Partir el pan y beber el vino juntos

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Año II Nº 80
SUMMA
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Asterako berri ona
Partir el pan y
beber el vino juntos
El primer día de los ázimos, cuando
se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”. Él envió a
dos discípulos diciéndoles: “Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua:
seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al
dueño: ‘El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis
discípulos?’ Os enseñará una sala grande en el
piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena”.
Los discípulos se marcharon, llegaron
a la ciudad, encontraron lo que había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó un pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. Cogiendo
una copa pronunció la acción de gracias, se la
dio y todos bebieron. Y les dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos.
Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la
vid hasta el día que b nuevo en el Reino de Dios”.
Después de cantar el salmo salieron
para el monte de los Olivos. (Mc 14,12-16. 2226).
Venerar la Eucaristía es adorarle en el Santísimo Sacramento. Pero es al mismo tiempo, y sobre todo, venerar al
hermano, especialmente al más desgraciado, a aquel con
quien nadie quiere cargar. San Agustín, decía a sus cristianos: “Deseas encontrar al Cristo que se encuentra en el trono
celestial. Pues espera encontrarlo durmiendo bajo un puente,
espera encontrarlo hambriento y tembloroso de frío, espera
encontrarlo como extranjero”, Y san Juan Crisóstomo, también en el siglo IV, decía: “¿Queréis honrar el Cuerpo de
Cristo? No consintáis que esté desnudo… El mismo que dijo
Este es mi cuerpo, dijo también: Me visteis hambriento y no
me disteis de comer. Y cuando no lo hicisteis con uno de
esos más pequeños, tampoco conmigo lo hicisteis”.
Las primeras eucaristías se celebraban en casas particulares, con todos los asistentes cenando juntos en torno a
una mesa; allí, por primera vez en la historia humana, esclavos y señores se encontraron compartiendo asiento unos al
lado de otros.
Partir el pan en la cena fraterna significa compartir la
necesidad humana, de la que el pan es símbolo primario.
Pasar la copa es comunicar la alegría, de la que el vino es un
símbolo ancestral. Los dos juntos – compartir la necesidad y
comunicar la alegría – son los gestos de la solidaridad suprema. Y en la realización de esos gestos se nos da la garantía
de una presencia real del Resucitado en nuestra historia tan
oscura.
Para los semitas, cuerpo es la totalidad de la persona
en cuanto capaz de relación. Y la sangre, para los antiguos
judíos, era la sede de la vida. El cuerpo y sangre de Cristo
son la persona y vida del Resucitado. “Esa persona y esa
vida entregadas a nosotros para que, al nutrirnos de ellas, se
transformen nuestras vidas y nuestras relaciones personales”, dice González Faus.
El mismo autor se refiere a la ofrenda del pan y del
vino que hacemos en la Eucaristía, expresando irónicamente
su preocupación ecológica: “Al paso que vamos, quizá tengamos que comenzar nuestros ofertorios rezando: te presentamos, Señor, esta lluvia ácida y este dióxido de carbono fruto
de la irresponsabilidad y de la avaricia de los hombres”.
Ignacio Otaño SM
Emailgelio 80 del 7 de junio de 2015
Solemnidad de Corpus Christi (B)
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