LOS CUCHILLOS LARGOS El crimen político es una táctica utilizada en todos los tiempos, como queda ampliamente probado por la muerte de Abel en manos de su hermano Caín y por el número infinito de asesinatos que registran los anales que nos han conservado las historias de los regimenes que imperaron durante siglos en Roma y Bizancio. En nuestros días hemos tenido nuevas versiones del crimen cainita a cargo de dos dictadores como Stalin y Hitler. Lenin, en la carta que escribió el 24 de diciembre de 1922, dispuso que a su muerte pasara el poder a manos de seis de sus fieles colaboradores: Trotski, Stalin, Zinóviev, Kámenev, Bujarin y Piatakov. De los seis, fueron desapareciendo por muerte violenta cinco de ellos: de 1936 a 1938, condenados a muerte y ejecutados, Zinóviev, Kámenev, Bujarin y Piatakov; el último -Trotski- que se había refugiado en México, fue asesinado en 1940 por un agente enviado por Stalin. Haber suprimido violentamente a cinco «camaradas» constituyen méritos suficientes para competir con el propio Caín. En el caso de Hitler se observa que su desprecio por las vidas humanas carece realmente de límites. Antes de la invasión de Polonia por Alemania, en septiembre de 1939, que desencadenó la segunda guerra mundial, apareció un libro en Paris con el título Entretiens avec Hitler, firmado por Hermann Rauschning, un ex nazi importante por haber sido presidente del Senado de Danzig, causa principal de la disputa que Hitler sostenía con Varsovia. En boca del Führer ponía su antiguo subordinado el siguiente razonamiento: Tendremos que crear una técnica de la despoblación. Por este término entiendo la liquidación de grupos enteros -hablo de grupos étnicos- y estoy dispuesto a realizar esta obra de exterminio, pues ella constituye una de mis tareas. La naturaleza es cruel; pues nosotros tenemos igualmente el derecho de ser crueles. Si yo tengo el derecho de enviar la flor del pueblo alemán al infierno de la guerra, sin detenerme ante el sacrificio de una sangre infinitamente más preciosa, evidentemente también tengo el derecho de exterminar unos millones de individuos que pertenecen a una raza inferior y que se reproducen como los gusanos. La teoría que Hitler exponía a su antiguo subordinado, se aplicó sin piedad alguna cuando la Wehrmacht operó en el Este. El 8 de septiembre de 1941, y con la firma del general Reinecke, se dio la orden siguiente sobre el trato que se debía dar a los prisioneros de guerra rusos: «El soldado bolchevique ha perdido todo derecho a ser tratado como un adversario honorable de acuerdo con la Convención de Ginebra.» Varios generales alemanes no estuvieron de acuerdo con la mencionada orden y protestaron. El almirante Canaris, al enterarse de lo que sucedía, formuló por escrito su protesta al mariscal Keitel, que oficialmente ostentaba el cargo de jefe del O.K.W. (Mando supremo del Ejército), y este le contestó textualmente: «Las objeciones planteadas corresponden a un concepto militar de guerra caballeresca. Aquí se trata de una destrucción de ideología. Por lo tanto, apruebo y apoyo las medidas.» Si su teoría sobre la superioridad racial del pueblo alemán -la Herrenvolk- hacía que Hitler despreciara a los pueblos que carecían de sangre aria en sus venas, no puede decirse lo mismo cuando acudía al crimen político para resolver una cuestión que no podía o no quería negociar. Sus numerosas víctimas no sólo fueron en su mayoría de raza germana, sino que algunos de ellos pertenecieron al círculo íntimo de sus colaboradores. El caso más extraordinario fue la ejecución del capitán Ernst Röhm, jefe de las milicias SA que formaban el brazo armado del partido nacionalsocialista; su ejecución, el 20 de junio de 1934, seguida por una matanza que recuerda la matanza de San Bartolomé de Francia (ordenada por el rey Carlos IX, a instigación de su madre Catalina de Médicis, realizada el 23 de agosto de 1572, para acabar con los protestantes), horrorizó a la opinión mundial y fue recordada como la Noche de los cuchillos largos. Röhm, considerado la segunda figura dentro de la jerarquía nazi después de Hitler, exigió que las camisas pardas encuadradas en las milicias de la SA recibieran el mismo trato que las fuerzas armadas que formaban la Reichswehr. Los generales rechazaron esta demanda y la crisis estalló cuando el jefe de la Reichswehr, el general Von Fritsch, colocó a todas sus tropas, el 25 de junio, en estado de alarma. El 30 detuvo Hitler a Röhm, que se había reunido en Bad Wiesse con los jefes de la SA, y se procedió a una ejecución general. La matanza estuvo a cargo de miembros de la SS que, en número de 800, fueron transportados desde Munich en camiones de la Reichswehr. Hitler ordenó que se dejara un revolver en la habitación en que quedó encerrado Röhm, pero éste lo rechazó diciendo: «Si tengo que ser ejecutado, que lo haga el propio Hitler.» Entonces unos oficiales de la SS dispararon contra él. Hitler no tuvo bastante con la matanza de los SA que se habían rebelado; aprovechó la oportunidad para deshacerse de varios de sus adversarios. En la lista figuraba el teniente general Kurt von Schleicher, oficial de Estado Mayor en el cuartel general de Hindenburg durante la primera guerra mundial, quien después de haber desempeñado la cartera de Defensa, fue canciller desde fines de 1932 hasta el nombramiento de Hitler, el 29 de enero de 1933. La ascensión final de éste tal vez no se hubiera producido de haber cuajado el plan de Schleicher. Este negocio con Gregor Strasser, un nazi que participó en el putsch hitleriano de 1923 y fue lugarteniente del Führer, un plan para salvar la República de Weimar; el mismo incluía una alianza con los sindicatos y la división de las fuerzas del nacionalsocialismo. El general y el nazi fueron ejecutados el mismo 30 de junio, sin ser sometidos a proceso alguno. La esposa de Schleicher también murió, así como su antiguo ayudante el general Von Bredow. En este ajuste de cuentas también encontró la muerte Gustav von Kahr, ministro de Baviera cuando el putsch de Munich. El vicecanciller Franz von Papen, que tanto influyó para que el presidente Hindenburg aceptara el nombramiento de Hitler para canciller, salvó la vida gracias a la protección que le prestaron los generales. El 17 de junio, y en Marburg, se pronunció contra Röhm y pidió que se acabara con la propaganda nazi sobre la necesidad de acometer una segunda revolución. Su discurso no apareció en la prensa y si bien los asesinos no pudieron actuar por la intervención de la Reichswehr, sus secretarios íntimos y consejeros Von Bose y Edgar Jung cayeron asesinados. Esta gran matanza por razones políticas horrorizó a todo el mundo. Se aguardó, naturalmente, a saber cuál sería la reacción del pueblo alemán y la explicación que daría Hitler. Este habló ante el Reichstag y lanzó dos afirmaciones: «Yo era responsable del destino de Alemania y, por lo tanto, su juez supremo (Oberster Gerichhtsherr)»; y añadió: «Todos deben saber para el futuro que quien levante la mano contra el Estado, seguro que será castigado con la muerte.» Los diputados aplaudieron y ninguna voz se levantó para criticar el concepto de la justicia que tenía el Führer. El presidente Hindenburg, que contaba 87 años de edad y pronto fallecería, se limitó a decir que la historia se escribe con sangre, ya que no podía aceptar los planes de Röhm destinados a formar un «Ejercito Popular» que tal vez un día se enfrentaría con la tradicional Reichswehr. Tres semanas después de la «Noche de los cuchillos largos», protagonizaron los nazis austriacos otro sensacional golpe en Viena, cuando intentaron apoderarse del gobierno y proclamar el Anschluss, la unión de Austria con Alemania. Pero el golpe falló en esta ocasión. El 25 de julio, 154 nazis con uniformes del ejército federal se apoderaron del edificio de la cancillería, la Ballplatz, y Engelbert Dollfuss fue asesinado por el ex suboficial Planetta; inmediatamente anunciaron por la radio que se había formado un gobierno encabezado por el nazi Rintelen. Pero la estructura estatal resistió y Mussolini concentró en la frontera del Brennero varias divisiones para defender la independencia de Austria. EI putsch de Viena fracasó, pero Hitler no abandonó su inclinación al empleo de la violencia en la lucha política. En 1937, el 5 de noviembre, reunió al diplomático Von Neurath, al general Blomberg y a los jefes de los varios departamentos de la Wehrmacht para declararles que resolvería por la violencia la expansión alemana hacia Austria y Checoslovaquia. Fijó tres casos: 1.°, Alemania tenía para obrar hasta 1943-1945, porque las condiciones favorables para el Reich podrían modificarse; 2.°, Francia, a causa de sus conflictos sociales, se verá tan perjudicada que disminuirá su fuerza para enfrentarse a Alemania, y 3.°, Francia, si se ve complicada en una guerra con otro Estado (existía entonces la guerra civil española), entonces nada podrá hacer contra Alemania. Los generales germanos no se entusiasmaron ante la explosión del espíritu bélico del Führer y el jefe del Estado Mayor, general Ludwig Beck, redactó un memorándum exponiendo los peligros que ofrecería el empleo de la violencia en la política internacional. También figuraban entonces los economistas alemanes, que contaban con las simpatías de Goering, con la tesis de que el desarrollo de la técnica alemana permitiría en un futuro próximo ir controlando sucesivamente la economía de varios países europeos. Pero Hitler no se apartó de su idea fija favorable al empleo de la violencia y si bien se apuntó unos grandes triunfos con la integración de Austria al Reich nazi y la victoria de Munich, en septiembre de 1938, arrancando a Londres y Paris la región de los Sudetes que formaba parte de Checoslovaquia, su intemperancia bélica le empujó a ocupar Checoslovaquia y a lanzarse sobre Polonia, en septiembre de 1939; con ello precipitó a la humanidad a la segunda guerra mundial, que dejó un terrible balance de más de cuarenta millones de seres humanos sacrificados a la intemperancia y al olvido de todo sentimiento de piedad. Y como término de este apartado sobre uno de los aspectos del carácter de Adolfo Hitler no queda otro camino que meditar bien a que extremos, que supera a todo lo que nos describió Dante del Infierno, puede llegar un hombre con poder total cuando se olvida de la ética y se lanza a la práctica de la intolerancia y el terror.