Guerra de hermanos La situación no podía ser

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Guerra de hermanos
La situación no podía ser peor. El enemigo ganaba terreno. Nuestro nido de
ametralladora había caído y con ellas una decena de soldados de infantería.
En nuestro flanco, solo se había producido una baja, pero no tardarían en
producirse más. A favor, la altura que nos daba la montaña. En contra, las
bajas de nuestro pelotón y la poca munición. Nos habían pillado por
sorpresa, en mitad del alba. Ellos avanzaban desde la Riviera del rio hacia
nosotros. Eran decenas. A la izquierda, una hilera de doce soldados se
agrupaba. Apunté y pude alcanzar a uno de ellos, que cayó al momento
sobre la hierba amarilla de los meses de verano. Se produjo entonces un
fuego cruzado y me guarecí en mi trinchera. Aguanté un tiempo y me
envalentoné. Asomé la cabeza y con ella mi fusil y fui derribando uno a uno
al pelotón que se acercaba por la izquierda. Pasaron de once a diez, nueve,
ocho, siete. Una bala impactó sobre Toñín. Se retorció de dolor. El trozo de
metal había impactado en su hombro izquierdo.
-¡Médico! –grité.
Pero nadie hizo caso.
-¡Un puto médico, coño! –volví a gritar.
Nadie contestó. Miré a la derecha y comprendí el motivo del silencio. Con
odio, volví a armar mi fusil y disparé. Eran ellos o yo. Maté a otros dos.
Observé, a un soldado enemigo que se arrastraba entre la hierba. Apunté,
respiré suavemente acariciando el gatillo. Me humedecí los labios y se me
heló el corazón. Ese hombre al que apuntaba me resultaba familiar. Su
pelo, su estatura, su cara. Llevaba tres años sin verlo, pero estaba seguro
de que era él. Era mi hermano. Las lágrimas se deslizaron por mi rostro.
Grité su nombre y apellido. Él paró de arrastrarse y levantó la cabeza. Me
incorporé saliendo de mi trinchera, cometiendo una imprudencia. Mi
hermano me vio y me gritó que me agachara. Pero fue demasiado tarde,
una bala salió de una carabina e impactó de lleno en mi pecho. Observé que
todo se volvía negro. Toñín me miraba y me gritaba. Mi hermano corrió en
mi auxilio, pero ¿qué sabía él de medicina? Me alcanzó y me cogió de la
mano.
-Lo siento, hermano –susurré con mi último aliento.
Mi cabeza tocó el polvo y dejé de sentir.
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