GUÍA No. 10 SEGUNDA SEMANA: EJERCICIO DEL LLAMAMIENTO DEL REY II. LA PERSONA DE CRISTO Y SU LLAMADA REFLEXIONES PREVIAS ¿Se mantiene viva en ti la experiencia entrañable de la misericordia de Dios nuestro Señor frente a tu pecado y frente el pecado del mundo, fruto de la primera Semana? ¿Tu mirada a Jesús puesto en cruz sigue suscitando en ti el anhelo de corresponderle amor por amor? ¿Percibes en el fondo de tu corazón, de tus deseos más decisivos, el rumor de esa llamada irresistible a ser plenamente humano y a que el mundo llegue a ser un mundo para todos? ¿Estás dispuesto a recorrer todos los caminos por donde te conduzca el Espíritu que te mueve interiormente? FIN QUE SE PRETENDE En esta segunda parte del ejercicio aplicamos la parábola del rey temporal (o la parábola de mi vida) directamente a la persona de Cristo nuestro Señor. El ejercicio tiene un “con mayor razón” que nos remite a una realidad imponderable: «si tal vocación consideramos del rey temporal a sus súbditos, cuánto es cosa más digna de consideración ver a Cristo nuestro Señor, Rey eterno, y delante dél todo el universo mundo, al cual y a cada uno en particular llama…» (EE 95). La oración se convierte en una contemplación programática de todo lo que va a seguir y nos ofrece una síntesis de la vida y misión de Jesús que va a ser contemplada paso a paso en las Semanas siguientes. Viene a ser también la explicitación cristológica del Principio y Fundamento. Expresa lo que allí estaba apenas implícito, al proponer ahora para nuestra contemplación a un Jesús que busca la gloria del Padre, sirviendo a su proyecto de vida para el hombre -para toda persona humana-, en total acatamiento y reverencia a la unción del Espíritu. Un Jesús que concretiza e historiza el proyecto de Dios sobre el hombre presentado en el Principio y Fundamento. Y tú entras de lleno también, con tu existencia pecadora pero salvada y objeto de un llamamiento amoroso. Tú, con tu historia, tus disposiciones presentes, tus limitaciones, sueños y proyectos. Vas a ser convidado a una primera opción radical: entregarte a Jesús, el Señor, para trabajar con él y como él en la misión. Esta opción se irá puntualizando y concretando muy personalmente durante la segunda Semana de Ejercicios, a través de la contemplación de los misterios de la vida de Jesús, hasta alcanzar su clarificación en la elección. Se perfeccionará luego en la confirmación, durante las contemplaciones de la pasión, muerte, resurrección del Señor. Tus deseos más hondos van a ser evangelizados en el encuentro con la persona del Rey eterno que fija su mirada en ti y te llama. Esta convocación no es un sobreañadido a la vocación bautismal con la que fuiste consagrado y que reafirmaste con tus votos para vivir y morir en la Compañía de Jesús, como «servidor de la misión de Cristo». Pero sentirás 2 fuertemente la experiencia de Jesús que «está a la puerta y llama»; te convida a reavivar tu generosidad y a clarificar tus parábolas, sueños y utopías. Es como lo que escribe el profeta Oseas: «Yo la voy a enamorar; la llevaré al desierto y le hablaré al corazón…allí me responderá como en su juventud, como en el día que salió de Egipto» (Os 2, 14 -15 [1617]). Convendrá hacerte seriamente la pregunta: ¿quién es Jesús para mí en este momento? ¿Qué tan cerca experimento su presencia y su familiaridad? ¿En qué grado percibo que me acompaña a lo largo de todos mis caminos? ¿O estoy tan cegado, como los discípulos de Emaús, que no puedo reconocerlo (Lc 24, 15-16)? GRACIA QUE SE QUIERE ALCANZAR La misma de la primera parte del ejercicio: «que no sea sordo a su llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su santísima voluntad» (EE 91,4). Pero aquí insistiré en pedir la gracia de ser captado y polarizado por la persona de Jesús y su llamamiento, de sentir que Jesús me quiere y me llama nuevamente. La gracia de vibrar por el Reino y su justicia, hasta el punto de que me haga salir de mis parábolas y movilice todas mis energías, pasiones, deseos y aspiraciones para dar una respuesta con lo mejor de mí mismo. La gracia de un amor capaz de hacerme libre -indiferente-, frente a mi propia sensualidad y mi amor carnal y mundano. Durante toda la semana se podrán variar los aspectos de la petición, pero buscando siempre lo que quiero: una fascinación por la persona del Rey y un deseo de seguirlo en el trabajo y en la pena, conformando mis sentimientos con los suyos. Petición semejante a la de San Pablo para los cristianos de Filipos: «pido en mi oración que su amor siga creciendo más y más todavía, y que Dios les de sabiduría y entendimiento para que sepan escoger siempre lo mejor. Así podrán vivir una vida limpia y podrán avanzar hasta el día en que Cristo vuelva; pues ustedes presentarán una abundante cosecha de buenas acciones gracias a Jesucristo, para honra y gloria de Dios» (Flp 1, 9-11). TEXTO IGNACIANO Esta segunda parte del ejercicio tiene tres puntos: en el primero contemplamos la persona de Jesús, su llamamiento, y el estilo de su misión; en el segundo y tercero, las dos formas de respuesta (EE. 95-98). Pero esta semana nos concentraremos solo en el primer punto (EE 95). Antes de comenzar recordemos que para colocarnos ante la persona de Jesús y su llamamiento, San Ignacio propone una composición viendo el lugar. Es decir, nos componemos, nos ubicamos, nos hacemos presentes a la contemplación, para que ésta no 3 sea un recuerdo de algo lejano en la historia, sino la experiencia de un misterio que se nos hace nuevamente presente. La composición sugerida aquí consiste en ver con la vista imaginativa sinagogas, villas y castillos por donde Cristo nuestro Señor predicaba. Lo de los “castillos”, opinan algunos, es probablemente una referencia a los edificados en tiempo de las cruzadas que San Ignacio vio durante su permanencia en Tierra Santa. Tenemos aquí un detalle de cuán vivenciales quería el santo que fueran nuestras contemplaciones de la vida de Jesús. El y sus compañeros se habían propuesto revivir en el siglo XVI la comunidad misionera de Jesús con sus apóstoles, yendo a Jerusalén y conformando su modo de proceder con el del colegio apostólico. De la parábola pasamos, pues, a contemplar la vida del Rey eternal. El ejercicio nos hace visualizar y sensibilizar la realidad con todos nuestros sentidos. La vida de Jesús es contemplada en clave misionera. Cristo nuestro Señor es el Ungido, el enviado por el Padre para realizar un encargo. En la misma clave de misión serán contemplados en adelante todos los misterios de su vida. Los diversos resúmenes del ministerio de Jesús que encontramos en los evangelios sinópticos vienen muy a propósito en estos momentos: «Al anochecer, cuando ya se había puesto el sol, llevaron todos los enfermos y endemoniados a Jesús, y el pueblo entero se reunió a la puerta. Jesús sanó de toda clase de enfermedades a mucha gente, y expulsó a muchos demonios…de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar solitario. Simón y sus compañeros fueron en busca de Jesús, y cuando lo encontraron le dijeron: “todos te están buscando”. Pero él les contestó: “vamos a los otros lugares cercanos; también allí debo anunciar el mensaje, porque para esto he salido”. Así que Jesús andaba por toda Galilea, anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios».1 «Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba toda clase de enfermedades y dolencias. Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Dijo entonces a sus discípulos: ciertamente la cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos. Por eso, pidan ustedes al Dueño de la cosecha que mande trabajadores a recogerla»2 (9, 35-38). El modo ignaciano de contemplar marca una diferencia con otras contemplaciones de la persona de Cristo que terminan en la unión mística o matrimonio espiritual. La espiritualidad que brota de los Ejercicios es apostólica, de servicio, y conduce a la unión con Dios en la acción. Contempla un Jesús dinámico que realiza el Proyecto del Padre e invita a trabajar con él: «mi Padre siempre ha trabajado y yo también trabajo» (Jn 5, 17). La contemplación nos prepara para poder en todo amar y servir. El «¿qué debo hacer por Cristo » continuará interpelando al ejercitante hasta la elección, como interpeló a Ignacio a lo largo de todos sus años de “peregrino” desde Loyola hasta Roma. La llamada de Jesús «es una llamada singular, cuyo alcance dejaba perplejos sobre todo a sus discípulos más cercanos, porque no veían claramente a dónde los llevaba 1 2 Mc 1, 32-39; ver también Lc 4, 40-44. Mt 9, 35-38. 4 Jesús; presentían confusamente hasta qué punto les hacía salir fuera de los caminos trillados, pero sin decirles, sin embargo, cuál era el camino que cada uno personalmente tenía que tomar y seguir adelante»3. Algo semejante escribió Nadal sobre Ignacio: «Durante el tiempo que estuvo en París no solo prosiguió el estudio de las letras, juntamente encaminó su corazón hacia donde lo conducía el Espíritu y la vocación divina, a la institución de una orden religiosa; aunque con singular humildad seguía al Espíritu, no se le adelantaba. Y así era conducido con suavidad adonde no sabía, porque ni pensaba entonces en la fundación de una orden; y, sin embargo, poco a poco se abría camino hacia allá, y lo iba recorriendo, sabiamente ignorante, con su corazón sencillamente puesto en Cristo»4. Este es el tipo de llamado que escuchamos en el ejercicio del Rey y ante el cual decidimos la respuesta que queremos dar. El Cristo de las contemplaciones ignacianas es, por una parte, el Jesús histórico, el de Nazaret, que vive, sufre y muere integrado muy concretamente en el contexto en que vive el pueblo judío con su problemática real, que espera un Mesías liberador del poder romano en un mundo en el que la imagen de Dios ha sido distorsionada y manipulada. Jesús va a realizar su vida sumergiéndose totalmente en esa historia para proclamar en ella la cercanía de Dios y su señorío como amor-misericordia que da vida. Pero es al mismo tiempo el Cristo resucitado, eterno Señor de todas las cosas, sentado a la derecha del Padre. «Porque Cristo tiene que reinar hasta que todos sus enemigos estén puestos debajo de sus pies; y el último enemigo que será derrotado es la muerte. Porque Dios lo ha sometido todo bajo los pies de Cristo. Pero cuando dice que todo le ha quedado sometido, es claro que esto no incluye a Dios mismo, ya que es él quien le sometió todas las cosas. Y cuando todo haya quedado sometido a Cristo, entonces Cristo mismo, que es el Hijo, se someterá a Dios, que es quien sometió a él todas las cosas. Así, Dios será todo en todo» (l Co 15, 25-28). A esta luz debemos contemplar al Rey eterno, que tiene delante el universo mundo, y llama a todos y a cada uno en particular para «conquistar todo el mundo y todos los enemigos», y así «entrar en la gloria del Padre» (EE 95). El Reino es la cercanía del Padre, Dios de la Vida y de la liberación, Dios de los pobres y de los pequeños, Amor-misericordia, que se conmueve en sus entrañas al ver la opresión y escuchar el clamor de su pueblo y que baja a liberarlo (cf Ex 3, 7-8). El Reino que el Padre quiere es una comunión de hombres y mujeres que reproduzcan los rasgos de su Hijo, el primogénito, para formar una inmensa familia de hermanos. Su gran símbolo es el banquete, donde todos reconciliados, se sientan a la mesa del Padre común para compartir solidariamente el pan y el vino de la creación. Es un momento adecuado para reflexionar en nuestra vocación de «servidores de la misión de Cristo», a la luz de los decretos de las últimas Congregaciones Generales (cf 3 4 LÉGAUT, MARCEL, Creer en la Iglesia del futuro. Sal Terrae, 1985, p.63. Nadal V, Commentarii de Instituto S.I., Dialogus II, pp. 625-626; Diálogos, n.17, FN II, p.252. 5 CG 34, d. 2). La misión es servicio de la fe y promoción de la justicia en diálogo con las religiones y culturas del mundo contemporáneo; opción por los pobres y por los jóvenes, promoción de la dignidad de la persona humana. Y una reflexión ineludible: el Reino se anuncia y se construye en medio del conflicto. Jesús llama a trabajar con él y a «seguirlo en la pena». Está plenamente consagrado a su misión y es consciente de que tiene que realizarla en el choque con los poderes que rechazan su mensaje, y con la indiferencia y la incomprensión aun de los discípulos más cercanos que no acaban de deshacerse de sus parábolas de un seguimiento sin cruz, de un reino de poder y de honor, de un Mesías que debe ser servido en lugar de estar en medio de ellos como el que sirve. «A medida que Jesús iba siendo más él mismo a lo largo de su camino, tanto más necesaria se hacía una profundización humana de calidad excepcional para poder unirse a él y seguirle. Sus oyentes tenían que dominar el ruido de las controversias, tenían que zafarse de las pasiones que ellas desencadenaban, y, gracias a su presencia, a través de su decir y de su hacer, reconocer su autoridad soberana. Poco a poco, a medida que se multiplicaban los anatemas que lo condenaban y las amenazas que ponían su vida en peligro, fue abandonado por la mayoría. Al final quedó prácticamente sólo»5. Jesús formula, pues, un llamamiento a seguirlo en la pena. Ese es el estilo para trabajar con él y como él. La misión se realiza en pobreza, en oprobios, en descalificación y amenazas de muerte y puede llegar para el discípulo la exigencia de dar la vida como su Maestro. El Jesús pobre y humilde, lleno de oprobios, objeto del amor apasionado de Ignacio y de los primeros compañeros, es la “parábola verdadera” propuesta a sus seguidores: su vida amenazada y finalmente eliminada nos interpela, nos cuestiona, nos estimula, para poder hacer nuestra propia vida semejante a la suya: «el que dice que está unido a Dios, debe vivir como vivió Jesucristo» (1 Jn 2, 6). Quien quiere responder al llamamiento de Jesús ha de estar dispuesto a aceptar las consecuencias de seguir a un Mesías que padece: «¿Acaso no tenía que sufrir el Mesías estas cosas antes de ser glorificado?» (Lc 24, 26). FUENTES DE ORACIÓN PARA LA SEMANA Textos bíblicos Resúmenes de la actividad de Jesús en: Mc 1, 32-39; 3, 7-12 y 6, 53-56; Lc 4, 31-44; Mt 8, 16-17; 9, 35-38 y 14, 34-36 Lc 4, 16-29: Jesús proclama su misión en la sinagoga de Nazaret Mt 9, 9-13: vocación de Mateo Jn 1, 35-51: primeros seguidores llamados por Jesús Mc 10, 17-31; Mt 19, 16-30; Lc l8, l8-30: el joven rico 1 Co 15, 19-28: su reinado dura hasta que ponga a sus enemigos a sus pies 5 MARCEL LÉGAUT, Creer en la Iglesia del futuro, p. 62. 6 Textos de la Compañía Es tiempo muy propicio para una lectura espiritual, como podría ser: Documento del Padre Arrupe: «Arraigados y cimentados en la caridad», 6/2/81, en La Iglesia de hoy y del futuro. Mensajero-Sal Terrae, 1982, pp.727-765; y en Información S.J., n.72, marzo-abril 1981, pp.38-65 Séptima parte de las Constituciones (603-654) y de las Normas complementarias (245-310), sobre las misiones del Cuerpo de la Compañía CG 34, d.2: Servidores de la misión de Cristo.