despecho - eligio palacio

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DESPECHO
Eligio Palacio Roldán
Asdrúbal sintió una sobrecarga de energía en el cuerpo: sus testículos parecieron salirse de su
escroto y su sombrero ascendió, varios centímetros, por encima de su cabeza, en el infinito
lapso de tiempo, en que descargó cinco balas, de las seis que tenía su revólver, sobre el
cuerpo de Esteban. Montó en su caballo, galopó velozmente por encima de los fantasmas, que
le salieron al paso, y desapareció en la oscuridad de la noche.
El Viajero trata de establecer cuál era la lápida de mármol blanco donde, alguna vez, se leyó,
en letras doradas: “Vuelves al vientre de tu madre, del que nunca debiste haber salido”.
Recuerda que éste fue el último encuentro entre los protagonistas de la historia de despecho y
muerte que generó especulaciones, en todos los corrillos de la plaza, y que, en su desenlace,
conmovió a los laparianos, por muchos días. El primero había sido, veinte años atrás, cuando
Asdrúbal logró colarse en el Centro de Salud para despedirse del amor de su vida: Esther. Y lo
vio allí tan indefenso, tan frágil y se preguntó cómo alguien, tan insignificante, podía causar
tanto dolor.
La mujer no supo defender su amor por Asdrúbal y había aceptado casarse con Jorge; ahora,
consciente de su muerte, había llamado al hombre para despedirse, para decirle que siempre
lo había amado, que lo amaría más allá de la muerte. Ese día gris, lluvioso y triste como
ninguno, la mujer se marchó para el cementerio, manchada de rojo. El hombre, no volvió a ver
el sol.
Después todos los encuentros con el hijo de Esther fueron evitados, tanto que solo se volvieron
a ver, aquel día, en el que Asdrúbal mandó a Esteban al lado de su madre, al cementerio.
Muchos laparianos dijeron que no existía manera de evitar “los designios de Dios”. Esteban se
acercó a la casa de Asdrúbal, poco antes que se apagara la planta de energía, y un poco
después de tomarse unos aguardientes con sus amigos.
En la puerta de la casa, Asdrúbal veía pasar las sombras. Entonces, Esteban hizo mofa de un
amor imposible, frustrado, un amor que dejó solterón y amargado al hombre, con una nostalgia
eterna de lo que pudo ser.
Asdrúbal no soportó un dolor intenso, que sintió en su estómago, y su mano empuñó el
revólver. Luego disparó sobre aquel que se burlaba de su tragedia… y escapó.
Asdrúbal corrió como el “Judío Errante”, eludiendo la autoridad. Fue entonces cuando, a todas
las alcaldías del país, llegó aquel telegrama reclamando su detención:
“Autoridades: capturen, remitan a este despacho a Asdrúbal Quinchía, sindicado de homicidio,
hijo legítimo, vecino del municipio de Lapario, unos cuarenta y cinco años de edad, rubio, ojos
claros, bien parecido, cuerpo proporcionado, simpático. Viste pantalón, camisa y sombrero
negros, calza algunas veces. 1.73 metros de estatura. Lee y escribe”.
Asdrúbal escapó de su pueblo, de su familia y de su vida. Nunca se supo nada más de él. Hoy
es un fantasma. Esteban sigue viviendo allí, en su otro pueblo, su cementerio, al lado de su
madre. Dicen que, en las noches, se sienten arrullos, mientras una voz infantil reclama caricias.
Recientemente se ha comenzado a escuchar, también, un sollozo de hombre mayor que
implora el amor de Esther y que, en medio de lágrimas, afirma que no fue justo su deambular
por los caminos: solitario y sin amor y que espera, ansioso, el día en que su amada acepte
compartir su tiempo, con él, más allá de la eternidad.
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