…y, poco a poco, todo cambió… ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Socorro! Así empezó esta dura y larga historia. Aquella madrugada, de repente, oyó gritar desesperadamente…y pensó; ¿qué pasa? ¿quién grita? Se apresuró a levantarse y miró por la ventana pensando que aquellas voces venían de la calle. Pero no, era en su propia casa, los gritos venían de la habitación de al lado, en la habitación de sus padres. Se acercó sigilosamente suponiendo que se trataba de una pesadilla de su madre, abrió la puerta…y allí encontró a su padre, sentado en la cama, intentando tranquilizar a su madre mientras ésta lloraba como si se tratara de la niña más desolada del mundo. Su padre lloraba en silencio y asentía con la cabeza, dándole a entender a su hijo que éstas situaciones y otras aún más extrañas se estaban produciendo desde hacía algún tiempo. Andrés, su hijo, había aprovechado sus vacaciones para visitar a sus padres como cada año. Su tiempo libre era limitado y las distancias eran largas para poder venir a menudo. Julio, el marido de Inés, decidió hablar con su hijo. Le comentó que hacía tan sólo una semana, un vecino había encontrado a su mujer en la plaza del pueblo a las cuatro de la madrugada; desorientada, en camisón y temblando de frío. Éste la acercó a su casa y su marido no entendía nada. Le preguntaba y no respondía, estaba aterida, y actuaba como si nada hubiese ocurrido fuera de lo normal. También comentó con su hijo Andrés que su madre estaba muy rara últimamente, que estaba demasiado maniática, se empeñaba en que la robaban en su propia casa, deambulaba por la casa como perdida, a veces ni siquiera tenía conversación. Ya no era como antes, algo estaba pasando. Andrés, sin dudarlo, acudió al médico a la mañana siguiente y comenzó el eterno rodaje de pruebas. Las analíticas estaban perfectas, la tensión también, no tenía fiebre, no se quejaba de nada…aparentemente todo era normal, su madre era una mujer joven, 58 años, pero aquellas rarezas… Finalmente, y tras aquel definitivo escáner, la vida cambió en aquella familia. Alzheimer, dijo el médico, su madre tiene la enfermedad de Alzheimer…y le explicó en qué consistía aquello que sonaba tan raro y que cambió el destino y la forma de vida de aquel hogar… Andrés enseguida se lo comunicó a su hermano, Juan, que también vivía en la ciudad y, ambos, intentaron que su padre estuviese lo más arropado posible y se sintiera ayudado y sobre todo con cariño. Julio, rápidamente sintió el miedo que transmitían las miradas de sus hijos, aunque ante él simulaban total cordura y serenidad, pero él sabía que no se avecinaba nada bueno. Su mujer, su amor, la madre de sus hijos, su compañera de fatigas durante tantos años, estaba cambiando a pasos agigantados. En principio y mientras pudieron controlaron la situación desde la ciudad, con una persona que iba a casa de sus padres varias veces al día a comprobar que estaban bien, daba un paseo con ellos, les hacía la comida, supervisaba la medicación, se aseguraba de dejar la puerta de la calle bien cerrada por las noches…pero todo se fue quedando escaso… Ambos hermanos decidieron que uno de los dos pediría una excedencia en el trabajo para afrontar la situación en el pueblo... y Andrés decidió ir a vivir con sus padres mientras durara esa situación. Inés a duras penas hablaba, pasaba largos períodos de silencio, y cuando lo hacía no siempre tenía sentido, a veces no la entendían, empezó a hablar de cosas de la infancia, en ocasiones actuaba como una niña, incluso se consolaba aneando a un muñeco como si fuera su hijo. Inés fue cambiando, fue perdiendo la cordura, iba como decreciendo en la vida, como si en vez de envejecer estuviera retrocediendo a su más tierna infancia. Utilizaba los cubiertos como si fueran calcetines, miraba a sus hijos y a su marido como si fueran desconocidos e incluso a veces les preguntaba si deseaban algo o qué hacían allí. Deambulaba como perdida, cambiaba las cosas una y otra vez de sitio, se paraba, miraba hacia los lados y se quedaba pensando, como aislada del mundo, como ida, sin saber qué iba a hacer, o qué hacía allí… Con el paso del tiempo fue olvidando todo cuanto había aprendido en esta vida. Asearse, peinarse, vestirse, charlar…caminar…todo lo fue olvidando…hasta convertirse en una especie de bebé mayor que necesitaba de todos para poder sobrevivir. Mientras; Julio, veía como cada día se sentía más lejos de Inés a pesar de pasarse horas y horas acariciando sus manos y viendo como aquella dura enfermedad había cambiado tanto sus vidas y se había convertido en un auténtico desconocido para Inés. Andrés intentaba hacerse cargo de la situación, pero llegó un momento en que no sabía. Su madre necesitaba todo tipo de ayudas y cuidados. Tenía miedo de hacerla daño al cambiarle el pañal, o al levantarla al sillón. Sentía que no iba a ser capaz de hacerlo…hasta que un buen día su madre comenzó a tener fiebre sin saber por qué y la llevaron al hospital. Allí le diagnosticaron una pequeña neumonía que con unos días de antibiótico remitió y sus doctores decidieron enviarla a casa de nuevo. Andrés explicó al médico que no sabía cómo seguir cuidando de su madre, que necesitaba ayuda, alguien que le explicara cómo hacerlo, ya que durante la estancia en el hospital, su madre se había deteriorado demasiado y su nivel de dependencia había aumentado mucho como para poder asumirlo en el domicilio. Pidió al personal del hospital que lo enseñaran a movilizar a su madre, a hacer el aseo y las cosas más básicas para poder continuar en casa cuidando de su madre, ya que tenía que cuidar también de su padre que estaba muy afectado por la enfermedad de su mujer y su estado de ansiedad lo tenía muy preocupado también. Al día siguiente, una profesional del hospital, lo invitó a quedarse en la habitación mientras le hacían los cuidados básicos a su madre. Andrés se quedó perplejo al ver la agilidad y minuciosidad de aquellas profesionales al moverla, al cambiarla, al curarla. Aprendió todo cuanto pudo y, con aquellas nociones tan vocacionales y prácticas, regresó a su casa con su madre sabiendo que aquella enfermedad quizás estaba llegando a su fin, pero dispuesto a enfrentarse a ello haciéndole a su madre la vida lo más agradable y digna posible, llenándola de cariño y cuidándola como si de una princesa se tratara. Aquel último período fue muy duro. No sabían si su madre sentía dolor o no porque su expresión no les trasmitía nada. Todo empezó a fallar, pasaba horas sin moverse, dormitando, comenzó a quedarse rígida, parecía tener frío o demasiado calor, de repente saltaba como desesperada buscando cosas por la cama…pero abrazarla y susurrarla al oído seguía funcionando como la mejor de las medicinas. Eso la hacía sentirse tranquila y relajada. Para Julio fue una gran pérdida, perdió a la mujer de su vida, a la madre de sus hijos… pero le quedó la inmensa satisfacción de haberla cuidado mejor que si hubiera estado en el más lujoso de los hospitales, junto a sus hijos, en su cama, en su hogar, donde tantos años habían pasado juntos y había formado aquella gran familia… Sólo me gustaría destacar de esta triste historia, que los valores humanos, el querer y el estar dispuesto siempre a aprender y con disposición para ayudar, puede facilitar mucho las cosas para el después, para el mañana, para la conciencia, para el alma... Todo es cuestión de proponérselo. Si se quiere, se puede o, como mínimo, se intenta. La vida nos va enseñando siempre…hasta el final…sea cual sea… M. Emma Sousa Toraño