A ctualmente vive y trabaja en la Ciudad de México. Desde hace más de 15 años su trabajo se ha especializado en la elaboración de un discurso crítico acerca de temas como migración, mestizaje y movilidad, resemantización de símbolos y ritos cotidianos de la cultura de consumo. De la misma manera, se ha interesado en abordar la problemática del arte público y el arte popular, su permanencia y relación con el tejido social y con públicos alternativos al arte contemporáneo. Una obra emblemática de Betsabeé es el Ayate Car, un Ford Victoria de 1955, vestido con tela de ayate en la que destaca un estampado de iconografía mariana. El vehículo tiene sus interiores cubiertos por 10 mil rosas debidamente deshidratadas, que hace parte de ese enorme lenguaje que ha tenido como soporte de su obra el carro. Ha realizado más de 30 exposiciones individuales en México, Estados Unidos y Europa, entre las que destacan las del British Museum, Nevada Museum of Art, Neuberger Museum, Nelson & Atkins Museum of Art, Museo Anahuacalli, Antiguo Colegio de San Ildefonso, Museo Amparo de Puebla, MARCO y Museo de Monterrey, Canberra University Museum, Museo Carrillo Gil, La Recolecta en Buenos Aires, entre otras. Su obra forma parte de importantes colecciones como British Museum Collection, Daros Collection en Suiza, Nelson & Atkins, Nevada Autoconstruido 30 • SIGLO NUE V O Museum of Art Collection, Banco Mundial en Washington, Gelman en México, MOCA de Los Ángeles, Museo de Monterrey, Museo de Arte Contemporáneo de Portoalegre en Brasil, entre otras instituciones. ¿Cuál es el origen del auto como soporte simbólico de tu obra? He vivido siempre en un barrio muy céntrico de la Ciudad de México, al lado de la Buenos Aires, que es una colonia especialmente reconocida por la venta de autopartes robadas y muchas refacciones de segunda, asociada a un mercado que se ha establecido entre los yonkes de Estados Unidos y México, algo que la gente no sabe porque piensan que todo ahí es robado. Cerca de mi casa está lleno de pequeños talleres mecánicos que siempre tienen dos o tres carros estacionados en la calle, con un proyecto callado y casi nunca realizado de convertir esos carros en ‘oldies’. A veces están ahí 15 o 30 años, y se vuelven inmuebles, parte de la calle, se vuelven referentes: “¡Ahí vivo, a un lado de un vocho blanco, cerca del Chevrolet de color tal!”. Se vuelven parte de la calle. Yo sabía que hay más de 500 mil carros estacionados que no se mueven, y con lo del no circula más, coches que no se mueven pero tienen otras funciones, afectivas, de otro tipo; no es que no se sepa de quién son, no están abandonados, la gente los usa, pero de otra manera. Todas estas observaciones me hicieron dar cuenta de una serie de contradicciones que tiene este objeto que es tan significativo en la vida de la “movilidad urbana”. Descubres esa narrativa precisamente en la frontera, donde hay otra movilidad... Yo creo que la movilidad, más allá de lo urbano, es un tema fundamental en la vida del ser humano en los siglos XX y XXI. Me importaba mucho el paisaje urbano, la desapa- Ayate Car