memoria Dien Bien Phu: memoria de combate 55 Francisco Pineda airomem Este mes, en diversos lugares del mundo se recordó la batalla de Dien Bien Phu. Hace 50 años, el 7 de mayo de 1954, el pueblo de Vietnam y su ejército de liberación derrotaron al colonialismo francés. Ganaron así la I Guerra de Indochina y su primera independencia. La historia de la resistencia vietnamita cobra nuevo vigor actualmente, cuando las atrocidades del poder imperial de Estados Unidos parecen no tener freno. Esa experiencia es parte de la memoria rebelde a cultivar, en lugar de borrar o callar. Cuando la resistencia al genocidio neoliberal ya se organiza mundialmente, esa lucha heroica señala las grandes dificultades y también envuelve nuevos motivos de esperanza. El pasado no pasa a la inexistencia, observó Iuri Lotman, sino que es actualizado en cada nuevo contexto. En el año de 1789, mientras en Francia triunfaba la revolución burguesa, en Vietnam la revolución campesina derrocó a un gobierno dinástico y unificó a todo el país. Pocos años después, los terratenientes hicieron una contrarrevolución, con ayuda del ejército francés, y reimplantaron el poder despótico; juntos también designaron nuevo emperador de Vietnam, en 1802. El misionero Pierre Pigneau de Behaine había formado un ejército mercenario para ayudar a Nguyen Anh a ascender al trono, con la intención de que se concedieran a Francia más privilegios para el comercio y las misiones. El dinero, el dogma y la pólvora, marchaban y golpeaban unidos. Inició entonces una larga lucha de resistencia contra el colonialismo francés que duró 150 años. Así, en 1858, cuando en México empezó la Guerra de Reforma, en Vietnam desembarcaron las tropas de Napoleón III “para castigar a los vietnamitas” y afianzar el régimen colonial mediante un “protectorado”. En las leyes de coloniaje llamadas “derecho internacional”, el protectorado es un régimen en el que un Estado interviene militarmente a otro Estado para protegerlo de las rebeliones. El “Estado protector” controla militarmente los servicios públicos y monopoliza las relaciones diplomáticas del “Estado protegido”. Pero los habitantes del país colonizado, bajo esta forma, no ostentan la nacionalidad del “Estado protector”. En México, durante la intervención militar yanqui de 1914, las grandes compañías y la prensa de Estados Unidos presionaron a la Casa Blanca para que se implantara en nuestro país ese régimen de poder, tal como se le impuso a Egipto, Marruecos, Túnez y el Congo, en aquellos años. (Sobre la campaña para instaurar el protectorado en México, bajo control de Estados Unidos y Gran Bretaña, vea Friedrich Katz, La guerra secreta en México, Ediciones Era, tomo I, p. 223). La unidad de la resistencia vietnamita fue difícil de conseguir. Sólo se alcanzó hasta 1941, cuando diversas organizaciones fundaron la Liga para la Independencia de Vietnam (Viet Nam Doc Lap Dong Minh), mejor conocida como el Viet Minh. En este logro y en toda la lucha de liberación tuvo influencia decisiva una persona que recibió el seudónimo de Ho Chi Minh (1890-1969). En aquel entonces, él era un jefe sublevado de 51 años de aquella generación rebelde que siguió, inmediatamente después, de la camada de insurrectos como Ricardo Flores Magón, nacido en 1873, Pancho Villa (n. 1878) y Emiliano Zapata (n. 1879). 56 memoria 57 Nguyên That Thanh, después conocido como Ho Chi Minh, era un muchacho de 21 años de edad y trabajaba de cocinero en un barco de vapor cuando aquí, en 1911, el Ejército Libertador jefaturado por Zapata promulgó el Plan de Ayala. Gracias a la unidad rebelde, el pueblo vietnamita lanzó una insurreción triunfante en el momento en que concluye la II Guerra Mundial. Para entonces, el poderío francés ya había sido desarticulado por las tropas nazis; pero, desde 1940, Japón ocupaba militarmente Vietnam. Asimismo, en esa coyuntura, se produjo la rendición de Japón, tras el genocidio atómico perpetrado por el gobierno de Estados Unidos, en contra de la población civil de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto del 45. La masacre yanqui en contra de la población civil indefensa, más de 200 mil personas entre muertos y desaparecidos, anunciaba al mundo el nacimiento y el carácter bestial de una nueva potencia hegemónica: Estados Unidos. La insurrección general del pueblo vietnamita se lanzó inmediatamente, a finales de agosto, y en seguida del triunfo, el 2 de septiembre de 1945, se proclamó la independencia. Sin embargo, tan pronto como pudo, el colonialismo francés volvió a la carga. Desconoció la independencia de Vietnam y al año siguiente desembarcó tropas y ocupó de nuevo el país. El ejército de liberación se replegó a las montañas para reorganizarse; tarea que se encomendó a un jefe rebelde de 34 años, hijo de campesinos humildes, Vô Nguyên Giap, general del Ejército del Pueblo. Años más tarde, al evocar la campaña de Dien Bien Phu, el general Giap (coraza) expuso el grave problema que significa encontrar la forma de vencer a un enemigo más poderoso. En una ocasión, dijo que había que comprender la lección del judo: Tu enemigo está en movimiento y, si él tiene mucha mayor fuerza que tú, en ese movimiento que él hace es donde tienes que encontrar fuerzas para vencerlo. Cógelo al final de la trayectoria y prolonga su movimiento. Podrás lograr que se precipite en una caída que él mismo ha facilitado con su fuerza. Esa es la regla principal del judo, concluyó Giap. Para el año de 1950, el ejército insurgente de Vietnam ya contaba con 350 mil milicianos, pero tenía muy pocas armas; su principal medio de transporte era la bicicleta. Jóvenes ciclistas —de ambos sexos— transportaban por ese medio cargas de 200 y hasta 300 kilos, cada uno. En 1954, parte del ejército popular, unos 75 mil efectivos, ya estaban organizados en agrupamientos de guerrilla regional. En aquella época, Vietnam tenía 30 millones de habitantes y 54 idiomas; igual que México, sólo que la extensión territorial de aquel país es seis veces menor. Por su parte, el ejército colonial francés, al mando del general Henri Navarre, adoptó medidas para atraer, fijar y aniquilar a las fuerzas rebeldes. Estableció las llamadas “posiciones erizo” en el territorio guerrillero, fortalezas protegidas con trincheras, campos minados y alambre de púas, que se abastecían por vía aérea. Dien Bien Phu era la principal plaza de ese tipo en todo el sureste asiático. Contaba con 16 mil soldados franceses, artillería, tanques ligeros y aviones caza. El comandante francés, coronel Croix de Castries (cruz de Castries), encargado de la defensa colonial allí, bautizó las bases circundantes al cuartel general con el nombre de sus amantes: Huguette, Claudine, Eliane, Dominique, Anne-Marie, Beatrice, Francoise, Isabelle y Gabrielle. Quizá, porque esperaba una batalla placentera y de ese modo lo simbolizaba. airomem En Dien Bien Phu —escribió el general Giap— nuestro ejército aniquiló el campo fortificado más poderoso del enemigo en Indochina (Vietnam, Laos y Camboya) y puso fuera de combate a 16 mil hombres de sus tropas más aguerridas. En el curso de esta campaña del invierno de 1953 y la primavera de 1954, en el conjunto de los frentes que actuaban en coordinación con Dien Bien Phu, las pérdidas del enemigo se elevaron a un total de 110 mil hombres. Con el plan Navarre —continúa Giap— los franceses y norteamericanos pretendían librar una batalla decisiva. Y efectivamente, Dien Bien Phu fue decisivo. Esa gran victoria de nuestro pueblo y nuestro ejército constituyó una aplastante derrota de los imperialistas. El plan Navarre se saldaba con una catástrofe — sigue diciendo Giap. Los imperialistas franceses y norteamericanos habían fracasado en su tentativa de prolongar y extender la guerra en Indochina. Dien Bien Phu tuvo inmensa importancia. Esta victoria, junto a nuestros triunfos en los otros frentes, logró la liberación de Hanoi, la capital, y de todo el norte del país. Se conquistó la paz. Ese mismo año se firmaron los acuerdos de paz en Ginebra, donde intervinieron las principales potencias: Gran Bretaña, Estados Unidos, la Unión Soviética, China y Francia. Estas dos últimas acordaron la propuesta que fue suscrita: separación de las fuerzas armadas mediante una zona desmilitarizada y elecciones para designar al gobierno de Vietnam. Francia trataba de evitar así su completa derrota y mantener el control colonial en una parte de Indochina. El gobierno de Pekín, por su parte, jugó a proteger su frontera sur apostando a que podría controlar a un Vietnam débil y dividido. En efecto, las costas y los puertos estaban bloqueados por las fuerzas imperialistas, por lo cual, Vietnam recibía ayuda exterior, exclusivamente por el canal de China. El gobierno chino, además, se negó a respaldar al pueblo vietnamita para combatir hasta alcanzar la liberación del país entero. Por su lado, el gobierno de Estados Unidos se negó a firmar los acuerdos de Ginebra. Finalmente impuso la división de Vietnam —norte y sur, igual que en Corea— y desencadenó una nueva guerra de agresión. En ese contexto, la situación de la resistencia vietnamita se agravó, aún más, debido a la pugna entre China y la Unión Soviética. Si hace 50 años México y Vietnam tenían la misma población, ahora, Vietnam tiene 20 millones de habitantes menos que nuestro país. Tal es sólo una parte del enorme costo de la política de las potencias en la III Guerra Mundial. El imperialismo norteamericano es culpable de agresión —escribió Ernesto Guevara. Sus crímenes son inmensos por todo el orbe. ¡Ya lo sabemos, señores! Pero también son culpables los que en el momento de una definición vacilaron en hacer de Vietnam un territorio inviolable. 58 memoria Y son culpables —agregó el Che, en 1967— los que mantienen una guerra de denuestos y zancadillas, comenzada hace ya buen tiempo por los representantes de las dos más grandes potencias del, entonces llamado, “campo socialista”. ¡Qué grandeza la de ese pueblo!. ¡Qué estoicismo y valor, el de ese pueblo! Y qué lección para el mundo entraña esa lucha, concluyó. Tras una larga y dolorosa guerra, el pueblo vietnamita derrotó al ejército yanqui y logró la reunificación del país, el 30 de abril de 1975. Actualmente, el general Giap tiene 94 años de edad. El ex-comandante en jefe de las fuerzas armadas de Vietnam hizo un recorrido, en abril 59 pasado, en la provincia de Dien Bien y departió cordialmente con más de 300 veteranos de guerra en la ciudad de Dien Bien Phu. Recordó la heroica trayectoria de la victoria y expresó el deseo de que los veteranos de guerra continúen brindando sus aportes a la construcción nacional y a cultivar la memoria histórica, a fin de inculcar a las generaciones futuras la bella tradición de lucha revolucionaria de la nación vietnamita. Antes de finalizar su recorrido, Vô Nguyên Giap rindió homenaje a los caídos en combate. La dirección de las operaciones en Dien Bien Phu General Vô Nguyên Giap La realización de las operaciones en el frente de Dien Bien Phu planteaba dos problemas: 1. ¿Atacar o no atacar en Dien Bien Phu? 2. En caso afirmativo, ¿cómo hacerlo? El hecho de que el enemigo hubiera ocupado Dien Bien Phu por medio de una acción paracaidista no nos obligaba necesariamente a atacarle en ese punto. Dien Bien Phu era un campo fortificado, muy poderoso, y contra él no podíamos lanzar una ofensiva sin haber calculado cuidadosamente el pro y el contra. Los campos atrincherados eran un nuevo dispositivo de defensa aplicado por el enemigo ante la fuerza creciente de nuestro ejército. Ese dispositivo había sido adoptado ya en Hoa Binh y en Na San. En el curso de la campaña de invierno-primavera, nuevos campos fortificados hicieron su aparición no solamente en Dien Bien Phu, sino también en Seno, Muong Sai y Luang Prabang, en el frente de Laos, y en Pleiku, en el frente de los altiplanos. Frente a esta nueva táctica defensiva del enemigo, ¿debíamos atacar o no los campos atrincherados? Cuando nuestro potencial era todavía claramente inferior al suyo, ateniéndonos al principio de la destrucción de sus fuerzas vitales con una concentración propia allí donde fuese relativamente débil, ya habíamos preconizado inmovilizar a sus unidades selectas en los campos atrincherados y escoger otras direcciones más favorables para nuestras ofensivas. En la primavera de 1952, cuando el enemigo se atrincheró en Hoa Binh, atacamos con éxito a lo largo del Río Negro y en su retaguardia del delta. En la primavera de 1953, airomem cuando se atrincheró en Na San, nuestro plan no fue atacar esta posición, sino reforzar nuestras actividades en el delta y abrir una ofensiva hacia el oeste. En los últimos meses de 1953 y a comienzos de 1954, cuando se instaló en campos atrincherados en diversos lugares, nuestras tropas lanzaron varias ofensivas victoriosas en sectores relativamente descubiertos de su dispositivo, mientras nuestros guerrilleros redoblaban su actividad en su retaguardia. Esta orientación, que consistía en no atacar directamente los campos fortificados, nos había proporcionado múltiples éxitos. No era ésa nuestra única manera de proceder. Podíamos atacar estos campos para aniquilar al enemigo en el propio interior de su nuevo dispositivo de defensa. Y sólo la destrucción de los campos fortificados podía modificar la fisonomía de la guerra y abrir la vía a nuevas victorias para nuestro ejército y nuestro pueblo. Por eso se planteaba en el frente de Dien Bien Phu el problema de saber si íbamos a pasar al ataque o no. Teníamos que vérnoslas con el campo fortificado más poderoso de todo el teatro de operaciones indochino, mientras que hasta entonces no habíamos atacado más que puestos de una o dos compañías o al máximo de un batallón. Según nuestra apreciación, Dien Bien Phu era la clave del plan Navarre. Sólo con el aniquilamiento de Dien Bien Phu podríamos destruir el plan franco-norteamericano de prolongación y extensión de la guerra. Sin embargo, la importancia de esta posición no podía ser considerada como factor determinante para la decisión que debíamos tomar. Dada la correlación de fuerzas en ese momento, ¿teníamos la posibilidad de destruir el campo fortificado de Dien Bien Phu?, ¿teníamos la certidumbre de obtener la victoria si lo atacábamos? Nuestra decisión debía basarse en esta única consideración. Dien Bien Phu era un campo fortificado extraordinariamente potente. Pero desde otro punto de vista era una posición instalada en el fondo de una región montañosa y boscosa, en un terreno que nos era favorable y claramente desfavorable para el enemigo. Como consecuencia de su aislamiento y su alejamiento de las bases de retaguardia, todo su aprovisionamiento dependía de la aviación. Esas circunstancias podrían privar al enemigo de toda iniciativa y reducirle a la defensiva en caso de que fuera atacado. Por nuestra parte, disponíamos de selectas unidades regulares que podíamos concentrar para conseguir la superioridad. Teníamos la posibilidad de superar las dificultades para resolver los problemas tácticos necesarios; disponíamos, además, de una amplia retaguardia, y los problemas de abastecimiento, aunque difíciles, no eran sin embargo insolubles; estábamos pues en condiciones de conservar la iniciativa en el curso de las operaciones. En este análisis de los puntos fuertes y los puntos débiles de las dos partes nos basamos para responder al problema: ¿atacar o no a Dien Bien Phu? Habíamos decidido el aniquilamiento a toda costa de la totalidad de los efectivos de la guarnición después de haber creado las condiciones para una serie de ofensivas en diferentes frentes, lanzadas al mismo tiempo que los intensos preparativos en el propio Dien Bien Phu. Con esta determinación, una vez más nuestro Comité Central dio pruebas de dinamismo, iniciativa, movilidad y rapidez de decisión ante situaciones nuevas en la dirección de la guerra. Nuestro plan preveía ofensivas en sectores bastante desguarnecidos para aniquilar al enemigo durante sus desplazamientos. 60 memoria 61 Pero si las condiciones lo permitían y si llegásemos a estar seguros de la victoria, estábamos resueltos a no dejar escapar la ocasión de librar una batalla de posición para aplastar al enemigo en un lugar en el que había realizado una gran concentración de tropas. La firme decisión de atacar Dien Bien Phu señaló un nuevo paso adelante en el desarrollo de la campaña de invierno-primavera, así como en la historia de nuestro ejército y de la resistencia de nuestro pueblo. Una vez tomada esta decisión, quedaba aún una cuestión por resolver: ¿Cómo aniquilar al enemigo? ¿Con un ataque y asalto rápidos, o con un ataque y avances más lentos pero más seguros? Este era el problema planteado a la dirección de operaciones de la campaña. En los primeros tiempos, cuando nuestras tropas acababan de cercar Dien Bien Phu y el enemigo, recientemente lanzado en paracaídas, aún no había terminado las fortificaciones ni reforzado sus efectivos, se planteó la conveniencia de un ataque rápido. Lograr la superioridad con una concentración de fuerzas, penetrar en varias direcciones en el dispositivo enemigo, cortar el campo atrincherado en múltiples porciones y luego aniquilarlas una tras otra. Esta solución rápida ofrecía numerosas ventajas: lanzábamos nuestra gran ofensiva con fuerzas frescas, no teníamos que temer la fatiga ni las pérdidas de una campaña prolongada y estábamos seguros en ese caso de aprovisionar el frente sin dificultad. Sin embargo, en un análisis más atento, un ataque rápido presentaba una desventaja muy grande, una desventaja fundamental: para una decisión rápida, como a nuestras fuerzas les faltaba experiencia en el ataque a campos fortificados, no se podía garantizar el éxito. Precisamente por eso, mientras proseguíamos nuestros preparativos, continuamos observando la situación y revaluando nuestras posibilidades. Estimamos que al desencadenar un ataque rápido no podíamos estar seguros de la victoria. En consecuencia escogimos el principio táctico de un ataque y un avance más lentos pero más seguros. Esa elección prudente se inspiraba en el principio fundamental de la dirección de una guerra revolucionaria: atacar para vencer, no atacar sino cuando se tiene la certeza de la victoria; en caso contrario, abstenerse. En la campaña de Dien Bien Phu, adoptar el principio de un ataque y avances más lentos pero más seguros exigió mucha firmeza y decisión. La duración de los preparativos iba a prolongarse, así como la campaña. Pero con esa prolongación surgirían nuevas y serias dificultades. Los problemas de aprovisionamiento tomarían proporciones enormes. Nuestras tropas correrían el riesgo de cansarse y de desgastarse poco a poco, mientras el dispositivo enemigo se consolidaría y podría recibir nuevos refuerzos. Pero, sobre todo, al prolongarse la campaña, nos acercaríamos a la estación de las lluvias, con todas las consecuencias desastrosas que podría acarrear para operaciones efectuadas en la montaña y en el bosque. Por ello, en los primeros días muchos no estaban convencidos de la justeza de esta táctica. Fue necesario un trabajo paciente de explicación, mostrar que nuestro deber era superar las indiscutibles dificultades que podían presentarse para crear las condiciones de la gran victoria que queríamos alcanzar. En ese principio operativo se basó nuestro plan de ataques progresivos. No concebíamos la campaña de Dien Bien Phu como un ataque de envergadura contra una plaza fortificada, airomem ejecutado en poco tiempo, sino como una campaña de envergadura realizada durante un periodo bastante largo, y comprendiendo toda una serie de ataques contra puntos fortificados, que se sucederían hasta el aniquilamiento del enemigo. En conjunto, teníamos superioridad en cuanto a efectivos, pero además en cada combate y en cada fase de la batalla teníamos la posibilidad de lograr una superioridad absoluta que asegurase el éxito de cada operación y finalmente la victoria total de la campaña. Este plan correspondía perfectamente al nivel táctico y técnico de nuestras tropas. Permitía a éstas instruirse mientras combatían y cumplir certeramente su decisión de aniquilar a la guarnición de Dien Bien Phu. Nos ajustamos firmemente al principio de un ataque y avances más lentos pero más seguros durante todo el desarrollo de la campaña. Sitiamos al enemigo y realizamos nuestros preparativos durante tres meses sin aliviar el cerco y luego, tras el inicio de nuestra ofensiva, nuestras tropas combatieron sin tregua durante 55 días y 55 noches. Estos preparativos minuciosos y estos combates ininterrumpidos lograron que la campaña de Dien Bien Phu obtuviese una brillante victoria. Dien Bien Phu fue una prueba de fuerza que enfrentó a nuestro pueblo y su ejército con el Cuerpo Expedicionario de los agresores franceses ayudados por los Estados Unidos. Nosotros fuimos los vencedores. Dien Bien Phu perpetuará para siempre el espíritu indomable de nuestro pueblo que opuso al poderoso ejército de un país imperialista la fuerza de su unidad combativa, el heroísmo de un pequeño pueblo muy débil y de un ejército popular muy joven. Este heroísmo estimuló a nuestro pueblo y a nuestro ejército durante toda la resistencia. Y podemos afirmar que cada uno de nuestros combatientes tenía el “espíritu de Dien Bien Phu”, que la guerra de liberación de nuestro pueblo fue toda ella una larga y prodigiosa batalla de Dien Bien Phu. Por ello, Dien Bien Phu no es solamente una victoria para nuestro pueblo; es también una victoria para todos los pueblos débiles en lucha por desembarazarse del yugo de los imperialistas y los colonialistas. Esta es su profunda significación. Y ese día, que se ha convertido en día de fiesta para todo el pueblo vietnamita, es también un gran día de alegría para los pueblos de los países hermanos, para los pueblos que acaban de reconquistar su independencia o combaten todavía por su liberación. Dien Bien Phu ha entrado para siempre en los anales de la lucha por la liberación nacional de nuestro pueblo y de los pueblos débiles del mundo. Históricamente figurará como uno de los acontecimientos cruciales de la lucha de los pueblos de Asia, Africa y América Latina que se alzan para liberarse y hacerse dueños de su país y de su destino. (Documento tomado de Guerra del pueblo, ejército del pueblo, Vô Nguyên Giap, Ediciones Era, 1971. Los tres últimos párrafos corresponden a otro escrito de Giap, contenido en el mismo libro, pp. 184-185). 62