de la vista gorda, porque afectar esos intereses comprometería al sistema bancario y a la industria, y con ello la propia dinámica del país. A su vez, cada año se confirma que el consumo de cocaína, mariguana, hachís, drogas sintéticas, alucinógenos, metanfetaminas y otras sustancias ilícitas se mantiene y crece en el mundo, a la par que aumenta el poder y la organización de los traficantes. La “guerra” a las drogas en los países consumidores ricos es más bien aparente. De hecho se da por sentado que las drogas llegaron para quedarse porque son un negocio millonario en dólares y erradicarlas es tan antieconómico como imposible. Por lo que es mejor administrarlas, como ha venido haciendo Estados Unidos, desde que en 1971 el gobierno de Nixon declaró la “guerra” a las drogas. Eso explica por qué los estupefacientes prohibidos circulan sin mayores sobresaltos en América del Norte y Europa a través de vastas redes de distribución que surten a millones de consumidores. Y por qué, a diferencia de lo que ocurre hoy en México, sus ciudades, calles y campos no son zonas de guerra entre las bandas criminales, ni entre éstas y las policías y menos con las fuerzas militares. Explica, asimismo, la permisividad de sus gobiernos ante un sistema financiero global al que a veces le hacen reclamos simbólicos, pero que en la práctica ha tenido por décadas luz verde para lavar cientos de miles de millones de dólares al año. Un caso ilustrativo de que lo que se busca no es la erradicación sino el abasto controlado de drogas es Afganistán, productor del 80-90 por ciento del opio que se 12 consume en el mundo, hoy virtual narcoestado bajo la intervención de Estados Unidos. ¿Qué hacer? De manera paulatina se han venido sumando voces, en particular en naciones afectadas de la periferia, como Uruguay, que claman por un cambio global en el enfoque punitivo a las drogas. Se aboga por políticas que prioricen un enfoque informativo y racional, no alarmista, y que se transite de un mercado criminal a un mercado legal controlado. Y, fundamental, que se pase de un escenario de violencia caótica, horror y muerte a uno de paz y seguridad. En ese contexto, México debería tomar acciones unilaterales tendientes a una legalización regulada, como lo vienen haciendo con éxito desde hace años Holanda, España, Australia y Estados Unidos, y lo han empezado a hacer Uruguay y Guatemala. Un objetivo sería desarticular el actual mercado negro que por naturaleza es selvático, y sustituirlo por opciones legales que hagan inútil la violencia como fórmula de mercadotecnia; que neutralicen la corrupción y que salven miles de vidas que ahora se pierden en una guerra horrorosa y sin límites.