice eso, a veces me da un
poco de miedo, entonces le dejo ver el partido y no le cuento mis historias.
–
Por cierto, ¿Le gustan tus historias?
–
Nunca le he contado ninguna, siempre me regaña con que siempre estoy
tumbado en la cama sin hacer nada, dice que soy muy vago. A mi madre
tampoco le he contado ninguna. Cuando tenga una realmente hermosa se la
contaré. Para que se sienta muy feliz.
–
Pero ¿Sabes que necesitas ganar dinero para vivir?
–
Sí ¿Aunque cuanto se necesita al día?
–
Mucho créeme.
–
Yo no. Venderé mis dibujos, escribiré mis historias y me iré al parque. Las
venderé como esos señores que venden música y figuras de madera,
pendientes y todo eso. Yo venderé mis dibujos y contaré mis historias mientras
les hago un retrato. Un relato en el que ellos sean los protagonistas. La bella
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princesa, el caballero, el mago, el guerrero… una historia hermosa, una
historia que les aleje de tener que madrugar, de sus tristezas, de sus
lágrimas…
–
¿Y donde vivirás?
–
En verano vamos a una playa escondida. Allí hay una casa muy cerca del
mar, está abandonada. La arreglaría y viviría allí, y cada mañana dibujaría el
amanecer y luego el anochecer y estoy seguro de que cada dibujo sería
distinto, porque cada día lo sería. Yo los vería de un modo diferente y me
parecería siempre un amanecer y atardecer nuevos, cada día sería único y
jamás me aburriría.
–
Parece una vida divertida.
–
¿A ti te gustaría?
–
¿A quien no?
–
¿Y podré vivir así?¿Tu vives así?
El niño le miraba con una mirada brillante y refulgente de vida y esperanza,
pensó en mentir, alimentar aquella ilusión, esa expresión de felicidad. Aunque
pensó que tal vez eso era una crueldad aun mayor que decirle la verdad.
–
No, no vivo así. ¿Sabes? A mí me hubiera gustado vivir esa vida, tal y como
la has imaginado. Pero fue imposible, tu padre tiene razón, es triste pero es la
verdad.
Una lágrima resbaló por la mejilla del niño. El niño bajó la cabeza y se secó
la lágrima.
–
Ves. No puedes ayudarme. Nadie puede. No puedo ser lo que quiero y
debo conformarme con ser lo que debo, o lo que quiera mi padre o quien sea.
Por eso estoy triste y es demasiado tarde, porque al fin y al cabo tú lo crees y
si es tarde para ti es tarde para mí.
Alguien entró en la habitación del hombre que miraba los ojos acuosos del
niño que tenía ante sí, reflejado en el espejo. Se giró cuando oyó unos pasos
caminar tras él y vio a su esposa con un maravilloso vestido negro, largo y
ajustado a su perfecta figura. Había salido del baño, acababa de terminar de
maquillarse y estaba maravillosa.
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–
Termina de vestirte, cariño – le dijo mientras se calzaba aquellos zapatos
de tacón de punta de aguja. A él le parecía imposible que pudiera caminar con
ellos.
Miró a su derecha y observó la chaqueta de su magnífico traje de Armani
posada sobre el galán de noche.
–
Vamos, guapísimo, vístete, la ceremonia empieza en menos de una hora.
Ella le había hablado susurrándole al oído, algo que normalmente le
agradaba, ahora casi no le prestó atención. Se levantó y caminó hacia el galán
de noche para coger la chaqueta. En aquel ínfimo trayecto recordó cuando
consiguió publicar su primera novela, una historia a mil años luz de aquella por
la que le iban a premiar aquella noche, y sin embargo aquella opera prima le
había hecho sentirse mucho mejor; a pesar de que aquella edición que él
había costeado, era cutre, y difícil de leer. Se puso la chaqueta sobre unos
hombros de alguien que se había convertido en otra persona que escribía
sobre cosas de las que no sabía demasiado y no le hacían sentir nada
especial pero engordaban la cuenta corriente.
Le pareció verse una vez más reflejado en el espejo con diez años y
lamentando que, a pesar de todo, sus miedos de niño eran realidad. Aunque
después de todo quizá no fuera demasiado tarde como sentía en su interior,
quizá era el momento de volver a ser lo que era. Se quitó la chaqueta y
abandonó la habitación, aunque no se dirigía a la ceremonia. Cogería el coche
y conduciría hasta una playa y una casa y allí escribiría una historia que le
hiciera sentirse feliz y como a él, a su madre, sus amigos y a todo el que
quisiera leer esa historia y quizá así, volvería a ser él mismo y aquel niño de
diez años que aun habitaba en su interior dejaría de mirarle con los ojos
tristes.
FIN
© Víctor Frías
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