La dimensión religiosa del hombre JOSÉ TODOLÍ Universidad Central de Madrid Al estudiar la persona humana, dentro de su misma totalidad, se nos presenta con carácter de preeminencia su perspectiva hacia Dios, lo que pudiéramos llamar con una palabra impropia, pero que expresa bastante bien lo que se busca: la dimensión religiosa del hombre. Siendo la primera, es natural que se le dé un lugar preeminente, cuando se trata de hacer un estudio, lo más completo posible, de la persona humana. El encuadramiento del tema dentro de la filosofía contemporánea, no puede ser tampoco más oportuno. La moderna filosofía de la existencia no es, ni lógicamente puede ser, una filosofía atea, pero puede tener, y de hecho tiene, omisiones injustificables. Por una parte el existencialismo atrayendo decididamente la atención de los filósofos hacia el hombre concreto "el hombre que trabaja y juega", ha puesto un nuevo punto de arranque al filosofar, opuesto por una parte al idealismo trascendental, y por otra a la excesiva abstracción de un realismo decadente. Sobre este punto de partida se conviene en estructurar toda la ontología, pero bien pronto —en lo que a la religión se refiere— las tendencias se separan apareciendo el ateísmo fuertemente afirmado (Sartre), la abstención del problema de lo trascendente (Heidegger) o la afirmación decidida de religiosidad, como en Marcel, Lavelle, etc., y otros muchos que figuran hoy entre los defensores de la nueva filosofía, o mejor, del nuevo método de filosofar. Se presenta, pues, al estudio de los filósofos con inquietud irritante el problema religioso. Eliminarlo, prescindiendo del mismo, es una actitud cómoda, pero que nada resuelve, aparte de su poca lógica, cuando se trata de uno de los problemas fundamentales de la persona humana como tal. a')4 Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía, Mendoza, Argentina, marzo-abril 1949, tomo 2 LA DIMENSIÓN RELIGIOSA DEL HOMBRE 8'5 Por otra parte negar el hecho religioso, precisamente cuando se trata del hombre como se nos da ahí, en su existencia angustiosa y contingente, con todos sus límites, sus tendencias, con su historia, es mutilar lastimosamente la persona humana o negar los hechos. Sería, pues, el problema: ¿el hombre existente, el hombre que "trabaja y juega", encierra realmente en su misma persona una dimensión religiosa? El hombre existiendo dice una relación necesaria a una existencia absoluta. No podemos, en el orden existencial, pensar una existencia pura. Es necesario pensar siempre una esencia, un algo existente. Ese algo, esa esencia, es lo que es implantado en el mundo, es lo que tiene existencia, por que ello de sí mismo no es "la Existencia". Su pobreza de ser, su contingencia, es la que reclama así necesariamente, en su mismo existir, una religación con la Existencia. Solamente la negación absoluta del principio de causalidad puede —en un orden puramente teórico— truncar esta religación esencial de todo ser existente con la Existencia misma. Por eso la revaloración del principio de causalidad, por una referencia del mismo al orden del ser y no al de los puros fenómenos, es el fundamento de una revaloración de la religión en su verdadero sentido, de la misma manera que su desvaloración ha sido la causa de las múltiples desviaciones de la Filosofía de la Religión. Por otra parte, vemos que ese ser de la existencia, recibido, participado, tenido, afecta a todos los seres que forman el mundo de los seres existenciales, del mundo a mano del que partimos. Esto quiere decir, que la existencia es un efecto, algo causado, implantado. Y además causado e implantado en todos los seres. Sobre esto ha cargado las tintas particularmente todo el existencialismo. Esto supone una causa capaz de actuar sobre todos los seres e implantarlos a todos en el orden existencial, en el mundo a mano. Todo efecto no sólo supone una causa sino que supone una causa proporcionada. "Oportet enim universaliores effectus in universaliores et priores causas reducere. ínter omnes autem effectus universalissimum est ipsum esse. linde oportet quod sit proprius effectus primee causa;, quce est Deus".^ Para un efecto de esta universalidad, que afecta a lo más íntimo de todo ser, no puede haber más que una causa, la que tenga en sí el dominio de I I. q. 45. a. 5, c. Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía, Mendoza, Argentina, marzo-abril 1949, tomo 2 856 JOSÉ TODOÜ todos los seres y la administración (vamos a decirlo asi) de la existencia misma. Un ser trascendente al mundo existencial. Fuera del mundo contingente no hay más que el Ser necesario: Dios. Y no solamente es necesaria una causa, y una causa proporcionad4if sino que el efecto queda pendiente de la causa en todo aquello en que es causa. Y hay causas que son tales sólo en cuanto al hacerse de las cosas, al fieri, pero no en cuanto al ser mismo de ellas. "Omnis effectus dependet a causa secundum quod est causa ejus. Sed consU derandum. est quod aliquod agens est causa sui effectus secundum, quod fieri tantum,, et non directo secundum esse ejus"^. Como el ser es lo más intimo de los seres resulta que están dependiendo, están siendo, dependiendo de la Existencia misma. Por el hecho de que en todo efecto exige una causa proporcionada, el ser humano —spiritus in corpore— exige, por lo que a su espiritualidad se refiere, una acción especial de la Causa Primera. Ya que la espiritualidad no es posible educirla de la materia. Tenemos por consiguiente una religación más íntima cuando de la persona humana se trata. Como lo más íntimo del ser, como decíamos, es su ser existente y todo él es un mero "estar siendo" en virtud de la Existencia misma, todo el ser humano es religación. Por consiguiente —y dando un paso más—, como la operación es algo que radica en el ser y no es más que una distensión del ser, toda operación está fundamentada en la Causa Primera. Y toda perfección, toda actividad, todo aumento de ser, habrá que atribuirlo a esa misma causa. De la misma manera que todo valor: vida, verdad, bondad, belleza, implica una dependencia y participación del "Supremo Valor". El ser, la operación, el valor de la persona son, en definitiva, religación. Pero no puede confundirse nunca la fundamentación óntica de la religión con la noética de la misma. El hombre adquiere conciencia de esta religación óntica de muy diversas maneras: por el orden y la contingencia de las cosas o de su mismo ser. Por la conciencia del deber. Por la proyección que sobre su espíritu suponen muchos efectos —físicos, estéticos, morales— donde lo divino particularmente se manifiesta. Por su aspiración a una perfección, a una verdad, a una felicidad, que en el mundo a mano no encuentra, etc. Pero nada de 1 I. q. 104, a. 1. Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía, Mendoza, Argentina, marzo-abril 1949, tomo 2 LA DIMENSIÓN RELICIOSA DEL HOMBRE 857 eso es religión todavía. La religión surge al hombre existente, en el hombre concreto, en el momento mismo en que se da cuenta, adquiere conciencia, de que está dependiendo de una causa trascendente, y, dándose cuenta de ello, reconoce esta dependencia y adora la Majestad divina. No es posible tampoco, dentro de la buena lógica confundir la religión con esos procesos de toma de conciencia de nuestra religación con el ser trascendente reduciéndola a un intelectualismo infructuoso, a un proceso moral casi jurídico, ni a un proceso sentimental vago e indefinido. De la conciencia de la dependencia surge el reconocimiento, y ésa es la esencia de la religión. El hecho primario y fundamental de la misma. De ese hecho brotan después una multitud de manifestaciones interiores y exteriores, que constituirán el culto, pero éste no tendrá sentido de tal, sentido religioso, mientras no sea la manifestación de la profunda reverencia y dependencia de la Causa Primera, es decir, de Dios como Creador y Gobernador de todas las cosas. "Ad religionem autem pertinet exhibere reverentiam uni Dea secundum unam rationem: inquantum scilicet est primum principium creationis et gubernationis rerum"^. n - II, q, 81, a. 3. Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía, Mendoza, Argentina, marzo-abril 1949, tomo 2