ENTREVISTA Luis “Morante es la excepción dentro de las reglas. Tiene personalidad, él es perfume y poesía; ¿los demás?, buen vino” 8 Eduardo Aute Es el Aute, el de Las cuatro y diez, o el de Al alba, también el de Lástima, Luis, ese tema en el que cita ‘al Chenel’. Ahora anda llenando el ‘esportón’ de obra gráfica, porque en unos días expone en Zaragoza. Antes ha querido hablar para Taurodelta sobre “la lidia”, como él llama a la Fiesta, y lo ha hecho con todo el respeto hacia los aficionados. También con mucha honestidad Texto: Laura Tenorio Fotos: Juan Pelegrín Pregunta | Decía Borges que no discutía con taurinos porque era una descortesía tener razón. ¿A qué razón piensa se debía referir? Respuesta | No conocía esa cita, la verdad. Como buena frase borgiana es difícilmente interpretable. Sinceramente, no sé a qué se referiría, pero parece más que probable que Borges no fuera aficionado. Lo mismo porque en Argentina no hay toros y la idiosincrasia de los argentinos no está nada próxima a la nuestra, o al menos a la de los aficionados. En el 93, se anunció en mano a mano –con Silvio Rodríguez– en Las Ventas. Aunque fuera sólo a cantar en un escenario levantado sobre un ruedo, ¿se sintió algo torero? Un poco sí. Salir a ‘torear’, entre comillas, en ese escenario es evidente que te hace sentir algo distinto. ¿Se llega a empatizar con los que se visten de luces? No, eso nunca. Eso es imposible, para eso hay que ponerse delante. Hay unas referencias comunes, como pueden ser el espacio o el olor de los toriles, por ejemplo, pero nada parecido a lo que debe ser salir a un ruedo y jugársela. Usted ha dicho que “el aficionado de verdad debe hablar poco de toros e ir a disfrutar de la magia”. ¿Es tal vez por respeto? Sí, pero sobre todo por prudencia. Yo, por ejemplo, no hablo mucho de toros porque me considero un sub aficionado. Prefiero preguntar y escuchar a los que de verdad saben. Y cuando se da la faena magistral, que a veces sucede, intento disfrutar todo lo que puedo. ¿Por qué lo de sub aficionado? Porque no soy un conocedor, ni un erudito de la lidia, en absoluto. Cuando voy a los toros, lo que hago es preguntar mucho, como un japo- no intenta innovaciones ni vanguardias. Y a mí eso de respetar los cánones es de las cosas que más me gustan de la tauromaquia. Creo que el primer festejo al que acudió fue en Las Ventas y que aquella tarde vio dos estocadas fulminantes de Rafael Ortega. Sí, me llevaron mi madre y mi abuela. Debía tener unos 7 u 8 años, porque iba con pantalón corto. Hacía mucho calor y la plaza estaba llena. Me acuerdo de las estocadas de Rafael Ortega y de cómo a la salida la gente las comentaba. Me sorprendió el que un señor, al que yo veía mayor, algo rellenito y calvo, fuera capaz de matar de aquella manera. Después, con el paso de los años, siempre he oído que Rafael Ortega ha sido de los mejores estoqueadores de la Historia del Toreo. Tiempo ha que compraba los semanarios de información taurina, ¿qué le movía a hacerlo, quizá seguir a la figura del momento? No, no lo hacía porque siguiera a un torero, sino porque me gustaba saber qué ocurría de manera general en los ruedos. Tenía prácticamente toda la colección de El Ruedo, pero por culpa de una inundación los perdí todos. ”L nés; sólo hablo cuando llevo a alguien a quien intento aficionar, sin adoctrinar, desde luego. ¿Es verdad que acudía a la plaza con un bloc para hacer apuntes a carboncillo de detalles de la corrida? ¿Existen esos dibujos todavía? Sí, sí, tomaba apuntes intentando imitar a los dibujantes de El Ruedo, o al maestro Roberto Domingo. Los cuadernos los tengo guardados, después os los enseño. Con los años, he hecho algunos cuadros con alguna referencia taurina, a modo de alegoría, pero la verdad es que la temática taurina no ha sido una constante en mi obra. Luis Eduardo, ¿y si las corridas empezaran a “Las cuatro y diez”? Jejeje…, pero ahora parece que empiezan a las siete, aunque la tradición marca las cinco de la tarde como hora de comienzo de los festejos. Por mí, deberían ser a esa hora, aunque en verano, por el calor, entiendo que la retrasen. En ese sentido, la lidia es una expresión artística que al contrario de todas las demás no invita a renovaciones. Parece que es mejor cuanto más cerca de los cánones se desarrolle. Creo que es la única expresión cultural que “Prohibir una manifestación cultural es un despropósito”. Justifique esta afirmación suya. Evidentemente no estoy a favor de ningún tipo de prohibición. Y, ni mucho menos, de la lidia, que puede ser la manifestación cultural más compleja y completa que exista. En ella se da todo: la vida, el valor, el miedo, la magia, el dominio, la provocación, el sexo, el éxtasis y la muerte. Ya se sabe que la esencia de una corrida es matar al toro en el ruedo. Pero lo que he intentado defender, y creo que se me a lidia es la única expresión cultural que no intenta innovaciones ni vanguardia” 9 ENTREVISTA ”E n una corrida lo que veo es una relación muy obvia de dominios: el toro es lo masculino, la fuerza; el torero, lo femenino y, por tanto, la inteligencia” ha malinterpretado, es que si surge el debate entre prohibir las corridas o darlas sin matar al toro, prefiero ésta última opción, con el indulto del toro, a que la lidia desaparezca. ¿Pero proponer de alguna manera nuevas tauromaquias no sería atacar su esencia? Un poco sí, pero repito que prefiero que se mantenga de ese modo a que desaparezcan. Y pido que me perdonen los taurinos, a los que desde luego entiendo que se enfaden por decir yo esto. ¿Qué le parece “el sufrimiento del toro” como tema recurrente de los anti? El toro, en la medida en que se le mata, sufrirá, pero no creo que lo haga más que un caballo cuando se le meten las espuelas para que galope. Yo no eliminaría de la lidia ningún tercio cruento, como el de varas o el de banderillas, pero en caso límite, extremo, pienso que lo de entrar a matar se podría hacer de una manera más poética, cuadrando al animal y el diestro simulando la suerte suprema con lo que llamaría el beso de la muerte en la cruz. Ese gesto no le restaría valor a la faena. Y vuelvo a decir que entiendo que haya aficionados que no admitan esto, pero hago esta apuesta ante el riesgo de que la tauromaquia vaya camino de la prohibición. ¿Es verdad que ve la vida como una corrida de toros? Sí, por supuesto. La vida está llena de toros que a diario hay que lidiar. En una corrida lo que veo es una relación muy obvia de dominios: el toro es lo masculino, la fuerza; el torero, lo femenino y, por tanto, la inteligencia. Entre los dos hay un reto de dominios, de quién pue- 10 de a quién, donde la muerte gravita constantemente y los tiempos tienen su medida. Como en la vida misma, donde todo es cuestión de tiempo. Pasa igual con los terrenos, que hay que respetarlos, andar cerca pero sin pisar donde no te corresponde. También está el miedo, y el valor, y el oficio, y la inteligencia… Sí, todo esto lo ves en la lidia. ¡Y en la vida! Para esa vida, ¿cree que es mejor parar y templar que mandar? Evidentemente. Lo de mandar debería hacerlo la inteligencia. Pero eso depende ya del valor que tenga cada uno. Usted divide el mundo en dos: en taurinos y en marcianos. ¡Quizá esta afirmación sea sólo una anécdota? Para nada, lo digo siempre así. ¿Y quiénes son los marcianos? Son gente adorable, de color verde, con sus antenitas, muy graciosos, pero el problema es que son marcianos. No entienden el mundo, la vida, la supervivencia, la poesía o la búsqueda de la belleza como lo pueden hacer los taurinos, los aficionados. ¿Se les ve venir a los taurinos? Creo que sí, no hay cinismo en ellos, sí pasión; van por derecho, como en la lidia. El cinismo es más cosa de marcianos. Hace unos días, decía en Casa Patas que hay que tener cierta edad para entender el tango y el bolero. ¿Lo mismo exige el toreo? Sí, sobre todo si nos referimos a los aficionados, a los espectadores. Hay que ver muchas corridas para empezar a saborear un poco la li- dia y, claro, para eso se necesita, entre otras cosas, tiempo. En el caso de los toreros, esto de la edad no cuadra, porque ya sabemos que con 13 años, si no antes, están queriendo debutar. ¿Ha persuadido a amigos para que vayan a una plaza de toros? Sí, muchas veces. Tengo cicatrices por todo el cuerpo de intentarlo. Pero que conste que he conseguido algunos adeptos. Usted vivió en Barcelona, cuando Balañá anunciaba en una pizarra aquello de: “Chamaco y dos más”. ¿Qué recuerdos tiene de entonces? Allí vi toros durante todo un verano en la Monumental. Recuerdo la pizarra con lo de “Chamaco y dos más”. Aunque a mí no me gustaba mucho Chamaco, porque era muy efectista; me gustaba más Joaquín Bernadó, que era un torero fino. En aquella época estaban los Girón, Arruza, Chicuelo II, Luis Miguel, Manolo Vázquez… Y en Madrid, en Las Ventas, ¿a qué diestros recuerda? En Madrid vi mucho a Litri y Aparicio, que entonces toreaban juntos bastantes tardes. También alcancé a ver a Domingo Ortega, aunque no me acuerdo el año, y a Joselito Huerta, el mexicano, y a Antonio Bienvenida, y a Ordóñez, y a El Viti, algo más posterior. ¿Y a Chenel? Sí, a él le vi en el año 1966, la tarde de Atrevido, el célebre toro blanco de Osborne al que Antoñete inmortalizó. Chenel estuvo magistral. Hay un tema suyo en el que lo nombra. En “Lástima, Luis” –y tararea la letra-: ‘… me esperan Charo, Lola e Isabel, que han vuelto de Segovia de verle una benéfica al Chenel’. Era cuando Antoñete andaba con Charo López. ¿Es cierto que un tío suyo organizó toros en Manila? Sí, a principios de los años 50. A mi tío se le ocurrió llevar allí toros y para ello montó una plaza portátil. Actuaba como único matador Manolo Navarro y al toro no se le mataba. La gente iba, se llenaba la plaza, pero la realidad es que aquello no tuvo arraigo. Creo que es muy difícil que un filipino llegue a identificarse con un espectáculo así. Diga para terminar quién es su torero. ¡Morante! Después, Morante y, después de Morante, otra vez Morante. Morante es la excepción dentro de las reglas, aunque reconozco que hay otros muy buenos. Él tiene personalidad, es perfume y es poesía; ¿los demás?, buen vino. La verdad es que me quedo sin palabras para explicar por qué él y no los demás. Pero vuelvo a reconocer que quien me pone es Morante