Aprovecho la ocasión que me brinda Don Fernando Javierre, encargado de esta página Web de nuestro colegio Santa María del Carmen, para mandaros a todos un cordial saludo. Los modernos métodos informáticos, permiten que podamos contar con estos foros (estos lugares de encuentro) en los que alumnos, profesores, empleados, amigos, antiguos alumnos podamos estar vinculados entre nosotros y con el colegio. Por ello, quisiera en primer lugar felicitar al colegio por esta iniciativa. Ojala que la página Web pueda ser un medio vivo en el que intercambiar experiencias y un medio para conocer mejor la vida (actividades, iniciativas, noticias) de nuestro “cole”. No necesito decir que me siento muy vinculado al colegio, desde muy diversas identidades: como antiguo alumno, como profesor, como religioso carmelita, etc. Entré en el colegio, allá por 1968, para hacer lo que entonces se llamaba “Párvulos” (terminología que a nuestros alumnos de hoy les debe sonar como algo “arcaica”). Luego hice los ocho años de la EGB y los tres de BUP. Terminé en 1980. No pude completar todos los estudios en el colegio porque en aquellos años no teníamos implantado todavía el COU (el llamado Curso de Orientación Universitaria), que no empezaría hasta dos años más tarde, en 1982, si no recuerdo mal. Tras entrar en la Orden del Carmen, estudiar unos años fuera de Madrid, etc., volví a nuestro “cole” en 1987 y fui varios años profesor de religión y tutor de algunos cursos. A mí me parece que fue ayer… pero de vez en cuando me sorprendo con una antigua alumna que viene a recoger a sus hijos que ya son a su vez alumnos también del colegio (tempus fugit!). Aunque en los últimos años en Madrid no estuve vinculado directamente al colegio, he seguido muy unido a los profesores, empleados, alumnos y tantos amigos que forman esta gran familia. Cuando he podido, me he apuntado a alguna celebración, he colaborado con la revista, he echado una mano en la tómbola de las fiestas o me he dejado invitar a alguna cena de profesores. No lo veáis como algo sentimental, ni como un formalismo propio de este tipo de escritos, pero la verdad es que en el colegio me siento en casa. Algunas veces lo he comentado aquí en nuestra Curia en Roma donde vivo ahora: me falta el ruido de fondo de los niños en el patio. Era como la “banda sonora” de nuestra vida en la residencia de la comunidad. Y es que (esto es una convicción personal) creo que la educación es una de las tareas más nobles y más hermosas a las que pueda dedicarse un ser humano. Se suele pensar que es una tarea ingrata (y, a veces, puede serlo), pero también da unas satisfacciones enormes. Por ello, estoy convencido de que nuestros colegios carmelitas tienen una labor extraordinaria por delante. En la actualidad contamos con unos 40 colegios (sin incluir los colegios de las congregaciones femeninas afiliadas) y con unos 30.000 niños y adolescentes. He visitado muchos de ellos en diversas partes del mundo. Algunos están en zonas muy pobres, o en países no católicos. Otros cuentan con gran prestigio. El más antiguo de todos es el Terenure College en Dublín (Irlanda), fundado en 1860. Luego vinieron muchos más. Nuestro colegio celebrará sus primeros cincuenta años en octubre de 2016, si no me equivoco. Pero (para no pasarme de los límites que me ha sugerido Fernando Javierre), lo más importante de toda esta labor, la clave última de la educación (que no depende de la ley de turno ni de la pedagogía de moda), el secreto de la labor educativa… es el querer a los niños. Ellos lo captan perfectamente, aunque no sepan expresarlo. Sin ese amor, dedicación, respeto, afecto por los niños, todas las estrategias pedagógicas, los planes de estudio, los mejores medios, etc., fracasarán estrepitosamente. Ahí está la clave y el rasgo fundamental de lo que llamamos “un maestro” (palabra que a mí me gusta más que cualquier otra como docente, pedagogo o profesor). A ellos les dedica Edmondo De Amicis (el literato italiano, autor de la célebre novela Corazón), un párrafo hermosísimo en el que un padre pide a su hijo que ame al maestro. Con este párrafo, como signo de gratitud por mis maestros en el “cole” (algunos de ellos todavía en activo), quiero yo terminar estas líneas: No me satisfará el cariño que me tienes si no lo profesas también a todos los que te hacen algún bien, y entre ellos ha de ocupar el primer lugar tu maestro, después de tus padres. Quiérele como querrías a un hermano mío; quiérele cuando te complace y cuando te regaña, cuando a tu parecer, obra con justicia y cuando creas que es injusto; quiérele cuando se muestre afable y de buen humor, pero más todavía cuando lo veas triste. Quiérele siempre. Pronuncia en todo momento con respeto el nombre de “maestro” que, después del de “padre”, es el más noble y dulce que un hombre puede dar a otro. Un fuerte abrazo. Fernando Millán Romeral, O.Carm.