carolina dell oro - Centro UC de la familia

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VARÓN Y MUJER, COMPLEMENTARIEDAD
Carolina D'ell Oro
Filósofa
Profesora PUC y Universidad de los Andes
S
in duda que hablar del varón y la mujer en el mundo de hoy
es un gran desafío: por dos razones:
La polaridad varón- mujer nos adentra en el misterio más
profundo del ser humano, que es el amor y específicamente, el
amor conyugal, que es su analogado principal.
Nos encontramos en una época de falta de referentes
claros que podría llegar a recordarnos la época nómade. Una
época donde se ha perdido la referencia a la realidad.
Por eso la importancia de estos Congresos, no sólo para
diagnosticar, sino para buscar caminos de reconstrucción y
refundación a partir de la naturaleza misma del ser humano, es
decir, a partir de este GPS o patio central que es la realidad de la
persona humana.
El mundo de hoy sin duda es una oportunidad, es
complicado pero a la vez nos exige volver a los fundamentos, a una
reflexión radical: como decía Ortega, ya que por reducir todo a la
comprobación empírica terminamos achicando también las
preguntas fundamentales.
Para hablar de este referente quisiera referirme a la gran
novedad del Cristianismo respecto al ser humano, el que lo
anuncia como un ser personal que es capaz de dar; el Cristianismo
nos lleva a una comprensión de la propia vida como un don que
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encauzándose por el desarrollo de las virtudes llega a develar el
sentido radical de la libertad humana: el don de sí: el hombre es un
ser personal porque es capaz de dar, de aportar, de darse a sí
mismo.
A la hora de orientar nuestras acciones, no es lo mismo
proponerse como fin la perfección de la propia naturaleza, como
lo plantea Aristóteles, con respecto de la felicidad, al referirse a la
entrega de sí, como lo plantea de modo radical el Cristianismo,
donde se destaca el carácter trascendental de la libertad.
Afirmar que el hombre es persona, es mucho más que
afirmar que es un fin en sí mismo, sino que es libremente para otro:
autotrascendencia.
El hombre es creado como persona a imagen y semejanza
de Dios, es decir, enfrenta la realidad desde un centro personal,
desde una propia interioridad que es capaz de conocer y amar. Al
ser persona es capaz de establecer relaciones en las cuales todo su
ser entra en contacto con el ser de otro y esta relación con otros
alcanza su plenitud en la gestación del vínculo del amor.
Este ser personal, al ser corpóreo-espiritual; es decir,
unidad de cuerpo y alma tiene una integración entre todos sus
aspectos. Esto se expresa en su condición sexuada, que se da en
una polaridad entre varón y mujer, ambos igual en dignidad y
diversos en modalidad y llamados a la complementariedad y el
don.
El principio dialéctico varón- mujer expresa una de las
polaridades más propias de la vida: la polaridad de los sexos, y que
en el mundo humano se manifiesta como polaridad de lo
masculino y lo femenino.
Desde la perspectiva de esta polaridad hombre-mujer, urge
una reflexión consciente y lúcida de la mujer y el varón
(tremendamente ausente hoy) ya que ambos constituyen la célula
básica de la sociedad y son la posibilidad de una verdadera cultura,
que cultive la naturaleza misma del ser humano.
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VARÓN Y MUJER COMPLEMENTARIEDAD
El ser y la misión del varón y la mujer se pueden ver a la luz
de distintas miradas, teniendo clarísimo que esto no es un tema
fácil ya que naturaleza y cultura están entrelazadas muy
estrechamente. Sin duda que una de las fuentes más profundas
para develar este misterio es ir al origen de quien los creó a su
imagen y semejanza.
Del relato bíblico se hace presente que ambos son imagen y
semejanza de Dios. Ambos son personas libres y capaces de amar y
poseen la misma dignidad de ser. Pero también se deduce que ni el
varón ni la mujer encarnan la plenitud del ser humano: son seres
complementarios.
Dios, al crear al hombre y a la mujer quiso que el ser humano
se exprese de dos modos distintos y complementarios; ni el varón
ni la mujer agotan cada uno en cuanto tales, esa imagen y
semejanza de Dios. Por esto pretender afirmar que las diferencias
entre varón y mujer son culturales, solamente significa
desconocer el plan de Dios.
En el análisis que hace del relato de la historia de la
creación, Edith Stein destaca la triple vocación común al hombre y
a la mujer: dominio y cuidado de la creación, continuidad de la
especie, ser imagen de Dios. La diferencia entre hombre y mujer
viene dada por el modo peculiar de realizar esta triple vocación de
acuerdo a su ser femenino y masculino, de acuerdo a los énfasis
con que es realizada. Esto conlleva al por qué de las características
físicas y anímicas de ambos
Otro camino de aproximación importante es la
consideración de su corporeidad, ya que el cuerpo es un vehículo
de gran relevancia para aproximarnos a la raíz de la especificidad
masculina y femenina; es un dato objetivo que nos permite ir más
allá de los cambios culturales o ideologías imperantes.
La corporeidad femenina tiene mayor interioridad que la
masculina, es más resguardada, más íntima y más constituida
hacia adentro. El misterio de lo femenino se refleja desde esa
interioridad, una interioridad que guarda, protege y cobija. El
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cuerpo de la mujer expresa una estructura de receptividad y
donación. Receptividad activa y creadora que donándose a sí
misma recibe y gesta vida. Junto con la misión de ser madre la
mujer recibe un cuerpo y unas cualidades anímicas que la
predisponen de un modo especial para orientarse a lo personal y al
tú. Su gozo es compartir la vida de otro ser humano.
El cuerpo del varón expresa exterioridad, sus órganos
sexuales son exteriores, hablan de un estar orientado hacia el
mundo; su cuerpo está hecho para enfrentar al mundo, para la
lucha y la conquista. Incluso podemos ver cómo en la fecundación
los espermios deben recorrer un camino, deben luchar por
alcanzar el óvulo; cuando ese espermio entra y es recibido
creadoramente por el óvulo, se produce la fecundación.
Esta polaridad de la sexualidad humana significa una
disposición hacia el otro, impulsa a salir de sí, a encontrar al otro y a
alegrarse de su presencia. Ambos sexos están llamados a vivir
conjuntamente y esta es su vocación; en su mutua relación uno
hace al otro descubrirse y realizarse en propia condición sexuada,
cuya máxima expresión es el amor conyugal. Ambos llegan a la
propia felicidad sirviendo a la felicidad del otro.
Quizá será difícil decir con exactitud científica lo que es
“típicamente masculino” y aquello que es “típicamente
femenino”, pues como dije anteriormente naturaleza y cultura,
están entrelazadas desde el principio muy estrechamente. Pero el
hecho de que el varón y la mujer experimenten el mundo de forma
diferente, solucionen tareas de manera distinta, sientan, planeen
y reaccionen de un modo desigual, es algo que cualquiera puede
percibir y reconocer, sin necesidad de ninguna ciencia.
Si la persona no acepta su corporeidad con todo lo que implica, no
se acepta a sí mismo y termina en un desequilibrio emocional y
espiritual. De ahí la importancia de la educación, para adquirir la
conciencia de la identidad sexual y la diferencia respecto al otro
sexo.
En última instancia me atrevería a decir que esta negación
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VARÓN Y MUJER COMPLEMENTARIEDAD
de toda diferencia entre varón y mujer es negar la polaridad
humana abierta a la plenitud del amor en el don de sí, negar lo más
hondo del amor humano.
Quizá esta buena nueva del amor humano es la que se
necesita hoy. Volver a develar y promover para poder
encaminarnos a nuestra propia vocación de felicidad: Ambos
varón y mujer están llamados a actuar y vivir conjuntamente, a
amarse. En su mutua relación uno hace al otro descubrirse y
realizarse en su propia condición sexual.
En conclusión, el matrimonio no es la auto prolongación,
sino la entrega y la búsqueda del otro, hoy día ya es realidad, pero
es realidad en unos pocos y, yo creo que, de nosotros, los que
estamos aquí, depende la posibilidad de que, a través de este
ejemplo, nos podamos convencer y promulgar esta naturaleza
humana que tiene una gran noticia: que el ser humano es un ser y la
persona por esencia donante y que la donación por excelencia es
aquella que se da entre el hombre y la mujer con las diferencias,
pero llamadas no a quedarse en las diferencias, sino a una mutua
complementación para cumplir esta imagen maravillosa y
semejanza de Dios. Pienso que al mirar al varón y a la mujer así, se
supera muchos de los problemas que estamos distinguiendo,
porque si no volvemos a la raíz, al mapa, a este puerto principal,
seguiremos dando palos de ciego en búsqueda de soluciones que
más que agrandar y más que provocar felicidad y gestar felicidad
están gestando un mundo triste y oscurecido.
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