El pobre Lázaro y el rico (Lucas 16,19-31) Javier Matoses www.bibliayvida.com [Evangelio del domingo, 29 septiembre 2013] Lucas 16,19-31: En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: —Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse con lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba; y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. »Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Se murió también el rico y lo enterraron; y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham y a Lázaro en su seno y gritó: »—¡Padre Abraham! Ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas. »Pero Abraham le contestó: »—Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros. »El rico insistió: »—Te ruego entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento. »Abraham le dice: »—Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen. »El rico contestó: »—No, padre Abraham. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán. »Abraham le dijo: »—Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto. El evangelio de Lucas nos regala unas cuantas parábolas de gran riqueza. La de hoy tiene aspectos fáciles de captar, pero también algunos matices no tan claros. La presentación de los personajes es directa como suele ser en las parábolas: un rico y un pobre. De cada uno se dicen en pocas palabras los rasgos que los definen: el rico era muy rico, como demuestran sus vestidos lujosos y sus banquetes constantes; el pobre estaba también enfermo y hasta los perros –animales impuros y poco apreciados en oriente–, se le acercan. Hay que fijarse en el dato –evidente, aunque no explícito–, del egoísmo del rico en contraste con la facilidad que tenía para darle algo al pobre. Si banqueteaba cada día y el pobre estaba en su propio portal, no le costaba nada dejarle la migajas. Para redondear el contraste, Lucas le da un nombre al pobre, pero se lo niega al rico. Hoy conocemos la parábola como la del «rico Epulón y el pobre Lázaro», porque más tarde se le «puso» un nombre, pero Lucas ha querido, con toda su intención de historiador insolente, hacer todo lo contrario de lo que ha hecho –y hace– casi siempre la Historia: ponerle nombres a los ricos y no a los pobres. «Lázaro», además, significa «Dios ayuda» en hebreo. Aunque parezca un nombre poco apropiado para un pobre mendigo enfermo, no lo es si consideramos su vida «entera», es decir, incluyendo también el consuelo que recibe junto a Abraham. La muerte de ambos personajes marca contrastes. Lázaro es llevado por los ángeles, que en aquella época la religiosidad popular (judía y griega) consideraba «guías de los muertos». En cambio, del rico sólo se dice con frialdad que «fue sepultado». Muy gráfico: uno para arriba y el otro para abajo. Después encontramos al rico pidiendo menos de lo que pedía Lázaro. Si el pobre había deseado las migajas, ahora el rico tan sólo anhela una mísera gota de agua. Abraham le plantea que tuvo oportunidad en su vida de tomar opciones, pero que ya no la tiene; esto lo expresa el abismo que nadie puede cruzar. Y además le recuerda los bienes abundantes que recibió en vida. Lo que Abraham no dice –aunque sigue siendo evidente–, es que Lázaro recibió los males precisamente por el egoísmo del rico. La frase de Abraham fuera de contexto suena muy mal: «Si sufres en la vida vas al cielo, si disfrutas de la vida, al infierno». Es una pena que se haya interpretado así más de una vez el mensaje cristiano, como si Jesús quisiese hacernos a todos unos amargados. Nada de eso, sólo que Lucas aquí ha dejado bastante claro para el lector inteligente que el rico era realmente un egoísta. En este momento el rico sufre una transformación; por primera vez piensa en alguien distinto de él: en su familia. Esto no lo convierte de repente en un santo, pero creo que hay que subrayarlo. Lo único que conocíamos del rico era su egoísmo; ahora lo vemos preocupado por sus hermanos, porque los conoce y sabe que ellos llevan su misma vida y, por tanto, acabarán como él. Siempre me ha llamado la atención una frase del Silmarillion de Tolkien, en la que al hablar del malvado Sauron afirma que «era menor en maldad que su amo (el ‘dios’ malvado Melkor) sólo porque durante mucho tiempo sirvió a otro (a Melkor) y no a sí mismo ». El único motivo para ser ‘menos malo’ es no ponerse a uno mismo en el centro, ser ego-céntrico, sino des-centrarse, poner a otros en el centro, que es lo que está haciendo el rico al acordarse de su familia. Aquí la parábola cambia de mensaje –el primero parece que ya ha quedado claro–, y continúa con una reflexión acerca de cómo convertirse, cómo darse cuenta del propio pecado, del propio egoísmo, y cambiar de vida. El rico tiene una idea bastante cercana a la que muchos tienen hoy: sólo las grandes experiencias, las que causan un profundo impacto, las que son inesperadas, las que rompen la cotidianidad, podrán transformar el corazón del hombre. Más de una publicidad de hoy se mueve en esta línea, proponiendo sensaciones únicas, novedosas, envolventes, como ideal de placer y diversión, y hasta de felicidad. Para el rico, la aparición de un muerto es lo único que haría que sus hermanos se arrepintiesen de su egoísmo; su propuesta es desesperada, ¿qué puede hacer él desde donde está para evitarles el tormento a sus hermanos? La respuesta de Abraham es desconcertante; si no fuese porque sabemos que es un tipo serio, parecería que se está cachondeando del rico. Ante la petición de algo realmente excepcional e impactante, el sabio anciano le propone una solución totalmente opuesta: que escuchen a Moisés y a los profetas, es decir, que hagan caso de los libros sagrados judíos, que eran tan cotidianos para un judío como el hielo para un esquimal. La respuesta de Abraham no tiene nada de burla, para él la salvación está al alcance de la mano, en la cotidianidad de las oraciones de cualquier judío, de la celebración semanal en la sinagoga. No hay que buscar sensaciones impactantes, transformaciones espectaculares… la vida cotidiana y normal es la aventura más apasionante que podemos vivir. En ella está Dios ofreciéndonos todo su amor, su cariño, su perdón. ¿Por qué buscar a Dios en el terremoto, en la tormenta, en el relámpago, si lo podemos encontrar en la suave brisa de la tarde? (Sin negar la posibilidad de que Dios, si le da la gana, intervenga de forma excepcional en la vida de alguien; y si no que se lo digan a Saulo de Tarso. Lo que queda claro es que nadie puede obligar a Dios a actuar según su capricho). En el final de la parábola todavía guarda Lucas una sorpresa en la manga con un juego de palabras muy sugerente. Al hilo de la petición del rico, Abraham concluye que la resurrección de un muerto no podrá cambiarles la vida a los que no aceptan a Moisés y a los profetas. Él está hablando de la resurrección del pobre, que era la propuesta del rico, pero Lucas sabe que los que oyen su relato son cristianos, que pueden relacionarlo con la resurrección de Jesús. Así Lucas pasa del simple mensaje de «no seáis egoístas» a otro más profundo: La Ley judía –Moisés y los profetas–, es la preparación para comprender a Jesús y su resurrección. Para nosotros la parábola es una invitación a la misericordia y a la generosidad con los pobres, que es aquello que le faltaba al rico y que ya estaba anunciado en la Ley judía. Esa actitud nos acercará a entender la resurrección de Cristo más que una aparición efectista de luces y voces del más allá. En la cotidianidad de la Palabra de Dios que leemos, escuchamos, meditamos y comentamos entre todos está la fuerza que puede transformar nuestra vida. Por último, os dejo una curiosidad numérica. En la Biblia el número siete representa la plenitud, y el seis, que quiere ser siete pero no llega, la imperfección. El rico de la parábola dice tener cinco hermanos, formando entre todos un grupo de seis ricos egoístas. Si hubiesen aceptado a Lázaro como hermano, se hubiesen convertido con su gesto de generosidad y misericordia en una familia perfecta.