ROL DE LAS POLITICAS PÚBLICAS EN EL ESTADO MODERNO

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HACIA UNA SOCIEDAD DE GARANTIAS
Me han solicitado que elabore un trazado titulado “Hacia una
Sociedad de Garantías, como veremos, tiene una significativa importancia
al instante de tratar de entender el Estado en que vivimos o de definir la
Sociedad que pretendemos desarrollar. Luego, las reflexiones que
formularé son el resultado de los conocimientos que he adquirido sobre
dicho tema, de las visiones o ideas a que adscribo, de la noción de Estado y
de Sociedad que participo, -todas ellas cuestiones opinables-, sin perjuicio
de lo cual procuraré transmitir algunos planteamientos objetivos que nos
proporcionan la Ciencia Política y el Derecho Público.EL ESTADO.
Pocos conceptos son tan confusos y discrepantes como el relativo al
Estado. Si bien como fenómeno histórico y realidad observable se
encuentra en todas las épocas y lugares, la verdad es que este término es
relativamente moderno y su uso sólo se remonta al Renacimiento Italiano,
específicamente al acuñamiento que de tal palabra hace Maquiavelo en su
célebre obra “El Príncipe”, puesto que antes de ello, durante milenios, la
misma idea se denominó ciudad, república, reino o imperio. Como surge en
una época de ruptura, en la que se discute y controvierte tanto la naturaleza
de la sociedad como la del hombre, múltiples son las teorías que tratan de
desentrañar su contenido, las que van desde quienes sostienen que el
Hombre es para el Estado, a los que afirman que el Estado es para el
Hombre. Sin embargo, cualquiera que sea el sentido que se adopte, todos
coinciden en que el Estado es un ente llamado a regir a los Hombres.Aristóteles decía que “el Hombre es un animal cívico, más social
que las abejas y otros animales que viven juntos” o “quien no tiene
necesidad de otros hombres o no se resuelve a vivir con ellos, es un bruto
o es un Dios”. Santo Tomás por su parte afirmaba que: “el hombre es por
naturaleza un animal político o social, evidenciándolo el hecho que un
hombre no se basta si vive solo, puesto que la naturaleza en pocas cosas
lo proveyó suficientemente, dándole razón por la que pueda procurarse
todo lo necesario para vivir, como son la comida, el vestido o cosas
parecidas, para cuya producción no basta un solo hombre. Por eso el
hombre vive en sociedad, por imposición de la naturaleza…. Y como el
hombre es naturalmente un animal social precisa ser ayudado por los
demás para conseguir su propio fin”, todos ellos planteamientos que son
el fundamento de las denominadas concepciones naturalistas o jus
naturalistas.Otros como Hobbes, Locke y Rousseau, también llamados
contractualistas, creyeron que el Estado es la consecuencia de una
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necesidad de la sociedad civil; que el hombre nace libre y bueno, pero que
para liberarse de la servidumbre en que la sociedad lo coloca, celebra el
pacto que da nacimiento a un cuerpo político superior, para lo cual se
desprende de parte de sus potestades naturales, lo que tiene por propósito
permitir o generar las condiciones para que el hombre se desarrolle
integralmente.Los marxistas clásicos señalaban que el Estado es un fenómeno
pasajero, simple superestructura del tipo relación económica que traduce la
explotación por la burguesía del proletariado y que tendrá que desaparecer,
superada que sea la etapa transitoria de la dictadura del mismo, cuando se
alcance la sociedad sin clase sociales, fin último de la historia.Los anarquistas del siglo XIX, como Stirner y Bakunin, sostenían
que el Estado es un mal que debe suprimirse para que el individuo pueda
desarrollarse, al tiempo que anunciaban y propiciaban la pronta
desaparición de aquél. En la vereda opuesta, positivistas de la talla de
Comte y de Spencer, creían que la sociedad era un verdadero organismo
regido por la ley de la evolución y estas ideas alcanzan su máxima
expresión en el pensamiento de Hegel, para quien: “el Estado es una
creación de la razón; es la realidad de la voluntad sustancial, lo racional
en sí y por sí. El estado es la forma suprema en que se desarrolla la idea
de moralidad; es el fin absoluto en sí mismo, en el cual la libertad
alcanza su derecho supremo. El Estado tiene derecho absoluto sobre los
particulares, cuyo supremo deber es ser miembros del Estado”. En la
cavilación de Hegel: “el Estado representa el momento en el cual la idea
de su eterna evolución circular se objetiva en un orden político que
forman y vivifican los seres humanos, los cuales sólo viven en el Estado y
por el Estado”.Para el Derecho Público el Estado es “la Nación jurídicamente
organizada”, concepto confuso, puesto que nos deriva a la idea de Nación,
pero que se embellece y esclarece con Renán cuando afirma: “la Nación
es un alma, un principio espiritual. Dos cosas, que constituyen una sola,
forman esta alma…Una, es la posesión en común de un rico legado de
recuerdos; la otra, es el consentimiento actual, el deseo de vivir juntos, la
voluntad de continuar acrecentando la herencia que se ha recibido
indivisa, tener glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el
presente, haber hecho juntos grandes o pequeñas cosas, estar en
disposición de volver a hacerlas; he aquí la condición esencial para ser
un pueblo o Nación”.Georges Burdeau, el célebre constitucionalista francés, agregaba
que sólo hay Estado desde el momento en que el poder se ha
despersonalizado, institucionalizándose. “La institucionalización del
Poder, explicaba este tratadista, es la operación jurídica por la cual el
poder político es transferido de la persona de los gobernantes a una
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entidad abstracta: el Estado. El efecto jurídico de esta operación es la
creación del Estado como soporte del Poder, independientemente de la
persona de los gobernantes”, juicio que describe, más bien, el ideal de un
Estado de Derecho Moderno y perfecto, pero que no siempre se condice
con la realidad.Existen quienes han tratado de confundir al Estado con la Sociedad
Civil, considerándolos sinónimos. Sin embargo, las formas totalitarias
antiguas y contemporáneas, que desconocen los derechos de los individuos
y de los grupos que conviven en el seno del Estado, han dado origen, como
antídoto, a la tendencia inversa, al punto que hoy se sostiene que: “El
Estado no es la sociedad, sino el orden público en cuanto acción viva en
la sociedad….El Estado es, por consiguiente, algo nuevo, la forma que es
la unidad del orden”.
Procurando armonizar en el Estado la Sociedad y el Poder, Marcel
Prélot manifiesta: “Sociológicamente, el Estado no es una
superestructura, un instrumento, un aparato, es una colectividad
humana informada por un poder. Considerado objetivamente, en sus
antecedentes irreductibles, el Estado-sociedad llama constantemente
hacia sí el Estado-poder, tal como, a la inversa, implica sin cesar el
Estado-sociedad sobre el que se ejerce. El poder del Estado no existe sino
inserto en el corazón de una sociedad; la sociedad no existe y no subsiste
sino por el poder político”.Así planteado, en la actualidad prácticamente todos los pensadores
coinciden en que el Estado tiene elementos de existencia, como lo son el
grupo humano y el territorio, y otros que corresponden a elementos
constitutivos, como el bien común o interés social, el poder y el derecho, y
es por ello que, en síntesis, consideran que “el fenómeno colectivo que se
denomina Estado es el que se expresa en la existencia de un grupo de
hombres y mujeres que, residiendo en un territorio determinado, viven
sometidos a un poder que provee el bienestar de los asociados,
ajustándose éstos y la autoridad a las reglas del derecho”. En la misma
línea de pensamiento Maurice Duverger dice: “El Estado-nación es un
grupo humano, una comunidad que se distingue por varios criterios: Los
lazos de solidaridad son en él particularmente intensos y la organización
particularmente poderosa. La diferencia entre el Estado y los demás
grupos humanos es más bien de grado que de naturaleza: el Estado es la
más completa, la más acabada, la más perfeccionada de las comunidades
humanas que existen en la hora actual. De ahí proviene que los juristas
hablan de la soberanía del Estado en la que ven la definición esencial del
Estado”.
Excúsenme, Queridos Hermanos, que haya dado esta vuelta larga,
simplemente para tratar de connotar que los elementos constitutivos del
Estado son el bien común o el interés social, o, dicho en otros términos, la
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búsqueda del bienestar o de la felicidad de todos los hombres y mujeres
que viven en él, al igual que el Poder y el Derecho, puesto que de otro
modo difícilmente comprenderíamos lo que desarrollaremos a
continuación.LA BUSQUEDA DEL BIENESTAR O DE LA FELICIDAD.
Hemos indicado que el fin último del Estado es la búsqueda del
bienestar o de la felicidad de todos sus integrantes, la concreción del interés
social o del bien común, la procura que cada cual pueda alcanzar su
realización personal y el progreso y desarrollo individual y colectivo, tanto
en su dimensión material como en la espiritual. Esa es la razón de ser del
Estado, su gran objetivo, y a tales propósitos debieran estar destinados el
Poder, el Derecho y los afanes de todos sus órganos.Sin embargo, si bien lo dicho precedentemente no es espinoso de
concebir, su expresión práctica se torna mucho más compleja, habida
consideración las diversas concepciones que se tienen del Hombre y de la
Sociedad, las que están marcadas por las ideas políticas, religiosas y
filosóficas de cada cual. ¿Qué entendemos por bienestar, bien común,
interés social, realización personal, progreso colectivo o felicidad? ¿Todos
pensamos lo mismo? Además y aún en el evento que pudiésemos ponernos
de acuerdo en lo que ello significa y en como se expresa, sabido es que los
caminos para alcanzar tales objetivos son variados. Luego, ¿Cuál es la vía o
el instrumento más eficaz para lograrlos? Por último, el Hombre y la
Sociedad mutan en sus necesidades e intereses; los avances de la Ciencia y
de la Tecnología generan día a día nuevos escenarios; el propio
razonamiento humano varía, así como las formas como nos
interrelacionamos; los valores son también objeto y sujeto de cambios; de
suerte que no podemos afirmar que los propósitos señalados, en lo
específico, sean inmutables y permanentes, todo lo cual exige que el
Estado, a través de sus órganos, esté en una constante revisión y ajuste de
los mismos.Y, ¿Quiénes son los llamados a desentrañar tales aspiraciones,
necesidades y sentimientos individuales o colectivos e intentar
satisfacerlos?: Obviamente que las personas que detentan cargos de
autoridad en los diferentes órganos del Estado y para lo cual han sido
elegidas o designadas, quienes periódicamente deben concursar para tales
efectos en las elecciones que se verifiquen, con las visiones del Hombre y
de la Sociedad que fluyen de su ideario político o filosófico.Y aquí, , nos adentramos en la Política real; en la forma como se
gobiernan los pueblos; en los términos específicos hacia donde se conduce
el Estado y si éste cumple con los fines que le son propios; en cual es la
Sociedad que queremos construir o que estamos construyendo; en cuánto
bienestar y felicidad causamos; interrogantes que debieran ser una
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preocupación y ocupación permanente, puesto que nuestra razón de ser
institucional es el perfeccionamiento del Hombre y de la Humanidad.Pues bien, teniendo en consideración la relación que existe entre el
Estado y el Derecho o, particularmente, entre el Poder y el Derecho, el
medio a través del cual el Estado procura la búsqueda del bienestar de sus
integrantes es por la vía del Derecho, ya que ese es el camino idóneo para
encauzar las conductas humanas y provocar los cambios generales que se
pretenden, logrando con ello las transformaciones y la concreción de los
nobles propósitos que se persiguen. Empero. su contenido dependerá del
concepto que tengamos del rol del Estado y de las ideas políticas que nos
animen.ROL DEL ESTADO
Sabido es que en toda Sociedad cuatro son los grandes agentes que
interactúan en el desenvolvimiento de la misma: El Estado, la Familia, el
Individuo y el Mercado. De cómo se interrelacionen unos con otros y de
cuáles son los espacios de competencia de los mismos, derivará el tipo de
Sociedad en que se viva y la forma de Estado que se tenga.En los comienzos de la época moderna, inspirados en las
concepciones liberales y capitalistas, se propició la noción de Estado
Gendarme, en virtud del cual las atribuciones de este último prácticamente
quedaron circunscritas al ámbito de la Seguridad Interior y Exterior y a
la Administración de Justicia, entregándose todo lo demás al individuo, a
la familia y al mercado. En este escenario el Estado a lo más desempeñaba
un rol regulador y arbitrador de las relaciones entre particulares, jugando en
materias económicas y sociales un papel de colaboración e incentivo a las
actividades que promovían los individuos, mediante las denominadas
franquicias. Baste recordar, por ejemplo, que a fines del siglo XIX, cuando
se inicia en nuestro país la discusión sobre la implantación del Estado
Docente y, a comienzos del siglo XX, cuando se discutió en el Parlamento
la Ley de Educación Primaria Obligatoria, el gran argumento esgrimido por
los opositores a dichas iniciativas fue que no era rol del Estado construir y
sostener Escuelas; que ello era competencia de las familias y de la Iglesia,
y que los dineros que se pretendía gastar en tales fines debían ser invertidos
en caminos y puentes, puesto que eso si que era de dominio del Estado. El
mismo debate se planteó con motivo de la construcción de los primeros
Hospitales Públicos. Y para que hablar de los Cementerios Fiscales o
Municipales.Posteriormente el Estado aumentó su esfera de influencia,
fundamentalmente en el ámbito Social, -Educación, Salud y Vivienda-, y
tímidamente en las cuestiones económicas y productivas, surgiendo en
éstas últimas vestigios de lo que hoy se denomina el Rol Subsidiario del
mismo. (El Estado comienza a intervenir en todo aquello que los
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particulares no quieren o no pueden invertir, como fue el caso de los
Ferrocarriles).Al término de la Primera Guerra Mundial, con la República de
Weimar y la crisis económica de fines de la década del 20, emergen los
denominados Derechos Económicos y Sociales, más allá de los
individuales que se reconocían desde hacía un siglo, a raíz de lo cual el
Estado pasa a desempeñar un papel mucho más activo en tales asuntos,
creándose los Bancos Centrales (para controlar los flujos monetarios);
naciendo instituciones estatales de crédito barato; promoviendo fuertes
inversiones públicas en caminos, tranques y obras de regadío;
implementando sistemas de Seguridad Social solidarios; amén del
fortalecimiento de su rol en Educación, Salud y Vivienda. En el mismo
orden, se incentivan campañas de salud pública, acciones de recreación,
deporte y esparcimiento; se combate el analfabetismo, la desnutrición y la
mortalidad infantil; se alienta la investigación científica y se promueve la
cultura. En Chile, por ejemplo, con la creación de la CORFO, el Estado
pasa a desempeñar un cometido decisivo en la esfera de los servicios y en
el proceso de industrialización y electrificación del país. A su vez, cabe
connotar la Reforma Agraria, implementada en la década de los 60 y 70,
con todos los efectos productivos y redistributivos que generó y,
posteriormente, la Nacionalización de la Gran Minería del Cobre, puesto
que la extracción del Salitre ya había sido devuelta por los particulares al
Estado, como resultado de la crisis vivida por dicha industria 40 años antes.
Así planteado, no es aventurado afirmar que “ese Estado”, fórmula criolla
de lo que en doctrina se denomina “Estado Bienestar” y muy inspirada en
las teorías económicas Keynesianas, que buscaban el pleno empleo y la
sustitución de productos de importación, perduró en nuestro país hasta el
inicio de la década de los 80.Es en este último período donde comienzan a aplicarse las políticas
recomendadas por los organismos internacionales de asistencia crediticia y
que perfectamente pueden resumirse en el denominado Consenso de
Washington, (utilizadas en USA por Ronald Reagan y en Inglaterra por
doña Margaret Tatcher), cuya centralidad estaba en el logro de la
estabilidad y equilibrio económico mediante la apertura comercial, la
liberalización de los mercados, la atracción de inversiones, la
desregulación, la reducción del sector público y la expansión de los
sectores privados mediante la enajenación de los bienes y empresas del
Estado, el reemplazo del régimen solidario de previsión social por uno
basado en la cotización individual, además de las reformas a los sistemas
de salud y educación públicas. Y, en materia de políticas sociales, el
reducido uso de programas focalizados y dirigidos a los sectores más
pobres, (PEM Y POHJ, en nuestro caso), puesto que se sostenía que, una
vez eliminada la intervención estatal, el intercambio mercantil promovería
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el crecimiento económico y éste distribuiría la riqueza a través del efecto
chorreo o derrame. Ello condujo necesariamente a una Sociedad de
Consumidores, en la que el Mercado pasó a ser el gran asignador de
recursos.Detengámonos un momento. ¿Cómo se materializó todo lo que el
Estado chileno realizó durante los primeros 160 años de vida republicana,
más allá que hubiese provocado mayor o menor bienestar a nuestro pueblo?
Pues bien, ello ha sido la consecuencia de las “Políticas Públicas” que al
efecto implementó dicho Estado, las que significativamente han tenido su
expresión normativa en Leyes de la República. Sólo a manera de ejemplo:
Es la Ley de Educación Primaria Obligatoria la que 50 años más tarde
permitió erradicar el analfabetismo. Son las leyes que crearon el Sistema de
Salud Público las que posibilitaron reducir notablemente la mortalidad y la
desnutrición infantil, 30 años después. Fue la creación de la CORFO la que
viabilizó la industrialización del país y la generación masiva de
electricidad, acero y petróleo. Fue la reforma constitucional que
nacionalizó el Cobre la que creó las condiciones para hacerse de tales
recursos y acopiar los más de US $ 30.000 millones en reservas que 35
años después habilitaron enfrentar la aún no concluida crisis económica
mundial. Son las leyes que desreglaron el Mercado las que atrajeron la
inversión extranjera. Fue el DL 701 el que hoy nos proporciona más de 2
millones de hectáreas de plantaciones forestales. Son las leyes respectivas,
buenas o malas, las que crearon nuestro actual sistema de previsión social.
Fueron las leyes de Reforma Agraria las que terminaron con el latifundio y
con las tierras no cultivadas. Son el DFL N° 2 y la Ley Pereira las que
impulsaron la construcción de viviendas para los sectores medios. Y,
podríamos seguir con esta enumeración como un cuento de nunca acabar.Deliberadamente interrumpí mi relación en la década de los 80 y en
la implementación del denominado Consenso de Washington, como si el
Estado de Chile no se hubiera desarrollado 20 años más, no cayese el
Muro del Berlín, ni verificados los Acuerdos de Maastricht o conocido
el último derrumbe de Wall Street. Ya dijimos que el Consenso de
Washington fue esencialmente económico y propendió a encontrar las
reglas que permitiesen el crecimiento y el equilibrio económico de las
naciones que se sometieron al mismo. Sin embargo, años más tarde
terminaron en Europa los llamados Socialismos Reales y los principales
gobernantes europeos se reunieron en Maastricht y coincidieron en que el
mero acuerdo económico no era sustentable si no iba acompañado,
también, de un sólido acuerdo social tendiente a incorporar y favorecer a
todos aquellos que el mercado irremediablemente margina y posterga,
amén de las consideraciones medio ambientales que hacen insostenible el
irregulado crecimiento. Finalmente, la reciente caída de Wall Street, cuyos
efectos aún no han terminado, al punto que todavía se ignora si estamos en
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medio de la crisis o saliendo de ella, puso en evidencia la necesidad de
contar con un Mercado más regulado y una mayor intervención del Estado,
puesto que el exclusivo despliegue de la iniciativa personal, motivada por
el lucro, termina dañando los intereses de la comunidad y afecta el
bienestar colectivo.EL CASO CHILENO.Las reformas neo liberales se aplicaron con fuerza en nuestro país a
partir de los años 80. Las políticas universales se sustituyeron por medidas
asistenciales basadas en un paradigma que disociaba a quienes debían ser
asistidos por el Estado mediante subsidios, con los que tenían que
proveerse los bienes en el mercado. Esta lógica derivó en la privatización
de servicios sociales tales como previsión, salud y educación, creándose en
estos dos últimos sistemas duales, con organismos privados de alta calidad
para los más ricos y entes estatales de baja calidad y desfinanciados para
los más pobres. De este modo, las políticas sectoriales se condicionaron por
la trayectoria de las políticas de focalización, que debilitaron y
desmantelaron las políticas universales, y se centraron en la entrega de
bienes y servicios en la lógica de la carencia y no de los derechos. A su
vez, se asignó a la familia responsabilidades sobre un conjunto cada vez
más amplio de áreas (cuidado de los hijos y de los mayores, protección ante
el desempleo y ciclos de crisis económicas, soporte para los hijos que
prolongan la escolaridad, además de su rol como espacio afectivo y
recreativo). Así, en gran medida, ha correspondido a la familia y al
individuo compensar el retiro de la protección del Estado y hacerse cargo
de mitigar el impacto de los ciclos e inestabilidades inherentes a toda
sociedad que reposa en el mercado. Desde comienzos de los años 80 se
produjo un alejamiento del Estado como instancia de protección y
promoción social y una transferencia creciente de esa labor al mercado.
Esto ha significado una recarga extraordinaria para la familia, la que ha
tenido que salir al ruedo para acoger a aquellos que no logran integrarse al
mercado y para contener a los que no consiguen permanecer establemente
en él o fracasan en el intento. Como lo preveía el Consenso de Washington,
nos transformamos en una Sociedad de Consumidores, en la que el
Mercado devino en el gran instrumento y factor que asigna y distribuye los
bienes y servicios.Sin embargo, en los años 90 se iniciaron graduales procesos de
desmercantilización, especialmente en salud, educación y vivienda,
combinándose el modelo asistencialista y privatizador con políticas
sociales, las que pasaron de ser factores estrictamente subsidiarios de los
costos del crecimiento a formar parte de la estrategia de desarrollo
nacional, puesto que se comprobó que importantes sectores de la población
quedaban fuera del Mercado y que éste no asignaba bienes y servicios
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suficientes a los desposeídos de fortuna, aumentando con ello la
desigualdad y la brecha entre ricos y pobres. De este modo se estableció
una suerte de acuerdo político en torno a mantener el crecimiento
económico como elemento principal del desarrollo, aplicando sesgos
correctivos a la desigualdad de ingresos mediante un amplio gasto social.
Independientemente del aplazado desafío sobre la calidad, el gasto social
en salud, educación y vivienda más que se triplicó, incrementándose
notablemente su cobertura, y se generaron nuevas políticas de capacitación
y empleo, promoviéndose reformas laborales que apuntaron a mejorar las
condiciones salariales y de sindicalización. Y, junto a lo anterior, se creó
una nueva institucionalidad social, con Ministerios y Servicios vinculados a
la creación de programas dirigidos a optimizar las condiciones de los
llamados sectores vulnerables. Esta combinación de políticas, establecidas
en torno a la institucionalidad estatal, se orientó a reducir la pobreza y la
indigencia, alcanzando resultados notables, y a cubrir con rapidez las
necesidades básicas de los grupos más vulnerables, al punto que el PNUD
señala que nuestro país es la nación latinoamericana que ocupa el segundo
lugar en materia de Desarrollo Humano.Pese a todas nuestras insuficiencias, los estudiosos califican a Chile
como un país que corresponde a los parámetros de un Estado Bienestar y
ello no es sólo por el gasto social mencionado, sino por los aludidos
resultados en materia de Desarrollo Humano y la baja presencia de flujos
crediticios internacionales. Nuestra incorporación a la OCDE es la
confirmación de ese aserto.REDEFINIENDO EL ROL DEL ESTADO.
De la forma reseñada no es aventurado señalar que durante gran
parte del siglo XX, tanto en Chile como en el resto del mundo, el Estado ha
tratado de avanzar hacia lo que en doctrina se denomina un Estado de
Bienestar, en sus diversas variables, modelo en el que el Estado juega un
rol determinante en el logro de la felicidad de las grandes mayorías,
particularmente de los más necesitados, mediante la aplicación de políticas
redistributivas, reguladoras del mercado y de incentivo o promoción a
ciertos emprendimientos específicos. Sin embargo, la irrupción del
neoliberalismo en los 80 ha reducido ese papel, fortaleciendo el mercado, la
familia y el individuo, marginando a muchos sectores de la sociedad del
disfrute del ansiado bienestar y transformándonos en una Sociedad de
Consumidores.Ahora bien, el Estado de Bienestar se ha construido sobre la base de
una Sociedad de Derechos Universales. En efecto, desde la Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del revolucionario francés, o,
incluso, desde antes, la humanidad ha evolucionado progresiva y
sostenidamente hacia la erección de una Sociedad de Derechos. Primero se
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reconocieron declarativamente los derechos individuales; luego surgieron
los derechos políticos; a continuación se expandieron y emergieron los
derechos económicos y sociales; y hoy se reconocen los denominados
derechos de tercera y cuarta generación, en una fórmula mucho más
específica de los mismos. Todo ello ha tenido una adecuada expresión
normativa, materia en la que las Constituciones Políticas, los Tratados o
Acuerdos Internacionales, y para que decir las leyes internas, han
desempeñado un trascendente rol. Baste recordar la importancia que ha
jugado en el proceso de internacionalización de esos derechos la
Declaración de Derechos Humanos y los múltiples acuerdos específicos
adoptados por diversos organismos internacionales, tales como la ONU,
FAO,
UNESCO,
OMC,
OMS,
OIT,
TRIBUNALES
INTERNACIONALES, OEA, etc, y que son una derivación o
consecuencia de los mismos. Citemos sobre el particular la Declaración de
Derechos del Niño, de la Mujer, del Trabajo, de Seguridad
Alimentaria, del Medio Ambiente, del Mar, sobre el uso de Energía
Atómica, Crímenes contra la Humanidad, Tortura, Calentamiento
Global, etc, etc, para no proseguir con una interminable enumeración.Así planteado, hoy tenemos una Sociedad o individuos que no sólo
ostentan derechos, reconocidos normativamente, sino que están
absolutamente concientes de ellos y, por ende, exigen del Estado su
ejercicio, en términos tales que el Estado de Bienestar ha pasado a ser la
respuesta a aquello. Como tales Derechos son Universales, válidos para
todos los seres humanos, y aumentan exponencialmente, las demandas
sobre el Estado cada vez son mayores, circunstancia que se acrecienta con
la evolución de la Ciencia y de la Tecnología, que día a día nos
proporcionan más y mejores bienes o servicios. Veamos dos simples
ejemplos: Si el acceso a la Educación es un derecho de cada ser humano,
ese sujeto reclama y exige al Estado que le brinde tal proceso de enseñanza
aprendizaje, siendo deber del Estado hacerlo y a su costo. Y, como en el
mundo actual no basta con saber leer y escribir, (lo que en su tiempo se
pudo satisfacer con una Ley de Educación Primaria Obligatoria), dicho
afán cada vez tiende que ser más complejo y completo, y cumplir con los
adecuados y modernos parámetros de calidad. Lo propio ocurre en materia
de Salud. Si ella es un derecho de la población, las personas compelen al
Estado para que se la entregue y lo instan a contar con establecimientos,
sistemas, prácticas, técnicas, recursos y conocimientos idóneos, acordes
con el progreso de la Ciencia, en términos tales que los servicios prestados
deben guardar relación con los avances que la humanidad ha alcanzado en
este género de preocupaciones. Lo mismo podemos apreciar en cuestiones
tales como vivienda, seguridad social, seguridad ciudadana, medio
ambiente libre de contaminación, trabajo, fomento del deporte, recreación,
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cultura, etc, correspondiéndole al Estado financiarlos por medio de sus
recursos propios, fundamentalmente los tributos.Ello sucede también en materia de derechos políticos y civiles. La
ciudadanía impetra mayores espacios de transparencia, participación y
control ciudadano de los actos de gobierno. So pretexto de su libertad
natural, rechaza la afiliación obligatoria y propicia el voto voluntario.
Plantea discriminaciones positivas y reivindica el reconocimiento de los
intereses de las minorías. Ante cualquier dificultad reclama la intervención
del Estado de Bienestar y busca la solución de las mismas a través de él. Y,
en un mundo tan inmediatista, como lo es la sociedad contemporánea,
quiere que las respuestas sean completas y prontas, ahora, puesto que
mañana surgirán otras necesidades.Del modo expuesto, el Estado de Bienestar ha devenido en una
Sociedad demandante de sus derechos y el problema estriba en que esos
atributos son cada día mayores en cantidad, calidad y número de personas
que los ejercen, en circunstancias que el Estado no puede entregar o
distribuir más bienes y servicios que aquellos que provienen de los recursos
que le proporcionan los propios ciudadanos, los que por su naturaleza son
acotados. El modelo neoliberal ha indicado que ello es financiable a través
del crecimiento económico. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que
tal aumento no es ilimitado ni eterno, por lo que el incremento excesivo del
gasto fiscal termina por afectar la macroeconomía y el propio crecimiento,
a parte que en su esencia agudiza las diferencias entre ricos y pobres y la
falta de igualdad de oportunidades.Luego, ¿Es sostenible una sociedad que sólo está basada en derechos
universales y crecientes, a los que el Estado debe responder y satisfacer en
plenitud? ¿Cuánto se sustenta, entonces, el denominado Estado de
Bienestar, que es la consecuencia de esa Sociedad de Derechos?
Los últimos años han evidenciado que el Estado de Bienestar, tanto
en su fórmula europea como en la norteamericana, está en una profunda
crisis y que económicamente es impugnable. En el caso europeo,
construido sobre la base de la solidaridad y de la redistribución del ingreso,
partiendo con una carga tributaria superior al 40%, ha quedado demostrado
que ello constituye un freno al crecimiento económico y que no es posible
financiarlo ni siquiera en el largo plazo. Las demandas de los ciudadanos
alcanzan hoy tal volumen y cuantía que el Estado es incapaz de
satisfacerlas y es por ello que se han visto en la obligación de promover el
recorte de los programas sociales, con toda la agitación y trastornos que
ello implica. A su vez, el modelo norteamericano, fundado en el mercado,
la desregulación, el consumo, los seguros, la iniciativa y el ahorro
individual, ha probado que margina a importantes sectores de la sociedad,
lleva consigo el germen de su propia destrucción, y, lo que es peor, ante
cualquier crisis del mismo, como ocurrió recientemente, el Estado queda
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obligado a concurrir en la salvación de dicho sistema, siendo los pobres
quienes efectúan los mayores sacrificios.En consecuencia, ¿Cuál es el origen del dilema?
Pensadores actuales, entre los que se destacan el sociólogo alemán
ULRICH BECK; el inglés ANTONY GIDDENS, en su célebre obra “Un
mundo desbocado”; el norteamericano y Premio Nóbel de Economía
JOSEPH STIGLITZ, en su libro “El malestar en la Globalización”; y, por
cierto, el Ex Primer Ministro Inglés TONY BLAIR y el Ex Canciller
Alemán SCHCRÖEDER, en “El Manifiesto de la Tercera Vía”, señalan
que la causa del problema estriba en que la humanidad ha avanzado
demasiado en la construcción de una Sociedad de Derechos Universales y
nos hemos olvidado de la adecuada contrapartida que ellos deben tener,
esto es, los Deberes del Hombre. Ninguna agrupación humana es
sostenible en el tiempo si está fundada exclusivamente en derechos, y ellos
no generan conmutativamente las pertinentes Obligaciones. Y, cuando
hablamos de éstas nos estamos refiriendo a los deberes que el hombre tiene
para consigo mismo, su familia, su país y la sociedad en general, conceptos
que debieran sernos familiares puesto que sobre ellos ya fuimos
consultados en la Cámara de Reflexión la noche de nuestra iniciación. No
es viable una sociedad que sólo se basa en derechos, como tampoco lo es la
que se implanta únicamente en obligaciones. Sólo el justo equilibrio entre
Derechos y Deberes sustentan y proyectan los entes colectivos y permite la
realización de una obra común.Veamos algunas manifestaciones concretas de lo precedentemente
señalado. a) Todos hablamos del derecho a la educación y exigimos al
Estado que la proporcione. Empero, ¿Cuánto hemos desarrollado la
obligación del hombre a educarse como proceso permanente? ¿Cuánto
intervenimos en la formación de nuestros hijos o no sucede que la mayoría,
en la práctica, la deja entregada al colegio? ¿Cuánto participamos en la
comunidad escolar, en los Centros de Padres y Apoderados, por ejemplo?
b) Nos referimos al derecho a la salud y reclamamos que el Estado nos la
brinde. Más, ¿Cuánto nos preocupamos de ella al momento de alimentarnos
y de escoger el tipo de vida que llevamos? ¿Cuántos controles preventivos
nos realizamos? c) Decimos que todo individuo tiene derecho a seguridad y
previsión social. ¿Cuánto nos inquietamos, cuando jóvenes, por ahorrar
para la vejez y por propender a que nuestras imposiciones correspondan al
porcentaje debido a nuestras rentas reales? d) Indicamos que el hombre
tiene derecho al trabajo. ¿Cuántos son los que se esfuerzan en aumentar su
productividad y ser los mejores y los más eficientes en su mundo laboral?
e) Señalamos que quienes forman parte de la tercera edad tienen derecho a
una vida digna. ¿Cuántos son los que realmente se desvelan por los viejos
de su propia familia o entorno? e) Manifestamos que tenemos derecho a
vivir en un medio ambiente libre de contaminación. ¿Cuánto de ella no es
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la consecuencia de nuestros propios actos? En fin, podríamos seguir
analizando todos los aspectos en que exigimos la intervención del Estado y
constataremos que en ellos siempre hay un espacio para la iniciativa o el
quehacer personal que no está cumplida.Incluso más, las mismas reflexiones podemos trasladarlas al terreno
de los derechos políticos. En cuanto ciudadano demandamos del Estado el
respeto de nuestros derechos, pero olvidamos las obligaciones que conlleva
tal ciudadanía. El ciudadano debiese estar obligado a interesarse en los
problemas de su polis y en la forma como se solucionan los mismos, y no
ser un mero espectador que observa los acontecimientos y que ante
cualquier tropiezo reclama el amparo del Estado. De ahí es que la
participación en los procesos electorales, el voto, no sólo es un derecho,
sino que también una obligación, al punto que su cumplimiento tiene que
ser una condición para acceder a ciertos beneficios que proporciona el
Estado. Es muy cómodo reclamar contra autoridades o políticas públicas en
cuya elección o determinación no hemos intervenido, al igual que exhortar
participación ciudadana sin integrar los entes que al efecto se han creado o,
en su caso, fundar otros. Nuevamente, a modo de ejemplo: ¿Cuántos son
los militantes de los partidos políticos? ¿Cuántos son los que intervienen en
la Junta de Vecinos de su sector? ¿Cuántos participan activamente en su
Colegio Profesional o Sindicato? La ciudadanía, reitero, también implica
obligaciones y, además del compromiso de participar, hay otras cargas
públicas: el deber de pagar oportuna e íntegramente los impuestos y no
recurrir a la evasión o la elusión tributaria; el concurrir en defensa de la
nación cuando la seguridad externa así lo demanda; el servir ciertas
funciones públicas; el respetar y cumplir la ley; el acatar las resoluciones
de la autoridad legítima; etc.Desde otro ángulo, la universalidad en el ejercicio de los derechos
tiene su origen en una premisa equivocada, puesto que los seres humanos
no somos iguales ni estamos en la misma posición y, por ende, la
determinación del camino tendiente a alcanzar el bienestar, tanto en su
dimensión material como en la espiritual, es diferente según quien sea,
puesto que tenemos puntos de partida e intereses diversos. Sin embargo, la
búsqueda de la felicidad tiene como condición sine qua non que el
individuo tenga satisfechas sus necesidades esenciales, aquellas que son
inherentes a la naturaleza y dignidad del hombre, sin las cuales no es
posible avanzar en dicho proceso; y no es comparable el desarrollo
personal que puede lograr un individuo que ya las tiene resuelta, con el de
quienes están en una situación de carencia de las mismas. Luego, la
cuestión estriba en cómo se generan condiciones destinadas a provocar una
auténtica igualdad de oportunidades para tal propósito; en cuánto se
asegura a todos los seres humanos el acceso a la satisfacción de sus
necesidades básicas; y ello sólo se logra en la medida que el Estado, como
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máxima expresión del interés social, así lo garantice, fundamentalmente a
los sectores más vulnerables, puesto que es ese piso la condición previa o la
posición de inicio de cualquier proceso dirigido a alcanzar la felicidad
humana. Y este esfuerzo requiere la focalización de los recursos del Estado
en los desamparados.Del modo expuesto, los pensadores nombrados esbozan la
construcción de nuevos paradigmas sobre dichas materias, intentando
encontrar una justa ecuación entre Estado, familia, individuo y mercado,
para lo cual se apartan de los modelos hasta ahora conocidos o proceden a
ajustar el Estado de Bienestar. Afirman que la sociedad está formada por
Ciudadanos y Consumidores y que ambos conceptos son diferentes.
Señalan que como Ciudadanos estamos provistos de Derechos y
Obligaciones y en cuanto Consumidores nos sometemos a las reglas del
Mercado. Sin embargo, agregan, el Mercado, no puede ser el único factor
que asigna bienes y servicios, puesto que si quedamos entregados
exclusivamente a él importantes sectores de la sociedad, particularmente
los más desposeídos, terminan marginados del acceso a los mismos,
consideración que adquiere particular importancia si se trata de aquellos
recursos que son esenciales para desarrollarse como ser humano y buscar la
felicidad. Sostienen que todos los miembros de la especie humana tenemos
derecho a satisfacer nuestras necesidades básicas, requisito esencial para
alcanzar la igualdad de oportunidades que posibilita el bienestar material y
espiritual del individuo, aspecto en el que por ser el mercado notoriamente
insuficiente, ello debe ser garantizado por el Estado, particularmente en el
caso de los llamados bienes o servicios esenciales, como es el caso de la
alimentación, el vestuario, la vivienda, la salud, la educación y la seguridad
social, y cuya cuantía o extensión tiene que estar determinada por los
niveles de crecimiento de cada país, A su vez y como ya se dijo, el
Ciudadano no sólo está provisto de Derechos, sino que también de
Deberes para con la sociedad y consigo mismo, los que tienen que estar
expresados preceptivamente, y es potestad del Estado exigir el
cumplimiento de tales obligaciones o representar la contravención de las
mismas. Por último e independientemente de la consagración normativa de
dichos deberes, ello en definitiva es un problema de mentalidad o de
cultura ciudadana, aspectos en el que la educación y particularmente la
educación cívica desempeñan un rol decisivo.Es así como comienza a insinuarse el surgimiento de una Sociedad
de Deberes y de Derechos, integrada copulativamente por Ciudadanos y
Consumidores, piedra sillar en la que descansa el denominado “Estado de
Garantías”, fórmula institucional compuesta por Ciudadanos y
Consumidores, en la que la sociedad jurídicamente organizada, a partir de
los derechos y obligaciones de cada cual, garantiza a todos los habitantes el
acceso a los bienes y servicios esenciales o básicos por su sola condición de
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miembros de la especie humana, cuya cuantía está dada por los grados de
crecimiento económico del país, y en la que el mercado continua
desempeñando un rol distributivo, pero regulado bajo la impronta del
interés común. En el caso chileno el denominado Plan Auge está inspirado
en esa filosofía o principios.Y ha sido ese Estado o Sociedad de Garantías el objeto de la
presente Plancha, concepto que, por ahora, sólo hemos bosquejado, de
manera que requiere de un trazado más acabado, orientado a cada uno de
los afanes y urgencias del ser humano.CONCLUSION.En más de una oportunidad me habéis escuchado decir que si
revisamos la historia de la Orden constataremos que, independientemente
de nuestros valores y principios y de los propósitos de trabajar por el
perfeccionamiento del Hombre y de la Humanidad, siempre ha habido, en
el correr de los años, un paradigma, una idea, un sueño con el que nos ha
identificado el mundo profano y que, en la medida que ha sido traspasado a
la sociedad, ha generado extramuros respeto, adhesión y admiración por el
trabajo masónico.Primero fue nuestro compromiso con los procesos de Independencia
Americanos. Luego, el trabajo desplegado en la consolidación de estas
jóvenes repúblicas. A continuación la actividad desarrollada en el ámbito
del reconocimiento de las Libertades Públicas y la profundización de la
Democracia. Acto seguido los esfuerzos dirigidos a secularizar el Estado y
separarlo de la Iglesia Católica. Más adelante el vínculo con la Educación y
particularmente con el Estado Docente. Y, por último, a partir de la Carta
de San Francisco, la defensa y promoción de los Derechos Humanos. Pues
bien, muchas veces me he preguntado: ¿Cuál es el paradigma con el que la
sociedad profana identifica a la Masonería del siglo XXI?
Formulo esta última reflexión, a la hora de las conclusiones, puesto
que de lo leìdo podéis colegir que el tema analizado está en el centro de la
discusión contemporánea y que de su resultado o definiciones dependerá el
tipo de Sociedad o Estado del mañana.Pues bien. Hemos hablado de una Sociedad de Derechos y de
Deberes. Destacamos las obligaciones que el Hombre tiene para consigo
mismo, su familia y la sociedad. Señalamos que hay que encontrar un justo
equilibrio entre el Estado, la familia, el individuo y el mercado. Nos
referimos a la igualdad de oportunidades y a los caminos que tenemos que
recorrer para lograrla. Planteamos que la felicidad, el bienestar material y
espiritual de todos los Hombres, es el fin último de la sociedad organizada
y connotamos que existen requisitos básicos sin los cuales no es posible
alcanzarla. Y todo ello lo hemos resumido en un concepto: El ESTADO
DE GARANTIAS. JCQ.
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