SILVÁN, EL PEQUEÑO DUENDE. Silván era un duende muy pequeño que vivía en una cueva situada entre el bosque y las altas cimas de la montaña. Silván cuidaba muy bien de todos los animales, los protegía y les ayudaba a escapar de los peligros. Se levantaba muy temprano y cada mañana caminaba desde su cueva hasta la montaña más alta donde sólo había piedras, rocas y nieve. Desde lo alto podía observar a las rapaces que se acercaban a buscar comida. En cuanto aparecía el águila real corría hacia las laderas y avisaba a sus amigas las marmotas: - ¡¡No salgáis de las madrigueras!!¡¡peligro!!- gritaba con fuerza. Las marmotas recién levantadas y con los ojos entreabiertos se lo agradecían, el águila real cuando tenía mucha hambre era capaz de comerse a una familia entera: - Gracias Silván…cuando se aleje nos avisas, hoy tenemos mucha faena y debemos aprovechar la luz del sol para trabajar- le contestaban las marmotas. Tras vigilar el cielo desde lo alto de la montaña, Silván descendía la ladera hasta llegar al bosque. Aquí recogía frutos que guardaba en su pequeña cueva, y observaba de cerca cada árbol, sobre todo aquellos que estaban creciendo, arrancaba las ramas que estaban partidas y con mucho cuidado se acercaba a ver los pequeños nidos. A veces, ayudaba a las mamás pájaro a recoger ramitas para arreglarlos. En el bosque también seguía los rastros de los animales, sabía cuando había pasado el oso junto a su familia y, si había huellas de humanos, les dejaba una señal escondiendo tres bellotas cerca del árbol más alto. Así, los osos sabían que debían alejarse del bosque. Pero lo que más le gustaba a Silván era cuidar de los rebaños. Llegó el verano, los rebaños salían de las cuadras y permanecían un tiempo en la montaña, en esta época Silván tenía muchísimo trabajo porque podía haber rebaños de hasta trescientas ovejas. Ellas temían a los grandes y veloces buitres que a veces las despistaban para poder atraparlas. Silván, hacía lo posible por mantenerlos alejados dejándoles restos de comida en algún lugar lejos de los prados. Tras los intensos días de trabajo, Silván descansaba sentado sobre una roca. Miraba al cielo y veía cómo, muy despacito, se acercaban las nubes que dejaban unas gotitas de lluvia, después salía el sol y aparecía el arcoíris. Aunque últimamente notaba algo extraño en el arcoíris…cada día los colores eran menos intensos…cada día iban desapareciendo…, un día el color rojo, el naranja, otro día el amarillo…esto le hacía pensar en que algo malo estaba sucediendo. Corriendo se dirigió al bosque para preguntarle al tejo. El tejo era el árbol más anciano, sabía mucho sobre todas las cosas. Cuando llegó al lugar donde se encontraba el tejo, en el centro del bosque, Silván le preguntó: - - - ¿Qué es eso que tienes en las ramas? El tejo muy enfadado contestó: Ayer por la noche se levantó un aire muy fuerte y todos estos objetos y cacharros que tengo ente las ramas se quedaron aquí enganchados- El tejo continuó hablando-y tú ¿qué haces aquí pequeño duende? He estado observando el arcoíris-dijo Silván-y cada día tiene menos colores…algo malo está pasando. ¡Ya sé lo que está pasando!-gritó el tejo- todo lo que está sobre mis ramas es basura. Los humanos deben estar muy despistados y están llenando todo de basura…si los humanos no cuidan de la naturaleza y dejan de ser responsables todo irá desapareciendo…el arcoíris es sólo el principio. Y ¿qué podemos hacer?-preguntó el duende. Corre hasta el camino que baja al pueblo, allí verás los rastros del zorro, espera a que llegue a su madriguera, él baja todas las noches al pueblo en busca de comida, entre los dos pensaréis en una buena solución. Silván corrió hacia el camino, esperó unas horas y por fin llegó el zorro. Le contó lo que estaba sucediendo y el zorro dijo: - - Hace mucho tiempo que los humanos han descuidado sus buenas costumbres…parece que ya no piensan en cuidar la naturaleza, el camino está lleno de basura, las ramas de los arbustos crecen y la esconden…si no hacemos nada por evitarlo, pronto llegará al bosque… Tengo una idea- dijo Silván- haremos que los humanos vean la basura cerca de sus casas, en los lugares donde juegan y por donde pasean…, recogeremos toda la que hay por el camino y la repartiremos por el pueblo…-el duende continuo hablando- si de verdad les importa la naturaleza, harán lo posible para volver a sus buenas costumbres. Pasaron la noche recogiendo basura, la dejaron sobre las ramas de los árboles, en los parques, en las puertas de las casas… Tras una noche de mucho trabajo Silván y el zorro regresaron a la montaña. En el pueblo todo el mundo estaba muy disgustado, cuando amaneció, la gente se preguntaba de dónde habría salido aquella basura que decoraba los parques, los árboles y los jardines. No tardaron mucho en reaccionar, los niños fueron los primeros, ellos sabían lo que se podía hacer con toda esa porquería…¿para qué estaban los contenedores? ¿por qué estaban vacíos? Poco a poco los abuelos, las mamás, los papás, todos ayudaban a los niños a recoger la basura, hacían montañas y las llevaban al lugar adecuado. Nadie sabía quién había decorado su pueblo con basura pero estaban contentos de que todo volviera a ser igual. Llegó el otoño, los rebaños volvieron a sus cuadras y las rapaces merodeaban de vez en cuando por las cimas. Llegó el invierno, las marmotas y los osos hibernaban , todo estaba muy tranquilo. Llegó la primavera y Silván despertó un espléndido día de sol. Todavía quedada mucha nieve en la montaña, con muchas ganas, salió de su cueva y recorrió el camino que le llevaba a la cima más alta. Esperó todo el día hasta que llegaron las nubes que, a partir de ahora, dejarían unas gotitas de lluvia cada día. Tras ellas seguía escondido el sol y sus rayos hicieron que el arcoíris volviera a salir, grande y sonriente con todos sus colores. FIN