1 IGLESIA Y DEMOCRACIA EN LA ARGENTINA DE LOS ’60 Y LOS ‘90 Objetivo General: Analizar la relación de la Iglesia Argentina con el sistema democrático comparando las décadas del ’60 y ’90. Objetivo específico: Focalizaremos sobre los hechos o acontecimientos históricos, por ejemplo, cambio en la relación con el gobierno según sea democrático o militar. Analizaremos las ideas animadoras de los hechos históricos (debate educación laica o libre; discusión sobre el pensamiento de la Iglesia en la reforma constitucional de 1994). Asimismo se estudiará la legislación resultante de los debates en curso. Se identificarán las consecuencias históricas de la relación Iglesia-Estado como resultado de los procesos antedichos. Hipótesis: La cuestión democrática no aparece en la agenda pública de la Iglesia durante la década del ’60; a contrario sensu, lo hace fuertemente durante los ’90. Por lo cual podemos afirmar que en el caso que nos ocupa, la Iglesia se planteó la cuestión democrática como consecuencia de los procesos vividos en el país. Metodología: Cualitativa; se recurrirá al estudio de caso de tipo explicativo, y además se realizarán entrevistas a informantes clave; asimismo se analizarán los documentos eclesiales representativos de ambas décadas. 2 I. Análisis de los principales rasgos en la relación Iglesia-democracia antecedentes a la década del ’60. Es fundamental tener presente los antecedentes en el horizonte del Magisterio universal, sobre la valoración y propuesta del sistema de gobierno democrático, que se remontan a un famoso “Radiomensaje” del Papa Pío XII en la Navidad de 1944, que lleva por título: “El problema de la democracia”. El contexto histórico en que el Papa, en ejercicio de su magisterio universal, propone de modo valorativo el sistema democrático de gobierno, es el de la segunda guerra mundial. Ante el escenario de la catástrofe bélica que se abatió sobre tantos pueblos y por un tiempo muy prolongado, dice el Papa: “Dispuestos así los ánimos, ¿causará, tal vez, sorpresa el que la tendencia democrática se apodere de los pueblos y obtenga doquier la aprobación y el consentimiento de quienes aspiran a colaborar más eficazmente en los destinos de los individuos y de la sociedad?”1. El radiomensaje se detiene en un cuidadoso examen propositivo sobre el problema de la democracia, “a fin de examinar las normas según las cuales habrá de regularse, para que se pueda llamar verdadera y sana democracia”. Es clara la posición del Pontífice en cuanto a admitir distintas formas de democracia posibles, que pueden realizarse tanto en las monarquías como en las repúblicas. En todo caso, el Papa considera que “el centro de gravedad de una democracia normalmente constituida” radica en el poder legislativo, en cuanto sus miembros detentan la representación del pueblo. De allí la consecuencia grave y obligada de la selección de sus miembros en base a sus idoneidades éticas y profesionales. El radiomensaje navideño de 1944 – aún cuando Pío XII mantiene la posición del magisterio pontificio precedente acerca del no rechazo en principio, por parte de la Iglesia, de ninguna forma de gobierno – supone un avance decidido en la doctrina política por su encendida apuesta a favor de la democracia. En efecto, el magisterio pontificio precedente nunca llegó a establecer, con la claridad que lo hace Pío XII en este radiomensaje, las exigencias básicas de todo régimen político y la consiguiente exclusión de los sistemas totalitarios; y esta clarificación se deduce del criterio fundamental que constituye para el Papa, la concepción cristiana de la persona, del hombre, que “como tal, ... lejos de ser el objeto y un elemento pasivo de la vida social, es, por lo contrario, y debe ser y permanecer, su sujeto, su fundamento y su fin”2. ¿Porqué hacemos hincapié en este antecedente del magisterio universal? Porque resalta el fuerte contraste con el silencio y la no consideración contemporánea a dicha indicación del magisterio pontificio, por parte de los Obispos de la Argentina acerca de la bondad del sistema democrático de gobierno. Recién cuarenta años después casi, el Episcopado argentino tratará explícitamente y con valoración positiva, el sistema 1 2 Radiomensaje de S.S. Pío XII, Diciembre de 1944, n° 5 Idem. 3 democrático3 habiéndose sucedido en nuestro país, desde el radiomensaje pontificio hasta el documento argentino apenas mencionado, una larga serie de gobiernos de facto. El golpe militar del 4 de junio de 1943, la Iglesia argentina lo recibió (como por lo demás se repetirá en 1966) con gran beneplácito4. En la década del ’40 “las ideas predominantes en la estructura ideológica de la I glesia católica, incluyendo a la totalidad del Episcopado, eran las de un integrismo que proponía la catolización de la sociedad a través de la identidad de la Iglesia y el Estado. La religión no podía quedar recluida en el espacio privado de las conciencias sino que, a través de los aparatos del Estado tanto coercitivos como generadores de consenso, tenía que transformarse en la base de todo el orden social” 5. De suyo, la formación sacerdotal impartida en el Seminario de Buenos Aires en torno a los años 36 y siguientes, tenía como modelo prevalente el integrismo franquista; se era muy dependiente de España como talante o espíritu religioso y eclesial6. La idea de la separación Iglesia-Estado tardó mucho en arraigar en la Iglesia argentina7. “El Episcopado , después de la revolución franquista, era integrista; es un mundo integrista. Los pensadores del momento: Meinvielle, Castellani, con las revistas que publicaban, eran integristas en el sentido amplio; y el Concilio provocó que se cerraran aún más en sus concepciones” 8. Un antecedente relevante resultan los “Cursos de cultura católica” que desde 1922 reunieron a un grupo de jóvenes profesionales cuyo objetivo era “rearmar la inteligencia católica, crear un espacio propio y de ese modo irrumpir en la vida nacional” 9. Los cursos se proponen no solamente combatir los errores del modernismo y el “demoliberalismo” que dañan la sociedad argentina, sino también “combatir y denunciar los errores al interior del catolicismo”. En torno a estos cursos gravitaron figuras que tuvieron influencia en el catolicismo local y algunos de ellos en los escenarios políticos de los años subsiguientes. Sin duda la figura más destacada por la influencia de su personalidad y pensamiento fue la del Padre Julio Meinvielle. Para Meinvielle, a la degradación que acarrean por igual el liberalismo – con el sistema capitalista en particular – y el marxismo, se debía oponer un modelo de sociedad inspirado en el medioevo, que buscara restaurar el “orden natural”. En su concepción, el orden natural reclama la existencia de diversos órdenes jerarquizados según la dignidad de sus funciones y consecuentemente subordinados: orden sacerdotal, orden político, orden militar. A esta concepción se une la consideración de que la función política debía ser aristocrática; el gobierno de los “virtuosos”. Esta cosmovisión animada por Meinvielle y el influyente grupo de los cursos de cultura católica, sería determinante del posicionamiento y actuación de los católicos que influyeron en la política de las décadas siguientes. Si se aspiraba a una sociedad “ordenada” según 3 CEA, Iglesia y Comunidad Nacional, Mayo 1981. Justo es añadir, para tener una visión equilibrada de la realidad social argentina con ocasión del golpe de 1943, que “salvo los sectores que están [en ese momento] en el gobierno, el resto de partidos, grupos e instituciones saludan la presencia militar”, MALLIMACI, F., «El catolicismo argentino», 312. 5 BIANCHI, S., Catolicismo y Peronismo, 41. 6 Cfr. Entrevista a Lucio Gera, 22/IV/2002. 7 Así por ejemplo, la Pastoral Colectiva del Episcopado del 16 de Noviembre de 1945 recordando a los feligreses la obligación de no votar por partidos que auspiciaran la ley de divorcio y la separación del Estado y la Iglesia. 8 Entrevista a Lucio Gera. 9 MALLIMACI, F., «El catolicismo argentino», 261. 4 4 “jerarquías virtuosas”, en contraposición al liberalismo identificado con el sistema democrático de gobierno, no es de extrañar que el modelo de sociedad alentado por estos ámbitos del catolicismo argentino fuera entusiasta de los gobiernos cívico-militares que dominaron la escena nacional varias veces en las décadas sucesivas. En este sentido merece citarse la reflexión que al respecto hace Mallimaci: “He aquí uno de los temas centrales para nuestra comprensión del catolicismo en los últimos cincuenta años de historia argentina. ¿De dónde provendrá esa aristocracia virtuosa subordinada al sacerdote? ¿Cuáles serán esas personas, grupos, instituciones no contaminadas, listas a servir a hombres y mujeres de su país sin interesarles lucros ni avaricias personales? En un Estado de formación reciente con una sociedad en plena transformación, donde la inmigración extranjera es un dato cotidiano y la migración interna comienza a ‘rodear’ las grandes c iudades, fruto del proceso de urbanización creciente, donde no existe consolidada una ‘aristocracia conservadora católica’, donde los ‘nuevos ricos’ profesan su adhesión a valores liberales o ‘mundanos’, ¿cómo encontrar a ‘hombres acostumbrados a la organi zación jerárquica del hombre... donde se comprenda que un orden normal de vida es un orden esencialmente jerárquico?’. Este tipo de matriz de pensamiento católico, que se va expandiendo por el movimiento católico tratará de hacerse hegemónica, para desde ahí ganar el conjunto del cuerpo social. Esto llevará irremediablemente a la búsqueda de esos ‘virtuosos’ amantes de las jerarquías y del orden. Virtuosos a su vez desencantados también de partidos políticos, de fraudes, corrupciones, democracias, luchas sociales... Un sector del catolicismo integral profundizará con el correr del tiempo en esta línea de pensamiento y de acción encontrando al interior de las Fuerzas Armadas las condiciones y el ambiente propicio para recrear el ‘movimiento de reascención que necesita la patria’” 10. Retengamos esos dos rasgos que determinan el pensamiento católico argentino mucho más allá de la década del ’40: el “integrismo”11 y su consecuente objetivo de la unión-identidad Iglesia-Estado. El modelo de sociedad entrevisto y buscado era el de una nueva cristiandad. Frente a una ideología integrista-católica no podía considerarse el sistema democrático, nacido en la fragua de la ideología “de las luces”, como bueno y digno de ser sostenido. Al contrario, la suspensión de la democracia, con la consecuente disolución de los partidos políticos decretada en diciembre de 1943 fue recibida por la Iglesia con particular entusiasmo, como se refleja en la nota de la revista Criterio12 de enero de 1944: 10 MALLIMACI, F., «El catolicismo argentino», 268-269. Integrismo se aplica al catolicismo que considera que “en materia de compromiso temporal, el cristianismo tiene un contenido absolutamente determinante, que debe imponer al hombre sus formas en todos los campos. Para el integrismo, en la medida en que no existen varias morales humanas válidas, tampoco existen varias fórmulas posibles de vida en sociedad acordes con la justicia, el orden y la verdad. La única posible es la que deduce rigurosamente su orden del catolicismo, no por inspiración sino por emanación. Para el integrismo la doctrina social cristiana contiene en sí el modelo de la sociedad ideal [...] El integrismo puede considerarse como una forma de desconfianza hacia el sujeto y una inclinación a poner el acento en la determinación de las cosas a través de la autoridad [...] Por lo tanto, concibe la verdad de un modo rígido y esquemático, como un enunciado que debe imponerse, por una parte, y recibirse acríticamente, por la otra”, Antonio Quagliani, “Integrismo (o) integralismo”, en: N. Bobbio y N. Matteucci, Diccionario de Política, México, Siglo XXI, 1981, Vol. A-J, 853854. Mons. Lucio Gera en la entrevista que nos concediera prefiere, a hablar de “integrismo”, dada la amplitud del término, decir simplemente: “La Iglesia argentina aparecía siempre pegada a los gobiernos”. 12 Téngase presente la importancia de la revista Criterio, la cual se consideraba como aquella que establecía una estrecha vinculación orgánico-institucional entre la conducción superior de la Iglesia (Jerarquía: Papa, Episcopado) y los cuadros intermedios (clero y organizaciones laicales de evangelización), llegando su acción 11 5 “La medida tomada por el Poder Ejecu tivo [de la disolución de los partidos políticos] no puede ser considerada ni por un momento como atentatoria a la democracia, según lo han expresado ya, bajo cuerda, mentes obtusas o interesadas. Todo lo contrario, nada salvaguarda ni purifica más a la democracia, como limpiarla de todo lo antidemocrático que contenga. [...] Todo esto en la hipótesis de que la democracia fuera la única forma de gobierno aceptable, lo que es muy discutible [...] Lo interesante es que se haya terminado con un sistema de corruptelas, fraudes, venalidades que arruinaba al país y desacreditaba a los gobernantes. Más aún, la disolución de nuestros partidos políticos no ha sido sino un acto de policía como son actos de policía cerrar las casas de juego, perseguir criminales y evitar robos” 13. Como se puede observar, resultaba “muy discutible” en la opinión de un sector “pensante” de los católicos, que se expresaba a través de la revista Criterio, la excelencia de la democracia como forma de gobierno. La revista Criterio conoció distintas orientaciones dentro de una cierta continuidad de pensamiento. Recordemos, como antecedente significativo para nuestra investigación, que desde mediados de 1929 hasta mediados de 1932 la revista fue dirigida por Enrique Oses; pues bien, “es en est a época cuando periódicamente aparecen las críticas mordaces del padre J. Meinvielle contra la democracia y el sufragio universal, formando una tradición de pensamiento muy anclada en el catolicismo argentino que identifica liberalismo con democracia y a ésta con partidos políticos y corrupción” 14. Sin duda resulta relevante la realización del Congreso Eucarístico Internacional de 1934. De alguna manera la Iglesia católica argentina manifiesta con dicho acontecimiento – que recibió una concurrencia masiva – su nuevo modo de presencia en la sociedad y consecuentemente la proyección de nuevos roles a desempeñar en la misma: el catolicismo con inserción social, el catolicismo “en toda la vida” – y no ya recluido a la vida privada o del culto – se cuela en la nueva matriz del movimiento integralista. Ahora bien, entre las consecuencias socio-políticas del Congreso Eucarístico, merece destacarse que a partir de ese momento los partidos políticos y las organizaciones sociales tomaron conciencia que en adelante la institución eclesiástica debía ser tenida en cuenta en sus proyectos políticos: “El Presidente, General Agustín Justo, huérfano de sostén popular, comienza con la práctica que luego se hará común, primero en gobiernos cívico-militares y luego en cualquier tipo de gobierno: la búsqueda de la legitimidad católica. En octubre de 1934 el país es consagrado al Corazón de Jesús, las banderas argentina y vaticana comienzan a ondear juntas en las ceremonias públicas; obispos, generales y funcionarios públicos comparten el mismo palco” 15. inclusive a sectores de fieles no encuadrados específicamente en asociaciones de apostolado más o menos dependientes de la jerarquía; Cfr., Carlos Chiesa y Enrique Sosa, Iglesia y Justicialismo, 1943-1955, Cuadernos de Iglesia y Sociedad, Buenos Aires, Centro de Investigación y Orientación Social, 1983, 129. 13 «Políticos y Politiquerías», Criterio 827, 6 de enero de 1944, 9 [el resaltado es mío]. 14 MALLIMACI, F., «El catolicismo argentino», 277. 15 MALLIMACI, F., «El catolicismo argentino», 286. 6 Como contrapartida, el movimiento católico animado por la utopía de “Restaurar todo en Cristo”, empieza a considerar como viable la posibilidad de alcanzar el poder y el control del Estado sin pasar por la mediación de los partidos políticos. Se va completando así el perfil de un “catolicismo integral”, como lo llama Mallimaci. Se trata de “un tipo de catolicismo ‘en toda la vida’, que hace suyo el planteo de lucha contra el liberalismo, el comunismo, la democracia, de tercer vía, ‘conciliando transitoriamente’ como hemos visto en este momento histórico, con los regímenes fascistas. Este catolicismo será llamado por algunos autores ‘nacionalismo católico’, por otros ‘integristas’. Para nosotros se trata de una de las vertientes del catolicismo integral que busca ‘conciliar preventivamente’ con los regímenes autoritarios y violentos, especialmente a partir de una concepción dogmática, elitista, sectaria y de relación privilegiada con las FFAA pero sin desvincularse de la institución eclesial” 16. La Iglesia argentina – episcopado, clero y laicado en general – no estaba entusiasmada con el retorno a la democracia en los años previos a 1960 por una cuestión de índole ideológica. Opina el Dr. Centeno17 que había en efecto, un gran temor al comunismo, a la anarquía. A lo sumo se concebía una suerte de “tolerancia” respecto del sistema democrático. La jerarquía eclesiástica abrigaba una gran desconfianza hacia los partidos políticos; por eso temía no ya promover sino tan sólo hablar de democracia, por los posibles equívocos que la palabra pudiera conllevar. Se temía una confusión con la “unión democrática”, con el discurso de los radicales e incluso el de los comunistas. Esto sumado al hipnotismo que suscitó Perón en los primeros años de sus gestiones sobre los hombres de Iglesia. Pero no sólo la jerarquía episcopal tenía este exceso de temor acerca de la promoción de la democracia – continúa el Dr. Centeno. También en el laicado de los años inmediatamente previos a la década del ’60 prevalec ía una fuerte connotación nacionalista. Había gente brillante, nos dice nuestro informante clave, pero venían de esa vertiente ideológica. El Congreso eucarístico de 1934 representó la avanzada del nacionalismo que luego se inclinó a favor de Perón y a favor de Franco contra el comunismo. “El laicado de esos años era de mentalidad integrista, con excepciones”, reflexiona Centeno. Luego los laicos de cuño nacionalista van virando hacia un pensamiento más democrático en muchos casos, sobre todo al exasperarse el enfrentamiento entre Perón y la Iglesia; tal el caso, por ejemplo, de Mario Amadeo, según nuestro informante clave. Hay que tener en cuenta la particular situación que se venía viviendo en la sociedad argentina, para comprender esta desconfianza hacia la democracia. La democracia formal venía siendo burlada y lo sería más aún con la proscripción del peronismo a partir de la revolución de 195518. Así, la democracia no aparecía ni era considerada como un valor, porque se pensaba que las democracias meramente formales podían ser muy anticiudadanas. La unión-identidad Iglesia-Estado, tuvo una de sus primeras realizaciones en el decreto que establecía la enseñanza religiosa en todas las escuelas públicas del país, del 31 de diciembre de 1943. En efecto, entre las causas de la revolución del ’43, la Iglesia apuntaba la decadencia moral y la irreligiosidad, males que veía vinculados a la escuela laica. Asimismo la gestión de Gustavo Martínez Zuviría como Ministro de Instrucción Pública, desde el 14 de octubre de ese mismo año (gobierno militar de Ramírez), marcó el cambio que 16 MALLIMACI, F., «El catolicismo argentino», 306. [el resaltado es nuestro]. Entrevista al Dr. Ángel Centeno, 28/V/02. 18 A juicio de Lucio Gera, con motivo de la proscripción “lastimaron la demo cracia: nadie creía en ella”. 17 7 consideraba necesario la Iglesia para la mayor compenetración del Estado y la sociedad con los objetivos eclesiásticos, que perseguían la confesionalización de la educación19. Paralelamente con esta matriz integrista preponderante en el catolicismo de entonces, existían desde mediados de la década del ’30, en los “márgenes” del cristianismo argentino, algunos grupos que se autodenominaban católicos “democráticos”, que inspirándose en el pensamiento del filósofo Jacques Maritain, aceptaban la existencia de dos sociedades, Iglesia y Estado, con fines propios y distintos. La consideración de la autonomía de lo temporal los llevaba a apoyar las formas de la democracia política, el sistema de partidos y la vigencia de la Constitución. Estos grupos de católicos democráticos siempre fueron una minoría y se mantuvieron en los “márgenes” de la escena pública tanto política como eclesial 20. Sin duda Perón, candidato a la presidencia, procuró conquistarse a la Iglesia católica para sus fines de apoyo electoral; y en buena medida lo consiguió21. La primera época del gobierno de Perón fue calurosamente acompañada por la Iglesia. Así por ejemplo, la ley 13.047 conocida como “El Estatuto del Docente Privado” , promulgada en septiembre de 1947 expresaba una antigua reivindicación de los docentes de establecimientos particulares: la estabilidad en sus cargos. Además otorgó subsidios estatales a los institutos educacionales privados para el pago de salarios a los docentes. “Esto marcaba el comienzo de un cambio de estrategia: la Iglesia católica no debía en lo sucesivo luchar por un espacio dentro de la educación oficial para impartir sus enseñanzas, sino que contaba con la base principal de su estructura ideológica, los colegios católicos, subvencionada por el Estado. A pesar de que esta ley resultó mucho menos controvertida y publicitada que la de enseñanza religiosa, tuvo efectos a mayor largo plazo [...] Por el apoyo financiero estatal a las escuelas católicas privadas, esta ley puede ser considerada uno de los logros más importantes de la Iglesia católica” 22. A medida que se fue enrareciendo la relación entre Perón y la Iglesia, que desembocó en los enfrentamientos abiertos de aquél con ésta en todos los campos hasta la revolución militar de septiembre de 1955, algunos sectores del catolicismo evolucionaron hacia la adopción de los principios de la democracia como sistema de gobierno23. Asimismo en el momento en que la crisis con el peronismo se volcó al campo mismo de la religión, se sentía la necesidad de reformular cuál debía ser la relación entre la Iglesia y el Estado24. 19 “Gustavo Martínez Zuviría fue uno de los hombres más representativos del integrismo católico en la Argentina”, BIANCHI, S., Catolicismo y peronismo, 19. 20 Órgano de expresión de estos católicos democráticos, fue la revista “ Orden Cristiano”, desde donde se hacía una abierta defensa de la democracia. Cfr., MALLIMACI, F., «El catolicismo argentino», 306-307. 21 “Cuando viene Perón, encuentra un episcopado sensible que lo aprueba, porque él atiende la problemática social, y los obispos se preocupaban más de la temática social posiblemente por un cierto “realismo” de lo que se vivía en el país. (...) a partir de la década del ’50 empiezan los golpes; ahí empieza el cambio de situación. Comienza a declinar la problemática social hacia la política o a incorporarse ésta a aquélla en el mundo argentino: el Episcopado tarda en incorporar la temática política”; entrevista a Lucio Gera. 22 BIANCHI, S., Catolicismo y peronismo, 130-131. 23 “No es por medio de los gobiernos totalitarios, que d e cristianos sólo tienen el barniz, como se impedirá que el materialismo soviético siga avasallando naciones que integran la civilización occidental sino mediante la constitución de una fuerte y firme alianza entre las libertades democráticas y los principios cristianos”, ROMERO CARRANZA, A., «Del precursor al propulsor de la Democracia Cristiana», Criterio 1179, 8 de enero de 1953, 17. 24 “Ni los honores rendidos a la Iglesia o a sus clérigos, ni la participación del Estado en los actos religiosos, ni en los beneficios del presupuesto, gozan hoy de eficacia desde el punto de vista del apostolado cristiano. No 8 En este sentido es relevante constatar en dos áreas distintas e igualmente primordiales de la sociedad – y por ello también de la preocupación pastoral de la Iglesia – cuales son la educación y la familia, un movimiento análogo y convergente. En el área de la familia se barajaban varios proyectos de ley que atentaban contra la concepción católica de la misma: el reconocimiento de derechos de sucesión o herencia a la concubina; un proyecto de reforma del Código Civil en 1946 proponía que los hijos nacidos fuera del matrimonio no fueran más llamados por dicho Código “adulterinos e incestuosos”, sino simplemente naturales; el reconocimiento en nuestro país del divorcio realizado en el extranjero de un matrimonio celebrado en Argentina; y los crecientes reclamos respecto a admitir el divorcio en la legislación nacional. En el área de la educación la disputa sobre la libertad de enseñanza a nivel escolar y terciario25 se había instalado no sólo con fuerzas políticas adversas al pensamiento católico de la época, sino adentro de la misma Iglesia. Así los católicos autodenominados “democráticos” miraban con suspicacia la aprobación de la ley de enseñanza religiosa en las escuelas públicas, lo que produjo reacciones públicas de otros sectores del catolicismo de la época: “Es pues absolutamente incompatible llamarse católico y ser partidario de la enseñanza laica en las escuelas del Estado” 26. De manera que la Iglesia católica inició desde fines de 1946 una intensa campaña a favor de la promulgación de la ley para presionar al Estado y a aquellos católicos que se resistían a la misma27. Sin embargo la reglamentación de la ley, firmada el 16 de mayo de 1947, procuraba limitar la excesiva ingerencia de las autoridades eclesiásticas en la esfera educativa, de manera que se siguió una larga serie de tensiones y conflictos (sobre todo jurisdiccionales) entre la Iglesia y el Estado. A fines de 1947 se va enrareciendo la relación entre el gobierno peronista y la Iglesia por la creciente “peronización” de la enseñanza 28. Asimismo se procedió paulatinamente, de parte del gobierno peronista, al vaciamiento del cuerpo docente universitario: el objetivo del gobierno era suprimir la autonomía universitaria y en particular, controlar el movimiento estudiantil reconocido como una fuerza de oposición29. Tal objetivo se cristalizó en la promulgación de la ley 13.031 del 4 de noviembre de 1946 sobre Régimen Universitario, que suprimía la autonomía y la participación estudiantil en el gobierno de las Universidades. La política gubernamental favoreció la influencia del integrismo católico en los claustros universitarios. Pero a partir de 1950 se registraron ciertos cambios en el sentido de la “peronización” de la Universidad: la pretendida “neutralidad política” esgrimida en el discurso oficial, comenzaba a ceder paso a una activa politización del claustro de marcado niego que en ciertos casos todo ello deba ser tributado a la Iglesia [...] pero es evidente que hoy día no acontece así, y que a nadie se le ocurrirá ser mejor cristiano porque se conceda una guardia de honor a una imagen”, FRANCESCHI, G. J., «Libertad de cultos y apostolado católico», Criterio 1218, 26 de agosto de 1954, 604. 25 En un primer momento, la Iglesia sintió asegurada la sanción legal de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas por la ley de agosto del ’46 que daba fuerza legal a todos los decretos dictados del 4 de junio de 1943 al 3 de junio de 1946; de este modo la continuidad de la política del gobierno militar bajo el gobierno peronista aparecía garantizada. Cfr. BIANCHI, S., Catolicismo y peronismo, 106. 26 TESSI, F. S., «En torno al laicismo», Criterio 981, 2 de enero de 1947, 16. 27 A pesar de ello, los católicos “democráticos” no se resignaron a encolumnarse entre los “católicos inconscientes, satisfechos con la dádiva de la enseñanza religiosa en las escuelas”, e iniciaron un movimiento destinado a lograr que el principal eje de las estructuras ideológicas de la Iglesia, los establecimientos educativos, adquiriesen el máximo de autonomía con respecto a los aparatos del Estado. Cfr. BIANCHI, S., Catolicismo y peronismo, 128ss. 28 Cfr. BIANCHI, S., Catolicismo y peronismo, 118-127. 29 Cfr. BIANCHI, S., Catolicismo y peronismo, 135. 9 sesgo oficialista. “La peronización en las Universidades, pese a su fracaso, no desplazó la influencia católica, pero indudablemente le restó espacio” 30. A fines de la década del ’40 e inicios de la del ’50, la estrategia de presionar al Estado para mediatizar sus estructuras parecía la única vía posible para instaurar al catolicismo como el principio organizador de todo el cuerpo social. Sin embargo, los reclamos católicos encontraban cada vez menor cabida31. Por eso, en ambas áreas, familia y educación, la reacción de la Iglesia fue semejante: frente a la imposibilidad de “catolizar” la sociedad la Iglesia abandona el espacio de lo público, la participación en las instituciones de la sociedad, y se aísla creando sus propias estructuras y arrocándose en ellas. La estrategia eclesial miraba desde entonces a dar a sus estructuras la mayor autonomía posible. Este giro estratégico se refleja por ejemplo, en la creación hacia 1948 del Movimiento Familiar Cristiano ante las transformaciones que sufría la organización familiar por parte de las políticas estatales. De inicios de la década del ’50 data también, la creación de las ligas de Padres y de Madres de familia. Asimismo en materia de educación universitaria, en torno a 1952-53, la estrategia de la Iglesia ya no mira a mediatizar las estructuras del Estado sino a obtener el máximo de autonomía posible para crear sus propias universidades; se iniciaba así, el camino hacia la libertad de enseñanza. Esta retracción de los católicos de ámbitos claves de lo público, como la educación y la familia, se verifica en todo el quehacer político en general. “La Iglesia carece de formación política ... de los grandes principios derivados del Evangelio que ha tratado toda la escuela de Salamanca, Victoria, Suárez. Acá no tienen ni la menor noción de todo esto. Entonces, claro, no tienen la visión de lo político. Usted no va a discernir una visión de un modelo de sociedad en la cual la Iglesia actúa como fuerza espiritual y de depuración de ese proceso democrático. Al revés de la tradición; porque la tradición argentina es que la democracia nace con la Iglesia” 32. Tal vez esta cosmovisión reducida y la estrategia pastoral consecuente, sean una de las razones para comprender porqué la Iglesia se desentendió paulatinamente de la política en general y de la salvaguardia del sistema democrático y de la plena vigencia de la Constitución en particular; y en cambio convivió sin mayores preocupaciones con los sucesivos gobiernos militares de facto33. El Prof. Auza continuaba diciéndonos: “El ámbito público no preocupa a la Iglesia. La Iglesia trabaja hacia adentro34, no hacia fuera. Todas esas líneas dominantes hacen que la cosa pública le interese sólo en la medida en que va a favorecer su programa”, refiriéndose a la preocupación por la enseñanza libre y religiosa. 30 BIANCHI, S., Catolicismo y peronismo, 148. Cfr. BIANCHI, S., Catolicismo y peronismo, 166. 32 Entrevista al Prof. Néstor T. Auza, 12 de marzo del 2002. 33 “La Iglesia argentina aparecía siempre ‘pegada’ a los gobiernos de turno” – nos decía Lucio Gera –, sobre todo a ciertos gobiernos militares con los cuales encontraba, inconscientemente, una cierta analogía de orden, de cuerpo, de disciplina. Por otra parte, continúa Gera, el ámbito militar gozaba de un cierto laboreo de evangelización; en efecto, el mundo militar admitía el capellán, favorecía su labor, etc. 34 En este mismo sentido opina Lucio Gera en la entrevista concedida: “La Iglesia argentina es muy clerical; se mira hacia adentro. Todo lo que es ‘hacia afuera’ le cuesta: la universidad del Estado le cuesta; el mundo de la cultura; el mundo de la política. En el fondo le cuesta Gaudium et Spes, la relación Iglesia-mundo. El Episcopado argentino desearía no tener que hablar de la problemática pública-política: la relación al mundo. Precisamente por su carácter excesivamente clerical, la Iglesia argentina ha minusvalorado la labor del laico, a quien cabe propiamente realizar en concreto esa relación Iglesia-mundo. Sobre todo cuando se trata de decir una palabra razonada; poner argumentos que se pueden discutir, que se ofrecen como diálogo y no como una declaración, cuando hay que hablar más allá del ‘estilo documento’”. 31 10 Esta actitud estratégica de la Iglesia será la que rija las relaciones con los gobiernos elegidos y de facto prácticamente hasta 198135: en ese año, todavía bajo un gobierno militar, la Conferencia Episcopal Argentina publica el documento “Iglesia y Comunidad Nacional”, donde aborda con lucidez la reflexión sobre la sociedad y la política, pronunciándose sobre los valores de un sistema democrático de gobierno. Conviene tener bien presente esta estrategia eclesial al recorrer la sinopsis histórica que hemos organizado en la grilla que ofrecemos como parte de la investigación, porque es éste modus vivendi el que da el tono a las relaciones entre la Iglesia y la Democracia en la década del ’60 y sus entornos. 35 “Yo creo que los Obispos querían sacar ese tipo de cosas (mensualidad del gobierno para los Seminarios; decreto que aprueba la creación de universidades privadas, etc.) del mantenimiento de un gobierno militar, y lo sacaban: plata y decretos que facilitaban instrumentos de catequesis, etc. Creo que la intención era buena pero la mediación era deficiente: eso es atarse”, entrevista a Lucio Gera. 11 II. SINOPSIS HISTÓRICO-ANALÍTICA DE LOS ACONTECIMIENTOS DE LA DÉCADA DEL ’60; LAS IDEAS E IDEOLOGÍAS QUE LOS SUSTENTARON Y LAS CONSECUENCIAS PARA LA RELACIÓN DE LA IGLESIA CON LOS GOBIERNOS. HECHOS IDEAS 23/9/55: Revolución libertadora: Lonardi– Rojas 13/9/55: Proscripción del peronismo. Gral. Aramburu sustituye Lonardi 27/3/56: Anulación de la Consitutución de Perón (de 1949) y reimplantación de la Constitución de 1853. 9/57: Reforma de la Constitución (agregación del art. 14 bis sobre reformas sociales). 28/10/58: Elección del Papa JUAN XXIII 11/58: Elecciones grales: FRONDIZI 1/59: Caída de Batista y triunfo de Castro en Cuba. 25/1/59: Juan XXIII anuncia a los Cdnales. La convocatoria de un Concilio ecuménico. 25/10/59: Card. CAGGIANO, Arz. de Bs. As. y primado de la Argentina. CONSECUEN CIAS 22/XII/55: Decreto Ley 6403, art. 28. Posibilita la creación de Universidades pvdas. con facultad de otorgar títulos y diplomas académicos. Mtro. de Ed.: A. Dell’Oro Maini. 8/VII/57: Creación del Vicariato Castrense. 7/III/58: El Episcopado declara oficialmente fundada la UCA. Mons. Derisi, 1° 21/11/58: H. Mozzoni, nuevo Rector (hasta 1980). Nuncio en Argentina. Frondizi sostiene la libertad de enseñanza apoyado por sectores católicos vs. izquierdistas. Llegó a enfrentarse con su hermano, Risieri Frondizi, Rector de la UBA y defensor del monopolio estatal (“laicismo”), opuesto a los grupos religiosos. Triunfa el gobierno y se autorizan las universidades privadas. Economía: se impone la tesis del desarrollismo, basada en llegar al desarrollo nacional por la vía de la sustitución de importaciones. 12 CAGGIANO, Arz. de desarrollismo, basada en llegar Bs. As. y primado de la al desarrollo nacional por la vía Argentina. de la sustitución de importaciones. RREE: Frondizi tuvo conflictos. A la vez que impulsó una intensa 1960: Creación del relación con USA, fué MCCA (Mercado complaciente con el tercer común mundo. centroamericano). Creación del BID. 8-14/11/59: Declaración del Fundación de la ALALC CELAM sobre la Iglesia ante los (Asociación problemas económico-sociales latinoamericana de libre de A. Lat. comercio): tratado de Montevideo. 2/60: Nace en Tucumán el grupo guerrillero Conferencia sobre aspectos “Uturunco”. sociales del desarrollo económico de A. Lat. en 1961: KENNEDY Pte. México, patrocinado por la USA UNESCO y CEPAL. 6/3/60: entra en vigencia en Argentina el plan CONINTES (Conmoción interna del Estado). 15/5/61: Enc. “Mater et Magistra” (Juan XXIII). El ministro de Castro, Ernesto “Che” Guevara viajó secretamente a la Argentina y se entrevistó con Frondizi (18/8/61): la oposición civil y militar acusó al presidente de “cripto -comunista”. 26/9/61: Entrevista FrondiziKennedy. 31/1/62:Abstención de la Argentina en la decisión de expulsar a Cuba de la OEA, una vez que Castro proclamó el carácter marxista de su gobierno. 29/3/62: Deponen a Frondizi. 29/3/62: Presidencia de GUIDO. 10/62: Crisis de los misiles en Cuba: al borde de la guerra mundial. 11/10/62: Inauguración del CONCILIO VATICANO II. 10/2/62: Argentina rompe 16/1/63: Castro enuncia relaciones con Cuba (presión de la tesis de la lucha los militares). armada a partir de un foco insurreccional. El 12/II/1959 se reglamenta el art. 28 de la ley de universidades privadas. Mtro. Mc Kay. Tres Universidades fueron reconocidas por el Gobierno durante 1959 como Univ. Privadas: la Univ. Cat. De Córdoba; la UCA (2/XI/59) y la Univ. Del Salvador. 13 foco insurreccional. 11/4/63: Enc. “Pacem in terris” (Juan XXIII). 3/6/63: Muere Juan XXIII. Convenicón sobre la lucha 12/10/63: Presidencia de contra las discriminaciones en la ILLIA-PERETTE. esfera de la enseñanza UNESCO, ley 7.672 (13/9/63). 10/4/64: Golpe militar 29/9/63: Comienza la 2ª sesión en Brasil: caída de del CVII (Paulo VI, PP). Goulart y presidencia de Castelo Branco. 24/1/65: Muerte de Churchill. 14/9/64: Comienza la 3ª sesión 2/65: EEUU bombardea del CVII (Paulo VI PP). Vietnam del Norte. 4/65: Levantamiento popular en favor de Bosch en Rep. Dominicana. Intervención militar de USA contra Bosch. 19/12/65: Relección de De Gaulle como Pte. de Francia. Rusia: Kosigin, jefe de gobierno; Brezhnev, Secretario del partido comunista, sucesores de Kruschev. Inglaterra: Wilson (laborista), Primer ministro. 13/5/65: Carta del Episcopado argentino a los sacerdotes. 28/6/65: Reunión de unos 100 sacerdotes en Quilmes (asistieron dos o tres Obispos). Desaprobación del Card. Caggiano. 10/9/65: Comienza la 4ª sesión del CVII (Paulo VI PP). 4/10/65: Discurso de Paulo VI en la Asamblea Gral. de las Naciones Unidas. 24/11/65: Discurso de Paulo VI a los Episcopados de 20 naciones de América Latina con ocasión del Xº aniversario del CELAM. 7/12/65: Discurso de Paulo VI con ocasión de la Clausura del CVII. . La enc. Pacem in Terris, n° 52 y 75-77: Sostiene el “liberalismo político”: valor de la Constitución y del sistema democrático 7/12/65: Promulgación de la Gaudium et Spes: Cap. 4, parte II: ‘La vida en la comunidad política’. 14 EEUU: Johnson Presidente. Italia: Segni Presidente. Chile: Frei Presidente. Bolivia: Barrientos Presidente. Perú: Belaunde Terry Presidente. 28/6/66: MILITAR Presidente: ONGANÍA 8/6/70) vida en la comunidad 18/12/1965: Resolución 2065 política’. ONU: incluye las islas Malvinas en el proceso de descolonización y fomenta las relaciones directas entre Gran Bretaña y Argentina sobre el tema. Siendo Zabala Ortiz Canciller, se preparan las bases de un acuerdo con la Sta. Sede. 1/66: Muere Camilo Torres en Colombia. NO EXISTE NINGÚN GOLPE DOCUMENTO EPISCOPAL Gral. PÚBLICO QUE (29/6/66ALERTE SOBRE LA IRREGULARIDAD INSTITUCIONAL QUE INSTALÓ EL GOLPE MILITAR. Contexto Latinoamericano: guerrilla y militarización. La la “Las FFAA no tienen como misión la defensa de un legalismo puramente formal, desentendiéndose de su contenido... sino la defensa de ciertos valores que debían ser sostenidos y no desnaturalizados en un escenario aparentemente democrático” (carta de oficiales retirados de las FFAA al Cdte. en Jefe del ejército). Muchos de los funcionarios de Onganía eran católicos; y muchos de éstos, de filiación nacionalista. La mayoría de los funcionarios se confesaba apolítica y anticomunista. 11-16/10/66: Asamblea del CELAM (M. del Plata) sobre: “La presencia activa de la Iglesia en el desarrollo y la integración de América Latina”. Acuerdo con la Sta. Sede sobre la situación jurídica de la Iglesia Católica y la libertad religiosa (Ley 17.032, 23/11/66). 15 la situación jurídica de la Iglesia Católica y la libertad religiosa (Ley 17.032, 23/11/66). 5/67: El My. Fulchi (SIDE) en conferencia ante las FFAA y el Poder ejecutivo, interpreta que la Encíclica Populorum Progressio es comunista de acuerdo a los valores del SIDE. Conferencia de OLAS (Org. Lat. de Solidaridad) en La Habana: postulación de un Vietnam para América Latina. 10/67: Muere en Bolivia el “Che” Guevara. 5/1968: francés” El 26/3/67: Enc. “Populorum Progressio” (Paulo VI). 8/6/67: Asamblea de la CEA. Declaración Pastoral del Episcopado Argentino, con la que se presenta el Plan Nacional de Pastoral. 15/8/67: Mensaje de 18 Obispos del Tercer Mundo. 12/67: Nace el Mov. de sacerdotes del Tercer Mundo en Argentina (270 firmas). 12/67: Mensaje de algunos Obispos del Tercer Mundo sobre la promoción de los pueblos pobres y de los pobres de los pueblos. 2/68: Card. Primatesta, “Mayo Arzobispo de Córdoba. Convenio sobre la discriminación en materia de empleo y ocupación OGT, ley 17.677 (8/3/68). 6/68: Plan Nacional de Pastoral (CEA) 6/8/68: Mons. Aramburu designado Coadjutor de Bs.As. 26/8 al 6/9/68: IIª Conf. del Episcopado Latinoamericano en Medellín 9/68: Mons. Angelelli, Obispo de La Rioja. Mons. Zaspe, Obispo Coadjutor de Sta. Fe. Mons. Quarracino, Obispo de 1969: El “cordobazo” Avellaneda. Asesinato del Gral. 26/4/69: “Declaración de San Aramburu y de Vandor. Miguel” (CEA). En la Declaración episcopal del 8/6/67, se hace una defensa de la condena al capitalismo liberal que formulara Paulo VI en Populorum Progressio. 16 Presentación pública de “Monto neros” 22/11/69: Pacto de San José de Costa Rica, sobre derechos humanos. [Argentina recién lo suscribirá y ratificará como ley en 1984] Presidente: Gral. LEVINGSTON (18/6/70-23/3/71). 12/VIII/70: Declaración de la Com. Perm. CEA, contra la declaración del encuentro de sacerdotes para el tercer mundo, donde proponen adherir a un proceso revolucionario haciendo opción por un socialismo latinoamericano. Tratado de la Cuenca del Plata (aprobado por ley el 6/2/70) con Brasil, Paraguay, Bolivia, Uruguay: hecho positivo hacia la integración de la subregión. 14/3/71: Carta Ap. En el 80º aniversario de la Rerum Novarum (Paulo VI), “Octogesima adveniens”. Presidente: LANUSSE 25/5/73). Fundamentales los números 24 y 47 de la O.A.: “La doble aspiración a la igualdad y a la participación trata de 22/7/71: Acuerdo para el promover un tipo de arbitraje, con Chile, sobre la sociedad democrática”. cuestión del Beagle. Progresos en la cuestión Malvinas Gral. 6/8/71: Decl. Com. Perm. CEA (26/3/71- sobre la dramática situación del país: lo más cerca del reclamo por restablecer la democracia pero sin mencionarla explícitamente, a pesar de que cita OA. Elecciones 11/3/73: grales. CAMPORA-SOLANO LIMA (Frejuli) 17 III. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LOS DATOS DE LA SINOPSIS HISTÓRICO-ANALÍTICA. De la simple observación de la sinopsis presentada, surge cómo la Iglesia católica en Argentina no tuvo una acción esclarecedora y decidida frente a los gobiernos militares que se impusieron de facto en la escena nacional. Es sugestivo que cuando el Gral. Onganía encabezó el golpe de 1966, el Episcopado argentino no produjo ninguna declaración pública advirtiendo, aunque más no fuera, la irregularidad que planteaba la instalación de un gobierno de facto y los riesgos de conculcar los legítimos derechos civiles de participación y representatividad que supone el sistema democrático y que sustenta la plena vigencia de la Constitución nacional. Es sugestivo e impresiona si tenemos en cuenta, como apuntamos entre los antecedentes a la década del ’60, que existía desde hacía mucho tiempo (1944) un claro magisterio pontificio sobre las virtudes del sistema democrático de gobierno36. Para más abundar, la enseñanza del magisterio universal sobre las ventajas de un sistema de gobierno participativo, se desarrolló aún más en las dos Encíclicas del Papa Juan XXIII que aparecen en la sinopsis y que son previas al golpe de 1966; son ellas: Mater et Magistra (15/5/61) y Pacem in Terris (11/4/63). Pero además cuando se concretó el golpe militar, había finalizado el Concilio Vaticano II que se desarrolló entre octubre de 1962 y diciembre de 1965, y que debatió sobre cuestiones fundamentales en cuanto a la relación de la Iglesia con la sociedad política; el sentido y los derechos inalienables del hombre (cosa que hizo con particular energía y novedad en torno a la Declaración sobre la libertad religiosa y en la Constitución Gaudium et Spes); la conveniencia de sistemas de gobierno que se basen en la igualdad y participación de los ciudadanos y en el respeto de las respectivas Cartas constitucionales, etc. “Pero el Episcopado argentino, en su mayoría, no tuv o un gran conocimiento de los documentos tanto de Pío XII como de Juan XXIII. Sobre todo las dos encíclicas de éste último, se las consideraba más bien como dirigidas por la preocupación de la coexistencia pacífica del eje este-oeste, sin particular injerencia para el hemisferio sur” 37. Entonces se instala la pregunta: ¿Porqué el Episcopado argentino no reaccionó en defensa del sistema democrático de gobierno? Hemos visto que los años antecedentes arrojan abundantes elementos para responder a esa pregunta. En efecto, no gozaba de aval mayoritario la postura de los católicos “democráticos” ni entre las filas de los laicos, ni entre el cuerpo episcopal; antes bien, prevalecía la posición de un fuerte integrismo católico, que no sólo veía con buenos ojos sino que abiertamente buscaba la unión e identificación de la Iglesia con el Estado en aras de cristianizar la sociedad, conforme el modelo que animaba a pastores y fieles de una nueva cristiandad. Además resulta claro de la sinopsis presentada que la Iglesia en Argentina se sintió cómoda con los gobiernos militares38, en su mayoría afines a la ideología integrista católica, 36 Recordemos lo dicho más arriba: a la gran mayoría de los católicos en Argentina les costó aceptar el mensaje de Pío XII acerca del valor de la democracia: “aún aquellos que aceptan la democracia, deben agregar rápidamente el adjetivo de ‘verdadera’ para distinguirla de la ‘falsa’ o agregar ‘cristian a’ para no confundirla con la democracia popular ‘comunista’ o con la democracia formal, burguesa, ‘liberal’”, MALLIMACI, F., «El catolicismo argentino», 342. 37 Entrevista a Lucio Gera. Sin embargo otros sectores del catolicismo, sí eran concientes del radiomensaje de Pío XII del ’44: Cfr. el editorial de Criterio 1400 (22/III/1962) que lo refiere explícitamente en pag. 204. 38 Así opina el Dr. Centeno, por ejemplo. 18 durante los cuales obtuvo concreciones que interpretaba benéficas para el desarrollo de su misión pastoral en el país, y que no podía lograr en los períodos de gobiernos democráticos. Subrayemos algunos ejemplos: El decreto-ley 6403 que posibilita la creación de Universidades privadas con facultad de otorgar títulos y diplomas académicos, fue sancionado bajo el gobierno militar del Gral. Aramburu (22/XII/55). Como hemos mostrado en los antecedentes de la década del ’60, este decreto consagraba la larga aspiración de la Iglesia por legitimar sus propias estructuras educativas terciarias gozando de la máxima autonomía respecto del Estado39. El 8 de julio de 1957, bajo el gobierno del Gral. Aramburu, se crea el Vicariato castrense, “pieza clave” que jugó un papel vital en lo sucesivo, según la opinión del prof. Néstor Auza40. Con este enfoque no pretendemos soslayar que en realidad no fueron solamente los sectores católicos los que recibieron con entusiasmo el golpe de 1955 y el de 1966, sino que fue la sociedad toda, católicos y no católicos, ante la degradación a que habían sido sometidas las instituciones de la República y las instancias de representatividad democrática, con el consecuente menoscabo de la concordia social: “La llegada de Onganía tuvo un altísimo consenso, incluso de los partidos que favorecieron la caída [del gobierno de Illia] por razones partidarias; y llega con enorme consenso porque en el fondo de todo lo que está subsistente es la ‘Argentina grandeza’, la posibilidad de que se dé el despegue del país” 41. Según Lucio Gera, amplios sectores dominantes de la Iglesia en Argentina desde 1955 eran antiperonistas. Ello explica que más bien dio su apoyo a los gobiernos militares de cuño antiperonista: existía una suerte de amalgama, no explícita ni pactada, pero “factiva”. Los “factores” que amalgamaban Iglesia y ejército giraban en torno a ese antiperonismo, a la analogía de cuerpos ordenados y un poco encerrados en sí mismos. También – hay que reconocerlo – se vivía un gran “descalabro” en nuestro país: un mundo desordenado, sobre todo desde la segunda presidencia de Perón. En la Iglesia no existía la conciencia de que había que defender el orden constitucional; más bien la contraría: podía legitimarse un golpe militar. Junto con ello, opina Gera, no hay que desconocer que la democracia formal, lastimada y burlada en gobiernos constitucionales inmediatamente previos a la década del ’60, no aparecía para ningún sector social como un valor. En todo caso, fuera de los cuadros institucionales de la Iglesia existía en una parte de la sociedad argentina, la preocupación por que la democracia 39 Es elocuente que a raíz de la reglamentación del art. 28 de la ley, sancionado el 12 de febrero de 1959 (ya gobierno de Frondizi), a la que siguió la creación de tres universidades privadas católicas, la revista Criterio salude en su editorial del 28 de enero de 1960 de este modo el evento: “Sin duda alguna, este reconocimiento de la tres Universidades Libres constituye uno de los acontecimientos más grandes para la vida católica en la Argentina en 1959 y abre el camino a una efectiva ‘Libertad de enseñanza’”. 40 Al inicio de la década del ’70, “asumió una especial relevancia un conflicto destina do a empeorar cada vez más desde entonces: el que opuso a los obispos ‘renovadores’ y al clero castrense. El cual, no sólo había aumentado numéricamente y habría de seguir aumentando en los años sucesivos hasta destacarse en la segunda mitad de los años setenta, con sus 210 capellanes, como el más imponente de América Latina, sino que sobre todo adquirió funciones políticas e ideológicas aún más estratégicas que las que ya había desempeñado hasta entonces, en virtud de la preponderancia absoluta asumida por las Fuerzas Armadas en la conducción del país. En los ambientes ‘progresistas’ no se abrigaban dudas al respecto: la verdadera Iglesia ‘paralela’ era precisamente el clero castrense, crónicamente subordinado a los militares”, R. Di Stefano y L. Zanatta, Historia de la Iglesia argentina, desde la conquista hasta fines del siglo XX, Grijalbo Mondadori, Buenos Aires, 2000, 533. 41 Entrevista al Prof. Néstor T. Auza del 12 de marzo del 2002. 19 aceptara el peronismo, que se generara una democracia que integrara todos los partidos y no excluyera a nadie. Esta preocupación no constituyó un particular “estandarte” o bandera de ningún sector determinado; pero en definitiva, concluye Gera, se discutía algo que pertenecía a un orden democrático. Si bien básicamente los testimonios de la época dan la razón a la opinión de Gera, hay que relevar que la revista Criterio de cuyo rol fundamental ya hablamos, sí se ocupó con profusión y profundidad de la problemática que presentaba esa democracia lacerada, burlada, al mismo tiempo que dedicó sustanciosas reflexiones al valor y necesidad de respetar plenamente la Constitución nacional. Sobre todo en los editoriales de la revista desde la anulación de los resultados electorales en cinco provincias y la intervención de sus poderes públicos (marzo 1962), a lo que siguió la deposición del Presidente Frondizi y la asunción del mando por parte de Guido42. De ahí que parecería que algún sector de la Iglesia, al menos el de opinión más intelectual, sí veía con preocupación e iluminaba con su periodismo la peligrosa degeneración del sistema democrático y el riesgo de vulnerar la Carta Magna por parte de cualquier sector de poder que detentara el mando. Para abonar nuestra opinión arriba expuesta, acerca de la sensación de hartazgo que se tenía en la sociedad toda ante la degradación a la que se habían visto sometidas las instituciones de la República y el sistema democrático, vamos a relevar la opinión que sostenía la revista Criterio en 1966. Analizando la “Re volución argentina” de ese año, Criterio considera que los gobiernos constitucionales de Frondizi e Illia fueron “ensayos, intentos frustrados de reformar el sistema desde dentro de sí mismo. Si el sistema hubiera sido capaz de reformarse, la revolución que presenciamos y vivimos no hubiera tenido lugar. Pero el sistema, y los hombres del sistema – es decir, la ‘clase política’ – no fueron capaces de producir los cambios necesarios por las vías adecuadas. Paulatinamente, la ‘democracia de los partidos’ fu e agotando sus posibilidades de subsistencia. Una sensación colectiva de impotencia vivíase desde 1962, y la pendiente hacíase cada vez más pronunciada sin que los protagonistas evidentes demostrasen imaginación y fuerza suficientes para entender el proceso y operar sobre el sentido del mismo” 43. Es decir que la crisis del gobierno depuesto manifestaba que el andamiaje formal de la democracia carecía desde hacía mucho tiempo del soporte indispensable de la legitimidad44. También el Episcopado se expresó en una declaración, luego de la deposición de Frondizi, evidenciando una lúcida toma de conciencia del riesgo que se corría de perder el sistema constitucional de gobierno dadas las circunstancias deslegitimadoras que se estaban viviendo: “Los acontecimiento s nos han llevado a una encrucijada, después de la cual puede iniciarse el camino siniestro a las conmociones sociales que nos apartarían por mucho tiempo o tal vez definitivamente del sistema institucional obtenido y conservado a costa de inmensos sacrificios” 45. 42 Cfr. Editoriales de Criterio 1400; 1401; 1402; 1403; 1406; 1409. «Análisis de la Revolución Argentina», Criterio 1503, 14 de Julio de 1966, 483. 44 “Durante mucho tiempo Criterio señaló desde sus editoriales el profundo significado de una legitimidad ausente y de la carencia de representatividad de los partidos políticos” , Idem, 484. Cfr. también y sobre todo los editoriales de Criterio de los números 1400 a 1403; 1406 y 1409. 45 CEA, Declaración de la VI Asamblea Plenaria, Buenos Aires, 29/VI/62. 43 20 Asimismo, en la siguiente Asamblea Plenaria del Episcopado, después de las elecciones de Julio de 1963 en que se consagró a Illia como Presidente de la Nación, la CEA da muestras de su aprecio por el sistema constitucional de gobierno, cuando expresa en su declaración: “Una vez más nos ha salvado la confianza en la ley. Conviene no olvidarlo. El respeto a la ley y a nuestras instituciones es la garantía del orden, la tutela de la sana libertad y la salvaguardia del bien común. El hecho solo de haberse podido resolver, con la sensatez del pueblo y la concordancia de la voluntad, un problema tan arduo como es el de nuestro retorno al orden constitucional y a la convivencia ciudadana pacífica, es – así lo esperamos – un síntoma alentador de que los ciudadanos han elegido definitivamente las sendas de la ley, de la razón y del derecho, abandonando las soluciones de la fuerza, de la pasión y de la violencia” 46. Junto con una “innegable sensación de alivio y hasta de cierta euforia que en casi todos los medios produjo la Revolución”, Criterio recoge a un mes escaso de instalarse el gobierno militar el temor de que la revolución estuviese infisionada de “clericalismo”. Para disiparlo, la Revista opina que la Iglesia en la Argentina no puede ser identificada con alguna concepción o realización sociopolítica, por más perfecta que pudiera parecer. Además, recuerda que la estructura social de la Iglesia es en su esencia, de origen divino y por lo tanto distinto de todas las demás estructuras sociales argentinas: de allí que siendo capaz de orientar a la sociedad en la búsqueda de soluciones concretas, su naturaleza peculiar es la de ser trascendente a la sociedad temporal47. Un eco relevante de ese temor de ver identificada la revolución con la Iglesia, resulta la Carta pastoral del Obispo de Goya, Mons. Alberto Devoto, del 28 de julio de 1966: “Últimamente se ha ido creando en forma progresiva una opinión pública como si la Iglesia jerárquica en nuestro país estuviera comprometida con las actuales autoridades y como si de hecho existiera una influencia notable” 48. Opinión a la que el Obispo sale al cruce: “Aunque por momentos he querido restar importancia al asunto, debo decirles que siento en el alma de que en realidad pudiera ser así, pues tal actitud ciertamente no respondería a lo que la Iglesia ha proclamado en el Concilio” 49. Y a continuación ilustra su posición con dos textos del cap. IV de la II Parte de la Constitución Pastoral sobre “La Iglesia en el mundo actual” del Concilio Vaticano II. Pero la opinión e intervención del Obispo de Goya, no da cuenta de la indiferencia generalizada por la situación política y los sistemas de gobierno por parte de la Iglesia. Entonces cabe preguntarse qué temáticas ocupaban la atención de la jerarquía eclesiástica por aquellos años. Como hemos tenido oportunidad de señalar anteriormente, la opinión de Criterio refleja la de la élite más intelectual del laicado argentino. Pero tanto esta opinión como la del laicado en 46 CEA, Declaración de la VII Asamblea Plenaria, Buenos Aires, 10/VIII/63. Cfr. «Los católicos y el cambio político», Criterio 1504, 28 de julio de 1966, 523-526. 48 «La Iglesia y el momento político. Carta pastoral del Obispo de Goya», Criterio 1506, 25 de agosto de 1966, 618. 49 Ibidem. 47 21 general, no fue tenida en consideración por el episcopado desde los ’60 en adelante 50; tal vez porque no había figuras brillantes en el laicado, opina Centeno, pero en todo caso, continúa, la jerarquía se diferenciaba en su pensamiento del aporte que hubiera podido recibir del laicado51. Haciendo un recorrido por los documentos producidos por la Conferencia Episcopal Argentina en la década de los ’60 resalta el conocido “Documento de San Miguel” (1969) que se propone adaptar a la realidad de nuestro país las conclusiones de la IIª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín desde el 26 de agosto hasta el 6 de septiembre de 1968. Este documento refleja el núcleo de la preocupación entonces vigente en la Iglesia en general, tanto en el laicado como entre los sacerdotes y obispos de nuestro país. Esta preocupación recoge la inquietud que expresara el Papa Paulo VI en la Encíclica Populorum Progressio (26/3/67) “Sobre el Desarrollo de los pueblos” y de la Conferencia de Medellín. Los obispos argentinos, concientes de la transformación y el cambio en todos los órdenes en que se encontraba entonces el continente, se proponen “pensar en la promoción total de nuestro pueblo y su desarrollo integral” 52. Promoción y desarrollo de los pueblos y del hombre dentro del mismo, podríamos decir que es la temática que resuena en las preocupaciones de la Iglesia de los años ’60 y ’70 53. Citemos unas líneas de la Populorum Progressio para ver de qué manera esos dos núcleos temáticos atravesaban transversalmente los tres niveles de magisterio (pontificio, latinoamericano, nacional) en aquella década: “El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre” 54. En el documento de San Miguel, a pesar de estar viviendo bajo una situación anómala de gobierno en Argentina, no se habla explícitamente de la necesidad o conveniencia de reanudar el sistema democrático de gobierno. “Llama la atención que no se mencione en ningún momento que se vive en dic tadura militar ni tampoco se haga referencia explícita a la necesidad de la democracia y la vigencia de los partidos políticos. En este punto hay entonces una larga continuidad del movimiento católico argentino de desconfianza en todo lo referente a esa temática descalificada por unos y por otros como ‘democratizadora’, ‘demoliberal’, ‘desmovilizadora’. Por el contrario ... hay una mención explícita a las Fuerzas 50 Entrevista al Dr. Ángel Centeno, plenamente coincidente con el Prof. Auza en este punto. “El laicado en la Argentina a partir de los ’60 ha sido pobre, sin figuras, salvo excepciones. Bien distinto del laicado de Chile. Además el laicado argentino nunca ha sido seriamente consultado por el episcopado en la elaboración de su magisterio a diferencia una vez más, de lo que sucedía y sucede en Chile”, Entrevista al Dr. Ángel Centeno. 52 Documento de San Miguel, I.B.3. 53 En realidad la preocupación por lo social en el episcopado latinoamericano se remonta al menos, al discurso de Pío XII a la asamblea de los obispos latinoamericanos, en torno a 1954. Allí ya toca, aunque de paso, la problemática social. Lo mismo ocurre con el primer discurso de Juan XXIII al CELAM que versa sobre el desarrollo en América Latina. Esto refleja de qué manera el problema del desarrollo era una preocupación viva y aguda para la Iglesia; no así el problema democrático. A juicio de nuestro entrevistado Lucio Gera, la razón de esta situación se debe a que la pobreza en América Latina aparecía como un problema real y urgente, mientras que no interesaba tanto quién estaba “mandando” en los países del continente ni cómo (sistema de gobierno); interesaba quién salía al paso a los problemas sociales de la pobreza. 54 PP, 14. 51 22 Armadas y a los empresarios – en el documento de Paz, junto a los obreros – como sectores fundamentales ‘del cambio’” 55. Se encuentran en el documento, algunas alusiones vagas a la anomalía institucional que se vivía y sugerencias igualmente vagas a la necesidad de implantar formas participativas de gobierno. Destaquemos estas pocas expresiones: “ Comprobamos que, a través de un largo proceso histórico que aún tiene vigencia, se ha llegado en nuestro país a una estructuración injusta. La liberación deberá realizarse, pues, en todos los sectores en que hay opresión: el jurídico, el político, el cultural, el económico y el social” 56. “Reafirmamos el derecho del pueblo a crear sus organizaciones de base. Éstas, además de sus actividades propias, deberán contribuir a vitalizar y fortalecer la organización comunal. Ello permitirá asegurar la integración de todos los ciudadanos en la vida provincial, regional y nacional. De este modo el pueblo y los sectores en que realiza su actividad serán los verdaderos protagonistas de su promoción integral, defendiendo legítimamente sus derechos y reivindicaciones. Urgimos el establecimiento de canales institucionalizados de auténtica participación, para que todo el pueblo pueda hacer oír su voz y tener parte activa en las decisiones que atañen a la comunidad” 57. Sobre todo esta última frase, con tono imperativo, parece traducir el anhelo vehemente por retornar a un sistema participativo de gobierno; pero no se llega a hablar explícitamente de democracia. Las expresiones transcritas, por lo demás exiguas para la extensión del documento, reflejan esa vaguedad de conceptos que animaban la reflexión y el discurso de los cristianos de entonces. En este sentido resulta significativo que al plantear “el fin primordial” de la Asamblea del episcopado que era el de “adaptar a la realidad actual del país, las conclusiones de la segunda Conferencia del CELAM en Medellín”, los obispos precisan: “hemos analizado la realidad actual del país estudiándola en sus diversos aspectos: económico, social, cultural y religioso” 58. Como puede observarse, el aspecto político no aparece entre las “cuatro grandes áreas” que habían ocupado la solicitud pastoral del CELAM ni, por consiguiente, del Episcopado argentino. Asimismo en el capítulo X de dicho documento, dedicado a los “dirigentes”, sólo hace mención de los políticos en el sexto ítem del segundo punto, con sugerencias tan amplias como genéricas, en el sentido de que “ejerzan el poder en comunión con los anhelos y opciones de la comunidad, procurando el establecimiento de un orden de cosas que incorpore a todos los hombres en la construcción de sus propias comunidades”. Pero resulta más sorprendente aún, que esta recomendación difusa sea antecedida de otra dirigida “a los conductores de las Fuerzas Armadas” – objeto de la solicitud pastoral del episcopado antes que los dirigentes políticos – donde se les exhorta a intensificar la formación de sus cuadros “en orden a su participación en la vida social y política del país”. Es iluminador el comentario de Mallimaci respecto de los límites que manifiesta el Documento de San Miguel a la hora de hacer un balance; rescatemos algunos tópicos que nos resultan pertinentes para nuestra investigación: 55 MALLIMACI, F., «La alegría de pertenecer al Pueblo de Dios en Argentina», Nueva Tierra, 7 (1989) 22. Doc. San Miguel, IV.3. 57 Idem, V.4.5. 58 CEA, Documento de San Miguel: declaración del Episcopado Argentino, I.A. 56 23 “Si bien el documento llama a rastrear históricamente las causas de las injusticias y de la opresión social y cultural, la autocrítica es muy débil y casi inexistente. ‘La tormenta de cambios que ha sacudido todos los sectores sociales’, si bien existe al interior de la comunidad eclesial, no va a encontrar respuestas satisfactorias. No hay un análisis de las causas históricas de la colusión y alianza entre la Iglesia argentina y los diversos sectores dominantes como tampoco de las legitimidades creadas, por ejemplo, junto a los gobiernos militares. [...] Al buscar las causas de las dificultades entre Obispos y sacerdotes se apunta más a ver problemas personales, crisis de fe o en relación al celibato que al tipo de estructuración que ha facilitado la reproducción de un modelo piramidal y burocrático, no sólo entre Obispos y sacerdotes sino también entre éstos y el resto del Pueblo de Dios, que deja poco o nada de lugar a la crítica, al diálogo, a la participación o a la horizontalidad en las decisiones” 59. Rescatamos estos dos párrafos del balance del Dr. Mallimaci sobre el Documento de San Miguel porque nos parecen significativos de la situación que se vivía al interior de la Iglesia en la Argentina y de las modalidades de acción implementadas para transitar aquellas tensiones y conflictos. Modalidades que determinan un modo de accionar que se prolongará en el tiempo, con matices, hasta el día de hoy. La Iglesia en la Argentina, especialmente en los ámbitos más institucionales, adolece de una seria carencia en lo que a autocrítica inteligente, profunda y responsable se refiere. Asimismo el modo de reaccionar y gestionar las tensiones en el interior de la misma no reconoció ni reconoce las modalidades del diálogo ni la participación amplia del laicado, fomentando esa cierta “horizontalidad en las decisiones” que auspicia Mallimaci. Todo lo cual refleja la fuerte matriz de conducción de tipo “monárquica” que domi nó y domina aún hoy aunque más mitigada dado el paso de los tiempos, en la mentalidad de la cúpula episcopal, de algunas congregaciones religiosas y algunos movimientos laicales. Se estaba lejos en los años 60 y también en los que estamos transitando de la seria admonición del Papa Pío XII en el lejano 1950 cuando afirmó: “La opinión pública constituye el patrimonio de cualquier sociedad normal compuesta de hombres. [...] Donde no aparezca ninguna manifestación de opinión pública, más aún, donde haya que comprobar que ni siquiera existe, habrá que ver en ello un fracaso, una debilidad, una enfermedad de la vida social. [...] Y queremos agregar una palabra sobre la opinión pública en el seno de la Iglesia, en lo que toca a asuntos de libre opinión. Esto sólo les parecerá extraño a quienes no conozcan a la Iglesia Católica o tengan una falsa noción de ella, pues también la Iglesia es una corporación viva, y faltaría algo de su vida si careciera de opinión pública. Y la culpa de este defecto recaería tanto sobre los pastores como sobre los fieles” 60. Sin una considerable capacidad de autocrítica, sin lugar para la “opinión pública” en el seno de la Iglesia; sin el fatigoso y empeñativo ejercicio del auténtico diálogo que es capaz de poner en cuestión las propias ideas, visiones analíticas y modalidades de acción, sin la disposición a una cierta “horizontalidad” en la participación del ejercicio de la conducción del Pueblo de Dios, difícilmente la Iglesia argentina podía constituirse en reflejo de la bondad del sistema democrático de gobierno para la sociedad nacional, y mucho menos en su promotora. 59 60 MALLIMACI, F., «La alegría de pertenecer», 21-22. [el resaltado es nuestro]. P.P. PÍO XII, L’Osservatore Romano, 18/II/1950. [el resaltado es nuestro]. 24 Pero cabe reconocer que si bien la democracia como sistema de gobierno no aparecía como un valor a defender y promover, sí en cambio, se proclamaba y promovía uno de los valores que la animan y que ella presupone: la participación de todos los ciudadanos en los niveles de decisión de la sociedad. Este valor sí estaba presente en el pensamiento y el debate de la Iglesia hacia adentro (jerarquía – laicado) y hacia afuera (documentos públicos de la jerarquía reclamando sistemas políticos abiertos a instancias de participación). Si nos detenemos en estos valores que están por lo demás a la base del sistema democrático de gobierno, nuestra investigación se conecta con las opiniones resultantes de las investigaciones de otros profesionales de nuestro equipo de investigadores de la U.C.A. acerca de la “Deuda social”. En efecto, Hasperué exhibe con fundamento, que el problema del “capital social” es primordial en la vigencia y sustentabilidad del sistema democrático de gobierno: “El capital social – una cultura de la confianza y tolerancia de la que surgen asociaciones voluntarias – está íntimamente vinculado con la estabilidad democrática” 61. Siguiendo a Inglehart, Hasperué enumera entre los elementos de la “cultura prodemocrática”, la existencia de “niveles relativamente altos de participación política y afiliación a organizaciones”. Surge así, del análisis de Hasperué, que hay una correlación entre la confianza interpersonal y los niveles de participación política u organizativa en general. Sin confianza interpersonal, no se alienta el valor de la participación en lo que resulta “común”. De suyo, cuando Hasperué se aplica a estudiar la cultura política argentina, tomando en cuenta abundantes estadísticas en torno a la confianza de los argentinos en las instituciones y entre ellos mismos, llega a la constatación de la existencia de una cierta dialéctica en nuestra cultura política: “En la cultura política argentina se da una p resencia simultánea de actitudes individualistas y estatistas en el grueso de la población”. La Argentina aparece a los ojos del investigador, con un serio problema en cuanto al “capital social” en el sentido arriba descrito. Estas indicaciones que surgen de la investigación de Hasperué, apoyan las nuestras que van emanando de nuestra investigación acerca de la Iglesia y la democracia: el problema de fondo parece ser el importante nivel de actitudes de tipo individualistas (en el caso de la Iglesia, de tipo “corporativistas” o de intereses sectoriales), que se oponen a realizar el valor de la participación en grado suficiente como para conformar una sana cultura política, y en esa medida dar persistencia y estabilidad a la forma democrática de gobierno. Si bien a juzgar por nuestra investigación, la Iglesia sí abogó por instalar el valor de la participación en la sociedad argentina tanto en los ’60 como en los ’90, parecería que el tejido social de la Iglesia en Argentina, adolece a nivel de actitudes y de pensamiento de las mismas carencias culturales de base; esto es, también en la Iglesia y en los que la dirigen, obrarían actitudes individualistas/corporativistas que habrían podido conducirla a no sacar las últimas consecuencias del valor de la participación hasta el nivel del compromiso con la cosa pública y particularmente con la política. Parecería que a menudo la Iglesia se comportó en ese sentido, de modo idéntico a otros actores sociales: habría defendido intereses “sectoriales” (como la enseñanza religiosa, la libertad para ejercer la acción pastoral, etc.). Tampoco el Estado ha sido capaz de generar políticas públicas participativas, como resulta de la investigación de Freier. Detrás de un concepto de pobre “excluyente” (aunque no fuera 61 Hasperué, 7. 25 explicitado), que lo deja a éste fuera del concepto de ciudadano, lo que se juega en las políticas sociales es la promoción o no del valor participación. Es evidente, a juicio de la investigadora, que el Estado desarrollista de los ’60 y el Estado reformista de los ’ 90 produjeron políticas sociales “tecnocráticas” y no participativas. Además del valor participación, este tipo de políticas pone en juego una constelación de valores: el valor de la persona-ciudadano-pobre o empobrecido: parecería que políticas tecnocráticas lo reducen a “objeto” de asistencia social; mientras que políticas participativas lo incluirían como “sujeto” de transformación del entorno vital -social62. Esto es más grave de lo que podría parecer, ya que también aquí entra en crisis el valor de la confianza no ya y en primer lugar “inter -personal” sino de la persona en sí misma. Es la diferencia entre ser “habitante” de este país, y ser “ciudadano” de la Nación. Según la investigadora, en la década de los ’90 como consecuencia de las crisis socioeconómicas y del ajuste estructural del Estado, se profundizó la pobreza estructural, generando fuertes desniveles de igualdad social, con las consecuencias que ello acarreó: aparición de los “nuevos pobres”; precarización del empleo; apatía social; falta de solidaridad, etc. De ello resulta menoscabado otro valor fundamental para la integración y sostenimiento social al implementar políticas sociales “tecnócratas” y no “participativas”, esto es el valor de la solidaridad. Freier cita a Kliksberg: “Renunciar a la solidaridad es renunciar a valores éticos básicos y a un desarrollo económico sostenible, a un avance histórico en conjunto y, en definitiva, al sostenimiento de sistemas democráticos reales” 63. Si, como apunta Freier, el Estado de Bienestar apuntaba a realizar el ‘principio de igualdad de todos los ciudadanos’, la privatización de los ’90 que terminó con el Estado productor y la desregulación que terminó con el Estado regulador, determinó un grave quiebre en el valor de la igualdad. Ello llevó a la ejecución de políticas sociales no ya universalistas, sino prevalentemente focalizadas. Ahora bien: “La estrategia de focalización es el reconocimiento de la existencia de grupos excluidos. Aquellos grupos vulnerables y con escasa capacidad de presión para la defensa o consecución de sus intereses, es decir, los más débiles” 64. Vale decir, que el Estado reformado de los ’90, acarreó la vulneración del valor -principio de igualdad de todos los ciudadanos sustituyéndolo por el des-valor del reconocimiento de grupos de subciudadanos “excluidos”, pasibles de ser destinatarios de políticas sociales focalizadas (y siempre tecnocráticas). 62 Respecto este particular, el magisterio de la Iglesia ha sido innovador y ha insistido sobre la dimensión de “sujeto” de los desti natarios de la acción pastoral de la misma. Entre otros documentos el de San Miguel (1969), que hemos analizado in extenso, resulta un punto de partida en orden a la pastoral y el compromiso con los pobres: “A partir de abril de 1969, desde el Magisterio, se nos recuerda que los pobres no deben ser objeto de la evangelización, sino sujetos. La pastoral, la teología, la comunidad, no deben estar orientadas hacia el Pueblo sino que deben realizarse desde el Pueblo mismo. Este es un punto central en el legado del documento que trastocará las experiencias eclesiales y será el comienzo de un proceso al que aún estamos lejos de haber dado respuestas satisfactorias”, MALLIMACI, F., «La alegría de pertenecer», 23. 63 Freier, 9. 64 Freier, 12. 26 Investigando la relación de la Iglesia con la democracia, se verifica que las temáticas dominantes en los ’60 giraban en torno a la “promoción” y al “desarrollo” de los sectores de la sociedad menos favorecidos. Vale decir que en el pensamiento y magisterio eclesial, siempre se observó el respeto por el valor de la persona (más allá de su encuadre social); el principio de la igualdad de todos los ciudadanos y la necesidad de generar instancias de real participación65. Es más, el sesgo, si así se puede llamar, del magisterio eclesial e incluso de los conflictos hacia adentro de la Iglesia66 fue el “problema social”, llegando a descui dar, según vamos relevando, una dimensión importante del mismo, que es la instancia política, el sistema de gobierno que mejor pudiera contribuir a integrar a todos los ciudadanos en el proyecto de Nación. El Episcopado estuvo siempre preocupado por el problema social, por los pobres; y siempre exhortó a buscar y poner en práctica opciones participativas basadas en la común igualdad de todos los hombres. En esa misma línea, el valor de la solidaridad ha sido alimentado y promovido de múltiples maneras67. Pero sin embargo parecería que los Obispos, los sacerdotes del Tercer Mundo comprometidos a su modo con la situación socio-política y los sectores intelectuales del laicado católico, no llegaron a ver acabadamente la importancia de promover y sostener el sistema democrático de gobierno como tal basado en la participación (y representatividad), en orden a solventar políticas participativas y una cultura política de la solidaridad. “La idea que la democracia no funciona y hay que buscar otros caminos, llena la década del ’60; [el documento de] San Miguel y los documentos de los Sacerdotes del Tercer Mundo: nunca se habla de democracia. Los Sacerdotes del Tercer mundo vienen del mundo del ‘catolicismo integral’; no vienen del progresismo. Vienen de la vieja cantera del catolicismo integral que busca no separar lo político, lo social, lo religioso, lo sexual, lo cultural; que busca tener una fuerte presencia en la sociedad a partir del envío de su gente a evangelizar. Este catolicismo integral no acepta el espacio de lo privado; busca salir a la calle. Su objetivo es reconstruir una sociedad católica. Este discurso católico es fuertemente deslegitimador de los partidos políticos, a quienes se los considera producto del liberalismo al igual que la misma democracia; y ambos a dos son cuestionados por el catolicismo integral. Los curas del tercer mundo son producto de esa matriz integralista actualizados, en todo caso, por el Concilio. Así como los obispos veían en las élites dirigentes sus interlocutores y posibles aliados, los curas del tercer mundo veían así a las clases populares. Pero la idea que tenían era, en el fondo, obispos y curas del tercer mundo, la misma: había que formar parte de ‘la nueva Argentina’. Así se entiende el hecho de que los curas del tercer m undo estigmaticen, por ejemplo, a los curas obreros: los acusan de extranjerizantes y de no entender el anhelo 65 Aunque muy a menudo la Iglesia argentina se limitó al enunciado de estos grandes principios, perdiendo así eficacia histórica. Así en el Documento de San Miguel “en ningún momento – y esto se corresponde a una visión del ‘desarrollo’ – se nos dice cómo, quiénes, desde dónde harán los ‘cambios necesarios’ para salir de la situación de injusticia. Podemos decir que en este punto hay vagos llamados a la ‘mentalización’, ‘conversión personal’, ‘a un desarrollo armónico y comunitario’, ‘modelos nuevos para la reforma de la empresa’ p ero ninguno apunta a otra propuesta de sociedad y de estructuración social, dejando así un amplio campo para todo tipo de interpretaciones; MALLIMACI, F., «La alegría de pertenecer», 22. [el resaltado es nuestro]. 66 En particular el conflicto entre el Episcopado y el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. 67 Un dato revelador de esa preocupación podría ser que en 1960 la Confederación Latinoamericana de Sindicalistas Cristianos (CLASC) creada seis años antes, cuenta entre sus miembros veintiún países del continente, reuniendo aproximadamente el 12% de los trabajadores sindicados de América Latina. Cfr. AUZA, N., «El catolicismo social latinoamericano», Actas del Simposio Histórico Los últimos cien años de la evangelización en América Latina. Centenario del Concilio plenario de América Latina, Ciudad del Vaticano, 21-25 de junio de 1999. 27 popular respecto de los sacerdotes; esto es, no que se confundan con la clase obrera como un obrero más, sino que sigan siendo sacerdotes, con todo el peso o relieve en la sociedad que tal estatuto le asigna, especialmente a nivel popular. Otro detalle a relevar es que los sacerdotes del tercer mundo jamás aceptaron la presencia de laicos en sus encuentros” 68. Según otro de nuestros entrevistados69, en los años ’60 sucedía que la política y en particular el sistema democrático, aparecía muy convulsionada: el sistema conservaba sólo un pálido aspecto formal (baste pensar a la proscripción del peronismo), y aparecía sujeta a todo tipo de arbitrariedades y abusos tanto de parte de civiles como de los militares. Ante tal escenario, siempre según nuestro informante, no resultaba contrastante que la Iglesia desatendiera la defensa de la democracia. Si tenemos presente pues, la matriz del catolicismo integral que moldeaba a la mayoría de los católicos – Obispos, clero y laicado –, junto con el descrédito de que gozaba el sistema democrático por los procesos históricos vividos, se comprende mejor la tendencia de una buena parte de la Iglesia en la Argentina a abrazar con facilidad experiencias militaristas. A diferencia de la concepción peyorativa que se tenía respecto de los partidos políticos, muchas veces los militares aparecían a los ojos de la Iglesia como una suerte de “virtuosos no contaminados”. Adem ás en el pensamiento eclesiástico se contraponía la idea de que la Iglesia en cuanto ‘sociedad’ se preocupaba por el ‘todo’ de la sociedad, mientras que los partidos políticos adolecerían de una inveterada parcialización de sus intereses, mirando sólo a su gente, fomentando un nocivo ‘clientelismo’. Asimismo, del texto del Documento de San Miguel y otros de la época, relevamos la proposición de otro valor fundante del sistema democrático: la igualdad de todos los ciudadanos, gravemente lesionada por estructuras injustas de opresión en todos los campos. Si analizamos los documentos del Episcopado latinoamericano, encontramos prácticamente la misma fisonomía de consideración. Magisterio Continental En 1958 la Santa Sede aprueba los estatutos de la creación del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), como “órgano de contacto y colaboración de las conferencias episcopales de América Latina”. Con este acontecimiento el Papa Paulo VI comienza a plasmar el intento por descentralizar el magisterio episcopal del sólo nivel pontificio, en consonancia con la colegialidad episcopal consagrada por el Concilio Vaticano II. En efecto, a la vista de la complejidad de los problemas que preocupaban a la humanidad y del pluralismo de situaciones, la palabra única y de alcance universal del magisterio pontificio resultaba de alguna manera, insuficiente. Se veía la necesidad de generar un nivel de consideración episcopal de las problemáticas particulares, más cercano a las realidades múltiples y variadas de los distintos pueblos y continentes. Básicamente tenemos que detenernos en los documentos finales de la IIª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín (Colombia, 1968). Contexto histórico y social de Medellín La iniciativa de convocar la IIª Conferencia General del CELAM, nace ya durante la celebración del Concilio Vaticano II, con el objetivo primordial de aplicar las enseñanzas de dicho Concilio en la realidad de América Latina. 68 69 Entrevista al Dr. Fortunato Mallimaci, 27/VI/02. Entrevista a Mons. Lucio Gera, 22/4/2002 28 Es importante tener en cuenta que entre la clausura del Concilio (1965) y la celebración de Medellín (1968), Paulo VI publicó la Carta encíclica Populorum Progressio (26 de marzo de 1967) ya que en ella se percibe la problemática que se había instalado promediando la década que nos ocupa: los graves desequilibrios reinantes en el ámbito del desarrollo y progreso de los pueblos. Por eso la Populorum Progressio insistirá en la dimensión integral del desarrollo, que no permite restringirlo a la mera consideración económica, sino que apunta a “promover a todos los hombres y a todo el hombre” (PP 14). La encíclica consagra la formulación de un desarrollo a la vez integral del hombre y solidario, esto es, integral de la humanidad70. En este clima se comprende mejor el talante de la Conferencia de Medellín, apenas un año después de la Populorum Progressio. El continente latinoamericano aparecía a la época, como una viva caja de resonancia de las problemáticas del desequilibrio entre naciones desarrolladas y naciones sub-desarrolladas. La aspiración al progreso integral del hombre adquiría ribetes intensos, llegando en América Latina a promover la lucha armada: “Por una parte, ha pasado la época de las expectativas desarrollistas y hay una creciente toma de conciencia del carácter dependiente del subdesarrollo de América Latina; por otra parte, existe una amenaza de echar mano de la violencia para luchar contra el paulatino endurecimiento de los regímenes militares que se van implantando en estos países. Todo esto será expresado en Medellín en términos de ‘cambio social profundo y acelerado’, hecho al que alude el mismo título del documento final de dicha Conferencia” 71. La IIª Conferencia General del CELAM en Medellín Ya en Medellín, como luego en Puebla72, se percibe una fuerte insistencia en la temática social que aflige los pueblos del continente y ocupa la atención de los Obispos. De allí la insistencia en la promoción integral de todos los habitantes del continente y en la necesidad de sanear las estructuras de pecado que determinan situaciones de injusticia inaceptables. Pero si hacemos un relevamiento de la cuestión específicamente política, acerca de los sistemas de gobierno vigentes en el continente entonces y su respectiva valoración crítica por parte de los Obispos, notamos un fuerte desbalanceo respecto del tratamiento de la temática social. En efecto, en el documento de Medellín, prácticamente se dedica un solo número, el 16, a la propuesta de una necesaria “Reforma política”, en orden al “cambio global en las estructuras latinoamericanas”. Respecto esta considerac ión opina Braun: “Lo que dice Medellín ... sobre la reforma política es raquítico comparado con lo que se propone antes como orientación del cambio social ... y no recoge la idea de Pacem in Terris sobre la importancia del orden constitucional y la gravedad de su quiebra. Puebla denuncia ‘las angustias surgidas por los abusos de poder típicos de los regímenes de fuerza’ (42), pero cuando llega el momento de indicar las raíces profundas de estos hechos (cf. 63 y ss.) ni se menciona la falta de régimen político constitucional. La lectura de la realidad carece de una explicación propiamente política, y por ello no puede extrañar que falte una propuesta específicamente política y no meramente moral. En este punto la Iglesia latinoamericana padece, a mi juicio, de una deficiencia cultural al no haber aprendido a distinguir con más cuidado el 70 Cfr. PP 43 y ss. CAMACHO, I., Doctrina social de la Iglesia. Una aproximación histórica, San Pablo, Madrid, 1991, 534. 72 CELAM, IIIª Conferencia general del Episcopado Latinoamericano: “La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina”, Puebla de los Ángeles, México, 1979. 71 29 liberalismo político, el liberalismo económico y el liberalismo filosófico, encerrando en una misma condena a lo que ideológicamente e históricamente era diferente y merecía ser objeto del discernimiento pedido por Paulo VI en Octogesima adveniens” 73. Nos parece fundamental este análisis de Rafael Braun, que representa posiblemente esa carencia en la atención de los obispos del continente (y de nuestro país en particular) y que se refleja en el “desbalanceo” entre la temática social por un lado y la temática política por otro, tal como apuntáramos más arriba. La carencia de tal consideración propiamente política de la situación de la realidad, acarrearía la formulación de proposiciones meramente morales, y por lo tanto excesivamente genéricas, que no cristalizan una propuesta política concreta como hubiera sido abogar por la reimplantación del sistema democrático en los países del continente y en el nuestro en particular. Otro tanto puede decirse respecto de la consideración que merecieron por parte del magisterio eclesiástico (en los tres niveles: pontificio, latinoamericano y nacional) los partidos políticos. La función de mediación entre el individuo y el poder que ejercen es necesaria y útil, al punto que sin ellos la libre participación ciudadana se torna casi imposible. No en vano una de las primeras medidas que adoptan los regímenes autoritarios es disolverlos o prohibirles toda actividad. Sin embargo en el magisterio de las décadas del ’60 y ’70, se trata de ellos en muy contadas ocasiones, y en un contexto peyorativo que opone la sana perspectiva del bien común a la negativa del interés particular (Cfr. GS 75; DP 523-524). “Esta incomprensión del papel positivo que jueg a el partido político en un régimen político que respete los derechos humanos explica, me parece, porqué la Iglesia ha promovido más las instituciones propias del orden corporativo que las del orden constitucional democrático” 74. También resulta llamativo que ni en los documentos finales de Medellín, como tampoco en los de Puebla, aparezcan ni una vez los conceptos de “democracia” y de “Constitución”, teniendo en cuenta el retroescenario del magisterio pontificio universal que, como hemos expuesto in extenso, trataba pormenorizadamente de esos y otros temas estrictamente políticos. El mismo documento de Medellín se hace eco de esta carencia: “La carencia de una conciencia política en nuestros países hace imprescindible la acción educadora de la Iglesia, con objeto de que los cristianos consideren su participación en la vida política de la Nación como un deber de conciencia y como el ejercicio de la caridad, en su sentido más noble y eficaz para la vida de la comunidad” 75. Digamos, para cerrar este “nivel” d e magisterio continental, que la democracia recién será mencionada explícitamente en la IVª Conferencia General del CELAM, de Santo Domingo en 1992; y lo hará de modo muy sucinto y general en cuatro de sus números (del 190 al 193). Para visualizar mejor el tratamiento que la democracia ha tenido en el magisterio universal, continental y nacional, vamos a volcar en un cuadro los documentos de esos tres niveles de magisterio, donde se trata el tema de la democracia: 73 Rafael Braun, «Iglesia y democracia», Criterio 1940, 28 de marzo de 1985, 83. Ibidem, 87. 75 Medellín, 16. 74 30 Magisterio Universal (Pontificio) Continental (CELAM) Nacional (CEA) Radiomensaje de Pío XII, 24/12/1944: “El problema de la democracia”. IVª Conf. Gral.del Episcopado Latinoamericano, 12-28/10/1992: “Nueva evangelización, promoción humana, cultura cristiana”. Sto. Domingo (190-193) XLII Asamblea Plenaria, 4-9/5/1981: “Iglesia y Comunidad nacional” (108 137) Como salta a la vista, el tema de la democracia como tal, ha tomado muchísimo tiempo en pasar del nivel pontificio del magisterio, al nivel nacional y más aún al continental76; siempre refiriéndonos a los documentos públicos. Este desbalanceo entre la preocupación por la cuestión social, con especial atención a los pobres, y la preocupación por el ámbito propiamente político, se debe a juicio de Gera, entre otros factores, a que la Iglesia siempre es más sensible a lo social: eso deriva del principio de que ella es indiferente a los regímenes políticos. En modo aún inconsciente, la Iglesia mira la situación de la gente antes que al sistema; lo cual, siempre según nuestro entrevistado, no está del todo mal. El Episcopado estuvo siempre preocupado por el problema social, por los pobres; y siempre exhortó a buscar y poner en práctica opciones participativas basadas en la común igualdad de todos los hombres. Aunque es verdad que esa preocupación por la gente y en especial por los pobres, no resulta ponderada desde la estructura política lo cual es una falencia muy riesgosa e incompleta a nuestro juicio. Vida y conflictos de la Iglesia en la Argentina de la década del ’60 En la década del ’60 hay otro foco de preocupación y debate hacia adentro de la Iglesia que empeña la atención del Episcopado argentino. Como se puede apreciar en nuestra sinopsis, a fines de 1967 nace el movimiento de sacerdotes del Tercer Mundo en nuestro país77, con una primera adhesión de 270 sacerdotes que representaban entonces el 10% del clero secular de la Argentina. A un año y medio de creado el movimiento emitió un documento titulado “Coincidencias básicas” donde se lee, por ejemplo: 76 Relevamos con perplejidad y preocupación que en la última Conferencia general del CELAM (1992) ni siquiera se menciona a los partidos políticos, ignorándolos por completo. Tampoco dedica ninguna reflexión al tema de la “Constitución”, como dijimos de las dos conferencias generales previas (Medellín y Puebla). 77 El movimiento tendrá vida activa hasta aproximadamente fines de 1975; el último documento publicado es una carta proponiendo un nuevo encuentro nacional, fechada el 13 de septiembre de 1974, en Santa Fe. En ese período de existencia se realizaron seis Encuentros Nacionales de sacerdotes del movimiento. 31 “implica ... nuestra firme adhesión al proceso revolucionario, de cambio radical y urgente de sus estructuras [del Tercer Mundo] y nuestro formal rechazo del sistema capitalista vigente y todo tipo de imperialismo económico, político y cultural; para marchar en búsqueda de un socialismo latinoamericano que promueva el advenimiento del Hombre Nuevo; socialismo que no implica forzosamente programas de realización impuestos por partidos socialistas de aquí u otras partes del mundo pero que sí incluye necesariamente la socialización de los medios de producción, del poder económico y político y de la cultura” 78. Este mismo párrafo es citado casi textualmente por la “Declaración de la comisión permanente del Episcopado Argentino, a nuestros colaboradores: sacerdotes diocesanos y religiosos y a todo el pueblo de Dios”, del 12 de agosto de 1970. A continuación de la citación textual dicen los obispos que semejante adhesión a un proceso revolucionario, “no corresponde ni es lícito a ningún grupo de sacerdotes ni por su carácter sacerdotal, ni por la doctrina social de la Iglesia a la cual se opone, ni por el carácter de revolución social que implica la aceptación de la violencia como medio para lograr cuanto antes la liberación de los oprimidos”. La declaración episcopal es extensa y contesta c on energía otras expresiones del movimiento de sacerdotes para el Tercer Mundo a menudo citándolas textualmente. El debate continuó con el mismo talante enérgico: los sacerdotes del movimiento emanaron un extenso documento intitulado: “Nuestra reflexión”, enviado a los Obispos en respuesta a la Declaración de éstos, fechado en Goya, el 11 de octubre de 1970. De manera que la preocupación de los Obispos, pero también de los sacerdotes y una parte del laicado, se centraba sobre otras cuestiones distintas del análisis del sistema de gobierno conveniente para el país, e instalaba así un intenso y por momentos muy fuerte debate al interior de la Iglesia hacia la segunda mitad de la década del ’60 y la del ’70. Este debate en torno al movimiento de sacerdotes para el Tercer Mundo se enmarcaba en un debate mayor suscitado por el desarrollo del Concilio Vaticano II y sus consecuencias para la Iglesia en nuestro país, que agitó controversias en muchos otros campos además del apenas aludido. Según R. Di Stefano y L. Zanatta, el Concilio causó un verdadero “terremoto” en la Iglesia argentina: “el aggiornamento conciliar minó en el plano teológico la matriz tomista que regía la arquitectura institucional y cultural eclesiástica argentina como en pocas otras iglesias. Al hacerlo, es decir, al legitimar el ejercicio de la crítica teológica y por tanto los fundamentos sobre los que la Iglesia argentina había construido una imagen de sí misma y de su ubicación en el pasado y en el presente de su comunidad nacional, el Vaticano II infligió un terrible golpe a la proyección temporal de tal perspectiva teológica: el mito de la ‘nación católica’” 79. La jerarquía eclesiástica se vio obligada, a su pesar en muchos de sus miembros, a conducir una renovación conciliar cuya necesidad no había percibido a tiempo y que en muchos casos, le parecía riesgosa. De suyo resulta desconcertante que el Episcopado no le haya dedicado ninguna carta pastoral a la convocatoria del Concilio Vaticano II. Pero el debate que ocasionó el aggiornamento 78 Domingo Bresci (ed.), Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Documentos para la memoria histórica, CEHILA, Buenos Aires, 1994, 71. 79 R. Di Stefano y L. Zanatta, Historia de la Iglesia argentina, 478. 32 conciliar, trascendió con mucho la “clausura” del ámbito del episcopado y ganó las filas del laicado católico profundizando la crisis. Paradigmática resulta al respecto la profunda crisis que venía viviendo la Acción Católica Argentina, que ya antes del Concilio expresaba su malestar sobre la nula influencia de la ACA en la vida nacional. En efecto, entre 1958 y 1961 la juventud de la ACA perdió un tercio de sus socios y la sección de los “aspirantes” prácticamente había desaparecido de los colegios católicos. “cuando comenzó el Concilio en octubre de 1962, ya existían en la Iglesia argentina todas las premisas de los conflictos que habrían provocado primero sus deliberaciones y luego, con mayor fuerza aún, su aplicación. La Iglesia argentina que llegaba al Vaticano II, en definitiva, no estaba menos atravesada por las mismas inquietudes y ansias de renovación que muchas otras de las que jugaron en él un papel de primer orden, de modo que el Concilio no introdujo conflictos o instancias ‘artificiales’ sobre los que la Iglesia no se interrogara desde antes, sino que funcionó como un detonante de tensiones que ya estaban muy arraigadas” 80. La tensión al interior de la ACA y del clero trascendió el ámbito eclesial con ocasión del Plan de Lucha propuesto por la CGT en 1964, generando una disgregación entre los católicos que derivó en conflictos políticos a menudo cargados de violencia que se irán agudizando cada vez más hacia la década del ’70. A raíz del Plan de Lucha de la CGT, se dividieron las aguas entre las filas católicas: los sectores progresistas que apoyaban el Plan estaban representados dentro del universo católico por gran cantidad de movimientos como el Centro de Investigación y Acción Social de los jesuitas, el Movimiento Obrero de Acción Católica, la Comisión Coordinadora de Equipos Sacerdotales, y otros. Mientras que los sectores del catolicismo nacionalista-tradicionalista eran representados por el periódico Cruzada y la Sociedad para la Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad que se lanzaron vehementemente contra el Plan y contra los católicos que los apoyaban. “El conflicto, sin embargo, tocó el corazón del mundo católico, sobre todo cuando enfrentó a la cúpula de la Acción Católica con gran parte de sus ramas, ‘culpables’ de haber desconocido la jerarquía y la disciplina eclesiástica al recurrir a los grandes diarios para polemizar con los católicos nacionalistas de Cruzada o al abstenerse de defender al Cardenal Caggiano cuando fue atacado por la CGT. Justamente ese conflicto, tanto por sus contenidos como por sus protagonistas, era la más clara demostración de hasta qué punto las tensiones generacionales y entre concepciones distintas de la Iglesia y de su relación con el mundo moderno, que se habían manifestado primero en el debate teológico y en algunas inquietudes pastorales, derivaron fatalmente, después del Concilio, en un enfrentamiento abierto entre diferentes opciones sociales y políticas. Opciones que, a su vez, embestían a la sociedad más allá de los confines del mundo católico y erosionaban en su raíz el mito de la ‘nación católica’, sobre cuyas bases la Iglesia y el ejército habían intentado imponer al país un ethos nacional unitario, pero que entonces como nunca antes parecía derretirse como la nieve bajo el sol por los golpes de las incurables fracturas que hendían tanto a la nación como al catolicismo” 81. En aquellos años del post-Concilio, buena parte de los jóvenes católicos argentinos, motivados por la animación pastoral de los sacerdotes que sintonizaban con ese proceso de aggiornamento conciliar – convulsionado, como vemos –, y de compromiso con lo popular y 80 81 Idem, 493. Idem, 510-511. 33 los pobres – propio de la matriz del catolicismo integral –, se volcó hacia las clases populares en lo social y pastoral, y hacia el peronismo en lo político, cuyo discurso de exaltación del “pueblo” por momentos se mimetizaba con la prédica eclesial. Algunos de esos jóvenes se inclinaron hacia formas marcadamente antidemocráticas y nacionalistas dando origen a movimientos políticos violentos del tipo de los Montoneros, que resulta el paradigma de esa aleación entre cierto catolicismo integral y el nacionalismo82. Se verificó entonces una suerte de transposición de las tensiones que habitaban al interior del catolicismo – entre posiciones conservadoras y progresistas – en forma de conflicto abierto en el ámbito del peronismo y más allá de éste, en lo socio-político en general83. Como corolario de esta breve presentación de algunos acontecimientos que tuvieron su origen en la dinámica conciliar que se impuso al interior del catolicismo en la argentina, es importante relevar que “en ella, más aún que en las variables políticas e ideológicas con frecuencia invocadas por la historiografía, es donde debe hallarse la clave para comprender los profundos conflictos que desde estos años comenzaron a explotar tanto entre el laicado como en el clero y que en los años sucesivos se extendieron como una mancha de aceite hasta confundirse con la larvada guerra civil en la que precipitó el país” 84. Este “desborde” desde la confrontación al interior de la vida de la Iglesia, hacia la confrontación en el terreno social y político, adquiere significatividad si se tiene en cuenta el marco histórico y social de la realidad del continente latinoamericano entre los años 1960 y 1970. Prevalecía entonces, el clima revolucionario y de radical contestación juvenil, junto con una fuerte reacción contrapuesta que respondía a la dinámica de la guerra fría, instalada en el continente sobre todo después de la revolución cubana; reacción que se manifestaba en términos de una cruzada para la defensa de la ‘civilización cristiana y occidental’ frente a la amenaza del comunismo. Entonces, a la división interna de la Iglesia y su escasa eficacia en el plano pastoral, se contraponía una fuerte influencia en el plano político: “Influencia que tenía entonces el efecto de endurecer a las cúpulas eclesiásticas en la resistencia al cambio e incluso de consentirles contar con numerosos y poderosos aliados fuera de la Iglesia para combatir los cuestionamientos internos a su tradicional ubicación en el centro de la nación y en su trama institucional” 85. Testigo de una actitud muy diferente de cara al aggiornamento impulsado por el Concilio Vaticano II fue el grupo de católicos que se expresaban a través de la revista Criterio, que a un mes de la revolución encabezada por el Gral. Onganía opinaba: “Para esta hora, que deseamos de verdad sea nueva para nuestra patria, creemos que se puede señalar una prioridad en las actitudes. En relación con la Iglesia, en cuanto estructura jerárquica y social, convendrá que nada la distraiga de la puesta en marcha de la primera etapa conciliar. Cuanto más pronto se renueve en su interior, más rápido y mejor podrá intervenir en el quehacer argentino” 86. 82 Cfr., GILLESPIE, R., Soldados de Perón. Los Montoneros, Bs. As., 1987, 73-118. Así, la muerte del nacionalista Saccheri (del grupo nacionalista “Verbo”), asesinado por el grupo montoneros, no hace sino reflejar un conflicto de posiciones al interior del catolicismo, opina el Dr. Fortunato Mallimaci en la entrevista concedida. 84 R. Di Stefano y L. Zanatta, Historia de la Iglesia argentina, 503. 85 Idem, 514. 86 «Los católicos y el cambio político», Criterio 1504, 28 de julio de 1966, 525. 83 34 Como puede observarse al recoger estos hechos, tanto del orden nacional como eclesial (y dentro del eclesial, distintos niveles: universal, continental y nacional), y las controversias que generaron, podemos hacernos una idea aproximada de cuáles eran la preocupaciones más acuciantes que ocupaban la atención de la jerarquía eclesiástica argentina y del laicado: eran muchas y urgentes, y determinaban posturas a menudo irreconciliables entre sí. Por todo lo cual se comprende mejor porqué el debate en torno al sistema de gobierno o la defensa de la democracia hayan resultado postergados en la agenda de la Iglesia de los años ’60 -’70. Además, “el hecho ... de que los gobiernos civiles sufrieran crónicamente de déficit de legitimidad, acrecentaba ulteriormente su peso [de la Iglesia], dado que, al igual que en los años treinta , ellos habían sido inducidos a obviar tal situación buscando el apoyo, o por lo menos la tolerancia, de las instituciones ‘tutelares’ por excelencia: la Iglesia y las Fuerzas Armadas” 87. Si observamos los otros episcopados latinoamericanos en el período previo y en la década de los ’60, notamos que algunos de ellos (especialmente el chileno y el brasilero) tuvieron una más viva consideración por el sistema democrático de gobierno y en general por “la cosa pública”, la pol ítica, en sus respectivos países que el episcopado argentino88. Un elemento de análisis sociológico hecha luz sobre las posibles razones de esta diferencia. El episcopado chileno desde principios de siglo hacia la mitad del mismo, resulta integrado por sacerdotes que proceden de clases altas de su sociedad (más fuertemente polarizada en clases ‘alta’ y ‘baja’ que la nuestra). Provienen, pues, de la clase familiarizada con las distintas formas de poder social. En general, el episcopado chileno se integra por obispos que tienen un aprendizaje de gobierno ya asimilado cuando son consagrados como tales. En cambio la mayoría de los obispos argentinos, en el mismo período histórico, proceden de familias de inmigrantes, españolas e italianas, sobre todo, que tuvieron que aprender a vivir en el país, con la consecuente preocupación inmediata por la subsistencia y adaptación al medio89. No vienen de la clase dirigente de la sociedad y menos aún de la clase gobernante. Por eso cuando los sacerdotes argentinos resultaban consagrados en el orden episcopal encontraban dificultades para manejar la cuota de poder que implica el gobierno episcopal. Esta observación sociológica-comparativa ofrece otro elemento para comprender porqué nuestro episcopado no supo conducirse con habilidad gubernativa y magisterial en medio de las vicisitudes que atravesó nuestro país. Más bien nuestro episcopado se ocupó de asuntos internos a la vida eclesial. En una perspectiva similar, el Dr. Mallimaci opina que en el episcopado argentino coexisten obispos que viven de la institución y otros que viven para la institución. Es decir, están aquellos obispos que tienen capital cultural propio, ya sea por poseer un título académico, o cierta holgura económica familiar previa a su consagración episcopal; éstos gozan de cierta 87 R. Di Stefano y L. Zanatta, Historia de la Iglesia argentina, 514. Así opinan los entrevistados Dr. Angel Centeno y Mons. Lucio Gera. 89 Esta observación sociológica de la procedencia social del episcopado argentino al iniciarse la década del ’60 está claramente expresada en la investigación publicada por DE IMAZ, J. L., Los que mandan, Bs. As., 19654, 164-183. Al año 1961, dice de Imaz, lo normal del punto de vista estadístico, respecto de la procedencia del obispo argentino, “es que ... sea de origen rural, o al menos de poblaciones que, hoy de escasa concentración urbana, eran en la época del nacimiento [de dichos obispos] reducidos poblados. Además son hijos de inmigrantes. Los obispos argentinos resultan primera generación nacida en el país, de los grupos instalados en el lapso que va entre el 80 y los primeros años del siglo. Predominan los hijos de italianos, especialmente piamonteses. Esto compagina con su origen rural. Si en muchos casos no se poseen datos concretos sobre el tipo de ocupación que realizaron sus padres en América, todo permite suponer que vinieron en calidad de ‘colonos’ con vistas a s er ‘chacareros’”, DE IMAZ, J. L., 174. 88 35 libertad respecto del “cuerpo” del episcopado, tanto en su pensamiento como en sus expresiones. En cambio otros obispos, hijos de obreros, campesinos o inmigrantes, sienten que le deben todo al episcopado, lo que les dificulta enormemente tomar distancia de la opinión del cuerpo episcopal. El mito de la Nación católica Cuando se analizan los agitados acontecimientos sociales, políticos y eclesiales de la década del ’60, aparecen en un primer plano dos grupos en confrontación, tal como venimos describiéndolos. Un grupo más conservador, integrado por las cúpulas del Episcopado, buena parte del laicado católico y por las Fuerzas Armadas; el otro grupo más bien “progresista”, minoritario, integrado por los sectores más afines a la renovación conciliar, que ellos mismos habían anticipado en cierta medida en grupos de vanguardia, tanto al interior de la vida eclesial, como en su proyección socio-política. En este grupo predominaban los sectores más pensantes del catolicismo y más sensibles y respetuosos de la legítima autonomía del Estado respecto de la Iglesia. Sin embargo, la oposición más virulenta al grupo conservador, no reconoce en estos ‘progresistas’ su principal protagonista, sino en aquellos sacerdotes, religiosos y laicos que desde “la perspectiva del pueblo”, abrazaron el ideario de la corriente “liberacionista” latinoamericana, y se volcaron hacia un compromiso concreto de tipo social con los más pobres, asumiendo sus reclamos que a menudo canalizaron en particulares opciones políticas que, dicho sea de paso, por ese entonces no siempre excluían el posible recurso a la violencia90. Pero lo notable es que tanto el grupo más conservador, representado por la cúpula episcopal y las fuerzas armadas, como este otro sector en cierto modo también “progresista” pero con un marcado perfil socio-político “liberacionista” (a diferencia del grupo más “intelectual eclesial” arriba descrito), obedecían a una misma matriz de pensamiento nacional -católica. Cuando en 1966 las fuerzas armadas derrocaron el gobierno constitucional, “actuaron nuevamente como ‘partido católico’ e instauraron un régimen militar que reverdecía el mito de la ‘nación católica’ como fundamento de un orden político que reconocía en la Iglesia y en su doctrina las fuentes de su propia legitimidad” 91. Por eso no es de extrañar que muchos obispos hayan considerado ‘natural’ brindar su apoyo al gobierno militar. Éste se proponía restaurar el “orden católico” eliminando por la fuerza las divisiones políticas típicas de las democracias liberales, trazando las coordenadas de un orden corporativo que excluyese la lucha de clases y las “ideologías antinacionales”, reabsorbiendo al mismo tiempo las bases del peronismo, todo lo cual se correspondía bastante con el prototipo de régimen político que la cultura eclesiástica había presupuesto desde el renacimiento católico del período de entreguerras92. La mutua colaboración entre las 90 “La experiencia de San Miguel [1969] también estará en la base del proceso de radicalización político y social que muchos jóvenes cristianos de clases medias comienzan a vivir en esos años. Acabados los ‘medios pacíficos’, no habiendo otras ‘salidas auténticas y verdaderas’, desconfiando profundamente de la democracia y los partidos políticos, con gobiernos militares recurrentes, la búsqueda de todo tipo de medios – incluidos los violentos – como posibles para la transformación de la sociedad, se convierte en una posibilidad cada día más real y creíble. Son jóvenes cristianos que en su gran mayoría llegan al compromiso político a partir de una experiencia religiosa. Comprenden la política como quien hace mística y no con los medios, limitaciones y valores de los político”; MALLIMACI, F., «La alegría de pertenecer», 24. [el resaltado es nuestro]. 91 R. Di Stefano y L. Zanatta, Historia de la Iglesia argentina, 517. 92 Cfr. Ibidem. 36 autoridades del ejército y las de la Iglesia, no era más que la natural resultante de la compartida lógica de ideas integralista en la que ambas se inspiraban. Pero si bien en el margen opuesto y de modo beligerante, los sacerdotes “progresistas” que se organizaron en torno a la opción de un compromiso social más marcado con los pobres (Villas Miseria, movimientos rurales y obreros, etc.), también obedecían en definitiva, a la misma matriz de pensamiento integralista nacional-católica. También ellos proponían y luchaban por la realización de un modelo de cristiandad básicamente comprendido en el universo integralista: el orden temporal debía reflejar el orden revelado tal como ellos lo concebían a la luz de la ‘perspectiva desde el pueblo’, y la búsqueda de la ‘justicia social’ venía a ser la actitud coherente de verificación del ‘plan de Dios’. En síntesis, este grupo proponía un modelo de cristiandad “encarnada”, pero no menos integralista que el que proponía el grupo conservador. Refiriéndose al Movimiento de Sacertotes para el Tercer Mundo, que entre 1970 y 1973 debatieron vivamente acerca de la posibilidad de generar en el país un “socialismo nacional”, señalan con acierto Di Stefano y Zanatta: “En tal contexto, la lucha armada debía considerarse como un camino sin dudas lícito, en particular porque los partidos políticos y la ‘modernidad europea’ de tipo li beral democrático debían considerarse o bien ‘terminados’, o bien inadecuados para una realidad ‘dependiente’ como la argentina, en la que, entonces, la vía electoral se prefiguraba como ‘adormecedora’ de las energías revolucionarias. Distinta, en cambio, era la percepción que los ‘liberacionistas’ tenían del ejército, desde el momento en que, si bien en esa coyuntura les parecía el agente de la represión de las elites, seguía siendo siempre ‘el gran partido de la nación’, con el cual se habría debido dialogar. Lo que bien visto confirmaba que el mito del ejército como eje de la nacionalidad, junto a la Iglesia, no era ajeno al clero ‘progresista’, que no parecía por cierto despegarse de aquel antiliberalismo visceral y de aquel imaginario corporativo que en el pasado habían alimentado el mito integralista y excluyente de la ‘nación católica’” 93. Nos interesa rescatar la matriz nacional-católica e integralista, que acomunaba tanto a un grupo como a otro en franca controversia contra la ‘modernidad liberal’ qu e consideraba necesaria y legítima la separación Iglesia-Estado; el respeto por la forma de gobierno republicana sostenida por el sistema democrático; y la plena vigencia de la Constitución nacional. Es decir, en unos y otros alentaba igualmente el “mito de la Nación católica”: “FFAA e Iglesia se ‘ofrecen’ en situaciones de crisis como sostenedoras de la patria y la nacionalidad: ellas son el ‘verdadero’ cimiento de la argentinidad. Para ello deben mostrarse sin fisuras ni conflictos. Militarización y clericalización son, en la Argentina contemporánea, dos caras de un mismo proceso” 94. 93 94 R. Di Stefano y L. Zanatta, Historia de la Iglesia argentina, 527-528. MALLIMACI, F., «El catolicismo argentino», 356. 37 Iglesia y Democracia en la Argentina de los ’90. Antecedentes. El “Proceso de Reorganización Nacional” (1976 -1983). No sería exagerado contar entre los períodos más sombríos de la historia argentina el iniciado con el golpe militar del 24 de marzo de 1976. Es sobreabundante la literatura que sobre el mismo, desde distintas vertientes de opinión, se ha escrito en nuestro país y en el extranjero. También resulta contrastante el juicio que merece la actitud de la Iglesia argentina – episcopado, clero, religiosos y laicos – durante el período del gobierno militar de facto en relación a las autoridades que lo condujeron. Muy tempranamente se hicieron eco de ese juicio que inquietaba la conciencia de los cristianos los mismos Obispos, como deja ver claramente la carta de la CEA a los miembros de la junta militar, a sólo un año del golpe: “Mas ahora, pasado un año del comienzo del presente proceso nacional, nos encontramos, al recibir las proposiciones de los señores Obispos para esta reunión de la comisión permanente, con que de todas partes de la República arriban quejas similares, que se traducen finalmente en un pedido algo mezclado de reproche: ¿por qué los Obispos no hemos hablado denunciando claramente una situación de hecho – aunque se ignoren los responsables de las acciones individuales – que hiere la conciencia cristiana?” 95. El análisis y juicio valorativo del papel desempeñado por la Iglesia argentina durante los años del proceso militar no constituye parte del objeto de nuestra investigación. Lo que sí debemos relevar es la influencia que lo vivido en esos años tuvo en orden a la conciencia valorativa por parte de la Iglesia, del sistema de gobierno democrático y constitucional. Siempre ateniéndonos a los documentos publicados por la CEA, es notorio el cambio de talante en el pensamiento del Episcopado respecto del sistema democrático de gobierno que queda reflejado en el documento más importante de la década del ’8 0: Iglesia y Comunidad Nacional, del 8 de mayo de 1981. Allí el Episcopado se hace eco del creciente anhelo que caracteriza la historia del pueblo argentino “hacia una participación integral y hacia la consecución de una democracia auténtica” 96. El documento dedica preciosas reflexiones acerca del valor, conveniencia y características de una “sana” democracia, desde el número 108 al 137 del mismo. Parecería que varios factores influyeron sobre los Obispos determinando esa nueva actitud; entre los más salientes, y siempre a juzgar por sus declaraciones públicas, aparecen la fuerte toma de conciencia de la degeneración del proceso militar en detrimento de los derechos humanos de los argentinos y la guerra de las Malvinas97. 95 CEA, Carta de la Comisión Permanente de la CEA a los miembros de la Junta militar, sobre inquietudes del pueblo cristiano, por detenidos, desaparecidos, etc. Bs. As., 17 de marzo de 1977. 96 ICN, 111. 97 “Una de las consecuencias políticas de la guerra de las Malvinas consiste en la decisión del gobierno de facto de limitar la usurpación del poder y comprometerse a la restitución de la vigencia de la Constitución con el consiguiente llamado a elecciones generales. Ante esa situación, el Episcopado reitera su postura de que la reconciliación nacional ha de ser, en parte, fruto de la institucionalización democrática, para lo cual se hace necesario la plena y responsable participación cívica de los ciudadanos”, AUZA, N. T., Documentos del Episcopado Argentino 1982-1983, Bs. As., 1988, 53. 38 Respecto lo primero, es significativo el malestar manifestado por el Card. Aramburu, entonces presidente de la CEA y en nombre de la Asamblea Plenaria de ésta, al Gral. Bignone, por entonces Presidente de la Nación, respecto de las explicaciones que diera el gobierno ante el enésimo reclamo de la CEA (del 20/VIII/82) “sobre los desaparecidos y sus familias”. Es la primera vez que explícitamente y por escrito la Conferencia Episcopal rechaza la explicación de un Presidente de facto sobre el tema98. Respecto de lo segundo, la derrota en la guerra por las Malvinas, observa Auza: “La derrota militar en las Malvinas produjo en la sociedad argentina, entre otras consecuencias, el desarrollo de una profunda crisis de orientación política y de conciencia de comunidad, acompañada del resquebrajamiento de la unidad y solidaridad nacional, como pocas veces se había dado a lo largo del siglo” 99. El cambio de talante que hemos relevado en el pensamiento del Episcopado, se vió azuzado por esa crisis que produjo la derrota militar y que dio el golpe de gracia a un ya muy desacreditado gobierno de facto. Las autoridades militares anunciaron su decisión de dejar el poder nacional usurpado en 1976 y convocar a elecciones libres en la brevedad. A raíz de todo ello, el Episcopado se expresa en estos términos: “La d ecisión de las autoridades nacionales de restaurar el orden institucional es una medida que ha merecido el consenso de la mayoría del pueblo, que ve en ello el reconocimiento de sus propios derechos. Todos los ciudadanos debemos comprometernos con clara y firme voluntad a apoyar esta marcha a la plena vigencia del estado de derecho según la ley fundamental de la Nación, la cual, a pesar de sus limitaciones, contribuyó a organizar nuestra sociedad política en medio de una situación tanto o más crítica que la nuestra. Quebrar o malograr este proceso de institucionalización sería trágico para el futuro de la República. Junto con los dirigentes del país y los partidos políticos, tenemos responsabilidad todos y cada uno de los argentinos. Debemos interesarnos por la cosa pública, capacitarnos para participar en sus expresiones. [...] Hay que nutrir en el alma del pueblo la convicción profunda de la bondad y conveniencia del régimen democrático que hemos elegido, el cual, por lo mismo, tiene capacidad para defenderse de los peligros que lo acechen, subsistir y desarrollarse dentro de sus modos legales de proceder. La necesidad de continuidad en la vida institucional debe ser un principio fundamental e inquebrantable de la conciencia política nacional de suerte que el espíritu ‘golpista’ resulte extraño a nuestra idiosincrasia política” 100. La experiencia vivida durante los años del proceso militar con su permanente trasgresión de los derechos humanos consagrados en la Constitución, junto con el desenlace bélico de dicho proceso, parecería haber despertado la conciencia del Episcopado por la necesidad de propender un sistema de gobierno basado en el pleno respeto de la ley y sus instituciones: “Se ha de valorar el Estado de Derecho, como marco natural para el orden amiento de la vida social. La Ley justa dictada por el Congreso y la autoridad legítima que detentan los órganos establecidos por la Constitución, obligan en conciencia a los 98 Carta del Card. J.C. ARAMBURU al Gral. Bignone, del 29 de octubre de 1982. AUZA, N. T., Documentos del Episcopado Argentino 1982-1983, Bs. As., 1988, 37. 100 CEA, Camino de reconciliación, Bs. As., 11/VIII/82, n° 13,14,15. 99 39 ciudadanos. (...) Ello exige igualmente que los laicos valoren, conozcan y difundan la Constitución Nacional, ... y condenen el ‘espíritu golpista’...” 101. Por fin, habiéndose celebrado el 30 de octubre de 1983 las elecciones generales y siendo así inminente el retorno a la democracia plena, el Episcopado saluda con júbilo la tan ansiada hora: “La Iglesia ... manifiesta por nuestra voz su alegría por el reencuentro con el estado de derecho y con una democracia que fue buscada con responsabilidad y fortaleza y que ha sido retomada en los comicios como forma de convivencia política” 102. Estos párrafos citados son prueba más que suficiente para mostrar cómo la temática de la democracia se instaló con fuerza en la agenda pública del Episcopado a partir de 1981, es decir, dos años antes de la recuperación del sistema democrático de gobierno. Tal vez la afirmación más fuerte del Episcopado en un documento público, sobre la democracia – y que despertó no pocas polémicas entonces – haya sido: “La democracia, cuando es auténtica, es una resonancia del Evangelio en el orden temporal...” 103. El 14 de mayo de 1989 se fija como fecha para las elecciones nacionales. En general, en la proximidad de un acto eleccionario a nivel nacional, el Episcopado siempre dedicó algún documento más o menos extenso, con recomendaciones dirigidas sobre todo al Pueblo de Dios, a fin de ofrecer criterios esclarecedores para obrar conforme al Magisterio de la Iglesia en el ejercicio cívico de la votación. Lo que sorprende es que para estas elecciones (de 1989), además de la exhortación habitual, aparece publicada una recopilación de textos del magisterio sobre doctrina social, hecha por un laico, Juan E. Ezcurra, y presentada con la autorización y el respaldo de la Comisión Episcopal de Pastoral Social que entonces presidía Mons. Justo O. Laguna. Sorprende porque es abundante la selección de textos, que recoge enseñanzas del magisterio en sus tres niveles: universal, continental y nacional, añadiendo el de otros países. Parecería que este trabajo de recopilación trasunta la creciente atención que por esos años, ya instalada la democracia, ganó la reflexión sobre política en general y sistema de gobierno en particular en el magisterio de los Obispos. 101 CEA, Principios de orientación cívica para los cristianos, San Miguel, 22/X/82, n° 7. También en un extenso documento de 1983, el Episcopado se hace eco de la necesidad de la estabilidad institucional para la eficaz consecución del bien común por parte de la acción política, reconociendo que la misma “ha estado casi ausente en las últimas décadas de la vida del país. Las repetidas interrupciones del orden institucional, tomadas en su conjunto, han causado un deterioro en el estilo de la vida política establecido por la Constitución Nacional” , CEA, Dios, el hombre y la conciencia, San Miguel, 23/IV/83, n° 128. 102 103 CEA, Ante la nueva etapa del país, San Miguel, 12/XI/83, n° 1. CEA, Consolidar la patria en la libertad y la justicia, Bs. As. 11/V/85, n° 1. 40 La década de los ’90. Las elecciones de mayo de 1989 consagran la fórmula Menem-Duhalde en la máxima autoridad política del Estado. El nuevo gobierno recibe el país en un gravísimo estado socioeconómico del cual no le resulta fácil sobreponerse. En la reflexión de los Obispos se recoge la gravedad de la situación que, señalan, pone a riesgo la consistencia social de la Patria104. Asimismo empieza a aparecer reiteradamente en el magisterio episcopal, el carácter moral de la crisis: “la deshonestidad, la mentira, la injusticia, la ambición pública y privada y otras múltiples formas de corrupción acumuladas en tantas décadas, afectan hoy la dignidad del hombre, su calidad de vida, sus razones de vivir y de esperar. Estas actitudes han creado un clima tal de permisivismo que de hecho se han convertido en norma de conducta para muchos. La crisis actual está expresando la irresponsabilidad de personas y de sectores con poder, de antes y de ahora, que no acaban de poner el interés de la Nación por encima de todo otro interés” 105. Es decir, empieza a aparecer con fuerza, la preocupación por la corrupción en todas sus formas, que socava los fundamentos de una sana o auténtica democracia. Esta percepción se ve recogida en un documento de carácter netamente pastoral emanado el 25 de abril de 1990, fruto de un extenso e intenso trabajo previo, que contó con la característica inédita en la elaboración de un documento episcopal, de incluir en su preparación una “Consulta al Pueblo de Dios”: encuesta realizada en 1988 a la que respondieron alrededor de 77.000 personas en todo el país. Pues bien, el documento resultante de éste y otros aportes previos, se llama: Líneas pastorales para la Nueva Evangelización. En el mismo, se definen “dos desafíos principales” a los que ha de responder esa “Nueva Evangelización” que se propone programáticamente el Episcopado para toda la Iglesia en la Argentina. Esos dos desafíos son: el secularismo y la urgente necesidad de una justicia demasiado largamente esperada106, expresión tomada textualmente del Discurso del Papa Juan Pablo II a los Obispos del CELAM, en Santo Domingo (12/X/84). La forma destacada como “un a de las más clamorosas” en que resulta conculcada la justicia “demasiado largamente esperada” es “la pobreza, que se extiende y agrava hasta dimensiones infrahumanas de miseria, derivada, muchas veces, de la falta de solidaridad” 107. Es decir, parecería que el sesgo de la preocupación episcopal sobre la falta de justicia, se inclina una vez más, hacia el aspecto preponderantemente social. De allí que la exhortación para superar esa situación de injusticia se centre sobre la necesidad de construir “una patria de hermanos mediante la solidaridad y el sacrificio compartido” 108. Al inicio de la década del ’90, parecería instalarse en la agenda episcopal la preocupación insistente por la creciente corrupción e impunidad en la clase dirigente del país. Con ocasión del centenario de la coronación de Nuestra Señora del Valle en Catamarca, los obispos deciden trasladarse a San Fernando del Valle de Catamarca para celebrar la 61a 104 Cfr. CEA, Cambiemos el corazón, Bs. As., 21/III/90, n° 1. Idem. 106 CEA, Líneas pastorales para la Nueva Evangelización, San Miguel, 25/IV/90, n° 11-14. 107 Idem, n° 13. 108 Ibidem. 105 41 asamblea plenaria del Episcopado. En el documento que publican al término de la misma, hacen particular hincapié en la problemática de la corrupción generalizada y la impunidad que la acompaña. De ahí que dediquen especial atención a una institución fundamental del sistema democrático como es la justicia y el poder judicial: “El fortalecimient o de las instituciones de la vida democrática comienza por el claro testimonio de la majestad de la justicia, su total independencia y la probidad de sus magistrados” 109. En este sentido, no parece forzado ver una alusión al caso Maria Soledad Morales, cuando los Obispos señalan desde la ciudad que fue testigo del aberrante crimen y posterior impunidad de sus autores, que “hemos asistido en los últimos tiempos a muchas acciones no violentas reclamando justicia donde la ley debía haber actuado y no lo hizo” 110. Con igual relieve se preocupan los Obispos de “los más pobres” que sufren mayormente “los sucesivos ajustes económicos”; de allí una novedosa formulación, más circunstanciada que otras veces, sobre la necesidad de implementar políticas sociales “con prog ramas concretos de asistencia y promoción que involucren como protagonistas a los mismos interesados” 111. No que sea novedosa la preocupación social en general y por los pobres en particular, pero sí la especificación acerca de las políticas sociales participativas, en tácita contraposición a otras de carácter tecnocrático no-participativo. Asimismo parecería haber una velada alusión crítica a los procesos de privatización que por entonces había puesto en marcha el gobierno nacional, cuando los Obispos dicen: “Estamos perdiendo lo que tenemos, lo que generosamente Dios nos ha regalado con la abundancia de esta tierra y lo que afanosamente lograron nuestros antepasados con su trabajo generoso” 112. El grupo de católicos intelectuales que animaban la revista Criterio instalaron desde el inicio de la década del ’90 el tema de la necesidad de una reforma del Estado: “El Estado argentino actual no es viable y urge su reforma” 113. A juicio de la revista la tarea consistía básicamente en repensar los roles del Estado en un sentido global, especificando y jerarquizando lo deseable y sus modalidades y eligiendo de allí lo posible. Asimismo desde aquél editorial se pronunciaba en contra de un Estado “productor” y a favor de la “urgencia de las privatizaciones”. Aunque inmed iatamente advertía sobre la importancia de plantear adecuadamente la “forma” de hacerlas. Tampoco quedaba lugar, se afirmaba en ese editorial, para el modelo de “Estado que promueve protegiendo, privilegiando, otorgando avales y eximiendo de impuestos” 114, ya que “uno de los efectos más notables de su paso por nuestra historia ha sido la creación de una clase empresaria más adicta al lobby que a la innovación y más hábil para obtener subsidios que para invertir adecuadamente”. En cambio se subrayaban ciertas funciones del Estado indelegables (aquellas constitucionales, en definitiva) y que debían ser consolidadas: administración de justicia, seguridad interior, 109 CEA, Reflexiones junto a la Virgen del Valle, S. Fernando del Valle de Catamarca, 20/IV/91, n° 7. Idem, n° 8. 111 Ibidem. 112 CEA, Reflexiones junto a la Virgen del Valle, n° 5. 113 Cfr. «La reconstrucción del Estado», Criterio 26/4/90, 147-149. 114 Idem., 149. 110 42 defensa, educación primaria y las correspondientes al área social. Dichas funciones a la vez, requerían imperiosamente un cambio para que fuera posible afianzarlas. Por último Criterio advierte en el editorial de ese número de abril de 1990, que: “El contexto institucional adecuado para encauzarnos en un camino de crecimiento gira alrededor de la reforma del Estado. Sin embargo, el contexto no basta. Se requiere también la respuesta adecuada de una sociedad que trabaje, pague impuestos, ahorre, invierta e innove” 115. Es decir hacía falta el concurso de la sociedad civil toda para generar un verdadero cambio en la cultura política argentina a fin de hacer operativa la ansiada reforma institucional. A cuatro años de ese editorial, la revista manifiesta preocupación por cómo se venía desarrollando el proceso privatizador y sobre todo por la deficiencia profunda que desvelaba en los protagonistas de lo público acerca de la noción precisamente, del “servicio público”: “Y la privatización de lo público por falta del sentido del Estado exhiben el drama de la marginación y la ausencia de la noción del servicio público. Para muchos de los nuevos protagonistas lo público es un botín para hacerse de beneficios personales en poco tiempo y, en nombre del liberalismo económico, liberistas renovados logran espacios para recrear una suerte de ‘neocorporativismo liberal’. E n el plano propiamente político se hace evidente un fenómeno si se quiere transnacional: la crisis de la representación. El sistema de partidos cruje cuando es más necesario para la consolidación del régimen democrático. La crisis de representación es una de las expresiones de la crisis de ejemplaridad (...). Y ambas se exhiben en parte en la ausencia de un Poder Legislativo efectivamente compensador de los avances del Ejecutivo, y de un Poder Judicial independiente sin el cual el edificio republicano de la democracia carece de equilibrio” 116. Asimismo a fines de 1995 Criterio volvía sobre la necesidad de la reforma del Estado, habiendo atravesado la gestión de Menem un año adverso para la economía del país, que puso de relieve las amargas consecuencias del incremento del desempleo y la recesión117. Por otra parte la revista relevaba que el ajuste fiscal en las provincias venía siendo una cuestión pendiente a implementar a fin de sanear la solvencia fiscal del gobierno; en este sentido, apuntaba Criterio, la próxima sanción de la nueva ley de coparticipación federal de impuestos y la nueva ley de impuesto a las ganancias, resultaban una buena oportunidad para corregir algunas distorsiones. En ese editorial de diciembre, Criterio auspicia “la reforma del Estado II”, con la consecuente necesaria reingeniería del Estado, la revisión de los procesos para alcanzar mejores estándares de rendimiento por parte del mismo y de la administración pública en general. Pero lo más importante que advierte el editorial es que “n o parece existir una estrategia acerca de cuál debe ser el rol del Estado. Preguntas acerca de qué Estado quiere la sociedad argentina y sobre todo para qué lo quiere, no han sido siquiera insinuadas ni por el oficialismo ni por la oposición” 118. Parecería que el análisis de Criterio, que al inicio de la década promovía la reforma del Estado, continuó monitoreando muy de cerca el proceso de reforma menemista en sus dos grandes momentos y dando su opinión a la sociedad desde sus páginas. El haber advertido la falta de una idea o estrategia clara acerca de qué Estado querían los argentinos, con cuáles roles, etc., nos parece un aporte central de parte de la revista. En ese 115 Ibidem. «El líder y el sistema», Criterio 27/10/94, 575. 117 Cfr., «¿Reforma del Estado o reforma del Gobierno? », Criterio 14/12/95, 687-690. 118 Idem., 688. 116 43 mismo editorial analiza los datos del presupuesto nacional, mostrando sus deficiencias; por último critica la asignación de los así llamados “gastos reservados” que no tienen su origen en la ley de presupuesto. Por fin, el último año de la década de los ’90, Criterio dedica un par de editoriales a una suerte de “memoria y balance” de las dos p residencias de Menem, con buena ecuanimidad a la hora de apuntar logros y fracasos de dicha gestión. “Hemos presenciado una de las transformaciones más importantes de nuestra economía en lo que va del siglo y hemos participado de un proceso político de amplias libertades públicas. Ambos hechos no suelen ir fácilmente de la mano” 119. Asimismo rescatan la política exterior de la gestión, que dejaba al país razonablemente bien posicionado en el contexto internacional. Igualmente importante considera la revista la inserción en el proceso regional del Mercosur. Entre las fallas que arroja el “balance” a juicio de Criterio, se enumeran entre otros aspectos, la “fuerte sensación de corrupción en sectores del gobierno, dependencia del Poder Judicial respecto del Ejecutivo, afanes reeleccionistas sucesivos. Por otro lado, debilidades sociales: desocupación, aumento de la pobreza, inquietante brecha de clases” 120. En ese sentido la revista continuó monitoreando el proceso de las privatizaciones que había auspiciado a inicios de la década, constatando sus falencias: “Ya no alcanza con haber privatizado la prestación de servicios públicos: el reclamo es por el nulo control a los prestadores y por la deserción del Estado de tareas en las que supuestamente debió haberse concentrado, tras librarse del lastre de las empresas estatales”. Pero la revista releva con particular lucidez, las falencias que configuran también aquellos “valores, creencias y comportamientos”, que constituyen la cultura política argentina y que son patrimonio de toda la sociedad y no sólo de los gobernantes. Por fin, el editorial termina pidiendo “responsabilidad” a los candidatos de las entonces próximas elecciones, como también a toda la ciudadanía. “Quienquiera sea el nuevo presidente, deberá hacerse car go del reclamo general de un estilo distinto en la administración de la cosa pública. Ya no hay margen para la frivolidad ni para la soberbia. Tampoco para la corrupción, ni siquiera para las pequeñas corrupciones cotidianas. Al nuevo gobierno se le exigirá austeridad, ejemplaridad, transparencia. Deberá demostrar eficacia sin resignar la ética” 121. La relación del Episcopado con el gobierno del Dr. Menem En la entrevista que realizáramos al Dr. Ángel Centeno122, este manifestó que durante el gobierno del Dr. Menem, en general hubo buenas relaciones entre el Estado y la Iglesia. De parte del Episcopado, y ya desde la gestión del Dr. Alfonsín, prevaleció – y se acentuó con el Presidente Menem – la fórmula “autonomía y cooperación” (consagrada en el Concilio Vaticano II), para regular dichas relaciones123. 119 «Elecciones y democracia», Criterio VII/1999, 332. “la Argentina recuperó la moneda, quizá s el legado más importante del gobierno que se va”, «A la hora de votar», Criterio X/1999, 536. 120 “Los logros indudables del gobierno de Menem han tenido un alto costo social, e incluso moral”, «A la hora de votar», Criterio X/1999, 536. 121 Idem., 537. 122 Esta entrevista que realizamos el 28/V/02 y que ya hemos citado en otras partes de la investigación, es sumamente significativa puesto que el Dr. Centeno se desempeñó como Subsecretario de Culto durante el gobierno del Dr. Frondizi, desde 1958 a 1962, y luego ocupó el cargo de Secretario de Culto durante la gestión de Dr. Menem desde 1989 a 1998; además de ser un laico cristiano de reconocida trayectoria en nuestro país. De manera que las opiniones que recogimos en la entrevista guardan particular relieve para nuestra investigación. 44 De parte del gobierno, el Dr. Centeno establece una diferencia entre la presidencia de Frondizi y las de Alfonsín-Menem: el primero era un estadista que conocía la naturaleza y el rol de la Iglesia en la comunidad nacional; los otros dos en cambio, la desconocían. “La relación de la Iglesia con el menemismo fue muy buena, con cosas criticables como las ayudas financieras que el Presidente otorgó a algunos Obispos individuales sin que éstas pasaran por el presupuesto asignado por el Congreso a la Secretaría de Culto” 124. Distinta apreciación de las relaciones entre el episcopado – o al menos una parte del mismo – y el gobierno del Dr. Menem, recogimos en nuestra entrevista al Dr. Mallimaci. Según este investigador dedicado desde hace muchos años a estudiar nuestra temática, la “era menemista” retrasó el proceso que venía en marcha desde la reanudación de la democracia, regulado por el principio de “autonomía y cooperación” entre la Iglesia y el Estado. El menemismo permitió a un grupo al menos, de Obispos creer en la ficción de que formaban parte de la nueva hegemonía en el poder125. “Ficción”, porque debajo de las apariencias se consolidó un proceso de desregulación general que tuvo también su incidencia en las creencias religiosas: durante la era menemista crecieron el pentecostalismo y otras expresiones religiosas antihegemónicas. Pero además, continúa nuestro entrevistado, Menem realizó una política “a dos puntas”: Por un lado fomentó y cultivó intensamente una relación privilegiada con el Vaticano, apareciendo ante la Santa Sede como un modelo de estadista católico, sostenedor del mito de la “nación católica”. Prueba de ello ha sido el apoyo incondicional y explícito de la Argentina en los foros internacionales de debate acerca de los derechos de la mujer y vinculados. También durante el gobierno de Menem se promulgó la ley sobre “declaración de los días laborales para los habitantes de religión judía” (ley 24.571 del 25/9/95); la ley sobre “declaración d e los días no laborables para los habitantes de religión islámica” (ley 24.757 del 28/11/96); la ley sobre “Remuneración de trabajadores en fiestas judías e islámicas” (ley 25.151 del 25/8/99). Pero sin duda que la ley promulgada por el gobierno menemista que más consenso obtuvo en el catolicismo local fue la ley federal de educación (ley 24.195 del 14/4/93), donde hubo una abundante e inteligente participación de laicos católicos en su elaboración. Quizá el decreto más significativo de la “ficción” con que Menem se relacionó con el episcopado sea la “Declaración del 25 de marzo de cada año como Día del niño por nacer” (Decreto 1.406/1998 del 17/12/98). Este decreto abona la tesis de Mallimaci acerca de las “relaciones carnales” que entabló el Dr. Menem con el Vaticano. Por otro lado, Menem privilegió las relaciones internacionales con los Estados Unidos de América, abrazando indiscriminadamente los criterios que imponía el gobierno de aquel país sobre todo a través de los organismos financieros internacionales que controla. Criterios, 123 Se hace explícito este principio regulador en el aporte que realizó la CEA con ocasión de la Reforma constitucional de 1994. Cfr. CEA, La Iglesia Católica y la reforma constitucional, Bs. As. 1994, pto. VII. 124 Entrevista al Dr. Ángel Centeno. 125 Como ejemplo de tal ficción, Menem concedió al Cdnal. Quarracino nombrar un candidato de su estima como embajador ante la S. Sede, el Sr. Truso, sosteniendo la candidatura del mismo a pesar de ser resistida de parte de la S. Sede. 45 ideología y modelo de mercado frente al cual la S. Sede y el Papa Juan Pablo II manifestaron contemporáneamente serios reparos126. Tal vez el hecho más relevante de la década de los ’90 en la relación de la Iglesia con las instituciones democráticas, haya sido su aporte y actuación en orden a la reforma constitucional de 1994. La Conferencia Episcopal Argentina constituyó en abril de 1993 una comisión ad hoc para efectuar consultas a peritos en materia constitucional y en otros temas y preparar un posible aporte de la CEA en caso que se concretara la convocatoria a una convención reformadora. Publicada la ley de convocatoria correspondiente127, la CEA elaboró la presentación del aporte en el que venía trabajando y lo dio a publicidad con fecha 9 de marzo de 1994128. Con ocasión de presentar el aporte de la CEA, los Obispos declaran que: “No es nuestra intención proponer un proyecto de reforma ni tampoco responder ordenadamente a los puntos que incluye la citada ley [24.309] ... Nos parece importante... exponer los temas que, a nuestro juicio, no pueden faltar en una Constitución para la República Argentina, teniendo en cuenta el Magisterio de la Iglesia y las tradiciones y necesidades de nuestra Patria” 129. El aporte de la CEA para la reforma constitucional. Enumeramos los principales puntos que presenta en dicho aporte el Episcopado. 1) “debe mantenerse en el texto la especial y explícita referencia a Dios Nuestro Señor”. 2) La importancia – que ya otorgaba el texto constitucional anterior – de los derechos de la persona humana, reconociendo en el Preámbulo de la Constitución a Dios como “fuente de toda razón y justicia” y como su fundamento. Hay aquí una afirmación del Episcopado importante a retener: “Estos derechos de la pe rsona humana no son, entonces, resultado de un mero consenso, sino una realidad anterior al Estado y a la Constitución”. 3) Reafirmación del bien común como fin del Estado, y como responsabilidad común de los ciudadanos. 4) La prioridad de la persona humana sobre el Estado, como “núcleo más profundo y auténtico de lo que hoy llamamos democracia y que la Constitución vigente fundamentalmente consagra”. 5) Recomendaciones acerca de la Organización del Estado y la división tripartita de poderes. 6) Consideraciones acerca de la libertad religiosa, la relación Iglesia-Estado y la condición de la Iglesia Católica en la Constitución. 126 Cfr. Pontificia Comisión “Iustitia et Pax”, Al servicio de la comunidad humana: una consideración ética de la deuda internacional, del 27/12/86; Juan Pablo II, Carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 30/12/87. 127 Ley 24.309 del 29 de diciembre de 1993. 128 Los documentos que los organismos de la CEA hicieron públicos con motivo de la reforma constitucional, se hallan recopilados y publicados en: La Iglesia Católica y la reforma constitucional, Bs. As., 1994. 129 CEA, Presentación del aporte de la CEA para la reforma de la Constitución Nacional, Bs. As., 9/III/94, n° 2. 46 En este apartado, la CEA sugiere formulaciones para la Constitución reformada inspiradas en el texto de la Constitución de la provincia de Córdoba. La relación Iglesia-Estado resulta así articulada según la fórmula Conciliar de autonomía y cooperación, destacando “el principio de libertad” como principio regulador. 7) La CEA auspicia que se mantenga y se amplíe en lo posible el impulso hacia la integración latinoamericana que ya anima el Preámbulo de la Constitución como así también el art. 16 de la misma. Si bien reconoce que “quizás estas cuestiones no puedan o no deban ser contenido de un articulado expreso en una posible reforma constitucional”. 8) “En caso de una reforma constitucional, debería hacerse expresa mención en el texto, del derecho humano fundamental: el derecho a la vida”. Nuevamente la CEA propone como modelo la Constitución reformada de la Provincia de Córdoba. 9) La CEA sugiere un artículo especial con disposiciones acerca de la familia como institución, célula básica de la sociedad. 10) Respecto de la educación, la CEA sugiere incluir en la reforma: Los padres son los primeros educadores de sus hijos. Como consecuencia, tienen el derecho a elegir libremente el tipo de escuela que desean para sus hijos y que esté de acuerdo con sus convicciones. Al mismo tiempo el Estado custodiará dicho derecho con una justa distribución de los ingresos destinados a la educación teniendo en cuenta a los establecimientos de gestión privada. La educación debe tener en cuenta todos los aspectos de la personalidad humana, incluso lo religioso. Por todo ello, los padres tienen derecho a que sus hijos reciban en la escuela estatal educación religiosa o moral según sus convicciones. 11) Respecto al trabajo y la seguridad social, la CEA reconoce positivamente las modificaciones introducidas por la convención constituyente de Santa Fe en 1957, y sugiere tener en cuenta otros aspectos dictados por la reflexión actual: El trabajo como derecho y como deber. La responsabilidad del empresario indirecto, el Estado, de suscitar esa oportunidad de trabajo, incluido el seguro de desempleo. Garantía de salario mínimo y no discriminación del trabajador con familia y de la mujer. Reconocimiento del trabajo de la mujer en el hogar y preservación de su función como madre. Principio espiritual del descanso dominical. Libertad de asociación de los trabajadores en sindicatos. Reglamentación del derecho de huelga. Reconocimiento de la posibilidad de limitar en circunstancias críticas ciertos derechos adquiridos para salvar la fuente de trabajo como derecho primario. 12) Justicia Social. Derecho de propiedad. Al respecto dicen los Obispos: “El concepto de p ropiedad privada que expresa la Constitución vigente (arts. 14 y 17), correcto en el fondo, depende de alguna manera de la concepción liberal de las libertades individuales. Por lo tanto parece necesaria una actualización del sentido social de los derechos y especialmente del derecho de la propiedad”. 47 Inspirándose en el magisterio del Papa Juan Pablo II, la CEA sugiere al respecto: Una formulación moderna del derecho de propiedad no debe tener en cuenta sólo la propiedad del suelo (cfr. art. 20 “bienes ra íces”), sino especialmente la riqueza financiera. La técnica y el saber es forma importante de propiedad. El Estado debe proteger, promover y facilitar la propiedad privada. Debe defender la “economía libre de empresa”, como una expresión de libertad de la persona. Debe reconocer en su política impositiva valores de orden social, como el fortalecimiento de la familia y de modo concreto el derecho a vivienda digna, etc. 13) Respecto los Aborígenes, la CEA propone: La Argentina debe reconocerse como un país pluriétnico y pluricultural. Los derechos de los pueblos indígenas deben ser reconocidos por nuestra Constitución y deberá sancionarse la ley correspondiente. Debe suprimirse el inciso 15 del art. 67 (“conservar trato pacífico con los indios y promover su conversión al Catolicismo”) pues, por lo menos hoy, resulta ofensivo para los pueblos indígenas, para la Iglesia Católica y también para el Congreso Nacional. Hasta aquí una breve enumeración del “aporte” de la Conferencia Episcopal Argentina para la reforma constitucional. En una conferencia pronunciada una vez terminada la reunión de la Convención Reformadora, Mons. Maccarone trazó un balance del texto reformado de la Constitución en relación al aporte y/o inquietudes expresadas por el Episcopado130. El resultado general del balance trazado por Maccarone, es altamente positivo del punto de vista de la recepción en el texto reformado de los deseos y del aporte ofrecido por el Episcopado. Particular mención merece en la consideración del Obispo el art. 43 de la Constitución reformada: “Quizás, con el que incluye los Pactos sobre derechos humanos, sea el verdadero avance de esta Constitución, y lo estatuído por sí sólo merecía la reforma” 131. Igualmente conforme se manifiesta en lo estipulado acerca de la relación Iglesia CatólicaEstado argentino. En este sentido, releva el Obispo, se siguió el criterio de recepción del Acuerdo entre la Santa Sede y el Gobierno de la Nación de 1966 (que de suyo ya era de pacífica aplicación desde entonces). También merece el elogio del Obispo la inclusión de los Tratados internacionales sobre derechos humanos (art. 75, 22): “La sola enumeración y la amplitud de tutela de la vida humana, explicitación del art. 33 de la Constitución, no puede no hacer pensar que la preocupación por el hombre y su dignidad están mejor y más explícitamente expresadas en la reforma que acaba de hacerse, superando en mucho los derechos y garantías de la Primera Parte que, dadas las circunstancias de la sanción que tuvo en 1853, se refieren de manera explícita a derechos civiles, más que a los derechos humanos fundamentales (cf. Aporte IV)” 132. 130 A Mons. Maccarone le fue encomendado por sus pares del Episcopado “estar cerca” para una suerte de asesoramiento cuando los constituyentes así lo requirieran; de ahí el valor de su opinión, ya que siguió muy de cerca los debates de la reforma. Cfr. MACCARONE, J. C., La Reforma de la Constitución Nacional (Santa FeParaná) 1994. Una lectura eclesial, en: Servicio de Documentación. Serie IV. Doctrina Social de la Iglesia n° 14/94. Arzobispado de Santa Fe de la Vera Cruz, septiembre de 1994. 131 Idem, 2.10. 132 Idem, 3.11. 48 Asimismo Maccarone releva que “la defensa de la vida humana fue sin duda un debate sustantivo. Y ella queda preservada desde su concepción ya que los pactos que la protegen se incorporan constitucionalmente ‘según su vigencia’” 133. En sintonía con esta observación positiva, el Obispo añade el tratamiento de la Constituyente hacia la familia como “comunidad fundante” de toda relación auténticamente humana y socialment e estructurada. En este punto, como en todos los anteriores, Maccarone expresa la satisfacción del Episcopado: “Se cree que, con creces, la Convención respondió a un desideratum de la CEA” 134. Acerca de las nuevas instituciones que sanciona la Constitución reformada, Maccarone rescata la conveniencia de éstas con la enseñanza magisterial sobre las notas de una auténtica democracia: “Esta figura del Jefe de Gabinete con obligación de información ante el Congreso, como el Defensor del Pueblo en el ámbito de dicho poder con las prerrogativas señaladas oportunamente ..., la Auditoria General de la Nación en el ámbito del mismo Congreso ..., sumados al de ‘iniciativa popular’ ... se tiende en la reforma realizada a una democracia con mucha más transparencia, con mayor control a partir de la información y transparencia de los actos de gobierno que deben emanar de aquella, con posibilidad de control y fiscalización aún extrajudicialmente, en fin, con mayor espacio de participación y de ejercicio para la responsabilidad ciudadana” 135. En la misma línea, el Obispo manifiesta como hecho positivo la creación del Consejo de la Magistratura y del Ministerio Público, augurando que sean rápidamente aplicados en orden a legitimar la reforma constitucional apenas concluida y de este modo satisfacer la inquietud que relevara años atrás el Episcopado – y a la que hemos aludido oportunamente – de alcanzar una “justicia demasiado largamente esperada”. Respecto a la reforma de la Constitución, cabe relevar la corriente de opinión de otro sector representativo del catolicismo, que desde el vamos se opuso a la misma por las verdaderas razones políticas que, a su juicio, la motivaban. Nos estamos refiriendo al grupo de la revista Criterio, que a partir de junio de 1994 hasta alrededor de junio de 1995, le dedicó considerable espacio en sus editoriales y el ejemplar de Navidad del ’94 por entero. Básicamente las críticas de Criterio a la reforma de la Constitución Nacional se concentran en: La verdadera motivación que impulsó el proceso de reforma era “la obsesión del presidente por su reelección inmediata al frente del gobierno” 136, considerada por la revista como una “penosa enfermedad que debilita a la República” y dejando pendiente para el inmediato tiempo post-reforma comprobar si el diseño institucional obtenido con la misma resulta o no favorable a la gestión de la democracia137. En segundo lugar, “a la reforma se llegó con poca información para la ciudadanía” 138, situación que no mejoró ni siquiera durante las sesiones de la Constituyente dado la deficiente tratación que brindaron los diarios. 133 Idem, 3.13. Idem, 3.14. 135 Idem, 3.22. 136 Cfr., «Reelección o muerte», Criterio 9/6/94, 254-255. 137 «El líder y el sistema», Criterio 27/10/94, 576. 138 Cfr., «La Constitución reformada», Criterio 22/9/94, 507-509. 134 49 Pese a la promesa de no tocar la parte dogmática de la Constitución, a juicio de la revista sí resultó modificada, aunque no necesariamente en perjuicio de la misma o innecesariamente. “La reforma c onstitucional ... ha recogido, con variada fortuna, los resultados del proceso constituyente abierto en las provincias a partir de 1983”, opina mesuradamente Criterio, a la vez que destaca que la tarea real comienza “al día siguiente” de aprobado el texto reformado, y en ese sentido se pronuncia escéptica respecto del cumplimiento de los tiempos que el mismo delega al Congreso para implementarlos139. De hecho, nueve meses después, el editorial de Criterio retoma aquella expresión de escepticismo relevando que efectivamente se verificaba el incumplimiento por parte del Congreso de las asignaturas pendientes que le había delegado el nuevo texto constitucional140. Criterio cuestionó “la oportunidad de la reforma, la manipulación de los textos constitucionales subordinados a proyectos personales, e incluso algunas de las enmiendas introducidas” 141. De todos modos Criterio analizó con profundidad y autonomía tanto el proceso de la reforma como el texto resultante, rescatando también las bondades y logros obtenidos. Tal vez la cita del constitucionalista N. P. Sagüés en el último editorial que dedica la revista al tema de la reforma constitucional resulte representativa de la opinión de Criterio: “Un destacado constitucionalista, al presentar el texto reformado de la L ey suprema afirmaba: ‘desde el punto de vista de su operatividad, la reforma constitucional de 1994 está incompleta’ y constaba que ‘el propio constituyente ha transferido a quienes legislan la misión de concluir el edificio constitucional, en partes o sectores que no son adorno, sino estructura básica del Estado. Y recién entonces se sabrá el fin verdadero de la gesta reformista’” 142. Sin duda resulta un hecho altamente positivo que hayan existido distintas opiniones y posturas en el seno del catolicismo argentino respecto del tema de materia opinable de la reforma constitucional; es una muestra de madurez de la Iglesia toda en nuestro país que sin duda habrá aportado fruto también hacia su propia vida interna eclesial. El Episcopado reflexiona ante el advenimiento del tercer milenio. Siguiendo la invitación del Papa Juan Pablo II en su carta Tertio Millenio Adveniente, el Episcopado argentino aprobó en la 71ª Asamblea Plenaria (22-27/IV/96) el texto de la Carta pastoral Caminando hacia el Tercer Milenio, dada a publicidad al término de dicha asamblea. Resultan significativos para nuestra investigación los números 24 al 29 donde la CEA se expresa acerca de los “pecados contra la dignidad y los derechos del hombre”. Decimos que resultan significativos porque en esos números se evidencia por un lado la solidaridad del Episcopado que lo impulsa a pedir perdón a Dios “por los crímenes cometidos entonces [desde la década del ’60 hasta el advenimiento de la democracia], especialmente por aquellos que tuvieron como protagonistas a fieles católicos, sean los enrolados en la guerrilla revolucionaria, sean los que detentaban el poder del Estado o integraban las fuerzas de seguridad. También por todos aquellos que, deformando la enseñanza de Cristo y al margen de la ley, instigaron a la violencia guerrillera o a la represión inmoral” 143. 139 Cfr., Ibidem. Cfr., «La Constitución incompleta», Criterio 8/6/95, 255-258. 141 Criterio, 22/12/94, 719. 142 «La Constitución incompleta», Criterio 8/6/95, 258. 143 CEA, Caminando hacia el Tercer Milenio, nº 27. 140 50 Por otro lado, en el número 28 de la Carta, se evidencia la perplejidad del juicio de conciencia que dominó a los Obispos durante los años de la violencia imperante en el país: “En aq uel momento, ante el fenómeno del terror de Estado, los Obispos juzgamos que debíamos combinar la firme denuncia de los atropellos, con frecuentes gestiones ante la autoridad mediante la Mesa Ejecutiva de la CEA, la Comisión encargada de estos asuntos o la acción individual de los Obispos. Se buscaba encontrar soluciones prácticas, evitar mayores males para los detenidos y lograr su libertad. Hemos de confesar que, lastimosamente, tropezamos ante actitudes irreductibles de parte de muchas autoridades de entonces, que se alzaban ante nosotros como un muro infranqueable. No pocos juzgan que los Obispos en aquel momento debimos romper todo tipo de relaciones con las autoridades, como si tal ruptura hubiera significado un gesto eficaz para lograr la libertad de los detenidos. Sólo Dios conoce lo que hubiera ocurrido de haber seguido ese camino. Pero, sin lugar a dudas, todo lo hecho no alcanzó para impedir tanto horror. Nos duele profundamente no haber podido mitigar un poco más el dolor producido por un drama tan grande. Nos solidarizamos con cuantos se sienten lesionados por ello, y les pedimos perdón de todo corazón” 144. Esta reflexión de los Obispos, realizada a buena distancia en el tiempo de aquellos años turbulentos, evidencia una toma de conciencia de la gravedad de no haber ejercitado un magisterio más claro y contundente en orden a la formación de las conciencias de los católicos (nº 27), junto con una mayor ejemplaridad por parte de los miembros del clero y del Episcopado en sus intervenciones públicas. A la vez que refleja la grave dificultad que imponía la situación socio-política del país en aquellas décadas para formarse – por parte del Episcopado – un juicio de conciencia en orden a asumir posiciones públicas frente a la violencia imperante, teniendo en cuenta el juicio prudencial propio de quien tiene la responsabilidad de la conducción pastoral del Pueblo de Dios; prudencia que dicta ponderar las palabras a decir y las acciones a realizar, a fin de evitar lo más posible consecuencias perjudiciales y alcanzar el mayor bien posible para todos. Una tercera observación sería que esta reflexión de los Obispos, hecha en 1996, muestra – como muchas otras manifestaciones de otros sectores – que la herida dejada por las décadas violentas en la Argentina, estaba lejos de cerrarse definitivamente. Decíamos que los documentos del Episcopado en la década de los ’90, reflejan la preocupación por la instalación en la vida pública y política del país de una cada vez más expandida corrupción acompañada de flagrante impunidad. El gobierno de Menem no ahorró al país todo tipo de manipulación e injerencia indebida en particular sobre el Poder Judicial. Siendo que tal injerencia del poder político sobre el Poder Judicial atenta directamente contra la salud del sistema democrático de gobierno, los Obispos, al término de la 73ª Asamblea Plenaria, dan a conocer un documento intitulado: Reflexiones sobre la justicia (26/IV/97), en el que señalan “algunas sombras” y proponen “algunas acciones que ayuden a ‘afianzar la justicia’” (nº 6). Evidentemente, la amarga enseñanza de las décadas precedentes que vieron conculcarse repetidamente el imperio de la ley, de la independencia de los tres poderes que constituyen el artesonado del sistema democrático de gobierno y de la majestad de la Constitución Nacional, colaboró a la toma de conciencia del Episcopado argentino acerca de la grave responsabilidad 144 Idem., nº 28. 51 de magisterio y ejemplaridad en orden a preservar y promover esas instituciones fundamentales de una sana democracia. A las puertas de las elecciones de fines de 1999, el editorial de Criterio recoge una reflexión serena y ponderada sobre el significado del entonces próximo acto electoral, el cuarto en modo consecutivo desde que se reinstaló la democracia en Argentina. Como el objetivo de nuestra investigación es el estudio de la relación de la Iglesia con el sistema democrático en el país, nos parece adecuado cerrar esta parte analítica de la misma con algunas líneas del editorial de la revista Criterio (X/1999, p 535): “La próxim a elección presidencial será entonces, al mismo tiempo, un hito y un acto casi rutinario. Nos habla de una continuidad y de una consolidación del sistema democrático que permiten dar por acabada la transición desde la inestabilidad autoritaria hacia la regularidad republicana”. Parecería que afortunadamente hemos dejado atrás la inestabilidad del sistema político de gobierno que caracterizó la vida de nuestra sociedad por décadas; felizmente parece haberse instalado en la cultura cívica argentina el consenso mínimo e indispensable para preservar el sistema democrático y republicano de gobierno. Aún queda mucho por hacer para que el sistema funcione bien y dé buenos frutos. Felizmente es la tarea que nos cabe realizar con responsabilidad y compromiso. 52 CONCLUSIONES A lo largo de nuestra investigación hemos puesto de manifiesto algunos aspectos de la integración de nuestra reflexión teológica con la producida desde otras disciplinas: historia, filosofía, ciencias políticas, sociología, en un intento por alcanzar el horizonte interdisciplinar. Vamos ahora a proponer las conclusiones a las que hemos arribado. Para ello comenzamos presentando un cuadro conceptual que refleja la articulada relación entre la teología moral y la pormenorizada reflexión sobre el ciudadano y su ciudad (la polis aristotélica), competencia de otras ciencias humanas. Seguidamente desarrollaremos nuestra reflexión explicativa del cuadro. Teología Moral Doctrina Social Mediaciones racionales MORAL DEL CIUDADANO Y DE LA CIUDAD A la luz del cuadro obtenemos en primer lugar, una clara definición del estatuto epistemológico de la “doctrina social de la Iglesia”. Ésta no es una reflexión a se stante, sino que pertenece de modo natural a la ciencia teológica en el ámbito de la moral: “La antropología cristiana es en realidad un capítulo de la teolog ía y, por esa misma razón, la doctrina social de la Iglesia, preocupándose del hombre, interesándose por él y por su modo de comportarse en el mundo, “ pertenece al campo de la teología y especialmente de la teología moral” (SRS 41). La dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana” 145. La doctrina social de la Iglesia propone los principios morales que procuran “interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana”. Justam ente porque 145 Centesimus annus, 55. 53 dichos “problemas actuales” mutan de día en día y de época en época, no basta conocer y enunciar los principios de la teología moral y aquellos de la doctrina social de la Iglesia. Más bien, desde los principios es necesario entrar en diálogo con las “mediaciones racionales” que implementan dando realidad dichos principios: “La doctrina social ... tiene una importante dimensión interdisciplinar. Para encarnar cada vez mejor, en contextos sociales económicos y políticos distintos, y continuamente cambiantes, la única verdad sobre el hombre, esta doctrina entra en diálogo con las diversas disciplinas que se ocupan del hombre, incorpora sus aportaciones y les ayuda a abrirse a horizontes más amplios al servicio de cada persona, conocida y amada en la plenitud de su vocación” 146. So pena de hacer totalmente ineficaz el magisterio eclesial sobre la moral cristiana, se debe pues, entrar en diálogo con las “mediaciones racionales” que brindan las “diversas disciplinas que se ocupan del hombre”. Respecto del hombre en sociedad, respecto de la sociedad de los hombres, el Estado o la Nación, las dos mediaciones racionales fundamentales son: el derecho positivo en lo político y la moneda en lo económico. Son como las “dos Constituciones”: para constituir un Estado nacional se requiere una Constitución política y una “Constitución” económica. Una reflexión moral, a partir de los principios enunciados por la doctrina social, en diálogo con las mediaciones racionales que ofrecen las múltiples disciplinas que se ocupan del hombre y la sociedad, dará por resultado una propuesta concreta y específica sobre la moral del buen ciudadano. En efecto, se trata de construir una reflexión sobre cómo debe ser el ciudadano para que se constituya un verdadero y consistente “ca pital social”; para que pueda funcionar una democracia sustantiva y no meramente formal. Por eso continúa diciendo el Papa: “Junto a la dimensión interdisciplinar, hay que recordar también la dimensión práctica y, en cierto sentido, experimental de esta doctrina [social]. Ella se sitúa en el cruce de la vida y de la conciencia cristiana con las situaciones del mundo y se manifiesta en los esfuerzos que realizan los individuos, las familias, cooperadores culturales y sociales, políticos y hombres de Estado, para darles forma y aplicación en la historia” 147. Es esa falta de interacción y diálogo con las mediaciones racionales donde se observa la principal carencia en el ejercicio magisterial y de gobierno del Episcopado argentino. Carencia que repercute en una omisión seria a la hora de dar una palabra iluminadora y situada sobre la moral del buen ciudadano. La Iglesia en al Argentina no ha asumido cabalmente que en una democracia el gobernante es el ciudadano. La razón de esta carencia puede rastrearse hasta sus raíces teológicas y culturales en nuestro Episcopado: “La Iglesia argentina es muy clerical; se mira hacia adentro. Todo lo que es ‘hacia afuera’ le cuesta: la universidad del Estado le cuesta; el mundo de la cultura; el mundo de la política. En el fondo le cuesta Gaudium et Spes, la relación Iglesia-mundo. El Episcopado argentino desearía no tener que hablar de la problemática pública-política: la relación al mundo. Precisamente por su carácter excesivamente clerical, la Iglesia argentina ha minusvalorado la labor del laico, a quien cabe propiamente realizar en 146 147 Idem, 59. CA 59 54 concreto esa relación Iglesia-mundo. Sobre todo cuando se trata de decir una palabra razonada; poner argumentos que se pueden discutir, que se ofrecen como diálogo y no como una declaración, cuando hay que hablar más allá del ‘estilo documento’” 148. Las raíces teológicas pues, en primer lugar, consisten en su dificultad para aprehender y realizar la relación Iglesia-mundo ampliamente desarrollada en la Constitución conciliar Gaudium et Spes y en el magisterio pontificio posterior a ella. De los datos relevados en nuestra investigación parecería que esa primera dificultad hunde sus raíces en el conflicto más antiguo – pero todavía perdurable – entre el catolicismo y la modernidad; entre el primero y el liberalismo. Tal vez sea éste el debate de fondo que aún nos debemos en la Argentina; probablemente pendiente porque cuando emerge en el escenario público de la sociedad despierta apasionadas tomas de posición a menudo lesivas del auténtico diálogo social y de la honesta búsqueda de la verdad. Las raíces culturales, en segundo lugar, derivan del excesivo clericalismo con su consecuente no comprensión (si no minusvaloración) del estatuto y misión específica del laicado en la Iglesia. A la hora de reflexionar sobre la realidad, los Obispos argentinos y la mayoría del clero tienen serias dificultades para escuchar al laicado, sobre todo organizado en sus instituciones propias (Universidades, ONG, sindicatos, empresas, etc.) y someter el análisis a un abierto debate de las distintas opiniones del cual lograr una palabra adecuada a la situación de la realidad pormenorizada que se pretende iluminar. Estas carencias del catolicismo local en general, a lo largo de las últimas cinco décadas aproximadamente, han impedido una colaboración consistente y fundamental de la Iglesia en cuanto actora y promotora de la vida social argentina. Que la democracia avasallada por el golpe militar de 1966 y por el de 1976, fuera una mera democracia “formal”, vaciada de legiti midad, inconsistente o no sustantiva, es también responsabilidad de la carencia del compromiso previo de la Iglesia para con la sociedad argentina y constituye otra faceta de su “deuda social”: debió haber trabajado con compromiso y lucidez para que la democracia fuera saludable y vigorosa. Hemos apuntado que la Iglesia en la Argentina fue siempre más sensible al problema social, en especial a la situación de los más pobres en nuestra sociedad. Pero esa preocupación ha llevado a la Iglesia (jerarquía y laicado) de modo recurrente a pensar la sociedad no desde lo político sino desde lo social. Este es un motivo más de explicación del silencio de los Obispos ante los quiebres del sistema constitucional desde antes de los ’60, hasta el último golpe militar en 1976. De alguna manera la Iglesia mira la situación de la gente antes que al sistema, de ahí que haya observado una cierta indiferencia respecto del régimen político de turno en nuestro país149. Hay, pues, en nuestra Iglesia, una carencia gravísima respecto de pensar lo público desde lo político: “La Iglesia no se planteó si está inserta en qué tipo de cultura y en qué sistema político; está inserta y ahí va! Pero no se ha planteado que ella de alguna manera con 148 Entrevista a Lucio Gera, 22/IV/2002. Esta indiferencia respecto de los sistemas de gobierno en pos de ocuparse primordialmente de la gente, llevó a la terrible experiencia vivida del terrorismo de Estado en la década de los ’70. De esta manera la historia ha demostrado inequívocamente cuán erróneo sea suponer que uno puede “ocuparse de la gente” a desprecio del sistema de gobierno que rija la sociedad. 149 55 su conducta cumple un rol en la conducción de esta sociedad política; incluso preparando a sus fieles para que sean la levadura de ese germen” 150. Recién en torno a la década del ’80, sobre todo durante el gobierno de Alfonsín, empieza a cambiar el “sentir” del episcopado respecto a la democracia como sistema de gobierno151. La experiencia vivida durante los años del proceso militar con su permanente trasgresión de los derechos humanos consagrados en la Constitución, junto con el desenlace bélico de dicho proceso, parecería haber despertado la conciencia de la Iglesia argentina por la necesidad de propender un sistema de gobierno basado en el pleno respeto de la ley y sus instituciones. Hemos relevado ampliamente en nuestro trabajo cómo a partir de 1981 la temática de la democracia se instaló con fuerza en la agenda pública del Episcopado. Asimismo, recorriendo la literatura y recogiendo los testimonios de informantes claves sobre la década de los ’90, aparece claro en el horizonte de consideración de la Iglesia el deterioro moral que se instala en las instituciones de la democracia corroyéndolo todo y empujando la nación al abismo. La preocupación gira entonces en torno de una “sana” democracia. Un signo positivo del espacio que fue ganando la “opinión pública” en la Iglesia argentina de los ’90, lo consti tuye el debate – fundamentalmente en disenso – acerca de la reforma de la Constitución Nacional en 1994. Hemos recogido en nuestra investigación las dos corrientes de opinión: por un lado la Conferencia Episcopal Argentina se manifestó públicamente satisfecha por la reforma realizada; por otro lado, los intelectuales católicos convocados por la revista Criterio expusieron sus reservas a la reforma. En todo caso el debate instalado, desde el punto de vista de la teología es muy saludable tratándose, como se trataba, de una cuestión opinable. Por último quisiéramos insistir como resultado de nuestra investigación, que la dificultad de entablar un diálogo o interacción entre los principios de la doctrina social de la Iglesia y las que hemos dado en llamar “medi aciones racionales” no se debe a la carencia de reflexiones lúcidas sobre tal relación desde los sectores más pensantes del catolicismo argentino. Por el contrario, hemos tenido oportunidad de leer abundantes y valiosísimos aportes de un ejercicio reflexivo y pormenorizado a lo largo de las décadas estudiadas desde publicaciones tales como Criterio y otras; como también hemos recogido a través de algunas entrevistas, la reflexión lúcida e idónea de laicos competentes interesados por la vida de la Iglesia en la Argentina y el diálogo de marras. Es decir, no se trata de carencia de “recursos” humanos, intelectuales, idóneos en este sentido; sino más bien de operativizar mejor esa corriente de opinión pública al interno de la comunidad católica, que acarrearía el fruto precioso de una palabra relevante para la sociedad toda. 150 151 Entrevista al Prof. N. Auza, 12 de marzo del 2002. Expresión de este cambio y preocupación resulta el documento Iglesia y Comunidad Nacional, de 1981. 56 PROPUESTAS En base a la investigación realizada creemos poder formular algunas propuestas en orden a mejorar la colaboración de la Iglesia en la Argentina como actor social, respecto del sistema de gobierno democrático. En primer lugar sería de desear que se instalara más consistentemente la temática de la reflexión cristiana sobre la política, lo “público”, los sistemas de gobierno, etc., en la etapa de formación de los futuros clérigos y religiosos. Como asimismo que tal temática ocupara más espacio y profundidad en el magisterio episcopal dirigido a todos los habitantes de buena voluntad de la Nación, y en las instancias de formación del laicado (especialmente las Universidades católicas del país, y los seminarios catequísticos). Se trata de crear conciencia acerca de la moral del ciudadano, de los valores que constituyen y hacen posible la vida en sociedad, la cultura cívica, el capital social. En segundo lugar y en íntima relación con lo apenas dicho, quisiéramos proponer una metodología distinta en la selección de temas a tratar en las asambleas del Episcopado y en la elaboración de los documentos correspondientes. En tal sentido, consideramos que sería muy beneficioso abrir un espacio de debate al interior de la Iglesia entre los Obispos y los laicos que estudian y trabajan en las temáticas vinculadas con el orden de lo público, lo político, lo socio-económico, a la hora de preparar el borrador de un documento episcopal. Llevará más tiempo pero sin duda redundará en una palabra mucho más relevante, iluminadora e inteligente. En tercer lugar y no ya en el contexto de las reuniones del Episcopado, convendría cultivar un intenso y permanente canal de comunicación entre las Universidades católicas que concentran buena parte de la intelectualidad laical católica y la Conferencia Episcopal Argentina. Paradójicamente este recurso que parece tan obvio y que podría denominarse “optimización de recursos humanos”, no ha sido suficientemente a provechado152. En cuarto lugar, la “instalación” de temáticas que hacen a lo público, lo político; a las instituciones de la democracia, al mercado y sus reglas, etc., generaría un amplio debate tanto al interior del catolicismo argentino como entre éste y el resto de los ciudadanos de la sociedad. Este debate estimamos que sería altamente beneficioso, pues en el intercambio de ideas y proyectos, pueden emerger nuevas “ficciones orientadoras” 153 o proyectos de país; aquellas “éticas de máximos” o “de la felici dad” 154 que optimizan el talante moral de una sociedad; pueden robustecerse las instituciones y/o foros de la comunidad civil y de la comunidad política en todos sus estratos intermedios; puede potenciarse la creatividad de la sociedad, generando así iniciativas e instituciones participativas que den cohesión al tejido social e incrementen el capital social, etc. Todo eso se seguiría de la apertura de esos espacios de debate que dieran voz a la opinión pública. En este sentido resulta muy positiva la iniciativa que se está llevando a cabo desde fines del 2001 en el espacio denominado “Diálogo social argentino”. Hacen falta, y lamentablemente escasean, espacios donde se de concretamente el debate público y social, de modo participativo e igualitario. ¿Es mucho pedir a la Iglesia en la Argentina que asuma una conducta ejemplar ante la sociedad, instalando esos espacios de debate que favorezcan la opinión pública entre sus 152 A Dios gracias, a partir de la crisis del final del año 2001, parecería que se comienza tímidamente a caminar en esta dirección. 153 Cfr. SHUMWAY, N., La invención de la Argentina. Historia de una idea, Bs. As., 2002. 154 Cfr. ALARCOS MARTÍNEZ, F. J., Para vivir la ética en la vida pública, Navarra, 1999. 57 integrantes, al interior de sí misma?155 ¿No sería acaso ésta una aportación que vendría a “s aldar” en parte y de modo creativo su deuda con la sociedad argentina en el orden de la ejemplaridad? La apertura de espacios de “opinión pública” en el seno de la Iglesia permitiría la reflexión y elaboración “de ida y vuelta” entre los principios de la doctrina social de la Iglesia y las mediaciones racionales, optimizando el aporte de la misma como actor social en la sociedad pluralista. 155 Volvemos a citar las palabras del Papa Pío XII al respecto, por ser altamente significativas y lamentablemente olvidadas: “La opinión pública constituye el patrimonio de cualquier sociedad normal compuesta de hombres. (...) donde no aparezca ninguna manifestación de opinión pública, más aún, donde haya que comprobar que ni siquiera existe, habrá que ver en ello un fracaso, una debilidad, una enfermedad de la vida social. (...) y queremos agregar una palabra sobre la opinión pública en el seno de la Iglesia, en lo que toca a asuntos de libre opinión. Esto sólo les parecerá extraño a quienes no conozcan a la Iglesia católica o tengan una falsa noción de ella, pues también la Iglesia es una corporación viva, y faltaría algo de su vida si careciera de opinión pública. Y la culpa de este defecto recaería tanto sobre los pastores como sobre los fieles”, PÍO XII, L’Osservatore romano, 18-II-1950. 58 Bibliografía General: ABBÀ, G., Quale impostazione per la filosfia morale? Ricerche di filosofia morale, Vol. 1, Roma 1996. ALARCOS MARTÍNEZ, F. J., Para vivir la ética en la vida pública, Navarra 1999. AUZA, N. T., «El catolicismo social latinoamericano» en: Actas del Simposio Histórico Los últimos cien años de la evangelización en América Latina. Centenario del Concilio plenario de América Latina, Ciudad del Vaticano, 21-25 de junio de 1999. AUZA, N. T., «Revistas culturales de orientación católica en el siglo XX en Argentina» en: Anuario de Historia de la Iglesia vol. IX. 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