DE VUELTA DE TIERRA SANTA Peregrinar es una de las muchas formas de adentrase hacia lo eterno. Existen muchas veredas y cada uno escoge la suya. Desde Hna de la Caridad, hasta Cartujo, pasando por la de peregrino. En la basílica monástica de Vezelay, hay unas imágenes genéricas de santidad moderna, entre otras, la de peregrino. A lo largo de la historia han destacado muchas personas que han seguido este camino. Cada uno es cada uno y tiene sus canaunadas, dijo aquel. Por más que se les llame peregrinaciones a las que se anuncian, me atrevo a afirmar que son viajes religiosos. Y decirlo no es minusvalorarlas, muy al contrario. Ir a Tierra Santa es acudir al estudio del “quinto evangelio”, esta expresión es aceptada por el Papa en su reciente Exhortación apostólica (nº89). Durante la visita que hace muy pocos días he efectuado, he oído a algún compañero decir: deberían los cristianos estar obligados a, por lo menos una vez, visitar estos lugares. La mayor parte del paisaje del Israel bíblico, no tiene atractivos. Difícilmente se goza de un folclore o gastronomía propios, si es que los tiene. El valor del viaje está en que, a partir de él, se comprende mejor el mensaje revelado. Es algo así como ver una película muda y en blanco y negro u observarla en color y sonido dolby. En el camino hacia el sacerdocio, se nos exige estudiar más de un curso de Sagrada Escritura. Es evidente su necesidad para nosotros, que debemos predicarla, pero, paralelamente, actualmente, también los seglares deben conocerla. No es suficiente hoy la fe del carbonero, que decía tener Louis Pasteur, el eminente químico, biólogo y descubridor de la primera vacuna de bacterias debilitadas. Conviene muy mucho, complementar la lectura del texto inspirado, con la visita de los lugares a los que se hace referencia. Y que no se me hable del precio, que contesto de inmediato, que se sume y compare lo gastado cada año en restaurantes, cafeterías, espectáculos y vacaciones. Lo que sí es importante es elegir bien la agencia de viajes que lo organice. Mi primer viaje en 1972, nos lo preparamos nosotros, tres sacerdotes, partiendo de gente conocida en Jerusalén, habiendo estudiado un montón de guías, dedicándole a la visita 21 días y gozando de bastante espíritu aventurero. Quien se nos parezca y pueda, que nos imite, pero no es esta la osadía del común de los mortales. Vuelvo de un viaje al que fui invitado gentilmente por una agencia. Creo más correcto hoy no citar su nombre, no piense el lector que me tornado agente de ventas. Especializada en viajes a Tierra Santa, la empresaria y su staff son competentes. Ni son principiantes, ni aficionados, ni un organismo mastodóntico. Posee la gracia del trabajo artesano y Mónica, la titular, es una encantadora mujer-proyectos. Añado más. Tengo pánico a los “guías judíos, respetuosos con la Fe cristiana” y muy seguros de lo que afirman. Ronit, la guía, desde su base universitaria y sus afirmadas creencias judías, es una competente acompañante, versadísima en lo que debe dar a conocer al cristiano, elogiando sus valores, sin renunciar a su identidad religiosa, raro y elogioso proceder. En algún momento, y aquí reconozco su valer, acepta con sinceridad que un detalle o una interpretación, no son seguras o que algún minúsculo detalle, le es desconocido. He dicho que no haría propaganda pública de la empresa, pero no me avergüenza hablar bien y explícitamente de unas personas y lo hago pensando en el discurso del arcángel Rafael, al final del libro de Tobias. Padre Pedrojosé Ynaraja