EPISTEMOLOGÍA La dialéctica en el Sofista Antes del apartado 6.1. Eros como símbolo del conocimiento humano de la página 50, y como complemento a la exposición de la República, una breve referencia a la dialéctica en el Sofista. En este diálogo, Platón introduce algunas precisiones terminológicas: Dialéctica ascendente: synagogé. Dialéctica descendente: diaíresis. Trabazón o entretejimiento de Ideas: symploké: Afirma que no basta con elevarse (synagogé) hasta la Idea suprema (en este caso, la Idea de Ser), sino que es preciso descender (diaíresis) estableciendo niveles en la jerarquía de las Ideas e investigando cómo se articulan y qué relaciones guardan entre sí (symploké), en vistas a hacer inteligible la predicación de un juicio. Esto último es importante. La ciencia (episteme) es conocimiento verdadero; la verdad se expresa a través del juicio; el juicio verdadero es aquel en el que el predicado conviene al sujeto. Por tanto, hay que saber de qué modo se articulan las Ideas para discernir que juicios son verdaderos y cuáles falsos: existe symploké entre las Ideas de Hombre y de Razón, por lo que el juicio “Los hombres son racionales” es verdadero (el predicado conviene al sujeto); no hay symploké entre las Ideas de Error y Belleza, por lo que el juicio “El error es bello” es falso (el predicado no conviene al sujeto). ANTROPOLOGÍA Pruebas de la inmortalidad del alma racional en el Fedón (aclaración y desarrollo del apartado de los apuntes de Miguel Ángel donde se trata esta cuestión) En el Fedón se proponen cuatro argumentos: 1. Origen de los contrarios: Todas las cosas que tienen contrario, en él precisamente tienen su origen (lo mayor procede de lo que antes era menor; lo fuerte, de lo débil; e inversamente). Entre cada par de contrarios hay, por consiguiente, dos generaciones que van de cada uno de ellos a su contrario (el aumento produce lo mayor de lo menor; la disminución, lo menor de lo mayor). En consecuencia, si de lo que vive se produce lo que está muerto, de lo que está muerto habrá de producirse por necesidad lo que vive. Y si el tránsito de la vida a la muerte se llama “morir”, el de la muerte a la vida será denominado “revivir”. De ahí que las almas de los muertos necesariamente existan en alguna parte de donde vuelan a la vida. 2. Reminiscencia: Se recupera la doctrina de la anámnesis del Menón. Si el conocimiento no es más que el recuerdo de cosas ya sabidas en tiempos (las Ideas), es necesario que el alma haya aprendido previamente las cosas que ahora recuerda unida a esta figura humana. Para ello, debió existir en alguna parte con anterioridad a su unión con el cuerpo (esta cuestión volverá a aparecer en el Fedro, en el contexto del mito del carro alado). La objeción que cabe hacer a este argumento es que solo “prueba” la preexistencia del ama, pero no su postexistencia. No obstante, puede combinarse, a tales efectos, con el argumento anterior. 3. Indisolubilidad de lo simple: ¿Qué cosas son susceptibles de disolverse? Evidentemente, aquellas que por naturaleza son compuestas, dado que sus elementos pueden disgregarse de la misma manera que se compusieron. Ahora bien: lo que siempre se encuentra en un mismo estado, sin estar sometido a cambios (las Ideas), es lo simple. Las cosas, sometidas a constante devenir, son compuestas. El alma, afín a las Ideas, es, como ellas, simple y, por tanto, indisoluble. 4. Incompatibilidad de las Ideas de Alma y Muerte: Si se pregunta: ¿Qué debe producirse en un cuerpo para que tenga vida?, se contestará que un alma, puesto que el alma es 1 principio de vida. De esta manera, vemos que la Idea de Vida se identifica con la de Alma. Ahora bien: la Idea de Vida tiene un contrario, que es la Idea de Muerte. Luego el alma no admite en sí el contrario de la vida, siendo, por tanto, inmortal. ÉTICA La virtud como sabiduría (complemento del apartado correspondiente de la p. 51) Siguiendo la senda del intelectualismo moral de su maestro Sócrates, Platón considera que la felicidad -la vida buena, plena- (en griego, eudaimonía) depende esencialmente de la virtud -perfección, excelencia- (en griego, areté) y, ésta, de la sabiduría o prudencia, porque “conocer el bien equivale a ser bueno”. Así las cosas, ¿reserva Platón algún lugar a la búsqueda de los placeres en el proyecto de una vida feliz? Esta cuestión es abordada por él en el Filebo, diálogo de su última etapa. Las ideas hedonistas del cirenaico Filebo, personaje que da nombre al diálogo, y la opinión mayoritaria (“…la masa estima que los placeres son lo más importante para nuestro bien vivir…”), suponen que el placer es algo bueno para todos los seres vivos, y que una vida de disfrute, placer y gozo es buena y preferible a una de prudencia. Frente a esto, la postura de Sócrates trata de mostrar que es más noble y mejor una vida de prudencia que una de placer. Ahora bien, Platón apuesta por salvar determinados placeres que son coordinables con la vida prudente. De entre estos, considera que deben preferirse los placeres puros (exentos de dolor), producidos por el alma sola. Pero, como tenue concesión al hedonismo cirenaico, admite también que ciertos placeres del cuerpo pueden ser perseguidos, siempre que sea con mesura y moderación. La buena vida ética resultará, pues, del establecimiento de una buena vida mixta, compuesta de los placeres selectos y de la prudencia, que debe actuar siempre como guía. La mezcla idónea vendrá ponderada por la Idea de Bien. POLÍTICA La República: ciclo de las formas de gobierno degeneradas Los libros VIII y IX de la República analizan los distintos tipos de gobiernos injustos y su dinámica interna, que los lleva a una degeneración progresiva: de la timocracia a la oligarquía, de ésta a la demagogia (democracia degenerada) y de ésta a la tiranía, para volver al comienzo del ciclo, con la imposición de la fuerza de las armas (timocracia), etc. ¿Por qué prácticamente todos los gobiernos son injustos? Cuando en lugar de gobernar los filósofos gobiernan otros guiados no por el conocimiento (alma racional), sino por el alma irascible o el alma apetitiva, surgen los gobiernos injustos. Gobierno justo: la monarquía o la aristocracia, como gobierno de los filósofos. Gobiernos injustos: timocracia, oligarquía, democracia (demagogia), tiranía. El único gobierno justo es la monarquía o la aristocracia (en el sentido de gobierno de “los mejores”; en Platón, gobierno de los filósofos). Si el saber es sustituido por la fuerza, por el thymos, por el alma irascible o las pasiones (aunque sean nobles), tenemos la timocracia o el gobierno de los guerreros (de los generales). Son la clase social mejor preparada para gobernar después de los filósofos, pero suponen ya una desviación del gobierno justo. Los excesos en el gobierno de los generales (sobre todo por el apetito insaciable de honores y prebendas) empujarán a la clase de los productores más rica a coaligarse entre ellos e introducir la oligarquía. Tenemos ya al Estado gobernado por el alma más baja, la apetitiva. Los excesos de este gobierno de ricos, fundamentalmente la desmesurada ambición y la búsqueda del beneficio particular, llevará a las clases medias y a las más pobres de ciudadanos a tomar el poder: tenemos la democracia. Esta democracia es, en manos de Platón, inmediatamente interpretada como demagogia, porque supone el gobierno de la mayoría de la ciudadanía pero 2 regida, no por el saber, sino por las artimañas de quienes tienen capacidad de manipular a las masas (los demagogos) y por métodos como el sorteo de los cargos, aparentemente neutros, pero que en realidad muestran la arbitrariedad en que se vive. Sigue gobernando aquí el alma apetitiva y sigue incrementándose el desorden. En este estado de cosas surge un alma apetitiva sin escrúpulos, el tirano, y se hace con las riendas del poder aprovechando el estado de confusión. La tiranía es el peor y más sanguinario de los gobiernos, porque está gobernado por las más bajas pasiones del alma apetitiva. El Político Platón intentó aplicar sus ideas políticas a la práctica, muy particularmente, según sabemos, en la corte de Dionisio de Siracusa, pero en todas las ocasiones su intento resultó fallido. En sus obras de vejez, escarmentado de las insuficiencias con las que chocaba en la realidad, remodela su teoría del Estado y de la Justicia formulada en la República. En el Político se plantea si en la sociedad de los hombres existen abejas reinas como en las colmenas. Concluye que los gobernantes en la sociedad humana no nacen naturalmente (por physis), como entre las abejas y, en consecuencia, el gobierno diseñado en torno a la figura del sabio filósofo se abandona. El individuo perfecto, el gobernante “dialéctico”, no es producto del “enjambre humano”: no hay posibilidad de un rey filósofo, es solo un ideal. Y puesto que no hay “ciencia política”, hay que acogerse a la segunda mejor solución: las leyes estarán por encima de cualquier voluntad particular, evitando, sobre todo, que la tendencia al surgimiento de la tiranía se haga realidad. Las Leyes Las Leyes es una obra que escribe en sus últimos años de vida; se trata del más largo de todos los diálogos, compuesto de doce libros. En él, entra en detalles minuciosos, partiendo de que se está sólo edificando “en teoría una ciudad, de la que imaginaremos somos los primeros fundadores”. No abandona del todo el utopismo de la República pero sí se constata que aquí tiene la intención de establecer un modelo político directamente basado en lo que de hecho se daba en la sociedad de su tiempo. Se trata, por tanto, de un planteamiento más “realista”. Se interesa por el emplazamiento de la ciudad, por el número de sus ciudadanos (fundamentalmente agricultores), por las máximas distancias económicas entre las clases sociales, por la distribución de las tierras y por el modo de elegir las magistraturas. Subyace, ya no el comunismo, pero sí cierto afán de igualitarismo. Se reintroduce la propiedad privada y la familia para todas las clases sociales. Se preocupa también de diseñar el funcionamiento de la familia (el matrimonio obligatorio, la necesidad de la procreación) y la importancia de la educación de la juventud; también planifica las fiestas y juegos, el trato que merecen los criminales y la salvaguarda de la piedad religiosa. En lo que se refiere a su ideal sobre la justicia, en las Leyes insiste en la línea de rectificación iniciada en el Político y propone una situación mixta: monárquico-aristocrática y democrática. No hay ya un gobernante filósofo y, además, se renuncia a aquel orden estricto de armonía “geométrica” entre las partes del alma y las del Estado. Habrá algo de monárquicoaristocrático y algo de democrático: Los gobernantes detentan el poder, pero no van a ser la instancia superior del Estado, sino las leyes, a las que deben sujetarse. El poder será ejercido por 37 guardianes de la ley elegidos por los ciudadanos. Introduce, pues, además del criterio aristocrático (gobierno de guardianes que han de ser sabios), características democráticas esenciales: el voto y la representación universal. 3