EN CADA POSESIÓN EXISTE APEGO, DEDICACIÓN Y MIEDO A PERDERLO. Aquello que no se cuida y se mantiene, se pierde. Por consiguiente, es preciso dedicarle tiempo y recursos a todo cuanto uno tiene, si desea mantenerlo. De hecho, cuando uno adquiere algo, con ello viene el miedo a perderlo. La razón por la cual lo que se posee lleva inherente una carga de miedo, reside en el hecho de que existe apego y, por lo tanto, uno se hace dependiente de ello. En realidad, se sirve a lo que se tiene, mientras que, a su vez, ello, se supone, que le sirve también a uno. A mayores posesiones, mayor preocupación y mayor dedicación. De ahí que cuando uno se desprende de algo o de alguien, exista un cierto sentimiento legítimo de liberación, como diría el insigne José Martí: “…Sin patria, pero sin amo…”. Tanto es así que cuando uno compra algo, tiene que pagar por ello. Poseer es obligarse. ¿Cuántos se piensan que poseyendo más uno se va a liberar más? Lo contrario es lo que ocurre. Esto es una falacia del pensamiento. Finalmente, diré que estar enamorado es también una forma de dependencia que uno acepta porque la considera placentera. También, con la muerte desaparece, no sólo la vida terrenal, sino el miedo a la muerte. Todo ello nos viene a ilustrar que, cuando nos hacemos adultos, vayamos perdiendo, poco a poco, lo que se nos dio en la niñez, lo cual, a veces, parece como si nos lo quitaran, arrancando con ello la inocencia de nuestro candido corazón. Lo que en realidad sucede es que la vida nos está enseñando progresivamente a ser independientes, liberándonos del apego a las personas y a las cosas. Por eso, cuando, en la vejez, vemos como prácticamente todas las facultades físicas se van mermando, lo que se espera de nosotros es un desapego mayor a las cosas del mundo, con el fin de poder adquirir un mayor sentido de libertad espiritual. Por eso, no hay que preocuparse por envejecer, ya que la finalidad del mundo es conectarse espiritualmente con Dios, liberándose uno progresivamente de las ataduras, exigencias y limitaciones de la carne. Con la muerte, todo lo carnal vuelve a la tierra, de la cual salió, y el espíritu libre se integra en armonía con el Santo Creador. La muerte es el fin de la carne no de la existencia espiritual. De hecho, el ser humano no es un cuerpo con espíritu sino un espíritu encarcelado en un cuerpo bien limitado. EN CADA POSESIÓN EXISTE APEGO, DEDICACIÓN Y MIEDO A PERDERLA. Aquello que no se cuida y se mantiene, se pierde. Por consiguiente, es preciso dedicarle tiempo y recursos a todo cuanto uno tiene, si desea mantenerlo. De hecho, cuando uno adquiere algo, con ello viene el miedo a perderlo. La razón por la cual lo que se posee lleva inherente una carga de miedo, reside en el hecho de que existe apego y, por lo tanto, uno se hace dependiente de ello. En realidad, se sirve a lo que se tiene, mientras que, a su vez, ello, se supone, que le sirve también a uno. A mayores posesiones, mayor preocupación y mayor dedicación. De ahí que cuando uno se desprende de algo o de alguien, exista un cierto sentimiento legítimo de liberación, como diría el insigne José Martí: “…Sin patria, pero sin amo…”. Tanto es así que cuando uno compra algo, tiene que pagar por ello. Poseer es obligarse. ¿Cuántos se piensan que poseyendo más uno se va a liberar más? Lo contrario es lo que ocurre. Esto es una falacia del pensamiento. Finalmente, diré que estar enamorado es también una forma de dependencia que uno acepta porque la considera placentera. También, con la muerte desaparece, no sólo la vida terrenal, sino el miedo a la muerte. Todo ello nos viene a ilustrar que, cuando nos hacemos adultos, vayamos perdiendo, poco a poco, lo que se nos dio en la niñez, lo cual, a veces, parece como si nos lo quitaran, arrancando con ello la inocencia de nuestro candido corazón. Lo que en realidad sucede es que la vida nos está enseñando progresivamente a ser independientes, liberándonos del apego a las personas y a las cosas. Por eso, cuando, en la vejez, vemos como prácticamente todas las facultades físicas se van mermando, lo que se espera de nosotros es un desapego mayor a las cosas del mundo, con el fin de poder adquirir un mayor sentido de libertad espiritual. Por eso, no hay que preocuparse por envejecer, ya que la finalidad del mundo es conectarse espiritualmente con Dios, liberándose uno progresivamente de las ataduras, exigencias y limitaciones de la carne. Con la muerte, todo lo carnal vuelve a la tierra, de la cual salió, y el espíritu libre se integra en armonía con el Santo Creador. La muerte es el fin de la carne no de la existencia espiritual. De hecho, el ser humano no es un cuerpo con espíritu sino un espíritu encarcelado en un cuerpo bien limitado.