EL CINE DE NO FICCIÓN POSTVÉRITÉ Primera secuencia: Una mujer de edad, la directora del documental – Agnés Varda, parada en un improvisado y evidente set al lado de una pintura de una recolectora, imitando su postura. Voz en off: “hay otra mujer espigando en esta película, soy yo” y saca su instrumento de recolección: una cámara de video. Juega con la imagen digital, con su propia imagen, con su cuerpo, mientras habla ensayísticamente de las posibilidades de la nueva tecnología de video, del narcisismo, de la vejez, del tiempo… Su mano madura jugando contra el vidrio de un automóvil, en una autopista francesa, sirve de transición y metáfora para emprender un recorrido en busca de historias de espigadoras y de su elaborado y personal discurso sobre las “glaneuses” de la sociedad contemporánea... Segunda secuencia: El sol sale tras el monumento a Washington, un granjero maneja su tractor, la gente trabaja… imágenes “cotidianas” de los Estados Unidos de América, incluyendo un bombardeo y una modelo en vestido de baño luciendo un gran fusil. De fondo el himno nacional y la voz en off del documentalista, Michael Moore: “Era una mañana del 20 de abril de 1999, una mañana cualquiera en EUA. El granjero atendía sus tareas, el lechero su reparto, el presidente bombardeaba otro país de nombre impronunciable (…), si, era un día típico en EUA!” El himno cambia irónicamente a instrumentación del Oeste y vemos a Moore con su estilo desfachatado de americano promedio, obeso, de gorra y ropa informal, abordando a la cajera de un banco para abrir la cuenta, que incluye como promoción un rifle. Sale del banco exhibiendo su nueva arma. Con música emotiva se suceden imágenes de archivo de una bolera y de publicidad de juguetes bélicos para niños. Estos se mezclan con archivos personales de la primera arma de juguete de Moore, de su infancia y con imágenes heterogéneas de películas, fotos y recortes de prensa sobre la profusión de las armas en su estado natal, Michigan, para así ir construyendo un discurso argumentativo e irónico sobre las armas, el miedo, la violencia y los sucesos de Columbine. Tercera secuencia: McNamara, ex secretario de defensa de los EUA, habla coloquialmente en una rueda de prensa en los años 60 y organiza a los periodistas. La monótona e intimidante música de Philip Glass acompaña los créditos iniciales y las imágenes de archivo (¿documentales, ficción?) de maniobras navales de guerra. Pantalla en negro. Se escucha a McNamara hablar con un entrevistador, como en la primera escena 4 décadas antes. “Dirige” al director: “¿Puedes hablar para escuchar que tan alto está? / OK. ¿Todo bien? / ¡Excelente!” Aparece McNamara preparándose frente a cámara. La imagen de estudio perfectamente iluminada y encuadrada por medio de un sistema ideado por el director, Errol Morris, para que siempre se mire directamente a lente. McNamara dice que no quiere repetir la frase anterior donde pararon, que se acuerda perfectamente dónde terminó, qué estaba diciendo y cómo. Morris exasperado, detrás de cámaras le dice “¡pues empieza!!!”. De una manera fluida, convincente, -y cuando la astucia del director lo empuja- sincera, el protagonista de papeles importantes y escalofriantes durante la II Guerra Mundial y gran parte de la Guerra Fría narra su historia, compartiendo lecciones personales. En ellas se vislumbran complejas realidades donde las verdades a medias, o demasiado crudas para asimilarlas, son interpeladas por algunas preguntas del director o matizadas por elaboradas y editorializantes secuencias cinematográficas que funcionan como figuras retóricas repetitivas y punzantes como la música, realizadas con películas, fotos o documentos de archivo, así como por puestas en escena y animaciones. Cuarta secuencia: Lars Von Trier y su antiguo maestro, el director de documentales Jorgen Leth, conversan en los estudios Zentropa sobre un proyecto conjunto: Von Trier quiere imponer 5 condiciones diferentes a Leth para que con ellas realice 5 versiones de su película “El humano perfecto”, de los años 60. Siguiendo las conversaciones entre ambos directores, la angustia de Leth, su proceso creativo y finalmente las películas resultantes, se realiza una profunda reflexión sobre el documental, su forma, sus límites, su ética, su manera de representación, su intervención de la realidad, etc. Al mismo tiempo vemos cómo un corto experimental que ya en su época rompía esquemas es convertido en un video clip sobre el ser humano perfecto en Cuba, en una edición con infinidad de cortes, en una representación performativa donde la realidad más cruda se cuela en una elaborada película de ficción reflexiva, en una impresionante animación, o finalmente en una lúcida carta auto-reflexiva impuesta por Von Trier y leída por Leth, acompañada de imágenes de todo el proceso. Quinta secuencia: Un laberinto es el escenario para una conversación entre dos expertos sobre la lobotomía, la locura, el cerebro. Imágenes de archivo de Portugal e imágenes en blanco y negro de un investigador buscando información en una biblioteca, introducen la historia de Moniz, premio Nóbel Portugués por sus investigaciones sobre la lobotomía. Fotos y películas halladas allí junto con entrevistas de su familia y expertos ayudan a acercarse al personaje y al tema. La imagen torna al color. Un grupo de enfermos mentales visitan el zoo de Barcelona. Observan a primates semejantes a Becky, animal al cual se le practicó la primera lobotomía. Nuevamente en blanco y negro se muestra el sanatorio, donde los pacientes se preparan para el rodaje de una película: la puesta en escena sobre la historia de Moniz. El director Joaquim Jordà habla con los actores. Le confiesa a uno de ellos que él también toma drogas siquiátricas debido a una embolia cerebral. En color se ven flashes de la cabeza rapada y sangrante del director en medio de una operación. Plano medio del director hablando de su experiencia médica. Los espigadores y la espigadora, Bowling for Colombine, Rumores de Guerra, Cinco Condiciones y Monos como Becky, son solo cinco ejemplos de una tendencia mundial que está indiscutiblemente dedicada a una profunda renovación del discurso del cine de no ficción. Todas son películas de la última década, donde son características la intervención directa o “performativa” del director, la autorreflexión, la duda sobre la verdad y sobre la capacidad de representación de la imagen y de las historias mismas. Los textos vacilantes, poco autoritarios, personales y ensayísticos, la mezcla sin escrúpulos de ficción y realidad, y de imágenes y recursos heterogéneos, son otras de sus características. Estos rasgos específicos permiten afirmar que, dentro de la gran variedad de propuestas que conviven actualmente, películas como éstas han consolidado una estética y una retórica diferentes de las que imperaban en lo que se conocía como documental hasta hace menos de dos décadas. Desde finales de los años setenta, y sobretodo en los últimos años, el mundo ha asistido a una serie de transformaciones radicales en los campos de la cultura, de la política y de la tecnología, cambios que han generado una de las más importantes renovaciones en el cine de no ficción, obligándolo a replantear sus discursos, sus temáticas, su estética, su recepción y sus instituciones. Se han ampliado sus fronteras empujándolo a nuevas definiciones más amplias. En algunos círculos teóricos, críticos o de producción se habla de “nuevo documental” o “post-documental”, términos que trascenderían los límites clásicos y modernos de un género en plena transformación de sí mismo. También ha surgido el ambiguo término de “documental postmoderno” que asociaría al documental actual con las prácticas artísticas contemporáneas de vanguardia, o el más apropiado de actividad documental posmoderna, siguiendo la propuesta que hizo Douglas Crimp en teoría fotográfica, citada por Ribalta (2004:9), de agrupar los autores y núcleos institucionales heterogéneos que irradiaron influencia y luego hegemonía cultural en los años 80 del siglo pasado a partir de los rasgos comunes de los discursos comprometidos con la revisión de la cultura artística y fotográfica moderna. Lo cierto es que esta multitud de denominaciones tienden a confirmar las rupturas que se han operado con el paradigma documental clásico y moderno en las últimas décadas, y también demuestran una necesidad de pensar desde una perspectiva diferente, más acorde con las transformaciones culturales presentes, las nuevas formas que dichas rupturas han generado. Se admite así, que los cambios actuales en el documental coinciden, sin omitir no obstante sus muy variadas modulaciones, con los que se han producido en otras artes y prácticas de representación a raíz de la influencia del fenómeno posmodernista o de la contemporaneidad. Sin embargo en el presente trabajo se prefiere utilizar en general las denominaciones de cine de no ficción contemporáneo o cine de no ficción postvérité, términos que están haciendo carrera en la teoría contemporánea y los cuales pienso son las que mejor permiten enfatizar sobre las prácticas más innovadoras de la contemporaneidad. Como ya planteé anteriormente, aquí parto del presupuesto de que el término documental es insuficiente para agrupar la heterogeneidad y creatividad de trabajos que se están produciendo en la actualidad, los cuales se salen de cualquier límite establecido. Hoy se habla de términos más generales como el mencionado cine de no ficción, el cual aunque tampoco sería el más apropiado (como cualquier clasificación) si puede abarcar las zonas fronterizas que ya rebasarían la tradicional y consolidada denominación de documental. Igualmente para hablar del fenómeno contemporáneo de la no ficción, autores como Weinrichter (siguiendo a Renov y otros), usan el término de “Postvérité” para enfatizar una tradición que continúa, pero con trascendentales rupturas ocurridas básicamente a partir de mediados de los años ochenta, cuando empezó a cesar la primacía del cine observacional. Para Weinrichter (2005:105), en lo que concierne al cine de no ficción, lo “post” no sugiere un final sino un comienzo: “Ajeno a la ‘crisis de representación’ del llamado post-cine o partiendo de esa crisis para tomar impulso, este cine de no ficción plantea algunas de las cuestiones más productivas – y alumbra otras aún no planteadas – del panorama audiovisual actual”. El cine de no ficción “posverité” amplía y difumina sus propias fronteras dislocando finalmente las arraigadas centralidades ubicadas tanto en el modelo clásico como en el modernista, especialmente en el Direct Cinema (o mal llamado Cinéma Vérité norteamericano predominante durante tanto tiempo), que llevaron al positivismo y a la objetividad a sus máximas consecuencias. “El cinema verité no fue solo ‘arte’. Fue arte enmascarado como objetividad – Una muy inteligente ilusión. Así, las películas postverité, como un prestidigitador, revelan la ilusión” (Sherman, 27). Aunque la tendencia observacional surge en los años 60 como una alternativa al documental tradicional, periodístico, estilizado y manipulado que imperaba en su momento, se convirtió rápidamente en la forma institucionalizada de hacer documentales, perdiendo ya en los setenta buena parte de su carácter innovador y revolucionario. Paradójicamente, según Macdonald y Cousins (1996:250-251), “el movimiento cinematográfico que parecía liderar el iconoclasismo y la libertad se volvió uno de los más codificados y puritanos (…) Como frecuentemente ocurre, lo que empezó como una revolución, ha terminado como una elección estilística”. Su cada vez más restrictivo confinamiento al medio televisivo y a la reiteración abrumadora de recursos y esquemas, unido a que las nuevas generaciones de cineastas observacionales disminuían su interés, según Barsam (1992) , “en la identificación de abusos sociales o en la experimentación cinematográfica que una década antes condujo al cine directo”, hace que buena parte de las producciones de la época parezca “blanda”, llevando al vérité a chocar con sus propios límites. Según Sherman ( 24), desde principios de los setenta, con películas como Woodstock (USA, 1970) y Gimme Shelter (USA, 1970) se anuncia una ruptura con el vérité de los años 60, a la vez que se marca un cierre de década tanto desde lo temático (el gran evento y el lado oscuro respectivamente de la contracultura norteamericana), como desde lo estilístico. Apartándose de ciertas convenciones del cine observacional predominante, Gimme Shelter hace un uso de flashbacks que confunden lo que es “real”, al tiempo que Woodstock rompe con la cámara y edición observacional al combinar multipantallas, ediciones sonoras y cortes rítmicos, junto con entrevistas que cada vez ocupaban un rol principal. A finales de los setenta algunos cineastas, influidos por las vanguardias artísticas y la nueva realidad socio-cultural empiezan a desviarse del Vérité, o por lo menos de la manera como los “viejos maestros” lo practicaban. Una película paradigmática por sus primeras rupturas con el modelo es Harlan County (USA, 1976), documental de Barbara Kopple sobre una huelga minera, que ganó un Oscar y gran difusión teatral. Su uso de entrevistas y estructura dramática quebraba con las “reglas” que Leacock y otros documentalistas del cine directo habían instituido. Estilísticamente este documental es cinema Vérité, pero subjetivo en sus elecciones fotográficas y de edición. (Sherman, 24) Renov (…) coincide en identificar a los setenta como el comienzo del “Postvérité”, aunque al contrario de Barsam, en vez de considerar el alejamiento del vérité como la señal de un retroceso hacia formas más blandas y tradicionales, lo ve como algo liberador. Para él, muchas de las películas que rompen con la disciplina del Vérité en los setenta son una anticipación de la variedad de películas que traerán luego los ochenta y los noventa, que afirman la subjetividad de sus temas, y especialmente las formas autobiográficas que rescatan la propia subjetividad del realizador, en contraposición al espíritu no intervencionista y objetivo predominante. “(…) virtualmente” concluye Bruzzi ese análisis, “toda la historia Postvérité del cine de no ficción puede ser vista como una reacción contra su ethos de transparencia y observación no manipulada (2000:6).” “desde finales de los años ochenta, bajo ambas presiones externas y la inevitable reacción contra la ortodoxia estilística, nuevos métodos de edición han estado influyendo los documentales de televisión, tales como cortes de edición más rápidos, más extravagante uso de la música, alteración de los colores de los fondos durante las entrevistas, disposición para emplear reconstrucciones y actuaciones, y una estructura narrativa más flexible, juguetona, interpretativa y experimental” (Liosos,2003:36). Los documentalistas han dado un giro, desde una adherencia automática a las austeridades del estilo observacional hacia una libertad expresiva mayor. Según el antropólogo visual Peter Liosos, el realismo observacional se ve, por lo menos en el momento, en problemas. “Yo propongo que lo que estamos viendo es una reacción en varios niveles (jóvenes cineastas, productores, audiencias jóvenes) contra ambas; la predictibilidad del observacionismo naturalista y el “estilo plano” realista” (Liosos,2003:36). El paradigmático documentalista Errol Morris, afirma que el Vérité infligió un retraso de por lo menos dos décadas al cine documental, opinión compartida actualmente por muchos realizadores comprometidos con un nuevo tipo de cine de no ficción. No obstante, aunque en general el cine de no ficción contemporáneo se presente como opuesto del Cine Observacional o Vérité, este contraste no lo es tanto. Muchas veces se trata sólo de una oposición meramente discursiva la cual precisa contrastes para sustentar sus argumentaciones. El cine de no ficción contemporáneo ha confrontado irónicamente, ha reciclado y ha hibridado diversas técnicas, considerando más provechoso y exacto entender estas prácticas como una expansión, como una transformación desde adentro. Las películas del Vérité afirman la subjetividad no menos que los nuevos modelos propuestos argumenta Thomson (2005). No es sino ver las películas de los más populares documentalistas contemporáneos como Nick Broonfield o Michael Moore, para darse cuenta que a su interior la influencia Vérité es enorme. Lo que si se puede observar es que, a pesar de que muchos de los dispositivos del Vérité se retoman, la sensibilidad y las finalidades se han modificado generando nuevas retóricas. Como en el nuevo periodismo, las películas Postvérité tienen una perspectiva desenfadadamente subjetiva que no duda en asumir, ironizar o autoreflexionar sobre sus propias construcciones discursivas. El cine de no ficción contemporáneo se presenta como una forma de representación que tiene especial afinidad con el espíritu de época contemporáneo y todas sus contradicciones, siendo éste último el recipiente de un cambio fundamental hacia modos más fracturados y vacilantes de conocimiento, que a su vez están directamente vinculados con la necesidad de representar discursivamente los sujetos más intangibles e inestables del actual contexto humano. En una era de proliferación de los más diversos y contradictorios discursos sobre la realidad, el cine de no ficción contemporáneo se erige como uno de los modos más interesantes y novedosos de representación. Reinventa y cuestiona su propia tradición al poner en evidencia su intervención sobre la realidad, así como su construcción discursiva, la cual tiende a eliminar las formas de la narrativa lineal -como otras disciplinas artísticas y sociales contemporáneas ya lo han hecho-, decantándose por una superposición de narrativas y una sarcástica incredulidad para con la supuesta autenticidad de las representaciones realistas transparentes. “Es un cine que no se preocupa por crear un modelo, ilusionista o no, de objetividad; un cine que se presenta como algo construido, haciendo énfasis en los protocolos previos (la negociación con el sujeto) que tanto determinan el resultado final de la empresa (…)” (Weinrichter, 2005:61). Para Weinrichter (2005:11-12), el cine de no ficción contemporáneo es un cine que parece heredar la vocación reflexiva del cine de la modernidad (y también del más olvidado cine experimental) y que incorpora algunas de sus estrategias. Pero en la era posmoderna actual es un cine que habla del mundo desde una perspectiva personalizada, involucrando al espectador con una inteligencia pensante, guiándolo por un discurso reflexivo, asociativo y fecundo que el autor compara con los géneros ensayísticos y de opinión, empujando así los límites que le marcaba su propia tradición, emitiendo de rechazo una crítica de la misma y generando un corpus rico y variado que va por delante de la historización. Es un cine que siembra y cosecha nuevas formas donde se entrecruzan elementos reales con estrategias propias del cine dramatizado, la observación con la intervención, la reexaltación de los elementos expresivos o la deriva hacia lo ensayístico, derribando una a una las barreras que lo separaban de las conquistas del cine de ficción o del experimental. De esta manera, el nuevo cine de no ficción va más allá de los límites de las conocidas y cambiantes categorías propuestas por Nichols para los modos de representación documental. En efecto, además de las películas expositivas, observacionales, participativas, reflexivas, y las adicionadas más recientemente: las poéticas y performativas, formas como el cine ensayo, los falsos documentales, el documental de montaje, el de metraje encontrado, la etnografía experimental, la dramatización documental o el documental en primera persona, se plantean como alternativas de un renovado cine de no ficción, cambiante y amorfo, que no se deja encasillar. Desde una mirada retrospectiva se pueden ver vías descartadas, otras que encuentran continuidad en actitudes y formatos diferentes en la era postdocumental. Los cineastas de no ficción contemporáneos han encontrado formas alternas tanto para expresar sus posiciones frente a los cambios en su entorno social, como para saciar la necesidad de plasmar su identidad personal, sexual o racial. La corriente principal de este cine se ve enriquecida para Weinrichter por un nuevo interés en explorar el conocimiento detentado por el sujeto performativo a uno u otro lado de la cámara indistintamente. Se superan así los límites del debate histórico sobre la evidencialidad, sobre la relación de la película con el referente, relación que se ha traducido por un binomio cargado de tensión entre veracidad y punto de vista. Y se invalidan de paso los formatos que intentan ocultar la subjetividad, como el cine directo norteamericano y su concepto de “fly on the wall” que alude al presunto no intervencionismo de la cámara. “títulos recientes mezclan sin pudor material factual con un punto de vista personal, elementos narrativos ficcionales, reflexiones argumentativas y manipulación retórica de material de archivo. Se vuelve a la exposición, el primero de los modos históricos caracterizados por Nichols, pero ahora aparece claramente subjetivizada: existe una gran diferencia entre la “voz de dios” del antiguo comentario expositivo y la variada gama de modulación con respecto a su material que exhibe la voz en el cine contemporáneo de no ficción (…). Abandonada la pretensión de establecer una relación no mediada con el referente, se produce una actitud lo más opuesta posible a la “mosca en la pared” del cine directo, que podríamos llamar la del documentalista “moscón en el plano”. Cineastas como Ross McElwee, Nick Broomfield, Lourdes Portillo, Albertina Carri o Michael Moore aparecen de forma clara – y constante- como la presencia (y/o la voz) que mueve los acontecimientos; y abundan las películas que ponen en primer término las relaciones, contratos y sobornos, en fin, los diversos protocolos que vinculan a cineasta y sujeto” (Weinrichter,2005:85). En la misma línea, Bruzzi (2000:6) argumenta que el cine de no ficción contemporáneo ha intentado estructurar nuevas articulaciones de “verdades documentales complejas” y autenticidad, “surgiendo de un insuperable compromiso entre el sujeto y la grabación, que sugiere en cambio que esta misma unión entre realidad y cineasta es el corazón de cualquier documental”. El reconocimiento de que los “documentales son actos performativos cuya verdad surge solo al momento de filmar” (Bruzzi, 2000:7) le otorga al documental la libertad de explorar diferentes técnicas en un intento por demostrar que la verdad representada en una película se vuelve más creíble y auténtica si pone en evidencia el hecho de su propia filmación. Ya que busca producir verdades sin las constricciones de la objetividad, la autenticidad documental parece estar enmarcada por el reconocimiento de su subjetividad, parcialidad y artificialidad. Mientras las principales corrientes de la tradición documental hasta los años setenta confiaban en el poder del documental para transmitir la verdad sobre el mundo real, en las últimas décadas los cineastas dudan de su poder mimético. Toman conciencia de que el cine de no ficción no es más que un espejo de la realidad y se dedican a construir discursos que abordan el “efecto real” -la característica retórica más importante del documental- de una forma auto-consciente y crítica. La retórica realista se asume entonces como una “pose de realidad”, como una construcción discursiva, una intervención en la realidad, que acerca al documental a otros géneros antes considerados opuestos. En una época considerada como “el fin de la historia”, en la cual prácticamente todo se ha ensayado y la innovación Per se no tiene el mismo valor supremo que tenía en la modernidad, el reciclaje y el pastiche se convierten en dispositivos de primer orden en el arte contemporáneo, alimentándose de las diferentes tradiciones que han desfilado por su historia. De la misma forma el cine de no ficción contemporáneo vira hacia su pasado. Desde una mirada retrospectiva se pueden ver vías descartadas, otras que encuentran continuidad en actitudes y formatos diferentes en la era postdocumental. Además de la mencionada tradición observacional, de la que tanto provecho ha sacado, el documental retoma otros dispositivos que ya se ven más complementarios que opuestos, como el uso inteligente de una voz en off vacilante y la libertad del documental francés de los 50, la auto-reflexividad e interactividad experimentadas en el cine etnográfico a partir de los años 60 y en el video comunitario de los 70, las reconstrucciones y el uso de la ficción de los modelos clásicos, los estilos argumentativos y asociativos de los documentales propagandísticos de los 30 y 40, y sobretodo la subjetividad y creatividad de la vanguardia histórica de los años 20/30, la cual logró un grado de auto-expresión y experimentación raramente visto hasta el advenimiento de la segunda vanguardia de los 60/70. El cine contemporáneo disecciona, retoma, hibrida y recicla todos estos movimientos y estrategias retóricas para configurar el variado panorama actual de lo que se ha llamado el cine de no ficción Postvérité. Así el género documental pasa a ser considerado como un nuevo espacio de pantalla complejo, donde confluyen elementos discursivos característicos del cine de ficción, del cine experimental y de las diversas vertientes documentales, rompiendo sus esquemas. Todo apunta a una nueva retórica en el cine de no ficción Postvérité que podría ser más exacta y apropiada para la representación contemporánea, la cual incentiva más a hacerse preguntas, a dudar, a pensar, a ver la realidad desde múltiples perspectivas que a persuadir sobre la veracidad de su representación, como tradicionalmente lo habían hecho el documental clásico y moderno. “En un mundo complejo como el que vivimos, el documental pareciera haber dejado de ofrecer en la superficie lisa del espejo el retrato social, histórico o personal, y muestra los ariscados filos de una realidad que ya no puede representarse sino pensando y recuperando la materialidad de las propias imágenes, las fracturas entre el mundo y el sujeto que éstas permiten explorar, las representaciones fragmentadas o laberínticas, alambicadas, que nos obligan a mirar de una manera diferente aquello que nos rodea” (Ortega,2007). Ortega (2007:155), en referencia al cine de no ficción norteamericano contemporáneo, enuncia algunos rasgos “postmodernos” como una estética del fracaso, la idea del film en proceso, el realizador como sujeto inestable y anti héroe, la autorepresentación irónica, la hibridación de modos de representación, entre otros, pero reconoce que en lo contemporáneo coinciden tanto prácticas innovadoras como clásicas. El cambio de paradigma en la tradición del cine de no ficción no puede entenderse como un fenómeno generalizado a todo el cine y al video documental. Nunca antes en la historia del cine habían convivido tantas formas de no ficción. La proliferación de canales de televisión temáticos, sitios Web, bibliografía y festivales especializados en documentales, los cambios tecnológicos que democratizan el acceso a la producción y a la distribución de películas, y el interés de productores y distribuidores que ha generado en las últimas dos décadas un boom comercial en las salas de cine de todo el mundo, hacen posible que en un mismo tiempo y espacio cohabiten las tradiciones más clásicas del cine de no ficción, con las propuestas más contemporáneas e innovadoras. De esta forma, se puede encontrar en la oferta televisiva o cinematográfica una enorme profusión de elementos retóricos usados en el pasado como la tradicional “Voz de Dios” y la evolución de unos personajes a través de una clásica curva dramática; formas participativas y periodísticas donde las “cabezas parlantes” llevan el peso del discurso; el seguimiento “no intrusivo” de acciones o la contraposición metafórica de imágenes y sonidos, con formas contemporáneas vacilantes, intimistas, performativas o autoreflexivas. Actualmente es mejor entonces hablar de cines de no ficción contemporáneos que de un solo tipo de cine, ya que éste es un amplio territorio con diversos recorridos que muchas veces tienen trazados paralelos, pero otras pueden ser inclusive opuestos. El discurso documental y su contexto comercial ha dado respuestas muy diferentes al nuevo marco socio-político y audiovisual existente, así como a los retos que la ya larga tradición documental presenta, sin embargo, como afirma Ortega (2007:16) poseen también convergencias, mojones comunes que vienen en variadas ocasiones de tradiciones cinematográficas y audiovisuales diferentes. Existen ciertas constantes formales, temáticas, retóricas que se pueden identificar en muchos documentales actuales, los cuales se inscriben en un contexto determinado y es precisamente ello lo que se estudiará más a fondo en los siguientes apartados. Extraído de: COCK, Alejandro (2006), Retórica en el documental: propuesta para el análisis de los principales elementos retóricos del cine de no-ficción [Trabajo de investigación] Bellaterra: Universitat Autònoma de Barcelona.