¿Qué es el SER, frente al NO SER? La Realidad: EL SER Después de haber anunciado que toda la sabiduría del hombre se desenvuelve en la oscuridad de la galería del topo, parece poco coherente la pretensión de exponer ahora un puñado de grandes verdades, comenzando por esta de “la realidad”. ¿En qué quedamos? ¿Hay o no hay verdades inamovibles en el razonar humano? Que no las hay, lo evidencia la historia de la filosofía, con tantos bandazos y contradicciones. La verdad claro que existe, pero si la razón fuera capaz de poseerla, no perdería el tiempo escribiendo tratados que vienen a decir justamente lo opuesto a lo que ha dicho el anterior. Todos poseeríamos esa verdad, todos estaríamos de acuerdo y no necesitaríamos decírnoslo unos a otros en inacabables discusiones filosóficas. Así es que la verdad existe, pero no para el limitado entendimiento del hombre. Sin embargo hay dos razones para intentar alcanzarla. La primera es que, si no se introduce al lector en la mar con una humilde brújula al menos, no llegará a ningún puerto. Me encantaría que esta obra la leyeran entera (quiero decir sin cerrar el libro indignados) los caminantes habituales de la senda, los que van repitiendo lo aprendido en la universidad por los siglos de los siglos. Yo también pasé por ella, pero no soy aficionado a repetir, y menos cuando el camino es equivocado. Mucho más va dirigida esta obra al resto, y si no se les pone en la mano la brújula de unas pocas nociones iniciales (en la versión particularísima de este autor, claro), no entenderán nada y también cerrarán el libro. Por eso las he escogido pocas y las expongo con toda la sencillez y claridad de que soy capaz. Ya sólo me resta animar a ese lector casual o aficionado, asegurarle que comprenderá lo que le digo y que es inevitable arrancar con este breve equipaje si quiere entender el resto de la obra. La segunda razón es puramente defensiva. Si no comenzara por hacer mi particular alarde de sabiduría (¡Tantos hay ya en los libros! ¿Qué más da otro más?), parecería flotar en el ambiente la imputación del primer filósofo que abriera estas páginas: "¡Qué fácil es criticar lo que otros han hecho cuando no se tiene nada nuevo qué decir!" Y tendría toda la razón. Por eso me apresuro en exponer mi “particular” sabiduría. No sé si esto de salirme de la trilla es pecado de desconfianza o virtud de creador, pero nunca me atrae lo que me dan hecho, me encanta ordenar desde el principio aquello con lo que me enfrento, y aquí también lo voy a hacer. Las críticas a esas sendas ya trazadas por otros están más justificadas cuando se parte de una nueva ruta que ofrecer. Comencemos por “la realidad”. El hombre abre los ojos y contempla todo un fastuoso mundo a su alrededor, un mundo incesante, que cambia, que se agita a veces, un mundo de sonidos, colores y contornos, un mundo abigarrado que reclama su curiosidad. Pero aún hay más. Hoy, con la liza en la que los medios de comunicación se han retado para adelantarse en la noticia, otro mundo, desde luego más extenso y más intenso, adivinamos más allá de nuestra mirada. Los millones de kilómetros cuadrados de la superficie del globo, con sus millones de habitantes, dan demasiado de sí. El mundo es, desde luego, gigantesco. Y además está superpoblado. De acuerdo. Pero ahora parémonos a pensar que este planeta tan enorme y tan complejo, dentro de nuestro sistema solar es, respecto de cualquier otro planeta del sistema, como un balón de fútbol situado en Europa respecto de otro balón situado en América. ¿Cómo son entonces las distancias en el universo? Sencillamente, impensables. Porque ese sistema solar tan monstruoso, resulta que es solamente un granito en una inmensa galaxia, y que fuera las galaxias se multiplican por centenares de miles. Todo eso tenemos cada uno delante. ¿Y dentro? Otro universo más complejo aún. Todo el mundo sabe el pozo sin límites que constituyen las experiencias, los recuerdos, los anhelos, los temores….. un pozo tan profundo que nadie ha explorado jamás hasta el final. La intimidad del hombre es un misterio, y ante todo lo es para el propio interesado. Pues bien, todo ese panorama de cosas es lo que puede ser descrito bajo el genérico nombre de realidad. Lo real, pues, más bien no precisa ser explicado. Es todo lo conocido, tanto hacia fuera como hacia dentro del individuo; o mejor, todo lo existente, porque la mayor parte del universo sideral nos resulta todavía desconocida, parte del universo subatómico también, y nada digamos del complejísimo mundo del alma de cada cual, y no por ello todo eso dejan de ser cosas en este momento existentes y, por tanto, realidad. Pero es importante reparar en algo que, aunque obvio, va a tener enseguida su trascendencia: si a lo real lo llamamos real es precisamente porque es, porque goza del ser. Realidad y ser es lo mismo. La realidad es lo que es algo, y todo lo que es algo constituye realidad. Parece una perogrullada, pero en el siguiente capítulo veremos que no lo es, que tiene un inmenso alcance. Por eso he titulado este capítulo “La realidad, el ser”, en clara alusión a la identidad de los dos conceptos. Pero si traigo a colación la realidad no es para perderme en la inmensa extensión de las cosas, sino para hablar precisamente de esto, de las cosas en sí mismas. Si abrimos el diccionario, lo primero que se define es lo que de verdad es la cosa: “Todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, real o abstracta”. Y aún así, el diccionario comete un error evidente, el de la contradicción consigo mismo, pues si comienza por adelantar que cosa es todo lo que tiene entidad, no puede luego distinguir entre real o abstracta, porque eso implica que lo abstracto entonces no es real. No obstante, el diccionario también da la otra definición, la doméstica, la que todo el mundo maneja, y dice que cosa es “El ser inanimado, en contraposición con los seres animados”. Bien. Esto último es válido en el lenguaje común, en el cual se entiende por cosa lo que es un objeto cualquiera no dotado de vida, pero en el filosófico no, en el filosófico ha de entenderse siempre la primera definición. En metafísica, por cosa ha de entenderse todo, incluidos los seres animados e incluidos los entes del pensamiento, afectos, actos morales, y toda clase de “cosas”, sean de la índole que sean. Realidad es todo lo existente, sea fuera o dentro de nuestra razón, fuera o dentro del universo. La máxima ya encierra en sí dos profundas extensiones al aludir a los ámbitos de lo racional y de lo extrauniversal. Tenemos, pues, un vastísimo horizonte por delante, en el que, más allá de las cosas que nos rodean y constituyen para nosotros la realidad de realidades, el universo material, también están en ese horizonte lo íntimo, lo intemporal y hasta lo desconocido. Un horizonte vastísimo..... y en la misma medida conflictivo, porque, apenas con haberlo planteado, ya nos presenta la primera de las paradojas: Ø Para la filosofía y para las ciencias del reciente siglo veinte, cada vez más está en vigor la certeza de que la realidad física solamente existe en función del observador; si no hay observador, no hay realidad. Luego veremos por encima la relatividad de Einstein y la física cuántica de Planck. Según esto, esa “realidad de realidades” con la que antes he designado a cuanto nos rodea, el mundo de las cosas materiales, resulta que realmente no es real, y disculpadme la redundancia. Ø Y por el contrario, para el empirismo, para el positivismo, y más recientemente para Wittgenstein y su Círculo de Viena, el ámbito de la realidad se limita al ámbito de lo conocido, entendiendo por éste justamente lo que en el párrafo anterior no es realidad, el mundo de las cosas y fenómenos materiales. Según esto, la inclusión de lo extrauniversal en el horizonte de lo real es una banalidad, una frivolidad sin fundamento. Estos desacuerdos en cuanto al contenido de la realidad lo que hacen es evidenciar que no se trata de algo homogéneo, uniforme, sino de algo parcelado, y de ahí las discrepancias en cuanto a dónde situar las fronteras exteriores del conjunto, según aceptemos o no aceptemos algunas de esas circunscripciones internas. Pero hemos ganado algo: se le dé la extensión que se le dé a la realidad, lo cierto es que en su seno aparecen diferentes ámbitos. Por eso, más trascendente que establecer lo que es la realidad es el tener presente que se ofrece en ámbitos. La realidad no es un conjunto único de cosas individuales, es la suma de un conjunto de ámbitos diferentes de cosas individuales. El pensador que olvida esta verdad primera, se pierde necesariamente en el laberinto de las especulaciones. Uno de los ejemplos más conocidos de esta confusión es el argumento ontológico de San Anselmo sobre la existencia de Dios. Viene a decir "Soy capaz de concebir a Dios como el ser absolutamente perfecto, luego tiene que existir, porque la existencia es una perfección más. Si no existiese dejaría de ser perfecto". En esta proposición se comete el error de trasladar un ser que habita en la esfera de lo puramente racional (el concepto de Dios), a la esfera de lo sobrenatural, que es donde realmente está Dios, no su concepto. El hecho de que Dios "sea" en la mente de San Anselmo, solamente prueba que existe en la mente de San Anselmo, pero no prueba que también exista fuera de su mente, en la realidad sobrenatural. De este error del pobre San Anselmo han dejado constancia todos los tratados ontológicos, pero han pasado por alto, sin embargo, multitud de otros errores idénticos, de los cuales están llenas sus páginas. No es que los hayan pasado por alto; más aún, es que los han refrendado y están en la base de todo el tambaleante edificio metafísico conocido. La confusión de los ámbitos de realidad constituye el primero y más extendido de los dos pecados originales de la ontología. Este último aforismo y el anterior son de obligada observancia para todo el que intente adentrarse en el razonamiento filosófico. En el curso del mismo, continuamente ha de volver atrás y revisar cuidadosamente si lo que ha construido no se le ha salido del plano y ha caído sobre otros cimientos, porque la realidad toda es tan profundamente diferente como peligrosamente contigua. Pasarse de un ámbito a otro es un riesgo en el que todo el que piensa cae a menudo y de forma inconsciente. Poco antes he hecho alusión a dos tipos de realidad poco o mal reconocidos; o mejor, reconocidos a regañadientes en cuanto realidad: el de lo eidético y el de lo infinito. El primero de estos dos (las ideas) limita con su opuesto, el ámbito de lo objetivo (las cosas). “Las brujas” no son lo mismo que “las brujas en mi entendimiento”, porque puede ser que las brujas existan y yo no las conozca, pero también puede ser que yo crea en las brujas y no existan. Pues bien, no se puede establecer que las brujas son reales sólo en el primer caso y no en el segundo, esto es una mala aplicación del concepto realidad. En cualquiera de los dos casos, las brujas son reales: en el primero, son reales objetivamente, fuera de la razón; pero en el segundo son igual de reales eidéticamente, dentro de la razón. Y puestos a elegir entre la mayor o menor realidad de un ámbito sobre el otro, debe recordarse que nada hay más real para el hombre que su yo, su espíritu, su conciencia, el almacén de sus pensamientos y recuerdos, bastante antes, desde luego, que el testimonio objetivo de la existencia de brujas. No cabe considerar como real lo objetivo y como irreal lo subjetivo, porque real es todo en su correspondiente esfera. No hay “realidad”, hay “ámbitos de realidad”. Otro de los ejemplos más significativos de esto lo constituye el desconcertante mundo de los sueños. La historia que se vive durante un sueño se vive de forma absolutamente real, exactamente igual de real que la historia que se vive durante el estado de vigilia. Si al despertar, quien ha soñado, discierne perfectamente entre lo vivido en el sueño y lo vivido en la vigilia y otorga realidad únicamente a esto último, no está haciéndolo bajo un criterio de realidad estricta, no está otorgando menor realidad al sueño que a la vigilia, está haciéndolo sólo bajo el criterio de su presencia física o no: en lo vivido en vigilia, él estaba físicamente; en lo vivido en el sueño, él no estaba físicamente, en ese momento dormía en su cama. Las dos historias son idénticas en cuanto realidad psíquica, solamente difieren en cuanto realidad física. Esta aparente contradicción de que las vivencias vigilia-sueño en un plano sean igual de válidas pero en el otro no, sin embargo, al soñador no le plantean ningún problema ni se le ocurrirá visitar al psiquiatra, porque él sabe muy bien, aunque no se pare a pensarlo, que no tiene por qué elegir entre dos realidades que no son del mismo ámbito. Lo soñado tiene un ser cierto que ya nunca podrá borrarse, puesto que es algo absoluta y verdaderamente vivido, una existencia real en la esfera de su conciencia. Lo que no tiene, por supuesto, es existencia real en la esfera de los actos materiales de cada día, como igualmente éstos tampoco tienen existencia real en la esfera de los sueños. Cada vivencia es realidad en su respectivo ámbito, y todos los ámbitos son igualmente reales. La inclinación natural de otorgar realidad solamente al ámbito de lo vivido físicamente no tiene justificación ninguna, porque las vivencias son, en sí mismas, realidades psíquicas, no físicas. Y con una breve consideración se entiende enseguida: lo soñado es toda una vivencia siempre, a pesar de no vivirlo físicamente; pero lo vivido físicamente puede no constituir vivencia ninguna si el sujeto no ha sido consciente de ello por alguna causa. El segundo de los ámbitos que antes citaba como conflictivo, el de lo extrauniversal (lo infinito) constituye con su opuesto, lo universal o finitud, las dos grandes ramas de realidad, de las cuales la finitud podemos ir subdividiéndola luego en otras, como acabo de hacer en cuanto a lo espiritual y lo material, etc. Pero intentar una división exhaustiva es un empeño bastante estéril, porque las realidades son tantas y tan complejas que siempre podrían seguir planteándose otras más dentro de las ya establecidas. No es necesario un cuadro sistemático, es necesario solamente aplicar la lógica rectamente ante cualquier situación. La sabiduría no consiste en establecer cuadros previos por categorías (esto sería enciclopedismo), consiste en discernir unas de otras cuando se presentan. Y ya que estamos de puertas abiertas y en la realidad cabe absolutamente todo, siempre que lo encuadremos en su ámbito correspondiente, puede que algún lector avispado ande preguntándose: ¿Y no sería conveniente comenzar por plantear primero la posibilidad de la nada, es decir, la posibilidad precisamente de la no-realidad, del no-ser? La NADA: EL NO SER: Para seguir un orden sistemático y no dejar fisuras por detrás, entiendo que es preciso adelantarse a lo que ha de ser estudiado con más detenimiento en los capítulos siguientes, el ser, y determinar ya ahora si toda la realidad puede estar limitada a “lo que es algo”, en cuyo caso podría incluirse dentro todo lo que se quiera, como acabamos de ver en el capítulo anterior, pero nunca a su contrario, “lo que no es algo”. ¿La realidad está toda ella ocupada solamente por el ser o en la realidad caben también otras cosas, que en este caso podría ser, obviamente, el no-ser, la nada? ¿Existe la nada? En esta búsqueda que vamos a emprender en los capítulos siguientes de la fuente del ser-existir, lo primero es asegurarnos de que no hay ninguna otra realidad, asegurarnos de que su oponente, la nada, no existe, no es realidad. Quien quiera que pretenda entrar a fijar el concepto, se tropezará con un escollo profundamente revelador: no es posible definir la nada por sí misma, resulta imposible delimitar en qué consiste ni describirla, únicamente puede ser referida por negación de su oponente, el ser. Y esto ya resulta indicativo en cuanto a la falsedad de este concepto. ¿Qué es la nada? No podemos darle ninguna otra definición que no sea la de “aquello que no es”. La falacia de lo que se pretende admitir como realidad queda patente, sin más, en el propio enunciado. Proclamar la existencia de la nada, es proclamar que “es lo que no es”, un juego de palabras sin contenido ninguno, o mejor aún, una auténtica contradicción. Y si hubiéramos explicado ya que, en el plano trascendental, el ser y el existir son una sola y misma cosa (lo veremos en su momento), no habría sido necesario el análisis anterior, porque si la nada es “lo que no es”, también es automáticamente “lo que no existe”, con lo cual el asunto queda zanjado: la nada no tiene existencia. Puesto que todo lo que existe tiene alguna forma de ser, admitir la existencia de la nada es admitir que “es algo” lo que “es nada”, una pura contradicción. ¿Por qué entonces este invento? El concepto de la nada es, efectivamente, un invento del pensamiento del hombre por contraposición al concepto del ser, que es lo único que existe. El fundamento de esta afirmación es muy sencillo: Todo lo que el hombre conoce, lo conoce porque es, porque existe; y todo lo que es capaz de intuir o imaginar, exista o no exista en la realidad objetiva, también tiene un contenido, es algo determinado, aunque su existencia sea solamente en el mundo de las ideas. En definitiva, lo conozca o solamente lo imagine, todo consiste en el ser, de manera que el hombre no tiene ningún fundamento ni razón para pensar en la existencia del no-ser, no conoce ningún no-ser. Sea conocido o sea imaginado, todo es algo. No hay fundamento ninguno para admitir lo que es nada. La nada es un invento de la razón por oposición al ser. Sin embargo, incurriendo en la proverbial confusión de ámbitos, muchos filósofos han propiciado la creencia en la nada al deslizarse en el plano de lo puramente relativo y admitir la existencia del no-ser, que nunca será un no-ser absoluto. Resulta obvio que cuando el filósofo afirma que si una cosa es concretamente esto, deja entonces de ser aquello otro, y de ello infiere que junto al ser hay inseparablemente un no-ser, esto es cierto, pero es cierto también que se está moviendo en el plano de lo particular y relativo. El hecho de que la madera es madera, pero no es hierba, sólo contiene un no-ser relativo o determinado (no es hierba), pero no contiene un no-ser absoluto, un no-ser-nada, puesto que sigue siendo algo (madera). La madera no es hierba y la hierba no es madera, pero las dos cosas son algo, las dos cosas tienen el ser, por lo que no puede deducirse nunca que también tienen el no-ser, entendido como la nada. Este es el plano ontológico que nunca debió perder de vista el pensador. Una advertencia: cuando más tarde aborde la existencia de lo infinito, puede que el lector se rebele recordando esta argumentación que acabo de hacer sobre lo que la razón puede llegar a inventar por oposición a la realidad conocida, puede que se rebele pensando de esta manera: si la nada es una creación nuestra por oposición al ser, también lo infinito puede ser una creación humana por oposición a la finitud que conoce. Pero este razonamiento no es correcto. Incurre, una vez más, en confusión de ámbitos: el de lo absoluto y el de lo relativo. Ø La oposición entre lo finito y lo infinito es solamente relativa, dado que ambos militan dentro de la misma realidad, la del ser. Para ser finito o ser infinito, hace falta en los dos casos ser. En lo esencial no se contraponen, puesto que tanto lo infinito como el universo finito los dos son. Ø Sin embargo, la oposición del ser y la nada no es relativa, es absoluta, puesto que son contradictorios del todo entre sí. O existe el uno o existe el otro, los dos a la vez imposible. Y si solamente nos consta la existencia del primero, no hay fundamento ninguno para suponer la existencia del segundo. De todas formas, ha quedado un cabo suelto que es altamente interesante. Me refiero a lo escrito en un párrafo anterior: “Todo lo que el hombre conoce, lo conoce porque es, porque existe; y todo lo que es capaz de intuir o imaginar, exista o no exista en la realidad objetiva, también tiene un contenido, es algo determinado, aunque sólo sea en el mundo de las ideas”. Según esta afirmación, parece que, puesto que el hombre es capaz de imaginar la nada, es que la nada se trata, entonces, de un contenido, de algo determinado, de un ser, aunque solamente sea en el ámbito de la razón. Según ese mismo lector crítico de poco antes que indaga en la verdad sin descanso, incluso admitiendo que en la realidad objetiva exterior al pensamiento la nada no exista, ¿no es cierto que sí que es algo, siquiera sea en el pensamiento? Lo he calificado de cabo suelto y altamente interesante porque se trata de una gran mentira en su base, en la premisa que se da como cierta. No es verdad que el hombre sea capaz de “imaginar la nada”. Aunque todo el mundo cree concebirla, lo que realmente imagina, cuando piensa en la nada, no es la nada, es el vacío, que es cosa bien distinta. Quien piensa en la nada, lo quiera o no lo quiera, lo que está imaginando es un sitio determinado en el cual no hay nada, porque es absolutamente imposible para el hombre concebir algo sin situarlo en un “sitio”, en un escenario. Un escenario, por muy inconcreto y neutro que se pretenda, es ya en sí algo, es evidentemente espacio, y el espacio es una realidad existente, es eso, es espacio. Por tanto, si dentro de él no hay nada, es que está vacío, no que sea la nada. La nada absoluta es radicalmente impensable. La nada ni siquiera es imaginable. La representación mental de la nada no es realmente la nada, es un vacío dentro de la realidad del ser. Y ahora que hemos visto la confusión de la nada con el vacío en cuanto imagen, podemos plantear todavía un argumento más. Si para evitar este contratiempo prescindimos de la nada como imagen, como representación mental, y la consideramos únicamente como puro concepto: Ø Es obvio que el no-ser no puede tener límites, porque lo que tiene límites los tiene precisamente por ser algo. Ø Si el no-ser existiese, puesto que no tendría límites, sería infinito. Ø Pero un infinito no admite la existencia de nada además de él. Ø Luego, además de la nada, no existiría ninguna otra cosa. Ø Sin embargo, nos consta la existencia del ser. Ø La nada, por lo tanto, no existe. En los capítulos siguientes, al tratar de la realidad en profundidad, se verá que el ser sí que es infinito, puesto que se repite idéntico a sí mismo y en todas las cosas conocidas por igual; es decir, que se trata de una entidad infinita que trasciende a toda la realidad limitada de las cosas conocidas. Si esto nos consta, resulta imposible, por contradictoria, la existencia de otro infinito más, el de la nada. De existir la nada, sería un infinito, puesto que sólo lo que es algo tiene límites. Nos consta la existencia del ser que todo lo trasciende (infinito). Dos infinitos a la vez son imposibles. Diferencias Características Similitudes Para ambos, el Ser es algo intangible. No tiene lugar en el mundo material. El Ser está representado por la lengua misma. Características del Ser El Ser reúne todas las cosas en si mismo (unidad del todo); reúne todo lo que cada ente tiene de ente. El Ser ilumina a todos los entes. Heráclito Parménides El Ser (o el Logos) se manifiesta como devenir perpetuo, como algo que nunca cambia ni se detiene (basado en la metáfora del río). El Ser como figura estática, que nunca cambia, que no tiene ni principio ni fin, es eterno e inmutable. Eterno. El Logos es común a todas las personas, pero independiente de quien lo escuche. Comparación con el Fuego: fluye eternamente, es imposible de detener, todo lo cambia, y a la vez representa el cambio perpetuo y continúo. Solo el Ser puede Ser pensado y comprendido, no existe tal cosa que “no sea”. El Ser es único, ya que de haber más de uno, Sería imposible diferenciarlos.