ººº El plan por parte de David Fincher para hacer cine comenzó cuando tenía unos siete años. Vio “Butch Cassidy & The Sundance Kid”, ese western aventura con Paul Newman y Robert Redford, y comenzó a filmar cortos con una cámara Súper 8. Pero siendo un adolescente, en California, hubo otra motivación mayor: su vecino, George Lucas. Desde una muralla miraba en la casa del creador de “La guerra de las galaxias” y ya siendo mayor trabajó en su compañía de efectos especiales, Light & Magic, donde uno de sus trabajos como técnico fue grabar escenas en un bosque que luego serían ocupadas en “El regreso del jedi” (1983), con Ewoks –enanos disfrazados de osos de peluche– combatiendo a máquinas de guerra, Los Caminantes Imperiales, hechas después con animación stop motion. Eran finales de los años 80 y a Fincher, según ha dicho, le gustaba estar entre cámaras, lentes y cables, haciendo el oficio de crear películas sin ser el foco de atención. Luego fundó su propia compañía productora, Propaganda Films, y desde allí hizo publicidad, los mejores comerciales que la TV ha dado a luz y videoclips canónicos para artistas como Madonna. —Nunca vendí nada en los comerciales, simplemente quería contar buenas historias cortas –ha dicho, y es así como se ganó Ben Affleck es el principal sospechoso de la desaparición de su mujer en "Perdida", que se estrenaba ayer. AP esposo, Nick Dunne (Ben Affleck), cuando su mujer, Ammy Dunne, (Rosemund Pike en el papel de su vida), desaparece no sin dejar huellas; en la casa hay signos de violencia, rastros de sangre y el sospechoso tiene nombre y cara: el marido. Se trata de un thriller perfecto y que revisa los claroscuros que bien sabe iluminar este director. Suspenso para el siglo 21, éxito de taquilla y crítica en EE.UU. con más de US$ 200 millones recaudados, que toma la posta de maestros del suspenso como Alfred Hitchcock. Porque Fincher, al igual que el director de “Vértigo”, les habla a las masas, pero de una manera sutil, inteligente y elegante. la bien obtenida reputación de un preciosista de la imagen: un formalista prolijo y con talento. Y todo estaba en control de su parte, en 1992. Tenía 28 años y su carrera iba en ascenso; estaba listo para su buscado debut como director de cine con “Alien 3”, una secuela del clásico del terror espacial de Ridley Scott y un filme del que aún se arrepiente. Pero, como si fuera uno de los personajes de sus propias películas, perdió el control. En su caso, el manejo de “Alien 3” cayó en manos de productores sin talento que estropearon su proyecto. Pero Fincher aprendió su lección y con esa película cimentó las bases de su futuro trabajo: Sigourney Weaver, como la teniente Ripley en una prisión espacial, delineó su gusto por protagonistas al borde del estrés, inundados por la paranoia –quién no tiene miedo cuando Alien va detrás de ti–, rodeando todo con ambientes oscuros y cuasi apocalípticos, y giros argumentales que juegan con lo inverosímil y que colindan casi con la fantasía o la ciencia ficción. ººº Tres años demoró en lograr la independencia creativa para hacer “Los siete pecados capitales” (1995), su golpe a la cátedra donde sofisticó la asfixia que pueden sentir los detectives Somerset (Morgan Freeman) y Mills (Brad Pitt) por dar con las pistas de un plan que está fuera de su alcance y comprensión. Porque la mente maestra detrás de este policial redondo es Kevin Spacey, Juan Nadie o John Doe, un tipo que escribe en su enfermo diario de vida una de las claves del mundo “finche- Fincher es un narrador que toma la cámara. Los lentes. Los cables. Que escribe con la imagen. Es un “técnico” que se ensucia, metafóricamente hablando, las manos y que nunca habla. Y cuando lo hace, disecciona con su cine lo más sucio que puebla el lado oscuro del corazón humano. riano”: “Que enfermos y ridículos títeres somos siempre/ y qué pequeña la pista donde bailamos/ qué diversión tenemos bailando y haciendo el amor/ nada importa en el mundo/ no sabemos que no somos nada y que no somos lo que pretendíamos”. El mundo visto por Fincher es entonces como un laberinto de terror y miedo en donde hay que desentrañar las salidas, muchas veces las de emergencia. Y si no encajas en él, mejor hacerte del control como en la delirante “El club de la pelea”, una pieza de culto sobre la doble personalidad (Edward Norton y Brad Pitt siendo la misma persona) y los juegos de poder, pero un ejercicio de estilo refinado y pulcro, basado en la novela de Chuck Palahniuk, y que sigue ostentando los andamiajes de una arquitectura narrativa con sus usuales materiales de construcción. Fincher hace la misma y única gran película, pero diferencia entre sus “films” y sus “movies”. Las primeras, más ambiciosas y para su propia fruición; las segundas, para compartir más abiertamente con las masas. —Me preguntan por qué no hago cine independiente; lo hago, solo que para los grandes estudios (de Hollywood) –ha explicado, y detalla su arte-artesanía: a “lo Kubrick”, cuando hace productos más pensantes y racionales como “Zodiaco”, y “a lo Spielberg”, cuando nos hace sentir parte de la charada, como en “El juego” (1997): un carrusel de emociones sobre un millonario (Michael Douglas) intentando no perecer en un artificioso y complejo servicio de “vida paralela”, con actores y personajes en un peligroso simulacro, que le regala su hermano el día de su cumpleaños. ººº Experto en construir mundos que oprimen con terror a sus personajes, Fincher es un pequeño y cruel dios. En “La habitación del pánico” (2002), Jodie Foster intenta tener el control a través de una pantallas de seguridad mientras su casa es tomada por unos criminales; y en su obra maestra, “Zodiaco” (2007), Jake Gyllenhaal es el caricaturista Robert Graysmith, que trata de asir las variables del misterio más grande: descubrir quién es el asesino en serie que asuela San Francisco en los años 70. Y pierde a su hijo, mujer y familia por ese otro amor torcido que es su obsesión por la verdad, aunque dar con ella es una quimera en un mundo de espejismos que le quita todo. En “El extraño caso de Benjamin Button”, literalmente vemos la vida al revés para Brad Pitt (nace viejo y muere joven) y su lucha por encajar en un club que lo rechaza una y otra vez: la normalidad. Y en “Red social”, careamos al creador de Facebook, Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg), quien se construye un mundo alternativo de “un millón de amigos” para tener un club donde pertenecer. Pero de nada sirve Facebook porque es un “tonto” con una novia inolvidable que lo dejó, Erica Albright (Rooney Mara). Las mujeres catalizan la acción en su cine; de hecho, Rooney Mara es “La chica del dragón tatuado”, su subvalorada versión de la novela de Stieg Larsson; Marla Singer (Helena Boham-Carter) en “El club de la pelea” es resorte y ayuda a gatillar la revolución de Edward Norton. Y en “Perdida”, la paranoia, previa y posterior, tiene cara y nombre de mujer: la rubia Ammy Dunne, (Rosemude Pike), una neoyorquina perfecta, sofisticada y que en los libros de sus padres, dos escritores infantiles, tuvo una vida de ficción perfecta como “La asombrosa Ammy”. Pero la Ammy “real”, es un motor que en este artificio filmado tiene mucho qué decir y hacer. Cirujano plástico capaz de embellecer mediocres libros en su traslado al cine, como el mal libro de Gillian Flynn, David Fincher ha seguido su plan al pie de la letra y en eso radica su grandeza: es un narrador que toma la cámara. Los lentes. Los cables. Que escribe con la imagen. Es un “técnico” que se ensucia, metafóricamente, las manos y que nunca habla (pocas veces con la prensa). Y cuando lo hace, disecciona con su cine lo más sucio que puebla el lado oscuro del corazón humano. Wikén | 5