Homilía del 1 de Mayo de 2016 El Papa es la cabeza del Magisterio de la Iglesia. Como tal, he hecho uso extensivo, en la homilía de esta noche, de su libro más reciente, La alegría de Amor. A veces olvidamos que hay más que una manera de mirar y pensar en casi todas situaciones. Jesús les dijo a sus discípulos: «El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada» (Juan 14:23). Estas palabras de Jesús pueden ser un consuelo para nosotros, o pueden sonar como una acusación de nuestros pecados, de nuestros fracasos a obedecer las enseñanzas de Jesús. El domingo pasado escuchamos palabras que, mientras nos presentan un ideal hermoso, también nos muestran cuán mucho fracasamos en vivir nuestra fe: «Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos» (Juan 13:34b-35). Demasiado a menudo vemos todas las situaciones como negras o blancas en vez de reconocer que vivimos en un mundo de matices de gris. La Iglesia primitiva tenía que abordar este asunto como escuchamos en nuestra primera lectura de hoy. Es un relato del primer Concilio de la Iglesia, que llevó a cabo menos de veinte años después de la crucifixión, resurrección, y ascensión de Jesús. Este concilio se llevó a cabo con el fin de resolver un conflicto entre los seguidores más tempranos de Jesús. Este conflicto no era de ninguna manera el primero, pero el lado que ganaría este conflicto determinaría el futuro de la fe cristiana. Jesús, por supuesto, era un judío, y todos sus seguidores eran judíos, pero como hemos escuchado en nuestra primera lectura durante los dos últimos domingos, cuando San Pablo comenzó su travesía misionera, muchos no-judíos empezaron a escuchar y a responder a la palabra de Dios mientras muchos judíos la rechazaban. La naturaleza del conflicto que resultó era esto: ¿Tienen que convertirse, en primer lugar, los no judíos a judaísmo y observar las prácticas estrictas de la ley judía a fin de convertirse al cristianismo? La respuesta del Concilio de Jerusalén fue esta: «El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias» (Hechos 15:28). El concilio rechazó lo que podría ser llamado un punto de vista rígidamente conservador y pidió sólo que no judíos eviten las prácticas escandalosas. Nuestra Iglesia todavía trata sobre conflictos similares. El 5 de Octubre de 2014 Papa Francisco anunció el comienzo de una reunión de los obispos de todo el mundo para examinar los desafíos que enfrentan las familias y la respuesta de la Iglesia a estos desafíos. Sólo este mes Papa Francisco si mismo abordó estos problemas y las opiniones opuestas de los obispos sobre estos problemas en su libro La Alegría del Amor. Su respuesta tiene las implicaciones mucho más allá de los problemas en las familias. Como el Concilio de Jerusalén, Papa Francisco rechaza una estrategia rígidamente conservadora a los conflictos y problemas, recurriendo a la respuesta de este primer concilio, el Concilio de Jerusalén. Las siguientes son sus palabras y las cito: -1- Homilía del 1 de Mayo de 2016 296. El [reunión] se ha referido a distintas situaciones de fragilidad o imperfección. Al respecto, quiero recordar aquí algo que he querido plantear con claridad a toda la Iglesia para que no equivoquemos el camino: «Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar [...] El camino de la Iglesia, desde el concilio de de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración [...] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero [...] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita»[326]. Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición» [327]. 297. Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad [que es la Iglesia], para que se sienta objeto de una misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita». Todos sabemos que el Señor Jesús pide a cada uno de nosotros que nos amemos unos a otros como él nos ama. Sabemos que él nos pide a vivir en paz y armonía. También nos dice no debemos juzgar el uno al otro; tenemos un juez último y es Dios mismo. Nos dice que el uno que esté sin pecado debe tirar la primera piedra. Todo esto no quiere decir que debemos aprobar todo y aceptar cada acción. No quiere decir que debemos condonar los pecados de otros ni excusar a nuestro propio, y Papa Francisco no de ninguna manera propone que la Iglesia ya no sostiene los ideales de nuestra fe, pues escribió–y otra vez lo cito: 305. El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios. Recordemos que «un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades» [352]. Por fin, «[La Iglesia está llamado] a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas» (37). Y «No olvidemos la promesa de las Escrituras: «Sobre todo ámense de verdad uno a otros, pues el amor hace perdonar una multitud de pecados» (1 P 4,8 [306]). -2-