7. análisis transversal. procesos de paz en colombia: una mirada

Anuncio
7. ANÁLISIS TRANSVERSAL.
PROCESOS DE PAZ EN COLOMBIA: UNA MIRADA HISTÓRICA
7.1. LA EXPERIENCIA DE ALGUNOS ACUERDOS DE PAZ.1
Un antecedente histórico en búsqueda de la paz tuvo lugar durante el período
conocido como Frente Nacional. Luego de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, las
elites de los partidos liberal y conservador lograron un acuerdo político que permitió
retomar el cauce democrático en el país, evitando que la confrontación por el poder entre
conservadores y liberales en la primera fase de La Violencia (1946 – 1949) se
desencadenara nuevamente. Con el Pacto de Sitges (1956) y el Acuerdo de Benidorm
(1957) firmados ambos por Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez Castro en
España, así como gracias al Pacto de Marzo y al Acuerdo de San Carlos suscritos por los
representantes de los partidos tradicionales, se logró frenar la violenta lucha por el poder
en que se había convertido la política colombiana. El Frente Nacional utilizó la figura del
Plebiscito del 1 de diciembre de 1957 para refrendar por voluntad popular los acuerdos
políticos a los que se había llegado. Si bien es cierto, La Violencia sufrió una nueva
metamorfosis (una vez instaurado el Frente Nacional) con unas nuevas dinámicas primero violencia del bandolerismo gamonalista y luego violencia de grupos guerrilleros
de tendencia revolucionaria- el acuerdo del Frente Nacional fue un pacto político entre
dos contendores para superar la violencia como forma bárbara de dominio y de
hegemonía.
Durante el inicio de los años ochenta del siglo XX, el país se encontraba en la
vanguardia de las naciones que se proponían terminar conflictos armados por la vía de la
negociación, incluso una década antes de la finalización de los conflictos en
1
Una detallada revisión de estos procesos en: ZUBIRÍA, Blas (2007). Los procesos de Paz en
Colombia: Una mirada histórica para una perspectiva actual”. En: Liderazgo con responsabilidad social
desde la Universidad. Pezzano, Gina (compiladora). Barranquilla, Ediciones Uninorte.
Centroamérica. Desafortunadamente, veinte años después, “el proceso de paz
colombiano se había transformado de un caso precursor a un aleccionador historial de los
costos del fracaso. Durante cinco sucesivas elecciones presidenciales, entre 1982 y 1998,
la paz constituyó la principal y más decisiva cuestión electoral” (Chernick, 2008: 17). El
fallido Acuerdo de la Uribe de 1984, producto de la política del presidente Belisario
Betancur con tres componentes fundamentales: una amnistía amplia (ley 35 de noviembre
de 1982), una promoción de la apertura democrática y conversaciones con las
organizaciones guerrilleras. A pesar de las expectativas que generó el proceso por
decisiones bien encaminadas como el compromiso realizado por las FARC-EP de un cese
al fuego y demás operativos militares, la condena y desautorización del secuestro, la
extorsión y el terrorismo en todas sus formas y del avance logrado con la creación del
partido político Unión Patriótica, el proceso con las FARC-EP terminó fracasando por
diversos motivos, entre los cuales el genocidio sistemático contra los miembros de dicho
partido fue uno de los motivos fundamentales.
En contraste, un ejemplo histórico de un proceso que si fue exitoso fue el acuerdo
logrado con el M-19, el EPL, el PRT y el Quintín Lame. Como ya lo mencionamos,
desde inicios de la década de los ochenta comenzó la búsqueda de una la salida política al
conflicto, luego de que el péndulo había estado del lado de la guerra durante el gobierno
del liberal Julio Cesar Turbay Ayala y su Estatuto de Seguridad. Con el M19, la situación
paradójicamente fue contraria. Luego de un momento de crisis -muy dolorosa por la
manera como se resolvió- durante la toma al Palacio de Justicia en noviembre de 1985,
los diálogos retomaron durante el gobierno de Virgilio Barco unos caminos de acuerdo
político fructífero y que se consolidaron el 2 de noviembre de 1989 cuando se firmó el
pacto político por la paz y la democracia. Es sin lugar a dudas el proceso de paz más
significativo que se ha logrado en la historia reciente. Debe reconocérsele a los grupos
guerrilleros -inicialmente M-19, y posteriormente EPL, PRT y Quintín Lame- una
verdadera vocación política para encontrar vías civilizadas en el camino hacia la paz. En
una coyuntura difícil para estos grupos, -como el asesinato de Carlos Pizarro o la guerra
sucia contra los reinsertados- se mantuvieron en los acuerdos de civilidad pactados en el
terreno de las ideas y no en el terreno de la lucha armada. Cabe señalar que los acuerdos
con el M-19 rompieron el fatalismo histórico que decía que era imposible negociar la paz
con un grupo armado que pretendía tomar el poder por las armas. La opinión
convencional era que estos grupos sólo negociaban para acumular fuerzas y volver a las
armas (Pardo, 2004:739).
También históricamente debe reconocerse la voluntad de apertura democrática, de
transformaciones en la institucionalidad del Estado que permitieron ampliar los espacios
y los canales de participación, facilitando con ello el ingreso de nuevos actores en el
escenario político y generando en lo social y en lo económico, algunas transformaciones
que la sociedad colombiana venía exigiendo. Los gobiernos de Virgilio Barco y de César
Gaviria impulsaron y apoyaron esas iniciativas de paz que condujeron al Acuerdo con los
grupos insurgentes y a la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente. El
gobierno de Gaviria logró desmovilizar a las milicias de Medellín y a la escisión del
ELN, la Corriente de Renovación Socialista, CRS, dos de cuyos integrantes se
incorporaron a la Cámara de Representantes como consecuencia de esos acuerdos.
De igual manera, la sociedad civil jugó un papel importante y se expresó
masivamente respaldando la salida política planteada. No sólo fue el movimiento de la
Séptima Papeleta para apoyar la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente, sino
el respaldo dado luego a los candidatos que la conformaron, lo que sirvió para legitimar
una ANC pluralista, en la cual quedó representado el grueso del país en su diversidad y
su multiculturalidad. Posteriormente, durante el gobierno del liberal Ernesto Samper más
de diez millones de colombianos votaron en favor del “Mandato Ciudadano por la Paz”,
iniciativa que propendía por una salida política negociada al conflicto armado.
El proceso de desmovilización y reincorporación a la vida civil con el
paramilitarismo, a través de la llamada Ley de Justicia y Paz, ocurrido durante la
administración del presidente Álvaro Uribe (2002-2010) tuvo como consecuencia la
desarticulación de las estructuras del movimiento de las llamadas Autodefensas Unidas
de Colombia, AUC. Si bien un alto porcentaje de los desmovilizados derivaron en bandas
criminales, y el de que actualmente se han mostrado ufanas y fortalecidas, por otra parte,
sus principales cabecillas fueron condenadas a ocho años de cárcel, pena máxima
contemplada en dicha ley. Según la Oficina del Alto Comisionado para la Paz
hubo más de cincuenta mil desmovilizados fruto de esta ley.
7.2. PROCESO DE LA HABANA
Luego del fracaso de las negociaciones de paz, ocurrido durante la administración
del presidente Andrés Pastrana (1998-2002), y una década después, el gobierno
colombiano del presidente liberal Juan Manuel Santos decidió apostarle nuevamente a la
búsqueda de la paz por la vía de la negociación. Seguramente, este momento de inflexión
tuvo lugar entre otros motivos, por los éxitos de una previa ofensiva militar 2002-2010
ocurrida durante los años de los gobiernos del presidente Álvaro Uribe, quien en su
política de seguridad democrática se apoyó en la amplia ayuda militar del Plan Colombia
y una reorganización de la estrategia de guerra en contra de los grupos insurgentes.
Durante el gobierno el Santos, en octubre de 2012 se gestaron las fases
exploratorias y preparatorias del inicio de las conversaciones que culminaría con la
instalación de la mesa pública en Noruega en ese mismo mes. Los primeros temas de la
agenda fueron el desarrollo agrario integral y el segundo, la participación política.
En el transcurso del siglo XX sólo se dieron dos intentos de realizar reformas
agrarias importantes: durante el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo (19341938) y en la administración de Carlos Lleras Restrepo, ambos con muy limitados
resultados. El olvido del campo y la ausencia de políticas sostenidas de apoyo al agro2
han hecho posible el origen y la permanencia de la lucha guerrillera en las regiones
rurales.
Respecto a la participación política, es claro que ya desde los años veinte del siglo
pasado, con la aparición del Partido Socialista Revolucionario se prendieron las alarmas
2
El que se acabe de realizar un censo rural en 2015, después de 45 años o el aplazamiento
indefinido de la actualización del valor de los predios rurales, evidencia la desatención al campo.
del establecimiento en relación a los peligros que entrañaba para los obreros
colombianos las malas influencias del naciente movimiento sindicalista y los riesgos de
su incursión en la política. Posteriormente, desde los inicios de la guerra fría el
establecimiento ha sido poco tolerante a que se abran canales tanto para la movilización
social como para la participación de las consideradas minorías políticas.
Una particularidad de este proceso de negociaciones en La Habana, es que por
primera vez en el país, se han escuchado a las voces de las víctimas. En efecto, con fecha
julio 17 de 2014 la mesa acordó mecanismos de participación directa de las víctimas del
conflicto interno”.
El punto 4 de la mesa es la solución al tema de las drogas ilícitas, problema que
tantos perjuicios le ha traído a la sociedad colombiana desde la década de los años setenta
pues además de las pérdidas humanas y materiales, ha permeado las instituciones,
debilitado las relaciones del país con el mundo y ha sido combustible para impulsar la
violencia, la criminalidad y la lucha guerrillera al punto que hoy se considera el
narcotráfico un delito conexo con la insurrección armada pues le proveía cerca del 50%
de sus ingresos. Ya desde los años noventa Paul Collier y Anke Hoeffler (2001)
destacaban acerca de las principales fuentes que alimentaban los conflictos en el mundo
mencionando como en el caso de Colombia era la cocaína, el petróleo, el oro y el carbón
aunado a la extorsión a los productores de recursos naturales. Como rebasa los propósitos
de este trabajo reflexionar sobre todos los puntos de La Habana, nos hemos circunscrito
sólo a tres.
7.2.1. ALGUNOS SUPUESTOS BÁSICOS
En primer lugar puede reconocerse como uno de los supuestos básicos es que la
paz no es una entelequia. Al igual que otras nociones claves -como por ejemplo la nación
o la identidad- es necesario construirla. La paz se alcanza si existe una voluntad real para
alcanzarla. Es preciso entonces dilucidar sus obstáculos y resolverlos, entender sus
reveses y frustraciones y sobre todo entender que no existe una fórmula mágica
para aplicarla. 3 Autores como la historiadora Magadala Velásquez Toro (Velásquez,
2003: 242) en su balance sobre la paz alcanzada por el acuerdo del Frente Nacional y de
cara a la situación actual, recalca tres aspectos:
1. La paz sin mujeres, sin indígenas y sin afrodescendientes es una paz fragmentada,
excluyente y hegemónicamente acordada. El país necesita estimular a otras
inteligencias y otras efectividades para que incursionen en la toma de decisiones
sobre la guerra, la paz y el posconflicto, para construir un período de postacuerdo
sostenible y que permita aliviar los daños ocasionados por la confrontación y la
miseria.
2. Las mujeres, en todos estos periodos históricos de penuria a los que han llevado las
confrontaciones armadas, han jugado un papel decisivo en aliviar en el ámbito
familiar y comunitario los impactos de la guerra. Las mujeres desplazadas y las que
permanecen en las zonas de confrontación se han caracterizado como tejedoras de
redes sociales, en medio de monstruosas carencias y dificultades.
3. La paz sostenible y duradera exige acuerdos militares y acuerdos sociales,
económicos y políticos que incorporen la diferencia y la diversidad.
También Jesús Antonio Bejarano (Bejarano, 1995) propuso que para la búsqueda
de la paz hay que mantener siempre el análisis de las incompatibilidades, ya que éstas
cambian con el tiempo, pues los proyectos de los grupos guerrilleros no son inmutables.
De igual manera los gobiernos colombianos deben evitar la fracasomanía y entender que
cada negociación es un proceso de aprendizaje, que incluye por supuesto aprender de lo
bueno y de lo malo. La dinámica política colombiana ha caído muy frecuentemente en la
trampa de deslegitimar lo que han hecho otros para tratar de comenzar de cero, con el
argumento banal de fondo que las estrategias realmente efectivas son aquellas que como
gobernante de turno se piensa implementar.
3
Como lo señala acertadamente Rocío Londoño Botero en la presentación del libro “Tiempos de
Paz. Acuerdos en Colombia, 1902- 1994”, Bogotá, 2003.
Históricamente los enfoques para el tratamiento del conflicto se han
movido entre dos extremos: el tratamiento militar y el tratamiento político. Durante
muchos gobiernos a lo largo de décadas de conflicto armado se ha partido de la premisa
de que a la guerrilla se le puede derrotar militarmente. Y enfilaron esfuerzos en esa
dirección. Luego, ante la pobreza de los resultados, el péndulo suele oscilar y nuevamente
se busca la exploración de las vías del dialogo. Cuando nuevamente éste vuelve a
fracasar, el péndulo se mueve de orilla y cae en la orilla de la confrontación. Exactamente
es lo que sucedió luego del fracaso del gobierno de Andrés Pastrana. Esta situación de
oscilación no ha permitido consolidar una propuesta que defina una estrategia militar y
política equilibrada, con la cual el Estado no se exceda durante sus períodos de
confrontación militar en estrategias de guerra sucia que afecten a la población civil así
generen algún repliegue estratégico militar de los actores armados, y que a la larga,
además de ser inadmisibles son contraproducentes, porque terminan socavando el
ejercicio legítimo en el uso de la fuerza y, por lo tanto, mermando respaldo y confianza
hacia el Estado de parte de la sociedad civil. Un desafortunado ejemplo de estas prácticas
lo constituyeron los llamados falsos positivos. Por ello, queremos resaltar la idea clave
que la salida política es posible y que la historia del país tiene varios ejemplos. Las
experiencias históricas nos demuestran que cuando el péndulo está del lado de la
concertación los resultados son mejores. El panorama de las dos últimas décadas en
América Latina (con múltiples gobiernos de izquierda) también le ha mostrado a las
guerrillas que es viable y posible intentar acceder al poder por los canales de la
democracia y que la vía de las armas se cerró con la finalización de la guerra fría.
Los contradictores del proceso citan el caso centroamericano para generar dudas
sobre la conveniencia de suscribir acuerdos de paz con los grupos armados. Sin embargo,
como bien los explica Carlos Nasi (2016) al iniciarse el postconflicto en El Salvador y
Guatemala las instituciones eran mucho más precarias de lo que hoy son en Colombia, y
la economía había tenido una recesión muy prolongada. Y lo explica: “Cuando la
Comisión de la Verdad salvadoreña produjo su informe, los propios comisionados
decidieron no proponer que se llevaran a juicio los crímenes denunciados. ¿Por qué? El
aparato judicial salvadoreño era tan débil y estaba tan politizado que cualquier tribunal
habría hecho burla de las víctimas con fallos absolutorios de los culpables (y allí hubo
amnistías e impunidad total, ni siquiera la justicia transicional que habrá en
Colombia); Tras el proceso de paz guatemalteco, se multiplicaron los linchamientos de
delincuentes por parte de turbas enfurecidas, lo cual da una idea de la enorme inoperancia
de la justicia en ese país (Nasi, 2016).
Por otra parte, también es claro que fruto del proceso de paz, el gobierno no
entregará el país a las guerrillas ni nos tomará el Castro chavismo. Como bien lo señala
Shlomo Ben Ami (2015), con los acuerdos de paz, “no se trata de eliminar la economía
de mercado ni tampoco de la implantación del realismo socialista. La lucha por la
sociedad supuestamente ideal no es tema de la negociación de paz; es más bien el tema de
la lucha política en democracia, y que sea la mayoría democrática la que decida”.
Son múltiples los retos que se le presentan a Colombia es un escenario de
postacuerdo pues la naturaleza y la larga duración del conflicto armado interno supone
resolver múltiples asuntos. Las prácticas de las guerrillas en Colombia (a partir de los
años ochenta) han sido condenadas por sus nexos con el narcotráfico, la violación a los
derechos humanos y más recientemente, las violaciones al derecho internacional
humanitario. La degradación de la guerra ha derivado en un conflicto contra la población,
lo cual supone el acompañamiento de la comunidad internacional para la supervisión de
que haya justicia y reparación contra delitos de lesa humanidad.
Por otra parte, en la agenda doméstica tenemos el reto de ser uno de los países
más inequitativos de América Latina, con altos índices de pobreza y una reforma agraria
que no termina de concretarse. Elaborar por tanto estrategias para ir superando las
trampas de la pobreza requerirá de esfuerzos enormes sostenidos del Estado, ojala con el
acompañamiento de las elites económicas y la comunidad internacional. En ello será muy
importante tomar en cuenta las asimetrías y las disparidades regionales en Colombia pues
la estrategia del post acuerdo debe pasar por tomar en cuenta las zonas más marginales
del país y no perpetuar la planeación del país con una visión centralista.
BIBLIOGRAFÍA
Bejarano, Jesús Antonio (1995). Una agenda para la paz. Aproximaciones desde la
teoría de la resolución de conflictos. Bogotá : Tercer Mundo.
Ben Ami, Shlomo (Septiembre 24 de 2015). Reflexión en torno al Post-Conflicto en
Colombia. Cartagena : Comfecámaras.
Chernick, Marc (2008). Acuerdo Posible: solución negociada al conflicto armado
colombiano. Bogotá: Ediciones Aurora.
Collier, Paul y Hoeffler, Anke (1998). Greed and Grievance in civil war. Development
Reasearch Group, Banco Mundial, 2001.
González Arana, Roberto y Molinares, Ivonne (2013). Conflicto y violencias en
Colombia. En Barreira, Cesar; González, Roberto y Trejos, Luis (Eds.). Violencia
Política y Conflictos Sociales en América Latina.
Barranquilla: CLACSO-
Ediciones Uninorte.
NASI, Carlos (Enero 11 de 2016). Razón Pública.
Pardo, Rodrigo (2004). Historia de las guerras. Bogotá, Ediciones B, Primera Edición.
Velasquez Toro, Magdala (2003). Paz y acuerdos políticos 1956 – 1957. En Medina,
Medófilo y Sanchez, Efraín (Eds.). Tiempos de paz. Acuerdos en Colombia, 19021994 (p. 242). Bogotá.
Zubiría, Blas (2007). Los procesos de Paz en Colombia: Una mirada histórica para una
perspectiva
actual. En Pezzano,
Gina
(compiladora).
Liderazgo
con
responsabilidad social desde la Universidad. Barranquilla: Ediciones Uninorte.
Descargar