Buenas tardes. Estimadas autoridades, queridos profesores, compañeros, funcionarios, familiares y amigos. Agradezco de corazón la posibilidad de poder tomar la palabra en representación de una generación de periodistas única en la historia de esta Escuela. Llegamos al último trecho de la carrera con varios años de retraso. Cada quien tiene un motivo diferente, pero lo importante es que llegamos, que fuimos capaces de terminar algo que empezamos. Me atrevo a decir, en todo caso, que hay algo más importante aún y que probablemente ya muchos notaron cuando iniciamos hace unos meses el Programa Especial de Titulación: en esta sala hay reunidos representantes de al menos diez promociones distintas de egresados. Entre todos, podríamos reconstruir con detalle la historia de los primeros 20 años de la Escuela de Periodismo de la PUCV, desde que abrió en 1995 a los pies de una escalera en el sector de Agua Santa, en Viña del Mar, hasta el edificio con ascensores que es ahora en Curauma. Quiero, sin embargo, leer tres reflexiones breves que de algún modo tienen relación con el perfil del ex alumno de esta Escuela. El primer relato habla de la lucha y se sitúa en la casona de Lusitania, en Miraflores, donde crecieron políticamente las cinco primeras generaciones de periodistas de la Católica de Valparaíso. Luchar, para nuestros compañeros, no significaba solamente salir a la calle a manifestarse o exigir piedad para pagar el crédito o el arancel universitario. El estudiante hecho a pulso, sin internet, sin celular, que recortaba noticias de los diarios para hacer trabajos, que usaba el mismo casete hasta que la cinta se enredaba en la grabadora, en algún momento tuvo la posibilidad de construir su propio presente y futuro. No ocurrió mágicamente, sino porque llegó el día en el que tanto profesores como estudiantes y funcionarios nos dimos cuenta de que no se podía hacer periodismo con cierta excelencia sin un estudio de televisión o sin un lugar donde revelar fotos. El mundo digital y los smartphones estaban aún lejos de llegar a nuestras manos. Con paciencia, con templanza y con mucho trabajo, pero sin dejar de ser críticos ni organizados, marcamos un hito participando de la reestructuración de nuestra malla curricular. Además, y en esos mismos días, se instaló el estudio de fotografía, el de televisión, llegaron más libros a la biblioteca y una sala con computadores nuevos y un servidor de última generación. Las futuras generaciones aprovecharían más todo aquel material. Luchamos también para que otras escuelas y otras familias pudieran tener educación digna. O al menos eso creíamos que estábamos haciendo. Fuimos parte de un movimiento universitario que trabajó hace 18 años por lo mismo que piden los estudiantes de ahora: no hacer de la formación de una persona un juego del dinero. Vimos nacer carreras sin campo laboral, vimos cerrar universidades que sólo fueron creadas para usufructuar unos pocos, hemos tenido que oír a otros cientos que no tuvieron la oportunidad de luchar como sí la tuvimos nosotros, que no se dieron cuenta del engaño. Eso hay que agradecerlo, por muchas diferencias que hayamos tenido con las autoridades en esos momentos. Tengo la sensación de que el sentido de la lucha, de no rendirse y de querer hacer las cosas bien, quedó instalado en el ADN de nuestra escuela. Ahora que la vemos acreditada por siete años, ahora que estamos afuera, tanto en medios como en organizaciones, podemos identificar en los colegas egresados de la escuela un poco de ese espíritu, ya sea insistiendo por una pauta o buscándole un sentido social al ejercicio de esta profesión. Es poco el espacio que hay en los medios para luchar, es verdad, pero nadie ha dicho que vamos a dejar de intentarlo. Una vez nos tomamos la escuela por 50 días. La universidad entera se sumó. Salió un pasquín llamado El Perjurio. En él publicamos nuestros reclamos y propusimos soluciones hasta con el ministerio de Educación de turno, en una mesa de negociación que para variar no llegó a nada. Algunos se espantaron. Decían que cómo estos alumnos tan bien educados podían escribir algo tan poco veraz y ofensivo. La respuesta del entonces director de la carrera fue: “Es lo mínimo que pueden esperar de sus futuros periodistas, que tengan opinión. Deberían esperar mucho más”. Las ganas de luchar nos enseñaron a pensar, a ver las cosas de otra forma y a sublevarnos sanamente por ideales que consideramos válidos. En el mundo del trabajo, como se menciona hoy desde los departamentos de Recursos Humanos al lugar donde uno se gana la vida, somos capaces de hacer lo mismo, aunque me atrevo a decir ya no estamos tan convencidos, ya tuvimos una práctica profesional que nos aterrizó de golpe a la realidad y que probablemente nos quitó parte de esa ingenua valentía que tuvimos en la universidad. El periodista de la Católica de Valpo, no todos obviamente, pero sí la mayoría, sabe que cuando tiene que conseguir algo, lo puede lograr, y eso no es poco. El segundo relato ocurrió hace ya unos meses. Un alumno de cuarto medio publicó en su muro de Facebook las fotos de su licenciatura. Salía con sus amigos, con sus profesores, en el colegio, con y sin corbata, bailando reggaetón, celebrando, en fin, estaba feliz porque en medio de Bajos de Mena, en Puente Alto, donde realmente no hay mucha esperanza, había conseguido además un título técnico profesional que le serviría para poder elegir: seguir trabajando, estudiar o hacer ambas cosas. No era ningún mateo, por cierto. Su mamá, la señora Virginia, comentó su álbum de fotos con ternura, con cariño de madre. Él borró el comentario y escribió inmediatamente que le daba vergüenza que su mamá escribiera cosas privadas en su Facebook. Hace unas semanas, para el día del Profesor, Virginia escribió en el sitio web del colegio lo siguiente: “Muchas felicidades a todos los profesores que componen el colegio donde estudió mi hijo, ya que salió de cuarto medio y está en la univercidad (así tal cual, con ce) estudiando para ser un gran profesor y con una tremenda vocación de servicio asia (tal cual, sin hache) los estudiantes”. El joven tomó el comentario y lo viralizó entre sus amigos por Facebook y Twitter, diciendo que era un privilegio tener a esa mamá y agradeciendo a sus ex profesores. ¿Qué tiene que ver esto con el oficio que ejercemos, con el periodismo, con esta escuela? Otra hebra que compone el ADN del ex alumno la podemos encontrar en un rasgo común entre los egresados: la generosidad, el sentido de justicia. Nuestros buenos profesores nos enseñaron a escuchar, a prestar oreja, a poner la grabadora, pero a la vez involucrarnos en ciertas situaciones más de la cuenta, a no ser de piedra y a investigar hasta desenmascarar al tramposo. Celebro que haya compañeros que escriban con errores de tipeo o que tartamudeen frente a un micrófono, pero que sean queridos y reconocidos por ser generosos, por tener sentido común, y que sean recordados porque fueron personas justas y colaborativas. Creo que en ningún lugar donde se trabaje en comunicaciones se puede decir que el periodista o el practicante de la Católica de Valpo es egoísta, mal compañero y poco sensible o injusto. Sí lo he escuchado de otros colegas, de otras escuelas, de otras carreras. El tercer momento que quiero compartir con ustedes ocurrió hace un par de horas, mientras comenzaba a escribir estos párrafos. Entré a Facebook para buscar el mensaje de la señora Virginia, cuando me encontré con una noticia colgada en el muro de un amigo. Decía que un periodista magallánico es el nuevo director de la Radio Rock and Pop en Santiago. Rodrigo Ulloa, ex alumno de esta Escuela, ex trabajador de radio Futuro, el Korda, como le decían sus compañeros de generación, aparecía en una foto con un montón de Me Gusta y varios mensajes de felicitaciones. No lo menciono para fomentar el exitismo ni para ponerlo como ejemplo, sino para destacar otra característica que he podido ver entre quienes nos titulamos hoy después de tanto tiempo. Korda es un tipo muy buena onda, de talla fácil y rápida, de humor liviano y acertado, pero antes que todo es una persona que actúa con respeto. En general, el profesional formado en estas aulas respeta el trabajo de los demás, lo considera importante, sabe que hay mucha vocación, pero también que es una fuente de ingresos por lo general escuálida. Eso lo aprendimos también en esta universidad, laborando junto a funcionarios y docentes, y ahora lo vemos replicado en nuestros distintos puestos de trabajo. Fue fundamental haber podido acceder a una buena educación, haber tenido profesores como Rivas, Vera, Cárdenas, la Clarita, de Estadística, el profe Meyer, de Computación, por mencionar sólo a algunos. Ellos tuvieron la generosidad de transmitirnos toda su experiencia. Eso justamente ha significado que muchos de nosotros ahora hagamos lo mismo en canales de televisión, diarios, ministerios, organizaciones, empresas, radios y, sin ir más lejos, en esta misma escuela. Más que transmitir conocimientos, compartir con los demás es una forma de respetarlos y de validarlos en un mundo lleno de ególatras, como es el mundo de las comunicaciones. La conexión entre estos tres relatos es sencilla. Si hubiera que elaborar un perfil del ex alumno de Periodismo de la Católica de Valpo partiría por esos rasgos: generoso, justo, luchador, empeñoso, educado, respetuoso, con sentido común, con vocación, empático, con ganas de ser un aporte en la sociedad. Lo demás es ya un cliché de los resúmenes curriculares, lo pueden encontrar en cualquier parte. Agregaría, finalmente, algo relevante en estos genes periodísticos y ciudadanos (recordemos que no todos eligieron ejercer la profesión y se dedicaron a otra cosa) criados a pulso: la alegría. No sólo alegría para hacer las cosas o para reír en un grupo determinado. Me refiero a la capacidad de celebrar, como seguramente lo harán ustedes dentro de un rato. Nosotros celebrábamos porque sí. Nadie entendía muy bien qué se festejaba en la semana de la Escuela, pero teníamos claro que nos hacía bien arrendar dos buses y arrancarnos durante un par de días, la carrera completa, a esos inolvidables asados al campo del Tuto camino a Colliguay o a la Quinta Compton, camino a Placilla. Festejamos porque Chile clasificó a Francia 98, algunos sacaron vino y cerveza para conmemorar el aniversario de alguna muerte importante, otros tantos guitarrearon en peñas, fiestas y tocatas. En fin, así como nunca faltó un hito para celebrar y así como llevamos muchos años entregando alegría a nuestros compañeros de trabajo y de vida, ahora les toca a nuestros padres y familias acompañarnos a brindar por este momento tan esperado. El lunes, como decía un buen jefe que tuve, volveremos a la dura realidad, pero no se olviden de esa reserva de ADN que llevan dentro y que van a necesitar para lograr que la misma y mejor educación que recibieron sea de acceso equitativo para todos. Gracias por todo lo que nos entregaron, ahora nos toca a nosotros. Salud.