F Al filo del diseño: agudas crónicas de cutters, lápices y navajas • por Gabriel Martínez Meave H abiendo sido aproximadamente un diseñador en los últimos quince Este texto fue años (¡gulp!) se podría decir que llevo ya una larga relación con tije- publicado en su ras, navajas, compases, guillotinas, escuadras y otros intrumentos creativos y punzocortantes, incluídas las uñas. Curiosamente, con ninguno he tenido ningún accidente de importancia, salvo una estúpida vez en que me engrapé un dedo: dos puntos de sangre urgente surgieron de la yema de mi pulgar izquerdo. De estos instrumentos punzocortantes, el rey, sin duda, es el cutter –exacto– que en inglés lleva también el apropiado nombre de designer’s knife. A falta de Excalibur, ha sido un fiel sustituto de la espada, que me ha defendido no pocas veces en las guerras del diseño. El hecho es que mi relación con esta maravilla moderna ha sido amplia y fructífera. Me ha servido para todo: destazar libros, abrir folletos en canal, refinar lomos, hacer autopsias de empaques y perpetrar esos Frankensteins del diseño llamados dummies. Hasta la he usado para rebanar jamones y pasteles de cumpleaños en mi estudio en ausencia de un cuchillo, o para apretar los diminutos tornillos de mis lentes. También para raspar invasoras gotas de tinta (o de café) en un diseño acabado. No hay mejor herramienta para pulir los patines de una A que un cutter. Y claro, también sirve para afilarse los colmillos antes de salir a ver un cliente. Extrañamente, las cortadas más memorables que he tenido en esta profesión no han sido hechas por cutters, sino por ése material que normalmente es la víctima del cutter: el papel. Créanme, las cortadas con papel son mucho más frecuentes –y dolorosas– que las del cutter más agudo. Hay que tener más cuidado de un pliego de bond que de una hoja de acero. Quizá por ésto el famoso 007 se apellida justamente Bond. Y así como el cutter es el rey, la reina es, sin duda, la navajita suiza Victorinox. Como al antaño famoso McGuiver, mi navajita suiza me ha sacado de mil apuros: desde extraerle una astilla a mi novia (sin albur) 1 forma original en la revista Kish, de Mérida, Yucatán, en septiembre de 2005. Al filo del diseño • Gabriel Martínez Meave hasta disciplinar un lápiz rebelde, pasando por pelar cables (otra vez sin albur) y raspar juanetes. Pero donde hasta esta reina se da por vencida es con los detectores de armas de los aeropuertos: me han confiscado más navajas suizas de las que quisiera recordar: como siempre traigo una en el llavero, se me olvida quitarla hasta el mero momento. Mi cara de terrorista musulmán, o de diseñador chilango, tampoco me ayuda mucho, supongo. Lo que me llama la atención es que los policías de los aeropuertos se preocupen tanto por una inofensiva navajita de cuatro centímetros, y en cambio no pelen la hoja de acero de veinte centímetros que traigo en mi portafolio: mi fiel cutter Olfa, que siempre cargo conmigo. Ahora veo porqué los malhadados fulanos que secuestraron los aviones en el atentado del World Trade Center eligieron justamente estas armas, indetectables por la mayoría de los guardias, que siempre buscan cuchillos con forma de cuchillos. Y ahora que lo pienso, el lápiz también es una arma punzocortante, o hasta un arma de fuego: lápiz-tola. Hay ideas surgidas de un lápiz que pueden cortar más que el filo de la navaja y perforar las retinas más rápido que una bala o, lo que es aún más peligroso, seducirnos y atraparnos sin que nos demos cuenta. Y también la plumilla y la tinta se unen a esta lista de armas –en mi caso son literalmente una extensión de mi cuerpo y un líquido vital– aunque lamentablemente cada vez son menos comunes en las manos de los diseñadores: se han ido convirtiendo en un arma elegante y ceremonial, de tiempos antiguos, algo así como la espada láser de los jedis. Y del mouse... bueno, mejor ni hablamos. Baste decir que mi relación con esta clase de roedores justifica por sí misma otro texto completo. El Diseño es una profesión filosa, por decir lo menos (y del Arte cabría afirmar lo mismo). Lo que cortamos y descartamos es tan importante, o más, que lo que elaboramos. Lo desechado es a veces mejor que el original final que se entrega al cliente, que las más de las veces no sabe lo duro que la pasamos por cumplirle. El cutter es un símbolo de nuestra sufrida profesión. Nos recuerda que la mayor parte de nuestro trabajo es invisible, y que lo que se vé es sólo lo que sobrevivió a la guillotina o al vacío, y es por esto que es tan valioso: cada trabajo acabado implica que muchas ideas murieron en el cumplimiento de su deber, después de un solemne entierro en el bote de la basura o en la papelera de la computadora. La página impresa necesita del blanco, el cartel necesita ser refinado por los bordes para verse bien, los lápices necesitan de los sacapuntas hasta que el sacapuntas los mata, los textos necesitan ser despiojados de palabrería inútil, hay archivos que necesitan borrarse para que otros sobrevivan, de cada diez fotos tomadas sólo una o dos llegan al papel, las ideas se gastan y necesitamos sacarles filo una y otra vez. El filo es lo que hace al diseño. Es por esto que el cutter, las tijeras, la tecla delete o la goma de migajón son tan importantes. Como decía Lao-Tzu, el antiguo 2 Al filo del diseño • Gabriel Martínez Meave filósofo chino: la existencia y la no-existencia se complementan. ¡Órale, ahora sí que me puse profundo...! Pero bueno, todo esto podemos resumirlo en frases simples y conocidas: Cortar por lo sano... Borrón y cuenta nueva... Meter tijera... Entre la espada y la pared... Cuchillito de palo... Arma de dos filos... Lana sube, lana baja... Córtalas, córtalas para siempre... etcétera, etcétera. Es un hecho que el filo es necesario para la vida. La vida sin filo no tiene chiste, sobre todo la vida del diseñador, que por lo general, vive al filo del peligro. Y, siendo fiel a estos principios, le corto aquí a este texto, antes de que tenga que sacarle más punta a mi lápiz y que mis lectores empiecen a sentir el cuerpo cortado. ©2005 Gabriel Martínez Meave. Derechos reservados. Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso por escrito del autor. Citas breves pueden mencionarse nombrando la fuente. 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