DOMINGO II DE CUARESMA (C) Homilía del P. Just M. Llorens, monje de Montserrat 28 de febrero de 2010 Desde el principio y durante toda la Cuaresma, hasta el mismo día de Pascua, valiéndose principalmente de las Lecturas, con pinceladas aparentemente dispersas, la Iglesia irá haciendo desfilar por este escenario ideal que es la liturgia, todos los acontecimientos desde la creación del mundo hasta ahora. Podremos percibir a Dios presente a través de la historia del mundo, de los hombres, de su Pueblo elegido, con su paso silencioso y casi secreto, para no abrumar a su criatura con una presencia que le resultaría insoportable, pero que con la persistencia de un amor que, a pesar de todas nuestras vueltas y rodeos (abundantes infidelidades y abandonos por parte de su Pueblo), siempre sabe encontrar la manera de volver a perdonar, de renovar pactos y alianzas, para llegar finalmente a salvar a esta pequeña criatura que, en su indigencia es, en definitiva, la niña de sus ojos: ¡el Hombre! En este itinerario hacia la Pascua, siempre austero y exigente, aparece de vez en cuando como un estallido luminoso, una mirada alentadora que permite vislumbrar el resplandor de la meta. El evangelio de hoy, con la escenografía de la Transfiguración, es una de estas balizas luminosas que alientan poderosamente nuestra travesía cuaresmal. No es un estallido exhibicionista, carente de raíces en el pasado, o sin proyección en el futuro. ¡Todo lo contrario! En el evangelio de hoy el Evangelista adopta el estilo propio de la Sagrada Escritura cuando quiere hacer entender que está hablando de cosas que el lenguaje corriente no puede llegar a expresar: Sitúa la acción en lo alto de una montaña alta. Es una referencia muy explícita a la aparición de Dios en lo alto del Sinaí: la primera y solemne manifestación de Dios a su pueblo; de hecho es el evento fundacional del Pueblo de Israel en la presencia sobrecogedora de Dios. En la Transfiguración, Jesús deja adivinar a los apóstoles su realidad profunda, su identidad divina. Jesús es Dios hecho hombre: Cambió el aspecto de su cara y su vestido se volvió blanco ... Vieron la gloria de Jesús ... Estos son los signos externos, convencionales pero convincentes, de la gloria del Señor. Continúa con más símbolos del Sinaí: Se formó una nube y los cubrió ... y desde la nube una voz: La nube, la voz son señales de la presencia divina que está a punto de revelar su mensaje. Y finalmente, la voz del Padre explícita, contundente, sin ambages: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle. Ya bien iniciada la Cuaresma podemos ver dibujadas las dos corrientes que la conformarán hasta el final: Por un lado ese tipo de “bajo continuo” que se refiere al comportamiento práctico cuaresmal y que, bien mirado, es el cañamazo del quehacer cotidiano del cristiano: conversión, perdón, oración, ayuno, limosna, amor al otro ... Con lo que ha transcurrido de Cuaresma, ya nos hemos encontrado con varios de estos temas. Por otro, el tema central indiscutible no sólo de la Cuaresma sino del ser mismo del cristiano: la Persona de Jesucristo, que, en la parte que aún queda de la Cuaresma, irá asumiendo un relieve cada vez más total hasta llegar al Protagonismo Pascual del Cristo Resucitado. Los cristianos somos de esa gente que cree de todas todas en Jesucristo Resucitado. Si de verdad estamos tan convencidos, no podemos dejar de decirlo. Y es que la gracia de Dios, que se multiplica a medida que se extiende a mucha gente, hará que sea desbordante la acción de gracias hecha a su gloria.