TEMA 5: EL TESTIMONIO ALEGRE DE LA FE VER: ¿Vivimos nuestra fe con alegría? Esta no es una pregunta fácil. Incluso, vale la pena no responderla rápidamente. Es necesario revisar en el interior, poner atención a lo que realmente sentimos. ¿Nuestra fe es fuente de gozo? ¿Tener una exacta conciencia de nuestra fe, reanimarla, purificarla, confirmarla y confesarla como decía Pablo VI, es para nosotros alegría o una carga pesada? Vamos a escuchar una breve historia que nos introducirá a la reflexión del día de hoy: Yesi es una chica que acaba de ir a un retiro juvenil de la parroquia. La última vez que había venido a la Iglesia fue cuando hizo su primera comunión. Se acercó porque cortó con su novio y se sentía triste… La invitaron al retiro y sintió, como nunca, muy cercano a Dios. Se sentía emocionada e incluso, hasta se confesó por segunda vez. Estaba estudiando filosofía en la universidad del Estado, y aunque los compañeros de clase no eran especialmente devotos, percibían algo nuevo en Yesi. Una amiga hasta le dijo: -Te ves muy bien… ¿Qué te estás haciendo? ¿Te pusiste a dieta? ¡No me digas que volviste con aquel! Y no, no era nada de aquello. Algo de Dios estaba pasando en su interior. Yesi, se decidió a ayudar un poco más en las cosas de Dios. Preguntó qué tenía que hacer para entrar en el grupo de las personas que ayudan en la Misa, los de liturgia. Le indicaron que fuera con Doña Gertrudis, que estaba ya en la parroquia desde que el primer párroco era un novato, una señora de esas que se las saben “de todas, todas” –o que por lo menos eso cree-. Doña Gertrudis le dice a Yesi: -Mira, muchacha. Qué bueno que vienes, porque acabamos de correr a dos personas que querían llegar a cambiar las cosas. Si, quieres participar en la liturgia tienes que cortarte el pelo de esta manera, vestirte de esta manera. Te quitas esos aretes. No te maquilles tanto, no te pintes los labios. Si puedes, cómprate unos zapatos bajitos, es decir, no tacones. Cuando vayas a leer no sonrías… de preferencia frunce el ceño para que los demás vean tu piedad. Y recuerda, antes de la Misa nos reunimos a rezarle una oración a la Virgen de las mil angustias afuera de la sacristía… Entonces, ¿qué? ¿Te animas a entrar al grupo de liturgia? Yesi no supo qué decir… En la escuela de filosofía había escuchado a un filósofo (un tal Nietzsche, que no era muy piadoso), que decía: “Yo creería en Jesús como redentor si cantaran unos cantos diferentes; yo creería si sus discípulos tuvieran cara de haber sido salvados”. Yesi, se quedó confundida. Pasó por la imagen de la Virgen de las mil angustias y se detuvo un poco. Rezó un avemaría y pensó: ¿Será pecado mortal si le digo a la Virgen de la mil angustias, Santa María de la Alegría? Vamos a reflexionar junto con Yesi y con Doña Gertrudis: ¿Nos falta alegría en el testimonio cristiano? ¿Lo que nos distingue como Iglesia –como parroquia, movimiento, grupo, pequeña comunidad- es la alegría? ¿Qué nos ha faltado a nosotros –véase cada uno- para que nuestra fe sea alegre? JUZGAR: Esquema de esta catequesis: Nuestra fe es el encuentro con una Persona. No sólo es un contenido a creer, sino es algo que es posible vivir. De ahí brota el testimonio. Debe ser según el propio estado de vida. Dos riesgos: Divorcio entre la fe y la vida, y que el testimonio no sea alegre. El testimonio atrae a otros al encuentro, a la fe. “Muéstrame tu fe sin obras, que con mis obras yo te mostraré mi fe” (Santiago 2, 18). Nuestra fe no sólo es un contenido a creer, es posible vivirla; creer nos lleva a la acción. En la primera encíclica que el Papa Benedicto XVI escribió llamada “Dios es amor” hace una importantísima afirmación para todo creyente en Cristo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”1. Esta “orientación decisiva” de la que habla la encíclica, envuelve todo el ser del cristiano y se manifiesta en su comportamiento, es llamado también testimonio cristiano. Sólo podemos compartir con alguien más lo que hemos experimentado. El autor del Evangelio y de las cartas de san Juan –san Juan y su comunidadvarias veces aseguran: les comunicamos lo que vimos, oímos, tocamos: a Jesús (cf. 1Jn. 1.1-4 ) Y quien ha tenido un encuentro con Cristo, ya no puede callarse: tiene, como un fuego interior, algo que le impulsa a compartirlo con los demás. En pocas palabras: ser cristiano implica ser testigo. El grado más heroico de este testimonio, es dar la vida; es el supremo testimonio de la verdad de la fe2. ¿Cómo? ¿Cómo podemos ser testigos de un solo Señor y un solo evangelio teniendo estilos de vida tan distintos? Mientras al sacerdote le toca ser signo del pastoreo de Dios por su pueblo, santificando con los sacramentos, alimentando con la Palabra de Dios y sirviendo a los demás como pastores, del religioso se espera una vida al estilo de las bienaventuranzas, una vida marcada por la castidad, pobreza y obediencia. 1 2 Dios es amor, 1. CEC 2473. ¿Y a los laicos? No es pequeña la tarea de los laicos. A los esposos y esposas, a los jóvenes, a los que trabajan en medio del mundo, el Concilio les asigna una tarea: ser fermento de Cristo en medio de la masa del mundo. Leamos el texto de la Lumen Gentium: A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor3. Ante esta invitación que Dios nos hace, hay dos tentaciones: que la fe esté divorciada de la vida o que el testimonio no sea alegre. Es muy fácil caer en la tentación de que la vida no tenga ninguna relación con la fe. El Concilio no teme en decir abiertamente que es uno de los errores más graves de la época, denunciado tanto por los profetas desde antiguo, hasta por el mismo Señor Jesús4. ¿Cuándo vamos a Misa llevamos la vida al altar? Cuando volvemos a nuestros ambientes de vida, ¿llevamos lo que recibimos en el altar? ¿Es nuestra vida eucarística y la Eucaristía la ofrenda de nuestra vida? El segundo riesgo es que nuestra fe la vivamos como una carga, como un peso grande e insoportable… Nuestra fe es fundamentalmente alegre. Nace en la alegría pascual de Jesús resucitado, incluso en la alegría de la cruz, cuando el Señor vence al mundo sobre ella. El mismo Espíritu Santo es semilla de alegría, pues ella es uno de sus frutos5. Por la fe, como Iglesia debemos sonreír más. Que, digan de nosotros: ¡Mira a los cristianos: qué alegres son! Por la fe, como Iglesia nos toca ser una comunidad abierta, en medio de un ambiente de tanta inseguridad y desconfianza, con astucia e inocencia, confiando en los demás. Por la fe, como Iglesia, hemos recibido un llamado en la persona de las mujeres que fueron al sepulcro la mañana de la resurrección: Vayan y digan a los hermanos que vayan a Galilea, que ahí me verán. Salgan de sus miedos e inseguridades. Por la fe, como Iglesia, nos toca ser más sencillos y alegres. 3 Lumen Gentium, 31. Gaudium et spes, 43. 5 Gal 5, 22. 4 ACTUAR: Pídele a las personas que se junten por pequeños grupos (Sugerimos que de 3 ó 4 personas). Lee detenidamente el número 13 de la Porta Fidei que a continuación anexamos. El paso siguiente tiene dos momentos: uno por pequeños grupos y otro individual. Preguntas para compartir en grupo: ¿Has escuchado o conoces a alguien que haya hecho algo por la fe? ¿Qué ha realizado? ¿Qué actividades de la parroquia descubres que se hacen por la fe? Para reflexionar personalmente, puedes entregar alguna hoja para que escriban: ¿Te sientes invitado a hacer algo por la fe? ¿Qué? ¿Has hecho algo por la fe? ¿Cuál ha sido una cosa que tú hayas hecho por la fe? (Puedes empezar: Por la fe, yo…) Al finalizar, invítalos a que libremente compartan sus respuestas.