EL DIARIO DE UN DON JUAN Estaba muy cerca ya de conseguirlo, solo un poco más, y Nerea, la chica más guapa de la ciudad, estaría rendida a sus pies. No en vano le llamaban Don Juan, pues hacía honor a ese nombre, y esta vez no iba a ser menos. Habían quedado en el cine, para “ver” una película. Ella le dio la mano, él fue acercando su rostro a el de ella, pero entonces… La alarma del despertador retumbó en la sala de cine, y nuestro Don Juan se vio tendido en su cama de siempre, a la hora de siempre; en fin, el rompecorazones de siempre. Se levantó rápidamente, pues ese día tenía que quedar con tres chicas, así que el tiempo apremiaba. Mientras iba eliminando los últimos reductos de su sueño, que por cierto, había hecho realidad un par de años antes, se preparó para su primera cita, Irene. Irene era la novia de su mejor amigo, del que se quería vengar por una discusión. Cogió su cámara, con la que se iba a sacar una foto “in fraganti” con Irene, para demostrar la veracidad de su acción. Unas horas después, Don Juan, tras prometerle a Irene que estaría pensando en ella toda la tarde, sacó su móvil y se dispuso a llamar a su siguiente objetivo, Claudia: ricachona, mal educada e infantil, esperaba con ella conseguir el dinero que le faltaba para lanzar su primera cadena de ropa. Cuando fueron a su casa, no perdió el tiempo; mientras con una mano abrazaba a Claudia, con la otra se metía en el bolsillo la tarjeta de crédito de su padre. Ya por la noche, se dirigió a la fiesta privada de una hermandad de la universidad, con una entrada que con mucha fortuna le había entregado la jefa, a cambio de una tarde de “estudio” en su casa. Y había hecho esto, porque Sara, su tercer y último objetivo, era de la hermandad. Sara era el resultado de una apuesta que había hecho el día anterior, en la que se jugaba el tipo con un par de matones que le debían dos minutos de paliza, por un asunto, que raro, de mujeres. El caso es que necesitaba ganarse la confianza de Sara para que sus “socios” le dieran la paliza a ella, y él lograra salvar el pellejo, como tantas veces había hecho gracias a su astucia. Así, el ex de Sara y el otro bruto se divertirían con ella, y Don Juan se ganaría además el apoyo de la banda a la que pertenecían. En cuestión de minutos, entraba atropelladamente con Sara en el baño, donde a la pobre le esperaba un enorme suplicio. Volvió Don Juan a su casa, otro día como siempre, pensó. Y se metió en la cama, planeando ya lo que le esperaba al día siguiente.